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lunes, 12 de diciembre de 2016

36 horas en Nantucket, la isla que inmortalizó a Moby Dick

Superado el pasado ballenero la isla Nantucket, en Massachusetts, es hoy la presa favorita de turistas y famosos. Vive del surf, la vida sofisticada y la buena mesa.


En Moby Dick, Herman Melville dijo que el “solitario” Nantucket era un “codo de arena”, “toda playa, sin respaldo”. La isla de 22,5 kilómetros de longitud, otrora resguardo de cuáqueros, actualmente es un refugio de verano para la élite global. Localizado a poco más de 48 kilómetros al sureste de Hyannis, en Cabo Cod, Nantucket es un bastión de la conservación, con casi 45% de sus tierras en fideicomisos y más de 800 edificios anteriores a la Guerra Civil aún en pie. Virtualmente no hay playas cercadas; gran parte de los 132 kilómetros de gloriosa línea costera están abiertos al público. Nantucket no se ha convertido en un monumento fosilizado a su pasado ballenero. Sus dunas y páramos serenos contrastan con una transitoriedad fatal; las playas se están erosionando rápidamente, acelerado por el cambio climático, y se estima que la propia isla desaparecerá bajo las olas en algunos cientos de años.

En Moby Dick, Herman Melville dijo que el “solitario” Nantucket era un “codo de arena”, “toda playa, sin respaldo”. La isla de 22,5 kilómetros de longitud, otrora resguardo de cuáqueros, actualmente es un refugio de verano para la élite global. Localizado a poco más de 48 kilómetros al sureste de Hyannis, en Cabo Cod, Nantucket es un bastión de la conservación, con casi 45% de sus tierras en fideicomisos y más de 800 edificios anteriores a la Guerra Civil aún en pie. Virtualmente no hay playas cercadas; gran parte de los 132 kilómetros de gloriosa línea costera están abiertos al público. Nantucket no se ha convertido en un monumento fosilizado a su pasado ballenero. Sus dunas y páramos serenos contrastan con una transitoriedad fatal; las playas se están erosionando rápidamente, acelerado por el cambio climático, y se estima que la propia isla desaparecerá bajo las olas en algunos cientos de años.

Por eso, hay que comenzar por la playa. Camine diez minutos al este hacia la playa Steps Beach, sobre la costa más tranquila del puerto de la isla. Absorba la vista panorámica desde la cima de los escalones antes de descender a la suave arena blanca. La mayoría de las instituciones de Nantucket hacen recordar a la Nueva Inglaterra marina, pero el restaurante bar Cru podría estar fácilmente en SaintTropez.

Con una ubicación inigualable en el puerto, al final del muelle Straight Wharf, no hay mejor lugar para beber una copa de rosado (14 dólares) y comer manjares de la barra de mariscos crudos. Ver entrar los yates es parte de la experiencia. Para cerrar la noche, uno de los restaurantes más inventivos es Nautilus, que sirve comida de fusión asiática con un guiño a la isla. Algunos de los platos destacados son chicos: panqueques de vieiras Manny’s (US$ 9), pero sumando una cosa y la otra una cena para dos costará alrededor de US$ 120, sin bebidas.

Elija una aventura por tierra o mar hacia el Refugio de Vida Silvestre Coskata Coatue, franja remota y desparramada de dunas y playa a la que se accede con vehículos de doble tracción o en bote. La opción terrestre, operada por Trustees of Reservations, organización dedicada a la conservación de la tierra en Massachusetts, es un recorrido de tres horas sobre la arena. Sale todos los días desde el pueblo a las 9 y 13 (de mayo a octubre), y atraviesa parte de las casi 486 hectáreas de hábitat protegido de playas. Requiere reserva previa (US$ 60). Otra opción es tomar un tour de avistamiento de focas, operado por Shearwater Excursions, con destino a Great Point, el extremo nororiental de la isla. Dura dos horas y parte a las 10 y a las 13 (US$ 95). Se alquilan bicicletas (US$ 35 por 24 horas), ideales para tomar la bicisenda de Cliff Road hasta la playa Madaket Beach, un paraíso para los amantes de las olas.

Si queda resto, en el camino se puede parar en Tupancy Links, campo de golf convertido en reserva con un circuito de 1,6 kilómetros para caminar; imperdible la senda que lleva al borde del acantilado para acceder a una vista al puerto. Otro desvío es el ramal de la bicisenda hacia Dionis, una plácida playa excelente para los niños. O seguir por el camino principal, pasando frente a páramos, humedales y pinares, hasta la Madaket Beach. Si la bicicleta no es lo mejor, hay un autobús público (el WAVE, US$ 2 dólares) que va desde el pueblo hasta Madaket.

Luego, en bicicleta o taxi puede acercarse hasta Cisco Brewers (casi a 12 kilómetros de distancia), que además de tener su propia producción de cerveza, vino y licor se convierte en una fiesta todos los fines de semana. Hay un autobús gratuito que sale desde el centro de visitantes del pueblo y que lleva a la cervecería, ida y vuelta. Para la cena intente reservar una mesa en el patio de afuera de Ventuno, que sirve comida italiana fresca y sofisticada: tagliolini verdi con garbanzos frescos, verduras de primavera, tocino y yema de huevo curada; spaghetti alle vongole; y de postre, los bomboloncini, donas agridulces de chocolate. Para despedirse, visite el Museo Ballenero, renovado en 2005 y destino obligatorio para entender el papel de la isla como capital ballenera mundial (circa 18001850). Vale la pena ver el documental Nantucket, de Ric Burns, cineasta ganador del premio Emmy.

Hannah Seligson 
The New York Times/Travel
Reproducido por Diario Perfil - Turismo