En Tlacolula ya había mercado antes de la llegada de los españoles, como era costumbre también en otras regiones de México.
El domingo es día de mercado en Tlacolula y desde distintos pueblos llegan mujeres indígenas con flores, especias, verduras, artesanías y animales a vender sus productos.
Entre las sierras que rodean los valles centrales del sur de México, a unos 30 kilómetros de la ciudad colonial de Oaxaca, Tlacolula invita a perderse por callecitas convertidas en bazar ambulante, con colores, sabores y aromas que remontan a tiempos prehispánicos.
De todo hay: chile seco, saltamontes para comer, semillas, ramos de albahaca, tomates, alebrijes, como se conoce a unas coloridas figuras fantásticas talladas en madera, licuadoras, cerámica, bolsos hechos en telar, pavos vivos para el guiso.
No es un mercado montado para turistas con estatuillas prehispánicas y collares étnicos made in China, sino el mercado de los lugareños.
Hasta aquí llegan hombres cubiertos con sombrero y mujeres con trenzas, falda y blusa bordada de colores a comprar los machetes de acero con los que trabajarán en el campo o las sandalias de cuero duro que acompañarán sus pasos.
El pregón y el movimiento son constantes alrededor del templo de Nuestra Señora de la Asunción y la capilla del Santo Cristo de Tlacolula, a la que vale la pena entrar para ver sus relieves barrocos de hoja de oro, las lámparas y el barandal de plata y las esculturas y pinturas de los siglos XVII y XVIII recién restaurados.
“Cinco de cebolla, cinco de cebolla“. “Hay veneno: la última cena para las ratas“. “Sin compromiso, mi reina“. “Pruebe unos chapulines“.
Eufemia Hernández Mateo lleva 45 de sus 60 años vendiendo chapulines. Tiene un gran recipiente con estos pequeños saltamontes color rojizo y otro con chapulines más grandes que, según dicen los lugareños, son menos sabrosos -aunque quizás más fotogénicos- porque los buenos son los chiquitos de la temporada de lluvias.
En Oaxaca forman parte del menú. Pero también los turistas los buscan en el mercado, algunos sólo para tomarles fotos y contar la anécdota, otros para sentir su sabor crujiente. Los insectos, importante fuente de proteína, forman parte de la gastronomía local desde antes de que los españoles desembarcaran en lo que hoy es México.
Para poder llevarlos a la mesa hay que “pescarlos” de madrugada en los sembradíos de alfalfa. A eso se dedica la familia de Eufemia. ”Se atrapan con unas redes como de pesca, pero más finas, a la una de la mañana cuando ya están durmiendo“, explica, mientras saca un montón de un recipiente, usando una cazuela como cucharón, y los entrega a un comprador en una bolsita de plástico.
Después de atraparlos se limpian con agua fría y se los sumerge en agua recién hervida durante unos cinco minutos en un colador. Luego les agregan ajo, limón y sal y los dejan secar. Con eso ya están listos para comerlos como aperitivo, solos, en pequeñas tostadas o desparramados sobre el queso.
En los puestos del mercado se vende también sal de gusano, canela molida y polvo de mango, pasta para hacer mole, una salsa picante que acompaña distintos guisados, y tejate, una bebida prehispánica espumosa de sabor harinado, algo pesada, que se prepara con maíz, cacao blanco, carozo de mamey, flor de cacao y azúcar.
En Tlacolula ya había mercado antes de la llegada de los españoles, como era costumbre también en otras regiones de México.
De hecho, el conquistador español Hernán Cortés quedó impresionado cuando visitó el enorme mercado de Tlatelolco de los aztecas, en lo que es actualmente la capital mexicana, y lo describió en las cartas de relación que escribió al rey Carlos I como un sitio ordenado y con enorme diversidad de productos “donde hay cotidianamente arriba de 60.000 almas comprando y vendiendo”.
En Oaxaca, donde un 60 por ciento de la población es indígena y hay numerosas etnias, como la zapoteca, la mixteca y la triqui, cada pueblo y cada día de la semana tienen su mercado, como Etla los miércoles, Ocotlán los viernes y la ciudad de Oaxaca los sábados.
Se pueden visitar también en esa ciudad los mercados permanentes 20 de Noviembre y Benito Juárez, que, por ser más céntricos, son también más turísticos y un poco más caros, pero igualmente coloridos.
Después de varias horas de paseo por Tlacolula, es probable que empiece a sentirse hambre. Conviene escoger platillos a prueba de visitantes con poco picante y evitando las verduras crudas. Nada como una enorme tlayuda con queso y frijol o como comprar en un puesto de carne un trozo de tasajo para asarlo uno mismo al carbón sobre un anafre y comerlo con una tortilla de maíz calentita.
Al final del día los mercaderes recurren al trueque e intercambian entre sí los productos que les quedaron por los que necesitan. Como en tiempos remotos y con sabor prehispánico.
DATOS ÚTILES
■Cómo llegar:
El aeropuerto más cercano es el de la ciudad de Oaxaca. A Tlacolula se llega por la carretera federal 190 en dirección a Mitla. Se puede ir en taxi, autobús o rentar una camioneta turística para paseos de varias horas en los hoteles.
■Qué más ver: En el camino está Santa María de El Tule con un famoso árbol de más de 2.000 años, y unos 15 kilómetros después de Tlacolula se encuentra el sitio arqueológico de Mitla de la cultura zapoteca.
■Más información:
* Oficina de Turismo de México (http://www.visitmexico.com/es/oaxaca); Secretaría de Turismo de Oaxaca (http://www.oaxaca.travel/).-
* Capilla del Santo Cristo: http://www.inah.gob.mx/boletines/250-proteccion-del-patrimonio/6171-inah-culmina-restauracion-en-capilla-de-tlacolula.
Diario Perfil - Suplento Turismo
Fotos: Web
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