A casi 4000 metros de altitud, en la frontera entre Perú y Bolivia, está el misterioso Titicaca, un lago tan grande que parece un mar. Allí tuvo su origen la cultura incaica, que más tarde instaló la capital del imperio en el Cuzco. También es la tierra de los constructores de las balsas de totora, las míticas embarcaciones que aún hoy navegan por el lago.
Hace pocos años, una expedición arqueológica descubrió bajo las frías aguas del lago Titicaca los restos de una ciudadela inca. Enormes piedras perfectamente encajadas unas sobre otras formaban una gran estructura sobre la cual se encontraba la figura tallada de una llama, el animal sagrado de los Andes. Es que este lago increíble, cuna de dioses y navegantes, todavía oculta el misterio de los orígenes de la cultura incaica.
Dicen que el valle hoy cubierto de agua se inundó en sólo cuarenta días cuando Inti, el dios Sol, derramó sus lágrimas entristecido por la ambición de los hombres. Sólo se salvaron sus hijos, navegando sobre una barca de totora. Manco Cápac y su hermana Mama Ocllo, el primer inca y la primera kolla, fundaron el Imperio del Sol y, poco más tarde, la ciudad sagrada del Cuzco. Desde entonces sus descendientes les rindieron homenaje navegando en una balsa dorada y depositando en las profundidades de ese lago que parece un mar fastuosas ofrendas de oro y plata que jamás fueron halladas.
TITICACA
Este lago es uno de los lugares más misteriosos de América, cuyas aguas, compartidas por Perú y Bolivia, están interrumpidas por treinta y seis islas. La población, en su mayor parte indígena, conserva muchas de las tradiciones del antiguo imperio incaico.
Con 8.500 kilómetros cuadrados de superficie y a sólo sesenta y cinco kilómetros de la ciudad de La Paz, parece un verdadero océano de aguas azules y profundas nacido milagrosamente en medio de las altas cumbres. A su alrededor, la Reserva Nacional de Titicaca es un paraíso de la naturaleza donde habitan más de sesenta variedades de aves, catorce de peces y dieciocho de anfibios. La especie más curiosa es la “rana toro” o rana gigante del Titicaca, que mide casi cincuenta centímetros y puede vivir a trescientos metros de profundidad, fuente de viejas leyendas. Otras historias se esconden en las imponentes ruinas de Tiahuanaku, la “Ciudad de los Dioses”, que a poca distancia del lago vio nacer los períodos más tempranos de la cultura andina.
Copacabana y las islas Del lado boliviano, el pueblo de Copacabana fue originalmente un centro ceremonial y astronómico vinculado con las peregrinaciones incaicas a las islas del Sol y de la Luna, pero hoy atrae a los fieles de la Virgen de la Candelaria. En el siglo XVI, los españoles construyeron sobre el antiguo templo sagrado el santuario de esta virgen morena, tallada en 1592 por Francisco Tito Yupanqui, un artista que descendía de los incas y que dio forma a su imagen mestiza. La basílica con resabios moriscos, paredes blancas y cúpulas revestidas con mosaicos multicolores atrae cada año a miles de fieles que se acercan para bendecir sus autos, colectivos y camiones que serán bautizados dos veces: con agua bendita por el sacerdote, y con sidra por sus propietarios.
Pero la memoria aymara y quichua está en la isla de Suriqui, donde los tejedores de totora sueñan con un mar lejano, y en las islas del Sol y de la Luna, donde nacieron los dioses. En Suriqui, algunas familias de artesanos cuentan sus secretos de navegantes de padres a hijos, y tres veces por año acuden a las costas para recolectar ese junco sobre el que flota la memoria. En la Isla del Sol, la más grande del lago, quedan las huellas de los mitos primeros: las Escalinatas de Yumani que conducen a las tres fuentes sagradas de los incas, el Palacio de Pilkokaina, el antiguo cementerio de Kalahuata y La Chincana, un laberinto de pasajes y túneles semi-subterráneos. Más pequeña, la Isla de la Luna, también llamada Koati, fue el refugio de las doncellas del Sol y es hoy el segundo lugar sagrado de la cultura andina.
La otra orilla Del lado peruano, la ciudad de Puno abre sus puertas a la parte norte del Titicaca. Construida en el siglo XVI, sus calles están habitadas por antiguas iglesias y señoriales casonas donde se confunden elbarroco español y el arte mestizo de la colonia. Muy cerca, el cerro Huajsapata guarda una leyenda nunca comprobada: se dice que allí existen unas cavernas subterráneas que comunican el pueblo con el templo de Koricancha, en la ciudad sagrada del Cuzco.
Una característica de este sector del lago es que en él se encuentran dos tipos de islas, las naturales y las artificiales. Entre las primeras se destacan Amantani, donde habitan ocho comunidades quichuas que se dedican al cultivo de la papa, la quinoa y la artesanía textil, y la isla Taquile. Esta última forma parte del Patrimonio Intangible de la Humanidad gracias a la maravillosa destreza de las mujeres que todavía visten a la usanza antigua, y ocultan en sus tejidos los símbolos mágicos y jamás olvidados de su cultura ancestral.
Las Islas Flotantes de los Uros, en cambio, se fueron haciendo poco a poco con la acumulación de grandes cantidades de totora. Sus pobladores de tradición aymara se denominan a sí mismos como Kotsuña, el “pueblo-lago”, y son descendientes de quienes habitaron allí en tiempos tempranos, mientras las mujeres traman sus historias de lana y los hombres conservan los secretos de las balsas de junco. Tal vez en sus orillas se haya construido aquella primera balsa de totora que surcó una vez las aguas del Titicaca, llevando consigo a Manco Cápac y Mama Ocllo, los primeros incas.
SUEÑOS DE TOTORA
Como si fuera una utopía eterna, los hombres intentaron desde siempre ampliar su mundo y echarse a andar, atravesar las aguas de mares turbulentos o navegar por inmensos lagos de horizonte interminable. En algunos lugares distantes entre sí, no fue la madera la que permitió construir las naves sin tiempo sino la totora, ese junco acuático semejante al papiro egipcio. Parecían extrañas y frágiles balsas, y sin embargo estas embarcaciones no tenían miedo de recorrer largas distancias. Nacían a orillas del lago Titicaca, en la laguna del volcán Rano Raraku de la Isla de Pascua o en la laguna de Guanacache, en Mendoza, donde todavía a fines del siglo XIX los descendientes de los huarpes fabricaban así sus pequeñas barcas de pescadores.
Aunque las antiguas balsas son reemplazadas por los botes de madera, algunos artesanos mantienen viva esta tradición que alimentó tantos sueños de navegantes. Uno de ellos, Ernesto Huarina, vive en la Isla Suriqui y cada año vuelve a fabricar los pequeños “caballitos de totora” con los que los hombres salen a pescar cuando comienza el día. Sin embargo, sólo dos familias han conservado intacta la sabiduría que se necesita para fabricar las grandes balsas, aquellas que son capaces de soportar temporales y cruzar océanos. Los Limachi y los Esteban son los dueños indiscutibles de los sueños de totora, sueños de grandeza que también despertaron las fantasías de aventureros y navegantes.
En 1948, el noruego Thor Heyderdahl intentó demostrar que los pueblos antiguos habían cruzado los mares en gigantescas balsas de madera. La Kon Tiki se hizo famosa uniendo América con Polinesia y despertando el interés del mundo sobre las migraciones transoceánicas. El investigador, que realizó excavaciones en la Isla de Pascua, también creía que los egipcios podían haber llegado a nuestro continente navegando en balsas de papiro, y para demostrar su teoría encabezó las expediciones Tigris, Ra I y Ra II. A Marruecos fueron, para construir estas grandes naves, Paulino Esteban y los hermanos José, Juan y Demetrio Limachi, los artífices del Titicaca.
Años más tarde, las dos familias volvieron a ser protagonistas de nuevas aventuras al fabricar las balsas de las tres expediciones fletadas por el aventurero español Quitín Muñoz. La nave Mata Rangi, que significa “ojos del paraíso”, fue construida en las playas de la Isla de Pascua. Intentaba alcanzar las Marquesas, pero no llegó a destino.
Sin embargo, los Esteban también tienen sus propios sueños. Fermín, uno de los hijos de Paulino, recorre el mundo mostrando las maquetas de las milenarias embarcaciones, similares a las utilizadas hace más de tres mil años por sus ancestros aymaras, y proyecta construir un enorme hotelflotante de veintidós habitaciones, capaz de navegar por las aguas del Titicaca. A orillas del pueblo de Huatajata, en el museo de los Limachi, una gigantesca balsa de totora de casi veinte metros de largo recuerda aquellas otras portentosas embarcaciones que, coronadas por una fantástica cabeza de puma, conducían a los incas hasta la Isla del Sol.
DIABLADAS
Lucha el diablo con el Arcángel Miguel a orillas del lago, y de pronto el combate se convierte en danza. Es el tiempo de la “diablada”, que simboliza el triunfo del bien sobre el mal en la fiesta de la Virgen de la Candelaria de Puno. Claro que para los aymara la “mamacha Candelaria”, “mamita Canticha” o “mamá Candi”, la patrona de la ciudad, está asociada a la Pachamama, al lago, las minas, el trueno, la pureza y la fertilidad. Ya en Bolivia, en Copacabana, la imagen que esconde dioses antiguos es negra, como eran los esclavos traídos desde el Africa para morir en las minas.
Aunque quisieron ser ocultadas por los rituales cristianos, las fiestas del Titicaca coinciden con los ciclos sagrados prehispánicos de la siembra y la cosecha. Enmascarados y vestidos de mil colores, los danzantes hacen ofrendas a la tierra y a veces al Jacancho, que es el dios de los minerales. Es el año nuevo aymara, el Machaq Mara, que en el solsticio de invierno celebra al sol desde las ruinas de Tiahuanaku. En el equinoccio de Primavera, el 21 de septiembre, centenares de danzantes y músicos cruzan las aguas en balsas de totora, acompañados por el sonido de las bandas de tarkas y de sikuris: celebran la “balseada”, cuando la música rinde su homenaje a la madre-lago.
En la primera semana de noviembre, el pueblo de Puno trae al presente la leyenda de los orígenes, cuando Manco Cápac y Mama Ocllo salieron de las profundidades del lago Titicaca para fundar el Imperio Inca. De pronto, el sonido de las caracolas marinas anuncia con su bramido de mares distantes la presencia de los primeros incas, que navegan sin pausa desde el principio de los tiempos. Los acompañan los sacerdotes del Sol, mientras arrojan a las profundidades de las aguas sus ofrendas a la Mama Qocha, la Laguna Madre. Vestidos con fastuosos ropajes de oro y plata, de lanas de llama y de colores de los Andes, los fundadores del imperio navegan de pie en esa balsa de totora en cuya proa acecha un puma, espejo simbólico de este lago misterioso. Un cortejo de embarcaciones escolta a la barca real, mientras el sol del atardecer celebra, como lo hizo en otros tiempos, la presencia de sus hijos.
Información
sobre Bolivia y la cultura aymara:
www.evomorales.net
Embajada de Bolivia en Argentina: Av. Corrientes 545, 2º, Buenos Aires. Tel.: 4394-1463. www.embajadadebolivia.com.ar/turismo
Turismo en Bolivia: www.turismobolivia.bo
Embajada del Perú en Argentina: Av. del Libertador 1720, Buenos Aires, Tel.: 48022000
Turismo en Perú: www.peru.info
Marina Combis
Pagina 12 - Turismo
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