• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

lunes, 26 de julio de 2010

Puerto Rico a fondo

Fuerte San Felipe de Morro

Un vistazo a las mejores playas y un tour por la Vieja San Juan que comienza de día y termina de noche, bien tarde, a ritmo de salsa


La escena es curiosa: en la enorme explanada que lleva al fuerte San Felipe de Morro, decenas de chicos remontan sus chiringas (barriletes), con un mar demasiado azul para ser real, vigilado celosamente por las fortalezas del Viejo San Juan de Puerto Rico.

No muy lejos de allí, las cruces del cementerio Santa María Magdalena miran el agua, estampadas entre la colina y el cielo. Ese mismo mar fue, hace siglos, escenario de feroces batallas entre quienes, en distintos momentos de la historia, pretendían ingresar a la bahía -españoles, holandeses, británicos, corsarios-. Hoy, el Viejo San Juan tiene las fortificaciones mejor conservadas del Caribe y, por la noche, despliega un menú inagotable de sitios para bailar salsa y beber el mejor ron sobre la faz de la Tierra.

Se dice que en Puerto Rico hay una festividad para todo: se celebra el Día del Plátano, de las Chiringas y hasta el Día de la Hamaca. En cierta forma, este dato ilustra el carácter alegre, alborotado y bromista de los boricuas, que se siente en todo momento mientras uno recorre la ciudad. También se sabe que tienen fama de cacheteros, denominación que conceden a aquel que exige descuento por todo y que siempre pide que le fíen. Una anécdota lo ilustra muy bien: todos los años, en Reyes, el gobernador de Puerto Rico regala juguetes a los niños más necesitados. "Vienen todos a las 5 de la mañana a buscar su juguete y no les importa pagar 15 dólares de estacionamiento ni hacer colas larguísimas frente a la casa del gobernador con tal de que les den algo gratis, aunque al fin de cuentas les costaría más barato en cualquier juguetería", bromea el fotógrafo Miguel Angel Fernández mientras recorremos el Viejo San Juan.

Casa Blanca

La fuente de la juventud
Esa vivienda frente a la que desfilan niños y cacheteros es, de hecho, uno de los atractivos de la zona, ya que fue la residencia -llamada la Casa Blanca- construida en homenaje a Juan Ponce de León, conquistador español de Puerto Rico y primer gobernador de la isla de San Juan, en 1510. Lo extraño de este hombre es que estaba obsesionado con la existencia de una isla, ubicada al Noroeste, de nombre Bimini, donde había escuchado que existía una fuente de la juventud. Incluso, en 1512 se marchó en busca de esa isla. No sólo no encontró la juventud, sino que la vida se le fue en esa empresa.

Si uno observa el Viejo San Juan desde el cielo se dará cuenta de que se trata de una gigantesca ciudad amurallada, repleta de cafés, galerías de arte, museos y tiendas sobre calles adoquinadas, con el punto más alto en el fuerte San Felipe de Morro. ¿Where is the morro? (¿Dónde está el morro?) es la frase con la que se divierten los boricuas para identificar a los turistas norteamericanos, con quienes, en general, parecen tener una muy compleja relación de amor y odio.

Lo mejor es comenzar el recorrido por el Old San Juan en La Casita, puesto de información de la Compañía de Turismo de Puerto Rico, al oeste del Muelle 1, frente a la bahía, y caminar dejando a la derecha los muelles de cruceros. Luego, pasando frente al hotel Sheraton, se sube hasta la plaza de Colón para llegar al fuerte de San Cristóbal, otra de las fortificaciones emblemáticas de Puerto Rico, levantada en 1783 para contrarrestar los ataques por tierra. Este castillo está compuesto por laberínticos fortines, trincheras y túneles que enloquecían al enemigo. Sus ocho grandes salones hospedaban hasta 212 soldados.

Siguiendo el recorrido por la calle Norzagaray se divisa, a lo lejos, el morro, construido en 1539. Para entender su historia hay que tener en cuenta que San Juan era la puerta al Nuevo Mundo y era asediada por constantes invasiones de flotas europeas. El morro fue edificado por soldados, esclavos e ingenieros, que convirtieron a San Juan en una fortaleza impenetrable, con una inexpugnable pared que rodeaba la ciudad y puertas que se cerraban al anochecer.

Recorrer el morro con el océano turquesa de fondo, filtrándose en los recovecos y entre las paredes, es imaginar los barcos armados hasta los dientes, intentando ingresar a la bahía bajo el rugir de los cañones. El pobre sir Ralph Abercrombie puede dar cuenta de lo mal que le fue en su intento de conquista de San Juan, en 1797. Derrotado, escribió en su bitácora que la ciudad pudo haber resistido diez veces más armamentos que los que él llevaba consigo.

Saliendo del morro y regresando a La Casita, el punto de partida, se pasa por la plaza de Beneficencia y otra vez por la Casa Blanca. Después es muy bonito bajar por la calle San Sebastián hasta la plaza San José y luego doblar a la derecha hasta la coqueta plaza de la Catedral, donde está la histórica catedral de San Juan, cuya construcción comenzó en 1521. En ella descansan los restos del conquistador Ponce de León.

Nuyorican Café

Después de hora
Todo lo que durante el día es un precioso paisaje colonial se transforma, por la noche, en un paraíso de barcitos, restaurantes y lugares para hangear (salir de farra, del inglés hang out). Un recorrido por el Viejo San Juan, pero esta vez bajo la luna, podría comenzar en el Nuyorican Café, en el callejón de la Capilla, donde se puede escuchar y bailar salsa, con un interesante mix de música electrónica muy experimental.

Si el programa es tomar un roncito para calentar motores, con un bocadillo para la ocasión, los bares imperdibles están sobre la calle San Sebastián: las barras preferidas son Nonos (con billar), La Tortuga y El Quinqué. En Dragonfly los tragos dulzones maridan muy bien (quién lo hubiese dicho) con una impensada fusión de comida asiática y puertorriqueña. Y muy cerca de allí, en el Toro Salao, las tapas resultan una maravilla. Hay que tener algo claro: en San Juan siempre habrá alguien dispuesto a llenar nuestros vasos con ron.

Los primeros martes de cada mes se realizan las Noches de Galerías, y los centros culturales permanecen abiertos hasta la madrugada, para acompañar la hangeada con un poco de historia. Dicho sea de paso, la piña colada también se las trae, sobre todo si se la bebe en el patio del Níspero, del hotel El Convento, sobre la calle del Cristo.

Pero ya basta de tragos, tapas y arte. Es hora de mover el esqueleto y participar de las clases de salsa en The Latin Roots, donde un viejito de 90 años con lentes negros -una suerte de Tony Soprano salsero y juerguista- saca a bailar todas las noches a las mujeres que se animan.

Para seguir la marcha es un buen consejo pasar de la salsa al reggaeton furioso que explota en Lazer, la disco del momento, siempre en el Viejo San Juan. Aunque también se puede tomar un taxi hasta Brava, en Isla Verde, la otra discoteca que causa sensación.

Así termina el recorrido de un día y una noche por lo más atractivo de San Juan. Y una cosa queda clara: la fama del ron puertorriqueño y de la alegría boricua está muy bien ganada.

Playa Flamenco

Una playa para cada día del año
Arenas blancas y aguas turquesas y templadas que brillan por la noche. Estos son los mejores puntos para relajarse al sol en la isla caribeña

Los puertorriqueños están orgullosos de tener playas en las que, a diferencia de otros destinos, como República Dominicana, los turistas no son prisioneros de un resort. La isla tiene muy buenos caminos y es segura en toda su extensión -se puede recorrer de Este a Oeste en menos de tres horas, y de Norte a Sur en una hora y media-, lo que permite explorarla libremente, sin estar atado a la pulserita del hotel ni a multitudinarias excursiones armadas.

Hay quienes dicen que las mejores playas de Puerto Rico están en la zona este del país, donde el Caribe se despliega en su máxima expresión, con aguas turquesas y tranquilas, bordeadas por corales. Las islas de Culebra y Vieques son dos de los secretos mejor guardados de este paraíso caliente, a las que se accede en barco desde el puerto de Fajardo o mediante una avioneta que demora 20 minutos desde San Juan. Muchas guías de turismo aseguran que, en este milimétrico cruce de coordenadas, se encuentran las costas, las bahías y los cayos más bonitos del planeta. Playa Flamenco, en Culebra, es una síntesis del edén que nos enseñaron de chicos, con un mar cristalino impreso entre el cielo azul y las colinas verdes, donde, de lunes a viernes, no se ve un alma. Si Vieques está un poco más desarrollada comercialmente, Culebra tiene un toque definitivamente bohemio. "Es la playa hippie de Puerto Rico", aseguran.

Bosque pluvial El Yunque

¡A brillar, mi amor!
Lo cierto es que pese a ese creciente desarrollo hotelero las arenas de Vieques también son solitarias y pacíficas, con la playa Sun Bay como insignia, donde los visitantes más asiduos son un puñado de caballos salvajes que asoman sin complejos sobre la orilla. En Vieques, que alberga parte del gigantesco bosque pluvial El Yunque -nominado para ser una de las nuevas siete maravillas-, uno de los mayores atractivos es la bahía luminiscente de Puerto Mosquito, una de las pocas que hay en el mundo, cuya principal característica es que resplandece a la noche como si se hubiera prendido fuego. La explicación científica es que en cada litro de agua de esa bahía existen 190.000 organismos unicelulares fosforescentes que brillan cuando se los agita. Es una experiencia maravillosa deslizarse por esas aguas cuando cae el sol, porque los cuerpos brillan en el mar.

En la isla de Vieques ha desembarcado recientemente el primer hotel de la marca W del Sheraton, único en su tipo en el Caribe, con una inversión de 150 millones de dólares. Se trata de la línea boutique de la cadena y la noche cuesta desde US$ 300, aunque en la isla también hay otras opciones de posadas para pernoctar por menos de 100 dólares.

También en el este del país son fabulosas las playas aledañas a Fajardo, conocida como la metrópolis del Este. Allí está la Playa de Palomino, del Hotel Conquistador, y se puede acceder a los cayos de Icanos y Diablo, entre otros. El sitio es ideal hacer para paseos a vela, el snorkeling y el buceo. En Fajardo hay además una laguna luminiscente, imperdible por la noche.
Bucear y surfear

Puerto Rico es, para los buceadores, una meca a la que todos quieren llegar alguna vez. Si bien es cierto que la visibilidad bajo el agua es excelente en prácticamente toda la isla, el oeste y el sur del país ofrecen locaciones que merecen una mención aparte: por ejemplo, en la Porta del Sol (Oeste), con sus magníficos arrecifes de coral y las joyas submarinas que rodean Desecheo, una isleta deshabitada que tiene 24 lugares para bucear en un fondo rocoso, con una visibilidad de más de 30 metros. O en el Sur, donde los atractivos son la Reserva Nacional del Estuario de la Bahía de Jobos y la isla Caja de Muertos, en la costa de Ponce, que permite una aventura al estilo de la búsqueda del tesoro, con corales y una fauna marina colorida y deslumbrante. Todas esas películas y documentales que uno vio con gente nadando entre millones de peces de colores se hacen realidad al calzarse el snorkel y mirar hacia abajo. Un mundo paralelo se abre en cada una de las grietas de esos corales. Desde un enfoque borgiano, se podría aventurar que ese mar resume todos y cada uno de los mares del universo, en momentos pasados y futuros de la historia.

Pero lo máximo para los amantes del buceo es, probablemente, la Pared de La Parguera, en la costa sudoeste. Ubicada en la villa de La Parguera, se trata de una auténtica pared de 40 pies que desciende verticalmente hasta el fondo del mar. Quienes conocen el lugar pueden identificar unos 30 puntos en esta barrera, como Black Wall, Hole in the Wall, Efra´s Wall, y Fallen Rock, con sus inigualables jardines de coral.

En lo que respecta al surf, si bien muchos alaban las playas del norte del país -las olas de Hallow y Los Tubos-, en el oeste existe un paraje incomparable para los surfistas de pura cepa. Se trata de Rincón, un pueblo de 17.000 habitantes con olas de hasta 10 metros en las playas de Sandy, Parking Lots, Little Malibu y Dogsman.

Para los que prefieren quedarse en San Juan y las playas de la capital, un par de recomendaciones: Escambrón e Isla Verde, balnearios públicos muy bellos, pero más poblados y con mayor infraestructura.

Restaurante La Casita Blanca

Pequeña guía gastronómica
La cocina boricua logró posicionarse como la más sofisticada y original del Caribe. Este es el top five de los mejores restaurantes de San Juan

Definir la comida puertorriqueña no es tarea sencilla. Influida por las inmigraciones europeas y africanas, así como por los originarios indios taínos y, más recientemente, por Estados Unidos, la comida boricua ofrece fusiones impensadas.

En San Juan es sorprendente la oferta de restaurantes de primer nivel, con la típica cocina criolla, pero también asiática, francesa, española e italiana. Lo que sigue son los cinco mejores sitios para comer en la ciudad de San Juan, según la opinión de Zain Deane, uno de los más reconocidos críticos gastronómicos del Caribe, consultado por La Nacion.

1. Pikayo: el chef Wilo Benet es conocido como un auténtico embajador de la cocina puertorriqueña por la mezcla de comida criolla con técnicas e innovaciones modernas, tanto en los sabores como en las presentaciones de los platos. El hombre es, realmente, un artista. Si visitan Pikayo no pueden dejar de probar el pegao de atún con una salsita de chipotle.

2. La Casita Blanca: este restaurante, ícono de Santurce (uno de los municipios de San Juan), es pura cocina del barrio, sin trucos ni fusiones. Escondido y lejos de la zona hotelera, es uno de los lugares favoritos de los sanjuaneros, que llenan el pequeño salón para probar platos típicos como el pastelón de carn y patitos de cerdo. El almuerzo del domingo tiene status de leyenda.

3. Delirio: aquí se luce el consagrado chef Alfredo Ayala, alumno de Joël Robuchon. Delirio ocupa un espacio íntimo en una casona antigua en el barrio de Miramar. La cocina es moderna y minimalista, y el ambiente romántico y sensual, con toques góticos.

4. Budatai: es el cuartel general del chef Roberto Treviño, una estrella que ha aparecido en programas especializados como The Next Iron Chef y en revistas internacionales del rubro como Bon Appetit. En Budatai, Treviño desarrolla una deliciosa fusión de cocina asiática y caribeña, con acentos globales. Se recomienda el churrasco con ho fun y los blinis de pato rostizado con wasabi y crema fresca.

5. Aguaviva: los cuatro restaurantes del grupo Oof! (Dragonfly, Aguaviva, Parrot Club y Toro Salao) son muy recomendables, pero el menú de Aguaviva merece una atención especial por su oferta de cebiches originales acompañados con tostones, ostras frescas y la antológica paella del Nuevo Mundo, hecha con cous-cous.

Vista aérea de San Juan

Visa y conexiones
Para los argentinos, uno de los problemas a la hora de visitar Puerto Rico es que se requiere visa de ingreso a Estados Unidos. "Conocemos ese impedimento y también sabemos que nos falta una conexión aérea directa a San Juan (el 80% de los vuelos hace cambio de avión en Miami)", explica Clarisa Jiménez, presidenta de la Asociación de Hoteles y Turismo de Puerto Rico.

Actualmente, la isla es recorrida por 4 millones de personas al año y la mayoría de los turistas proviene de Estados Unidos, España y México.

Para los argentinos, en cambio, el destino por excelencia en el Caribe sigue siendo República Dominicana y su joya mielera (para recién casados): Punta Cana. La ventaja en este caso es que se fletan chárteres directos y no es necesaria la visa.

José Totah
La Nación - Turismo
Fotos: Web

domingo, 18 de julio de 2010

Argentina: El mundo es de los caminantes

Laguna de los Tres - Cerro Fitz Roy - Parque Nacional Los Glaciares

La Argentina cuenta con una gran variedad de climas, entornos y niveles de dificultad para disfrutar del trekking, el deporte que combina atletismo y alpinismo. Una travesía por algunas de las rutas más fascinantes.

El corazón late. Se siente. Era de esperarse. A cinco horas de arrancar, la mochila pesa bastante más de lo que sus 15 kilogramos hacían prever. También los pasos se hacen más cortos a medida que el grupo encara el ascenso final.

Mientras, la enésima gota de sudor se abre camino desde el borde de la gorra, recorre frente, cara y cuello, para perderse entre la ropa térmica. Algo de alivio trae el viento. Constante, fuerte, siempre presente, no deja de recordar que, a estas alturas, cerca del límite de vegetación y a escasos 25 kilómetros del campo de hielo Continental Sur, el ser humano es un visitante de paso. Pero, a pesar del cansancio que muestran las caras, la sensación de satisfacción reina en el grupo.

Faltan apenas 150 metros para hacer cumbre en uno de los lugares más perdidos y majestuosos de la Patagonia: la Laguna de los Tres, sobre la base del imponente cerro Fitz Roy. Para reconfortarse aún más, basta con mirar hacia atrás. Bañados en colores ocre, verde, marrón y ladrillo se abren los últimos valles de la precordillera patagónica, que se pierde en esa inmensidad de mesetas, estepas y bajos que inicia aquí su recorrido hacia el Atlántico. A la izquierda, lejos, pero bien visible, se distingue algo del espejo azul lechoso que es el lago Viedma en un día de sol y nubes. El guía, Luis Olea, recomienda disfrutar de esta fiesta de colores, majestad y espacio ahora, en subida. A la vuelta, por mucho sol que haya, por mucha alegría tras haber logrado el objetivo, no habrá tiempo. Para entonces, los ojos deberán estar fijos en los pies del delantero. “La bajada es una de las etapas más peligrosas del trekking. Es el momento en el que por descuido, cansancio o desconcentración se dan la mayor cantidad de accidentes”, anticipa el joven alpinista y guía de montaña. Lo hará varias veces durante el ascenso y aún más antes de volver a bajar el cerro y emprender el camino de regreso al pueblo de El Chaltén. Tanto cuidado se hará valer. La noche nos encontrará a todos sanos, cansados pero felices, en la pequeña pero muy cálida cervecería artesanal en el centro del pueblo. Allí, todo trekkinero que sepa disfrutar de una buena cerveza suele cerrar un día lleno de aire puro, sol, viento, también llovizna, hasta nieve, y mucho ejercicio.

Laguna Negra (Río Negro)

En marcha
Trekking. La mezcla entre atletismo y alpinismo es una disciplina que creció en el país gracias al auge del turismo de aventura extranjero desde los años ‘90.

Particularmente desde la crisis de 2001, cada vez más aficionados a esta actividad fueron descubriendo al país como un destino de excelencia. A su vez, la llegada de alemanes, franceses, italianos, estadounidenses o canadienses despertó también el interés de una creciente comunidad de deportistas argentinos. Por eso, en la altura de las Grandes Salinas (Salta), entre las rocas de Laguna Negra (Río Negro) o en algún recodo perdido del lago San Martín (Santa Cruz), el caminante local bien puede encontrarse rescarbando en su mejor inglés para compartir una galleta, un té o un consejo. Para todos, la Argentina cuenta hoy con un activo que la destaca entre los destinos de trekking del mundo: la cordillera de los Andes. Con cerca de 5 mil kilómetros a lo largo del país, el sistema montañoso ofrece una variedad de zonas climáticas que permiten –de Norte a Sur–, caminar tanto entre las alturas y los paisajes de la Puna salteña como entre las altas cumbres mendocinas, la mezcla de lago y montaña de Bariloche o el salvaje encanto de la tierra de glaciares que ofrecen Santa Cruz y Tierra del Fuego. Cualquiera puede encontrar, en esta variedad, el desafío a su medida.

“Porque la meta no es llegar, sino el placer de vivir una aventura, de caminar”, resume Olea.

Como toda actividad, también el trekking se practica con diversos grados de dificultad, por lo cual se puede ir subiendo gradualmente a medida que se va adquiriendo experiencia, y así incrementar el nivel de dificultad de ruta: leve, media, moderada, difícil. En caso de interesarse por la variedad de alta montaña, es bueno resaltar que se requiere de un entrenamiento físico previo, así como del conocimiento de las reglas básicas de seguridad. Porque el trekkinero suele iniciarse con caminatas cortas, de apenas una hora de recorrido, para terminar pidiendo por una travesía de varios días, de refugio en refugio, acompañando el curso de un glaciar, subiendo (y bajando) por un paso aún sin nombre o investigando ese sendero ocasional que se pierde entre los picos de una pared rocosa. Todo, lo más lejos posible de celulares, autos, reuniones, discusiones por planes de ventas o el eterno radiopasillo. Todo, con un límite de equipaje que permite llevar una mochila de no más de 60 litros y mucha, pero mucha, agua.

Todo, para dejar atrás el día a día y reconectarse consigo mismo, tomarse el tiempo para desandar caminos mentales que nos impuso la rutina del trabajo y deslumbrarse. “Practicar trekking es respirar profundo y dejarse llevar por el sendero y el paisaje”, explica Juan Pablo Maldonado (36), guía en la zona de Tilcara, Jujuy. Y, lo más importante: “La técnica de tránsito es indispensable para partir y regresar en el mismo estado. Es importante discriminar de antemano las diferentes dificultades de los trails para no encontrarse con sorpresas o déficit de equipamiento en medio de la actividad”.

Pueblo de El Chaltén

El Chaltén

Conocido, en los últimos años, como una de las capitales del trekking en el mundo, este pequeño pueblo santacruceño engloba a la perfección los requerimientos y el espíritu que hacen a la actividad. Está ubicado en un valle a los pies del río De las Vueltas y bien lejos –a más de 300 kilómetros– de la próxima ciudad, El Calafate. El factor que lo convierte en un punto de atracción para viajantes y escaladores es que la mayoría de las rutas arrancan en el centro del pueblo. Con muy pocas excepciones, no hace falta subirse a un autobús o, peor, a un auto, para estar, en apenas 20 minutos de caminata, en plena naturaleza. En total, la oferta se divide en más de una veintena de rutas de diferente nivel de desafío. Una buen punto de contacto para conocer su dificultad, recorrido y requerimiento de equipos es la Casa de Guías (www.casadeguias.com.ar), que funciona en el centro de la villa.

Entre las caminatas más comunes y de menor exigencia están la excursión al Fitz Roy (9 horas, ida y vuelta) y al no menos mítico cerro Torre (6 horas). Por otro lado, desde allí parten las travesías que conducen, durante días, a lo largo de glaciares como el Viedma, el más grande de la zona; sin olvidar el recorrido que lleva al Paso del Viento, que fascinó al recordado amante de estas tierras, el periodista Germán Sopeña.

Entre los recorridos más exigentes están las travesías al Hielo Continental: el deportista –es obligatoria la participación de un guía de montaña habilitado– estará caminando entre seis y ocho días sobre esas eternas nieves que hacen a la tercera masa de agua congelada más grande del planeta. Siempre en condiciones climáticas extremas, la ruta de los hielos representa un desafío difícil de olvidar, según constató este cronista a lo largo de los años. Si bien a un precio un poco más elevado que en destinos más accesibles, El Chaltén cuenta hoy con una oferta de hospedaje y servicios de excelencia, gracias también a la costumbre de recibir huéspedes de todas partes del mundo. Lo demuestra la gran cantidad de hoteles boutique, entre los cuales la Hostería del Pilar sigue siendo una de los más conocidos. En cuanto a las condiciones climáticas es, quizás, uno de los destinos más inestables. “Predecir el tiempo es una lotería”, resume Luis Olea la que es respuesta obligatoria a la eterna pregunta de quien llega por primera vez. Incluso en los meses de verano, el trekkinero puede arrancar con un cielo plomizo, del cual se descuelga una leve llovizna que genera temperaturas de no más de diez grados, para pasar, en menos de dos horas, a un sol radiante y caluroso. Todo, siempre, en compañía del viento. Sin embargo, tal entorno hace también al secreto encanto de un lugar especial a la hora de buscar el encuentro con la naturaleza.

Brújula
Ruta Fitz Roy: 9 horas (ida y vuelta). Desnivel: 800 metros.
Laguna Torre: 6 a 7 horas. Desnivel: 200 metros.
Pliegue Tumbado: 9 horas. Desnivel: 1.200 metros.

Bariloche, a orillas del Lago Nahuel Huapi
San Carlos de Bariloche
No menos idónea –aunque quizás también menos individualista– se presenta San Carlos de Bariloche como punto de partida para el trekking. Junto a Mendoza, la ciudad al pie de lago Nahuel Huapi es considerada como la cuna del alpinismo en la Argentina. No es de sorprender, entonces, que aquí se encuentren algunas de las rutas más emblemáticas del país. A pesar de tener que soportar la afluencia de un turismo masivo tanto en verano como en invierno, la ciudad fundada a principios del siglo XX luce rutas que bien pueden considerarse individuales y que guardan algo para cada nivel de desafío que se busque. Para conocer la oferta, entre los centros de información más completos está el Club Andino: fundado como uno de los primeros de su clase en el país, en 1931, dispone de la más amplia variedad de descripciones y recomendaciones para conocer la zona y sus montañas a pie (www.clubandino.com.ar).

Una de las rutas más buscadas es la que lleva al refugio de alta montaña Otto Meiling-Cerro Tronador. El lugar se ubica a 2 mil metros, sobre la ladera del cerro que hizo famoso a Bariloche, entre los glaciares Castaño Overa y Alerce. Su extensión estimada desde el punto de salida (Pampa Linda) es de 3 horas. Luego, desde el refugio, se pueden realizar varias excursiones. La más conocida es la caminata al filo de La Motte (2.400 metros), por la pendiente nevada del filo, que divide las cuencas de los glaciares Castaño Overo y Alerce. En el refugio, es posible desayunar, almorzar y cenar (además, cuenta con servicio completo de hospedaje para 60 personas). Dependiente del Club Andino de Bariloche, allí también se alquilan equipos de esquí y se pueden contratar guías de montaña para realizar excursiones. Claudia Di Paolo, joven diseñadora de imagen y sonido, es una de las que redescubrió este verano el encanto de las rutas que ofrece el centro de esquí. “Si bien había más gente que en otros ascensos, en la del Meiling fue muy hermoso estar tan cerca del glaciar, escucharlo trabajar y llegar apenas a unos 200 metros de él”, cuenta quien suele recorrer el país en busca de nuevos desafíos. “El trekking es vivir el presente. Es un momento en el cual mente, cuerpo y espíritu se unen para poner toda la atención en ese instante presente, simple actitud que se vuelve imposible en nuestra vida cotidiana”, define Di Paolo.

“Permite estar inmersos en una grandiosa naturaleza, sentirnos pequeños y, a la vez, parte de algo más grande”, completa. Junto a su futuro esposo, Ricardo Coronel, participa, desde hace cinco años, en carreras de aventura (recientemente, fueron los únicos participantes argentinos en la demandante City Chase, que se presenta en el National Geographic Channel). Por eso, durante su última estadía en Bariloche, la pareja aprovechó también para recorrer la ruta conocida como Cuatro Refugios, un trayecto de varios días que une los hospedajes de alta montaña Frey, Jakob (San Martín), Italia (Laguna Negra) y López. “Queríamos aprovechar para conocer el circuito con tiempo y sin las exigencias de una competencia”, cuenta Di Paolo en referencia a la carrera de aventura que transita parte del itinerario del mismo nombre. La pareja se tomó cuatro días para cumplir con el itinerario, durmiendo en refugios y conociendo el camino paso a paso. “Siempre muy tranquilos. La idea era poder disfrutar”, se sinceran. Así, las primeras dos jornadas dedicaron un promedio de cinco horas a la caminata, mientras que el tercero y cuarto día la exigencia llegó a requerirles de hasta 11 horas de esfuerzo. “La parte más complicada fue, quizás, la que lleva desde el refugio Jakob a Laguna Negra”, asiste Coronel. “El camino no estaba bien señalizado y, en algunos pasajes, requirió de buen sentido de orientación y navegación”, comenta quien suele recurrir a esta actividad para oxigenarse de su rutina de trabajo en Sistemas.

Brújula
Ruta Refugio Otto Meling: 4 horas (ida). Desnivel 1.110 metros. Cuatro Refugios: Frey, 2 horas (desde parking donde terminan los medios de elevación), desnivel: 1.000 metros; Jakob (San Martín), 8 horas (desde Frey), desnivel: 900 metros; Laguna Negra (Italia), 11 horas (desde Jakob), desnivel: 800 metros; López, 5 horas (desde Laguna Negra), desnivel: 600 metros.

Cerro Torreón de la Cuesta (abajo a la derecha, un parador)

Salta y Jujuy
Entre la oferta de rutas argentinas, el Noroeste ofrece, seguramente, una de las opciones de mayor diversidad, dado que permite conocer a pie tanto los ecosistemas de la selva como los espacios y silencios de la Puna. “La mejor época es entre abril y noviembre, cuando se puede contar con sol asegurado todo el día y temperaturas cálidas”, revela Sandro Manfredi, quien organiza y guía tours de trekking en Salta y Jujuy. “Sin embargo, el caminante también tiene que estar preparado para un cambio de temperatura que, en un día, puede ser de 40 grados, ya que ésta cae por las noches hasta la marca de -5º”, se apura en resaltar el experto con nombre de actor. Otro factor a tener en cuenta es la altura que en esta región recorren los senderos: en muchos casos, superan fácilmente los 3 mil metros y pueden llegar por encima de los 5 mil. Para preparar el organismo, Manfredi recomienda llegar a la zona unos días antes: “Con tres o cuatro alcanza para aclimatarse. Es un error llegar y pretender arrancar al día siguiente”, comenta.

Las actividades de trekking en Salta abren un abanico de posibilidades que incluyen desde paseos cortos y de poca dificultad en los alrededores de la capital hasta circuitos técnicos, de varios días de duración y transitando zonas donde el aire escasea, lo que le agrega una cuota importante de dificultad. Entre las rutas recomendadas destaca la que cubre la zona de selvas y yungas, de medio y hasta 2 días, como por ejemplo la travesía de San Lorenzo o al torreón de La Cuesta (3.200 metros). El contraste son las rutas que llevan a la alta montaña y que exigen hasta cinco o más días. Entre ellas, se destacan las travesías a volcanes como el Quewar (6.100 metros), el Tugzle (5.500) o los sistemas montañosos del Nevado de Cachi (6.300) o el Acay (5.700), que exigen mayor experiencia. Para realizar estos caminos, gran parte de los organizadores parten desde la ciudad de Salta para hacer una primera noche de aclimatación en la Quebrada (Tilcara), Pumamarca o San Antonio de los Cobres. Desde allí se inicia la travesía (en algunos casos con un primer trecho en vehículo) hasta un punto de acercamiento, generalmente por encima de los 3 mil metros, donde se inicia la caminata. Un rasgo diferencial con los caminos del sur es la cercanía con la población local. “Hacer trekking en esta región es entrar, mucho más que en otras, en contacto con la cultura y las tradiciones ancestrales”, amplía el guía. Se refiere al hecho de que los caminantes, por más que pasen por lugares aparentemente inhóspitos, se toparán con frecuencia –y a gran altura– con asentamientos de lugareños. Para las rutas más largas, en muchos casos, el equipaje es transportado por caballos o, como en el caso del mismo Manfredi, por llamas (“uno de los medios de transportes milenarios y autóctonos de la zona”, destaca).

En toda excursión, la navegación es uno de los puntos a tener en cuenta. Así, si bien en las rutas más fáciles los senderos suelen estar bien señalizados, nunca debe olvidarse que las condiciones climáticas son las que marcan el paso.

Porque si bien el trekking es una actividad que no muestra, a primera vista, grandes peligros, puede cambiar de cara rápidamente si no se tienen en cuenta las reglas básicas del alpinismo. “Uno de los errores más comunes es utilizar cualquier calzado y no uno especialmente diseñado para resistir la exigencia de los trails en montaña”, cuenta el guía jujeño Juan Pablo Maldonado. Disponer del equipo e indumentaria correctos es tan importante como recordar algunas reglas esenciales que valen para toda caminata, ya sea en las ventosas rutas de la Patagonia, la región de los lagos o las alturas de la Puna. “Mucha hidratación, una alimentación tan rica en factores energéticos como liviana y la incorporación de un camel bag en el equipo, porque reduce el bulto en las mochilas y optimiza el espacio disponible”, recomienda Maldonado.

Brújula
De Tilcara a las Yungas: 5 días. Desnivel: 4.170 metros.
Morado de Colanzulí: 3 días. Desnivel: 5.068 metros (traslado de acercamiento). Volcán Tugzle: 4 días.
Desnivel: 5.500 metros (traslado de acercamiento).
Quewar: 8 días. Desnivel: 6.100 metros (traslado de acercamiento).

Como pocos países, la Argentina cuenta con una oferta de trekking poco común en el mundo.
Sin embargo, cualquiera que sea el destino elegido, se recomienda, a la hora de armar el equipamiento para realizar una expedición, recordar algunas reglas básicas: no cargar más del 20 por ciento del peso propio, utilizar bastones, nunca partir sin una buena cantidad de líquido, mantenerse dentro de los senderos marcados. Y recordar que el camino de vuelta al campamento es tan largo como el de ida. En cuanto a cómo comportarse en el camino, es bueno seguir aquella vieja regla alguna vez acuñada entre bosque, montañas y desiertos: “Leave only tracks, take only pictures, kill only time”.

Flavio Cannilla
Diario El Cronista Comercial (Argentina)
Fotos: Web

lunes, 12 de julio de 2010

Belgica: Días de brujas

Grote Markt

Considerada una de las ciudades medievales mejor conservadas, deslumbra con sus callejuelas, los canales y los magníficos edificios góticos.

En el comienzo de la película "Alatriste", en la que Viggo Mortensen hace de soldado castellano del siglo XVII, aparecen unos cuantos paisajes del Flandes medieval, un sitio brumoso y helado, que era una especie de maldición para los ejércitos españoles de la época, que se veían obligados a combatir para gloria de su rey en aquellos parajes tan lejanos de las soleadas costas del Mediterráneo.

Las escenas están muy logradas y no es porque los productores de la película se hayan esforzado mucho. Es que Flandes, en un sentido pictórico, es muy parecido a cómo era en la Edad Media. Sólo hace falta plantar la cámara junto a una carretera cualquiera y desde los campos pantanosos parecerán estar a punto de emerger tipos con arcabuces y espadas. Lo mismo pasa con sus ciudades, en las que la impronta medieval no constituye una puesta en escena turística, sino que forma parte del paisaje de la vida cotidiana.

Brujas, la capital del Flandes Occidental, es un excelente ejemplo de esta sensación de "pasado-presente" que se tiene al pisar esta región fronteriza entre Bélgica y Holanda. Situada a apenas 90 kilómetros de la no menos encantadora Bruselas, Brujas es uno de los destinos turísticos más visitados de Europa gracias al encanto de su casco histórico, un conjunto de edificaciones en el que predomina el estilo neogótico, que ha sido declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco.

Al llegar desde Bruselas, por la autopista A10, o desde París, por la A17, aparecen primero los suburbios de la ciudad, que tiene casi 120.000 habitantes. Las cercanas costas del Mar del Norte hacen que aún en pleno verano el clima sea fresco y húmedo, con cielos que permanecen casi siempre encapotados. La suma de estos factores geográficos hacen que la bruma, más que un elemento climático, sea un estado de ánimo que envuelve permanentemente a esta urbe hermosa y melancólica.

Plaza Burg

Memorias del gótico
Un buen punto de partida para el recorrido es la Plaza Burg, situada en el corazón de la ciudad medieval. Allí se concentran monumentos insoslayables como el Ayuntamiento y la Basílica de la Santa Sangre. El Ayuntamiento de Brujas constituye una excelente muestra del esplendor que vivió la ciudad entre los siglos XIII y XV, cuando era uno de los centros comerciales más importantes de su tiempo y formaba parte de la famosa Liga Hanseática, una federación de ciudades del norte de Europa que llegó a tener más poder que muchos grandes imperios.

El Ayuntamiento (Stadhuis, en neerlandés) es un edificio de estilo gótico florido que comenzó a construirse en 1376 y fue terminado en 1421. Es uno de los hitos turísticos más relevante de la ciudad y cuenta con dos grandes salas (la Histórica y la Gótica) en las que hay impresionantes murales que narran los acontecimientos más importantes de la rica historia de la ciudad.

Del otro lado de la Plaza Burg, que en su tiempo funcionaba como fortaleza, se encuentra la Basílica de la Santa Sangre, un conjunto conformado por dos iglesias, una de estilo románico (contruida en 1143) y otra del siglo XV, donde se venera una reliquía que contendría sangre de Cristo que fue traída de Tierra Santa por el conde de Flandes durante la Segunda Cruzada.

La pequeña y encantadora callejuela Breidelstraat une la Plaza Burg con la Grote Markt, una bulliciosa explanada que constituye el punto de encuentro principal de Brujas. En torno de ella se concentra una infinidad de bares, ideales para disfrutar de alguna de las muchas variedades de cervezas belgas, y suele estar siempre atestada de turistas. En el centro de la Grote Markt hay un momumento que recuerda la revuelta de los habitantes de la ciudad contra los invansores franceses a comienzos del siglo XIV y sobre sus lados se despliega un imponente conjunto de edificios de fachadas triangulares -muy similares a los que abundan en Amsterdam- casi todos ellos levantados entre los siglos XVI y XVII. La Grote Markt es un lugar adecuado para hacer un alto en el recorrido y sentarse un rato a contemplar el ritmo de la ciudad, en un marco incomparable. Pero, para cuando ya han bajado un par de copas de cerveza, también ofrece atractivos como el Landhuis, de estilo neogótico, o el imponente campanario del Hallen, de 83 metros de alto, que puede ser visitado y ofrece una muy buena vista del centro histórico.

Con perdón del Ayuntamiento y el campanario de Hallen, el edificio más emblemático de Brujas es el de la iglesia de Nuestra Señora, que se considera la segunda construcción de ladrillos más grande del mundo. Se trata de un conjunto arquitectónico de estilo gótico levantado durante el siglo XIII, cuyo elemento más destacado es una torre de 122 metros de altura que está retratada en buena parte de las postales que se venden en los quioscos de la Grote Markt. Pese a los muchos saqueos que sufrió a lo largo de la historia, la iglesia todavía conserva piezas de arte excepcionales como una estatua de la Virgen con el niño Jesús realizada por Miguel Angel y los famosos mausoleos pintados de María de Borgoña y su padre Carlos El Temerario.

Muy cerca de allí, tomando por la Heilige-Geestaat, está la catedral de San Salvador, sede del obispado de la ciudad, en la que se combinan varios estilos arquitectónicos diferentes (románico, gótico, neogótico) y alberga una importante colección de tapices.

Canal Rozenhoedkaai

En barcos y carrozas
Siguiendo por una pequeña calle que pasa por el mercado del pescado se llega a la plaza de Huidenvettersplein, un pequeño y escondido tesoro en el casco histórico de Brujas. A pocos pasos se halla Rozenhoedkaai, el muelle desde el que parten los paseos embarcados por los canales que atraviesan la ciudad. Es que Brujas, al igual que otras ciudades del norte de Europa, se encuentra atravesada por una red de canales que conforman ahora un circuito turístico muy popular. Su mismo nombre, "Brugge", es una derivación de una palabra en noruego antiguo que significa "muelle" o "embarcadero", y su importancia como centro comercial estaba dada por la conexión que por medio de estos canales tenía con el Mar del Norte.

Los paseos que parten desde Rozenhoedkaai permiten conocer la trastienda de muchas de las preciosas casas que están edificadas junto a los canales y acribillar a fotografías los delicados puentes que van jalonando el recorrido, así como capillas de tejas negras que parecen sacadas de las páginas de un cuento de los hermanos Grimm.

Puestos callejeros

La buena mesa (Mejillones y mucha cerveza)
Brujas es un sitio ideal para disfrutar de la tradición culinaria belga. Si existe un plato nacional, este sería sin dudas el moules-frites (mejillones con papas fritas) que se sirve en casi cualquier bar o restaurante, a modo de comida rápida. Otra buena opción para un tentempié al paso son los sándwiches de diferentes clases de salchicas que se ofrecen en los puestos ubicados junto a la entrada del campanario del Hallen, en el centro de la ciudad. Más elaborados, como para una cena de alto vuelo, son platos emblemáticos como el lapin à la Gueuze (conejo fermentado en cerveza Gueuze), el Stoemp (un puré de papas, verduras y salchichas) y los guisos flamencos (que llevan trozos de carne de ternera condimentados con hierbas aromáticas). Muy sabrosa es la versión belga del típico plato francés boeuf bourguignon, que en vez de con vino tinto se prepara con cerveza. Es que Bélgica es famosa por la calidad de su cerveza. En los bares que rodean a la Grote Markt es posible encontrar una abanico sorprendente de variedades, entre las que se destaca la Lambic, elaborada con una mezcla de trigo y cebada, que es la preferida por los locales.

Pueblo de Damme

Imperdible
Una opción muy recomendable para quienes viajan hasta Brujas es complementar el paseo con un visita al Damme, en las afueras de la ciudad. Se trata de un pueblito encantador, aún más detenido en el tiempo que la propia Brujas, al que se llega en un viaje en barco que atraviesa maravillosos paisajes del Flandes rural. Damme es otro tesoro de la arquitectura gótica, con sus casas de tejas rojas y edificios majestuosos como el Ayuntamiento o el Hospital de San Juan. Es ideal para una visita de un día, en la que lo mejor es llegar por la mañana y almorzar allí en alguno de sus excelentes restaurantes. El barco que lleva hasta allí se llama Lamme Goedzak, un vapor de ruedas auténtico que tarda 35 minutos desde el embarcadero de Sasplein, situado fuera del casco histórico de Brujas. El costo de los pasajes de Ida y vuelta es de 6,70 euros.

Diego Marinelli (Especial)
Clarín - Viajes
Fotos: Web

lunes, 5 de julio de 2010

California: San Francisco económico, y con niños

Panorama de San Francisco desde Twin Peaks

La abundancia de colinas, vagabundos y clubes de striptease haría pensar que San Francisco no es sitio para viajes familiares. Pero, con buena información, se puede disfrutar de una ciudad amable y barata para viajar con niños.

La lluvia caía sobre la costa de California sin pausa ni piedad. Eran algunas de las peores tormentas de la década. Los fuertes vientos cortaron cables eléctricos y volcaron vehículos todoterreno. Apareció basura en las playas y cientos de personas fueron evacuadas de sus hogares. En particular un martes por la tarde, en el Mission District de San Francisco, el cielo centró su furia sobre un padre venido de Brooklyn, que estaba de visita en la ciudad -es decir, yo- y que, de manera egoísta y ciego ante las calamidades que le rodeaban, había decidido volver del supermercado con su hija de 13 meses de edad, Sasha, en su cochecito.

"Sólo son seis cuadras y media", pensé. No era necesario usar mi Weeklong bus and cable car pass (26 dólares). Pero en una cuadra, el aguacero había empapado mi chaqueta impermeable y se colaba a través de mis jeans. A la tercera cuadra sucedió lo inevitable: la bolsa de papel que iba en la parte trasera del coche de Sasha se desintegró por la lluvia, desparramando una semana de alimentos orgánicos -un melón dulce, una brócoli tierna, pequeños hongos cremini- sobre la acera inundada.

Derrotado, grité palabras que la joven Sasha probablemente no debería haber escuchado. No era así cómo debía ir la semana. Con su madre en Berlín en un viaje de negocios, Sasha y yo habíamos volado aquí por un breve viaje de bajo presupuesto, que además sería un tiempo de unión papá-hija. ¿Ambicioso? Tal vez.

El Conservatory of Flowers en el parque Golden Gate

Este viaje fue una oportunidad de demostrar mi talento no sólo como un "viajero frugal", sino como un todo-en-uno autosuficiente y, además, como un Súper Papá. Debería ser capaz de alimentar, vestir, limpiar y entretener a mi hija por una semana, mientras exploraba una ciudad extraña en el otro lado del país (la Costa Oeste de Estados Unidos). Y hacer todo esto, por supuesto, sin gastar mucho dinero.

A primera vista, San Francisco parece ser precisamente el lugar equivocado para hacer esto.

De acuerdo con la encuesta 2009 de la revista Forbes sobre las ciudades más caras de Estados Unidos, San Francisco ocupa el cuarto lugar y, de acuerdo a cifras del Censo 2008, en San Francisco tienen menos hijos que el resto del estado. Las colinas son poco propicias para las sillas de paseo y los vagabundos, clubes de striptease y las licencias para fumar marihuana puede alterar la paciencia de un padre protector. Haga sus cálculos y le parecerá una locura llevar un bebé de vacaciones allí.

Pero las vacaciones con un bebé implican un cálculo aún más complicado. Por un lado, con poco más de un año de edad, Sasha no es exactamente un viajero sofisticado. Lo único que quiere es correr alrededor y ver cosas nuevas, ya sea en la calle o en una galería de arte, lo que significa que, en su mayor parte, podíamos ir donde yo quería.

Así las cosas, en aquel martes de lluvia, el cochecito de Sasha -robusto y ligero, el más barato de la línea Maclaren- era ideal para el viaje, pues permanecía seca y sin frío bajo la lluvia. Los alimentos que habíamos perdido al romperse la bolsa habían sido una ganga, a pesar de comprarlos en la tienda Rainbow Grocery (1745 Folsom Street; rainbowgrocery.org), una cooperativa orgánica que, en general, es cara. Excepto los martes, miércoles y jueves, cuando se puede usar unos codiciados cupones que se encuentran en la guía telefónica local y que permiten obtener un descuento de 20 por ciento de la cuenta total (el mío llegó a 26,95 dólares).

Después de haber tomado un respiro profundo, encontrar la bolsa de compras reutilizable que había escondido en una bolsa de pañales de Sasha, finalmente llegué a casa. No se trataba de un hotel barato, sino de una hermosa casa victoriana por la que pagábamos 90 dólares por noche. El lugar lo había encontrado por AirBnB.com, un sitio web que permite a las personas alquilar sus futones, habitaciones pequeñas y apartamentos enteros a los viajeros como yo. Se trata de un cruce entre Craigslist, CouchSurfing y VRBO.com. De hecho, ni siquiera busqué un hotel, porque ¿para qué gastar más por menos espacio, un gimnasio y un bar? Viajar con un niño pequeño trae nuevas necesidades: como una cocina, donde yo pudiese hacerle comidas saludables y baratas a Sasha; un cuarto de baño espacioso donde poder bañarla y un montón de espacio para que ella pudiese correr.

Palace Legion Honor

AirBnB es particularmente útil en San Francisco, con cerca de 400 opciones para elegir. Yo estaba tentado con muchas -un apartamento de dos habitaciones cerca de Golden Gate Park por 64 dólares; uno con un gran dormitorio por 95 dólares en Richmond District-, pero no todos estaban disponibles en mis fechas. Y, aunque no era lo que me importaba, una vez que encontré la oferta titulada "esplendor victoriano en San Francisco", me decidí. Las fotos eran brillantes, las instalaciones espectaculares y las 19 reseñas de usuarios se veían entusiastas. Además, estaba en Mission, un barrio muy latino que se había aburguesado en las dos últimas décadas, resultando un lugar donde los padres serios empujan cochecitos desde la plaza a los puestos de tacos y a los bares de cervezas artesanales. En otras palabras, mi tipo de lugar.

"Esplendor victoriano" era un piso completo de un clásico look de dama victoriana, con pisos de madera y techos súper altos, lujosos sillones y una cama blanda, una lavadora, una secadora y una cocina totalmente equipada, todo decorado con reliquias y fotografías. La cocina tenía productos básicos como arroz, aceite de oliva y café, y la Sra. Ferman, quien se encontraba en Los Angeles casi toda la semana, nos había dejado un pan de plátano horneado y el cupón de Rainbow Grocery pegado en el refrigerador.

Con el clima tan miserable, me sentí agradecido por el tipo de comodidades que me hubieran costado una fortuna en un hotel. Por las mañanas, después del desayuno de Sasha, jugábamos en la sala de estar y escuchábamos música en mi laptop. Sasha miraba por las ventanas la gran bahía, la calle tranquila y daba golpecitos en el cristal con asombro. A menudo le daba sueño y la ponía a dormir una siesta en su PeaPod, una cama de viaje ultraligera que cuesta muy razonables 60 dólares.

Tan pronto Sasha despertó, salimos disparados por la puerta a la zona de juegos de Mission. A ratos me pude relajar en un banco y mirar desde lejos, sabiendo que mamás, papás, abuelos y niñeras estaban manteniendo un ojo en los chicos de unos y otros. Nosotros no interactuamos mucho más allá de "¿cuántos años tienes?", pero había algo reconfortante en la convivencia ahí.

Cada vez que volvían a caer gotas Sasha y yo corríamos en busca de refugio. Y no teníamos que recorrer mucho: The Mission tiene un montón de locales para los niños. Como The Curiosity Shoppe (855 Valencia Street; curiosityshoppeonline.com) y, casi al lado, Little Otsu (849 Valencia Street; littleotsu.com), con libros, postales y cuadernos de notas, muy bien ilustrados.

Posiblemente podríamos haber estado toda una semana sólo en The Mission, recorriendo los murales, por ejemplo, pero mis piernas estaban inquietas. Así que consulté Mission Parents, un grupo de discusión en Yahoo con más de 420 miembros enfocados en la crianza de los hijos. Resultó un gran sitio para buscar asesorías. Sobre todo para comprar pañales baratos, tiendas de juguetes y niñeras. Por eso, vale la pena chequearlos cada vez que tenga un viaje planeado.

Cuando comenté en el foro de Mission Parents que estaba considerando ir al popular Exploratorium, uno de los miembros me advirtió que era "más enfocado a niños más grandes". En cambio, varios padres me sugirieron la California Academy of Sciences (55 Music Concourse Drive; calacademy.org), un museo en Golden Gate Park, que tenía un acuario amigable con los niños y una selva tropical en su interior. Otro padre advirtió que era caro (24,95 dólares), pero que el tercer miércoles de cada mes era gratuito.

Había peces naranja y azul, verde y rojo, amarillo y negro, todos ellos al otro lado del vidrio, donde Sasha casi podría llegar a tocarlos. Medusas fantasmales. Frágiles caballitos de mar. Mi hija podía moverse libremente entre la multitud, deteniéndose donde y cuando quería, maravillándose con las insospechadas criaturas de las profundidades, o hacerse amiga de otros niños igual de fascinados.

Yo sabía que ella lo pasaría igualmente bien donde quiera que fuéramos, pues siempre habría algo nuevo que ver. El Museo de Arte Moderno, por ejemplo, fue una elección sorprendentemente buena. La entrada se ha reducido a cero dólares (es de 15) por la celebración de su 75 aniversario, lo que significaba que uno entraba gratis junto a otras miles de personas.

El Cartoon Art Museum (entrada 6 dólares, menores de 6 años gratis; 655 Mission Street; cartoonart.org) narra la historia de las tiras cómicas, las películas de animación, los grabados japoneses contemporáneos y los cómics de la web, fue exactamente la experiencia contraria: estaba tranquilo y sin tráfico. Era un museo de dibujos animados, donde no pueden quejarse de los niños. Mientras miraba la exposición, Sasha aprovechó el espacio de la galería abierta para vagar de acá para allá, calmándose un rato para ver una animación digital ya clásica de 1990: Grinning Evil Death.

El Puente de la Bahía y la ciudad de San Francisco en una imagen nocturna desde la isla de Yerba Buena

Cuando miro hacia atrás estos paseos, parece casi ideal, una mezcla de alta cultura para adultos y para niños, llena de diversión. Pero también, debo confesar, fui presa del estrés: tratando de conseguir leche caliente para la mamadera de Sasha en el museo.

Del mismo modo, la alimentación de Sasha cada día era una tarea titánica. En el departamento preparaba los platos favoritos de Sasha: arroz con brócoli y spaghetti con salsa de carne. Pero, claro, se trataba de San Francisco y no podíamos quedarnos en casa. Así, me sentí obligado a exponer a Sasha a la riqueza de taquerías, carritos callejeros y panaderías artesanales.

Me dejé caer en Udupi Palace (1007 Valencia Street; udupipalaceca.com), un restaurante indio recomendado por un miembro de Mission Parents. Instalada en la silla correcta, elegí Paneer Saag con arroz (9,95 dólares), pero no hubo suerte. Sasha escupió el puré de espinacas e hizo una mueca en el arroz, aunque se comió el paneer con gusto. Esa noche, cenamos en casa un burrito con mole y pollo (7,50 dólares), comprando en Papalote (3409 24th Street; papalote-sf.com), una de los mejores locales de comida mexicana de Mission. Una vez más, a ella no le gustó y prefirió el más barato, grasiento y muy superior burrito (5,45 dólares) de El Farolito (2779 Mission Street; elfarolitoinc.com).

Otra noche fuimos hacia el sur, hasta el restaurante Chenery Park (683 Chenery Street; chenerypark.com), un lugar de mantel blanco que los martes ofrece noches para niños. Es decir, Sasha podía hacer ruido y soltar los alimentos en el suelo, y nadie se daría cuenta. Pero cuando su apuesta segura (macarrones con queso, 6 dólares) llegó, no quiso saber nada. Yo estaba desesperado mientras comía mi excelente chuleta de cerdo ahumada (20 dólares) con espinacas salteadas con ajo. Le di a probar las espinacas y las amó.

Ahora, sin embargo, sólo recuerdo lo bueno: la risa de Sasha y mi cerveza fría, las camareras amistosas y los pasajeros del autobús al regreso que, amablemente, ignoraron los golpes que les di con el coche. De todos modos, cada día estaba tan cansado que no podía quedarme despierto después de las 21:30. Una semana con este bebé era un reto físico más fuerte que hacer trekking a través de Montana.

Las famosas "Painted Ladies" en el vecindario de Alamo Square

Un día, junto a papás viajeros como yo, fui a Vino Rosso (629 Cortland Avenue; vinorossosf.com), un bar de vinos italianos recomendado por un miembro de Mission Parents gracias a su programa "Wine & llorones" de los miércoles, donde uno puede tomar copas de buen vino por 4 dólares, mientras los niños juegan con juguetes esterilizados que les dan en la barra. En un rincón, unas cuantas mamás nos miraban, así que nos sentimos como estrellas.

Mi última noche en San Francisco tuve mucha suerte. La Sra. Ferman, mi casera de AirBnB, había regresado de su viaje y aceptó cuidar a Sasha. Un trabajo sencillo pues ella duerme profundamente desde las 7:30 de la tarde hasta el amanecer. Alrededor de las 9 de la noche, me fui con Ryan -un viejo amigo de Shanghai- a recorrer el barrio, partiendo en el yuppi Beretta, donde por 10 dólares compras un cóctel sofisticado. Después fuimos a Nombe (2491 Mission St.; www.nombesf.com), un restaurante japonés que sirve tacos por 3 dólares. Los tacos son increíbles y se rocían con una salsa de habanera extra picante, que me dejó la boca en llamas hasta el regreso a casa.

A medida que me preparaba para meterme a la cama, con cuidado de no molestar a mi hija dormida, me preguntaba qué pensaría Sasha del viaje. ¿Guardaría, al menos, un recuerdo?

Probablemente no, a su edad la memoria funciona de forma divertida. Las imágenes específicas pueden desvanecerse -aunque conservará en fotos y videos-, pero espero que pueda quedarse con algunos vestigios de recuerdos. Al igual que todos los bebés, Sasha es una exploradora de nuevos mundos. Incluso cuando están cerca de casa. Y me gusta pensar que el viaje le dio una ráfaga de confianza en sus habilidades. Para mí, lo sé, así sucedió.


Matt Gross
The New York Times
escribe el blog Frugal Traveler de The New York Times, y es uno de los fundadores del blog de padres urbanos DadWagon.com
Fotos: Wikipedia