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lunes, 20 de septiembre de 2010

Chile: La gran apuesta de Añihue

Bahía Añihue

Al sur de Chile, una reserva natural de 10 mil hectáreas apuesta a consolidar la próxima tendencia en viajes: mezclar turismo y conservación. Por eso, apoyan a científicos que estudian y cuidan su biodiversidad. Y uno, claro, puede ser parte de ese proceso.

Zarpamos de Quellón hace más de ocho horas. Hemos navegado toda la noche. La barcaza Alejandrina es peor que una micro amarilla. Huele a humedad y aceite quemado. Tiene varias filas de asientos destartalados, una suerte de cafetería donde no dan ganas de asomarse y -esto es inolvidable- un par de televisores que pasan a todo volumen, sin parar, unos compilados de rock de los años ochenta, con sus letras para cantar.

Debemos llegar a Añihue, una poco conocida reserva natural ubicada justo en la desembocadura del río Palena, con 10 mil hectáreas de superficie prácticamente intocadas: fiordos, bahías, bosques, montañas, aves, lobos, delfines, ballenas. Pero, antes, hay que alcanzar Raúl Marín Balmaceda, un diminuto pueblo que apenas se ve en el mapa y que -dice la historia- se llama así en honor a un senador chileno que murió de un infarto durante una sesión en el Congreso, en los años cincuenta. La barcaza Alejandrina se ha movido con vaivenes infartantes. Pero ya estamos aquí y no sirve quejarse: estos parajes australes son, sin duda, para aventureros.


Al pisar las tierras de Raúl Marín, Felipe González (34), el hiperactivo anfitrión de Añihue, nos ayuda con los bártulos y los lleva hasta una lancha que aguarda en el muelle. En ella nos iremos por el único camino que existe hacia la reserva: el mar. Felipe González enciende el motor de la lancha. Raúl Marín Balmaceda, la dichosa barcaza Alejandrina y los compilados de rock quedan atrás para siempre. Navegamos. Todo es verde: el mar, las montañas. Tras unos quince minutos, un pequeño montículo de piedras que aparece junto a la costa nos indica nuestra próxima detención. Hemos llegado, finalmente, a su hogar: la Reserva Añihue.

Felipe González y su familia -su mujer, la arquitecta Antonieta Quirós, y sus dos pequeños hijos- viven en Añihue hace cuatro años. Para ellos, venirse hasta aquí fue una decisión radical. Debían abandonar las comodidades de la ciudad para asumir un intrincado desafío: convertir a esta reserva natural en un nuevo destino turístico de Chile. Pero no uno cualquiera: en Añihue el foco está puesto en la conservación y en la vida ecológica.

González, su familia y un par de amigos que también viven aquí -ninguno con más de 40 años- son auténticas personas "verdes": viven gracias a paneles fotovoltaicos, regulan cada uno de sus consumos eléctricos (el secador de pelo está prohibido, por ejemplo), tienen una huerta orgánica donde producen prácticamente todos los vegetales que consumen, reciclan la basura y la transforman en abono para las plantas, han construido cabañas y talleres con sus propias manos y, por supuesto, no tienen televisión (ni piensan en ella). Sus pertenencias "citadinas" son sólo películas, un devedé portátil con pantalla, internet y teléfono satelital, y -hasta ahora- un par de barritas en la señal del celular, que se captan en un punto preciso cerca del muelle.

Así es el huerto orgánico de Bahía Añihue

Sin embargo, Añihue no les pertenece. Su verdadero dueño es el empresario estadounidense Addison Fischer, quien hasta ahora no ha tenido interés de establecerse aquí (como sí lo tuvo, por ejemplo, otro de su estirpe, Douglas Tompkins, y en una zona muy cercana a Añihue: el parque Pumalín). Hace unos años, Addison Fischer encontró este rincón en la Patagonia chilena, lo compró en 15 millones de dólares y le encomendó su cuidado a Felipe González. Y éste -que ya tenía años de experiencia trabajando como guía de pesca para la familia Dufflocq, dueña de exclusivos lodges en la Patagonia- aceptó sin problemas.

"Para mí esto es un sueño", dice González mientras sortea con su lancha las olas del fiordo Pitipalena, uno de los principales de la zona. "Es una fantasía. Y, claro, queremos compartirla con todos". La fantasía de Añihue puede resumirse así: en un lugar donde todo está rodeado de naturaleza salvaje, la reserva brinda apoyo logístico a científicos interesados en investigar y crear proyectos de conservación. Y, mientras todo eso ocurre, también reciben a pequeños grupos de turistas que quieren ser testigos de cómo se hace este trabajo en terreno y experimentar la vida agraria. Pero con todas las comodidades: cabañas confortables, desayuno a la cama, almuerzos y cenas gourmet en un comedor común donde, incluso, se puede compartir con los científicos. Y, por cierto, con una atención súper personalizada.

Hoy, por ejemplo, hemos salido en busca de ballenas azules y jorobadas (cuya presencia está siendo monitoreada hace dos años por la reserva) y delfines australes (los mares de Añihue están repletos, literalmente, de delfines australes: incluso es posible verlos saltando desde los ventanales de las cabañas). Con nosotros viaja la bióloga alemana Heike Vester, fundadora del proyecto Ocean Sounds (www.ocean-sounds.com), que investiga el lenguaje de los cetáceos. Heike ha pasado ya dos temporadas estudiando delfines y ballenas en los alrededores de Añihue. Así que es parte de la casa: de hecho, ella misma ha instruido a la gente de Añihue sobre cómo se debe realizar un correcto avistamiento de cetáceos.

La zona es habitat de ballenas jorobadas y azules

Navegamos en silencio. Heike lleva una potente cámara fotográfica, un hidrógrafo (instrumento que permite escuchar y grabar los sonidos bajo el agua con gran fidelidad) y nunca se despega de sus binoculares. De pronto, un grupo de delfines aparece a nuestro alrededor. Nos acercamos de inmediato, pero se alejan rápidamente.
-¡Vámonos! -dice la bióloga con voz firme. Felipe González, quien comanda la lancha, se aleja de inmediato. Entonces aprendo mi primera lección como "turista científico". "Si los delfines hubiesen querido estar con nosotros, se habrían quedado aquí", explica Heike. "Pero no. Se iban rápidamente. Eso es una señal: nuestra presencia sólo los estaba estresando. Así es que debemos marcharnos".

Aparte de recibir científicos y turistas, Añihue desarrolla un programa de voluntariado cuyo objetivo también es promover la vida ecológica. Cada verano, abre cupos para quienes quieran pasar un mes aislados de la civilización, pero trabajando en todo tipo de actividades de la reserva: cultivo de huerto orgánico, alimentación de animales, construcción, reciclaje de basura, investigación de flora y fauna. Ese tipo de cosas.

Los pájaros carpinteros son una de las tantas especies de la región

Lo del aislamiento no es sólo un decir. En las 10 mil hectáreas de superficie que comprende la reserva, hay sólo dos sectores habitados: a uno le llaman Toninas, donde está la casa principal y las dos cabañas para turistas; y al otro, Añihue. Los voluntarios viven en Añihue, una inmaculada bahía, rodeada de fiordos, a la que se llega tras una hora de navegación desde el sector Toninas. En Añihue sí que no hay nada: sólo un par de casas de madera y una familia, la de Francisco Gómez (32), su mujer y su hija, quienes también cambiaron para siempre el rumbo de su vida, y hoy se encargan no sólo de hacer una suerte de soberanía en la zona, sino también de guiar y traspasar sus conocimientos a los voluntarios.

Esta vez encontramos a Derek Lactaoen, un estadounidense de 20 años que está en Chile como alumno de intercambio de periodismo, y la chilena Javiera Carreño, de 24, estudiante de ecoturismo. Son los dos voluntarios del mes que, en muy poco tiempo, han debido aprender -y desafiar- la recóndita y salvaje geografía de Añihue.

"Cuando llegamos llovía sin parar. Y se mantuvo así durante varios días. Fue duro: no era lo que esperábamos", cuenta Javiera, mientras lava los platos del almuerzo, una de sus tareas cotidianas. "Aquí hemos tenido que hacer de todo: desde salir a buscar leña hasta carnear chanchos. Y ahora estamos aprendiendo sobre lombricultura. Por eso, más que trabajo, esto ha sido toda una experiencia".

A la mañana siguiente, salimos con dos buzos del equipo Frontera Azul -Eduardo Sorensen y Fernando Luchsinger-, que trabajan en un documental para TVN sobre el desconocido mundo submarino chileno.

Antes de partir en la lancha, junto a Felipe González, Felipe Delpiano (el segundo a bordo, diseñador santiaguino que también le dio un vuelco a su vida y hoy vive ingeniándoselas para construir lo que sea con maderas en desuso) y los buzos, observamos atentamente una carta de navegación, donde están marcados varios puntos en que se han visto ballenas azules.
-¡Tal vez podamos bucear con ellas! -dice entusiasmado Sorensen, aunque sabe que lograrlo no es, para nada, tarea fácil. Subimos los equipos a la lancha. Tanques de oxígeno, cámaras de video. Felipe González enciende el motor, ajusta su GPS y zarpamos. Unos minutos más tarde estamos frente a unos islotes conocidos como Tres Marías, uno de los mejores puntos de buceo de la reserva, también indicado en la carta.

Dos delfines australes nadan con el volcán Melimoyu de fondo

"Es sorprendente la biodiversidad del fondo marino", dirá más tarde el buzo y fotógrafo submarino Eduardo Sorensen. "Sobre todo porque esta zona, desde Melinka hacia el sur, ha sido súper afectada por el tráfico de barcos y la sobreexplotación pesquera. Aquí había centollas, corales látigo, esponjas, erizos, y muy buena visibilidad. Las especies estaban muy bien conservadas".

Aunque las ballenas no hayan aparecido esta vez, las palabras de Sorensen dejan a todos satisfechos: hemos constatado, en terreno, cómo Añihue aún se mantiene intocada.
-Es la razón por la que estamos aquí -dice Felipe González, y enciende nuevamente el motor.
En la ruta de regreso, un grupo de delfines australes vuelve a aparecer alrededor. Tras varios días en la reserva, verlos juguetear junto a nuestra lancha se ha vuelto una costumbre.

El proyecto
Impulsado por la Fundación Melimoyu, un proyecto privado busca convertir toda esta zona -donde se encuentra la Reserva Añihue- en un nuevo Parque Marino y Área Marina Protegida para Chile (a la fecha, el único que existe es el Parque Francisco Coloane, en la Región de Magallanes). El objetivo es conservar la rica biodiversidad de la zona e impedir el avance de la industria salmonera. Los límites propuestos van desde el sector de Punta Yeli hasta el río Santo Domingo, frente al Golfo del Corcovado. El proyecto ya fue presentado ante la Conama y aún se encuentra en estudio.
Más información, www.melimoyufoundation.com

Hay dos cabañas para recibir turistas

Cómo llegar

La Reserva Añihue está cerca de Puerto Raúl Marín Balmaceda, Aysén, y es accesible sólo por mar.

A Raúl Marín se puede llegar por tierra desde La Junta, en avioneta desde Puerto Montt o en los barcos de Naviera Austral, que salen desde Quellón y demoran desde 8 horas (tel. 65/270 430).

Cabañas para dos personas, con pensión completa: $180.000 diarios. Programa para dos personas por 5 noches, con comidas y tres excursiones, $1.300.000. Traslado ida y vuelta en lancha a la reserva desde Raúl Marín, $50.000 hasta 10 pasajeros. La temporada va de diciembre a marzo.
Tel. satelital (02) 196 02 93; www.anihuereserve.com

Sebastián Montalva Wainer
desde Reserva Añihue, Región de Aysén
Revista del Domingo - Diario El Mercurio - Chile
Fotos: El Mercurio
Nota de Turismo Virtual: la moneda que se cita en esta nota es el peso chileno. La cotizacion es 1 U$S = a 497.15 $ chilenos (20/9)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

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Carry on the excellent work!

Pablo Perez dijo...

Que hermoso es este destino! Sin duda uno de los mejores que puede ofrecer este tan bello pais. Saludos!

Pablo - Turismo en Chile

Pablo Perez dijo...

Hermoso destino, uno de los mejores en este tan bello pais. Saludos!

Pablo - Turismo de Chile

Anónimo dijo...

Excelente información de Añihue, ojalá algún día lo pueda conocer ya que soy amante de la naturaleza y preservar nuestro patrimonio y biodiversidad es muy pero muy importante. felicidades y Feliz Navidad