• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

lunes, 26 de diciembre de 2011

Sudáfrica-Ciudad del Cabo: una nueva maravilla


Ciudad del Cabo, vista panorámica

Urbe con historia, pero cosmopolita y moderna, atrae con playas, colinas, viñedos a su alrededor y una de las nuevas maravillas naturales del mundo: Table Mountain

Si uno despertara dentro del nightclub Asoka, jamás adivinaría en qué ciudad se encuentra. Peinados nuevos, ropa extravagante y música electrónica, en una disco que podría estar en cualquier otra urbe cosmopolita. Si uno amaneciera en una calle del centro podría sentirse en Sydney, Dublín o las afueras de Londres: autos nuevos con el volante a la derecha y construcciones modernas entre casas de estilo victoriano. Si uno abriera los ojos en Ciudad del Cabo sin conocerla, nunca pensaría que está en el continente negro.

La ciudad más europea de Africa carga con ese atributo tras siglos de colonialismo y décadas de apartheid. Su posición estratégica entre Oriente y Occidente resultó tal vez su condena: aventureros, mercaderes, soldados y piratas han pasado por aquí en busca de nuevos rumbos y tierras para plantar... bandera. Sus huellas son indelebles. Otros llegaron desde Asia como esclavos o, en los últimos años, como representantes de grandes empresas. La expansión china en el continente es vertiginosa y aquí se siente con fuerza, al igual que en Johannesburgo. También hay una importante migración de países como Angola, Zimbabwe y Mozambique, y cada vez más viajeros del mundo que vienen por unos días y deciden quedarse para siempre. Las razones están a la vista.

Ciudad del Cabo es una de las urbes más lindas del planeta. Su geografía privilegiada combina mar y montaña, y atrae especialmente en verano, cuando la población se duplica: los 5 millones de habitantes se convierten en 10, ávidos de sol y arena.

Alquilé este auto y me voy para la playa, dice la luneta trasera de un viejo coche a la salida del aeropuerto. Otra luneta: Faltan 23 días para Navidad. La costumbre local de llevar mensajes a cuestas refleja un espíritu veraniego que se anticipa.

En los últimos años, cada vez más gente viene en busca de los viñedos cercanos, que han adaptado sus cascos de estancia a los nuevos tiempos del turismo vitivinícola. Pinotage, alojamiento, piscina y spa; un combo irresistible. Quienes llegan por primera vez a la región (o por segunda o tercera) también incluyen en su recorrido un safari en alguna reserva.

Ciudad del Cabo tiene dos emblemas naturales impedibles. Por un lado, la zona donde se juntan los océanos Atlántico e Indico, que se puede apreciar desde miradores desarrollados para el turismo. Por otro, una de las nuevas 7 maravillas del planeta, conocida como Table Mountain (montaña de la Mesa), que le da un marco inigualable a la ciudad. También es un símbolo Robben Island, a 12 km de la costa, que alternó entre cárcel y leprosario a través de los siglos. En tiempos del apartheid, allí estuvieron detenidos líderes opositores, entre ellos Nelson Mandela.

El Waterfront, un renovado puerto repleto de tiendas de todo tipo, restaurantes y también bares para trasnochar

Calles y vuelta al mundo
El primer intento por subir a la montaña de la Mesa fracasa. Llegamos cerca de las 9.30 hasta el acceso al teleférico, pero está cerrado por el viento en la cima. Suele pasar, dicen en ventanilla. Hay que tenerlo en cuenta y confirmalo por teléfono antes de venir hasta acá, por un camino zigzagueante de 20 minutos.

El cambio de planes adelanta el paseo por la ciudad, que es la segunda más poblada de Sudáfrica, después de Johannesburgo, y una de sus tres capitales, junto con Pretoria y Bloemfontein. Camino al centro atravesamos el barrio malayo, conocido como Bo-Kaap y muy fácil de distinguir: todas sus casas están pintadas de colores chillones. Imposible pasar de largo sin tomar unas fotos y, en lo posible, también un té en algún bar de este micromundo de mezquitas y tiendas de comida árabe.

A pocas cuadras, un mercado de artesanías al aire libre -el Green Market- ocupa una manzana con puestos muy parecidos entre sí, que venden cuadros de los Big Five, miniaturas talladas y estatuas de tamaño natural, huevos de avestruces pintados a mano y radios artesanales hechas con alambres y tapas de gaseosa. La variedad asombra, pero los precios son un poco más altos que en Bahía Hout, destino del día siguiente.

Long Street es la calle más famosa. Tiene bares con mesas en la vereda, aires turísticos y rastros de un pasado más bohemio. La mayoría de los hostels se ubica a su alrededor y es la zona cervecera preferida por los jóvenes. La actividad nocturna más sofisticada se mudó a Kloof St, continuación de esta misma calle.

Otro paseo muy buscado es Victoria & Alfred Waterfront, un puerto que huele a hortensias. Sus muelles y almacenes de mediados del siglo XIX han sido reciclados y convertidos en restaurantes y tiendas de ropa y diseño. En el lugar hay también un centro comercial interminable, un anfiteatro al aire libre, el mayor acuario del continente y una luminosa vuelta al mundo para disfrutar desde lo alto.

Después de un risotto de frutos de mar y degustación de quesos en Societi, la noche sigue en The Power and the Glory, uno de esos bares de moda que cambian de ubicación cuando se hacen demasiado conocidos, y más tarde en Asoka, para terminar la noche sin saber en qué ciudad estamos.

Cape Point, donde se juntan las aguas

Mares enfrentados
Desayunar frente al Atlántico y almorzar junto al Indico suena a extravagancia, pero es una simple rutina en una de las vías más transitadas por el turismo en la región. Luego del segundo intento fallido por subir a Table Mountain -esta vez llamamos por teléfono antes de ir- llegamos a Camps Bay, a sólo diez minutos del centro. Es una bahía abierta con arena blanca y grandes olas. Mucha gente elige ver aquí la caída del sol sobre el agua, con un trago en alguno de los bares chic de su avenida costanera. Por la hora, nosotros optamos por un desayuno.

Clifton es la bahía más popular y su cuarta playa (4th Beach), la preferida de la mayoría. Camino al extremo sur del cabo aparece Hout Bay, buena parada para comprar artesanías, donde también se contratan paseos a lugares como Seal Island, repleto de focas.

Bandas musicales esperan la llegada de los catamaranes para tocar a la gorra y los artesanos, con calculadora en mano, proponen regatear hasta por una pulsera de hilo. Los precios están en rands y son mejores que en los mercados del centro.

Muchos llegan a Cabo de la Buena Esperanza con la idea de encontrar un show de corrientes enfrentadas. No es tan así. La unión de los océanos es imposible de distinguir, pero el paisaje salpicado por la furia del mar bien vale la visita. También, la foto junto al cartel que acredita que llegamos a este mítico punto del planeta.

Cape Point es el lugar más buscado. Una caminata de 20 minutos alcanza el faro ubicado en la colina. Se puede subir también en funicular, para disfrutar de las ballenas australes entre mayo y noviembre, y de un marco de acantilados imponente -superan los 200 metros- durante todo el año. Algunos dicen ver al Flying Dutchman (el Holandés Errante), un barco que, según la leyenda, fue condenado a navegar para siempre.

Sobre un acantilado junto al cálido Indico probamos atún colorado, ostras, langostinos on the rocks y pescado del día a la plancha. El lugar se llama Black Marlín y fue creado en una vieja estación ballenera. Por un almuerzo y vista increíble pagamos 160 rands cada uno (80 pesos argentinos). Para el café, el lugar ideal es Summer Town, un pueblo a cinco minutos del restaurante. Hasta ahí se puede llegar en tren desde Ciudad del Cabo.

Montaña de la Mesa

Al fin, la Mesa
Un mantel de vapor cubre la cima plana de la montaña de la Mesa, pero no hay viento, de manera que podemos subir. El teleférico es un inmenso dispositivo giratorio con ventanales, que en 5 minutos asciende hasta los 1085 msnm. La velocidad es suficiente como para sentir que uno puede estrellarse contra la roca, pero el arribo es suave y nos introduce en un lugar sin comparación.

La visibilidad al principio es nula, ya que las nubes lo cubren todo. La sensación de estar rodeados de precipicio sólo se confirma cuando comienza a despejarse. Ahora sí: hacia cualquier lado que uno mire, todo es

cielo. Hay que asomarse hasta algunos de los extremos para ver la ciudad, las bahías, Robben Island y las cimas empinadas de los cerros que hacen de centinelas: el pico del Diablo y la Cabeza de León.

El circuito tiene algunos desniveles, pero es mayormente plano. Es con una gran piedra cuyo pico fue talado. Los senderos unen los mejores miradores hacia los distintos frentes. El principal -que sale en todas las fotos desde abajo- es de tres kilómetros. Hay un bar con mesas de madera a la intemperie y un local de suvenires.

En circuitos de trekking de variada dificultad, se asciende del pueblo a la cima en dos o tres horas.

La montaña puede ser el lugar perfecto para empezar 2012. El último teleférico de este año subirá a las 23 del 31 de diciembre y descenderá dos horas más tarde, después del brindis.

El barrio malayo Bo-Kaap

Vinos, Leones, y Peces que masajean
Hay dos cocodrilos que se perdieron hace tres años durante una inundación y aún no aparecen. Los huéspedes de Santé, un resort en una región de viñedos (a una hora de la ciudad), no se muestran preocupados por eso, mientras andan en canoa en la laguna que integra varios emprendimientos turísticos. Al lado, por ejemplo, hay un parque de leones que no se escapan, pero se hacen oír.

Creado hace diez años, Santé es un resort ecofriendly de 4 estrellas. Muchos vienen únicamente a pasar el día y disfrutar del spa, como cuatro mujeres que llegan en helicóptero todos los meses, se hacen masajes, las uñas y las manos, y regresan sin pernoctar. Uno de los servicios curiosos del spa es la terapia Dr. Fish Nibble. Hay que poner los pies dentro de una pecera y un cardumen se ocupa de limar las asperezas.

Estadio Soccer City

DATOS UTILES
Dónde dormir
  • The Table Bay: en V & A Waterfront, una propuesta de cinco estrellas, de la cadena Sun International. Más, en www.suninternational.com
  • Santé: hotel, resort & spa. Más, en www.santesa.co.za

Dónde comer
  • Societi: bistró sofisticado y con ambiente cordial, bar de tragos y terraza. www.societi.co.za
  • Black Marlín: junto al mar, imperdible en el paseo al Cape Point. www.blackmarlin.co.za

Qué hacer
  • Montaña de la Mesa: cuesta 195 rands (100 pesos argentinos) subir y bajar en teleférico. Horarios e información (por ejemplo, si está cerrado o abierto según el clima), en www.tablemountain.net Comprando los tickets desde el sitio hay 10% de descuento.
  • Robben Island: para información de acceso y el museo, www.robben-island.org.za

Más información
La moneda sudafricana es el rand: 2 rands equivalen a 1 peso argentino, aproximadamente

Martin Wain
La Nación - Turismo
Fotos: La Nación y Web

lunes, 5 de diciembre de 2011

Buenos Aires: Turismo Subterráneo


Aduana Taylor

La Manzana de las Luces, el Museo del Bicentenario y una red de túneles olvidados son parte de una nueva manera de conocer la Ciudad: ingresando al pasado.

Los museos, las milongas, los cafés notables y los parques; el teatro, el cine y los recitales. Los amantes de Buenos Aires saben que la Reina del Plata tiene muchas caras y que la variedad de propuestas resulta infinita. Pero tal vez su costado más oculto, el menos conocido, es el que tiene que ver con su pasado.

Guardado bajo el cemento del desarrollo de Buenos Aires, que pasó de ser una aldea a una gran ciudad en menos de cien años –a principios del siglo XIX tenía 40 mil habitantes, a fines, más de 500 mil–, el pasado de la capital se recorre a pie en un itinerario por los más antiguos adoquines porteños, entre Montserrat y San Telmo.

Donde hoy se encuentra el monumento al genovés Cristóbal Colón, frente a la Casa de Gobierno, se encontraba el fuerte (construido en el siglo XVIII) y luego la Aduana Taylor. Abierto de 11 a 19, el Museo del Bicentenario, esa especie de nave de acrílico que se ve en el lugar donde la Av. L. N. Alem se convierte en Paseo Colón, es un paseo por la historia de Buenos Aires, desde las comunidades originarias, el pasado del fuerte, la Aduana y, como un extra, el único trabajo que el muralista mexicano Alfredo Siqueiros realizó en la Argentina: Ejercicio Plástico. Se entra por Hipólito Yrigoyen 219.

La pequeña ciudad fundada por Pedro de Mendoza en 1536 se edificó sobre las barrancas del arroyo Tercero del Sur, conocido como el Zanjón de Granados. En 1580, sobre su cauce se delimitó un solar que entregó el mismo Juan de Garay a Juan González.

Después de siglos de aristocracia, su destino fue conventillo y vinería, hasta que en 1985 se encontró, 4 metros bajo tierra, al entubamiento del zanjón realizado a fines del siglo XVIII, además de cientos de elementos que permiten develar usos y costumbres de la antigua Buenos Aires.
Aduana Taylor

En 1500 metros cuadrados distribuidos entre dos manzanas (una puerta de entrada es la Casa Mínima, ingreso angostísimo sobre el Pasaje San Lorenzo), la obra de ingeniería olvidada que se creyó una red de túneles secretos, ubicada en Defensa 755, organiza visitas guiadas de lunes a viernes y los domingos.

“Estos espacios permiten ir más allá de la historia de la ciudad como planeamiento. Hablan de la vida cotidiana de la gente en el pasado, elementos que no se encuentran en las fuentes escritas”, asegura la arqueóloga Flavia Zorzi, voluntaria del área de Patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires.

El arqueólogo Daniel Schávelzon, fundador y director del Centro de Arqueología Urbana (CAU) y autor del libro Túneles de Buenos Aires, Historias, mitos y verdades del subsuelo porteño trabaja desde hace tres décadas en la desmitificación del sustrato de la Ciudad de Buenos Aires e intenta develar la verdadera función que cumplieron y cumplen las supuestas redes de canales y pasajes secretos ocultos bajo el suelo de la urbe.

Según él, el contrabando era una actividad corriente y la Ciudad por el siglo XVII era tan pequeña que encuentra ridícula la idea de que esclavos negros hayan trabajado a escondidas de los restantes 1.800 habitantes para cavar túneles y contrabandear (con presunta participación de las autoridades).

Además, junto con el CAU trabaja en la arqueología de rescate, lo que significa que cada vez que se hace un pozo para construir un edificio en la Ciudad y se encuentran restos arqueológicos, si la fortuna es buena, Schávelzon se entera y con su grupo de trabajo van hacia el rescate de la memoria de estas latitudes.

En 1894 se prohibieron los pozos y aljibes y la mayoría fueron rellenados con basura. Hoy, esos rellenos son un libro abierto del pasado y las piezas valiosas que se restauran pasan a ser exhibidas en organismos públicos como privados. La basura habla de la dieta alimenticia, de la vajilla, de costumbres. “En el Convento Santa Catalina encontramos variedad de aves. Parece que las monjas comían muchos pichones de palomas, loros y piches”, asegura el arqueólogo especialista en restos óseos Mario Silveira desde su escritorio-laboratorio del CAU en Ciudad Universitaria.

El Parque Lezama y una antigua casa en Bolívar 373 fueron importantes centros de excavación. La tanguería Michelangelo, construida sobre terrenos que pertenecían al convento Santo Domingo, además de entretener con espectáculos del baile compadrito, pone a la vista un interesante acervo que habla de las comunidades aborígenes de la zona y conserva recuerdos del Almacén Huergo.

Túnel Manzana de Las Luces

Pero si hablamos del subsuelo porteño, de intrigas y misterios, la Manzana de las Luces se lleva todas las medallas. Una red de túneles inconclusos que se cree que fue construida por los jesuitas para escapar de algún posible ataque invasor se encuentra debajo de los edificios encerrados entre las calles Perú, Moreno, Bolívar y Alsina.

Encima funcionaron las casas virreinales, la Procuraduría de Misiones, el primer periódico, la primera Universidad de Buenos Aires y el Congreso de la Nación y todavía funcionan el Colegio Nacional Buenos Aires y la Iglesia de San Ignacio. Los túneles, con fama de cámaras de tortura utilizadas por los monjes para infieles y herejes, se ubican a 6 metros bajo tierra, datan del siglo XVIII y se visitan solamente los domingos.

Mariana Jaroslavsky
Diario Perfil - Turismo
Fotos: Web

sábado, 19 de noviembre de 2011

Argentina: Golf sin salir de casa

Cancha de gol del Hotel Llao Llao de Bariloche

Los golfistas que llegan gastan cuatro veces más que los turistas tradicionales. El tango, el asado y el malbec hacen que prefieran Argentina a Escocia.

Más de 5 millones de turistas visitan la Argentina cada año. Muchos frecuentan alguna de las 320 canchas de golf diseminadas a lo largo de todo el territorio y gastan mucho más que otros turistas. No por nada, la Argentina fue distinguida como el mejor destino de golf de América Latina y el Caribe en 2011, por la Asociación Internacional de Tour Operadores de Golf. “Argentina se está consolidando como uno de los destinos preferidos del mundo para practicar golf no sólo por la larga tradición que este deporte tiene en nuestro país, sino también por toda la oferta turística que existe”, explica Susan Marples, Coordinadora de Turismo de Golf del Instituto Nacional de Promoción Turística (Inprotur). “Se trata de un combo muy apreciado por el jugador, quien pasa el día en el court, pero a la noche puede disfrutar de una buena infraestructura turística, gastronómica y de entretenimiento”, continúa la especialista.
Así, junto con Australia, Sudáfrica e India (aunque muy lejos aún de los más tradicionales Escocia, Estados Unidos e Inglaterra), el país registró un aumento del 15 por ciento en esta modalidad durante 2010 y es cada vez más visitado por extranjeros de altísimo poder adquisitivo, que buscan algo más que un palo y un hoyo. “El tango, el asado, la Patagonia y el Malbec hacen que, por ejemplo, un alemán prefiera venir a la Argentina antes que viajar a Escocia, que es la cuna del golf”, asegura Nicolás Iorio, de la agencia WeGolf.

Una vez dentro del país, las regiones más buscadas son Buenos Aires, a la cabeza (donde se encuentran los clubes centenarios, como Mar del Plata, Lomas Athletic, San Andrés –el más viejo de Sudamérica– y Hurlingham), la Patagonia y Mendoza. “El tema de los viñedos y las bodegas funciona como un imán para esta clase de turistas. Por lo general, se trata de grupos de amigos, de entre 35 y 70 años, a los que les divierte jugar al golf y tomar vino. En cierta medida, se trata de viajes de egresados para gente grande”, comenta Iorio. En menor medida, también llegan grupos de mujeres solas (a quienes se les ofrece paquetes de Golf & Spa), parejas y familias enteras. “Podría pensarse que mientras los padres juegan al golf, mandan a los chicos a escuelas de polo”, razona Marples al pensar en el éxito que también despierta nuestro polo entre los extranjeros. “Por lo general, se trata de personas que no conocen el país y cuando vienen se sorprenden, se encuentran con una cultura mucho más europea de lo que se imaginaban, mucho más civilizada, donde la gente camina con traje y celular por el microcentro, donde se come bien y, entonces, deciden volver”, concluye.

En números. Un paquete de seis o siete noches en Buenos Aires arranca en los 1.300 dólares, tarifa basada en hoteles de cuatro estrellas y a la que se le suele sumar una extensión de tres o cuatro noches más en la Patagonia. “Estos valores ya son el doble de lo que vale un viaje tradicional a la Argentina, es decir, sin golf”, afirma Iorio.

Sin embargo, lo más sorprendente es la diferencia de dinero que estos turistas premium gastan durante su estadía. “Se estima que cuatro veces más que el tradicional, ya que no tienen problema en elegir hoteles y restaurantes de primer nivel”, dice Marples. Así, mientras un turista cualquiera gasta un promedio de 106 dólares por día, según el Indec, un jugador de golf no baja de los 450. “Por esta razón, es un segmento muy apreciado que debe crecer”, continúa.

¿Cómo lograr que esos 5,3 millones de turistas que visitan el país año a año tengan su réplica en las canchas de golf? ¿Cómo hacer para que la Argentina, líder en el área a nivel regional, también lo sea a escala global (actualmente se ubica en el puesto número 15)? Abrir la mentalidad, coinciden los especialistas. “Acá los clubes son muy tradicionales, muy exclusivos y muy cerrados a la persona que no es socia. Y eso es un poco lo que hay que cambiar, modernizarse, tener presencia en Internet. Idealmente, tendrían que aplicar también el revenue management, es decir, apuntar a la mayor ocupación posible, como en los aviones, donde se establecen distintos precios según la ubicación de los asientos –explica Iorio–. Esto permitiría que el lunes a las 10 de la mañana, cuando los courts están vacíos, la tarifa sea más barata, mientras que el sábado al mediodía, sea bastante más elevada.”

Laura Blanco

Río Negro: Swinging en el Llao Llao
En Bariloche se adaptó la tecnología LED para iluminar canchas de golf y poder jugar de noche. La pelota tiene un timer y también se enciende con cada golpe.

Jugar al golf? La elección se multiplica por miles en la Argentina, de sur a norte y de este a oeste. Pero, ¿de noche? ¿Es posible? Desde el año pasado, un lugar ofrece la posibilidad de vivir esa nueva experiencia en el país. En Bariloche, al pie del pico nevado del volcán Tronador y con el lago Nahuel Huapi de testigo, el campo de golf del emblemático Hotel Llao Llao (recientemente distinguido con la norma ISO) aparece iluminado dos veces a la semana durante el verano. ¿Luces? ¿En una cancha de centenares de yardas?

La idea, nacida en Estados Unidos, llevó más de un año de trabajo para ser adaptada a las posibilidades locales. En una primera etapa, la empresa encargada de desarrollar el proyecto probó con lo obvio: metros de cables surcaban los fairways para abarcar toda la superficie necesaria; pero no parecía un modo viable de iluminar la cancha. “Era muy caro hacerlo así, y además no se lograba el brillo que buscábamos. Entonces optamos por explorar una solución propia”, explica Guillermo Tessman, el ideólogo, mientras por la ventana del Club House de la cancha se aprecia una gama de colores luminosos que vigilan el andar de los golfistas.

El golf nocturno es posible, al fin y al cabo, gracias a la tecnología LED; pequeñas estacas iluminadas por dentro demarcan el tee de salida de cada hoyo, el fairway, los búnkers y el green, y también suben hasta la bandera. En cada sector el color de la luz es diferente, para que el jugador sepa exactamente en qué lugar del recorrido anda su pelota.

La pelota… Tal vez allí esté el aspecto más sofisticado de esta innovación. Cada bola también posee en su interior luces de LED, que se activan con el golpe. Desde ese momento, un timer colocado dentro de la misma se activa por diez minutos, tiempo suficiente para que el jugador, además de ver el recorrido por el aire, pueda llegar hasta ella para seguir jugando. ¿Y si el próximo tiro se produce antes de los diez minutos? El timer arranca otra vez de cero.

Las luces funcionan gracias a las baterías que se colocan. Aquí juega la ecología: todas son recargables, y la empresa tiene un convenio con otra que se encarga de reciclarlas cuando se agota su vida útil (veinte horas aproximadamente). “Nuestra tecnología produce luz fría, reutilizable, de bajo consumo y mucha potencia”, amplía Tessman.

El carácter lúdico de la experiencia, también, crece a la sombra de las estrellas. “El jugador se planta distinto de día que de noche. A esta hora vienen sólo a divertirse, se sorprenden con lo que les va pasando, se ríen mucho. No existe esa concentración típica de una competencia”, compara el desarrollador. Y se puede comer, además: al final de los cinco hoyos preparados para jugar con la luna de testigo, cada viernes aparece desde la cocina una fondeau de queso, para arrancar, y otra de chocolate. Y eso sí que se festeja más que un hoyo. El menú para dos personas tiene un valor de 300 pesos, e incluye una copa de vino.

La práctica del golf nocturno puede desarrollarse desde fines de diciembre y hasta fines de febrero en la cancha que rodea la nave central del famoso hotel, todos los viernes desde las 21. El costo, para los huéspedes, es de 90 pesos, y de 120 pesos para los visitantes. Los que salen de jugar, diferencias de hándicap al margen, se igualan en algo: las ganas de volver a vivir la curiosa aventura.

Andres Eliceche (Desde Bariloche)
Notas de Perfil-Turismo

lunes, 31 de octubre de 2011

Australia: La sagrada Ayers Rock


Este inmenso peñasco, en el Parque Nacional Uluru-Kata Tjuta, es una sorprendente aparición en pleno desierto.

Es un sitio sagrado para los pueblos originarios de Australia , y se puede decir que se transforma en algo similar para los miles de turistas de todo el mundo que lo visitan cada año y caen ante el embrujo de su imponente presencia y sus cambios de color, y sobre todo ante ese rojo brillante que adquiere cuando la acaricia el sol del atardecer.

Uluru , también conocido como Ayers Rock, no es geológicamente más que lo que su nombre en inglés indica: una roca, o digamos, para ser más exactos, una formación rocosa compuesta por arenisca que se encuentra casi en el centro exacto de Australia, en el Territorio del Norte, 430 kilómetros al sudoeste de la ciudad de Alice Springs y a nada menos que unos 2.800 kilómetros de Sidney.

Casi en el centro exacto de Australia (el llamado Red Center, o Centro Rojo), y en el corazón del Parque Nacional Uluru-Kata Tjuta , la formación rocosa se erige como una especie de vigía de casi 350 metros de altura –aunque la mayor parte de ella se encuentra bajo tierra– en medio de un árido y duro desierto, donde las temperaturas promedio superan los 35 grados en verano y las lluvias no alcanzan a sumar 100 mm en todo el año.

Aun así, este monolito de piedra que en 1987 fue declarado Patrimonio de la Humanidad es uno de los monumentos más visitados del país. Tanto, que ha generado una verdadera “industria de la creatividad” o, para algunos, de lo kitsch: se lo puede admirar sobrevolándolo en avionetas o helicópteros, caminando por múltiples senderos de trekking, paseando en camellos, haciendo tours a la luz del amanecer o al atardecer; contratando el Cave Hill tour, que promete una experiencia cultural indígena, o hasta disfrutando de una cena de gala, con manteles, copas de cristal y un buen vino australiano, justo a sus pies, mientras el sitio sagrado va siendo devorado por las sombras de la noche.

También llamado “el ombligo del mundo”, Uluru y su vecino monte Kata Tjuta tienen un profundo significado histórico y cultural para los habitantes originarios de la zona, los anangu, para quienes este gran bloque de piedra representa el punto crucial en la intrincada red de rutas del Tjukurpa o Tiempo del Sueño –el principio de todo, la creación–. Aquí, en el lado norte habitaban los pitjantjatjara u hombres canguro, y en el sur, los yankuntjatjara u hombres serpiente. Entre ellos, en torno a Uluru se libraron dos grandes batallas, que aún son rememoradas en cantos y ceremonias de orígenes ancestrales.

Los propios anangu organizan visitas guiadas en las que, además de dar explicaciones sobre la flora y fauna y la vida en la zona, narran algunas de estas leyendas. Como la del lagarto Kandju, que llegó hasta aquí buscando su bumeran perdido, y que se representa en las grietas de la superficie rocosa.

El perímetro de Uluru (de 9,4 km) presenta numerosas cuevas y recovecos con pinturas y grabados, muchos de ellos relacionados con la fertilidad y la iniciación, que los nativos consideran de origen divino. Incluso las representaciones cercanas de Wandjina, un dios que se asemeja mucho a un astronauta o extraterrestre, dejan volar las teorías y especulaciones.

Muchas de estas representaciones e incluso zonas –como algunas cuevas– son sagradas para los habitantes locales, por lo que se pide a los visitantes no ingresar ni tomar fotografías. Hay cavernas exclusivas para hombres y otras únicas para mujeres, y no es posible infringir esta regla, pues sólo mirar las pinturas realizadas en la caverna del sexo opuesto puede acarrear terribles castigos por parte de Kandju, el Gran Lagarto. E incluso hay carteles que solicitan nada más que respeto, sobre todo a quienes llegan con la intención de escalar el Uluru: “No debería hacerlo. No es lo más importante. Lo realmente auténtico es detenerse y oír. Estar atento a todo lo que le rodea. Escuchar y comprender” , dice uno de ellos. Aun así, no son pocos los tercos que insisten y ascienden hasta la cima, a contemplar el desierto desde 348 metros de altura.

Según la inclinación de los rayos solares y la época del año, la superficie de Uluru adquiere distintas tonalidades. Su imagen más famosa es la del atardecer, pero quienes tienen la suerte de admirarlo en alguno de los escasos días de lluvia de la zona pueden verlo en un infrecuente tono gris plateado cruzado por curiosas franjas negras, que no son otra cosa que algas que crecen en los pequeños cursos de agua.

Con la entrada de tres días al Parque Nacional (US$ 24), se puede recorrer tanto Uluru como el cercano Kata Tjuta (a 25 km), también llamado monte Las Olgas, un grupo de extrañas formaciones, igualmente sagrado para los pueblos originarios. Kata Tjuta quiere decir “muchas cabezas”, y esa es una de las impresiones que causa este conjunto de cimas, cuya máxima altura es de 546 metros. La leyenda dice que allí arriba vivía Wanambi, la gran serpiente del arco iris, que sólo descendía en la estación seca. Y partes de la montaña se identifican con los liru (hombres serpiente), el hombre canguro malu, o los pungalunga, caníbales gigantes.

Como fuera, Kata Tjuta es sin dudas el complemento necesario de toda visita al desierto rojo de Australia y a Uluru. Y a sus fantásticas leyendas. El lugar perfecto para hacer caso a aquel aviso de los anangu, y detenerse a oír. A escuchar y comprender. O al menos intentarlo.

Pablo Bizón
Clarín - Viajes
Imagen: Clarín

jueves, 20 de octubre de 2011

Belem-Brasil: Entre anacondas y jaguares


La ciudad norteña tiene la mayor feria de América latina desde 1688. Religiosa, tórrida y salvaje, se abre al turismo en el delta del río Amazonas.

Por las calles de Belem se forman túneles de árboles de mango y se respira el aroma a selva. Mucha humedad y más calor caracterizan a la capital del Estado de Pará, al nordeste de Brasil, ciudad que conoció la grandeza cuando la fiebre del caucho, a fines de siglo XIX, la convirtió en un centro productivo elemental para el mundo y el más importante del Amazonas, junto con la ciudad de Iquitos, en Perú.

A los pies del delta que forma el río Amazonas cuando desemboca en el Atlántico, allí, bien al norte de Brasil, se forma el archipiélago Marajó, integrado por más de 3 mil islas. La ciudad, rodeada de canales y los últimos y más lentos brazos del río “mais grande do mundo”, alberga en sus alrededores a seis parques ambientales.

Como el Amazonas, el río, el delta y todo el país, Belem sorprende por sus dimensiones. Puerta de entrada a la selva y ubicada sobre la línea del Ecuador –hace falta vacunarse contra la fiebre amarilla antes de viajar–, fue un puerto peleado por ingleses, holandeses, franceses y portugueses, cosa que se refleja en la ecléctica arquitectura. En estos días está celebrando, como desde hace más de doscientos años (desde 1793) todos los octubres, una de las fiestas religiosas más convocantes del globo: la fiesta del Círio de Nossa Senhora de Nazaré para la que llegan alrededor de 1 millón y medio de peregrinos. Hasta el 24, misas, procesiones, música y ferias alegrarán las calles de esta ciudad de más de 2 millones de habitantes.


Y las dimensiones a lo brasileño continúan. El mercado Ver-o-Peso es la mayor feria de América latina. Fundada en 1688 por los portugueses que pretendían controlar con impuestos la entrada y salida de productos del Amazonas, se mantuvo de pie a través del tiempo y hoy es un viaje hacia los aromas más autóctonos. Pescados frescos por todos lados, carnes, hierbas medicinales, especias, frutas y verduras lo convierten en ese paraíso que todo viajero sabe apreciar.

La Cidade Velha, el barrio más antiguo de la ciudad, data del siglo XVII, cuando los portugueses se asentaron en lo que se conoce como la Bahia de Guajará. Allí levantaron el Forte do Castelo, que se visita y desde donde se aprecia una buena vista del cemento que se siente intruso entre tanto verde. Además, la Catedral Metropolitana da Sé y la Igreja do Santo Alexandre son dos tesoros arquitectónicos que no deberían obviarse.

Selva adentro
En el corazón de la ciudad, se encuentra el Parque Zoobotánico y el Museo Parense Emílio Goeldi, un espacio en donde las anacondas y los jaguares se combinan con multicolores especies de flora autóctona. Además, hay espacios dedicados a antiguas comunidades amazónicas, donde se puede conocer y aprender sobre cómo vivían y convivían en un ambiente donde la naturaleza parece tan impenetrable.


El Mangal das Garcas, a pocos minutos del centro, conserva ecosistemas típicos de la zona y los abre al público a través de paseos en barco.

De nuevo con un buen repelente de mosquitos en la piel, al día siguiente, sigue el ecoturismo. Después de una visita al Jardín Botánico Bosque Rodrigues Alves, el paseo continúa hacia las playas de agua dulce y agua cálida de la Ilha Mosqueiro, una antigua zona de fin de semana de las familias “caucheras”.

Bosques tupidos, ríos y arroyos esperan a 15 kilómetros del centro de la ciudad. El Bioparque Amazônia es un resumen de la selva distribuido en 22 kilómetros de senderos en un área que conecta cuatro ecosistemas autóctonos, donde se pueden ver lagartos, cocodrilos, monos, osos hormigueros, guacamayos, papagayos, tucanes, pacaranas, el águila arpía e infinidad de pájaros. Además, cuenta con un museo que guarda tres mil piezas de conchas y moluscos de todos los continentes.

Mariana Jaroslavsky
Perfil - Turismo
Imagenes: Web

lunes, 26 de septiembre de 2011

Tendencias en el aire: Diez cosas que nunca pensó hacer al volar

El futuro ya aterrizó entre nosotros: comprar pasajes, circular por el aeropuerto o pasar horas en un avión no es lo que fue alguna vez

Hubo un tiempo en que viajar en avión era, literalmente, abandonar el mundo por unas horas. No sólo porque se perdía toda comunicación con la tierra, sino porque uno se adentraba en un entorno muy diferente de la realidad terrestre: un ambiente relajado y seguro en los aeropuertos, el tamaño antediluviano de los aviones, azafatas encantadoras junto a pilotos de gorra y charretera, una cordialidad casi empalagosa y hasta espacio donde adquirir vicios sin impuestos ni culpa.

Algo cambió cuando los aeropuertos se empezaron a parecer más a los centros comerciales o a campamentos de refugiados, cuando los buenos modos entre pasajeros y empleados fueron minuciosamente reglamentados para evitar agresiones (que, aun así, ocurren) y cuando la onda saludable barrió los cigarrillos y el whisky a un rincón del free shop.

Lo cierto es que miles de millones de pasajeros al año han convertido el mágico acto de desplazar una multitud a 10.000 metros de altura dentro de una mole de acero casi en un hecho cotidiano.

Pero todavía restan muchos más grandes cambios por venir. Y estas son apenas diez cosas que nunca pensamos hacer antes o durante un vuelo, y que son inminentes o incluso habituales.

1. Adquirir un pasaje en el supermercado
Ya no es tan imprescindible un gurú para encontrar una tarifa razonable a cualquier destino que se le ocurra. Puede entrar a la página de cada aerolínea y averiguar los precios, compararlos con las agencias virtuales -como Despegar.com- y pagarlo en el momento con tarjeta de crédito o imprimir la boleta y abonarla en cualquier caja de pago electrónico, aun en un supermercado. Quien no se haya visto en esa situación puede asomarse al Carrefour de Paraguay 919 de la ciudad de Buenos Aires, a media cuadra de las oficinas de LAN, donde forman hilera pasajeros que, además, aprovechan y junto con un pasaje a Miami se llevan, por ejemplo, un yogur y media docena de huevos.

2. Verificar con el celular dónde están su avión, su equipaje o su asiento
Al reservar un pasaje online, muchas compañías permiten que tilde un casillero y comience a recibir un mensaje de texto o mail ante cualquier cambio en la programación del vuelo. Las funciones del celular se van ampliando para pronto informar también dónde está la nave, dónde está su equipaje y hacer su chequeo de asiento hasta el último momento antes de subir, que es cuando se liberan algunos lugares codiciados. Según un último estudio de la central de reservas Amadeus, "las tecnologías móviles emergentes revolucionarán cada etapa de la experiencia de viaje en el futuro". El informe, llamado El viajero siempre conectado, demuestra que un 16% de los 2978 encuestados utiliza su celular para comprar boletos, pero el porcentaje es creciente en los más jóvenes (18%) y en los viajeros frecuentes (33%). También revela que un 40% consultaría el estado de su equipaje y su vuelo si las aerolíneas instalaran esta tecnología push (enviada directamente por el servidor), algo que la mayoría está implementando.

3. Compartir un vuelo con mil personas
No es que hubiera intimidad en un vuelo tradicional, pero 150 o 200 personas parecía una cantidad razonable de compañeros de viaje. Cuando nos estábamos haciendo a la idea de que nos mantendríamos horas con los 400 pasajeros de un Jumbo (Boeing 747), nos encontramos ante los 840 del Airbus 380, que en su versión Extended, con pura cabina Economy, tiene capacidad para 1000 personas. Esos volúmenes nos remiten más a un congestionamiento urbano o al subte que a un viaje en avión, pero allí estaremos, todos juntos, enlatados, y en el aire.

4. Deambular en pijama entre los asientos
Las aerolíneas que se jactan de su servicio, empezando por las asiáticas, lo tenían desde hace tiempo y las europeas las siguieron. Entre ellas había una silenciosa competencia en la calidad (¿algodón o seda?), comodidad (botones, cierre relámpago o cerrados) y hasta el diseñador de la prenda (Christian Lacroix para Air France, Givenchy para Singapore, Peter Morrissey para Qantas). Pero desde el mes próximo, la menos pretenciosa American Airlines será la primera aerolínea norteamericana en incluir pijamas y amenidades de lujo en las clases Primera y Business.

5. Volar con una piloto
Las mujeres no sólo conducen países, sino que también pilotean aviones desde hace décadas, aunque era más común encontrarlas en los cockpits de Lufthansa o de American Airlines. De hecho, sólo hay 450 en el mundo, según la Sociedad de Mujeres Pilotos (Society of Woman Airline Pilots). Pero desde hace un par de años también es posible verlas en nuestras latitudes, ya que Aerolíneas Argentinas, Austral, LAN, Pluna y Sol tienen varias pilotos y hasta hay servicios donde todo el equipo técnico -piloto y copiloto-, así como las tripulantes de cabina, son mujeres.

6. Comprobar que allí arriba, también, todo está en venta
En la película Amor sin escalas , George Clooney conseguía los codiciados 10 millones de millas voladas y accedía a una tarjeta titanio de viajero frecuente después de pasar gran parte de su vida arriba de un avión. Los beneficios extraordinarios de tal categoría de clientes preferenciales son todo un mito en el mundillo aerocomercial. Tom Stuker, por ejemplo, es el pasajero número 1 de United, por haber llegado en julio pasado a 10 millones de millas, y hasta se han demorado vuelos para esperar que embarque, como admitió en una nota concedida a CNN.

Pero ya no será necesario viajar 80 veces a Hawai, como Stuker, para acceder a ciertos privilegios. Por dos razones: una, que es más fácil conseguir millas porque las alianzas entre compañías permiten acumular horas voladas sin necesidad de ser monogámico con la línea aérea. Además, cada vez más se amplía la variedad de tipos de compras con las cuales se acreditan millas.

En segundo lugar, las aerolíneas han puesto tarifa y ofrecen a cualquier paisano gran parte de los derechos antes reservados sólo para las elites voladoras. Pago mediante, se podrá tener el ingreso al salón VIP, un pase de cabina, embarcar en la primera llamada, los asientos con más espacio para las piernas, y hasta elegir preferencialmente ventana o pasillo. Además de los adicionales habituales para acompañar la comida estándar, como lo era el vino o algún licor, las aerolíneas también empiezan a disponer de menús más parecidos a los de primera clase o business en la cabina de turista, sólo que pagando aparte. Desde este mes, por ejemplo, KLM ofrece menús a elección para sus vuelos intercontinentales desde Amsterdam. Por entre 12 y 15 euros, se puede elegir entre comida japonesa, italiana, indonesia o vegetariana.

7. Conectarse desde las nubes
En los aeropuertos se puede acceder a onerosas redes de Wi-Fi (excepto, por ejemplo, en el Kigali de Ruanda, donde es gratis) y, poco a poco, las aerolíneas van incorporando esta prestación a bordo, un servicio que se habrá generalizado en un período de tres a cinco años, según la estimación de la industria. Las tarifas trepan desde 5 dólares por una hora y media, pero todavía es desparejo el nivel de acceso que ofrecen las que ya lo tienen habilitado en parte de su flota, como Virgin, Delta, British Airways, Lufthansa, United, Qatar y Air Canada.

También el uso de celulares durante el vuelo es algo que tiende a flexibilizarse a medida que avanzan los estudios sobre las interferencias comprobables de los equipos en los comandos del avión, como en Europa, donde ya se permite el encendido una vez que la nave superó los 3000 metros. El precio dependerá de la operadora y, por ahora, también está por las nubes.

8. Que lo despida una máquina y otra le dé la bienvenida
En el aeropuerto, una especie de cajero automático imprime su tarjeta de embarque y le indica en la pantalla que pase por el lector electrónico su pasaporte y la visa, si fuera necesaria. Deja el equipaje en una balanza que automáticamente emite dos papeles autoadhesivos con el peso y un código, para ser pegados en la valija y en su boarding pass. Después deja el bulto en el sector de equipaje y se va.

Es decir, el primer ser humano que encuentre en el proceso será el personal de seguridad y de Migraciones, que podrán tener muchas cualidades, pero no la simpatía.

Todavía no es así en Ezeiza, pero sí en otros aeropuertos, lo que anticipa que pronto desaparecerán esos guiños y frases de cortesía que intercambiábamos con los empleados de la aerolínea en el check in mientras descargábamos los nervios del viaje ("Es que es la primera vez que viajo en avión". "¿Seguro que no tiene un asiento más adelante?" "¿Qué sirven de comer?").

Hasta el ingreso a los países, como en los Estados Unidos, se está facilitando con computadoras que leen el pasaporte y habilitan el paso si se es residente.

9. Ser el único pasajero que mira las películas del programa oficial
Apenas el avión termina el proceso de despegue y se autoriza el uso de dispositivos electrónicos, cientos de pasajeros desenfundan sus aparatos con pantallitas en las que redactan, calculan, dibujan, ven películas, leen libros o escuchan música igual que lo harían en el living de su casa.

También las aerolíneas ofrecen ahora los juegos de computadora más populares y empiezan a transmitir televisión satelital, como en el caso de Virgin, Continental, Jetblue y Qatar.

Desde la única pantalla de cine al frente de cada módulo de la cabina hasta hoy, el término entretenimiento de a bordo ha incluido una oferta tan variada que será difícil encontrar en vuelo a alguien que le cuente el final de la película si se quedó dormido antes de que terminara.

10. Llamar al presidente de la aerolínea por su nombre de pila
Richard Branson, carismático presidente de Virgin, chatea, twittea y aparece frecuentemente en Facebook. No sorprende de parte de alguien que cada tanto, cuando pierde una apuesta, se viste de azafata y atiende el servicio de comidas de sus aviones. Pero aun los directivos menos irreverentes también han debido bajar al llano y relacionarse con pasajeros que llegan a su puerta, virtual o no, sin más fueros que la propia queja. Hace seis años fue noticia que el presidente de Continental debió pagar una cena a 270 usuarios del foro Flyertalk, donde discutía de igual a igual los cambios realizados en la compañía. Ahora, la novedad es un programa como el Surprise de KLM, en el que la misma aerolínea rastrea en las redes sociales inconvenientes que los pasajeros hayan podido tener en sus viajes, para anticiparse con alguna solución en el momento de embarcar o llegar a destino.

Las opiniones, buenas y malas, se vuelcan naturalmente en sitios como Skytrax, tal como se hace con los servicios turísticos en Trip Advisor. De hecho, la cuenta Twitter de la mayoría de las aerolíneas se ha convertido en un intenso canal donde se informa al instante sobre los cambios de programación de vuelos, se contestan preguntas urgentes y se derivan consultas más amplias.

Encarnación Ezcurra
La Nación - Turismo

lunes, 19 de septiembre de 2011

Europa: en la carretera

Antiquísimas iglesias, pueblos medievales y magníficos paisajes se funden en las rutas de Francia


Europa es, por lejos, el lugar del mundo con más atractivos por metro cuadrado. Allí, un pueblito cualquiera alberga un monasterio milenario, el camino menos pensado lleva hacia un castillo medieval, junto al más insignificante arroyo se levanta un acueducto romano y tras la más anónima de las colinas se esconde un restaurante de cinco estrellas Michelin. Y estas son cosas que no se ven desde el avión, sino a ras del suelo. Recorrer Europa dando saltos aéreos entre ciudades puede que sea práctico, rápido o relajado, pero te hace perder todo lo que hay en el medio, que es muchísimo.

Para ver todos esos “pequeños tesoros” (algunos no tan pequeños) que albergan las entrañas de Europa no hay nada como viajar en auto, aprovechando la extensísima e impecable red de autopistas y carreteras que une a todos los países del Viejo Continente. En estas páginas, proponemos uno de los muchísimos itinerarios posibles, que se comienza en Madrid y transcurre hacia el norte de Europa en etapas signadas por ciudades como San Sebastián, Burdeos, París, Brujas, Amsterdam, Colonia y Munich. Al dar la vuelta y emprender el regreso, la travesía enhebra urbes italianas como Verona, Florencia y Pisa, para luego recorrer la costa mediterránea de Francia y concluir en la fantástica Barcelona.

Es un viaje en el que nunca pasan más que unos pocos kilómetros sin que aparezca la tentación de detenerse a descubrir un sitio lleno de historia, de antiquísimas tradiciones o de delicias gastronómicas únicas. En este itinerario encontrarán una buena cantidad de consejos, advertencias, precios y datos útiles para planificar, o simplemente fantasear, con una travesía por las rutas de Europa.

El punto de partida es la capital española, una ciudad de múltiples encantos a la que hay que destinar al menos tres o cuatro días. Quienes la visitan por primera vez no pueden dejar de conocer sitios como la Plaza Mayor, la Gran Vía, los Museos del Prado, Thyssen y Reina Sofía y barrios como La Latina, Chueca y Malasaña, donde late la intensa vida nocturna y gastronómica de la ciudad. Madrid es además un sitio ideal para alquilar un auto, gracias a la diversidad de ofertas (ver Alquiler de auto). El viaje parte desde Madrid hacia el noreste, rumbo al País Vasco y la frontera con Francia, saliendo del centro de la ciudad por la circunvalación M-30 y luego la autopista A1. El recorrido tiene 450 km (unos 20 euros de peaje) y pasa por sitios como Burgos (parada para ver su famosísima y gótica Catedral) y Vitoria, la capital vasca, una de las ciudades más elegantes de toda España.

Llegados a San Sebastián, no hay plan mejor que reponer fuerzas en alguno de los bares de pintxos (tapas) del casco antiguo. Y luego destinar al menos una jornada para pasear por las playas de la bahía de la Concha, sus bulevares estilo belle epoque y los encantadores pueblos vascos que la rodean, como Tolosa, una pequeña y encantadora ciudad de puro carácter vasco, rodeada de colinas verdísimas, y Hondarribia, con su hermosa bahía y el puerto situado frente a la ciudad francesa de Hendaya.

En los “Autonautas de la Cosmopista”, el libro que Cortázar escribió junto a su mujer Carol Dunlop, se narran unas vacaciones de la pareja transcurridas en la fantástica red de zonas de descanso de las autopistas francesas (www.autoroutes.fr). Además, los campings de Francia suelen ser muy baratos y de excelente calidad (casi siempre tienen bungalows o cabañas), por lo que brindan la posibilidad de contar con opciones de alojamiento muy económicas y en contacto con la naturaleza.

Saliendo de España por el paso de Irún, las autopistas E70 y E5 van uniendo sitios de gran interés de la costa vasco-francesa como Saint Jean de Luz y Biarritz, hasta llegar a Burdeos, la gran capital del vino francés. Allí se puede hacer una escala breve para disfrutar de un almuerzo bien francés en alguno de los restaurantes del centro histórico o bien destinar un día a recorrer alguna de sus cuatro zonas vitivinícolas (Saint Émilion, Pomerol, Médoc y Graves), que combinan colinas tapizadas de viñedos, imponentes castillos y bodegas de enorme prestigio como el Château Lafite Rothschild, donde se elabora uno de los mejores (y más caros) vinos del mundo.

Continuando hacia el norte, se pasa por otras ciudades históricas como Poitiers y Orleans. En total, hasta París son 820 km (habrá que pagar 60 euros de peaje) que se pueden hacer de un solo tirón o durmiendo en alguno de los muy buenos campings que rodean las ciudades del camino.

Toda una vida no sería suficiente para conocer del todo a París. Pero el sentido común diría que en una visita corta no pueden faltar hitos como la torre Eiffel, el Trocadero, los márgenes del Sena, Notre Dame, los restaurantes de la zona de la Bastilla, el Centro Pompidou, los Museo del Louvre y D’Orsay y la bohemía super turística de Montmartre. Lo mejor es no estresarse: todo tiempo que se pase en París parecerá poco. Y un buen consejo es dejar el auto estacionado cerca del hotel (de ser posible en barrios no tan céntricos, como Montrouge) y moverse por la amplia red de transporte público de la ciudad.

Saliendo del centro de París por la Rue de la Chapelle se conecta con la Autopista del Norte (Autoroute du Nord), que va hacia la frontera con Bélgica y al norte de Europa. El viaje hasta Amsterdam tiene apenas 500 kilómetros (15 euros de peaje), un trayecto al que se le puede dedicar todo el día si se quiere parar en sitios como Lille (imperdibles: la ciudadela de Vauban y el casco antiguo de estilo flamenco) y Gante (también de estilo flamenco, famosa por la imponente Catedral de San Bavón), Brujas o Bruselas, una urbe cosmopolita y sofisticada, plagada de edificios art-deco. Si se parte de París bien temprano, Brujas puede ser un excelente sitio para almorzar y dar luego un paseo por esta ciudad bellísima, cruzada por canales y donde pervive intacta la identidad medieval.

Tras un par de paradas en el viaje (otra opción puede ser la melancólica ciudad portuaria de Amberes), se llega a Amsterdam junto con la caída de la noche. Amsterdam es una de las ciudades del mundo donde sale más caro estacionar. Mientras más lejos del centro, menos cuestan los tickets y la mejor opción es dejar el auto en alguno de los parkings P+R (una sigla que en holandés significa algo así como “parar y pasear”), que cuestan muy poco y están situados en los márgenes de la ciudad, junto a la ruta de circunvalación.

Famosa por su multiculturaliad y su tolerancia, Amsterdam es una ciudad que invita a ser recorrida a pie o en bicicleta, (el medio de transporte preferido por los “amsterdamers”), que se pueden alquilar en distintos lugares del centro. Un buen inicio para el paseo, sobre todo si es en bicicleta, es el Voldenpark, el mayor parque de la ciudad, que se halla muy cerca de dos imperdibles: el Museo Van Gogh y el Rijksmuseum. A partir de allí se abre la zona más céntrica, donde los célebres canales son más numerosos y dan marco a sitios de gran interés como la casa-museo de Ana Frank, los mercados callejeros de Boerenmarkt y Waterlooplein, la plaza del Dam y el pecaminoso “Red Ligth Square”, donde las prostitutas ofrecen sus servicios desde escaparates y abundan los coffe-shop en los que se vende legalemente marihuana.

Para los amantes de la gastronomía, la moda y las tendencias, no hay sitio mejor que el barrio de Jordaan, una especie de “Palermo holandés”, lleno de tiendas de moda, galerías de arte, bares y restaurantes de chefs jóvenes.

Para un automovilista no hay lugar como Alemania: allí no existen los peajes y no hay límite de velocidad. Además, la ruta que lleva desde Amsterdam hasta Munich no solamente recorre buena parte del país, sino que atraviesa varios parques naturales y durante muchos trayectos corre paralela al curso del río Rhin. Este es, sin dudas, el trayecto más disfrutable en el sentido “automovilístico”: poner un buen disco, comprar provisiones y luego disfrutar del simple placer de manejar por rutas amplias e impecables, rodeadas de bosques y encantadoras ciudades germanas.

En total, son 830 kilómetros, en los que se pasa por lugares como Colonia (hay que parar para ver, sí o sí, su Catedral, la obra maestra del estilo gótico) o Nuremberg (en un paseo rápido y a pie se puede disfrutar de hitos como la calle de los Derechos Humanos, la casa del pintor Alberto Durero y los puestos callejeros del casco viejo, donde se venden unas salchichas deliciosas que al parecer son típicas de la ciudad). A un ritmo tranquilo el viaje dura poco más de siete horas, por lo que al atardecer seguro se podrá divisar la gótica torre del ayuntamiento de Munich apareciendo desde el horizonte.

Munich es la capital de Baviera y es conocida en todo el mundo por la Oktoberfest, una fiesta que se realiza entre septiembre y octubre, con la misión de celebrar la pasión que esta gente tiene por la cerveza. La fiesta, que este año finaliza el 3 de octubre, tiene lugar durante dos semanas en el Theresienwiesen, un recinto situado a 10 minutos del centro en el que se levantan carpas que albergan cervecerías, restaurantes, escenarios musicales y espacios para bailar.

Si no se llega durante el Oktoberfest, Munich ofrece también otros muchos atractivos (buena cerveza hay todo el año y en todas partes), como la iglesia gótica de Frauenkirche, la ciudad Olímpica, los museos de la zona de Kunstareal y las elegantes tiendas de moda de la calle Maximilianstrase. Durante el paseo no se puede dejar de probar el “fast-food” típico de Munich, que es la weisswurst, una salchicha blanca que se sirve acompañada por un brezn (igual al pretzel) y un vaso enorme de cerveza de trigo.

Atravesando los espectaculares paisajes de las montañas austríacas, la ruta que va desde Munich hacia Italia pasa por Innsbruck, la capital de la cultura tirolesa, un sitio que parece ser el decorado de una película de Disney, ideal para una visita corta. El recorrido hasta Pisa es de 720 kilómetros (41 euros de peaje), pero en este caso conviene hacerlo en dos tramos, para pasar un día (o un par) en la incomparable Florencia.

Tras pasar por Innsbruck, la ruta atraviesa lugares como Verona (tiene un centro histórico impresionante, con un anfiteatro romano, un sinfín de iglesias de diferentes estilos y la casa de Julieta, en la que era cortejada por Romeo, según Shakespeare) y Bologna (el segundo casco histórico más grande de Italia, famosa por ser uno de los lugares donde mejor se come en todo el país). Y luego se adentra en el paisaje de la Toscana, uno de los escenarios más sugerentes de la Tierra, en el que se combinan colinas tapizadas de viñedos y olivares, antiguas haciendas renacentistas y un sol magenta que alumbra como en ninguna parte del mundo.

Florencia es la capital histórica y emocional de la Toscana, un lugar donde todavía se percibe esa constante búsqueda de la belleza que fue el Renacimiento. Su mayor emblema es la iglesia de Santa María del Fiore, la obra maestra de Brunelleschi, situada en la Piazza del Duomo, que es el punto de partida de cualquier recorrido por la ciudad.

En una estadía breve no se pueden dejar de visitar sitios como la galería de los Uffizi (una de las más grandes y antiguas pinacotecas del mundo), el Ponte Vecchio, la Galería dell’Accademia (donde está el David de Miguel Angel) y alguna de las muchas heladerías del centro, donde el “gelatto” alcanza estatura de arte. Un consejo: evitar que la visita a Florencia caiga en el verano europeo, cuando desborda de turistas.

Rumbo a la Costa Azul francesa –la última gran etapa del viaje– el itinerario transcurre por dos de las más sugerentes ciudades de Italia. Pisa, que está a apenas una hora de Florencia, es un hito obligado debido a su célebre torre inclinada. Su casco antiguo es tan encantador como pequeño, por lo que una buena idea es recorrerlo durante la mañana y al mediodía ya estar en la ruta rumbo a Génova, el puerto desde el que otrora partieron miles de inmigrantes rumbo a la Argentina, que ofrece sitios de gran interés, como la céntrica Piazza de Ferrari, la Catedral de San Lorenzo, el acuario y el viejo puerto.

Tras dejar atrás San Remo, aparece la frontera entre Francia e Italia y, unos pocos kilómetros más adelante, el principado de Mónaco, que no es más grande que un par de barrios porteños. Lujoso casi hasta la extravagancia, Mónaco es un lugar para curiosear a la pasada, ya que alojarse allí (o incluso comer algo) cuesta una fortuna.

Casi igual de elegantes son Niza (que, además de hermosas playas, tiene museos dedicados a artistas como Chagall, Matisse y Picasso) y Cannes (donde se pueden visitar los escenarios en los que transcurre su famoso festival de cine).
Antes de adentrarse en tierras catalanas, la Autopista del Mediterráneo pasa por ciudades francesas muy impregnadas por la cultura árabe, como es el caso de Marsella.

Tan caótica como interesante, Marsella es la segunda ciudad más poblada de Francia y su mayor atractivo son sus barrios, sitios llenos de vida y contrastes como Le Panier, un lugar ideal para pasear, comprar y disfrutar de una bouillabaisse, el guiso de pescado que es la gran especialidad local.

Al pasar por Colliure, uno de los pueblos más bellos del Mediterráneo, refugio de pintores impresionistas y escritores como Antonio Machado, el paisaje –cada vez más árido y mediterráneo– confirma el regreso a tierras españolas y la inminencia del final de la travesía.

La última parada es la ciudad de Gaudí, del Fútbol Club Barcelona y Ferrán Adriá, una urbe en la que el legado histórico se funde con las tendencias más vanguardistas en diseño, cultura y gastronomía. Entre sus infinitos atractivos, Barcelona cuenta con la iglesia de la Sagrada Familia, barrios históricos llenos de tiendas, bares y restaurantes como el Gótico, el Borne o el Raval, las playas de la Barceloneta, el museo Joan Miró y modernos centros de arte como Caixa Forum y el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), entre tantos otros.

Por su carácter festivo Barcelona es el lugar ideal para dar por acabado el viaje, para que entre “cañas” de cerveza, fideuás y rondas de tapas, se adormezca la melancolía de haber llegado al final de una fantástica travesía por las rutas de Europa.

Diego Marinelli (Especial)
Diario Clarín
Imagen: Diario Clarín

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cafes legendarios (en el mundo)


Cafe Tortoni - Buenos Aires

En Viena, Barcelona, Praga o Venecia, algunos de los más tradicionales y encantadores locales donde comenzar el día o hacer la pausa justa para reponer energía y... viajar en el tiempo

Un buen café y un diario es una gran combinación para comenzar el día o hacer una pausa en el camino cuando viajamos. Especialmente si se da en un salón palaciego, cubierto de grandes espejos biselados, columnas de madera talladas, boiseries, arañas de cristal, vajilla de porcelana y un amplio etcétera haciendo juego. Donde los camareros están orgullosos de su trabajo y hasta visten de etiqueta. Y, lo más trascendente, donde se esté rodeado de habitúes que se conocen.

No por nada, ciertos cafés legendarios en el mundo conforman una aristocracia de la taza y se han transformado en grandes atracciones turísticas.

Como la mayoría de las cosas importantes, esta tradición viene de lejos, particularmente de Europa central y de fines del siglo XVIII, durante el Imperio Austro-Húngaro de Francisco José y Sisí. Y también de Oriente, con el café turco de Estambul y El Cairo, y su expansión en América.

En Buenos Aires, este modelo de café bar lo tomó, por ejemplo, la Richmond, en la calle Florida, que acaba de bajar su persiana no sin polémica. Y, por supuesto, el exitoso Tortoni, donde hay que hacer cola para conseguir entrar, y Las Violetas, que resucitó con sus vitraux.

A estos cálidos cafés los asociamos con los de ciudades como Viena, Budapest, París, Venecia o Roma, aunque no hay un lugar y una fecha precisos del nacimiento de esta institución gastronómica. Pero los rasgos comunes existen: las sillas Thonet, las mesitas de mármol, las cortinas de lazo...

El rito comienza por la mañana, pero se mantiene en continuado hasta la noche tarde. Por eso la fama de las tortas (por ejemplo, la Sacher), luego los bocadillos, los panini, un especial bien cargado o cualquier tente en pie porque el menú está al servicio del cliente y no del reloj. Aunque uno no pida nada más que un café, un vaso de agua y el diario. Y los minutos se hacen horas y a ningún mozo se le ocurre apurarlo acercando la cuenta a menos que se la pidan.

Café Landtmann - Viena

El mismo Sigmund Freud iba al Café Landtmann (Dr Karl Lueger Ring 4) que estaba cerca de su casa y sigue siendo uno de los mas espléndidos de Viena. Paraba allí como Cacho Castaña en el Café la Humedad. En Roma, lo mismo hacía Goethe, deslumbrado por Italia, Ruskin en Venecia o Nietzsche en Turín. En París, Sartre y Simone tenían su escritorio de hecho en el barrio de Saint Germaine, porque durante la ocupación alemana no había calefacción en las casas ni en los hoteles, pero sí en las confiterías y los teatros.

El café era un punto de encuentro que no necesitaba un celular ni un mensaje en Facebook. Se veía la vida pasar y pasar, mirando sin hacer nada, conversando o esperando a alguien que quizá nunca llegaba.

El café es un ingrediente necesario, pero no suficiente. Lo decisivo es la decoración, el ambiente, la onda y, fundamentalmente, sus parroquianos. Uno piensa que, igual que en algunos restaurantes de Puerto Madero, se los conquista con una atención especial para que sea más frecuente la visita de algunas personalidades que otras, apostando a la rueda de la fortuna del Quié n es quién de actualidad. Porque algunos son lugares para mirar y ser mirados. Uno puede ser un anónimo, pero al sentarse en una silla de esta aristocracia del mantel hasta se puede sentir contemporáneo de Voltaire, Hemingway, Picasso y Borges.


ROMA
Caffé Greco
Mirarse en su galería de espejos, en tres salones separados por arco de medio punto, es sentirse en compañía de músicos como Listz, Bizet o Wagner. Sobresale con su estampa de años, aunque esté rodeado de los locales de las más importantes marcas italianas. Fue fundado en 1760 por un emigrante griego, Niccola della Madalena, de ahí su nombre, a pasos de la Piazza di Spagna, al pie de la escalinata que lleva hasta la casa en la que murió John Keats. Por aquí se deslumbraba Goethe al familiarizarse con la cultura italiana desde los clásicos. Las salas son pequeñas, igual que las mesas y las sillas, con cuadros y fotografías que incluyen a Audrey Hepburn, La princesa que quería vivir. No es simple conseguir una mesa y suele ser mejor buscar un lugar vacío en la barra para pedir un café en lugar de aperitivos, como hacen los locales. Entre otras curiosidades, dicen que fue el primer local que permitió fumar a sus clientes.
Vía Condotti, 86. Roma (cierra los domingos)


VIENA
Das Café Central
Como Boca y River, también en Viena hay pasiones que dividen. Mientras el Frauenhuber era el preferido de la aristocracia, el Central fue elegido por los intelectuales y políticos desde que abrió en 1876 en el Palacio Ferstel. Su lista de clientes famosos es interminable hasta el punto de incluir antes de la revolucion soviética a Vladimir Lenin y Lev Bronstein, al que todavía no se lo conocía por su seudónimo de León Trotsky. Eran jugadores de ajedrez, el juego ciencia que preferían los parroquianos. Los tableros y trebejos eran tan comunes que parecía una escuela de ajedrez. El café se cerró al terminar la Segunda Guerra Mundial, pero se recuperó en 1975 y desde 1986 tomó su aspecto actual, transformado en una gran atracción no sólo turística, sino intelectual y gourmet a la hora de degustar sus 20 clases de tortas.
Herrengasse 14


VENECIA
Caffè Florian
Decir que es una maravilla es quedarse corto. Porque cuando anochece, a medida que la oscuridad avanza y la plaza se va quedando vacía crece su magia. Fundado en 1720 por Floriano Francesconi, mantiene la iluminación de sus lámparas de Murano a cuya luz se acentúa la belleza de las mujeres, que aquí nunca tuvieron el acceso prohibido como sí ocurría en otros locales. El Caffè Florian es una pasarela sensual y enigmática. En el Carnaval de la ciudad, allí se concentran disfraces y máscaras. Todo el año, el turista vive en un tiempo eterno. Igual que en Medianoche en París, la película de Woody Allen, no produciría sorpresa cruzarnos con Casanova o los personajes de Shakespeare, ver a Byron llegar nadando desde el Gran Canal o reconocer a Hemingway. Un café que es como Venecia misma, donde lo único que uno puede hacer es enamorarse del placer de vivir. Aunque sólo sea tomando un café que sabe a los dioses.
Piazza San Marcos. Venecia


EL CAIRO
Café Al Fishawi
Es el más antiguo de Egipto y pertenece desde 1773 a la familia que le da su apellido. Está en el centro del mercado más popular de la ciudad, Jar Jalili, que tiene seis siglos. Para llegar al café hay que recorrer el zoco, donde nos vamos perdiendo entre sorpresas hasta encontrarlo. Antes de viajar es aconsejable leer la novela El callejón de los milagros, escrita por Naguib Mahfuz, premio Nobel de 1988, el primero otorgado en lengua árabe. Y, por supuesto, era asiduo cliente del Café de los Espejos, como también se lo llama. En 1995, el director mexicano Jorge Fons tomó esa obra para una película. Nadie tiene apuro en un café y mucho menos cuando se trata de pedir un café turco o un té de menta mientras otros disfrutan de su pipa de agua, la tradicional narguila. No sirven comidas, pero no hay problema si quiere llevar un sándwich de falafel propio. Está abierto las 24 horas y, aseguran, no cerró una sola noche desde hace 200 años.
Plaza de Hussein. Jar jalili. El Cairo


ESTAMBUL
Pera Palas Café
Tiene todos los condimentos para ambientar una novela de misterio y es tan orientalmente suntuoso que pasa de una época antigua a la onda más actual. Está en la parte más vieja de la ciudad y era base para los viajeros del singular Oriente Express. Entre sus clientes no puede extrañar que haya estado Alfred Hitchcock, el maestro del suspenso, pero también Mata Hari, Sarah Bernhardt y Greta Garbo, entre otras personalidades, sin contar las criaturas imaginadas por Agatha Christie.
Mesrutiyet Cad, 98-100. Estambul


BUDAPEST
Café New York
Otro clásico del Imperio Austro-Húngaro transformado en atracción turística y al que numerosos cambios de dueños y renovaciones no le alteraron el estilo ultralujoso que fijó en sus comienzos en 1894. Aunque ahora forma parte del hotel cinco estrellas de una cadena italiana y sólo en su deslumbrante apariencia se lo puede llamar café. Llamarlo sólo cafetería sería un insulto al despliegue art noveau, con los frescos del cielo raso y los candelabros de cristal.
VII. Erzsébet körút 9-11 - www.boscolohotels.com


VIENA
Café Frauenhuber
El oro negro, como se lo llama al café, venía de Oriente. Al romper el segundo asedio otomano de Viena en 1683 y descubrir los europeos la conveniencia de importar ese producto surgió una sucesión de lugares para tomarlo socialmente. Desde ese momento surgieron los locales para tomar café, las Kaffeehaus, como una de las instituciones de Austria más copiadas en el mundo.

Al Café Frauenhuber se lo considera el más antiguo en su rubro y se mantiene tan espléndido como siempre. Su fachada data de 1769 y tuvo remodelaciones que no variaron su estilo. Desde el principio hasta hoy sirve, por la mañana, café, chocolate y té; limonadas con platos calientes al mediodía y tortas todo el día. Era el lugar de moda cuando allí tocaron Mozart en 1797 y luego Beethoven casi un siglo después. Tuvo cambios de nombre hasta que en 1891 se estableció como el Café Frauenhuber, pero sin perder la personalidad que lo había convertido en el favorito desde los días del Imperio Austro-Hungaro.
Himmelpfortgasse, 6. Metro U3 U1
Stephanplatz. Viena cafe-frauenhuber.at


PARIS
Le Procope
En Saint Germain des Pres, la entrada impresiona con su fachada con flores, vista tantas veces en miles de imágenes. Y si se accede por la parte de atrás, la calle adoquinada y semiiluminada remite al viejo barrio donde vivía Voltaire, muy cerca de las casas de Robespierre, Danton o Marat en tiempos de la Revolución Francesa. El edificio tiene varios pisos en laberinto y puede ser restaurante, brasserie, salón de fiestas o lo que se le ocurra. Sin dejar de ser un museo vivo. Porque desde que el siciliano Francesco Procopio dei Coltelli se instaló en 1686, cuando reinaba Luis XIV, el Rey Sol, no hubo figura notable que no lo frecuentara. Los conocedores aseguran que ésta fue la mesa de Molière, que en aquella otra escribió Diderot su enciclopedia, que en la de más allá se sentó Napoleón siendo militar en ascenso. La lista de comensales sigue con Balzac, Victor Hugo, Verlaine, sin olvidar a Julio Cortázar.
13 rue de l'Ancienne Comedie


PRAGA
Café Slavia
Los cafés en la actual República Checa mantienen el escenario de los que se hicieron famosos en el Imperio Austro-Húngaro del que formaban parte. Este local de 1863, de arquitectura art déco, es uno de los más famosos y si bien Franz Kafka nunca dio un nombre propio de su ciudad, era seguramente uno de sus clientes como su poeta compatriota Rainer Maria Rilke. No sólo abundan los diarios para consultar igual que en Viena, sino también el strudel o el pastel babovka y hasta una cerveza checa desde sus amplios ventanales cercanos al Teatro Estatal donde Mozart dirigió el estrenó de Don Giovanni, en 1787.
Smetanovonabrezi, 2


MADRID
Café Gijón
Impone respeto por orden de memoria con sólo tomar asiento en sus sillas de terciopelo rojo. Porque eso mismo hicieron Federico García Lorca, Antonio Machado, Jardiel Poncela, Camilo José Cela y la mayoría de los prohombres de la literatura española. Es sinónimo de tertulia, lo que implica no sólo hablar, sino tener algo que decir y la aceptación de escuchar. Hermano de sangre del cuadro La tertulia del Café Pombo, de José Gutiérrez Solana que está en el Centro Reina Sofía. Si bien son famosas sus tertulias y participantes, también lo es el local en sí mismo con la diversidad de comidas, su terraza en el verano y horarios de las 9 a las 2 de la madrugada.

Fundado en 1888 por Gumersindo Gómez, un asturiano que dispuso que el local jamás cambiara de nombre y que mantiene el premio literario que lleva su nombre creado por otro habitué, Fernando Fernán Gómez. Es una reliquia vital de la tradición de El Colonial, el Café de Oriente, Café Pombo, la Flor y Nata, entre otros grandes y recordados cafés de los años 30, previos a la Guerra Civil Española.
Paseo de Recoletos, 21 - www.cafegijon.com


LISBOA
A Brasileira
Fernando Pessoa, uno de los mayores poetas portugueses y universales, sigue en la terraza con su estatua de bronce junto a una taza de café. Es difícil no tentarse en sacarse una foto a su lado y luego pedir un pastel de nata (pastéis de Belém) cuya receta es secreta desde hace dos siglos. El local está en el barrio Chiado, uno de los más encantadores de una ciudad encantadora donde recibe la brisa cercana del mar y la música de los fados está en el aire. Fue creado en 1905 por Adriano Telles con el propósito de importar productos desde Brasil, en especial el café de Minais Gerais. De su destino anterior, un negocio de camisería, le quedó su forma angosta y alargada, enriquecida con sus maderas talladas, mosaicos, espejos y bronces. El comerciante alentaba degustaciones con una tacita pequeña pariente del expreso. Como suele ocurrir, a pesar de su prestigio, corrió el riesgo de ser demolido. Lo rescató del olvido el movimiento de opinión para preservarlo como patrimonio cultural.
Rua Garrett, 120


BARCELONA
Café de L'Opera
En las Ramblas se mantiene la atracción, local y turística, de un café que nació en 1928 y mantuvo una clientela permanente. Nunca cerró ni siquiera durante la Guerra Civil Española y a través de sus tres libros de firmas tiene el capital mayor de su propósito de tolerancia, algo así como el alma máter de lo que debe ser un café. Allí figuran tanto el rey Alfonso XIII como anarquistas, bohemios e intelectuales, pintores, escritores, artistas, cantantes y, por supuesto, políticos y sindicalistas, lo mismo que futbolistas del Barcelona y hasta del Real Madrid. El local nació bajo el signo del modernismo catalán, con atrevimientos como los de una larga barra, poco común en un lugar de alta categoría. Fue restaurado por el arquitecto Antoni Moragas, uno de los grandes del diseño, que falleció en 1985. El café forma parte del patrimonio histórico de la ciudad y es uno de los más concurridos.
La Rambla 7.

Horacio de Dios
La Nación - Turismo
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