• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

domingo, 14 de septiembre de 2014

Piedad para los pasajeros de aviones



Las líneas aéreas, al menos en la Argentina, han tomado en los últimos meses dos decisiones curiosas: terminar con la industria de la marroquinería y evitar que nosotros viajemos sólo con un bolso de mano, ligeros de equipaje como quería Antonio Machado: se han puesto durísimas y, acaso en cumplimiento de normas internacionales, no hay aeropuerto donde te dejen trepar al avión con más de cinco kilos a cuestas, diez en vuelos internacionales, como si el tipo que se va del país tuviera más necesidades que el que viaja a Tucumán.

La verdad, ya nadie lleva en la mano sólo cinco kilos de bagaje. El último fue Charles Lindbergh en 1927 para cruzar el Atlántico solo y, años después, para decirle a Hitler cuánto lo admiraba.

La industria de los equipajes ha diseñado bolsos y maletines para que quepan en los cómodos compartimentos llamados portamantas, que lo que menos hacen es portar mantas. Esos equipajes, blandos o rígidos, con manijas y bordes metálicos y rueditas que hacen su transporte más cómodo y elegante, pesan entre kilo y medio y dos kilos.

Echemos cuentas.
Dos kilos de bolso vacío. Una laptop o netbook, pesa un kilo ochocientos con batería y cargador. Y me quedo corto. Ya tenemos tres kilos y medio. Si llevamos un libro, siempre hay algo para leer, cargamos medio kilo más.

Ya son cuatro kilos. Un estuche simple con las cosas de tocador, shampoo, crema de afeitar y dentífrico (todo esto si te los dejan llevar en la cabina, que a veces no te dejan) más cepillo de dientes, desodorante, máquina de afeitar y peine, te suma medio kilo más.

Cuatro kilos y medio entre todo.
¿Adónde cargamos entonces los calzoncillos, las medias, las dos camisas, las dos remeras, el suéter por si refresca, el paraguas por si llueve y las hojas de malva para los baños de asiento, que es lo que todos llevamos en un viaje de dos o tres días?

Si esas limitaciones ya anacrónicas no se modifican, la marroquinería va a perder plata.

¿Para qué fabricar algo que no se puede llenar? Y, en viajes cortos, nosotros deberemos despachar lo que supere los cinco kilos de peso, o sea todo, con el riesgo ya conocido que padecemos en los aeropuertos locales, con abrevalijas que trabajan a destajo.

¿Quién instrumenta estas medidas absurdas y se emperra en no adaptarlas a los nuevos tiempos?

Las líneas aéreas no pueden garantizarte hoy que tu vuelo no estalle en el aire, fruto de tanto chico malhumorado que anda por el mundo, y que a vos no te tengan que juntar con espátula de los verdes campos en flor. Pero te pasás cien gramos de los cinco kilos reglamentarios del equipaje de mano y sos, casi, un infractor a la ley mundial de seguridad de la aviación comercial.

Muchachos, vienen tiempos difíciles. Piedad para el pasajero.

Alberto Amato  - Periodista
Diario Clarín - Argentina
Imagen: Web

viernes, 5 de septiembre de 2014

Los cinco lugares que hay que visitar en Croacia



Croacia, que logró su independencia de la ex Yugoslavia en 1991 y hace apenas un año se convirtió en miembro de la Unión Europea, es uno de los destinos de moda en el Viejo Continente. A su geografía impecable, su riqueza cultural y su importancia histórica, se suma el hecho de ser accesible para los bolsillos argentinos.

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ZAGREB
La capital es un excelente punto de partida. Edificios imperiales unos junto a los otros, arreglos florales extremadamente cuidados en calles abandonadas a su suerte, bares con sombrillas al aire libre, muchísimos museos y galerías de arte. Amerita una recorrida tranquila a lo largo de las tres plazas que llevan al centro cívico: Krawatomislava, Strossmayerov, Zrinskog. El paseo desemboca en la calle Praska, una arteria comercial que lleva a Bana Jelacica, la plaza central, donde será imposible no recordar Ámsterdam: los colores, la forma, el bullicio y hasta la disposición de las palomas recuerdan a la Dam de la capital holandesa. En los alrededores, el pintoresquismo se manifiesta de todas las formas posibles. Desde el café Amelie, con sus mesas apoyadas contra la pared de piedra de la catedral, hasta el mismísimo edificio religioso, cuya diócesis se originó en 1093 y cuya estructura gótica data del siglo XIII. En el medio, el Dolac: un mercado callejero donde nadie escatima gritos para comunicarse. Para completar el círculo esencial hay que tomar Tkalciceva: un pandemonio de bares con mesas en las calles y en las escalinatas (cuando la irregular geografía de la ciudad lo amerita). En su continuación, Ljudebita Gaja sigue el mismo espíritu, pero se agrega un imperdible: el bar de los jardines del Museo Arqueológico.

ISLAS PARADISÍACAS
En la costa de Croacia hay casi 700 islas y unos 400 islotes. Se calcula que sólo entre 50 y 60 están habitadas. Desde Hvar se pueden tomar taxis acuáticos (2 a 5 euros). Las playas son edénicas, con un mar color esmeralda como pintado a mano.

Pero prácticamente no hay costa de arena: son todas de piedra (excepto Palmizana). No obstante, algunas, como Stipanska, tienen paradores con todas las comodidades, incluyendo una escalera para bajar al mar pese a la geografía poco amigable.

HVAR
Frente a la costa croata hay más de mil islas. He aquí la que logró destacarse. Para llegar, es necesario abordar un catamarán desde el puerto de Split. El viaje no demora más de 50 minutos. La primera impresión es perfecta: una costanera plagada de restaurantes que remiten a vacaciones de otra época, hoteles de cara al mar, muchísimas casitas idénticas (frente color marfil, techo de tejas anaranjadas) y una escalera infinita hacia el Fuerte de Napoleón, la construcción de 1811 que corona la isla.

Una vez en tierra, los colores, los aromas, los sonidos: todo remite a una típica villa veraniega europea. Kroz Grodo es la vía empinada que lleva hasta la fortificación.

La puerta maestra, un arco de piedra del siglo XV, da la bienvenida. En el camino, entre los muros de piedra, emergen atractivos como Sasa (tienda de artesanías) o la antigua bodega Oma Catarina. Desde allí se divisa la costa, con decenas de yates amarrados.

Pasaporte listo
El traslado por tierra entre Split y Dubrovnik permite vivir un episodio digno de El Súper Agente 86. Por el Tratado de Karlowitz, firmado en 1699, existe un pequeño tramo de 24 kilómetros con salida al mar que no pertenece a Croacia sino a Bosnia-Herzegovina. El conductor advierte, por altoparlante: “Por favor, preparen sus pasaportes para el control fronterizo”. Sube un guardia, observa que los turistas tengan el documento en sus manos (no los revisa), se baja y el micro sigue su viaje. Diez minutos después, el conductor advierte: “Por favor, preparen sus pasaportes para el control fronterizo”. Y todo se repite.

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DUBROVNIK
Otro viaje directo al pasado a través de su ciudad amurallada, Groz. Atravesar el puente levadizo de la puerta de Revelin, que fue construida en el siglo XV, es una invitación a vestirse de caballero medieval. Más allá, la magia. Las paredes y los pisos de piedra parecen recién pulidos. Nada evidencia el avance del progreso, la llegada del siglo XXI, la era de la tecnología... Sólo unas heridas remiten al presente: las dejadas por los bombardeos de la guerra contra los serbios, en 1991 y 1992, que produjeron daños menores en algunas construcciones (proyectiles incrustados, tejas destruidas, fragmentos caídos) y mayores en otras (incendios, derrumbes). Luego de una voltereta por Poljana Drzica, la plaza que apunta a la catedral de 1713, se llega a Placa Stradum, la calle principal. En la antigua aduana se da cuenta de las costumbres, las leyendas y la historia de Croacia.

En uno de los laterales del recinto, y sentada en un banquito, una artesana hace bordados típicos y explica su técnica. Al final del recorrido, una fuente del siglo XV, la Velika Onofrijeva, donde una chica invita a los niños a fotografiarse con tres guacamayos. Las galerías de arte son tan numerosas como los locales de chucherías para viajeros. El teleférico ofrece una visión diferente y maravillosa.

SPLIT
Ubicada a unos 260 kilómetros de Zagreb, es una de las protagonistas de la más que reciente fama de Croacia como destino turístico perfecto, tras su larga permanencia detrás de la Cortina de Hierro. Cuenta la leyenda que el emperador Diocleciano mandó a construir aquí un palacio –hacia el 300 a.C.– con el objetivo de que fuera su residencia luego de abdicar al trono. Lo solicitó tan grande y con tantos recovecos, puso tantos requisitos e introdujo tantos cambios en sus voluntades, que murió prácticamente sin haberlo habitado. A poco de su fallecimiento, la gente que vivía en las cercanías se percató de que semejante mole fortificada estaba vacante...

Y así fue como una propiedad individual se convirtió en un pueblo –supo tener 9 mil habitantes– que sobrevivió hasta hoy como casco histórico.

La entrada por la calle Bosanska es un boleto al pasado: las paredes y el piso, todo en piedra caliza y mármol; las calles atravesadas por arcos que juegan el rol de mini puentes de los suspiros; en los rincones, santos esculpidos; torres con relojes y campanas que no parecen conducir a ninguna iglesia...

A los pocos pasos, la plaza Narondi y su Restaurante Central (Gradshka Kavana, en croata). Apenas 300 metros más adelante, la Riva: una costanera con carritos que venden chucherías y barquitos que flotan en el Adriático. El acceso al área subterránea del Palacio de Diocleciano está marcada por una fuente. Sigue una estructura laberíntica con objetos de 2.400 años, una fábrica de aceite de oliva de la Edad Media y una escalera que lleva a la catedral: antiguo mausoleo romano, sus escalinatas sirven como anfiteatro.

Caminar es la misión: por las calles interiores del casco antiguo –lo que lleva a descubrir sitios como Aleppia, un restaurante casi escondido entre los muros de piedra, o la pizzería Fortuna, autoproclamada como la más antigua de Split– y por Mormontova, donde se aglutinan las boutiques de grandes marcas. Todo el perímetro de la antigua propiedad de Diocleciano está amurallado, excepto el lateral que se abre al mar.

VIDES PREMIADAS
Una de las principales actividades productivas de Croacia es la vitivinícola. Se calcula que hay más de 132 mil hectáreas cultivadas a lo largo del país.

No obstante, los que han recibido reconocimiento internacional son los de la zona de Dalmacia, como los tintos plavac mali y los blancos posip.


Walter Duer
Revista Apertura - Suplemento Clase