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domingo, 22 de junio de 2014

México profundo: Guanajuato, la fiesta del color



En la plaza principal del centro histórico y en los   alrededores  de esta   ciudad mexicana, a cuatro horas  al  norte  del D.F. no cabe  ni un alfiler más. No hay un concierto ni una feria   ni  se celebra nada en especial. Dicen que es así casi todas las noches de viernes y sábado.

Una multitud, especialmente jóvenes, camina tranquilamente, come algo, se sienta en los bancos de la plaza o a las mesas de la veredas de los restaurantes para cenar al aire libre.

Varios mariachis van de mesa en mesa vendiendo canciones al paso entre plato y plato. Los temas se mezclan, se confunden. La música es fuerte, ensordecedora. A un costado, frente al histórico teatro Juárez, una estudiantina (grupo de artistas que hacen paseos turísticos a pie por el centro y mezclan historias y leyendas con música) está en lo mejor del show. En Guanajuato, la fiesta parece que nunca termina. Es una ciudad universitaria tradicional, con chicos de los pueblos de todo el estado de Guanajuato y de otros también, que llegan para estudiar.

Y además un centro turístico, con un pasado colonial perfectamente conservado (es Patrimonio de la Humanidad) con calles que serpentean sin planificación, construcciones históricas, casas de colores estridentes que se apiñan en las laderas de los cerros y más de 3000 callejones sin salida y con muchas leyendas. Como el callejón del Beso, tan estrecho, que desde balcones enfrentados se puede besar a otro.

Basta pararse frente a la parroquia de Nuestra Señora de Guanajuato, en pleno centro histórico, y mirar alrededor, para sentir el espíritu caótico, inquieto y alegre de la ciudad.

"¿Están preparados para caminar, subir y bajar?", pregunta Jerónimo Regalado, el guía que ayudará a no perderse en el laberinto. Está claro que la mejor manera de descubrir la ciudad es a pie y con tiempo.

Para empezar, la parroquia de Nuestra Señora de Guanajuato, del siglo XVII, tiene a la Virgen más antigua de América, que llegó desde España. "De rasgos góticos, hecha en madera policromada, estuvo escondida en una cueva de Granada, España, durante la dominación mora. El rey Felipe II se la regaló a la ciudad. Desde su pedestal de plata de 80 kilos es la patrona de Guanajuato", explica el guía.

Durante el paseo por la ciudad vale la pena también reparar en el templo de la Compañía de Jesús, de estilo barroco churrigueresco y en uno de los edificios de la Universidad, que está a pocos pasos.

De allí se puede ir hasta el Mercado Hidalgo. Antes de meterse entre puestos de comida tradicional y artesanías, detener la marcha, pararse enfrente y contemplar la fachada: es una estructura francesa diseñada en París, en los mismos talleres donde se hizo la torre Eiffel, sin soldaduras, todo con remaches. Llegó a la ciudad en 1903, como un capricho del presidente Porfirio Díaz, en los tiempos en que sobraba el oro.

En el mercado además de carnes y pollos, puestos con gran variedad de chiles, frutas, verduras, dulces típicos y un sector para comer las especialidades de la cocina mexicana hay artesanías clásicas y suvenires.

Al mirador del Pípila, desde donde se tiene una vista panorámica de la ciudad, con desorden perfecto y armónico se puede subir y bajar en funicular, para darle un poco de descanso a las piernas.

Guanajuato también es conocida por ser la ciudad de los túneles. Hay más de 20, algunos largos y otros como el del Amor, muy cortos. Se hicieron para cortar camino, sin tener que bordear los cerros, y son aptos para autos y peatones, que se adentran en la oscuridad sin temores. "Guanajuato por suerte es una ciudad segura y tranquila, que permite caminar sin riesgos", cuenta orgulloso el guía.

Guanajuato creció como centro minero, tarea que sigue hasta ahora. Se extrae plata y oro. Incluso se pueden visitar las minas, como la Bocamina Don Ramón. La diferencia es que la mina es vertical y la bocamina horizontal. La visita, muy básica, permite descender unos metros y escuchar el relato sobre cómo trabajan los mineros.

Bastante compacta y fácil de recorrer, Guanajuato es de esos lugares que vale la pena dedicarle un par de días en un circuito por el México profundo y combinar con San Miguel de Allende, a una hora.

Las momias, entre el morbo y la curiosidad
La particular relación de los mexicanos con la muerte queda, una vez más, en evidencia después de una visita al Museo de las Momias de Guanajuato. Para algunos, sobre todo extranjeros, realmente morboso y escalofriante, pero para los mexicanos es el paseo preferido de la ciudad, incluso para nenes chiquitos, que miran fascinados los cuerpos muertos y que seguramente no tendrán pesadillas.

El Museo de las Momias tiene una gran colección de cadáveres momificados que se exhiben como si fueran las joyas de la corona, y que se destacan por estar en perfecto estado de conservación.

No son faraones ni próceres, sino simples mortales, que afortunadamente (o desgraciadamente) tienen una segunda vida. La particularidad es que no fueron sometidos a ningún proceso de momificación o conservación, sino que se dio de manera natural y se encontraron de casualidad, cuando se exhumaron cuerpos cuyos familiares no habían pagado más la estada en el Panteón Municipal de Guanajuato, donde ahora está el museo.

La explicación de cómo sucede este proceso resulta más sencilla de lo esperado: "Las momias se encuentran sólo en los ataúdes que están en la zona central de los nichos. Como Guanajuato tiene clima seco, durante el verano la madera del cajón se convierte en un horno, provoca la pérdida de líquido del cuerpo y evita la putrefacción. Así se momifican", cuenta el guía, para echar por tierra cualquier explicación sobrenatural y mucho más taquillera. Sólo el uno o dos por ciento de los cadáveres se momifica.

Las momias, expuestas en vitrinas, parecen hechas en papel maché, pero la expresión de sus rostros no deja duda de que se trata de muertos reales. Hay de todo: desde el médico francés Remigio Leroy, la primera que se descubrió en 1865, una china, una epiléptica que fue enterrada viva y está con los brazos levantados intentando rasguñar la madera, hasta momias de bebes, en un ambiente oscuro. El éxito de las momias es tal que el museo representa el segundo ingreso, después del fisco, en el municipio. En temporada alta llegan a visitarlo 5000 personas por día. En la ciudad dicen que si no se visita a las momias no se conoce Guanajuato... Ciertamente un paseo prescindible si no se tiene el morbo a flor de piel..

Andrea Ventura
Diario La Nación (Argentina)
Suplemento Turismo
Foto La Nación