La abundancia de colinas, vagabundos y clubes de striptease haría pensar que San Francisco no es sitio para viajes familiares. Pero, con buena información, se puede disfrutar de una ciudad amable y barata para viajar con niños.
La lluvia caía sobre la costa de California sin pausa ni piedad. Eran algunas de las peores tormentas de la década. Los fuertes vientos cortaron cables eléctricos y volcaron vehículos todoterreno. Apareció basura en las playas y cientos de personas fueron evacuadas de sus hogares. En particular un martes por la tarde, en el Mission District de San Francisco, el cielo centró su furia sobre un padre venido de Brooklyn, que estaba de visita en la ciudad -es decir, yo- y que, de manera egoísta y ciego ante las calamidades que le rodeaban, había decidido volver del supermercado con su hija de 13 meses de edad, Sasha, en su cochecito.
"Sólo son seis cuadras y media", pensé. No era necesario usar mi Weeklong bus and cable car pass (26 dólares). Pero en una cuadra, el aguacero había empapado mi chaqueta impermeable y se colaba a través de mis jeans. A la tercera cuadra sucedió lo inevitable: la bolsa de papel que iba en la parte trasera del coche de Sasha se desintegró por la lluvia, desparramando una semana de alimentos orgánicos -un melón dulce, una brócoli tierna, pequeños hongos cremini- sobre la acera inundada.
Derrotado, grité palabras que la joven Sasha probablemente no debería haber escuchado. No era así cómo debía ir la semana. Con su madre en Berlín en un viaje de negocios, Sasha y yo habíamos volado aquí por un breve viaje de bajo presupuesto, que además sería un tiempo de unión papá-hija. ¿Ambicioso? Tal vez.
Este viaje fue una oportunidad de demostrar mi talento no sólo como un "viajero frugal", sino como un todo-en-uno autosuficiente y, además, como un Súper Papá. Debería ser capaz de alimentar, vestir, limpiar y entretener a mi hija por una semana, mientras exploraba una ciudad extraña en el otro lado del país (la Costa Oeste de Estados Unidos). Y hacer todo esto, por supuesto, sin gastar mucho dinero.
A primera vista, San Francisco parece ser precisamente el lugar equivocado para hacer esto.
De acuerdo con la encuesta 2009 de la revista Forbes sobre las ciudades más caras de Estados Unidos, San Francisco ocupa el cuarto lugar y, de acuerdo a cifras del Censo 2008, en San Francisco tienen menos hijos que el resto del estado. Las colinas son poco propicias para las sillas de paseo y los vagabundos, clubes de striptease y las licencias para fumar marihuana puede alterar la paciencia de un padre protector. Haga sus cálculos y le parecerá una locura llevar un bebé de vacaciones allí.
Pero las vacaciones con un bebé implican un cálculo aún más complicado. Por un lado, con poco más de un año de edad, Sasha no es exactamente un viajero sofisticado. Lo único que quiere es correr alrededor y ver cosas nuevas, ya sea en la calle o en una galería de arte, lo que significa que, en su mayor parte, podíamos ir donde yo quería.
Así las cosas, en aquel martes de lluvia, el cochecito de Sasha -robusto y ligero, el más barato de la línea Maclaren- era ideal para el viaje, pues permanecía seca y sin frío bajo la lluvia. Los alimentos que habíamos perdido al romperse la bolsa habían sido una ganga, a pesar de comprarlos en la tienda Rainbow Grocery (1745 Folsom Street; rainbowgrocery.org), una cooperativa orgánica que, en general, es cara. Excepto los martes, miércoles y jueves, cuando se puede usar unos codiciados cupones que se encuentran en la guía telefónica local y que permiten obtener un descuento de 20 por ciento de la cuenta total (el mío llegó a 26,95 dólares).
Después de haber tomado un respiro profundo, encontrar la bolsa de compras reutilizable que había escondido en una bolsa de pañales de Sasha, finalmente llegué a casa. No se trataba de un hotel barato, sino de una hermosa casa victoriana por la que pagábamos 90 dólares por noche. El lugar lo había encontrado por AirBnB.com, un sitio web que permite a las personas alquilar sus futones, habitaciones pequeñas y apartamentos enteros a los viajeros como yo. Se trata de un cruce entre Craigslist, CouchSurfing y VRBO.com. De hecho, ni siquiera busqué un hotel, porque ¿para qué gastar más por menos espacio, un gimnasio y un bar? Viajar con un niño pequeño trae nuevas necesidades: como una cocina, donde yo pudiese hacerle comidas saludables y baratas a Sasha; un cuarto de baño espacioso donde poder bañarla y un montón de espacio para que ella pudiese correr.
AirBnB es particularmente útil en San Francisco, con cerca de 400 opciones para elegir. Yo estaba tentado con muchas -un apartamento de dos habitaciones cerca de Golden Gate Park por 64 dólares; uno con un gran dormitorio por 95 dólares en Richmond District-, pero no todos estaban disponibles en mis fechas. Y, aunque no era lo que me importaba, una vez que encontré la oferta titulada "esplendor victoriano en San Francisco", me decidí. Las fotos eran brillantes, las instalaciones espectaculares y las 19 reseñas de usuarios se veían entusiastas. Además, estaba en Mission, un barrio muy latino que se había aburguesado en las dos últimas décadas, resultando un lugar donde los padres serios empujan cochecitos desde la plaza a los puestos de tacos y a los bares de cervezas artesanales. En otras palabras, mi tipo de lugar.
"Esplendor victoriano" era un piso completo de un clásico look de dama victoriana, con pisos de madera y techos súper altos, lujosos sillones y una cama blanda, una lavadora, una secadora y una cocina totalmente equipada, todo decorado con reliquias y fotografías. La cocina tenía productos básicos como arroz, aceite de oliva y café, y la Sra. Ferman, quien se encontraba en Los Angeles casi toda la semana, nos había dejado un pan de plátano horneado y el cupón de Rainbow Grocery pegado en el refrigerador.
Con el clima tan miserable, me sentí agradecido por el tipo de comodidades que me hubieran costado una fortuna en un hotel. Por las mañanas, después del desayuno de Sasha, jugábamos en la sala de estar y escuchábamos música en mi laptop. Sasha miraba por las ventanas la gran bahía, la calle tranquila y daba golpecitos en el cristal con asombro. A menudo le daba sueño y la ponía a dormir una siesta en su PeaPod, una cama de viaje ultraligera que cuesta muy razonables 60 dólares.
Tan pronto Sasha despertó, salimos disparados por la puerta a la zona de juegos de Mission. A ratos me pude relajar en un banco y mirar desde lejos, sabiendo que mamás, papás, abuelos y niñeras estaban manteniendo un ojo en los chicos de unos y otros. Nosotros no interactuamos mucho más allá de "¿cuántos años tienes?", pero había algo reconfortante en la convivencia ahí.
Cada vez que volvían a caer gotas Sasha y yo corríamos en busca de refugio. Y no teníamos que recorrer mucho: The Mission tiene un montón de locales para los niños. Como The Curiosity Shoppe (855 Valencia Street; curiosityshoppeonline.com) y, casi al lado, Little Otsu (849 Valencia Street; littleotsu.com), con libros, postales y cuadernos de notas, muy bien ilustrados.
Posiblemente podríamos haber estado toda una semana sólo en The Mission, recorriendo los murales, por ejemplo, pero mis piernas estaban inquietas. Así que consulté Mission Parents, un grupo de discusión en Yahoo con más de 420 miembros enfocados en la crianza de los hijos. Resultó un gran sitio para buscar asesorías. Sobre todo para comprar pañales baratos, tiendas de juguetes y niñeras. Por eso, vale la pena chequearlos cada vez que tenga un viaje planeado.
Cuando comenté en el foro de Mission Parents que estaba considerando ir al popular Exploratorium, uno de los miembros me advirtió que era "más enfocado a niños más grandes". En cambio, varios padres me sugirieron la California Academy of Sciences (55 Music Concourse Drive; calacademy.org), un museo en Golden Gate Park, que tenía un acuario amigable con los niños y una selva tropical en su interior. Otro padre advirtió que era caro (24,95 dólares), pero que el tercer miércoles de cada mes era gratuito.
Había peces naranja y azul, verde y rojo, amarillo y negro, todos ellos al otro lado del vidrio, donde Sasha casi podría llegar a tocarlos. Medusas fantasmales. Frágiles caballitos de mar. Mi hija podía moverse libremente entre la multitud, deteniéndose donde y cuando quería, maravillándose con las insospechadas criaturas de las profundidades, o hacerse amiga de otros niños igual de fascinados.
Yo sabía que ella lo pasaría igualmente bien donde quiera que fuéramos, pues siempre habría algo nuevo que ver. El Museo de Arte Moderno, por ejemplo, fue una elección sorprendentemente buena. La entrada se ha reducido a cero dólares (es de 15) por la celebración de su 75 aniversario, lo que significaba que uno entraba gratis junto a otras miles de personas.
El Cartoon Art Museum (entrada 6 dólares, menores de 6 años gratis; 655 Mission Street; cartoonart.org) narra la historia de las tiras cómicas, las películas de animación, los grabados japoneses contemporáneos y los cómics de la web, fue exactamente la experiencia contraria: estaba tranquilo y sin tráfico. Era un museo de dibujos animados, donde no pueden quejarse de los niños. Mientras miraba la exposición, Sasha aprovechó el espacio de la galería abierta para vagar de acá para allá, calmándose un rato para ver una animación digital ya clásica de 1990: Grinning Evil Death.
Del mismo modo, la alimentación de Sasha cada día era una tarea titánica. En el departamento preparaba los platos favoritos de Sasha: arroz con brócoli y spaghetti con salsa de carne. Pero, claro, se trataba de San Francisco y no podíamos quedarnos en casa. Así, me sentí obligado a exponer a Sasha a la riqueza de taquerías, carritos callejeros y panaderías artesanales.
Me dejé caer en Udupi Palace (1007 Valencia Street; udupipalaceca.com), un restaurante indio recomendado por un miembro de Mission Parents. Instalada en la silla correcta, elegí Paneer Saag con arroz (9,95 dólares), pero no hubo suerte. Sasha escupió el puré de espinacas e hizo una mueca en el arroz, aunque se comió el paneer con gusto. Esa noche, cenamos en casa un burrito con mole y pollo (7,50 dólares), comprando en Papalote (3409 24th Street; papalote-sf.com), una de los mejores locales de comida mexicana de Mission. Una vez más, a ella no le gustó y prefirió el más barato, grasiento y muy superior burrito (5,45 dólares) de El Farolito (2779 Mission Street; elfarolitoinc.com).
Otra noche fuimos hacia el sur, hasta el restaurante Chenery Park (683 Chenery Street; chenerypark.com), un lugar de mantel blanco que los martes ofrece noches para niños. Es decir, Sasha podía hacer ruido y soltar los alimentos en el suelo, y nadie se daría cuenta. Pero cuando su apuesta segura (macarrones con queso, 6 dólares) llegó, no quiso saber nada. Yo estaba desesperado mientras comía mi excelente chuleta de cerdo ahumada (20 dólares) con espinacas salteadas con ajo. Le di a probar las espinacas y las amó.
Ahora, sin embargo, sólo recuerdo lo bueno: la risa de Sasha y mi cerveza fría, las camareras amistosas y los pasajeros del autobús al regreso que, amablemente, ignoraron los golpes que les di con el coche. De todos modos, cada día estaba tan cansado que no podía quedarme despierto después de las 21:30. Una semana con este bebé era un reto físico más fuerte que hacer trekking a través de Montana.
Un día, junto a papás viajeros como yo, fui a Vino Rosso (629 Cortland Avenue; vinorossosf.com), un bar de vinos italianos recomendado por un miembro de Mission Parents gracias a su programa "Wine & llorones" de los miércoles, donde uno puede tomar copas de buen vino por 4 dólares, mientras los niños juegan con juguetes esterilizados que les dan en la barra. En un rincón, unas cuantas mamás nos miraban, así que nos sentimos como estrellas.
Mi última noche en San Francisco tuve mucha suerte. La Sra. Ferman, mi casera de AirBnB, había regresado de su viaje y aceptó cuidar a Sasha. Un trabajo sencillo pues ella duerme profundamente desde las 7:30 de la tarde hasta el amanecer. Alrededor de las 9 de la noche, me fui con Ryan -un viejo amigo de Shanghai- a recorrer el barrio, partiendo en el yuppi Beretta, donde por 10 dólares compras un cóctel sofisticado. Después fuimos a Nombe (2491 Mission St.; www.nombesf.com), un restaurante japonés que sirve tacos por 3 dólares. Los tacos son increíbles y se rocían con una salsa de habanera extra picante, que me dejó la boca en llamas hasta el regreso a casa.
A medida que me preparaba para meterme a la cama, con cuidado de no molestar a mi hija dormida, me preguntaba qué pensaría Sasha del viaje. ¿Guardaría, al menos, un recuerdo?
Probablemente no, a su edad la memoria funciona de forma divertida. Las imágenes específicas pueden desvanecerse -aunque conservará en fotos y videos-, pero espero que pueda quedarse con algunos vestigios de recuerdos. Al igual que todos los bebés, Sasha es una exploradora de nuevos mundos. Incluso cuando están cerca de casa. Y me gusta pensar que el viaje le dio una ráfaga de confianza en sus habilidades. Para mí, lo sé, así sucedió.
Matt Gross
The New York Times
escribe el blog Frugal Traveler de The New York Times, y es uno de los fundadores del blog de padres urbanos DadWagon.com
Fotos: Wikipedia
La lluvia caía sobre la costa de California sin pausa ni piedad. Eran algunas de las peores tormentas de la década. Los fuertes vientos cortaron cables eléctricos y volcaron vehículos todoterreno. Apareció basura en las playas y cientos de personas fueron evacuadas de sus hogares. En particular un martes por la tarde, en el Mission District de San Francisco, el cielo centró su furia sobre un padre venido de Brooklyn, que estaba de visita en la ciudad -es decir, yo- y que, de manera egoísta y ciego ante las calamidades que le rodeaban, había decidido volver del supermercado con su hija de 13 meses de edad, Sasha, en su cochecito.
"Sólo son seis cuadras y media", pensé. No era necesario usar mi Weeklong bus and cable car pass (26 dólares). Pero en una cuadra, el aguacero había empapado mi chaqueta impermeable y se colaba a través de mis jeans. A la tercera cuadra sucedió lo inevitable: la bolsa de papel que iba en la parte trasera del coche de Sasha se desintegró por la lluvia, desparramando una semana de alimentos orgánicos -un melón dulce, una brócoli tierna, pequeños hongos cremini- sobre la acera inundada.
Derrotado, grité palabras que la joven Sasha probablemente no debería haber escuchado. No era así cómo debía ir la semana. Con su madre en Berlín en un viaje de negocios, Sasha y yo habíamos volado aquí por un breve viaje de bajo presupuesto, que además sería un tiempo de unión papá-hija. ¿Ambicioso? Tal vez.
Este viaje fue una oportunidad de demostrar mi talento no sólo como un "viajero frugal", sino como un todo-en-uno autosuficiente y, además, como un Súper Papá. Debería ser capaz de alimentar, vestir, limpiar y entretener a mi hija por una semana, mientras exploraba una ciudad extraña en el otro lado del país (la Costa Oeste de Estados Unidos). Y hacer todo esto, por supuesto, sin gastar mucho dinero.
A primera vista, San Francisco parece ser precisamente el lugar equivocado para hacer esto.
De acuerdo con la encuesta 2009 de la revista Forbes sobre las ciudades más caras de Estados Unidos, San Francisco ocupa el cuarto lugar y, de acuerdo a cifras del Censo 2008, en San Francisco tienen menos hijos que el resto del estado. Las colinas son poco propicias para las sillas de paseo y los vagabundos, clubes de striptease y las licencias para fumar marihuana puede alterar la paciencia de un padre protector. Haga sus cálculos y le parecerá una locura llevar un bebé de vacaciones allí.
Pero las vacaciones con un bebé implican un cálculo aún más complicado. Por un lado, con poco más de un año de edad, Sasha no es exactamente un viajero sofisticado. Lo único que quiere es correr alrededor y ver cosas nuevas, ya sea en la calle o en una galería de arte, lo que significa que, en su mayor parte, podíamos ir donde yo quería.
Así las cosas, en aquel martes de lluvia, el cochecito de Sasha -robusto y ligero, el más barato de la línea Maclaren- era ideal para el viaje, pues permanecía seca y sin frío bajo la lluvia. Los alimentos que habíamos perdido al romperse la bolsa habían sido una ganga, a pesar de comprarlos en la tienda Rainbow Grocery (1745 Folsom Street; rainbowgrocery.org), una cooperativa orgánica que, en general, es cara. Excepto los martes, miércoles y jueves, cuando se puede usar unos codiciados cupones que se encuentran en la guía telefónica local y que permiten obtener un descuento de 20 por ciento de la cuenta total (el mío llegó a 26,95 dólares).
Después de haber tomado un respiro profundo, encontrar la bolsa de compras reutilizable que había escondido en una bolsa de pañales de Sasha, finalmente llegué a casa. No se trataba de un hotel barato, sino de una hermosa casa victoriana por la que pagábamos 90 dólares por noche. El lugar lo había encontrado por AirBnB.com, un sitio web que permite a las personas alquilar sus futones, habitaciones pequeñas y apartamentos enteros a los viajeros como yo. Se trata de un cruce entre Craigslist, CouchSurfing y VRBO.com. De hecho, ni siquiera busqué un hotel, porque ¿para qué gastar más por menos espacio, un gimnasio y un bar? Viajar con un niño pequeño trae nuevas necesidades: como una cocina, donde yo pudiese hacerle comidas saludables y baratas a Sasha; un cuarto de baño espacioso donde poder bañarla y un montón de espacio para que ella pudiese correr.
AirBnB es particularmente útil en San Francisco, con cerca de 400 opciones para elegir. Yo estaba tentado con muchas -un apartamento de dos habitaciones cerca de Golden Gate Park por 64 dólares; uno con un gran dormitorio por 95 dólares en Richmond District-, pero no todos estaban disponibles en mis fechas. Y, aunque no era lo que me importaba, una vez que encontré la oferta titulada "esplendor victoriano en San Francisco", me decidí. Las fotos eran brillantes, las instalaciones espectaculares y las 19 reseñas de usuarios se veían entusiastas. Además, estaba en Mission, un barrio muy latino que se había aburguesado en las dos últimas décadas, resultando un lugar donde los padres serios empujan cochecitos desde la plaza a los puestos de tacos y a los bares de cervezas artesanales. En otras palabras, mi tipo de lugar.
"Esplendor victoriano" era un piso completo de un clásico look de dama victoriana, con pisos de madera y techos súper altos, lujosos sillones y una cama blanda, una lavadora, una secadora y una cocina totalmente equipada, todo decorado con reliquias y fotografías. La cocina tenía productos básicos como arroz, aceite de oliva y café, y la Sra. Ferman, quien se encontraba en Los Angeles casi toda la semana, nos había dejado un pan de plátano horneado y el cupón de Rainbow Grocery pegado en el refrigerador.
Con el clima tan miserable, me sentí agradecido por el tipo de comodidades que me hubieran costado una fortuna en un hotel. Por las mañanas, después del desayuno de Sasha, jugábamos en la sala de estar y escuchábamos música en mi laptop. Sasha miraba por las ventanas la gran bahía, la calle tranquila y daba golpecitos en el cristal con asombro. A menudo le daba sueño y la ponía a dormir una siesta en su PeaPod, una cama de viaje ultraligera que cuesta muy razonables 60 dólares.
Tan pronto Sasha despertó, salimos disparados por la puerta a la zona de juegos de Mission. A ratos me pude relajar en un banco y mirar desde lejos, sabiendo que mamás, papás, abuelos y niñeras estaban manteniendo un ojo en los chicos de unos y otros. Nosotros no interactuamos mucho más allá de "¿cuántos años tienes?", pero había algo reconfortante en la convivencia ahí.
Cada vez que volvían a caer gotas Sasha y yo corríamos en busca de refugio. Y no teníamos que recorrer mucho: The Mission tiene un montón de locales para los niños. Como The Curiosity Shoppe (855 Valencia Street; curiosityshoppeonline.com) y, casi al lado, Little Otsu (849 Valencia Street; littleotsu.com), con libros, postales y cuadernos de notas, muy bien ilustrados.
Posiblemente podríamos haber estado toda una semana sólo en The Mission, recorriendo los murales, por ejemplo, pero mis piernas estaban inquietas. Así que consulté Mission Parents, un grupo de discusión en Yahoo con más de 420 miembros enfocados en la crianza de los hijos. Resultó un gran sitio para buscar asesorías. Sobre todo para comprar pañales baratos, tiendas de juguetes y niñeras. Por eso, vale la pena chequearlos cada vez que tenga un viaje planeado.
Cuando comenté en el foro de Mission Parents que estaba considerando ir al popular Exploratorium, uno de los miembros me advirtió que era "más enfocado a niños más grandes". En cambio, varios padres me sugirieron la California Academy of Sciences (55 Music Concourse Drive; calacademy.org), un museo en Golden Gate Park, que tenía un acuario amigable con los niños y una selva tropical en su interior. Otro padre advirtió que era caro (24,95 dólares), pero que el tercer miércoles de cada mes era gratuito.
Había peces naranja y azul, verde y rojo, amarillo y negro, todos ellos al otro lado del vidrio, donde Sasha casi podría llegar a tocarlos. Medusas fantasmales. Frágiles caballitos de mar. Mi hija podía moverse libremente entre la multitud, deteniéndose donde y cuando quería, maravillándose con las insospechadas criaturas de las profundidades, o hacerse amiga de otros niños igual de fascinados.
Yo sabía que ella lo pasaría igualmente bien donde quiera que fuéramos, pues siempre habría algo nuevo que ver. El Museo de Arte Moderno, por ejemplo, fue una elección sorprendentemente buena. La entrada se ha reducido a cero dólares (es de 15) por la celebración de su 75 aniversario, lo que significaba que uno entraba gratis junto a otras miles de personas.
El Cartoon Art Museum (entrada 6 dólares, menores de 6 años gratis; 655 Mission Street; cartoonart.org) narra la historia de las tiras cómicas, las películas de animación, los grabados japoneses contemporáneos y los cómics de la web, fue exactamente la experiencia contraria: estaba tranquilo y sin tráfico. Era un museo de dibujos animados, donde no pueden quejarse de los niños. Mientras miraba la exposición, Sasha aprovechó el espacio de la galería abierta para vagar de acá para allá, calmándose un rato para ver una animación digital ya clásica de 1990: Grinning Evil Death.
El Puente de la Bahía y la ciudad de San Francisco en una imagen nocturna desde la isla de Yerba Buena
Cuando miro hacia atrás estos paseos, parece casi ideal, una mezcla de alta cultura para adultos y para niños, llena de diversión. Pero también, debo confesar, fui presa del estrés: tratando de conseguir leche caliente para la mamadera de Sasha en el museo.Del mismo modo, la alimentación de Sasha cada día era una tarea titánica. En el departamento preparaba los platos favoritos de Sasha: arroz con brócoli y spaghetti con salsa de carne. Pero, claro, se trataba de San Francisco y no podíamos quedarnos en casa. Así, me sentí obligado a exponer a Sasha a la riqueza de taquerías, carritos callejeros y panaderías artesanales.
Me dejé caer en Udupi Palace (1007 Valencia Street; udupipalaceca.com), un restaurante indio recomendado por un miembro de Mission Parents. Instalada en la silla correcta, elegí Paneer Saag con arroz (9,95 dólares), pero no hubo suerte. Sasha escupió el puré de espinacas e hizo una mueca en el arroz, aunque se comió el paneer con gusto. Esa noche, cenamos en casa un burrito con mole y pollo (7,50 dólares), comprando en Papalote (3409 24th Street; papalote-sf.com), una de los mejores locales de comida mexicana de Mission. Una vez más, a ella no le gustó y prefirió el más barato, grasiento y muy superior burrito (5,45 dólares) de El Farolito (2779 Mission Street; elfarolitoinc.com).
Otra noche fuimos hacia el sur, hasta el restaurante Chenery Park (683 Chenery Street; chenerypark.com), un lugar de mantel blanco que los martes ofrece noches para niños. Es decir, Sasha podía hacer ruido y soltar los alimentos en el suelo, y nadie se daría cuenta. Pero cuando su apuesta segura (macarrones con queso, 6 dólares) llegó, no quiso saber nada. Yo estaba desesperado mientras comía mi excelente chuleta de cerdo ahumada (20 dólares) con espinacas salteadas con ajo. Le di a probar las espinacas y las amó.
Ahora, sin embargo, sólo recuerdo lo bueno: la risa de Sasha y mi cerveza fría, las camareras amistosas y los pasajeros del autobús al regreso que, amablemente, ignoraron los golpes que les di con el coche. De todos modos, cada día estaba tan cansado que no podía quedarme despierto después de las 21:30. Una semana con este bebé era un reto físico más fuerte que hacer trekking a través de Montana.
Un día, junto a papás viajeros como yo, fui a Vino Rosso (629 Cortland Avenue; vinorossosf.com), un bar de vinos italianos recomendado por un miembro de Mission Parents gracias a su programa "Wine & llorones" de los miércoles, donde uno puede tomar copas de buen vino por 4 dólares, mientras los niños juegan con juguetes esterilizados que les dan en la barra. En un rincón, unas cuantas mamás nos miraban, así que nos sentimos como estrellas.
Mi última noche en San Francisco tuve mucha suerte. La Sra. Ferman, mi casera de AirBnB, había regresado de su viaje y aceptó cuidar a Sasha. Un trabajo sencillo pues ella duerme profundamente desde las 7:30 de la tarde hasta el amanecer. Alrededor de las 9 de la noche, me fui con Ryan -un viejo amigo de Shanghai- a recorrer el barrio, partiendo en el yuppi Beretta, donde por 10 dólares compras un cóctel sofisticado. Después fuimos a Nombe (2491 Mission St.; www.nombesf.com), un restaurante japonés que sirve tacos por 3 dólares. Los tacos son increíbles y se rocían con una salsa de habanera extra picante, que me dejó la boca en llamas hasta el regreso a casa.
A medida que me preparaba para meterme a la cama, con cuidado de no molestar a mi hija dormida, me preguntaba qué pensaría Sasha del viaje. ¿Guardaría, al menos, un recuerdo?
Probablemente no, a su edad la memoria funciona de forma divertida. Las imágenes específicas pueden desvanecerse -aunque conservará en fotos y videos-, pero espero que pueda quedarse con algunos vestigios de recuerdos. Al igual que todos los bebés, Sasha es una exploradora de nuevos mundos. Incluso cuando están cerca de casa. Y me gusta pensar que el viaje le dio una ráfaga de confianza en sus habilidades. Para mí, lo sé, así sucedió.
Matt Gross
The New York Times
escribe el blog Frugal Traveler de The New York Times, y es uno de los fundadores del blog de padres urbanos DadWagon.com
Fotos: Wikipedia
1 comentario:
Hay una especie algunas de belleza por todas partes en Nueva York. Al igual que la Casa Blanca es como la paz y los restaurantes son irresistibles. Me encanta Nueva York.
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