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domingo, 27 de abril de 2008

Taquile: la posibilidad de una isla

Las características viviendas de las islas de los uros

Desde la ciudad de Puno, tras navegar durante tres horas por el lago Titicaca, se llega a estos ocho kilómetros cuadrados de tierra y se descubre una enigmática comunidad

En medio del Altiplano peruano, a orillas del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, a 3856 metros sobre el nivel del mar, se levanta la ciudad de Puno. Los primeros habitantes de estas tierras fueron los collas, luego desplazados por los incas. Y después, en 1668, los españoles establecieron aquí un centro comercial. Su cercanía con las minas de plata de Laykakota la volvieron una de las ciudades más ricas de América, pero actualmente sus principales actividades son la agricultura, la ganadería y el turismo.

Hasta su puerto hoy llegan visitantes de todo el mundo: europeos, argentinos, indios y muchos japoneses, que se ponen los típicos gorros andinos con guardas de colores, tapaorejas y pompones, que en combinación con sus ojos rasgados provocan risas entre los locales. Desde allí salen barcos que andan por el lado peruano del Titicaca y llegan hasta algunas de sus treinta islas. Taquile es una de éstas, exactamente a 35 kilómetros de Puno.

Como el viaje dura cerca de tres horas, para aprovechar el día las embarcaciones salen bien temprano, entre las 8 y las 9 de la mañana. Otra opción es pasar allí una noche, en alguna casa de familia, lo que cuesta cerca de 10 soles (3,5 dólares) por persona, y regresar al día siguiente.

Se puede tomar un tour completo o directamente subir a las embarcaciones que maneja la misma comunidad de Taquile, en las que también viajan pobladores con sus mercancías, cuesta alrededor de 20 soles (7 dólares).

A poco de zarpar, la mayoría de los barcos hace una parada en las islas flotantes de los uros (5 soles adicionales), comunidad de indígenas que habita estos islotes construidos con torta, una clase de juncos que también utilizan para fabricar sus casas y sus barcas. Viven de la pesca, las plantas acuáticas, y ahora también del turismo.

Otra vez a bordo, hay que navegar un buen rato por estas aguas, sagradas para los incas, y por las que alguna vez navegó Jacques Cousteau, explorando las profundidades durante ocho semanas con un pequeño submarino. Finalmente, una montaña aparece con forma de ballena en medio del agua. Es Taquile.

Esta particular isla está bordeada por un sendero de piedras que va subiendo hasta la parte más alta, donde se encuentra el pueblo, a 3950 metros sobre el nivel del mar. A lo largo de este trayecto, con el agua turquesa de fondo, se empieza a sentir la tranquilidad del lugar y aparecen algunos indicios de la forma de vida de esta comunidad, formada por 2400 habitantes, que subsiste por medio de la ganadería, la agricultura, el turismo y la venta de artesanías. En las laderas de la montaña están delimitadas con piedras las pequeñas parcelas, terrazas incaicas, donde se ve a los lugareños trabajando la tierra a la manera antigua. Y no es raro cruzarse con pastores arreando ovejas mientras mastican coca. Otra imagen característica es la de los hombres tejiendo con dos agujas o la de las mujeres hilando.

Las ruinas funerarias de Sillustani, consideradas por algunos como un centro energético

Solteros y casados
Este pueblo, cuya lengua madre es el quechua, conserva sus tradiciones y vestimentas típicas. En la isla no hay policía, ni luz eléctrica, ni perros, ni gatos, ni más medio de transporte que las piernas, pero sí un puesto de salud, tres escuelas y energía solar. Sin embargo, algunas cosas han cambiando con el tiempo. Leo, un guía que realiza este tour desde hace 25 años, se lamenta: “Antes los colores de los tejidos eran naturales y los techos de todas las casas eran de paja, ahora muchas cosas son sintéticas”.

Desde que empezaron a llegar turistas, los taquileños han tratado de mantener un modelo comunitario para explotación del turismo que beneficie a todos los habitantes. Incluso pudieron mantener el monopolio de los barcos que llegaban a la isla hasta los años ochenta.

La vestimenta de los locales suma color al paisaje. Los hombres usan pantalón y chaleco negros, camisa blanca, faja de colores y el gorro da cuenta del estado civil de los locales: el de los casados es rojo, mientras que el de los solteros es blanco y rojo, y dependiendo de cómo cae la punta, se puede saber si está buscando novia o no. Las mujeres visten polleras con pompones de colores, suéteres rojos, y se cubren el pelo con una manta negra.

Una arcada de piedra con una cruz –la mayoría de los habitantes es católica– da la bienvenida al pueblo que parece quedado en el tiempo, con sus casas de adobe y piedras. Se puede comprar alguna pieza del famoso arte textil de Taquile, que fue proclamado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Venden mantas, fajas o bolsitas para guardar coca, todo adornado con bordados de estrellas y pájaros.

En los sencillos restaurantes, la carta no es muy variada, pero sí sabrosa: un menú completo cuesta cerca de 10 soles, y generalmente consta de sopa de quinoa y pescado, que puede ser trucha o pejerrey, acompañado por arroz y papas fritas. Es curioso que ninguno de estos dos peces sean originales del Titicaca: la trucha fue traída desde Canadá, y el pejerrey desde Argentina. Para los que sufren con la altura, una taza de infusión de muña puede ayudar.

Ya de regreso, hay que bajar 533 escalones para descender desde el pueblo hasta el puerto; algunos barcos, como l comunitario, llegan aquí, por lo que hay que subir esta larguísima escalera a la ida. Una vez en el barco, la imagen de esta pequeña isla de ocho kilómetros cuadrados, llena de colores, alguna vez territorio incaico, hacienda en el siglo XVI y prisión en el XIX, se va reduciendo hasta desaparecer.

Barca construido con juncos del lugar

En Puno, la fiesta de las 200 danzas
A partir de la década del noventa, Puno se posicionó como destino turístico gracias a sus alrededores y por estar a orillas del lago Titicaca. En la ciudad no hay mucho más para ver, además de su bonita catedral, construida en el siglo XVII, de estilo barroco español, pero con detalles andinos, frente a la plaza principal, por la que rondan los tricitaxis.

Para los viajantes que se encuentren aquí, entre el 2 y el 5 de mayo, es interesante la Feria de las Alacitas, a la que llega gente de los pueblos vecinos para comprar miniaturas de autos, casas, cocinas y heladeras que después llevan a bendecir con la esperanza de que durante el año se vuelvan realidad.

Pero su celebración más famosa es la de la Virgen de la Candelaria, en la que más de 200 danzas dan cuenta de por qué se considera a Puno la capital folklórica del Perú.

Pastoras con parte del rebaño de ovejas

Sillustani y Antucolla
Otro paseo es al lago Umayo, a 34 kilómetros. Allí se levantan las ruinas funerarias de Sillustani, pertenecientes a la cultura colla, y consideradas un centro energético por los turistas místicos.

Por los alrededores andan pastorcitos y pobladores del Altiplano que, igual que los turistas, disfrutan del paisaje. El trayecto de la ruta que lleva hasta estas ruinas pasa por Atuncolla, donde muchos viajantes paran a saludar y a conversar un rato con los campesinos que habitan las casas de piedras que se encuentran a los costados del camino, en las que no faltan dos pequeños toros de arcilla que protegen la entrada.

Comidas tipicas

Datos útiles
Cómo llegar
El aeropuerto más cercano es el de la ciudad de Juliaca. Desde allí hay que viajar cerca de 50 km en ómnibus, tren, auto o minibus privado hasta Puno.
Es una suerte si en el trayecto el día está despejado para poder apreciar desde el aire el paisaje del Altiplano.
Dónde dormir
* Hotel Libertador: como todos los cuartos tienen una enorme ventana con vista al lago, da la sensación de estar durmiendo sobre el agua.

* Hotel Casa Andina Classic. A una cuadras de la Plaza de Armas de Puno.

* Hotel Casa Andina Private Collection. Sobre el lago.

En Internet
www.isladetaquile.com.pe
www.peru.info

Texto y fotos: Mercedes Monti
La Nación - Turismo


lunes, 21 de abril de 2008

El overlanding se abre camino


Lo último en viajes por la Patagonia y el noroeste argentino son las travesías en grupo en grandes vehículos todoterreno, donde los pasajeros acampan y participan intensamente en cada tarea

Si nunca escuchó hablar de overlanding, haga su apuesta, estamos hablando de:
1) sobrevolar un lugar determinado, al ras del suelo
2) recorrer por tierra distancias extensas
3) aterrizar en parajes agrestes
4) sobreventa de pasajes
5) una marca de ropa de alta montaña.

La opción correcta es la segunda, aunque las demás realmente fueron respuestas recogidas durante un rápido sondeo para saber hasta qué punto el viajero medio argentino sabe en qué consiste esta otra forma de hacer turismo.

De hecho, el término viene del inglés to travel long distances across land, y no es ni más ni menos que hacer grandes distancias por tierra. Lo novedoso del asunto, en todo caso, es que estos viajes se hacen en camiones todoterreno, con capacidad para unas 20 personas, en asientos reclinables y equipados a pleno: sistemas GPS, handies, teléfono satelital, energía eléctrica, heladeras, horno, baño, agua caliente, y la lista sigue...

Y aunque el overlanding viene practicándose desde hace tiempo en varias regiones del mundo, sobre todo en Africa, donde las travesías pueden durar de dos semanas a seis meses recorriendo un puñado de países, en la Argentina se introdujo tímidamente hace un par de años.


No sólo mochileros
“El 90 por ciento de nuestros clientes son extranjeros, principalmente europeos”, cuenta Miguel von der Heyden, cuya empresa, Cross Border Overland Adventures, hace circuitos en la Patagonia a bordo de un flamante Ford Cargo rojo, uniendo El Calafate con Puerto Madryn en viajes de 10 o 15 días.

“Al argentino le cuesta entender el concepto de overlanding. Lo ve como un turismo de mochileros”, dice.

Acampar es, sin duda, parte de la experiencia. Las empresas proveen las carpas, las colchonetas y, de hacer falta, también las bolsas de dormir. Aunque además, según los recorridos, se alterna el alojamiento con hoteles y cascos de estancias.

“Los que eligen este tipo de programas son aventureros, gente que no quiere sentarse y que venga un chef de bonete a servirle la comida. Acá uno pela las papas, el otro pone la mesa, el otro despliega el toldo...”, comenta Heyden.

En este sentido, los cultores del overlanding resaltan el carácter participativo del mismo, el hecho de que todos trabajen.

“Convivir en la ruta es una experiencia inigualable, que genera una comunión muy fuerte en el grupo”, dice Sebastián Di Nardo, director de Tohol Expediciones, que hace excursiones de entre cinco y 20 días en la Patagonia a bordo de su camión insignia, un Mercedes Benz amarillo.

“Hacer overlanding por caminos alternativos, inaccesibles para otro tipo de vehículos, con amigos y durante varios días, es mucho más que viajar. Es la diferencia entre conocer un lugar, tomarse, por ejemplo, un avión a El Calafate, de ahí otro a Ushuaia y de ahí otro a Bariloche, y en cambio, vivir un lugar”, ejemplifica Di Nardo.


El precio de la experiencia
¿Cuánto cuesta aproximadamente esta experiencia de vida? En promedio, un overlanding en la Patagonia, una de las regiones donde más se practica, y la preferida de los extranjeros, sale entre 70 y 85 dólares por día, por persona.

El precio incluye el transporte, las comidas, los guías bilingües y el alojamiento en carpas, no así en hoteles o estancias.

De todos modos, las agencias que ofrecen overlanding no son necesariamente minas de oro. Por empezar, armar y equipar uno de estos súper camiones puede rondar los 100.000 dólares.

Después está el tema de los controles: las regulaciones, que no son pocas, parecen más apropiadas para un colectivo de larga distancia que para un camión todoterreno. Y según se quejan las agencias, la varilla de control que se aplica para vehículos locales no es la misma que para los extranjeros, porque también hay agencias de otros países que hacen overlanding en la Argentina.

Por último, las habilitaciones para operar los overland son regionales, es decir, que las excursiones deben limitarse a una determinada región; por ejemplo, no pueden hacer la Patagonia y el norte argentino.

Mil Outdoor Adventure, otra agencia que concentra sus excursiones en el Sur, tuvo una inversión extra: capacitó a sus pilotos de camiones Iveco en Inglaterra, en las escuelas de conducción de Land Rover.


Por ahora, los circuitos overland que ofrece Mil Outdoors son de un día e incluso menos, todos alrededor de El Calafate: Ruta de la India Dormida, Barrancas de Anita, Balcón de El Calafate; cuestan unos $ 165 con almuerzo. “Muchas de las excursiones se acomodan a pasajeros que tienen un par de horas libres, a los que tal vez se les demoró un vuelo o están por el día en Calafate”, cuenta Silvia Gorchs, gerente de la agencia.

¿Por qué hacerlas en camiones? “Porque el riesgo de erosión es mucho menor. En lugar de hacer 10 viajes en una camioneta 4x4, hacemos uno o dos en un camión con capacidad para 25 personas. Algunos de los paisajes tienen 85 millones de años y ésta es la mejor manera de cuidarlos”, sintetiza.

A veces, las razones para elegir un viaje de overlanding van más allá de lo ecológico, o incluso lo económico.

Como Angeles Novillo Almada, argentina, de 37 años y nómada por definición, que hace dos años recorrió Africa en camión porque, dice, era lo más seguro. “Visité países como Uganda, Ruanda, Zimbabwe y otros de riesgo bastante alto. No es fácil viajar sola y menos siendo mujer, así que opté por esta alternativa.”

Durante dos meses, y a ritmo de colimba, Angeles armó y desarmó carpas, durmió a la intemperie, limpió ollas, tragó kilómetros de polvo y presenció cómo sus compañeros de viaje, veinteañeros ellos, se enamoraban, se peleaban, se volvían a enamorar.

“Qué te puedo decir, es una experiencia intensa. ¿Si la recomiendo? Sí, claro. Sin lugar a dudas.”


Oxígeno sobre ruedas
Si de novedades o experiencias originales sobre ruedas se trata, entonces no está de más mencionar el oxibus, una suerte de minibus que cuenta con una atmósfera controlada de oxígeno en su interior.

La idea surgió de la agencia MoviTrack, que hace excursiones y circuitos de overlanding en Salta y Jujuy, y que diseñó estos vehículos para recorrer caminos de montaña, donde justamente escasea el oxígeno.

Del mismo modo que algunos trenes de altura tienen máscaras de oxígeno debajo de los asientos, el oxibus viene equipado con dos enormes tubos, de oxígeno, claro, en su techo, lo que en cierta manera le da el aspecto de dibujito de Futurama.

"Ingeniería alemana y calidez argentina", dice la gente de Movitrack, la empresa que nació de la luna de miel de los alemanes Heike y Frank Neumann por el noroeste argentino, en 1991. Hechizada por los paisajes, la pareja se radicó en Salta y, en 1998, abrió su agencia.


Direcciones
  • Tohol Expediciones: tiene programas de un mínimo de 4 días y un máximo de 20. www.toholexpediciones.com
  • Cross Border Overland Adventures: Full Patagonia y Patagonia Express son sus caballitos de batalla. www.xborder.com.ar
  • Mil Outdoor: www.miloutdoor.com
  • Hay viajes a medida para grupos de ciclistas, kayakistas, u otros que buscan hacer sus propios recorridos.
Teresa Bausili
La Nación - Turismo
Fotos: Miguel Von Der Heyden, Sebastián Di Nardo y Web

jueves, 17 de abril de 2008

Bariloche y sus alrededores

Centro Civico Bariloche

Con larga tradición turística, Bariloche sigue siendo una de las principales puertas de entrada a la impactante belleza de la Patagonia andina. En invierno o en verano, en otoño o en primavera, ofrece una amplia gama de excursiones y salidas que se combinan con montañismo y paseos lacustres por los grandes lagos del sur argentino.

Bariloche es, sencillamente, un lugar perfecto. Parte del maravilloso escenario patagónico de “nuestro sur”, es capaz de producir una inexplicable experiencia para quien llega con el vicio de las altas velocidades: unos minutos con sus paisajes hacen del estrés un viejo recuerdo. Montañas de picos nevados, lagos y bosques, parques nacionales y una ciudad con todos los servicios, encuentran lugar en apenas unos kilómetros. Accesible por distancia (no está tan alejado como otros destinos australes) y medios de transporte, Bariloche brinda una variedad de programas y salidas que se combinan con montañismo y deslumbrantes recorridos lacustres, como pocas ciudades del mundo pueden hacerlo. Visitada por miles de turistas locales e internacionales durante todo el año, Bariloche se guarda para quien sabe buscar algunos lugarcitos casi inhóspitos, donde el relax y la soledad van de la mano.

Vista aérea de San Carlos de Bariloche

Ciudad de colores
Primavera, otoño, invierno o verano. Al menos cuatro Bariloches son posibles. Dependiendo de la época en que se la visite, San Carlos de Bariloche (así es su nombre completo) ofrece excursiones y recorridos todos igualmente impactantes. De la ciudad sobresale su dinamismo y los excelentes servicios hoteleros y gastronómicos, reconocidos a nivel mundial. Su arquitectura, que rescata todas las tonalidades posibles del marrón en la madera, se fusiona a menudo con el uso de la piedra, y así las casas, cabañas, hostels y hasta edificios municipales (los del Centro Cívico, por ejemplo), quedan integrados como piezas de un todo más poderoso, que conjuga un estilo moderno de aldea de los Alpes. Montañas y lagos terminan por hacer el resto, enmarcando playas, rincones y senderos, donde cada paso es una sorpresa. En invierno todo queda cubierto por la blancura de la nieve, en otoño los zigzagueantes caminos y laderas se tiñen de colores cobres y anaranjados, y el verde renace en cada primavera con la fuerza de sus bosques. En verano, cuando el manto blanco se despide y deja al descubierto la tierra donde nace la amarillenta flor del amancay, algunos valientes se atreven a sentir las frías aguas del lago Moreno, el Mascardi, el Gutiérrez, y hasta el Nahuel Huapi.

Lago Nahuel Huapi

El gran lago
En la ciudad, lo primero que asombra es la dimensión del lago Nahuel Huapi, una suerte de mar encerrado en la tierra. Su superficie suma más de 55.000 hectáreas, centro de las 705.000 que abarca el parque nacional que lleva su nombre, creado en 1922 a partir de la donación del perito Francisco Moreno. Poseedor de un indescriptible valor ecológico y paisajístico, el parque tiene como estrella al gigantesco y helado espejo de agua, que ofrece desde actividades náuticas a orillas más que tranquilas, ideales para un picnic a toda hora. Por las noches, las luces que llegan del centro les otorgan a los alrededores un clima familiar y pacífico, que puede vivirse a pleno, y a pocos metros del agua, en los muchos paradores y restaurantes ubicados a lo largo de su costa. El difundido Circuito Chico y su punto panorámico es el comienzo del espectáculo para los visitantes primerizos, y una suerte de cuadro de la Patagonia: lago, montañas y un cielo perfecto. Por las tardes, el lugar se convierte en una improvisada feria que puede ofrecer desde la famosa foto con los remolones perros San Bernardo hasta salamines y quesos caseros, ideales para acompañar lo que vendrá. El recorrido comienza en el Centro Cívico (reúne los edificios del correo, municipalidad y policía) y concluye con una espectacular vista del hotel Llao-Llao, pasando por Colonia Suiza, la plaza central y la estación del ferrocarril. Por más corta que sea la visita, no debería eludirse la catedral, construida en la década del ’40 y portadora de algunos de los vitrales más lindos del país. Desde lo alto se observa a la perfección su forma de cruz, los altísimos muros grisáceos y un campanario ubicado a 69 metros del piso.

Isla Victoria

A bordo del catamaran
El agua siempre es protagonista en Bariloche. Las salidas lacustres son ya un clásico, y entre ellas la visita a la isla Victoria y el bosque de los arrayanes, una de las destacadas. Una íntima relación con el paisaje comienza en puerto Pañuelo, donde una de las firmas ofrece la salida en el Cau-Cau, un catamarán de dos cubiertas y 278 plazas, que lleva a los pasajeros hasta la isla Victoria. Frondosos senderos de abedules, abetos, aromos, pinos y sequoias, dan la bienvenida y cuentan también su historia: estas especies exóticas fueron traídas de Europa y Estados Unidos por los antiguos dueños del lugar, con la intención de crear un gran vivero de plantines que abasteciese toda la Patagonia. La isla ofrece además de su belleza natural una confitería para desayunar, almorzar o merendar, y el nuevo museo, junto a la vieja casa de Aarón Anchorena (uno de los primeros pobladores del pago), permite una recorrida por la historia misma de la ciudad. En la parte más elevada del acantilado, una nueva construcción preserva los aires de la antigua Hostería Nacional Isla Victoria, que ardió en llamas en 1982, tras 36 años de existencia.

Antes de que caiga la tarde, el Cau-Cau reúne a sus pasajeros y continúa camino hacia el Parque Nacional Los Arrayanes. Creado en 1971, el parque abarca toda la península de Quetrihué (1840 hectáreas) y está a apenas 12 kilómetros de Villa La Angostura, sobre la margen norte del Nahuel Huapi. El paseo, que termina en una acogedora cabaña-restaurante, propone recorridos que suben y bajan al vaivén de la isla, y muestran árboles que construyen verdaderas cortinas que por momentos apenas permiten filtrar la luz. El bosque, único en el mundo por sus características, adquiere un mágico colorido en invierno, cuando las escuálidas ramas de sus árboles color canela quedan cubiertas por la nieve.

Hacia Puerto Montt
Otro gran atractivo lo brinda el Cruce internacional de los Lagos Andinos, una excursión que en su versión completa lleva dos días, aunque también hay una salida más corta y económica, de una jornada.

El viaje arranca también en puerto Pañuelo, donde se aborda un barco al Brazo Blest del Nahuel Huapi, internándose en las entrañas del parque. En una hora se llega a puerto Blest, donde se toma un colectivo a puerto Alegre, embarcando nuevamente hacia el extraordinario lago Frías, con increíbles aguas color esmeralda. En el puerto que lleva su mismo nombre se toma otro colectivo a la frontera con Chile, hasta Peulla. Si el viaje elegido es el de dos días, la noche brinda un espectáculo sin igual al reflejo del agua, que por momentos parece hacer dormir la luna en el piso “espejado”. Desde allí la travesía continúa sobre el lago de Todos los Santos, y dos horas después en Petrohué, donde se visitan sus Saltos, en el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. Un nuevo transfer bordea el lago Llanquihué hasta puerto Varas, y el recorrido concluye en puerto Montt, donde el Océano Pacífico baña sus accidentadas costas.

Cerro Tronador

Una villa de montaña
Pequeña y silenciosa, Colonia Suiza es tal vez uno de los puntos más lindos de Bariloche. Auténtica villa de montaña, se aleja de la ciudad unos 25 kilómetros, y es ideal para recorrer en familia. Durante todo el año se ofrecen cabañas y rincones que son el lugar soñado por los aventureros más jóvenes que, mochilas a cuestas, llegan desde todas partes del mundo. Casas, campings, hosterías y alojamientos familiares sirven de albergue para quienes quieren conocer la laguna Negra y el cerro López, entre otros sitios recomendados, y quizá como paso previo al gran desafío que es cerro Tronador.

Plantaciones de fruta fina –que luego serán dulces regionales–, una diminuta capilla y un racimo de paradores con delicias gastronómicas, terminan por enamorar. Basta atravesar el arroyo Goye (que lleva su nombre en homenaje a los pobladores que dieron origen al lugar) para dar con una colonia que constituye el primer asentamiento suizo de la Patagonia. Con varias anécdotas en el bolso y algo rico para recuperar las energías (un choclo asado, un queso de cabra, sabrosos strudel o algunas tartas con frutas), el viaje puede continuar hacia el vigía de 3478 metros. El cerro Tronador es sin dudas el más elegido por los visitantes amantes del montañismo. A él puede accederse por su base, en la ruta 258, en medio de una travesía que implica bordear el lago Gutiérrez, en compañía del cerro Catedral, hasta dar con el lago Mascardi. Un desvío sobre el puente del río Manso conduce hasta la cascada Los Alerces (otro sitio imperdible) y se abre camino entre reglamentaciones de seguridad que establecen un ascenso/descenso del cerro con un estricto horario. Una vez allí, un abanico de opciones aparecen enfrente, y van desde el pie del cerro, atravesando un bosque y pasando por el famoso ventisquero Negro, hasta distintos puntos panorámicos donde puede admirarse una y otra vez la magnífica Bariloche.

Teleférico en el Cerro Catedral

Una catedral de la nieve
Reconocida internacionalmente por su centro de esquí Catedral Alta Patagonia, la ciudad se llena de riders no bien se viste de blanco. Miles de esquiadores y snowboarders del país y de otras latitudes (estadounidenses y europeos, sobre todo) llegan al cerro Catedral para disfrutar del complejo invernal más grande de Sudamérica. Verdadero imán natural, el cerro tiene más de 120 kilómetros de pistas y caminos, 40 medios de elevación y 21 paradores gastronómicos, que han hecho de su base una especie de miniciudad. Emblema del debut estudiantil sobre la nieve, el complejo se encuentra a 19 kilómetros de la ciudad, y vive a pleno cada temporada con una agenda cargada de eventos y atractivos que no dan tregua. Desfiles, shows musicales, torneos y exhibiciones reúnen a los amantes de la nieve cada nuevo invierno.

Datos Utiles
Cómo llegar
La distancia desde Buenos Aires es de 1621 kilómetros. Aerolíneas Argentinas (www.aerolineas.com.ar / 0810-222-86527) tiene varios vuelos diarios al igual que LAN Argentina (www.lan.com / 0810 9999 526). En ómnibus varias líneas parten de Retiro para un viaje que dura aproximadamente 19 horas. (grupo Vía Bariloche - www.viabariloche.com.ar).

Dónde dormir
Bariloche tiene una oferta de más de 20 mil camas, suma que comprende hoteles y bungalows de una a cinco estrellas. Además, aparts, posadas y pintorescas cabañas.

Más información
Municipalidad: http://www.bariloche.gov.ar, (02944) 426-784 / 429-850
Cerro Catedral: www.catedralaltapatagonia.com, (02944) 409-000

Pablo Donadío
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Web

lunes, 14 de abril de 2008

Islas mágicas en el Pacífico norte

Honolulú

Un recorrido por el archipiélago de Hawai, sinónimo de playas surferas, volcanes y turismo aventura.

Como los collares de flores característicos de las islas hawaianas, el archipiélago enlaza islas de diferentes colores y temperamentos. Aunque son más de 130 islas, las principales son las de Oahu, cuya capital es Honolulú, la gran isla de Hawai, Maui, Kauai, Molokai, Lanai, Niihau y Kahoolawe. En todas, las olas, las playas, la selva y los volcanes viven al ritmo de un son cansino vestido de camisas playeras con flores y embebido de jugo de piña.

Al descender del avión ya en el aeropuerto de Honolulú, reciben a los turistas con collares de flores naturales que enhebran orquídeas y envuelven con su aroma frágil a quien los usa. Pero no son gratuitos como en la Isla de la Fantasía. Aquí el artesano exige su pago a cambio del collar.

Playa de Waikiki

La ciudad es más norteamericana de lo esperado. Las cadenas de fast food se mezclan con los jugos de piña que se pueden tomar en la famosa playa de Waikiki, donde se originó el deporte del surf. El truco en esta playa es mirar hacia el mar, ya que al volver la cabeza hacia la ciudad se observan grandes edificios, lejanos del ideal hawaiano. Otras opciones para encontrar lo natural son alquilar bicicletas para recorrer el centro, practicar snorkeling en Hanauma Bay, nadar con los delfines o viajar mar adentro para pescar. Cuando cae la noche, según las opciones al alcance del bolsillo de cada uno, se puede comer en los restaurantes cinco estrellas, ir a ver algún espectáculo de música local o simplemente salir a comprar en la calle collares de coral a precios ínfimos.

Playas en Maui

Maui, donde sale el sol
Al llegar a Maui aparece un Hawai más nativo y parecido a los sueños turísticos. Para recorrerlo bastan un jeep y espíritu de aventura. Es la segunda isla más grande del archipiélago y tiene dos volcanes además de selva y, por supuesto, playas de arena blanca y olas enormes.

Su capital Lahaina tiene un carácter amigable y pueblerino y en su distrito histórico pueden verse desde bares y restaurantes decorados como antaño hasta un barco ballenero, que recuerda el inicio de la ciudad como puerto dedicado a la caza de ballenas, cuyo avistaje puede hacerse hoy en día entre diciembre y mayo cuando más de 1.000 ejemplares van a Hawai a tener cría. El paseo característico de la isla es ir a ver el amanecer en el volcán Haleakala. Hasta su cima llegan viajeros de todo el mundo para ver desangrarse el sol por encima las nubes. El madrugón y el frío valen la pena: el espectáculo es maravilloso. Algunos suman adrenalina haciendo la excursión a caballo o en bicicleta, o durmiendo en un refugio en la cima.

El surf es una de las estrellas de la isla, pero también el golf y el tenis, que pueden practicarse en exclusivos resorts ubicados en las playas de Wailea, o el buceo en la pequeña isla vecina de Molokini, boca de un volcán sumergido, con una vida submarina impresionante. Para quienes quieran playa, algunos de los sitios más hermosos son Mokapu, Polo Beach, Ullua Beach y la misma Wailea.

Una alternativa distinta es recorrer alguna de las plantaciones de ananás. Con visitas guiadas entre el verde, preparadas para turistas, la jornada termina en un shopping donde hay desde jabones y cremas hasta Ananá Fizz, que los hawaianos marketinean como "pineapple champagne".

Catarata de Secluded - Isla de Kauai

Las otras islas
Además de estas dos islas súper visitadas hay seis más habitadas, en el archiélago. Kauai, apodada "la isla jardín" por su intensa vegetación, es ideal para quienes quieran realizar actividades al aire libre, como navegar en kayak bajo enormes volcanes. Otra opción es Hawai, la isla más grande a quien llaman "la Gran Isla". No sólo es mucho más grande que las otras: sigue creciendo debido al constante flujo de lava derretida. A ella deben viajar los amantes del golf, ya que tiene 20 campos. La actividad exótica: ver durante la noche el movimiento de la lava. Molokai por su parte, es cálida y tranquila, ideal para los que buscan simplicidad y belleza, sin tráfico y con sólo 8.000 habitantes. Una puesta de sol en esta isla es una sinfonía de rosas sobre el agua. Otra opción de paz es Lanai, con sólo 3.000 habitantes y unos pocos resorts de lujo. Niihau y Kahoolawe son las dos más pequeñas, otros dos trozos de paraíso en medio del Pacífico.

Información:
www.gohawaii.com
http://hawaii.gov/tourism
www.hawaii.com

Gisela Galimi
Clarín - Viajes

jueves, 10 de abril de 2008

Puerto Rico: entre dos mundos

Las piraguas, una versión local del helado callejero

Con cadencia, sabor y acento latinos, pero servicios, orden e infraestructura norteamericanos, más playas de una belleza universal, este pequeño Estado asociado a Estados Unidos es un caso particular entre las islas del Caribe

Beber en la calle: 500 dólares. Arrojar basura: 2000. Estacionar en la banquina: 250. Todos conocen los precios de las multas, pero los carteles, por si acaso, se ocupan de recordarlos. También el conserje del hotel, que hace firmar una cláusula: si uno enciende aquí un cigarrillo deberá pagar como castigo US$ 200 adicionales.

Bienvenidos a los Estados Unidos , decía dos horas atrás un gran letrero en Migraciones, porque aterrizar en Puerto Rico es como pisar suelo norteamericano. Entre ambos países hay más diferencias que similitudes, sobre todo culturales. Pero eso no le da soberanía a esta isla caribeña, que está bajo el mando de George W. Bush aunque sus habitantes no pueden votarlo ni botarlo. Sólo tienen la opción de participar en las elecciones primarias y, sí, elegir a su propio gobernador. También, por ejemplo, tener sus equipos deportivos y su propia candidata a Miss Universo, orgullo nacional, porque ya tiene cinco. Pero la autonomía es un tema complejo.

Con cerca de 4 millones de habitantes, el país cuenta con lo mejor de los dos mundos , según dicen aquí, donde reina la salsa y el reggaeton y se ubican algunas de las mejores playas del mundo. Pero antes de conocerlas hay que atravesar la frontera, con visa de Estados Unidos y por controles tan estrictos como los de Miami o Nueva York. Ahora sí: bienvenidos a Puerto Rico; Isla Encantada, para los amigos.

Cinco pares de zapatillas, bermudas a tono, una chomba combinada con cada calzado y, siempre, un reloj de marca haciendo juego. Así viaja José Morales, guía del grupo, que de esta manera logra diferenciarse "de los gringos, siempre mal combinados".

Con pura simpatía caribeña, él se especializa en historia, geografía, aves y shopping. "¿Adivina cuánto pagué por estas tenis (zapatillas) -desafía-. 29,99", responde él mismo, con orgullo de ganga. El rey de los precios es también un apasionado de los ranking, de manera que irá nombrando, por ejemplo, cada marca de su país en el libro Guinness.

La casa más pequeña del mundo se ve apenas comenzado el Paseo de la Princesa (foto), por encima de la muralla que resguarda al Viejo San Juan. De la madera más fuerte del Caribe está hecho el portón -el único de los siete que aún existe-, que permite el acceso al casco antiguo. El primer Obelisco del continente , dedicado a una batalla contra un pirata holandés, está frente a un fuerte San Felipe que, además de ser el más antiguo de América (ya que el de Santo Domingo fue destruido), cuenta con "el baño con mejor vista del mundo", también según José, a quien no se le escapa una.

El fuerte, sobre el morro que parece dividir la bahía del Atlántico, es uno de los puntos salientes de esta zona de construcciones neoclásicas, que sorprende por su buen estado de conservación. Lo mejor es caminar entre las casas coloridas sin necesidad de tomar el bus que recorre gratis el centro, caminando por las calles de adoquines brillantes, realizados en piedra y hierro (US$ 500 de multa por intentar llevarse uno).


El recorrido puede empezar con un potente desayuno en La Bombonera (foto), fundada en 1904, cuyas mallorcas dulces y saladas son un superclásico de la ciudad. El Paseo de la Princesa comienza sólo dos calles abajo y permite rodear el casco, caminando junto a la gran muralla y el mar. En el trayecto aparecen, sobre las paredes de 10 a 30 metros de altura, las garitas símbolo de la isla.

Sobre la calle Las Monjas está el hotel El Convento, cuya edificación reciclada mantiene la esencia de cuando era un monasterio de las carmelitas calzadas. Además de conocer su interior, se puede disfrutar de un aparitivo en su bar de tapas, El Picoteo.

Muchos edificios cuentan en su entrada con placas que resumen el pasado del lugar, en algunos casos mayor a tres siglos, aunque no siempre tan históricos . "Aquí se inventó la piña colada", dice por ejemplo el recordatorio de Barrachina, uno de los tantos restaurantes de la calle Fortaleza, entre ellos The Parrot Club, donde la camarera pregunta si ya estamos " ready para ordenar", aclara que la sopa está "un poquito spicy " y comenta que las empanadas de chorizo y queso manchego que trae a la mesa son "un cariñito de la casa", o sea una cortesía.

Para comer en un lugar más típico, fuera de este pequeño SohHo -aquí es Sofo , por ser la parte sur de la calle, o sea South Fortaleza-, un imperdible es El Jibarito, donde la carta cambia todos los días, pero platos como las costillas de cerdo con salsa de plátano cuestan 9 dólares y la guarnición de mofongo o tostones fritos, sólo 2,50. Si es para cenar hay que tener en cuenta que a las 20.30 cierra la cocina. Los turistas comen temprano y muchos puertorriqueños, aunque latinos, también.

La noche puede continuar por los bares de la calle San Sebastián y de nuevo por el fuerte San Felipe, que a estas horas está iluminado y cuyo parque de césped bajito invita a quedarse mirando el mar. Bordear la muralla de noche es igual de tranquilo y expone una de las ventajas de este particular Primer Mundo, donde pasear es como hacerlo en un pueblo de Europa.

Luego, si es fin de semana, uno puede salir de perreo o parisear , dos expresiones para un mismo destino trasnochador. Hay opciones en el centro y en zonas como Carolina, donde predominan los hoteles y cuenta con una buena playa para los que no tienen tiempo de salir de la capital.

Castillo San Felipe del Morro, San Juan

Rutas que asombran
Pertenecer tiene sus privilegios, aunque también sus traumas. Si para algunos es como haberle vendido el alma al diablo, para otros (la gran mayoría, según los plebiscitos), estar asociados a Estados Unidos es garantía de estabilidad, incluso de buen vivir.

En relación con el turismo, este vínculo cercano tiene también ventajas y desventajas. Por un lado, el país del Norte maneja la situación macro, exigiendo visa y limitando vuelos charter desde diversos países, con la seguridad como argumento.

Pero entre las ventajas se encuentra la infraestructura. Las rutas son tan buenas que toda la isla está comunicada, de manera que en un mismo día se puede visitar distintos puntos, sin que los traslados se conviertan en un trastorno. Hay atascos en horarios pico, pero viajar es de lo más previsible, algo envidiable en casi toda América latina.

Esta virtud puede ser clave para conocer lo mejor de este país pequeño, con tantas playas como días del año. Es también uno de los motivos por el que no funciona aquí el sistema all inclusive , donde muchos eligen quedarse en el hotel una semana entera, ya que no encuentran demasiados atractivos en salir y, sobre todo, porque los caminos son largos o inseguros, según el grado de inseguridad real o paranoia.

Aquí, salvo los cruceristas que están unas horas en San Juan, el turismo se desplaza, en gran parte, con autos alquilados. Uno puede estar en poco más de una hora en Ponce, tercera ciudad de la isla, que presenta uno de sus principales museos, aunque esté cerrado hasta 2010. El turista es recibido allí con sencillez, en una curiosa oficina de turismo, vieja central de bomberos. Allí se obtiene literatura (folletos) del lugar, para visitar por ejemplo el castillo Serrallés y conocer ahí la historia del ron DonQ (la destilería del ron Bacardi está en San José y atrae cientos de turistas por día, gracias a los dos tragos gratis que ofrece).

Ciudad de Ponce

Visitar Ponce es casi una excusa para conocer su arquitectura de aires señoriales, si uno decide ir hacia el Sur buscando, por ejemplo, una de las mejores playas de la zona, en una pequeña isla de nombre curioso: Cajón de Muertos.

Con México como modelo, Puerto Rico fue dividida en regiones para mostrar al turismo no sólo sus playas, sino también el interior. Ponce se encuentra en plena región de Porta Caribe, que entre sus atractivos ofrece la isla de Guilligan, con manglares para bordear y corales para descubrir buceando, y su bahía Luminiscente, que se visita de noche para vislumbrar el extraño brillo en el agua.

La próxima región será Porta del Sol. Hay que apurarse para ver allí "el mejor atardecer del planeta", según dice José desde el volante, mientras pide abrocharse los cinturones. Son 250 dólares de multa, explica, por si alguno a esta altura del viaje no lo sabía.

Datos útiles
Cómo llegar
Copa tiene vuelos de Buenos Aires a San José, vía Panamá. Se requiere visa de Estados Unidos.

Dónde dormir
San Juan
* Holliday Inn. Muy cerca del aeropuerto y de playas de la capital. www.holidayinn.com

Guánica (región Porta Caribe)
* Copamarina, con varias actividades
www.copamarina.com

Isabela
* Villas de Mar Hau. Sobre playa Montones, en la ruta 466, km 8,3.
www.paradorvillasdelmarhau.com

* Hay paradores oficiales en toda la isla, con precios bajos, muchos con media pensión. Para reservas, www.gotoparadores.com

En Internet
www.gotopuertorico.com

Martín Wain (Enviado especial)
La Nación - Turismo
Fotos: La Nación/Web

domingo, 6 de abril de 2008

Río Negro: Bucolica y Frutal

Villa Regina - Capital Nacional de la Manzana

El Alto y Medio Valle son oasis de álamos y plantaciones que contrarrestan la postal adusta de la estepa patagónica. De ellos proviene la mayor parte del millón y medio de toneladas de peras y manzanas que produce el país. Se puede visitar chacras, saborear un merlot o un pinot noir o atreverse con una sidra original,elaborada como champagne.

Sin dudas, la Patagonia es más que un destino atractivo en los mapas de viajeros de todo el mundo. Es también un lugar mágico, único, que desgrana geografías diversas, lugares muy frecuentados y otros que aún esperan ser descubiertos. Y son ésas algunas de las joyas que esconde la provincia de Río Negro: productos típicos, atractivos culturales y una creciente pasión por el fomento del turismo rural y una veta más que interesante: la expedición frutícola.

Atravesadas por los 637 kilómetros que surca el río que bautiza a la provincia, las regiones del Alto Valle y el Valle Medio surgen como un verdadero oasis en el paisaje eterno de la estepa patagónica, desértica y coloreada únicamente por pequeños arbustos espinosos. Las paredes de álamos, colocados uno junto a otro, forman verdaderas barreras naturales de contención frente a los fuertes vientos de la zona y otorgan al recorrido un aire bucólico y casi mágico. Es allí donde se concentra el principal corredor de peras y manzanas, las dos producciones frutales más importantes de la Argentina –nuestro país ocupa el primer lugar mundial de exportación de peras, y uno de los más altos del ranking en manzanas–, y exhiben orgullosas sus atributos como destinos turísticos que cada vez más visitantes disfrutan.

No sólo se puede recorrer una de las cinco rutas alimentarias desarrolladas por la provincia, en sociedad con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). También se puede explorar una reserva con restos paleontológicos, degustar originales derivados de estas producciones frutícolas, hacer deportes de riesgo o conocer la particularidad de los vinos rionegrinos, que cobran cada vez mayor relevancia dentro del ya interesante mapa vitivinícola nacional. Y entregarse a una verdadera travesía de descubrimiento.

General Roca

De peras, manzanas y arqueología
El Alto Valle, ubicado cerca del límite con Neuquén y las partes bajas de los ríos Neuquén y Limay, unifica en la porción superior de la cuenca a las regiones donde nace el imponente río Negro. Y es también el que alberga los centros más desarrollados de producción frutícola de exportación. En Cipolletti, localidad famosa por un jugo de manzana en caja, que “lamentablemente, no podemos disfrutar más”, según cita nostálgica Natalia Marenzana, responsable del Programa de Desarrollo Turístico-Recreativo de la ciudad y ferviente entusiasta de la zona, quien señala que los cultivos frutales –manzanas, peras y, en menor medida, carozos de duraznos, ciruelas y pelones– son los principales motores de la economía. Pero también es posible deslumbrarse con algunas pequeñas maravillas que esperan a los curiosos: “Desde hace dos años, la sidrera La Delicia produce una joya llamada Flor de Manzana, una sidra producida como un champagne, con el mismo método de vinificación”, cuenta entusiasmada Marenzana. En el Alto Valle, que conforman también General Roca (sede de la Fiesta Nacional de la Manzana), Villa Regina y Cinco Saltos, afirman que en poco tiempo más las productoras y empacadoras de peras y manzanas estarán listas para recibir formalmente a los turistas y mostrarles todo su proceso productivo, desde que la fruta se extrae de la planta hasta que llega a los pallets que la llevan al barco donde encontrará su destino final, en tierras europeas, estadounidenses o más lejanas aún. Y este dato no resulta menor, sobre todo si se tiene en cuenta que la mitad de las exportaciones de frutas del país corresponde a peras y manzanas, y que esto significa 536 millones de dólares anuales. Además, Argentina produce casi un millón y medio de toneladas de ambos frutos, que mantienen pujante un sector de la economía del que depende la región.

Yendo unos kilómetros más allá, por las rutas nacionales 22 y 151, que atraviesan la ciudad, se despliegan las 510 mil hectáreas de área protegida, bautizadas como Parque Cretácico. En esa zona, que bordea el río Limay y se extiende hasta el valle del Chocón, hay formaciones geológicas únicas y milenarias; y otras, denominadas “gigantes”, que emergen de las aguas turquesas del lago Ramos Mejía, casi como un parque de diversiones arqueológico. Las inmediaciones del área protegida ofrecen un escenario ideal para los amantes de los deportes de aventura, como el trekking y el rappel. Por ahora, todas estas actividades pueden hacerse sólo con reserva previa local.

En General Roca, por su parte, están orgullosos de su Fiesta Nacional de la Manzana, que llena cada febrero el calendario y convocó, este 2008, a más de 200 mil visitantes de todo el país. “No sólo tenemos artistas internacionales y locales del mejor nivel –este año, Chayanne, Miranda! y el Chaqueño Palavecino, entre otros– sino que la gente disfruta del concurso de embaladores, elegimos una de las reinas más lindas del país y compartimos las ferias de productos locales”, se entusiasma Diego Rodip, encargado del área de turismo rural del INTA y responsable de llevar a cabo dos de estas rutas alimentarias, la de las frutas y la del vino (ver recuadro).

Embalse Ramos Mejia

Chacras patagónicas y un santo tehuelche
Llegar al Valle Medio es una experiencia para los sentidos. Allí, las siete localidades que lo conforman (Choele Choel, Luis Beltrán, Chimpay, Cnel. Belisle, Darwin, Pomona y Lamarque, sede de la Fiesta Nacional del Tomate, en marzo) ofrecen la paz del paisaje rodeado de álamos y una fauna bastante particular de ñandúes y choiques, unas simpáticas aves silvestres que servían de alimento principal a los aborígenes originarios de la zona.

La zona es ideal para el turismo rural, si bien los lugares para visitar –denominados “chacras” por los rionegrinos, aunque se trate, en muchos casos, de estancias u otro tipo de establecimientos– están aún en pleno desarrollo de servicios para los viajeros.

Además de la Finca San Javier, una de las primeras en lanzar el turismo de la zona, en Chimpay albergan un orgullo especial: allí nació Ceferino Namuncurá, el jefe indio tehuelche beatificado y conocido como el santo “milagrero” de la región.

En San Javier, los visitantes no sólo pueden experimentar la recolección de frutos y producir sus propios dulces y conservas; también pueden hacer tours de pesca de truchas, de observación de aves y de caza... pero fotográfica.


En Isla La Esmeralda, en Luis Beltrán, se degustan almuerzos caseros con carnes de la zona. Para el responsable del INTA, el maridaje ideal es “el asado de cordero patagónico regado con un buen merlot”. En la zona, además, se producen con excelentes resultados los varietales pinot noir y semillón, usados como vinos de corte en otras regiones vitivinícolas del país. “Confiamos en que se convertirán en nuestras cepas emblemáticas, como el malbec es para Mendoza”, agrega.

Balneario en Choele Choel


Pichilauquen es uno de los establecimientos pioneros en la región. El casco colonial, equipado con todas las comodidades, es el que comparten los visitantes con los dueños de la chacra. Allí departen y colaboran con las tareas cotidianas del lugar. Uno se convierte sin pensarlo en uno más con la naturaleza, y aprende a manejar una verdadera chacra patagónica.

Para los golosos, esos que aman volver de viaje con las valijas repletas de delicias locales no descubiertas aún en otros rincones del país, la zona del Valle Medio es un verdadero paraíso. En Luis Beltrán y otras localidades se producen dulces y conservas, y son famosas las peras en escabeche que se disfrutan en todas las fiestas regionales.

Con el crecimiento de las cooperativas de pequeños productores, que abundan en la región, es común disfrutar de la miel más pura, y de una variedad ilimitada de frutas y hortalizas orgánicas, muy codiciadas por los visitantes de otros países que pasan por los caminos de las islas del Valle Medio.

Y para aquellos fanáticos que nunca dejan de buscar los rincones donde se forjaron las páginas de la historia argentina, el Monumento a la Conquista del Desierto es una parada obligada. Al menos, para contemplar desde allí la inmensidad de uno de los valles más fértiles y productivos de la Patagonia, y un lugar nuevo para descubrir y disfrutar.

Nueva ruta del vino
Si bien las regiones vitivinícolas tradicionales de la Argentina están incorporadas a los circuitos turísticos, principalmente en Mendoza y Salta, en Río Negro el interés por visitar bodegas –y la apertura que éstas tienen al público– crece año a año. Sumada al entusiasmo de otras provincias patagónicas, como Neuquén, en el Alto Valle, cercano a Cipolletti, existe además la posibilidad de visitar una de las bodegas más antiguas de la región patagónica. Se trata de La Falda, una bodega-museo donde se puede conocer la historia de la familia Herzig, pionera en estas latitudes, que se instaló en la zona a fines del siglo XIX, al llegar de Europa. La tercera generación abrió, en 1910, la posibilidad de que los visitantes aprendieran un poco más de la cultura del vino, recorriendo las instalaciones que aún atienden miembros de la familia. Como souvenir, pueden llevarse una de las 6 mil botellas que producen por año sólo para consumo de los turistas y lugareños. Además, hay en la región otros emprendimientos vitivinícolas que hacen que la opción de incorporar la provincia patagónica dentro del mapa del turismo enológico crezca día a día. A las bodegas Agrestis y Estepa, que también reciben visitantes, se suma la tradicional Canale, una bodega centenaria, pionera de los vinos patagónicos. Sus toneles añosos y su atractiva producción –especialmente de los varietales emblema de la provincia– son imanes para los viajeros. Todas las visitas deben acordarse con anterioridad, según aconsejan en la zona. Y es casi obligatorio partir con una buena botella para compartir al regreso.

Clara Fernandez Escudero
Diario Perfil - Turismo (Edición Impresa)

jueves, 3 de abril de 2008

Navegando los Andes

El catamarán Cóndor llegando al entrañable Puerto Blest

Existe una ruta, entre Bariloche y Puerto Varas, que ha visto desfilar huestes españolas, misioneros jesuitas y comerciantes ganaderos. Hoy son turistas quienes recorren sus paisajes asombrosos.

A sus 87 años, Etelvina Bahamondes tiene resuelta cualquier duda acerca de los límites de Chile con Argentina: su casa está del lado chileno y el jardín, del trasandino. Para confirmarlo, a metros de la puerta principal se ve el hito oficial que informa a los forasteros que por aquí pasa una línea imaginaria que separa ambos países, y que mantiene al perro de la casa en una situación al menos irregular: duerme en este país, pero su cola está en el otro.

El asunto divierte a las visitas, pero a Etelvina le parece natural. Tanto como escuchar radios de ambos países, mientras se afana junto a la cocina a leña y regala sonrisas a los turistas.

Acabamos de llegar a la zona de El León en balsas de goma, tras remontar siete rápidos del río Manso. El paisaje es ideal. Miles de árboles adornan el encajonado río en este lugar ubicado a 90 kilómetros de Bariloche y a metros de la frontera con Chile. Estamos iniciando un circuito que recorre los lagos que hay entre esa ciudad argentina y Puerto Varas, y la bajada en balsa es una muy entretenida manera de partir. Más aún, la adrenalina es recompensada con cortes de carne trasandina, en medio de una estancia típica (www.extremosur.com).

El show de las gaviotas en el Nahuel Huapi

El Cruce de Lagos, el recorrido que seguimos ahora, puede realizarse desde Chile, partiendo en Puerto Montt o Puerto Varas, o desde Argentina. En esta ocasión salimos del lado argentino, esquivando el abanico de entretenciones que tienen Bariloche, porque el verdadero Cruce comienza en el lago Nahuel Huapi. Específicamente en Puerto Pañuelo, a 30 kilómetros de la ciudad, arriba del catamarán Cóndor que durante una hora y quince minutos navega por uno de los siete brazos del lago, camino a la frontera.

Arriba del Cóndor, varios se distraen sobre la cubierta, usando una galleta de soda para atraer alguna gaviota que la atrape en un acto circense. Mientras, por los parlantes de la embarcación se entregan algunos datos del Nahuel Huapi. De partida, que está dentro del Parque Nacional del mismo nombre y que el perito Francisco Moreno fue responsable de la creación de esta reserva, fundada legalmente en 1934.

Pero el lago fue descubierto mucho antes, alrededor de 1650, cuando llegó la primera misión jesuita a evangelizar a los indios puelches y poyas de la región. La misión vino desde Chile, específicamente desde Chiloé, donde se había establecido unos años antes, y lo hizo atravesando la cordillera por la zona de Villarrica. Pero tuvo muchos problemas: los nativos se resistieron e incluso dieron muerte a varios jesuitas, lo que significó que en 1718 se abandonara la misión. Fue casi doscientos años más tarde, en 1876, cuando el perito Moreno llegó a este lago desde el Atlántico. Lo hizo tras sobrevivir al ataque de una puma hambrienta, a un intento de asesinato y tras ser condenado a muerte por indígenas de la zona, de los que escapó en una balsa.

El verde río Petrohue nace en el lago Todos Los Santos

Moreno mapeó una región virgen de cientos de miles de kilómetros. Como recompensa, el Congreso trasandino le regaló tierras en la zona, las que en 1903 cedió para que fueran convertidas en Parque Nacional. Por eso, el catamarán toca sus sirenas cuando navega frente a isla Centinela, donde descansan los restos del perito. Ajenos al homenaje, varios siguen jugando con las gaviotas hasta que nos aproximamos a Puerto Blest.

La Suiza sudamericana. Así le llamaban a Puerto Blest a principios del siglo 20. Y es fácil aventurar por qué. Picos nevados, bosques, flores y un típico hotel de montaña situado en una península convierten al paisaje en una postal. Lo mejor es que uno puede contemplar la panorámica cómodamente sentado en los comedores del hotel (también llamado Puerto Blest, que funciona desde 1904) antes de seguir.

De Blest se sale en bus. Son quince minutos hasta Puerto Alegre, donde espera el catamarán Dalca, para navegar las verdosas y apacibles aguas del lago Frías. Poco más de seis kilómetros en 20 minutos. Lo suficiente para seguir contemplando la cordillera cubierta de coigües y alerces. Si el sol está de su lado (en promedio en esta zona llueve 250 días al año), incluso puede divisar a los lejos el nevado volcán Tronador.

El recorrido termina en la última escala argentina del Cruce: Puerto Frías, donde se puede observar sin apuros el paisaje salpicado de flores. Dependiendo de cuánto demoren los trámites de aduana, puede recorrer algunos metros de un pequeña huella llamada Sendero de las nubes, que se interna en el bosque y que, tras un par de días de caminata, llega al mismísimo Tronador y sus glaciares.

Uno de los hitos que obliga a imaginar una línea entre Chile y Argentina

Con los trámites resueltos, se parte en bus 4x4 hasta Peulla, ya en territorio chileno y a 30 kilómetros (o una hora y veinte) de distancia. A mitad de camino, un letrero da la bienvenida a Chile y al Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, el área protegida más antigua del país y hermana de Nahuel Huapi.

Durante siglos esta región fue un pasadizo para quienes necesitaban unir ambos lados de la cordillera. Desde huilliches y conquistadores españoles que buscaban nativos para esclavizar, hasta los ya mencionados jesuitas que pretendían evangelizarlos. El más conocido de los religiosos fue Nicolás Mascardi, quien recorrió la zona, inspirado por la búsqueda de la Ciudad de los Césares, el legendario emplazamiento que ocultaría a exploradores europeos extraviados y, más importante que eso, riquezas inimaginables.

Así se fue armando la ruta: Peulla era, desde hace más de un siglo, uno de los ejes del tráfico de lana y productos animales hacia el Pacífico. Ahora es un pueblito como de cuento, ubicado al borde del lago Todos Los Santos (o Esmeralda, por su color), y que posee dos hoteles: el clásico Peulla, construido en 1890, y el cálido Natura, hecho de madera, vidrio y piedra.

El rafting por el río Manso es un imperdible en Bariloche

Peulla es un destino por sí solo. Con el nevado cerro Techado de fondo, es posible practicar actividades que van desde el canopy a la pesca con mosca. Una buena alternativa para los pescadores es el jet ski, una lancha rápida que recorre el río Negro, afluente del lago Esmeralda (www.turismopeulla.cl). Antes de partir, no olvide dar una vuelta por la cascada Los Novios y apreciar la belleza del sector.

La última navegación, en el catamarán Lagos Andinos, es por el lago Esmeralda con destino a Petrohué, punto de partida para recorrer Puerto Varas o el hermoso Parque Alerce Andino. El recorrido a bordo de la embarcación dura casi dos horas, mientras uno fotografía volcanes como el Puntiagudo y el Osorno, y disfruta de los paisajes, los mismos que vieron tantos exploradores del pasado.

Francisco Pardo
El Mercurio - Chile