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sábado, 31 de agosto de 2013

Oaxaca, México: Mercado de Tlacolula


En Tlacolula ya había mercado antes de la llegada de los españoles, como era costumbre también en otras regiones de México.

El domingo es día de mercado en Tlacolula y desde distintos pueblos llegan mujeres indígenas con flores, especias, verduras, artesanías y animales a vender sus productos.

Entre las sierras que rodean los valles centrales del sur de México, a unos 30 kilómetros de la ciudad colonial de Oaxaca, Tlacolula invita a perderse por callecitas convertidas en bazar ambulante, con colores, sabores y aromas que remontan a tiempos prehispánicos.

De todo hay: chile seco, saltamontes para comer, semillas, ramos de albahaca, tomates, alebrijes, como se conoce a unas coloridas figuras fantásticas talladas en madera, licuadoras, cerámica, bolsos hechos en telar, pavos vivos para el guiso.

No es un mercado montado para turistas con estatuillas prehispánicas y collares étnicos made in China, sino el mercado de los lugareños.

Hasta aquí llegan hombres cubiertos con sombrero y mujeres con trenzas, falda y blusa bordada de colores a comprar los machetes de acero con los que trabajarán en el campo o las sandalias de cuero duro que acompañarán sus pasos.

El pregón y el movimiento son constantes alrededor del templo de Nuestra Señora de la Asunción y la capilla del Santo Cristo de Tlacolula, a la que vale la pena entrar para ver sus relieves barrocos de hoja de oro, las lámparas y el barandal de plata y las esculturas y pinturas de los siglos XVII y XVIII recién restaurados.

 

“Cinco de cebolla, cinco de cebolla“. “Hay veneno: la última cena para las ratas“. “Sin compromiso, mi reina“. “Pruebe unos chapulines“.

Eufemia Hernández Mateo lleva 45 de sus 60 años vendiendo chapulines. Tiene un gran recipiente con estos pequeños saltamontes color rojizo y otro con chapulines más grandes que, según dicen los lugareños, son menos sabrosos -aunque quizás más fotogénicos- porque los buenos son los chiquitos de la temporada de lluvias.

En Oaxaca forman parte del menú. Pero también los turistas los buscan en el mercado, algunos sólo para tomarles fotos y contar la anécdota, otros para sentir su sabor crujiente. Los insectos, importante fuente de proteína, forman parte de la gastronomía local desde antes de que los españoles desembarcaran en lo que hoy es México.

 


Para poder llevarlos a la mesa hay que “pescarlos” de madrugada en los sembradíos de alfalfa. A eso se dedica la familia de Eufemia. ”Se atrapan con unas redes como de pesca, pero más finas, a la una de la mañana cuando ya están durmiendo“, explica, mientras saca un montón de un recipiente, usando una cazuela como cucharón, y los entrega a un comprador en una bolsita de plástico.

Después de atraparlos se limpian con agua fría y se los sumerge en agua recién hervida durante unos cinco minutos en un colador. Luego les agregan ajo, limón y sal y los dejan secar. Con eso ya están listos para comerlos como aperitivo, solos, en pequeñas tostadas o desparramados sobre el queso.

En los puestos del mercado se vende también sal de gusano, canela molida y polvo de mango, pasta para hacer mole, una salsa picante que acompaña distintos guisados, y tejate, una bebida prehispánica espumosa de sabor harinado, algo pesada, que se prepara con maíz, cacao blanco, carozo de mamey, flor de cacao y azúcar.

En Tlacolula ya había mercado antes de la llegada de los españoles, como era costumbre también en otras regiones de México.
 

De hecho, el conquistador español Hernán Cortés quedó impresionado cuando visitó el enorme mercado de Tlatelolco de los aztecas, en lo que es actualmente la capital mexicana, y lo describió en las cartas de relación que escribió al rey Carlos I como un sitio ordenado y con enorme diversidad de productos “donde hay cotidianamente arriba de 60.000 almas comprando y vendiendo”.

En Oaxaca, donde un 60 por ciento de la población es indígena y hay numerosas etnias, como la zapoteca, la mixteca y la triqui, cada pueblo y cada día de la semana tienen su mercado, como Etla los miércoles, Ocotlán los viernes y la ciudad de Oaxaca los sábados.

Se pueden visitar también en esa ciudad los mercados permanentes 20 de Noviembre y Benito Juárez, que, por ser más céntricos, son también más turísticos y un poco más caros, pero igualmente coloridos.

Después de varias horas de paseo por Tlacolula, es probable que empiece a sentirse hambre. Conviene escoger platillos a prueba de visitantes con poco picante y evitando las verduras crudas. Nada como una enorme tlayuda con queso y frijol o como comprar en un puesto de carne un trozo de tasajo para asarlo uno mismo al carbón sobre un anafre y comerlo con una tortilla de maíz calentita.

Al final del día los mercaderes recurren al trueque e intercambian entre sí los productos que les quedaron por los que necesitan. Como en tiempos remotos y con sabor prehispánico.

 
 

DATOS ÚTILES
 ■Cómo llegar:
El aeropuerto más cercano es el de la ciudad de Oaxaca. A Tlacolula se llega por la carretera federal 190 en dirección a Mitla. Se puede ir en taxi, autobús o rentar una camioneta turística para paseos de varias horas en los hoteles.

 ■Qué más ver: En el camino está Santa María de El Tule con un famoso árbol de más de 2.000 años, y unos 15 kilómetros después de Tlacolula se encuentra el sitio arqueológico de Mitla de la cultura zapoteca.

 ■Más información:
 
* Oficina de Turismo de México (http://www.visitmexico.com/es/oaxaca); Secretaría de Turismo de Oaxaca (http://www.oaxaca.travel/).-
 
 
Diario Perfil - Suplento Turismo
Fotos: Web

domingo, 18 de agosto de 2013

Jordania: Petra, escondida entre las rocas

 
Es uno de los destinos más famosos de todo Medio Oriente: una impecable ciudad, absolutamente tallada en la roca, en la que se lucen a la perfección monumentos, templos, teatros y santuarios de la antigüedad árabe.

El llamado "exotismo cinco estrellas" no solo se hizo famoso gracias al aroma de las especias y la estética de los símbolos milenarios de Oriente, sino que, sitios bíblicos, descubrimientos arqueológicos, imágenes de príncipes, historias de beduinos e, inclusive, el sabor dulce de las pipas de agua y la liviandad del Mar Muerto hicieron lo suyo con Jordania.
 Y allí, uno de los destinos más famosos es Petra, un sitio que ofrece un sinfín de alternativas y mucha historia para asimilar y disfrutar.
 


 
La ciudad de piedra
Sin lugar a dudas, junto a las pirámides de Egipto, Petra es el yacimiento arqueológico más bello de todo Oriente Medio. Una maravilla por partida doble. En primer lugar, por sus largos cañones, desfiladeros y miradores con colores cambiantes que viran de rosa al rojo, al amarillo o al azul en sublimes diseños. Por otra parte, conmueve su arquitectura, con vastas tumbas excavadas y talladas en la roca por una civilización aún poco conocida, la de los nómades nabateos. Todo ello sin olvidar algunos vestigios de la ocupación romana.
 
Pero Petra no sólo son sus monumentos, también es una ciudad sorprendente, repleta de viviendas troglodíticas, algunas de las cuales siguen estando habitadas por nómades de forma clandestina.
 
Testigo de la historia de Medio Oriente, este enclave se encuentra a un par de horas de la capital, Amman, en el fondo de una profunda garganta formada en el desierto. Se trata de una impecable ciudad, absolutamente tallada en la roca, en la que se lucen a la perfección monumentos, templos, teatros y santuarios de la antigüedad árabe.
 
Sus paredes de piedra de 100 metros de altura, repletas de escrituras y símbolos, junto a los canales de agua que acompañan el camino son el deleite de miles de visitantes, y fueron también la escenografía ideal para numerosas películas, como la superproducción norteamericana Indiana Jones.
 
Caminando en silencio entre la tierra raída de Petra es posible imaginarse a los comerciantes que atravesaban la zona trasladando especias y sedas de la India, como también el sonido del ajetreo de las caravanas cargadas de marfil y pieles de África. Aún pareciera resonar el eco de aquellos que hace 2000 años se veían obligados a pagar un generoso impuesto por atravesar la antigua Arabia, y que incluso lo hacían con gusto, al ver a los nabateos construir un reino tan refinado, ingenioso y culto.
 
Cuentan que después de ser anexada al imperio romano en el año 106, Petra cayó en el olvido de Occidente allá por el siglo XVI. Y no fue hasta entrado ya el siglo XIX, que un explorador suizo, Johann Lewis Burckardt, logró redescubrir el lugar disfrazado de beduino. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y la misteriosa ciudad se encuentra ahora rodeada de hoteles y restaurantes de lujo, que de ninguna manera le restan encanto a la experiencia.
 
Los recorridos se pueden hacer a pie o a caballo, desde la mañana muy temprano. Es recomendable reservarse por lo menos tres días para explorar a fondo la zona, ya que hay más de 800 monumentos tallados en la roca, el más llamativo de todos es el llamado "Tesoro". Su fachada, completamente tallada en la roca, está coronada por una urna, que para los beduinos contenía el tesoro de un faraón.
Otro sitio imperdible es el teatro romano, que fue excavado a comienzos de la era cristiana y tenía capacidad para 7000 espectadores. Siguiendo a la derecha aparecen las tumbas reales, que constituyen un verdadero regalo para los ojos, sobre todo desde lejos.
 
Por último, El Monasterio está precedido por escaleras que comienzan en una especie de cañón. Hay 788 escalones (son 45 minutos de subida), que una vez superados regalan un paisaje asombroso. Desde allí se llega al Monasterio, un imponente edificio de 45 metros de alto y 50 de ancho, que posee un sendero que permite subir hasta su imponente cúpula. Un momento sublime, pero, por supuesto, no apto para quienes sufren de vértigo. z we

Datos útiles
Cómo llegar: para llegar a Jordania, la primer escala es Europa. El pasaje a Amman desde Madrid cuesta cerca de 600 euros.
 
 Salud: las únicas vacunas necesarias son la del tétanos y la de la fiebre tifoidea. Esta última se puede comprar en cualquier farmacia, y viene en forma de pastillas.
 
Bebidas: el agua es potable en todo el país, aunque es recomendable tomar agua mineral embotellada. Las bebidas alcohólicas están prohibidas por el Islam, pero en las ciudades turísticas, entre ellas en Petra, se consiguen a altos precios. El té es la bebida nacional por excelencia; se ofrece en todos los sitios y por lo general gratis. El tradicional se prepara con mucha azúcar y se sirve en vasos.
 
Comidas: hay muchos restaurantes en los que se puede degustar auténtica comida árabe a precios razonables. Entre las carnes sólo se encuentra el cordero y el pollo. El alimento básico es el pan árabe hecho sin levadura. El plato nacional es el Mensaf, que lleva una base de arroz cubierta con trozos de cordero guisados en su jugo, y todo ello regado con una salsa de yogurt caliente.
 
El sitio oficial de turismo de Jordania es: www.visitjordan.com.
 
Liz Valotta
Diario El Cronista (Argentina)
 

sábado, 3 de agosto de 2013

Pueblos Alemanes en Coronel Suárez, Provincia de Bs. As.-

 

 

Están en las afueras de Coronel Suárez, cabecera del partido homónimo. Son encalves rurales del suroeste de la provincia que surgieron en el paraje Sauce Corto con la 50 familias llegadas de Rusia hacia 1887.

La llanura ulterior, las estancias, los potreros, los rumbos que fatigan los reseros, el paciente planeta que perdura... Así describe un poema de Borges –dedicado a su bisabuelo Manuel Isidoro Suárez, a quien la ciudad debe su actual nombre– el paisaje que circundaba lo que luego sería la pujante Coronel Suárez, allá por el año mil ochocientos treinta y tantos.

Y mirando las fotos de Josi de Lusarreta –una seguidilla de imágenes de estaciones abandonadas y galpones de chapas grises bajo cielos aún más grises, perros omnipresentes y paredes semiderruidas donde la humedad hace aflorar mundos sobrenaturales (como en el Chico Carlo de Juana de Ibarbourou)– podría decirse que Coronel Suárez es también “el epicentro de los amaneceres y las nieblas más envolventes y más bellos” de la provincia de Buenos Aires.

Además de fotógrafa, Josi es propietaria y anfitriona de La Casa Hotel Boutique, una magnífica casona de ocho dormitorios, de estilo francés, que su abuelo Carlos mandó construir circa 1926 y aún conserva los pisos, el mobiliario y el empapelado originales. Hermosa e imponente como es, La Casa cumple felizmente el destino que Josi y sus tres hijos imaginaron para ella: ser un lugar acogedor, familiar, “una casa para venir a dormir”... aunque las amplias salas de la planta baja y los jardines también invitan al dolce far niente en las largas horas del día.

Así, luego de un reparador descanso, salimos a ver lo que vinimos a ver: las vecinas colonias Santa Trinidad, San José y Santa María, un testimonio vivo de la presencia de los alemanes del Volga en nuestro país.
 
 
Gansos y gallinas
 
Memorias rusas
Las tres colonias todavía conservan sus anchos y sobriamente arbolados bulevares, la capilla que opera como axis mundi, las típicas casas de piedra, adobe o ladrillo oscurísimo y galerías adornadas con cenefas, e incluso algunas , muy pocas, hechas con glebas cortadas directamente de la tierra reseca y trenzada de raíces.
Las tres siguen estando pobladas por gentes de ojos azules y pelo rubio o cobrizo. Como Julio Hartman, organizador de los célebres campeonatos de “kosser” –una variante del Knochenspiel o juego de los huesos, un juego tradicional de los soldados rasos cuyo origen se remontaría a la Guerra de los Cien Años y que actualmente, de todos los lugares del planeta Tierra, sólo se practica en Coronel Suárez–.

Sin perder la sonrisa, Julio nos cuenta la dura historia de sus abuelos, que en cierto modo refleja la de todos los colonos volguenses. “Mis antepasados fueron a trabajar la tierra a las estepas rusas, al sur del río Volga, en los tiempos de la emperatriz Catalina II. Pero después los rusos ya no los quisieron allí y les ofrecieron tierras en Siberia... donde había que luchar contra el hielo y el frío y combatir con fuego a los osos para salvar las cosechas... Y luego de muchas tribulaciones, llegaron a América en un vapor sin rumbo”.

Ese misterioso vapor sin rumbo al que alude Julio era el Strasburg, y en él llegaron las primeras 50 familias alemanas que se instalaron en el paraje Sauce Corto, hacia 1887, dividiéndose en las tres colonias que hasta hoy perduran. Labradores de pura raza, los “alemanes del Volga” despejaron pajonales, piquillines y cortaderas para sembrar el así llamado trigo “ruso” y poco a poco fueron construyendo sus casas, distribuidas según el trazado de las antiguas colonias europeas sobre calles de una sola salida. Muchas de esas primeras viviendas pueden verse todavía en la zona de la Manchurria, en la colonia Santa María, y otras construcciones más recientes, de estilo italianizante o neoclásico, en las colonias San José y Santa Trinidad, por lo que conviene llegar munido de mapa para orientarse.
 
 La Parroquia San José Obrero
 
La Parroquia San José Obrero, con sus dos altas torres coronadas por sendas cruces doradas, se yergue desde 1927 en la colonia 2. Tiene 71 vitrales traídos de Europa y bancos suficientes para albergar a 600 personas –aunque el padre Mario subraya con humor que “como muchas otras, esta iglesia tiene un defecto: no la llenamos”–. Su mayor encanto son las “pinturas encubiertas” que, con ojo avezado, pueden descifrarse en las columnas: el rostro de Cristo, la Virgen Niña y el nombre de Imelda Schwindt, el amor secreto del anónimo pintor que decoró pilares, techos y paredes. Dicen que Imelda vivía frente al templo y que él, rechazado por los padres de ella, le susurró al oído: “Cada vez que entres en la iglesia, te acordarás de mí”. Fiel a su promesa, trazó las letras del nombre de la amada imposible en una columna, junto al banco que ocupaba la familia.

Pero si de historia y costumbres volguenses se trata, nada mejor que visitar el Museo La Palmera – Unsere Leude, situado en una reserva natural a un kilómetro del centro de la colonia Santa María. Pedro Schwerdt, su ingenioso director, nos invita a contemplar las deslumbrantes maquetas realizadas por su suegro Alejandro Streitenberger Maier, músico, inventor y filántropo: equipos de trilla accionados por un pequeño motor, carros, casillas, trenes, norias y molinos para la extracción de agua, cosechadoras, un zimbal, un extraordinario porta-reloj y hasta una bizarra y puntillista guillotina en homenaje a la Revolución Francesa. Antes de despedirnos, probamos los deliciosos kreppel –suerte de tortas fritas bien sequitas– que prepara la esposa de Pedro.

Y ya en tren de sabores y buena mesa (las colonias gozan de merecida fama en ese aspecto), dos recomendaciones de cocina de autor: Dominga, de Francisco Ciganda, que cada noche ofrece una sugerencia alemana; y Weimanhauss, de Javier Graft, con sus deliciosos maultaschen y wickelnudells, también sólo por las noches.
 
 
Estación de D´Orbigny
 
Además de los alemanes
Hacia el norte y hacia el sur de Coronel Suárez, siempre por la RP85, los nombres de los pueblos y caseríos por los que el tren ya no pasa proponen un trayecto entre histórico y nostálgico: Bathurst, D´Orbigny, La Primavera, Otoño... A veces del todo abandonados, otras veces inesperados oasis en la mansa planicie enmarcada por serranías distantes. Y siempre los pastos altos y blandos sacudidos por el viento, las vías del ferrocarril como flechas apuntadas a un destino que ya no cumplen, franjas paralelas donde los niños juegan al equilibrista, trochas que gallos y gallinas merodean esquivos.

Cascada es uno de esos pueblos con estación y galpones todavía en pie, y es también una excepción a la regla: el césped de la plaza está cortado al ras, las hamacas oscilan en sus soportes, las casas deshabitadas parecen haber sido pintadas hace poco... Don Hipólito Rojo, empleado del ferrocarril durante “cuarenta y seis años, cuatro meses y cuatro días”, nos aclara el misterio (que perezosamente ya atribuíamos a la laboriosa mano de una cuadrilla fantasma o a la intervención extraterrestre).
 
 “La municipalidad de Coronel Suárez lo mantiene así por pedido de los antiguos pobladores. El 11 de noviembre de cada año festejamos el aniversario de Cascada con asado, orquesta y baile. Y el último domingo de cada mes viene el cura a dar misa en la capilla, como hoy. Y nosotros venimos a escucharlo. Fíjese...”, dice. Y señala hacia la entrada del pueblo, donde empiezan a aparecer los primeros autos y bicicletas de la pequeña caravana de cascadenses que, como en los cuentos con final feliz, regresan (aunque sea por un ratito) al pago que los vio nacer.
 
Datos Útiles
Alojamiento
 La Casa Hotel Boutique.
Av. Alsina 313, esquina Lamadrid.
T: (02926) 42-2222.
lacasadelusarreta@gmail.com
www.lacasa-hotelboutique.com
De Josi de Lusarreta, la magnífica casona familiar de estilo francés cuenta con ocho amplísimas habitaciones de distintas categorías, una de ellas en planta baja.
 
Comidas
WeimannHaus.
Av. 11 de Mayo 1295. Colonia Santa María.
T: (02926) 49-4360.
FB: WeimannHaus.
El chef Javier Graft deleita a sus comensales con típicos platos volguenses. Viernes y sábado por la noche, domingos al mediodía.
Dominga.
Av. Alemanes del Volga 4475. Colonia San José.
T: (02926) 42-1055.
FB: Dominga Restó.
Francisco Ciganda tiene cada día una sugerencia alemana. Todos los martes, degustación de fiambres y pastas volguenses. Martes a sábado sólo noche; domingos mediodía y noche.
Artemio Gramajo
Brandsen y Belgrano.
T: (02926) 42-3011.
Pastas y regionales. El único que queda felizmente abierto pasadas las dos de la tarde.
 
Museo
Museo La Palmera
A la vera del arroyo Sauce Corto. Colonia Santa María.
T: (02926) 15 40 7377.
lapalmera@sanjosecoop.com.ar
www.museoalemanesdelvolga.blogspot.com.ar
Abierto los fines de semana de 14 a 18. Para otros horarios y días, concertar cita con su director, Pedro Schwerdt.

Teresa Arijón.
Revista Lugares
Edición 204
Fotos: Nacho Arnedo