Las líneas aéreas, al menos en la Argentina, han tomado en los últimos meses dos decisiones curiosas: terminar con la industria de la marroquinería y evitar que nosotros viajemos sólo con un bolso de mano, ligeros de equipaje como quería Antonio Machado: se han puesto durísimas y, acaso en cumplimiento de normas internacionales, no hay aeropuerto donde te dejen trepar al avión con más de cinco kilos a cuestas, diez en vuelos internacionales, como si el tipo que se va del país tuviera más necesidades que el que viaja a Tucumán.
La verdad, ya nadie lleva en la mano sólo cinco kilos de bagaje. El último fue Charles Lindbergh en 1927 para cruzar el Atlántico solo y, años después, para decirle a Hitler cuánto lo admiraba.
La industria de los equipajes ha diseñado bolsos y maletines para que quepan en los cómodos compartimentos llamados portamantas, que lo que menos hacen es portar mantas. Esos equipajes, blandos o rígidos, con manijas y bordes metálicos y rueditas que hacen su transporte más cómodo y elegante, pesan entre kilo y medio y dos kilos.
Echemos cuentas.
Dos kilos de bolso vacío. Una laptop o netbook, pesa un kilo ochocientos con batería y cargador. Y me quedo corto. Ya tenemos tres kilos y medio. Si llevamos un libro, siempre hay algo para leer, cargamos medio kilo más.
Ya son cuatro kilos. Un estuche simple con las cosas de tocador, shampoo, crema de afeitar y dentífrico (todo esto si te los dejan llevar en la cabina, que a veces no te dejan) más cepillo de dientes, desodorante, máquina de afeitar y peine, te suma medio kilo más.
Cuatro kilos y medio entre todo.
¿Adónde cargamos entonces los calzoncillos, las medias, las dos camisas, las dos remeras, el suéter por si refresca, el paraguas por si llueve y las hojas de malva para los baños de asiento, que es lo que todos llevamos en un viaje de dos o tres días?
Si esas limitaciones ya anacrónicas no se modifican, la marroquinería va a perder plata.
¿Para qué fabricar algo que no se puede llenar? Y, en viajes cortos, nosotros deberemos despachar lo que supere los cinco kilos de peso, o sea todo, con el riesgo ya conocido que padecemos en los aeropuertos locales, con abrevalijas que trabajan a destajo.
¿Quién instrumenta estas medidas absurdas y se emperra en no adaptarlas a los nuevos tiempos?
Las líneas aéreas no pueden garantizarte hoy que tu vuelo no estalle en el aire, fruto de tanto chico malhumorado que anda por el mundo, y que a vos no te tengan que juntar con espátula de los verdes campos en flor. Pero te pasás cien gramos de los cinco kilos reglamentarios del equipaje de mano y sos, casi, un infractor a la ley mundial de seguridad de la aviación comercial.
Muchachos, vienen tiempos difíciles. Piedad para el pasajero.
Alberto Amato - Periodista
Diario Clarín - Argentina
Imagen: Web
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