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sábado, 30 de junio de 2012

Guernsey: costas borrascosas



Exiliado de París, el escritor Víctor Hugo pasó 15 años en esta isla del Canal Inglés. Aquí profundizó su ideario romántico: naturaleza, mujeres y convicciones patrióticas.

Cuarto con ventana. Su lugar favorito en la casa era el jardín de invierno. "Un mes de trabajo aquí vale lo que un año en París", escribió en una carta a Auguste Vacquerie. Pensó que moriría aquí, pero regresó a Francia en 1870, cuando cayó el II Imperio.

En octubre de 1855, Victor Hugo llegó a la lluviosa y ventosa Guernsey buscando refugio. Feroz opositor del segundo imperio de Napoleón III, había sido desterrado primero de su Francia natal y luego de Bélgica y la isla de Jersey. Por la época en que puso pie en esta pequeña isla cercana al Canal Inglés, el escritor andaba desesperadamente en busca de asilo. Lo encontró allí. La “roca de la hospitalidad y la libertad”, tal como la proclamó en la dedicatoria de Los trabajadores del mar, su novela situada en la isla, se convertiría en su hogar por más de 15 años. 


Determinado y sin distracciones, volcó su energía creativa en obras maestras como Les miserables, y en la decoración de su casa, Hauteville House, la única de la que alguna vez fue propietario. “El exilio no sólo me ha separado de Francia; me ha casi separado de la tierra”, escribía. En esta isla salvaje y remota, una dependencia británica a sólo 42 kilómetros de la costa normanda de Francia, Hugo pasaría el período más productivo de su vida.

Hoy Guernsey es más conocida por ofrecer un refugio de otro tipo: la indulgencia de sus leyes financieras la han convertido en un paraíso fiscal. Pero la Guernsey de Victor Hugo –un lugar de contemplación silenciosa, largas caminatas por acantilados y cautivantes bahías donde nadar– todavía está presente, así como lo están los rastros de la vida del escritor.

                                                    Casa de Víctor Hugo en Guernsey

Siendo ya una figura célebre al momento de su exilio, se sintió atraído por la isla debido a su cercanía a Francia y la independencia de su gobierno. Desde el momento en que su barco atracó en el puerto de St. Peter, la capital, quedó maravillado por su belleza. “Hasta en la lluvia y la niebla, la llegada a Guernsey es espléndida”, escribió a su mujer. Hoy los viajeros que llegan en ferry comparten esa primera impresión del puerto, del suave cabeceo de sus botes pesqueros y las casas alineadas a lo largo de sus colinas. 

Hugo se asentó en una de estas residencias en lo alto de la ciudad y ubicó a Juliette Drouet, su amante, en una casa de la misma calle. Creía entonces que su “actual refugio” se convertiría en su “probable tumba”. Impulsado por estos temores, se embarcó en una producción literaria intensa y en su obra de arte más tangible: la decoración de su Hauteville House. Luego de que fuese donada a la ciudad de París por su nieta y tataranietos en 1927, pasó a ser un museo. 


Entrar en ella, repleta de tapices y objetos artísticos, es como ingresar en la imaginación de Hugo, llena de simbolismos ocultos, declaraciones desafiantes y guiños humorísticos. El escritor pasó casi seis años decorándola, inspeccionando tiendas de artículos usados en busca de objetos decorativos. 

Bajo su mirada, una docena de baúles de madera podían reunirse para formar una gigantesca repisa, y los curvos respaldos de unas sillas podían convertirse en marcos para las ventanas. Los paneles de las paredes todavía están tallados con rostros y palabras; un letrero sobre la puerta del comedor reza Exilium vita est (“La vida es exilio”).


Los cuartos de abajo, oscuros, van dando paso a la luz a medida que se sube por las escaleras. En la parte superior de la casa, un luminoso jardín de invierno alberga el dominio principal de Hugo: una habitación austera –donde el mujeriego dormía junto a sus sirvientas– y un despacho con una vista que se extiende a lo largo del canal. Sentado aquí en “el mirador”, como él lo llamaba, escribía mientras contemplaba las vecinas islas de Sark y Herm y, en el brumoso horizonte, su amada Francia. Trabajaba por la mañana y pasaba sus tardes explorando la isla en largas caminatas. 

Su paseo favorito era hacia el sur desde el puerto de St. Peter, bordeando los acantilados de la costa. Finalmente aparece la bahía de Fermain, con sus aguas brillando como un diamante azul en medio de la niebla. Hugo venía a esta ensenada para nadar y sentarse a mirar el océano.


En 1870 pudo regresar a París, aunque visitaría Guernsey tres veces más antes de su muerte, en 1885. La influencia de la isla en su obra es evidente. “Esa es la razón por la cual me sentencio al exilio.”

The New York Times/Travel
Ann Mah / Traducción: Alejandro Grimoldi
Fuente: Diario Perfil-Turismo
Imagenes: Web

martes, 19 de junio de 2012

Tips para tener un viaje en avión más relajado



Un número muy grande de personas sufre de aerofobia que es el temor a viajar en aviones. En esta nota, algunos consejos para superar el transtorno, disfrutar y conocer diferentes lugares.

¿Qué es el miedo a volar?
El miedo a volar es un problema que sufren muchas personas y que mayoritariamente las lleva a evitar los viajes en avión o a hacerlo con un alto nivel de ansiedad, lo que puede generar diferentes tipos de síntomas corporales.
Hay quienes dicen sin prejuicios y abiertamente que tienen miedo a volar y otros que se lo guardan. Los miedos son naturales en los seres humanos y cada vez son más tratables, incluso éste. Por esta razón hemos recogido una serie de sencillos consejos o tips para estos casos, que no necesitan de ayuda médica:

1. Pensá que los pilotos son profesionales extraordinariamente bien preparados, y están en excelente estado físico y psíquico.

2. El avión es un medio de transporte muy seguro. La tecnología actual es muy potente en todas las vertientes que refuerzan la seguridad del vuelo y de los pasajeros.

3. Compartir el miedo. Si por alguna razón llegás a estar atemorizado dentro del avión, quizás un buen consejo sea compartirlo con una azafata o el sobrecargo.

4. Recursos de seguridad en casos extremos. Pensá que hay muchos recursos de seguridad y salvamento en el avión.

5. Respiración y Relajación. Si está atemorizado cuando vuela o aterriza, no mires por la ventanilla del avión.

6. Si podés, tratá de volar acompañado, con alguien en quien confías. En estas circunstancias generalmente se reduce el miedo a volar de forma muy sustancial.

7. Una forma de combatir el miedo es volar frecuentemente e intentar diseñar un poco nuestras propias rutinas hasta que nos acostumbremos mejor al avión:

  •  Dejá todos tus miedos y preocupaciones fuera del avión.
  •  No tomes estimulantes antes de subir (café, alcohol, etc.)
  • Solicitá una reserva de asiento de pasillo con antelación.
  • Saludá amablemente a la tripulación, hace algunas bromas con ellos.
  • Ponete ropas muy cómodas.
  • Llevá revistas o libros muy entretenidos. Escucha música, mira una película, escribe cartas.
  • Intentá hablar un poco con otros pasajeros.
  • Esforzate en pensar positivamente.
  • Concentrate en la respiración abdominal y hacer sencillos ejercicios de relajación de los pies, muslos, manos, brazos, cuello, cabeza.
  • Tomá líquidos y bebidas que te gusten.
  • Si tenés la posibilidad de ver alguna película en el avión, mira alguna que no sea drama.
  • También podes encender tu computadora portátil. Escribí correos electrónicos durante el vuelo, y deciles a tus amigos qué lugar del planeta sobrevuelas mientras lo escribes. Al arribo puedes enviarlos. También podrás hacerlo desde el avión, o incluso chatear durante el vuelo, por que ya comienza la era de la Internet a bordo.
  • Para los que verdaderamente no consiguen controlar su angustia, la toma de pastillas es una opción, aunque no te curará el miedo, si hará que viaje con menos estrés.
  • Pensá e imaginá que tendrás un vuelo maravilloso.
  • Ve al servicio antes de abordar el avión.
  • Viajá con calzado cómodo, con suela de goma y taco bajo. Para vuelos de más de seis horas se sugiere zapatos con cordones o sandalias que sean fáciles de calzar.
  • Prestá atención al informe de la seguridad que enseñan las azafatas al principio de cada vuelo, aún cuando seas un viajero frecuente.
  • Permanecé con tu cinturón de seguridad abrochado, independiente que el cartel de cinturones esté encendido o no. Ocasionalmente se puede entrar en áreas turbulentas no previstas.
  • Ajustá tu cinturón cuando el cartel de seguridad está encendido. El piloto lo enciende por una razón, y es para mantenerte seguro.
  • Si sos fumador, existen productos tales como los parches o las pastillas de nicotina.
  • Comprá auriculares modernos. Preguntá por los que aíslan los ruidos externos. Tienen excelente sonido y necesitas menos decibelios para disfrutar de tus melodías preferidas. Eso te ayudará a sentirte más calmo y relajado.
  • Te ayudará a dormir mejor si tienes una almohadita personal. En viajes largos es recomendable.
  • Si te encontrás con otro pasajero atemorizado, hablale acerca de estos consejos.

Fuente: pulso turistico
 

miércoles, 6 de junio de 2012

La isla de Borneo: Tierra de cazadores de cabezas


Un anciano guerrero con su piel repleta de tatuajes teje una red de pesca

Crónica de una visita a una aldea de una tribu iban, la etnia mayoritaria de Borneo, guerreros implacables y precursores en el arte de tatuar. Días de trabajo en los campos de arroz y noches de juegos, leyendas y rituales como los que alimentaron las novelas de Emilio Salgari.

Borneo es el exótico escenario que eligió el escritor italiano Emilio Salgari para narrar las aventuras de su más celebre personaje, Sandokán, el “Tigre de la Malasia”. Salgari, sin embargo, nunca estuvo por aquí, sino que escribió sus novelas documentándose en las bibliotecas de su ciudad natal. Por lo tanto no pudo palpar lo cotidiano de esta gigantesca isla, cuyos días transcurren apaciblemente en aldeas habitadas por una treintena de etnias que conservan viejas costumbres y hablan más de 150 dialectos.

El territorio de Borneo, la tercera isla más grande del mundo, está dividido entre Indonesia, Brunei y Malasia. Sarawak es uno de los dos estados borneanos que pertenecen a esta última. Aquí viven los iban, el grupo étnico más numeroso: tatuadores milenarios, son célebres y temidos por su fama de impertérritos cazadores de cabezas.

RUMBO AL LONGHOUSE 
“Cuando era niño jugaba al fútbol con los cráneos”, comenta sonriendo el guía local Tiyon Juna, pequeño, moreno y de ojos rasgados. Como buen iban, lleva ambos brazos tatuados. “Los hombres que no se tatúan son mal vistos en nuestra cultura, y es posible que nunca se casen”, afirma, en tanto agrega que el mismo destino les espera a aquellas mujeres que no aprendan a tejer.

Vamos camino al Longhouse Kesit, ubicado a orillas del río Lemanak, al sur de Sarawak. Las longhouses son viviendas tradicionales donde conviven varias familias, que solían juntarse de esta manera para protegerse de sus enemigos. Luego de unas tres horas de andar desde Kuching, capital del estado, por una ruta a cuyos lados se extienden infinitos campos de arroz y plantaciones de palma, llegamos a orillas del río, donde aguardan dos jóvenes listos para trasladarnos en una frágil piragua de madera. Al contrario de lo que uno espera, no llevan atuendos tradicionales. Visten camisetas de equipos del fútbol europeo y gorros de lana, a pesar de las altas temperaturas.

Navegamos alrededor de 45 minutos a través de la exuberante selva borneana. El calor y la humedad no dan tregua. La vegetación es tupida y cerrada, un infinito túnel vegetal. Pasamos por debajo de largas ramas que se extienden sobre el río, y esquivamos troncos que flotan a la deriva. Viajo atento a los sonidos que llegan del interior de la jungla: con suerte podremos divisar un orangután, un primate que sólo se puede encontrar aquí y en Sumatra. Pero se necesita mucha fortuna para verlos, ya que resultan casi imposibles de avistar entre la mata de árboles. 

LA CASA DE LOS IBAN 
El longhouse es una construcción de madera, rústica, levantada sobre pilotes para evitar que se inunde con las crecidas del río y las lluvias que trae el monzón. Tiene un larguísimo pasillo, llamado ruai, que es el espacio comunal. La ropa cuelga de las ventanas y los granos de arroz se secan a la intemperie bajo el sol abrasador del trópico. Unas veinte familias pueden convivir en las habitaciones-casa, alineadas a lo largo de la construcción.

Un anciano con el torso, los brazos, la espalda y hasta el cuello repletos de tatuajes teje con parsimonia una red de pesca. Pido permiso para retratarlo. Tiyon dice que algunos nativos, sobre todo los más ancianos, son reacios a las fotos. Pero este hombre me regala una sonrisa y sigue con su trabajo. Mientras tanto, Tiyon vierte algunos conceptos de la vida cotidiana. “Cada apartamento corresponde a una familia y cada una lleva su vida individualmente. Tienen su propia tierra, sus pollos, sus chanchos.” Dentro del hogar no hay divisiones, todos ocupan la misma habitación. “Aquí todos saben lo que estás haciendo. La única privacidad es la red para mosquitos”, bromea el guía.

Más tarde camino por la aldea. Saludo al paso. Entablar conversación es complicado, ya que nadie habla inglés por aquí. Todos me observan, los niños me persiguen y piden fotos, se divierten mirándolas. Me cruzo con una anciana que mira con cara de pocos amigos. Las mujeres más viejas parecen las más reacias a las visitas. En una especie de callejón, un joven le corta el pelo a otro. Hay mucha gente más alrededor. Me detengo y un joven que balbucea inglés intenta el diálogo, se entusiasma al saber que vengo de la Argentina, la cuna de Messi y Maradona. No nos entendemos mucho más, nos hacemos unas fotos juntos y nos despedimos.


Un joven guía iban navega por el río Lemanak en una frágil piragua de madera

DE GUERRAS Y RITUALES 
Los iban fueron guerreros muy temidos, ya que para certificar la victoria en alguna batalla debían volver con las cabezas de sus adversarios. Cuando se trataba de una cuestión territorial, el cráneo de su enemigo era la prueba fehaciente de que aquel territorio ya no le pertenecía. Al trofeo de guerra se le sacaba la piel, se lo ahumaba y luego se lo colgaba en la puerta del hogar, o en un cuarto donde se realizaban los rituales. Los iban son animistas: creen en las fuerzas de la naturaleza y los espíritus, con quienes dicen comunicarse.

Los tatuajes están relacionados con esa tradición guerrera. Los diseños son figuras de animales e indican su rango, en tanto el dragón representa la más alta jerarquía. Pero también quedaban grabadas en la piel las experiencias que recogían los jóvenes en sus largos viajes iniciáticos por diversas aldeas. “Los dibujos simbolizaban todo aquello que les ocurría, y al volver al longhouse se los respetaba como hombres maduros”, explica Tiyon.

Por la noche, Jampang, el jefe de la aldea, se presenta. Nos sentamos en el ruai, haciendo una ronda sobre las alfombras de paja tejidas por las mujeres. Jampang ofrece tuak, el vino de arroz hecho en casa. Hay que aceptar, no hacerlo es descortés. El mismo anciano que por la tarde tejía aparece vestido en atuendo de guerrero. Lo acompaña una pareja de jóvenes también vestidos a la usanza combativa; los tres se preparan para agasajarnos con la danza del guerrero. Tiyon traduce al jefe, quien dice que es una ocasión muy especial para ellos, ya que hace más de dos años que ningún extranjero los visita. Otra ronda de tuak. Suenan los tambores, ejecutados por un grupo de mujeres. Comienza la danza. El anciano primero, con movimientos lentos pero precisos. Luego sigue el aprendiz de guerrero, vital, el preferido del jefe. Por último llega el turno de la joven, que despliega suaves y sensuales desplazamientos.

La noche avanza entre sorbos de tuak y cuentos milenarios, pero no se extiende demasiado. Por la mañana espera la ardua faena en los campos de arroz, caucho y pimienta. Al otro lado del pasillo, un grupo de jóvenes pasa el tiempo con un juego de mesa casero, acostados sobre el piso de madera. Hay billetes en juego y un par de celulares desparramados. Se los ve muy concentrados y no reparan en la presencia extranjera. Al parecer, no todo es historia para los iban.

Cuando la noche parecía llegar a su fin, una familia nos invita a su casa para prolongar la velada al ritmo del tuak y saborear la pesca del día. Sentados en el piso, sobre las mismas alfombras de paja que sus mujeres tejen, los hombres se despachan con un sinfín de leyendas. Tiyon traduce. Narran historias grandilocuentes. Describen ritos salvajes. Cualquier similitud con la maravillosa isla que habitan, es pura coincidencia.

Guido Piotrkowski
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Pagina 12