Desde Los Ángeles hasta San Francisco, pasando por Monterey, Santa Bárbara y el condado de Orange, un recorrido por los enclaves más imponentes de California. Un itinerario para conducir por la Ruta 1, zigzagueando entre los acantilados del Pacífico, parada a parada.
Estado Dorado, se lo apodó. Pensar en él gatilla un sinfín de imágenes y melodías que cruzan la pantalla de la mente. A toda velocidad, un surfer corre hasta la orilla y, boca abajo sobre su tabla, rema hacia la masa de agua azul que baña las playas californianas. En la ruta que bordea esa postal, un grupo de jóvenes en una Volkswagen Kombi –icónica van del movimiento hippie– guitarrea clásicos de The Doors, Grateful Dead, The Eagles... Por el carril contrario, un ejecutivo se dirige a su mansión de Beverly Hills piloteando su convertible. Lo escoltan tres robustos montados en sus Harley Davidson. Transitan, todos, la misma autopista: Route 1, alias Highway 1, Cabrillo Highway, Pacific Coast Highway o Coast Highway, según el tramo. Son 1.055 kilómetros de pavimento que, entre el bullicio urbano de Los Ángeles y los paisajes salvajes, casi vírgenes, de Monterey, dibujan la Costa Oeste de los Estados Unidos. Esa que ensalzó Jack Kerouac en On the road y Big Sur, y que Hollywood estereotipó forever.
Ciudad de ángeles
Las puertas del aeropuerto LAX se abren a una orquesta de bocinas agudas y valijas ruidosas que vibran contra el pavimento. Transfers de las principales agencias rent a car levantan a los recién llegados. Sin cargo, los trasladan a las oficinas donde, por unos u$s 500 semanales, alquilan un auto para comenzar su road trip. Las autopistas de Los Ángeles se cruzan como loops en una montaña rusa. Congestionado, el tráfico da cuenta de que es, detrás de Nueva York, la segunda ciudad más poblada de los Estados Unidos: 3,8 millones de habitantes. La tranquilidad se esconde en Redondo Beach, Hermosa Beach y Manhattan Beach, tres pueblos costeros donde predomina la cultura surfer: a unos 15 minutos del aeropuerto, son enclaves ideales para hacer base y, desde allí, visitar los highlights de la metrópoli angelina.
El recorrido empieza en Santa Mónica. Vertiginoso, el paseo en su vuelta al mundo es una alternativa para disfrutar de un plano cenital de la ciudad. Se alza sobre Santa Mónica Pier, muelle que sirvió como escenario de Forrest Gump, entre otros clásicos del cine. Es, también, el punto en donde culmina la legendaria Ruta 66, que une Chicago con Los Ángeles.
A pocas cuadras del mar, la peatonal Third Street Promenade despliega una amplia variedad de restaurantes, cafés y tiendas de lujo. Mientras algunos hacen shopping, otros bajan al muelle, alquilan bicicletas o rollers y serpentean la costa hasta llegar a Venice Beach. Allí, skaters, artesanos y músicos recrean una atmósfera más propia de los años ‘60. Es la playa en donde, cinco décadas atrás, Jim Morrison y Ray Manzarek se encontraron para fundar uno de los grupos más influyentes del rock, The Doors.
Malibú es otra cita obligada. Aquí, el cartel de la Ruta 1 cambia por el de Pacific Coast Highway (PCH). Un incesante oleaje embiste las rocas. A la derecha, los caminos se arquean, abrazan la montaña y desembocan en mansiones con vistas envidiables. Es la escenografía que eligieron los productores de la sitcom Two and a half men para filmar sus 10 temporadas. Una joya escondida en este trayecto es la reserva natural Point Dume, soberbio paraje donde el sol tiñe el continente de un rosa anaranjado y desaparece en el horizonte. Con las primeras estrellas, se emprende el regreso al downtown. Antes, una parada en el restaurante Gladstones: cubierto, intencionalmente, con cáscaras de maní, su piso cruje mientras los comensales ocupan las mesas para disfrutar de un menú que incluye mejillones, ostras y cangrejos. La luna, baila en el mar.
Aplanadora de sueños
Al día siguiente, el GPS traza el camino al corazón del entretenimiento: Hollywood. Meca de la industria cinematográfica. Cumplidora y aplanadora de sueños. Vulgar, elegante, rústica, lujosa... Los contrastes están a la vista. Las veredas del Walk of Fame, donde las celebrities más aclamadas ostentan su estrella, huelen a comida frita. En esas cuadras se erige el Chinese Theater, en el que fijaron sus huellas emblemáticas personalidades como Marilyn Monroe, y el Dolby Theater (ex Kodak), donde se entregan los Oscars.
El aire se vuelve puro colina arriba, hacia Hollywood Hills. En el trayecto, el célebre cartel de la homónima ciudad asoma intermitentemente entre los árboles. Hay que subir por la calle North Beachwood Dr., continuar por Ledgewood Dr., doblar a la derecha en Mulholland, estacionar el auto y caminar una hora y media para obtener la mejor (y más secreta) postal: una vista panorámica, desde detrás del cartel, que revela lagos, montañas, el Pacífico y, aislado en la inmensidad, el puñado de edificios cubiertos con una fina capa de smog que conforman el centro de Los Ángeles. El regreso es por Sunset Strip: llegando a los barrios de West Hollywood y Beverly Hills, todo se vuelve lujo. Vale la pena desviarse en Rodeo Drive, espejo de la Quinta Avenida neoyorquina, y adentrarse en Bel Air para descubrir las mansiones de los famosos.
Malibú es otra cita obligada. Aquí, el cartel de la Ruta 1 cambia por el de Pacific Coast Highway (PCH). Un incesante oleaje embiste las rocas. A la derecha, los caminos se arquean, abrazan la montaña y desembocan en mansiones con vistas envidiables. Es la escenografía que eligieron los productores de la sitcom Two and a half men para filmar sus 10 temporadas. Una joya escondida en este trayecto es la reserva natural Point Dume, soberbio paraje donde el sol tiñe el continente de un rosa anaranjado y desaparece en el horizonte. Con las primeras estrellas, se emprende el regreso al downtown. Antes, una parada en el restaurante Gladstones: cubierto, intencionalmente, con cáscaras de maní, su piso cruje mientras los comensales ocupan las mesas para disfrutar de un menú que incluye mejillones, ostras y cangrejos. La luna, baila en el mar.
Aplanadora de sueños
Al día siguiente, el GPS traza el camino al corazón del entretenimiento: Hollywood. Meca de la industria cinematográfica. Cumplidora y aplanadora de sueños. Vulgar, elegante, rústica, lujosa... Los contrastes están a la vista. Las veredas del Walk of Fame, donde las celebrities más aclamadas ostentan su estrella, huelen a comida frita. En esas cuadras se erige el Chinese Theater, en el que fijaron sus huellas emblemáticas personalidades como Marilyn Monroe, y el Dolby Theater (ex Kodak), donde se entregan los Oscars.
El aire se vuelve puro colina arriba, hacia Hollywood Hills. En el trayecto, el célebre cartel de la homónima ciudad asoma intermitentemente entre los árboles. Hay que subir por la calle North Beachwood Dr., continuar por Ledgewood Dr., doblar a la derecha en Mulholland, estacionar el auto y caminar una hora y media para obtener la mejor (y más secreta) postal: una vista panorámica, desde detrás del cartel, que revela lagos, montañas, el Pacífico y, aislado en la inmensidad, el puñado de edificios cubiertos con una fina capa de smog que conforman el centro de Los Ángeles. El regreso es por Sunset Strip: llegando a los barrios de West Hollywood y Beverly Hills, todo se vuelve lujo. Vale la pena desviarse en Rodeo Drive, espejo de la Quinta Avenida neoyorquina, y adentrarse en Bel Air para descubrir las mansiones de los famosos.
Brújula al sur
Mañana gris en Los Ángeles. Never rains in Southern California, se burla el hit de Albert Hammond, que suena en la radio. Hacia ese punto cardinal, la Ruta 1 atraviesa un abanico de ciudades (Long Beach, Huntington Beach, Newport Beach) en las que vale la pena detenerse a admirar, desde el auto, cómo los veleros se mecen en sus puertos. También, parar a degustar un clásico fish n’ chips o un plato de vieiras en el muelle. Es casi una hora y media de manejo hasta Laguna Beach, en Orange County (OC). Elegantes, sus calles céntricas bordean la costa y albergan galerías de arte, restaurantes de cocina francesa e italiana (en general, con vista al mar) y finas chocolaterías. La vidriera multicolor de The Candy Baron atrae al transeúnte con barriles rebosantes de caramelos, gummies, chupetines y taffy. El aroma a marshmallow que gana la calle cada vez que alguien entra o sale de la tienda invita a declararle la guerra a cualquier dieta.
Mañana gris en Los Ángeles. Never rains in Southern California, se burla el hit de Albert Hammond, que suena en la radio. Hacia ese punto cardinal, la Ruta 1 atraviesa un abanico de ciudades (Long Beach, Huntington Beach, Newport Beach) en las que vale la pena detenerse a admirar, desde el auto, cómo los veleros se mecen en sus puertos. También, parar a degustar un clásico fish n’ chips o un plato de vieiras en el muelle. Es casi una hora y media de manejo hasta Laguna Beach, en Orange County (OC). Elegantes, sus calles céntricas bordean la costa y albergan galerías de arte, restaurantes de cocina francesa e italiana (en general, con vista al mar) y finas chocolaterías. La vidriera multicolor de The Candy Baron atrae al transeúnte con barriles rebosantes de caramelos, gummies, chupetines y taffy. El aroma a marshmallow que gana la calle cada vez que alguien entra o sale de la tienda invita a declararle la guerra a cualquier dieta.
Lo ideal es descansar una noche en Laguna para, al día siguiente, volver a la ruta. Siempre paralela al Pacífico –aquí, se transforma en Interstate 5–, demora otra hora y media hasta llegar al punto más sur de California, casi en la frontera con México. San Diego es conocida por su zoológico, hogar de más de 3.700 animales. Sorprende, también, por las aguas turquesas de La Jolla y los techos rojiblancos del centenario Hotel del Coronado. En Gaslamp Quarter, casco histórico de la ciudad, las avenidas 3rd, 4th y 5th esconden las propuestas gastronómicas más tentadoras.
Una buena opción es el pub The Hopping Pig (probar las ribs ahumadas con reducción de merlot y la crème brûlée con berries). A pocos minutos de allí, nace el puente que conecta el continente con la Isla Coronado, que alberga el homónimo hotel. También, cuenta con el restaurante Coronado Boathouse, con su glorieta sobre el mar donde desfilan platos con langostas en salsa de manteca, calamares fritos y salmón con glasé de naranja. Antes de emprender el largo camino al norte, un pequeño desvío por las playas de La Jolla y un paseo por las majestuosas residencias que descansan sobre sus colinas.
Acantilados sobre el Pacífico
El mapa se abre en dos. Las opciones son repetir Pacific Coast Highway (PCH), atravesando Orange County, o tomar la Interstate 5, alternativa más rápida para regresar a Los Ángeles. A la altura de Santa Mónica habrá que conectar con PCH, pasar nuevamente por Malibú y, ahora sí, enfilar hacia el norte. Son entre 6 y 7 horas al volante hasta Santa Bárbara que, pequeña y amigable, invita a pasear entre las palmeras de State Street, vía principal que desemboca en el muelle. Recuperar energías en uno de sus bed & breakfast es una pausa inexorable antes de retomar la ruta.
El día empieza temprano. El trayecto a Monterey (cerca de 7 horas) es, quizás, el más memorable del recorrido. Conviene hacerlo con luz natural para disfrutar al máximo de sus vistas escénicas. Un breve desvío por la 101 deja al descubierto Solvang, un pueblo danés de película. De vuelta en la 1, el camino es llano y huele a eucaliptos. A cada lado nacen granjas familiares, con sus icónicos graneros. Los pueblos (Goleta, Lompoc, Vandenberg Village, Orcutt, Guadalupe, Grover Beach, Pismo Beach) pasan a toda velocidad. Surge, a lo lejos, una roca solitaria, que alguien olvidó anclada en el mar. Welcome to Morro Bay, saluda el cartel. En su zona céntrica, el restaurante Otter Rock Café, con vista al mar, es un buen refugio para almorzar mientras divertidas focas bailan junto al pier. Llegando a San Simeon, el castillo Hearst despunta sobre la derecha. ‘La cuesta encantada’, la llamó su dueño, el magnate de los medios que inspiró el personaje protagónico de Citizen Kane, clásica película de Orson Welles.
La travesía se vuelve salvaje, natural, virgen. Sopla el viento. Tanto, que hace tambalear el auto. Pero el verdadero desafío comienza unos kilómetros después, con los primeros acantilados. Pendientes, curvas y, por supuesto, los filosos paredones en caída libre al Pacífico. Hay varios puntos panorámicos donde detenerse a retratar esa postal y sentir la adrenalina de hacer equilibrio sobre el borde oeste de América.
El arqueado puente de madera Bixby Creek anuncia la llegada a Big Sur, enclave en el que, también, es indispensable frenar para admirar la vista. Se avanza por Carmel hasta llegar, finalmente, a Monterey. Lo recomendable es comer en los centros gastronómicos Fisherman’s Wharf o Cannery Road, dormir en la ciudad –pesquera, ventosa, pintoresca– y esperar al día siguiente para iniciar el 17-Mile Drive. Como su nombre lo indica, se trata de un camino de 17 millas (27 kilómetros) que agrupa las mejores vistas escénicas de la península. Entre canchas de golf, mansiones sobre acantilados y playas blancas, como Pebble Beach, se cruzan ciervos y un sinnúmero de especies avícolas. Naturaleza en estado puro. Restan unas tres horas de manejo hasta San Francisco. ¿Una última parada? El faro Pigeon Point Lighthouse, en medio del grandioso Pacífico.
The city by the bay
Llegar a San Francisco equivale a cruzar la meta de una eterna maratón. Una inmensa satisfacción aflora cuando, del horizonte de edificios, se desprende la estructura triangular que pinta las postales franciscanas: la pirámide Transamérica. Arquitectura victoriana, puentes majestuosos y calles con pendientes pronunciadas le dan forma al mapa urbano. El medio de transporte ideal para conocer sus rincones es la bicicleta. También se puede recorrer en subte, tranvía y los característicos colectivos eléctricos que recorren las calles prendidos de una red de cables, como autos chocadores. En Union Square, corazón del downtown, se dan cita tiendas de moda, bakeries y librerías donde perder la noción del tiempo. A pocos metros de allí, sobre la avenida Grant, el paraíso del regateo: Chinatown, hogar de la comunidad china occidental más grande del mundo. Donde comienza la diagonal Market Street, a metros del Ferry Building, se alza el puerto Embarcadero, con el renovado Bay Bridge como telón de fondo. Al caminarlo se ve la Isla Alcatraz, donde funcionaba la cárcel que enrejó a Al Capone, entre otros gángsters. Se llega a Fisherman’s Wharf, donde un espectáculo de carros ambulantes cocinan platos de cangrejo para disfrutar on the go.
Llegar a San Francisco equivale a cruzar la meta de una eterna maratón. Una inmensa satisfacción aflora cuando, del horizonte de edificios, se desprende la estructura triangular que pinta las postales franciscanas: la pirámide Transamérica. Arquitectura victoriana, puentes majestuosos y calles con pendientes pronunciadas le dan forma al mapa urbano. El medio de transporte ideal para conocer sus rincones es la bicicleta. También se puede recorrer en subte, tranvía y los característicos colectivos eléctricos que recorren las calles prendidos de una red de cables, como autos chocadores. En Union Square, corazón del downtown, se dan cita tiendas de moda, bakeries y librerías donde perder la noción del tiempo. A pocos metros de allí, sobre la avenida Grant, el paraíso del regateo: Chinatown, hogar de la comunidad china occidental más grande del mundo. Donde comienza la diagonal Market Street, a metros del Ferry Building, se alza el puerto Embarcadero, con el renovado Bay Bridge como telón de fondo. Al caminarlo se ve la Isla Alcatraz, donde funcionaba la cárcel que enrejó a Al Capone, entre otros gángsters. Se llega a Fisherman’s Wharf, donde un espectáculo de carros ambulantes cocinan platos de cangrejo para disfrutar on the go.
Cuando el sol vuelve a asomar, la agenda pide visitar Pacific Heights, barrio residencial cuyas calles empinadas revelan una magnífica vista de la bahía. En el parque Alamo Square se encuentra el célebre retrato de idénticas casas victorianas, con la ciudad de fondo. The Castro, el barrio gay desde donde Harvey Milk lanzó su campaña política y ganó un asiento en la legislatura de San Francisco, es otro point de arquitectura victoriana. Pero el panorama más espectacular se encuentra entre los hierros naranjas del puente Golden Gate. Una vez cruzado, el camino desemboca en Sausalito, pueblo costero prolijo y paquetón. Para concluir la velada, una cena en The Spinnaker, a la vera del puerto. Es el punto final del road trip. Desmantelados quedaron los recónditos secretos de la tierra californiana. Violenta, en sus afilados confines; pacífica, bajo el abrigo de sus pueblos. Un kilometraje acumulado que permanecerá por siempre en la memoria.
Hits ruteros
We’re out there having fun, in the warm California Sun, canta Joey Ramone, líder de The Ramones, en su versión del tema California Sun, escrito originalmente por The Rivieras. La melodía resuena en una cafetería de Hermosa Beach. El dueño acaba de descolgar el cartel que advertía: Gone surfin’. Es la filosofía que acuñan los locales en los pueblos de la franja costera entre San Diego y Los Ángeles. Esa que transmiten hits de The Beach Boys, como California girls, Wouldn’t it be nice y Surfin’ USA. Camino al norte, las vertiginosas curvas de la Ruta 1 hacer chirriar las cubiertas. Emulan el quejido del riff de Jimmy Page en In my time of dying (Led Zeppelin). El trayecto asciende, al compás del teclado de Ray Manzarek en Roadhouse blues (The Doors) y atraviesa una nube espesa cuando suena otro tema de Zeppelin, Misty mountain hop. Hasta San Francisco, Ripple, Sugar magnolia y Friend of the devil (Grateful Dead) acompañan la travesía.
APPS del viajero
Hotwire Hotels: Una práctica manera de reservar alojamiento. Luego de elegir el destino y la fecha de llegada (no hace falta hacerlo con demasiada anticipación, uno o dos días antes son suficientes), rankea los mejores precios de los hoteles de la zona. Se puede obtener un lujoso resort cuatro estrellas por u$s 60 la noche.
Hits ruteros
We’re out there having fun, in the warm California Sun, canta Joey Ramone, líder de The Ramones, en su versión del tema California Sun, escrito originalmente por The Rivieras. La melodía resuena en una cafetería de Hermosa Beach. El dueño acaba de descolgar el cartel que advertía: Gone surfin’. Es la filosofía que acuñan los locales en los pueblos de la franja costera entre San Diego y Los Ángeles. Esa que transmiten hits de The Beach Boys, como California girls, Wouldn’t it be nice y Surfin’ USA. Camino al norte, las vertiginosas curvas de la Ruta 1 hacer chirriar las cubiertas. Emulan el quejido del riff de Jimmy Page en In my time of dying (Led Zeppelin). El trayecto asciende, al compás del teclado de Ray Manzarek en Roadhouse blues (The Doors) y atraviesa una nube espesa cuando suena otro tema de Zeppelin, Misty mountain hop. Hasta San Francisco, Ripple, Sugar magnolia y Friend of the devil (Grateful Dead) acompañan la travesía.
APPS del viajero
Hotwire Hotels: Una práctica manera de reservar alojamiento. Luego de elegir el destino y la fecha de llegada (no hace falta hacerlo con demasiada anticipación, uno o dos días antes son suficientes), rankea los mejores precios de los hoteles de la zona. Se puede obtener un lujoso resort cuatro estrellas por u$s 60 la noche.
Songkick: A partir de la música que uno lleva en su smartphone, tablet, laptop, mp3 y demás dispositivos móviles, escanea qué artistas y bandas de la librería musical están de gira en la zona.
Foursquare: Una forma rápida de localizar restaurantes, cafeterías, shoppings y demás centros gastronómicos o de entretenimiento en el área.
Foursquare: Una forma rápida de localizar restaurantes, cafeterías, shoppings y demás centros gastronómicos o de entretenimiento en el área.
Evernote: Funciona, principalmente, como anotador. Pero puede utilizarse para sacar fotos, escribirles un epígrafe y guardarlas como bocetos para, luego, armar un álbum visual del recorrido.
WordReference: Si cuesta descifrar algunas palabras en inglés (sobre todo, los nombres de las delicias en los menús costeros), la app del diccionario traduce los términos de la lengua anglosajona al español, y viceversa.
Budget
Alquiler de auto: Desde u$s 500 por semana (incluye seguro).
Nafta regular: u$s 30 para llenar el tanque de un auto con motor pequeño.
Hospedaje en cuatro estrellas en Orange County (vía Hotwire): Desde u$s 60 por noche (incluye
Budget
Alquiler de auto: Desde u$s 500 por semana (incluye seguro).
Nafta regular: u$s 30 para llenar el tanque de un auto con motor pequeño.
Hospedaje en cuatro estrellas en Orange County (vía Hotwire): Desde u$s 60 por noche (incluye
wi-fi y estacionamiento).
Camila Fronzo
Fotos: Revista Apertura