Europa es, por lejos, el lugar del mundo con más atractivos por metro cuadrado. Allí, un pueblito cualquiera alberga un monasterio milenario, el camino menos pensado lleva hacia un castillo medieval, junto al más insignificante arroyo se levanta un acueducto romano y tras la más anónima de las colinas se esconde un restaurante de cinco estrellas Michelin. Y estas son cosas que no se ven desde el avión, sino a ras del suelo. Recorrer Europa dando saltos aéreos entre ciudades puede que sea práctico, rápido o relajado, pero te hace perder todo lo que hay en el medio, que es muchísimo.
Para ver todos esos “pequeños tesoros” (algunos no tan pequeños) que albergan las entrañas de Europa no hay nada como viajar en auto, aprovechando la extensísima e impecable red de autopistas y carreteras que une a todos los países del Viejo Continente. En estas páginas, proponemos uno de los muchísimos itinerarios posibles, que se comienza en Madrid y transcurre hacia el norte de Europa en etapas signadas por ciudades como San Sebastián, Burdeos, París, Brujas, Amsterdam, Colonia y Munich. Al dar la vuelta y emprender el regreso, la travesía enhebra urbes italianas como Verona, Florencia y Pisa, para luego recorrer la costa mediterránea de Francia y concluir en la fantástica Barcelona.
Es un viaje en el que nunca pasan más que unos pocos kilómetros sin que aparezca la tentación de detenerse a descubrir un sitio lleno de historia, de antiquísimas tradiciones o de delicias gastronómicas únicas. En este itinerario encontrarán una buena cantidad de consejos, advertencias, precios y datos útiles para planificar, o simplemente fantasear, con una travesía por las rutas de Europa.
El punto de partida es la capital española, una ciudad de múltiples encantos a la que hay que destinar al menos tres o cuatro días. Quienes la visitan por primera vez no pueden dejar de conocer sitios como la Plaza Mayor, la Gran Vía, los Museos del Prado, Thyssen y Reina Sofía y barrios como La Latina, Chueca y Malasaña, donde late la intensa vida nocturna y gastronómica de la ciudad. Madrid es además un sitio ideal para alquilar un auto, gracias a la diversidad de ofertas (ver Alquiler de auto). El viaje parte desde Madrid hacia el noreste, rumbo al País Vasco y la frontera con Francia, saliendo del centro de la ciudad por la circunvalación M-30 y luego la autopista A1. El recorrido tiene 450 km (unos 20 euros de peaje) y pasa por sitios como Burgos (parada para ver su famosísima y gótica Catedral) y Vitoria, la capital vasca, una de las ciudades más elegantes de toda España.
Llegados a San Sebastián, no hay plan mejor que reponer fuerzas en alguno de los bares de pintxos (tapas) del casco antiguo. Y luego destinar al menos una jornada para pasear por las playas de la bahía de la Concha, sus bulevares estilo belle epoque y los encantadores pueblos vascos que la rodean, como Tolosa, una pequeña y encantadora ciudad de puro carácter vasco, rodeada de colinas verdísimas, y Hondarribia, con su hermosa bahía y el puerto situado frente a la ciudad francesa de Hendaya.
En los “Autonautas de la Cosmopista”, el libro que Cortázar escribió junto a su mujer Carol Dunlop, se narran unas vacaciones de la pareja transcurridas en la fantástica red de zonas de descanso de las autopistas francesas (www.autoroutes.fr). Además, los campings de Francia suelen ser muy baratos y de excelente calidad (casi siempre tienen bungalows o cabañas), por lo que brindan la posibilidad de contar con opciones de alojamiento muy económicas y en contacto con la naturaleza.
Saliendo de España por el paso de Irún, las autopistas E70 y E5 van uniendo sitios de gran interés de la costa vasco-francesa como Saint Jean de Luz y Biarritz, hasta llegar a Burdeos, la gran capital del vino francés. Allí se puede hacer una escala breve para disfrutar de un almuerzo bien francés en alguno de los restaurantes del centro histórico o bien destinar un día a recorrer alguna de sus cuatro zonas vitivinícolas (Saint Émilion, Pomerol, Médoc y Graves), que combinan colinas tapizadas de viñedos, imponentes castillos y bodegas de enorme prestigio como el Château Lafite Rothschild, donde se elabora uno de los mejores (y más caros) vinos del mundo.
Continuando hacia el norte, se pasa por otras ciudades históricas como Poitiers y Orleans. En total, hasta París son 820 km (habrá que pagar 60 euros de peaje) que se pueden hacer de un solo tirón o durmiendo en alguno de los muy buenos campings que rodean las ciudades del camino.
Toda una vida no sería suficiente para conocer del todo a París. Pero el sentido común diría que en una visita corta no pueden faltar hitos como la torre Eiffel, el Trocadero, los márgenes del Sena, Notre Dame, los restaurantes de la zona de la Bastilla, el Centro Pompidou, los Museo del Louvre y D’Orsay y la bohemía super turística de Montmartre. Lo mejor es no estresarse: todo tiempo que se pase en París parecerá poco. Y un buen consejo es dejar el auto estacionado cerca del hotel (de ser posible en barrios no tan céntricos, como Montrouge) y moverse por la amplia red de transporte público de la ciudad.
Saliendo del centro de París por la Rue de la Chapelle se conecta con la Autopista del Norte (Autoroute du Nord), que va hacia la frontera con Bélgica y al norte de Europa. El viaje hasta Amsterdam tiene apenas 500 kilómetros (15 euros de peaje), un trayecto al que se le puede dedicar todo el día si se quiere parar en sitios como Lille (imperdibles: la ciudadela de Vauban y el casco antiguo de estilo flamenco) y Gante (también de estilo flamenco, famosa por la imponente Catedral de San Bavón), Brujas o Bruselas, una urbe cosmopolita y sofisticada, plagada de edificios art-deco. Si se parte de París bien temprano, Brujas puede ser un excelente sitio para almorzar y dar luego un paseo por esta ciudad bellísima, cruzada por canales y donde pervive intacta la identidad medieval.
Tras un par de paradas en el viaje (otra opción puede ser la melancólica ciudad portuaria de Amberes), se llega a Amsterdam junto con la caída de la noche. Amsterdam es una de las ciudades del mundo donde sale más caro estacionar. Mientras más lejos del centro, menos cuestan los tickets y la mejor opción es dejar el auto en alguno de los parkings P+R (una sigla que en holandés significa algo así como “parar y pasear”), que cuestan muy poco y están situados en los márgenes de la ciudad, junto a la ruta de circunvalación.
Famosa por su multiculturaliad y su tolerancia, Amsterdam es una ciudad que invita a ser recorrida a pie o en bicicleta, (el medio de transporte preferido por los “amsterdamers”), que se pueden alquilar en distintos lugares del centro. Un buen inicio para el paseo, sobre todo si es en bicicleta, es el Voldenpark, el mayor parque de la ciudad, que se halla muy cerca de dos imperdibles: el Museo Van Gogh y el Rijksmuseum. A partir de allí se abre la zona más céntrica, donde los célebres canales son más numerosos y dan marco a sitios de gran interés como la casa-museo de Ana Frank, los mercados callejeros de Boerenmarkt y Waterlooplein, la plaza del Dam y el pecaminoso “Red Ligth Square”, donde las prostitutas ofrecen sus servicios desde escaparates y abundan los coffe-shop en los que se vende legalemente marihuana.
Para los amantes de la gastronomía, la moda y las tendencias, no hay sitio mejor que el barrio de Jordaan, una especie de “Palermo holandés”, lleno de tiendas de moda, galerías de arte, bares y restaurantes de chefs jóvenes.
Para un automovilista no hay lugar como Alemania: allí no existen los peajes y no hay límite de velocidad. Además, la ruta que lleva desde Amsterdam hasta Munich no solamente recorre buena parte del país, sino que atraviesa varios parques naturales y durante muchos trayectos corre paralela al curso del río Rhin. Este es, sin dudas, el trayecto más disfrutable en el sentido “automovilístico”: poner un buen disco, comprar provisiones y luego disfrutar del simple placer de manejar por rutas amplias e impecables, rodeadas de bosques y encantadoras ciudades germanas.
En total, son 830 kilómetros, en los que se pasa por lugares como Colonia (hay que parar para ver, sí o sí, su Catedral, la obra maestra del estilo gótico) o Nuremberg (en un paseo rápido y a pie se puede disfrutar de hitos como la calle de los Derechos Humanos, la casa del pintor Alberto Durero y los puestos callejeros del casco viejo, donde se venden unas salchichas deliciosas que al parecer son típicas de la ciudad). A un ritmo tranquilo el viaje dura poco más de siete horas, por lo que al atardecer seguro se podrá divisar la gótica torre del ayuntamiento de Munich apareciendo desde el horizonte.
Munich es la capital de Baviera y es conocida en todo el mundo por la Oktoberfest, una fiesta que se realiza entre septiembre y octubre, con la misión de celebrar la pasión que esta gente tiene por la cerveza. La fiesta, que este año finaliza el 3 de octubre, tiene lugar durante dos semanas en el Theresienwiesen, un recinto situado a 10 minutos del centro en el que se levantan carpas que albergan cervecerías, restaurantes, escenarios musicales y espacios para bailar.
Si no se llega durante el Oktoberfest, Munich ofrece también otros muchos atractivos (buena cerveza hay todo el año y en todas partes), como la iglesia gótica de Frauenkirche, la ciudad Olímpica, los museos de la zona de Kunstareal y las elegantes tiendas de moda de la calle Maximilianstrase. Durante el paseo no se puede dejar de probar el “fast-food” típico de Munich, que es la weisswurst, una salchicha blanca que se sirve acompañada por un brezn (igual al pretzel) y un vaso enorme de cerveza de trigo.
Atravesando los espectaculares paisajes de las montañas austríacas, la ruta que va desde Munich hacia Italia pasa por Innsbruck, la capital de la cultura tirolesa, un sitio que parece ser el decorado de una película de Disney, ideal para una visita corta. El recorrido hasta Pisa es de 720 kilómetros (41 euros de peaje), pero en este caso conviene hacerlo en dos tramos, para pasar un día (o un par) en la incomparable Florencia.
Tras pasar por Innsbruck, la ruta atraviesa lugares como Verona (tiene un centro histórico impresionante, con un anfiteatro romano, un sinfín de iglesias de diferentes estilos y la casa de Julieta, en la que era cortejada por Romeo, según Shakespeare) y Bologna (el segundo casco histórico más grande de Italia, famosa por ser uno de los lugares donde mejor se come en todo el país). Y luego se adentra en el paisaje de la Toscana, uno de los escenarios más sugerentes de la Tierra, en el que se combinan colinas tapizadas de viñedos y olivares, antiguas haciendas renacentistas y un sol magenta que alumbra como en ninguna parte del mundo.
Florencia es la capital histórica y emocional de la Toscana, un lugar donde todavía se percibe esa constante búsqueda de la belleza que fue el Renacimiento. Su mayor emblema es la iglesia de Santa María del Fiore, la obra maestra de Brunelleschi, situada en la Piazza del Duomo, que es el punto de partida de cualquier recorrido por la ciudad.
En una estadía breve no se pueden dejar de visitar sitios como la galería de los Uffizi (una de las más grandes y antiguas pinacotecas del mundo), el Ponte Vecchio, la Galería dell’Accademia (donde está el David de Miguel Angel) y alguna de las muchas heladerías del centro, donde el “gelatto” alcanza estatura de arte. Un consejo: evitar que la visita a Florencia caiga en el verano europeo, cuando desborda de turistas.
Rumbo a la Costa Azul francesa –la última gran etapa del viaje– el itinerario transcurre por dos de las más sugerentes ciudades de Italia. Pisa, que está a apenas una hora de Florencia, es un hito obligado debido a su célebre torre inclinada. Su casco antiguo es tan encantador como pequeño, por lo que una buena idea es recorrerlo durante la mañana y al mediodía ya estar en la ruta rumbo a Génova, el puerto desde el que otrora partieron miles de inmigrantes rumbo a la Argentina, que ofrece sitios de gran interés, como la céntrica Piazza de Ferrari, la Catedral de San Lorenzo, el acuario y el viejo puerto.
Tras dejar atrás San Remo, aparece la frontera entre Francia e Italia y, unos pocos kilómetros más adelante, el principado de Mónaco, que no es más grande que un par de barrios porteños. Lujoso casi hasta la extravagancia, Mónaco es un lugar para curiosear a la pasada, ya que alojarse allí (o incluso comer algo) cuesta una fortuna.
Casi igual de elegantes son Niza (que, además de hermosas playas, tiene museos dedicados a artistas como Chagall, Matisse y Picasso) y Cannes (donde se pueden visitar los escenarios en los que transcurre su famoso festival de cine).
Antes de adentrarse en tierras catalanas, la Autopista del Mediterráneo pasa por ciudades francesas muy impregnadas por la cultura árabe, como es el caso de Marsella.
Tan caótica como interesante, Marsella es la segunda ciudad más poblada de Francia y su mayor atractivo son sus barrios, sitios llenos de vida y contrastes como Le Panier, un lugar ideal para pasear, comprar y disfrutar de una bouillabaisse, el guiso de pescado que es la gran especialidad local.
Al pasar por Colliure, uno de los pueblos más bellos del Mediterráneo, refugio de pintores impresionistas y escritores como Antonio Machado, el paisaje –cada vez más árido y mediterráneo– confirma el regreso a tierras españolas y la inminencia del final de la travesía.
La última parada es la ciudad de Gaudí, del Fútbol Club Barcelona y Ferrán Adriá, una urbe en la que el legado histórico se funde con las tendencias más vanguardistas en diseño, cultura y gastronomía. Entre sus infinitos atractivos, Barcelona cuenta con la iglesia de la Sagrada Familia, barrios históricos llenos de tiendas, bares y restaurantes como el Gótico, el Borne o el Raval, las playas de la Barceloneta, el museo Joan Miró y modernos centros de arte como Caixa Forum y el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), entre tantos otros.
Por su carácter festivo Barcelona es el lugar ideal para dar por acabado el viaje, para que entre “cañas” de cerveza, fideuás y rondas de tapas, se adormezca la melancolía de haber llegado al final de una fantástica travesía por las rutas de Europa.
Diego Marinelli (Especial)
Diario Clarín
Imagen: Diario Clarín
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