Atractivos de un nordeste brasileño desconocido. Sierras, dunas, mar y una ciudad Patrimonio de la Humanidad.
Siendo uno de los estados del nordeste brasileño, a Maranhao no le faltan paraísos. Idílico por donde se lo mire, las sorpresas saltan una tras otra en cada paseo, en cada recorrido, gracias a que el turismo aquí no es armado: en sus playas, la selva y la ciudad colonial de Sao Luis, capital “estadual”, no hay complejos hoteleros de lujo ni luces de neón que desvirtúen la esencia de una visita maranhense. ¿Y cuál es esta esencia? La de la rusticidad, la del descubrimiento del lugar a través de su naturaleza extrañamente intacta y la cotidianeidad en ciudades y pueblos, la de poder detenerse a tomarle una foto a un artesano callejero sin que éste, a cambio, pida un real por la instantánea, la de sentarse a beber una cerveza (Bohemia y Skol entre las mejores de una larga lista de opciones espumosamente deliciosas) en un bar o restaurante del que cualquier lugareño es habitué, o bien la de encontrarse con pescadores artesanales navegando en precarios botes impulsados por velas de lona o plásticas que, a diferencia de otros destinos verdeamarelos, no tienen publicidades estampadas de compañías de celulares, petroleras o financieras.
De cascadas, selvas y mar
En Maranhao hay cuatro destinos imperdibles. Uno de ellos, quizás el menos promocionado –injustamente– frente a las maravillas de los restantes, es el de la Chapada das Mesas, en la región sur del estado y muy alejado del mar. Allí, en medio de impresionantes formaciones rocosas y cañones rodeados de selva (o floresta, como se dice en portugués) se descubren decenas de cachoeiras o cascadas (las más destacadas son las de Santa Bárbara, Itapecuruzinho y Pedra Caída, esta última con un salto de 50 m de altura) con piletones que invitan a constantes zambullidas en increíbles aguas transparentes en medio de la soledad más absoluta, y riachos de arenas doradas que zigzaguean entre el verde tropical. Carolina, Riachao e Imperatriz son pequeñas poblados con una mínima aunque cómoda infraestructura de alojamiento, restaurantes y lojas (locales) de artesanías, que sirven de base para un recorrido que recompensará con creces el viaje.
Capital colonial
Como otras tantas ciudades del Brasil, Sao Luis es el resultado de luchas coloniales. La fundó el francés Daniel de la Touche en 1612 pero inmediatamente fue invadida por los holandeses, que la perdieron frente al reino del Portugal después de tres años de guerra en 1644. A pesar del tiempo transcurrido, la ciudad vieja (separada de la parte “nueva” por la bahía Sao José) mantiene más de 3.000 construcciones de los siglos XVII, XVIII y XIX, obviamente con una arquitectura netamente portuguesa. Caminar por sus calles empedradas que mantienen el trazado original del siglo XVII es, nunca mejor dicho, viajar en el tiempo, ser recibido por un pasado siempre presente. Por eso, en 1997 la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.
Los principales edificios históricos a visitar son la Catedral metropolitana o Igreja da Se (siglo XVII); el Palacio dos Leoes, actual palacio de gobierno del estado, construido en el siglo XIX en el mismo lugar donde los franceses habían levantado el fuerte de la ciudad en 1612; y la Fonte das Pedras (Fuente de las Piedras): en sus primeros años de vida, Sao Luis no tenía una red de agua potable, por lo que se construyó esta fuente. Por entonces, era común ver a los esclavos africanos llegar varias veces al día con barriles para distribuir el líquido vital en las casas, e incluso ver a las esclavas lavando la ropa de sus señores. Hoy, la Fonte das Pedras es uno de los monumentos mejor conservados de la ciudad.
Pero no hay que contentarse con conocer estos edificios. Para disfrutar de Sao Luis lo mejor es caminar sus angostas callejuelas en desnivel, admirando caserones ornamentados con los coloridos azulejos centenarios que le dan el apodo de Ciudad de los Azulejos, balcones y tejados anaranjados ennegrecidos por el paso de los años; entrar en decenas de locales de artesanías o detenerse a conversar con artesanos callejeros... Y para la noche, entre miércoles y domingos, degustar la gastronomía maranhense (guisos de camarón, cazuela de leche de coco, arroz cuxá, gallina caipira y otros) en bares antiquísimos que despliegan mesas en calles y veredas acompañando con espectáculos de música, para después divertirse en pubs desbordantes de alegría con ritmos que van del reggae al forró, pasando por el samba, la bossa y la música popular brasileña o MPB.
A tres horas en micro de Sao Luis o 45 minutos en avioneta para cuatro pasajeros, se encuentra el poblado de Barreirinhas. Rústico, pequeño, con sólo dos calles asfaltadas y las restantes de arena, es puerta de entrada a otro de los paraísos de Maranhao: el Parque Nacional Dos Lencois, un paisaje sorprendente de 150.000 hectáreas de médanos de hasta 30 m de altura, a cuyos pies hay otras tantas miles de lagunas color esmeralda. Desde el aire se tiene una vista inmejorable: el océano Atlántico de un lado y el río Preguica y la espesa selva preamazónica que se extiende del otro, encierran a este mar de arenas doradísimas al que no se puede obviar una visita. Para llegar al parque hay que abordar una jardinera (camión 4x4 cuya caja dispone de filas de asientos) y cruzar, primero, el río Preguica a bordo de una balsa.
Luego el vehículo se interna en la selva siguiendo un camino de arena hasta que la primera duna aparece cerrando el paso. Y allí comienza el show. Los lencois reciben este nombre por la similitud que la disposición de los médanos tiene, vistos desde el aire, con las ondas de un lienzo agitado por el viento. Montaña tras otra, y entre cada una esos cálidos espejos de agua dulce que se forman en la época de lluvias, de enero a junio. No hay vegetación aquí ni puntos de referencia.
El delta del río perezoso
Junto al Parque Nacional hay otros lencois pero más pequeños, nada menos que 50.000 hectáreas. Y justo allí existe un pequeño caserío de pescadores artesanales de río llamado Vasouras, donde pueden apreciarse sus rudimentarias chozas construidas con hojas de palmera burutí. Visitados los lencois, conviene salir de Barreirinhas para alojarse en cualquiera de las rústicas posadas ubicadas en la lengua de arena que separa el mar del Preguica. Desde sus embarcaderos parten las lanchas que navegan el río en busca de varias poblaciones en las que el turista es bienvenido con el saludo y la sonrisa de sus habitantes a cada paso.
Preguica, en portugués, significa perezoso. Y el curso tiene ese carácter: baja muy lento y calmo hasta su desembocadura en el mar. Una de las aldeas que hilvana en su recorrido es la de Tapuio, donde la familia Silva explica, en un molino artesanal comunitario, cómo es el proceso para transformar la mandioca en harina o farofa. La navegación sorprende con mil verdes increíbles en cada orilla, con pobladores bañándose y lavando ropa y vajilla en el Preguica, y con la aparición constante de botes de madera impulsados con velas de colores vivos (rojo, amarillo, anaranjado) o motores fuera de borda dedicados a la pesca de especies de río, incluidos enormes y carnosos cangrejos que capturan entre los manglares.
Y así la lancha llega a Mandacarú, otro caserío de calles de arena que se diferencia de los demás por la cantidad de artesanías confeccionadas en madera, conchas de caracol y tejidos de hoja de palmera que se ofrecen a la venta, y por el faro que con casi 40 m de altura resulta un perfecto mirador hacia los cuatro puntos cardinales. Al este, el Atlántico rompiendo contra las arenas de los lencois; al norte, el Preguica con mil meandros uniéndose al mar; al sur y al oeste, el dominio del verde selvático que se extiende tierra adentro, cobijando mil secretos y sorpresas que en los próximos días se seguirán develando. Lo dicho: a Maranhao no le faltan paraísos, lo que falta es tiempo al turista para descubrirlos.
Un mundo por descubrir ( Shirley Bosc, Guía de turismo de Maranhao)
El Brasil fascina a las personas de todo el mundo: fútbol, playas y naturaleza, cultura, la alegría de su pueblo y mucho más. Pero aún existen preciosidades intocadas. El más apasionante de esos secretos es el estado del Maranhão. Cada pedacito del Maranhão revela nuevas sorpresas. El Parque Nacional Dos Lençóis es el único desierto del mundo que cobija miles de lagunas de aguas cristalinas en un escenario indescriptible. Otra belleza es la Floresta de los Guarás, puerta de entrada para la Amazonia, un verdadero santuario ecológico donde habitan el guará, un ave de un rojo intenso que da nombre al lugar. La Chapada das Mesas es una prueba más de que la naturaleza es apasionada por Maranhão: en este paisaje de formaciones rocosas y rica vegetación se revelan decenas de cascadas, una invitación irrecusable tanto para el ocio cuanto para la aventura. Por otro lado está Sao Luís, la capital, puerta de entrada al estado. Su inestimable patrimonio histórico y arquitectónico, la expresividad de su cultura popular y la hospitalidad de su gente cautivan a los visitantes, deslumbrados por fuentes, escaleras y caserones azulejados.
Pablo Caprino
Revista Weekend
Fotos: Web
3 comentarios:
El año pasado viaje por un crucero a Brasil llamado Costa Romántica... Hay una noche que es de gala...es la noche en donde cenas con el Capitán, todos van con mucho lujo. Pasamos por Maranhao, pero fue sólo pasada… me gustaría ir de nuevo y quedarme por más tiempo, es precioso.
Felicitas- Hotel Boutique Buenos Aires-Hoteles en Rosario-Calafate Hoteles
Que hermoso es este destino, indudablemente no hay mejor opcion para unas vacaciones que viajar con alguno de los Paquetes Turisticos Sao Luis. Saludos!
Pablo - Sao Luis Hoteles
SOY DE VENEZUELA DE CIUDAD BOLIVAR. ME LLAMO CARORINA, MI ESPOSO ES DE MARAÑAO SANTA LUSIA Y ME DICE QUE ESACIUDAD ES H
ERMOSA NO PIERDO LA ESPERANZA DE IR A ESA BELLA CUIDAD YA QUE MI ESPOSO TIENE 11 AÑOS QUE NO VA A VER A SU FAMILIA.
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