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sábado, 17 de enero de 2009

Esteros del Ibera: Viaje a la madriguera

En kayak, por los humedales que delimitan al este los ríos Aguapey, Miriñay y, al oeste, el Batel-Batelito, de origen paranaense

En el segundo humedal de Sudamérica hay un metro menos en el nivel de agua y dos redes eléctricas lo atraviesan. De noche, los carpinchos se acercan a comer entre los húespedes y los yacarés aguzan los ojos verticales. De día, el misterio de las islas flotantes.

La barca avanza silenciosa empujada por la caña que mueve el guía y barquero Sebastián. De pronto, alguien dice emocionado pero en voz baja: “Ahí hay dos yacarés”. “Son cuatro”, responde el guía acostumbrado a ver en detalle todo lo que lo rodea y señala exactamente donde se encuentran. “Y allí al fondo, lo ven, hay un ciervo.”

Son los Esteros del Iberá, el segundo humedal más grande de Sudamérica, formado por un intrincado sistema de lagunas y canales ubicados en la provincia argentina de Corrientes, un lugar poco conocido hasta para los propios argentinos, de relativamente difícil acceso aún hoy, donde la creación de un parque provincial y el estímulo al turismo permitieron salvar a numerosas especies que en los 80 estaban al borde de la extinción.

En el Iberá hay dos tipos de yacarés, el overo y el negro, de cuero muy cotizado, lo cual hizo mermar la especie

La superficie total protegida de los Esteros (Iberá viene del idioma indígena guaraní, y significa “agua que brilla”) es de 1.300.000 hectáreas. Fueron declarados Reserva Provincial en 1983 y cuentan con 60 especies de mamíferos, 50 de reptiles, 35 de anfibios y 110 especies de peces. Sin olvidar la impresionante cifra de sus 350 especies de aves, que se pueden “cazar” con la cámara fotográfica.

Durante todo el siglo XIX y principios del XX, la dificultad para acceder a esta zona, que se recarga únicamente del agua de lluvia y no de acuíferos ni de ríos, la hicieron un lugar de refugio de los animales y también de algunos personajes fuera de la ley, hasta el punto de que la leyenda perdura, y hay quien afirma sin dudar, que todavía quedan “forajidos” que viven en las islas más apartadas.

Pero el valor del cuero de algunas especies, sobre todo del yacaré (una especie de caimán), del que existen dos tipos, el overo y el negro (el más cotizado por su cuero); el lobito de río (similar a la nutria); o el carpincho, que es el roedor más grande del mundo, hizo que las poblaciones mermaran de forma muy peligrosa. Lo mismo ocurrió con el yaguareté, una especie de felino ya extinguido en esta zona, o el aguará guazú (un cánido de patas largas y cuerpo desgarbado), que fueron perseguidos por los ganaderos para proteger a sus animales de sus ataques.

La leyenda dice que la zona, casi impenetrable, fue refugio de forajidos

Desde que se creara la reserva la situación ha ido cambiando –incluso pese a la falta de apoyo político en muchas ocasiones–, y las poblaciones se han ido recuperando, pero aun así los Esteros no están preparados para el turismo masivo, cosa que sus propios habitantes defienden, porque hacer una infraestructura mayor implicaría la destrucción del entorno, por ejemplo ante la necesidad de un nuevo tendido de luz que se sume a los dos ya existentes y que atraviesan el parque, pese a ser en teoría un área protegida.

Además, el cambio climático y el avance de la desertificación también se hacen notar aquí, pues el nivel de la laguna se encuentra actualmente un metro por debajo del que debería tener.

Las hosterías, todas con un estilo campestre, rodeadas de árboles y algunas con piscina para el caluroso verano, ofrecen paseos en lancha, en canoas, a caballo, o caminatas por la zona. El relax está garantizado, porque no hay –literalmente– nada que hacer entre las excursiones, salvo disfrutar del entorno y la tranquilidad, y el día queda pautado por las comidas que ofrecen los mismos alojamientos y las salidas.

Carpinchos, los mayores roedores del mundo, tomando un descanso

Por la noche es conveniente ir con linternas para no sorprenderse ante los animales como los carpinchos, que se acercan hasta los alrededores de las casas para comer el césped, y para poder ver los ojos de los reptiles y anfibios que se reúnen en las orillas de la laguna.

La mejor época para ir es durante el invierno y primavera australes (de mayo a noviembre), ya que durante el verano las temperaturas llegan a marcar 40 grados en un entorno húmedo y habría que convivir con nubes de mosquitos. Importante es ir protegido además del sol, incluso en épocas de frío.

Uno de los misterios de los Esteros del Iberá son sus embalsados. Se llama así a las islas flotantes formadas por camalotes y otras plantas que se enredan entre sí y forjan una plataforma sobre la que llegan a crecer plantas grandes, pero que en realidad no lo hacen en tierra firme, sino en islas de sólo centímetros o pocos metros de profundidad.

Baqueanos. Los guías y barqueros conocen mejor que nadie el lenguaje del río. Ven indicios de vida aun donde nadie podría reconocerlos

Los animales están adaptados a ello y pueden caminar sin problemas, pero para el ser humano puede ser peligroso si no se conoce dónde pisar. Cuando hay tormentas o viento las islas se mueven, formando nuevos canales y modificando cada vez el paisaje, lo que hacía en el pasado que se creyera que la zona estaba embrujada. A ello se suman leyendas como la del Pombero, un personaje pequeño que lleva un gran sombrero y que ataca a quienes dañan a los pájaros.

Otros de los atractivos son los monos aulladores o carayá, los ciervos de los pantanos, las simpáticas liebres, las comadrejas, la imponente boa curiyú y la venenosa yarará, además de innumerables garzas, patos y cormoranes.

Agua que brilla, tal el significado guaraní de Iberá. En 1,3 millón de hectáreas, hay 60 especies de mamíferos, 50 tipos de reptiles, 35 de anfibios y 350 variedades de aves que se dejan “cazar” con la cámara.

Durante el camino de llegada y partida por una carretera de ripio hacia la cercana ciudad de Mercedes (desde donde se accede), las vizcachas, roedores con rayas negras en forma de antifaz, parecen saludar desde las puertas de sus madrigueras el paso de los desconocidos, como si custodiaran un secreto camino hasta las profundidades de la laguna.

Romina Lopez La Rosa
DPA
Reproducido en el Diario Perfil -Turismo

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