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viernes, 27 de marzo de 2009

Río Negro- Argentina: Travesías por el Alto Valle

En pleno valle del río Negro –el curso de agua más caudaloso de la Patagonia– se realizan flotadas y travesías en kayak para contemplar este hermoso oasis frutal y su gran riqueza ornitológica.

El Alto Valle del Río Negro es una importante zona de producción frutihortícola que abastece, desde hace más de 50 años, tanto al mercado interno como al internacional. Se extiende entre las ciudades de Chichinales y Cipolletti y está plagado de chacras escondidas detrás de interminables filas de álamos que resguardan las más ricas peras, manzanas y duraznos. Aquí el paisaje es el resultado de la combinación entre la naturaleza y el trabajo del hombre a través de cultivos y canales de riego. Y no es casual que una de las actividades más difundidas sea el agroturismo, es decir, paseos y excursiones en las que se visitan chacras y viñedos especializados en “vinos de zonas frías” como la clásica Bodega Canale. También está la posibilidad de vivir el valle desde el río mismo haciendo travesías en kayak o gomones con avistaje de aves incluido. Esta experiencia permite apreciar el gran contraste entre la zona cultivada con frutales y la árida meseta patagónica y su flora característica.


De negro no tiene nada
Su nombre, “Río Negro”, es la traducción literal de “Curru Leuvu”, término utilizado por los habitantes originarios de la zona a pesar de que sus aguas no son de ese color sino más bien verdosas. Este río es uno de los cursos de agua más importantes de la Patagonia y da nombre a la provincia que lo alberga desde su nacimiento hasta su desembocadura. Nace en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay y atraviesa 750 km sin recibir un solo afluente pero posee gran cantidad de meandros e islas fluviales. La más grande e importante es la de Choele Choel, en el Valle Medio. Finalmente desemboca en el océano Atlántico, 30 kilómetros al sur de Viedma, capital de la provincia. A lo largo de su extenso recorrido fluye entre las bardas (terrazas) que forma la meseta patagónica en medio de un ancho y fértil valle densamente poblado.

Algunos documentos históricos dicen que los españoles vieron tantos sauces en sus costas que lo bautizaron río de los Sauces. Además se impresionaron tanto al ver su barra que retrocedieron hacia un puerto más al sur y concluyeron que era imposible entrar por allí. Sin embargo, el piloto de la Armada Real, Basilio Villarino demostró lo contrario en 1782 y 1783. Una vez pasada la peligrosa desembocadura remontó sus aguas y llegó hasta una zona un poco más arriba de la confluencia del río Limay con el Collón Curá. Medio siglo después, en 1833, una goleta al mando de Nicolás Descalzi remontó el prácticamente desconocido río e hizo un bosquejo hasta la zona de la isla de Choele Choel. Pasó el tiempo y la idea de proseguir las exploraciones del gran río quedó en el olvido hasta que, a partir de 1869, el gobierno solicitó sucesivos reconocimientos. Quince años más tarde, el comandante Erasmo Obligado determinó con aproximada exactitud las condiciones de navegabilidad del río y dio por finalizado el período de exploraciones.


Aguas caudalosas
Con un caudal que oscila entre los 800 y los 1300 m3 por segundo el río Negro es el curso de agua más caudaloso de la Patagonia y uno de los cinco más caudalosos del país. Sin embargo, sus aguas suelen estar tranquilas y son ideales para la práctica de actividades náuticas a vela, motor o remo. Los lugareños suelen disfrutar este remanso en medio de la meseta concurriendo a los diferentes balnearios municipales y los clubes deportivos que se encuentran a la vera del río. Entre tanto, los amantes de la pesca pueden hacer salidas para tentar truchas arco iris, percas y pejerreyes patagónicos.

Los tipos de aves que se pueden observar a lo largo de una flotada en gomón cambian según las condiciones del lugar que, a su vez, varían según qué parte del río sea. En las márgenes, donde el suelo es arenoso y limoso, la vegetación suele estar representada por sauces y olivillos. Estos bosques en galería son el refugio ideal para aves como la paloma torcaza, el carpintero bataraz chico, el carpintero real, cotorras, la garza bruja y el zorzal patagónico. En cambio, en aquellas zonas donde el agua permanece gran parte del año y satura el suelo se generan ambientes pantanosos donde se desarrollan juncales y espartillares o pajonales. Aquí suelen habitar especies como las junqueras, las gallinetas, las pollonas, los varilleros y las gallaretas. Y donde la superficie tiende a ser rocosa la estepa arbustiva o monte domina el paisaje con especies totalmente adaptadas a las condiciones extremas del desierto como el halconcito colorado, el jote cabeza negra y el jote cabeza colorada.


Crónica de una flotada
Nos embarcamos en un sector cercano a Cipolletti para realizar una flotada en gomón hasta Villa Regina, a través de un ecosistema húmedo que alberga gran cantidad de aves. En la época que hicimos la excursión el río estaba mucho más bajo de lo habitual ya que los embalses estaban reteniendo agua. Sin embargo, según explicó el biólogo que nos acompañaba, por esa misma razón pudimos ver un mayor número de aves como macaes, cisnes coscoroba, entre otros. En cambio, en condiciones normales algunos sectores suelen ser muy profundos, con anchos brazos y gran cantidad de islas.

Nos pusimos los salvavidas, cada uno ocupó su lugar y la balsa se dejó llevar por la suave corriente. Enseguida comprobamos el singular marco natural en el que estábamos insertos: a un lado se veía la árida y seca margen de la meseta y al otro la costa verde de sauces. Desde que partimos por la mañana hasta que llegamos a la zona de pernocte no hubo un solo momento en el que no viéramos aves. Las primeras en asomarse fueron las elegantes garzas blancas. Estas aves, junto con otras zancudas (como la garcita blanca chica, la garza mora, flamencos, teros, teros reales y chorlos) suelen elegir aquellos sitios en que el río fluye por brazos más pequeños donde la velocidad y la profundidad es menor y de ese modo se desplazan caminando por el fondo del agua.

Mientras tanto, un inquieto grupo de gallaretas “carreteaba” sobre la superficie del agua como si fueran aviones a punto de despegar. A medida que avanzábamos fueron surgiendo cuervillos de cañada, jilgueros, benteveos, chimangos, teros y jotes que nos miraban desde la costa. Almorzamos en Allen, bajo la sombra protectora de unos sauces y antes de partir visitamos un avistadero cercano. Parecía increíble ver tal concentración de pájaros en tan pequeña laguna. Había cisnes de cuello negro, flamencos, biguaes, patos (picazo, colorado, overo, barcino, maicero, zambullidor chico, entre otros) y loros barranqueros. El plato fuerte fue, sin dudas, el atardecer. Poco a poco se fueron formando grandes y esponjosas nubes teñidas por una suave luz rosada. Entre tanto, las aves se habían transformado en siluetas estilizadas que volaban de un lado a otro mientras un Martín Pescador se zambullía y hacía su última pesca del día.


Datos útiles
Cómo llegar
Por la ruta provincial Nº 6, desde la provincia de La Pampa hasta la ciudad de General Roca.

Recomendaciones:
Se aconseja llevar repelente de insectos, calzado cómodo (y que se pueda mojar), muda de ropa, toalla, antialérgico y prismáticos.

Flotadas
La excursión en el día dura tres horas y media. La flotada con pernocte incluye traslado hasta el lugar de partida, 3 comidas, apoyo logístico por tierra, bolsa de dormir y binoculares. El biólogo se paga a parte. Grupo mínimo: 4 personas.

Empresas:
*Sendas Patagónicas
Mínimo 4 personas (máximo 6 por bote)
(0299) 4775909 (0299) 15 6324315
srivanera@sendaspatagonicas.com

*Marcelo Yoan
(02941) 450480
(02941) 15601108
myoan@infovia.com.ar

*Kayak:
LK Travesías
(02941) 15 665289
lktravesías@yahoo.com.ar

*Flotadas y salidas de Pesca
Nontue Patagonia.
(02941) 462599 i
nfo@nontuepatagonia.com.ar
www.nontuepatagonia.com.ar

*Complejo recreativo Playaventura
www.playaventura.com

Informes:
Cipolletti:
(0299) 4776833
turismoagenciacentro@yahoo.com.ar

General Roca:
(02941) 423195
turismo@generalroca.gov.ar
turismorn@yahoo.com

Mariana Lafont
Pagina 12 - Turismo
Fotos:Web

viernes, 20 de marzo de 2009

Parque Tayrona, Colombia: Caribe para todos


Chozas de lujo, hamacas, ruinas indígenas y selva. El Parque Tayrona promete variedad pero a, fin de cuentas, lo que importan son sus incomparables playas. Postales convertidas en realidad que –con justa razón– siempre son mencionadas entre las mejores del mundo.Había una vez playas de arenas blancas y aguas transparentes donde sólo llegaban hippies. Toda la infraestructura se reducía a un boliche –donde vendían cerveza Águila, cigarros Marlboro y tallarines– y, para alojar, había un par de camas, algunas carpas y decenas de hamacas donde mochileros dormían bajo palmeras que se mecían suavemente por la brisa. Era el Parque Tayrona.

Ocho años después de la última nota de esta revista hecha "desde Tayrona" (Pura paz, por Juan Pablo Meneses, del 4 de febrero de 2001), la realidad es otra, comenzando por lo difícil que resulta escribir el comienzo de esta crónica con el ícono de Messenger parpadeando sin cesar gracias al wi-fi que cubre Cañaveral, el área turística más sofisticada del parque.

En el extremo norte de Tayrona, Cañaveral es locación de los ecohabs o "chozas al estilo indígena", como prefieren catalogar los folletos promocionales. Un vistazo rápido a los ecohabs anota jabones y cremas L'Occitane en los baños y, en los dormitorios, pantallas de plasma con televisión satelital, bases con parlantes para el iPod y, bajo el velador, aparatos que no paran de emitir un sonido tch-tch-tch-tch-tch, que impide que monos, murciélagos y serpientes entren a las flamantes chozas. Porque, es verdad, la sofisticación llegó a Tayrona, pero eso le dio lo mismo a los animales salvajes, que no se han ido.

El segundo día en Cañaveral, donde está la entrada más transitada al parque, empieza a las ocho de la mañana con el objetivo de conocer Pueblito, "la aldea indígena ancestral de los tayronas", según el guía Jorge Moreno.


Flaco como palote, de unos 25 años, Moreno balbucea unas palabras en inglés y hace gestos de pantomima para darse a entender a los cuatro holandeses que completan la expedición: "Son dos horas de caballo hasta Cabo San Juan, más otras dos de trekking, en subida, para llegar hasta Pueblito", dice.

El primer tramo de excursión es bajo un techo de árboles y sobre un barrial que –cuando los pies se mojan, a los cinco minutos de caminata– hace arrepentirse de no haber pagado 10 dólares por un caballo.

El sendero decepciona si ver monos –como prometen las guías de viaje– es la idea principal. Tampoco hay aves y, para colmo, la banda sonora es el canto destemplado de Moreno, el guía, quien estropea la gracia de pasear en un bosque tropical.

Después de 45 minutos de lodo el sendero se termina y Moreno deja de cantar, pues hay personas que aún duermen en las cabañas y carpas que se multiplican en el lugar. Se trata de Arrecifes, un área enmarcada por palmeras en la que es común oír "cachai" y "poh", y donde el promedio de edad de los turistas no supera los 25 años.


Más allá de Arrecifes el panorama se vuelve sugerente: continúa bajo cocotales y atraviesa manglares que sólo son interrumpidos por playas de aguas que parecen coloreadas por Photoshop. El mundo se convierte en postal, dando toda la razón a los lectores de esta revista que en diciembre pasado dejaron a Tayrona en el segundo lugar del ranking de las mejores playas del mundo (después de Playa del Carmen) y al diario inglés The Guardian, que también cedió a las playas de este parque el segundo puesto entre las mejores del planeta (tras las Islas Cíes, de España).

Está de más decir que las ganas de lanzarse al agua son irresistibles, pero el guía cantor dice que aún queda mucho camino hasta Pueblito. El sendero por puentes y roqueríos bordea el mar hasta Cabo San Juan.

Son las 10:30 de la mañana y todavía son muchos los que duermen sobre las hamacas de Cabo, que cuelgan a 20 centímetros de un suelo de tierra alfombrado de botellas de ron, latas de cerveza y envases de papas fritas. Más allá, los madrugadores desayunan en compañía de varias moscas y entonces toman sentido las palabras de quien antes de venir a Tayrona te dijo: "No se te ocurra comer fuera de Cañaveral o Arrecifes".

Creado en 1964, el Parque Nacional Natural Tayrona fue hasta fines de los 70 la chacra que abasteció de marihuana a Estados Unidos. El mito cuenta que casi toda la marihuana de Woodstock salió de aquí y que los gringos que llegaron se fumaron medio parque.

Al guía no le gusta ahondar en el tema y, en los descansos rumbo a Pueblito, prefiere hablar de la cultura tayrona: que la palabra significa "hombres de la tierra", que los indígenas son excelentes orfebres, que sus ciudades las construyeron en terrazas, que mantienen hasta hoy su estilo de vida en Pueblito.


Mentira
En Pueblito no hay nada más que las construcciones de piedra y un par de niños y una mujer disfrazados de indígenas, que hablan por celulares con ringtones de canciones de moda, siempre listos para fotografiarse con los gringos. Los holandeses tampoco se tragan el cuento y quieren partir cuanto antes a la playa.

En el camino hacia la playa Jorge Moreno conduce al grupo a un lugar donde unas rocas gigantes forman una gruta: "Es un lugar sagrado. Aquí los tayronas tomaban sus decisiones más importantes", dice.

Uno de los holandeses lo mira con cara de para-de-mentir y bromea: "¿Qué tipo de decisiones tomaban: si en la cena iban a comer espagueti boloñesa o pizza margarita?". Jorge Moreno, el guía, no cantará más.

El camino de regreso es en bajada, cuestión que se agradece, aunque por la noche las rodillas recordarán el esfuerzo de un trekking no recomendable para niños ni personas que nunca hacen ejercicio.


Eso sí, justo es la playa nudista del parque y, como nadie se anima, hay que caminar otros diez minutos para testear el agua: prístina, de temperatura justa, oleaje suave, con cientos de peces de colores (ideal para el esnórquel), piso de arena regular y firme.

"La piscina" es lejos la playa más espectacular de Tayrona y, también, una de las más seguras, porque, cuidado, hay otras más abiertas donde el mar es bravo y que, de manera frecuente, figuran en las páginas policiales de los diarios de Santa Marta.

Atardece temprano en esta región de Colombia y a las cinco de la tarde es hora de sacudirse la arena y partir. La marea está alta y no queda más que meter los pies al agua para llegar hasta Arrecifes, la zona de alojamiento próxima a Cañaveral favorita entre los argentinos y chilenos de presupuesto medio que visitan el parque.

El precio de comer sin riesgos de indigestarse es alto en Tayrona: 8.000 pesos por unos tallarines (pasados en cocción) con salsa de tomates (insípida), que no deben tener un costo superior a 300 pesos chilenos. Lo bueno es que el ambiente es relajado, con gente joven y tranquila que conversa y lee tomando Águila.

Otro aspecto positivo de Arrecifes son su cabañas, baratas y cómodas (40 mil pesos la noche hasta para cinco personas), con un ventilador perfecto para secar las zapatillas y la ropa, y una terraza techada ideal para observar la tormenta que arrasa con las carpas.

El tronar del agua contra el suelo continúa monótono y sólo es interrumpido por una estampida de burros cerca de la medianoche. Por la mañana queda la mitad de las carpas en pie, y sigue lloviendo igual de duro. Por eso, la ropa que tanto costó secar se empapa en un solo segundo.

"No es la mejor época del año. Si no quiere lluvia, tiene que venir en junio y julio", dice el conserje en la despedida de Arrecifes.

Sientes que la mochila pesa el doble, y maldices tu suerte y a las nubes por haberte privado de una linda mañana de playa. Los aullidos de los monos y el canto de los pájaros componen la banda sonora. Entonces, embarrado hasta las rodillas, te das cuenta de que estás solo en medio de la selva, que es una sensación extraña, pero liberadora, y que así recordarás a Tayrona para el resto de tu vida.

Rodrigo Cea, desde el Parque Tayrona, Colombia
Revista del Domingo - Diario El Mercurio - Chile
Fotos: Web

domingo, 8 de marzo de 2009

Las islas de Chiloé: El archipiélago de las leyendas

Puerto de Achao

Las islas de Chiloé y sus bellísimos paisajes. Un territorio de singular identidad, con fantásticas historias y el intenso sabor de su cocina.

Esta extensa y desolada playa en la que rompen, furiosas, las olas del Pacífico sur, parece el sitio ideal para que aparezca el Caleuche, al que, aun sin atrevernos a decirlo expresamente, ansiamos ver. Pero no, parece que hoy tampoco se deja ver. Está sí esa densa bruma que confunde los contornos del mar y el cielo, están el silbido del viento, las constantes nubes que dejan ver el sol entre chaparrón y chaparrón y la silueta de los acantilados con los que la Cordillera de la Costa se zambulle en el mar. Y están los gaviotines, que los habitantes originales llamaban chelles y que, por su paso al castellano (chillwe quiere decir "lugar de chelles" en idioma mapudungun o mapuche) terminó dando nombre a esta tierra tan extraña como fascinante: Chiloé, en el extremo sur de Chile.

Tierra de brujos, leyendas y pescadores, de campesinos y corsarios, Chiloé es un hechizo de praderas verdes, fiordos y canales; un raro paisaje que remite a las colinas de Irlanda o de las highlands escocesas, al sur del Pacífico.

Para ser exactos, hay que decir que Chiloé no es una isla sino un archipiélago que, además de la Isla Grande, comprende un gran número de otras islas e islotes de menor tamaño, que hospedan en total unos 160 mil habitantes. Y albergan, sobre todo, una particular historia, una cultura muy propia -por la mezcla de tradiciones indígenas e hispánicas, por el medio ambiente insular, por el aislamiento en que vivió la zona por mucho tiempo- y una cantidad de leyendas y mitos que asombran por su originalidad y su inventiva.

Como la del Caleuche, ese barco fantasma que, dicen todos aquí, recorre permanentemente los fiordos y canales. Tiene aspecto de velero antiguo, es de color blanco, su cubierta principal está llena de luces, y en él se oye siempre música de fiesta. Para pasar desapercibido, puede transformarse en tronco de árbol, roca o animal marino, o navegar bajo el agua. Según la versión del mito, su tripulación está formada por los brujos de Chiloé, por los muertos en el mar, por esclavos o por quienes pactaron con los brujos para obtener riquezas.

Isla Grande de Chiloé

En la Isla Grande
Es raro ver una ruta que siga derecho hasta hundirse -literalmente- en el mar. Pero es lo que pasa con la ruta 5 chilena, que nace bien al norte -límite con Perú- y recorre el país a modo de columna vertebral. Pero en el puerto de Pargua, frente a la Isla Grande de Chiloé, la lengua de asfalto se sumerge en el canal de Chacao. Allí atracan los ferries que cruzan este célebre canal -en otros tiempos temible para los navegantes, y escenario de más de un naufragio legendario-, para depositar, 35 minutos más tarde, autos, motos, colectivos, camiones y peatones en la otra orilla, donde la ruta 5 emerge de las aguas para seguir viaje hacia el sur.

Llegar a Chiloé al anochecer puede no ser recomendable si no se conoce la ruta -el tránsito de buses y camiones es intenso-, aunque puede ser una ventaja si se tiene la suerte, por ejemplo, de ver aparecer la luna tras la Cordillera de los Andes, reflejada mágicamente en las aguas. O llegar a última hora a una cabaña encaramada en la cima de una colina de las afueras de Castro, para contemplar las lucecitas tintineantes en el fiordo y sorprenderse con el paisaje de las primeras luces de la mañana: praderas verdes que se hunden en un mar azul surcado por coloridos barcos de pescadores, casas de madera como de cuento y esbeltas torres de iglesias -de madera, como todas las iglesias de la isla-. Aquí afortunadamente la modernidad parece haber llegado -asfalto, autos cero km, señal de celular en todos los rincones, bancos, servicios- suavemente, como con respeto, sin destruir lo que en tantos años logró conservarse.

Castro y los palafitos
La mayoría de los pueblos y ciudades del archipiélago se concentran en la Isla Grande, como Castro, que con cerca de 40 mil habitantes, es la capital de la provincia de Chiloé desde que, en 1982, le arrebató ese título a Ancud. Fundada en 1567 en la zona central de la isla, Castro es la tercera ciudad más antigua de Chile con existencia continuada, y su historia mezcla huilliches y chonos -habitantes originarios de la zona- con conquistadores españoles, jesuitas, franciscanos y piratas: en el año 1600, la población fue ocupada durante dos meses por el corsario holandés Baltazar de Cordes, para ser luego nuevamente arrasada por otro holandés: Hendrick Brouwer.

En Chiloé, además, se construyó la goleta Ancud, primer buque de guerra fabricado en Chile, que desde el archipiélgo partió para tomar posesión, en 1843, del Estrecho de Magallanes, a nombre de la naciente república. La tripulación, compuesta fundamentalmente por chilotes, fundó el Fuerte Bulnes, actual Punta Arenas.

Hoy, las callejuelas en subibaja de Castro concentran comercios y servicios, entre las clásicas construcciones en madera tapizadas con vistosas tejuelas de alerce, dotadas de balcones y miradores y pintadas de colores. El centro neurálgico es la plaza central, frente a la Iglesia de San Francisco -Patrimonio de la Humanidad-, cuyo templo primitivo fue destruido por un incendio en 1902 y reconstruido en 1912. Para protegerla, el exterior fue cubierto con chapas, pero su interior se conserva totalmente de madera -incluidos el vía crucis y los ornamentos-, y es deslumbrante. Sus torres se elevan a 42 metros de altura, y se ven desde varios km a la redonda.

Un encantador paseo es el que desanda la avenida Pedro Montt, a dos cuadras de la plaza pero varios metros más abajo, a orillas del mar. El paseo visita el puerto, la feria artesanal y los palafitos, singulares construcciones de madera sobre pilotes enterrados en el fondo del mar, que surgieron para aprovechar mejor la ribera durante la expansión comercial del siglo XIX, y de los que hoy sólo quedan algunos ejemplos en Castro y en Mechuque, una de las islas Chauques. Una bellísima postal de los palafitos, y del centro de Castro encaramado en la cima de la colina, se consigue desde la península de Ten-Ten, un par de km al norte.

Pero hay que ir atento, porque si a la vera del camino se aparece un hombre pequeño y deforme cuyas piernas terminan en muñones, porta un hacha de piedra o bastón de madera y luce un gorro cónico, es el Trauco. Este personaje mitológico, se dice, habita en los bosques cercanos a las casas y se dedica a enamorar a las mujeres, aunque no es tan atento con los hombres: con su aliento, puede dejarles la boca torcida o condenarlos a muerte.

El mercado de artesanías Lillo se luce con trabajos en madera, vistosos tejidos en lana y cestos y canastas hechos con fibras vegetales. Además, en el mercado del puerto se encuentra una gran variedad de mariscos, y los varios restaurantes de Castro son una buena opción para adentrarse en la rica gastronomía chilota, que utiliza la papa en casi todas sus versiones y se basa en mariscos, pescados y carnes de vacas, cerdos y corderos que se crían en el campo.

Durante el verano, y los domingos durante el resto del año, varios sitios ofrecen curanto en hoyo, el plato más típico de Chiloé. Se prepara en un hoyo en la tierra donde se colocan piedras calientes y, encima, donde se colocan piedras calientes y, encima, capas de pescados, mariscos, carnes, embutidos, vegetales y legumbres, cada capa separada por hojas de una planta típica llamada pangue o nalca o, en su defecto, de parra o repollo. Un espectáculo no sólo por su sabor, sino también por su larga y compleja preparación.

Mapa Isla de Chiloé
La ciudad de los tres pisos
La ruta 5 serpentea hacia el sur por lo alto de la meseta, y 15 km al sur de Castro, un desvío baja hasta Chonchi, un puerto conocido como "la ciudad de los tres pisos" por sus fuertes desniveles, con la llamativa iglesia celeste y amarilla de San Carlos de Borromeo, que hace equilibrio en la pendiente.

Cerca de Chonchi parte la ruta -asfaltada hace poco- que se interna 40 km hacia el oeste, hasta el Parque Nacional Chiloé, a orillas del Pacífico abierto. Desde el puesto de guardaparques parten senderos que se internan en el bosque valdiviano, una densa vegetación formada por árboles siempreverdes, arbustos y plantas trepadoras, donde habitan el pudú, uno de los ciervos más pequeños del mundo, y el zorro chilote o de Darwin, en peligro de extinción. Aquí está la extensa y desolada descripta playa en el comienzo de esta nota, que remite al fin del mundo.

Sólo 19 km al norte de Castro está Dalcahue, un encantador pueblo estirado sobre la costa, que deslumbra con la Iglesia de Nuestra Señora de Los Dolores y su portal de 9 arcos, Patrimonio de la Humanidad. Y una feria de más de cien años de tradición, donde los artesanos de las islas exhiben una gran variedad de tejidos de lana y artesanías en madera tallada.

El transbordador es el medio que todo el mundo utiliza para cruzar a la isla Quinchao -5 minutos de viaje-, con los vistosos poblados de Curaco de Velez -famoso por sus maestros carpinteros, constructores de casas y barcos- y Achao, con Santa María de Loreto, la más antigua de las iglesias chilotas que permanecen en pie, construida alrededor de 1730. En la corta avenida costanera se suceden restaurantes que, dicen, permiten saborear las mejores ostras de todo el archipiélago.

Arquitectura tipica de la Isla

Brujerías
Hace miles de años, Chiloé era tierra firme, dice la leyenda. Hasta que apareció, desde sus dominios marinos, Caicai Vilu, la serpiente del mal, enemiga de la vida terrestre, e inundó el territorio. Entonces Tenten Vilu, la serpiente del bien, diosa de la tierra y la fecundidad, elevó el nivel de la tierra. Producto de esta lucha, que duró muchos años, los valles quedaron sepultados bajo el mar, y los cerros convertidos en bellas islas.

Este origen mitológico parece haber marcado a fuego la historia del lugar. Se dice, por ejemplo, que aún hoy la Fiscalía de Castro recibe de tanto en tanto denuncias por brujerías, una práctica que en Chiloé tiene una larga tradición, que se remonta a la llegada de los españoles, cuando la zona estaba habitada por chonos, cuncos y huilliches, quienes no abandonaron completamente sus ritos pese a adoptar el catolicismo. Muchos de estos mitos, así como los conocimientos sobre el uso de las plantas como medicina o veneno, se mantuvieron en secreto.

Y tanta fue su influencia que, en 1880, el gobernador de Chiloé decidió llevar a juicio a varios acusados de integrar "La Recta Provincia", una sociedad de brujos que regulaba la hechicería en el archipiélago, que contaba con numerosos integrantes y ejercía gran influencia entre los campesinos. Acusados y encarcelados varios de sus miembros, la brujería fue perdiendo poder oficialmente, pero sus mitos perduran hasta hoy en parte de la población.

Al sur del Parque Nacional Chiloé se extienden densos bosques que, para la mente del viajero ávido de leyendas, bien pueden ser el hábitat perfecto para el Trauco, el Invunche, la Fiura, la Voladora o la Viuda, entre muchos otros personajes mitológicos.

Más al sur, la larga ruta 5 encuentra su fin en Quellón, ciudad fundada en 1905 por una compañía que extraía alcohol de la madera de los bosques. Hoy es el principal puerto de la Isla Grande, base de la poderosa industria salmonera y de la extracción de productos de mar. Habría que ver si los tripulantes del Caleuche acuerdan con el fuerte desarrollo industrial que, a partir del famoso salmón del Pacífico, está adquiriendo este mítico archipiélago.

Independencia y cultura propia
La isla de Chiloé, para muchos, poco tiene que ver con el resto de Chile. Sus fiordos, su arquitectura, sus mitos y creencias son absolutamente únicos, lo cual no sorprende, ya que su historia también es diferente. Los movimientos independentistas de comienzos del siglo XIX fueron entusiastamente abrazados por los criollos, hartos del monopolio español y de la rígida administración colonial. Chile formalmente se independizó en 1818, pero Chiloé prefirió seguirle siendo leal al rey de España. Durante seis años, fracasaron tres invasiones a la isla por parte de Lord Cochrane, del capitán Ramón Freire y del general Beauchef, y recién en 1826 Chiloé capituló. Esta resistencia le valió a sus habitantes, los chilotes, cien años de olvido por parte del gobierno central. Esta insularidad y atraso, sin embargo, crearon una identidad propia en la zona, que aún perdura. En efecto, los chilotes conservaron sus mitos, la vieja tradición brujeril y las costumbres de reunirse alrededor de la cocina a leña y recoger mariscos -mariscar- cuando baja la marea. A pesar de que se habla de construir un puente para unir la isla con el continente -proyecto algo quimérico debido a su enorme costo-, el chilote prefiere seguir como está, viviendo su propia cultura y sin las "invasiones" turísticas de la posmodernidad.

Datos útiles
Como Llegar
LAN Chile de Bs. As. a Puerto Montt (vía Santiago), US$ 649.
Bus de P. Montt a Castro (4 hs), aprox. US$ 9 (incluye ferry).
Cruce en ferry de Pargua a Chacao, aprox. US$ 12 por vehículo.

Información
www.chiloe.cl
www.chiloeweb.com
www.proturchiloe.co.cl
www.trayenchiloe.cl

Clarín - Viajes
Fotos: Web

lunes, 2 de marzo de 2009

Nepal: Los secretos del reino sagrado

Plaza Durbar

El esplendor natural de Nepal y la intensa religiosidad de su gente sorprenden en un viaje de Katmandú al Himalaya.

Según la leyenda, este antiguo reino nació de una flor de loto que flotaba, solitaria, en el lago que alguna vez ocupó el valle de Katmandú. Hoy, Nepal hechiza con su cultura milenaria, con el misticismo que se percibe en la vida cotidiana de sus habitantes, con sus valles fértiles y montañas majestuosas que resultan una escalera al cielo de todas las religiones y las creencias orientales.

Ya no quedan rastros de los hippies que hicieron de Nepal un sitio de culto, allá por los alocados años 60, y colocaron a este rincón de Asia dentro del mapa del turismo internacional. Los jóvenes extranjeros que solían apoltronarse en las serpenteantes y angostas callejuelas de Katmandú, la capital de este territorio de armonía y meditación, ahora han sido reemplazados por turistas mucho más convencionales que experimentan una gran fascinación por la belleza y la historia de este país, en el que perviven leyendas como la del Yeti, el abominable hombre de las nieves, y Kumari, la diosa-niña elegida entre las jovencitas de la casta sakya.

Lo que ya no perdura es la enigmática penumbra nocturna que invadía el territorio durante la noche por falta de electricidad, una oscuridad sutil que llamaba la atención de los recién llegados cuando al salir del aeropuerto de Katmandú no se veían las casas ni las calles. En ese primer contacto, el Nepal nocturno emergía misterioso envuelto en brumas que durante el amanecer eran disipadas por los suaves rayos del sol que entibia al reino.


Maravillas de Katmandú
Un lugar imperdible en Katmandú es la plaza Durban. Sus templos de madera tallados crean un ramillete de maravillas poblado por seres de formas impensadas que atrapan la mirada de los viajeros occidentales. Entre ellos se destacan el Taleju, construido en 1549; el Hanuman Dhoka, antiguo palacio real; el Kashtha Mandap, realizado con la madera de un solo árbol; el Ashok Binayak, construido en honor al dios-elefante y el Jagannath, famoso por sus tallas de motivos eróticos. En los alrededores de la plaza hay decenas de tiendas de artesanías y muy aceptables restaurantes populares en los que probar algunas de las delicias que componen la gastronomía nepalesa, que se parece mucho a la india. La base de casi cualquier comida es el arroz, que se combina con diferentes clases de currys y vegetales saltados, además de rarezas como la carne de yak.

El hechizo que produce Nepal comienza, sin dudas, dando vueltas al azar por las callejuelas zigzagueantes de la capital y por las áreas en que que están las famosas stupas (templetes para reliquias de forma semiesférica, cuya cúpula tiene mástiles que sostienen parasoles) como la de Swayambu, decorada con ojos gigantes que evocan la mirada de Buda. A diario, los creyentes de la ciudad -que son muchísimos- se reúnen frente a los espacios de las divinidades para esperar que aparezcan sus amadas deidades y los bendigan, entretanto cantan extasiados frente a las imágenes del panteón hinduista: Krishna, Shiva, Vishnu o Ganesha.

Aunque la religión y el misticismo constituyen los elementos más sorprendentes de una visita a Nepal, las opciones van mucho más allá de los templos y los ritos populares. Gracias a su enorme belleza natural, el territorio nepalés es ideal para realizar excursiones de trekking y paseos en bicicleta por la selva o escalar alguna de las montañas que integran las cadenas del Himalaya.

Parque Chitwan

De la selva a las montañas
Nepal conserva la belleza de las construcciones antiguas y la magia de los mercados donde vendedores y paseantes marchan de un lado a otro intercambiando desde flores de alta montaña hasta chales hilados tan finamente que pasan por un la circunferencia de un anillo. Tanto la capital del reino como las otras pequeñas urbes, cuentan en la actualidad con hoteles cinco estrellas, muchos de ellos ocupados por escaladores que van a desafiar las nieves eternas y los pasos de montañas, o a recorrer con mochilas al hombro los valles y los pequeños pueblos del interior.

Más allá de Katmandú están los sembradíos y selvas vírgenes como las del Parque Chitwan, en el Terai. Esa región, plagada de bosques de bambú y arrozales, resguarda rinocerontes de un cuerno, distintas clases de cocodrilos y tigres de Bengala. Además, tiene paisajes maravillosos conformados por ríos serpenteantes, parcelas cultivadas y la majestuosa silueta de picos como el Everest y el Annapurna, que pueden ser observados desde el aires gracias a un vuelo de una hora realizados en pequeños aviones.

Reserva Natural de Sagarmartha

El valle de Pokhara
Por su parte, la Reserva Natural de Sagarmartha (declarada patrimonio mundial por la Unesco) es la puerta de ingreso a Tibet, Bhutan y Sikim, y a sitios religiosos donde es posible hacer retiros espirituales. Allí se pueden presenciar ceremonias inolvidables en santuarios donde hileras de monjes, acompañados por niños aspirantes a religiosos, permanecen en posición de loto repitiendo una plegaria matizada con el tañido agudo de una campana o un gong que rompe el monocorde sonido de la oración o del mantram.

Finalmente -y asumiendo que la idea de finitud en Nepal tiene un valor absolutamente relativo-, existe otro verdadero imperdible: se trata del valle de Pokhara. Se sugiere visitarlo.

Desde allí parten las excursiones hacia el macizo de Annapurna, y también hacia la ciudad de Namche Bazar, conocida como la capital de los sherpas, y a Kirtipur, una pequeña y encantadora urbe famosa por la milenaria tradición de los telares y su Universidad Tribhuvan.

Territorio enigmático, techo del mundo, el turista encontrará en Nepal no solamente una cultura exótica y paisajes arrebatadores, sino una forma diferente de vivir la vida.

En el reino de Shangri-la, las sonrisas son suaves y habituales. Y para visitarlo es fundamental saber usar la palabra namasté, cuyo significado es "bienvenido", "adiós" y "gracias", una palabra hermosa que se dice con las palmas unidas en el centro del pecho e inclinando la cabeza como en una reverencia.

Valle de Pokhara

Datos útiles
Lo curioso
Decenas de miles de animales se sacrifican durante la fiesta religiosa de Dasain, que tiene lugar durante octubre.

Visado
Los ciudadanos extranjeros, a excepción de los de la India, requieren de visa (la misma puede ser tramitada en la India o bien al llegar a Nepal).

Quienes practican montañismo deben solicitar un permiso especial cuando el trayecto de su viaje impone desvios de las principales carreteras del país. Las mejores épocas para viajar son de octubre a noviembre, y febrero a abril.

Informacion
www.nepal.es
www.welcomenepal.com
www.turismodenepal.com
www.visitnepal.com

María Teresa Morresi
Clarín - Viajes
Fotos: web