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sábado, 20 de febrero de 2010

Ecuador: las perlas ocultas de los Andes

Quito en medio de las montañas

Emplazadas en medio de la sierra ecuatoriana, Quito y Cuenca son dos de las ciudades coloniales mejor preservadas de Sudamérica. Con estilo propio, cada una atrae a los visitantes por su arte, su arquitectura y su historia.

Uno de los pasatiempos favoritos de los ecuatorianos es preguntarle a los visitantes qué ciudad de su país les pareció más linda: ¿Quito, la capital de las nubes, o Cuenca, la Atenas de los Andes? Si de títulos se trata, ambas ostentan una vasta colección. Quito es considerada núcleo de la nacionalidad ecuatoriana por su mestizaje y relicario del arte en América por su historia, mientras que Cuenca recibió el título de capital cultural de las Américas por su larga tradición intelectual. Para mantener la balanza en equilibrio, la Unesco las declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad por la impecable conservación de su pasado colonial.

Pero Quito y Cuenca son más que dos ciudades coloniales. Si bien lo que las destaca y diferencia del resto de las urbes del continente es la arquitectura que han logrado preservar hasta la actualidad, su historia se remonta a siglos antes de la colonización española. Y para entender la fusión de culturas que se da en estas dos ciudades es necesario ver más allá de lo europeo y encontrar lo verdaderamente latinoamericano que ha sobrevivido y se ha fortalecido a lo largo del tiempo. Porque en las regiones de Quito y Cuenca existieron asentamientos desde mucho antes de su fundación formal: Cuenca estuvo habitada por la tribu cañari y fue llamada Guapondelig (llanura amplia como el cielo, en dialecto local), y Quito estuvo poblada por los quitus, un pueblo indígena de comerciantes.

Ambas zonas fueron conquistadas por los incas y se convirtieron en dos de las ciudades más importantes del imperio. La llegada de los españoles fue fuertemente resistida por los hijos del sol, quienes prefirieron quemar sus propias urbes antes que dejar que los invasores avanzaran sobre ellas. Así, San Francisco de Quito fue fundada sobre las cenizas de la antigua ciudad incaica y Cuenca, nombrada en honor a la ciudad española, también fue erigida sobre sus viejas ruinas.

Quito Moderno

La capital de las nubes
Quito deslumbra a primera vista. El paisaje en que se inserta, la arquitectura perfectamente conservada y la gran cantidad de turistas de todas partes del mundo es más de lo que se espera de una ciudad que parece estar escondida en medio de las montañas. Asentada en un valle andino, rodeada por los volcanes Pichincha (todavía activo), Casitagua y Atacazo, y a 2.850 metros de altura, la capital de Ecuador tiene “los pies en el bosque y la cabeza en las nubes”. La ciudad está dividida en tres sectores: en el norte se asienta el Quito Moderno, el sur está conformado por viviendas de la clase trabajadora y en el centro se conserva la ciudad antigua, el centro histórico más grande de América, con 320 hectáreas de extensión.

En 1978, Quito y Cracovia (Polonia) fueron las primeras ciudades en ser declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco por su “sobresaliente valor universal”. Sucede que el centro histórico, legado del período colonial, está diseñado según los parámetros españoles de la época. Así, caminar por sus calles angostas equivale a transportarse a otro siglo, donde la arquitectura de iglesias, plazas, museos y viviendas se mezcla con la idiosincrasia de la sierra ecuatoriana.

Las construcciones se organizan en torno a la Plaza Grande: allí se ubica el Palacio de Gobierno, la catedral más antigua de Sudamérica y el Monumento a la Independencia. También se conservan más de 130 edificaciones monumentales y el arte aparece tanto en el interior como en el exterior de las construcciones. Cada edificio religioso tiene su propio estilo: la Capilla del Señor Jesús del Gran Poder, por ejemplo, ostenta un altar barroco, mientras que la Compañía de Jesús tiene las paredes, techo y altar decorados con siete toneladas de oro. Pero una de las más imponentes es la Basílica del Voto Nacional: ubicada en una ladera y con 115 metros de altura, ha sido comparada con la Catedral de Notre Dame (París) y con la Basílica de San Patricio (Nueva York) por su estructura y estilo gótico. Lo curioso es que las clásicas gárgolas fueron sustituidas por esculturas de reptiles y anfibios dispuestas sobre rosetones de piedra en representación de la fauna y la flora ecuatoriana.

Una vez que cruza el túnel que separa Quito Antiguo de Quito Moderno, el visitante vuelve a viajar hacia adelante en el tiempo. Las casas de adobe, las fuentes centrales de los parques, las calles angostas y las iglesias son reemplazadas por un aroma cosmopolita.

El área comenzó a crecer en los ‘70, cuando mutó de espacio residencial en zona comercial. Aquí se contagia el conocido caos latino: el ir y venir del trole, la ecovía y el metrobus (los tres transportes principales para movilizarse) y el fluir de la gente hace que el ritmo de vida sea más acelerado. La Mariscal, el barrio preferido de los turistas, es el sector ideal para probar la gastronomía de la ciudad.

Otra forma de conocer un país es a través de sus artistas. Dos de los más representativos del arte indigenista latinoamericano fueron Camilo Egas, pintor formado tanto en Ecuador como en las principales academias europeas, y Oswaldo Guayasamín, cuyo arte expresionista fue galardonado con el premio más importante que otorga el gobierno de Ecuador. Gran parte de su obra puede apreciarse en el museo homónimo, en el sector moderno de la ciudad, y su último trabajo, la Capilla del Hombre, es un gran monumento-museo construido por el artista como tributo a Latinoamérica.

Para quienes busquen una vista privilegiada de la ciudad, basta con dirigirse a El Panecillo, un mirador natural a tres mil metros de altura que fue, en épocas preincaicas, un templo dedicado al culto del sol. Allí se encuentra la mayor representación de la Virgen María del mundo, fabricada en aluminio. Y el teleférico, que recorre 2.500 metros hasta Cruz de Loma, una de las faldas del volcán Pichincha, es otra opción para conocer Quito desde el cielo.

Cuenca

La Atenas de los Andes
En el sur del país, a diez horas por tierra o 45 minutos en avión desde Quito, existe otra ciudad perdida entre las montañas, la tercera en importancia del país y la primera, para muchos, en belleza. También declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por su herencia colonial impecablemente conservada, aquí se respira un ambiente distinto, más de pueblo. Rodeada por ríos y a 2.500 metros de altura, Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca tiene bien merecido el título de joya colonial. Los cuatro ríos que cruzan Cuenca le otorgan un movimiento que contrasta con la tranquilidad de un lugar que parece haber quedado detenido en el tiempo.

El río Tomebamba la divide en dos: al sur se alza el sector moderno y residencial; al norte, el centro histórico, que sigue siendo el corazón de la ciudad. Aquí no se necesita mapa. La consigna es dejarse llevar y mirar siempre hacia arriba: las construcciones coloniales son altas y los detalles más impresionantes están en la cima. Y, para los que prefieren mirar hacia abajo, basta con subir al mirador de Turi y observar la ciudad pacífica y silenciosa desde la ladera de una de las montañas.

Cuenca es considerada, con orgullo, la Atenas de los Andes por su tradición intelectual y por ser cuna de escritores, poetas, artistas, músicos y filósofos notables. Es, además, un centro artesanal internacionalmente reconocido por sus trabajos en cerámica, cuero, oro y plata.

Los cuencanos, famosos en Ecuador por su peculiar acento (similar al salteño argentino), profesan una fe religiosa notable: en la ciudad existen 52 iglesias y monasterios (una para cada domingo del año). Aquí también se siente la fusión entre lo europeo y lo latinoamericano: arquitectónica y urbanísticamente, guarda la apariencia de una ciudad española, aunque los materiales usados para erigirla fueron típicamente indígenas (adobe, paja, madera y barro cocido). Por si fuera poco, sus 400 mil habitantes siguen fieles a sus raíces, de modo que es muy común cruzarse con las cholas vestidas con su tradicional pollera, blusa bordada, paño, sombrero y zapatos de charol vendiendo flores en los parques y mercados.

Cuenca colonial

Brújula
Cuándo viajar: En la sierra, de mayo a septiembre y de diciembre a febrero, el clima es seco. El resto del año es época de lluvias. En ambas ciudades la temperatura se mantiene estable (entre 8ºC y 23ºC), con fuertes oscilaciones entre día y noche.

Altura: Quito y Cuenca están a más de 2.800 metros de altura. Durante los primeros días se recomienda realizar las actividades lentamente y beber abundante agua.
Moneda: Está vigente el dólar estadounidense. Atención, porque los billetes de u$s 50 y u$s 100 tienen poca circulación y, en general, no son aceptados.
Informes: www.viveecuador.com.

Aniko Villalba
El Cronista Comercial
Fotos: Web

domingo, 14 de febrero de 2010

Argentina - Río Negro: Estepa, junto al mar

Mediterráneo. Es la imagen que dan a Las Grutas las blancas y curvas líneas arquitectónicas

Vacaciones en uno de los balnearios más australes de la Argentina, pero con las aguas más cálidas del litoral marítimo. En Las Grutas la estepa, el mar y la playa se unen con aires tan patagónicos como mediterráneos, como atestiguan sus plantaciones de olivo y sus costaneras blancas.

A orillas del Golfo San Matías, el bonito balneario de Las Grutas aún conserva calles de tierra. Cuenta la historia que el nombre del golfo se debe a la expedición española que arribó a sus aguas el 18 de febrero de 1520, día de San Matías. Y dicen los mapas que Las Grutas está ubicada 185 kilómetros al sur de Viedma y a sólo 15 kilómetros de San Antonio Oeste. La villa, en especial la costanera, tiene cierto aire mediterráneo gracias a la ausencia de líneas rectas y el predominio de tonos blanco y pastel en las construcciones cercanas. Las Grutas fue el primer destino turístico en la costa rionegrina, y es el segundo más importante de la provincia después de Bariloche. Un logro que el balneario les debe a sus tres kilómetros de playas de arena, con amplios médanos y el privilegio de tener doce horas de luminosidad en verano, por cuestiones de la latitud. Sin embargo, lo más llamativo es la temperatura del agua: gracias a una serie de factores oceanográficos, geográficos y atmosféricos la temperatura del mar ronda los 24°C-27°C, la más cálida del litoral marítimo argentino. El mar es muy transparente, intensamente azul, y la diferencia de mareas es de diez metros cada seis horas. Además llueve muy poco, y los atardeceres son muy agradables para salir a caminar o andar en bicicleta con poco abrigo encima.

Una de las tantas grutas que tiene el acantilado sobre la playa

COSTA DE ACANTILADOS
Si bien toda la Patagonia costera es acantilada, en Las Grutas hay una peculiaridad que da nombre al balneario: la presencia de grandes cavidades esculpidas en las rocas sedimentarias marinas durante millones de años de erosión. Estas cuevas tienen entre tres y cuatro metros de alto y un ancho de veinte metros, pero aunque su sombra es tentadora conviene no meterse, ya que puede haber desmoronamientos. La blanca y larga costanera se encuentra sobre las grutas propiamente dichas, interrumpida por numerosas bajadas para acceder a las playas con sus paradores y terrazas al mar. A lo largo del paseo llama la atención ver pocas gaviotas, que parecen haber sido reemplazadas por innumerables loros barranqueros, todo un toque de color en la costa. Las bajadas más céntricas dan a playas de arena, mientras las más alejadas dan a restingas, amplias extensiones de rocas por donde se puede caminar y encontrar mejillones, caracoles, cangrejos, camarones, estrellitas de mar y sabrosos pulpitos. Además es el lugar que eligen para alimentarse los chorlos, loros barranqueros, gaviotas, teros, cormoranes y flamencos.

A pesar de su milenaria historia geológica, los orígenes urbanos de Las Grutas son muy recientes. Cuando todavía no existía como pueblo, alrededor de 1925, los pobladores de San Antonio Oeste ya conocían el lugar: sólo había una huella, pero solían transitarla en camiones para pasar el día y hacer picnic en la playa. A fines de 1959 el entonces intendente de San Antonio Oeste, Celso Ruben Bresciano, viajó a Viedma y solicitó al gobernador de Río Negro tramitar la creación del balneario, que se concretó el 30 de enero de 1960, actual aniversario de Las Grutas. Poco a poco el flamante pueblo fue creciendo y pasó, de los pocos cientos de casas que había a fines de los ‘70, a un auge que sigue sin detenerse. Durante el año la población estable del balneario es de unos tres mil habitantes, pero en enero y febrero explota de gente y puede llegar a albergar a unos doscientos mil turistas, muchos de la Patagonia pero cada vez más también del resto del país.

Las “uñas de gato” miran el mar desde lo alto del acantilado

PASEOS EN LAS AFUERAS
Para quienes quieren algo más que playa o aprovechar un día de poco sol, en los alrededores de Las Grutas hay mucho para ver. El paseo más cercano es Piedras Coloradas, seis kilómetros al sur. Esta playa de rústica belleza y rojizas rocas milenarias no tiene infraestructura y es ideal para los que buscan más tranquilidad. Se puede llegar caminando con marea baja y es un buen lugar para pescar y hacer sandboard. Continuando por el mismo camino, a 13 kilómetros de Las Grutas se encuentra El Sótano, una zona de acantilados (con muy buenos lugares para pescar y pulpear) a la que sólo se puede llegar con vehículos especiales todo terreno y acompañado por un guía. Lo más llamativo de este sitio es que se registra la mayor diferencia de mareas y cerca de allí, a dos kilómetros de caminata, se encuentra el Cañadón de Las Ostras, un yacimiento de grandes ostras fosilizadas pertenecientes al período Terciario Superior, con más de 15 millones de años.

Otro sitio muy popular es el Fuerte Argentino, una imponente meseta de más de 100 metros de altura que le debe el nombre a su aspecto de antigua fortaleza. Se la puede divisar desde muy lejos entre la bruma del Golfo San Matías y tiene, al pie, una laguna de agua salada ideal para hacer snorkel. Además el Fuerte es conocido por algunas teorías –un tanto polémicas pero sin duda pintorescas– según las cuales aquí llegó la Orden de los Templarios antes de que Colón pisara América.

Uno de los platos fuertes de la zona es la visita a la Salina El Gualicho, 60 kilómetros al oeste del balneario. Esta gran depresión natural, la salina más grande de la Argentina, se encuentra a 70 metros bajo el nivel del mar y tiene 328 kilómetros cuadrados de superficie. Pero además El Gualicho es un verdadero festín para los geólogos, ya que aquí abundan rocas de la era Precámbrica y del Jurásico, junto a sedimentos marinos del Terciario. Como en verano las temperaturas en el salar son excesivamente altas, las excursiones suelen salir un poco antes de que se ponga el sol, todo un espectáculo sobre el desierto blanco.

Los colores de un bello atardecer junto al mar

¿ACEITUNAS EN LA PATAGONIA?
¡Imposible! Es lo primero que se piensa al salir a andar en bicicleta y toparse con un gran olivar en plena estepa, a 500 metros del mar. Rara imagen en el paisaje típicamente desértico de la Patagonia... Pero existe, frente a Olivos Patagónicos, un emprendimiento de 30 hectáreas cultivadas con variedades Arbequina y Frantoio. El proyecto comenzó en noviembre de 2001 con 700 plantas y hoy cuenta con 10.500 plantas en 30 hectáreas. En plena plantación se encuentra la blanquísima planta de extracción (la única de la provincia de Río Negro), donde se producen 3000 litros de aceite que sólo se venden, por ahora, en Las Grutas. Además del aspecto productivo este establecimiento es un atractivo más del balneario, ya que se hacen visitas guiadas y degustación a los turistas.

Sin embargo, no es el único sitio en la provincia que apuesta a las aceitunas. Desde el año 2000 Río Negro viene trabajando en la diversificación productiva y, según estudios de los cultivos, el olivo parece ser una gran alternativa a futuro. Actualmente hay, en toda la provincia, 210 hectáreas cultivadas con diversas variedades y con emprendimientos comerciales desde hace más de ocho años. En total hay alrededor de treinta productores con pequeñas plantaciones esparcidos entre las localidades de Río Colorado, Viedma, Conesa, Catriel, Las Grutas y San Antonio Oeste. Si bien al principio parecía una locura pensar que el olivo se diera en estas latitudes, lentamente se fue abriendo paso entre los cultivos alternativos mejor ubicados. Y hoy, en Las Grutas, ¡hay aceitunas!


Texto e imagenes: Mariana Lafont
Pagina 12 - Turismo

lunes, 8 de febrero de 2010

Colombia: Divina Providencia


Muy cerca de Nicaragua, pero en Colombia, se encuentra esta atípica isla que se enorgullece de no ofrecer el clásico turismo caribeño. En Providencia no hay resorts, ni mucha gente. Tampoco demasiado que hacer. Pero sí hay relajo y belleza que emociona. De fondo, una isla volcánica, cubierta de selva, bañada por un mar deslumbrante. ¿Se anima? ¿Si?

Es domingo y en Southwest, una playa eterna -flanqueada por gruesas palmeras y tres icónicos barcitos bien rastas, en los que sólo falta la imagen del León de Judá- un par de bestias negras sacuden sus patas sobre la arena.

Agua Dulce es la mejor playa para ir en familia.

Largan
Aferrada a su cerveza, una extranjera anima a caballos y jinetes. No hay mucho en juego. En el insólito hipódromo, las apuestas se pagan en frías cervezas que se abren, sin prisa, ahí mismo, en la exótica playa.

Tiempo hay. Sed también. A unos metros, unas señoras cocinan, en gigantescas ollas, deliciosas langostas que los isleños compran por libras y luego llevan a sus casas (o a la playa) en coloridas cajas de cartón. No hay take away más fino que éste.

La chica se llama Maryuca: Maryuca es una rubia de labios lapones que llegó desde la fría Finlandia, enviada por una inmobiliaria especializada en resorts. En pocas horas, Maryuca cambió su oficina con vista al grisáceo mar de las islas Aland, por estas costas que encienden aún más sus profundos ojos azules.

Maryuca trabaja buscando nuevos destinos. Y, en Cartagena de Indias, tomó un avión que en una hora la dejó en San Andrés. Luego, sin más equipaje que un bikini, una toalla, un computador, un esnórquel y cinco jabones antimosquitos se montó en la avioneta de Satena que, veinticinco minutos después, aterrizaría en Providencia.

La colorida arquitectura es un sello de Providencia

Esta isla -dice Maryuca- no tiene críticas.

Todo viajero lo sabe. Las islas suelen no ser lo que ves en fotos o internet. En toda "cata" de islas es imposible no criticar: el tipo de arena y de viento, los servicios y todo lo que se te pueda ocurrir. En Providencia, sin embargo, pelar es difícil.

Aquí, de partida, no viven más de cuatro mil personas. Eso pese a que es una isla de tamaño considerable, aunque en un 80 por ciento salvaje, inhabitada, coronada por imponentes picachos que recuerdan a Juan Fernández.

Providencia es la versión caribeña de Robinson Crusoe. Y aquí, tal como allá, puedes estar mucho o muy poco. Quizás es la diferencia: si te quedaras a vivir aquí, nadie se daría cuenta. Un día puede que estés. Al otro no. Nadie se fijaría.

Ahora Maryuca está
Tras recoger su maleta en el aeródromo, tomó un taxi-colectivo-camioneta. Apenas arrancó, Maryuca sintió la brisa de Providencia en la cara. Se tomó el pelo. Se acomodó entre los bolsos. Se relajó mientras a su espalda aparecía la jungla que en Providencia no es misterio, sólo telón de fondo. Después entiendes que el único drama eres tú.

-Es lindo este lugar -fue lo primero que dijo Maryuca cuando se bajó en Southwest.

La chica tenía una reserva en Miss Mary; una de los pocos hoteles/hosterías de Providencia. Chequeó su pieza: el ventilador, tipo abanico, funcionaba perfectamente. Había un pequeño refrigerador con cuatro botellitas de agua potable y cuatro Postobon de manzana.

Frente a la pieza se extendía una terraza de madera que terminaba en la arena. Desde ahí al infinito todo era mar. Maryuca se hundió y dejó de respirar mientras pensaba en lo extraño de su trabajo (evaluar lugares para que finlandeses, suecos, noruegos; reventados, lateados, logren descansar tal como ella intentaba hacer en ese minuto).

Cuando nos conocimos, bastó vernos con Maryuca para darnos cuenta de que estábamos ahí por lo mismo. Chequeando, comprobando si es cierto o no el mito que habla de una isla preciosa, bonita, a la que no llegan ni bananos ni motos de agua.

En revistas de viaje, en TripAdvisor, la gente habla de Providencia como una joyita que, afortunadamente, pocos se han animado a conocer. Lo normal es viajar sólo hasta San Andrés. Eso pese a que esta isla esmeralda, tan linda como curiosa, es probablemente mejor. O, por lo menos, más insólita. "Providencia es campestre", dicen en Colombia cuando preguntas.

Providencia, en la clásica geografía del Caribe, es una isla excepcional. Y, aunque siempre se habla de San Andrés/Providencia como si fueran lo mismo, no tienen nada que ver.

De partida cuesta imaginar dónde está: llegar desde Cartagena de Indias, por ejemplo, equivale a tomar un avión Santiago-Arica y luego volar en avioneta hasta Putre.

Providencia está lejos. Más influida por la vecina Jamaica que por la propia Colombia.

Con el 80 por ciento de su territorio salvaje, en la isla viven sólo 4 mil personas

Sus playas no son blancas y a nadie le importa
Providencia es una isla de origen volcánico, cercada por un gran arrecife muy bien conservado. Por eso la vida marina es excepcional. Pero fuera del agua las cosas no son menos sorprendentes. Cayo Cangrejo y Tres Hermanos, por ejemplo, son preciosos lugares, con una naturaleza intensa, salvaje.

Pese a todo, Providencia es una isla cómoda. Un camino pavimentado le da la vuelta. Y en no más de dos horas puedes volver al mismo punto en un carrito de golf.

A propósito: no hay que hacer trámites para arrendar un vehículo. Simplemente te subes, giras la llave, avisas cuanto te vas a demorar. Pagas al regresar.

"¿Dónde vas?". No miento si digo que a ninguna parte. En Providencia no hay iglesias excepcionales que ver. Nada es Patrimonio de la Humanidad. Bendita Providencia: el centro no son más que tres o cuatro cuadras, con un par de malos restaurantes y gordas cocineras que sudan sobre tu sopa de tortuga, el guiso de chancho salvaje o el bife de barracuda.

¿Paseos? Puede ser. ¿Por qué no? De partida a Santa Catalina, una isla enana pegada a Providencia por el llamado Puente de los Enamorados. Ahí está la Cueva de Morgan, un par de hoteles que es mejor obviar y un par de ricas playas donde pasar la tarde junto a oxidados cañones. A diez minutos en bote, lo mejor es Cayo Cangrejo: un Parque Marítimo con muelle y bar.

Otra cosa es Agua Dulce: algo así como Providencia entre Pedro de Valdivia y Los Leones. Agua Dulce es una tranquila y lánguida playa que concentra, en no más de dos o tres cuadras, simples pero buenos hoteles, un súper, tres o cuatro restaurantes con acento gourmet, un cyber y dos casas en las que arriendan carritos de golf.

En resumen, las dos mejores playas son Southwest y Agua Dulce. La diferencia es que la primera tiene más barcitos y es más abierta. Es donde está Sirius; el lodge donde Daniel y sus muchachos se toman el buceo en serio.

Agua Dulce es más familiar. Nunca se escucha música. Ahí la gente juega paletas o espera, con cerveza en sus poltronas, la caída del sol. Claro que el mejor lugar para hacer eso debe ser la tienda de Felipe's Dive: al atardecer, Pichi y su hermano rasta cuentan locas historias acaecidas en el fondo del mar.

Yo me alojo en Agua Dulce, en una pieza con aire y cocina, más refri junto a la cama. Buen lugar. El abuelo esclerótico no es mala persona. Y, en menos de dos días, descubro dónde venden langostas increíblemente baratas.

Un puente une las islas de Providencia y Santa Catalina

¿Qué se puede extrañar? Quizás uvas, manzanas.

Los días pasan y también la ansiedad por ir a donde, en verdad, no quieres ir. Es, probablemente, el encanto de Providencia: no hay paseos, no hay excursiones, no hay piscinas, no hay gimnasios, no hay tiendas a menos que quieras comprar linternas, alcohol, abarrotes o parches curita. Internet se cae. Providencia es como era el mundo antes de que todos se frikearan con Facebook, con Twitter, con la inutilidad de las mal llamadas redes sociales.

En Providencia las únicas redes son las de los pescadores.

Pero, ojo, no hay de qué preocuparse. Si quieres acción está la Providencia nocturna. No importa que no tengas auto. De tanto en tanto, por la isla pasa la chiva de Aroldo, una micro que, de lunes a lunes, busca el carrete en la isla. Normalmente va a Manzanillo, otra playa bonita, el lugar donde un gringo levantó un bar muy simple con mesas sobre la arena.

Suena música calypso por los parlantes.
Maryuca, con los zapatos sobre la mesa, bebe su última cerveza en Providencia.

-Fue bueno -dice- y es una lástima partir. Supongo que mi trabajo ahora es decir que hay que venir.

Al día siguiente, debo marchar. Finalmente he conseguido pasaje en un catamarán que, en dos horas y media, une Providencia con San Andrés.

A diferencia de su vecina San Andrés, a Providencia aún no llegan las grandes cadenas de hoteles

La isla se aleja muy rápido e, imponente, aparecen los verdes dientes de lo que alguna vez fue un volcán.

-¿Qué decir de Providencia? -pienso. Tal vez que es un lugar silencioso donde uno termina hablando solo. Y es quizás por eso que siempre te metes al mar. No es sólo por el calor.

En Providencia (después te das cuenta) has estado mucho más cerca de donde siempre habías querido llegar. El problema es que lo entiendes mucho después.

Maryuca ya no está. Yo tampoco.Y en Santiago no dejo de preguntarme si lo sabrán los que siguen ahí. La isla está más influida por la vecina Jamaica que por Colombia

Dormir
Miss Elma. En Agua Dulce, frente a la playa, habitaciones para tres personas. Desde 153 dólares por noche, por habitación, con desayuno y cena. Tel. (57-8) 514 8229.
Hotel Sirius & Health. Hermoso y pequeño, en un rincón de Southwest. Cuatro suites y diez habitaciones en cabañas. Aquí se encargan de que bucee en sitios increíbles como Manta City. Tel. (57-8) 514 8213.

Llegar
En avioneta desde San Andrés. Llegan Satena y Searca. El pasaje en una dirección cuesta unos 130 dólares. El viaje dura 25 minutos. Existe la opción, más económica, de llegar por mar haciendo el viaje en un catamarán, que sale día por medio desde San Andrés. Cuesta 50 dólares, en una dirección, por persona. Tarda 2,5 horas. Hay que consultar frecuencias y reservar.

Sergio Paz (desde Providencia, Colombia)
El Mercurio - Revista del Domingo