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jueves, 30 de octubre de 2008

Amazonas 5 estrellas

El barco admite un máximo de 24 pasajeros

El crucero peruano Aqua fue elegido por la revista Outside entre los mejores de 2008 y ha sido elogiado por Condé Nast y National Geographic como una de las grandes aventuras verdes del planeta. Con una gracia adicional: su chef es uno de los más premiados de Lima.

El lugar común dice que el Amazonas es un sitio espeluznante, una jungla repleta de peligros, con pirañas, anacondas y mosquitos. La verdad, no es tan así, al menos a bordo del Aqua.

Los días parten de manera insuperable: por la ventana panorámica de la habitación, son las 6:30 de la mañana y la selva está cubierta de un cielo rojo, nubes y bandadas de cormoranes. Una postal inigualable, que por sí sola justifica el precio de este crucero, y donde uno podría pasar el día entero tirado en la cubierta mirando las hipnóticas aguas del Amazonas.

De todas formas, lo mejor del viaje comienza al subir a los skiffs –como aquí llaman a las lanchas– para ver con ojos propios lo que siempre muestran Discovery Channel y Animal Planet.

Por los ríos, que parecen espejos, sólo aparecen nativos y, desde luego, cientos de animales. En las puntas de los árboles, los osos perezosos son los primeros en ser fotografiados.

El perezoso, uno de los animales más lentos del mundo, detesta la presencia humana y por eso huye al vernos. Pero desaparecer le toma cinco minutos, tiempo suficiente para mirarlo en detalle con los binoculares que entregan los guías, quienes con confianza repiten: "Vamos a encontrar más, amigos".

Y cómo no, si en esta zona del Amazonas hay más de 14 especies de monos, y 425 tipos de aves. Claro que si no eres ornitólogo, ver pájaros aquí da igual, y es como mirar palomas en una plaza de Santiago después de haber visto un jaguar, un tapir, un venado, una tortuga acuática de un metro de largo o un caimán en estado natural del porte de un auto.

Y si tiene la suerte de encontrase con una anaconda, ni hablar. "No son como en la película de Jennifer Lopez, pero sólo con tres metros te dan miedo", intenta bromear Robert, un publicista neoyorquino con uniforme North Face, cantimplora metálica, cortaplumas y litros de repelente para evitar las molestas picaduras de insectos, "con la sustancia química DEET al menos al 40%", tal y como dice el email que la empresa envía a los viajeros un mes antes de subir al Aqua.

¿Más datos contra los bichos? Para las excursiones lleve poleras blancas manga larga y, para los más caprichosos, con tecnología hi-tec para evitar que se humedezcan con el sudor.

Eso sí, lo más importante antes de cualquier aventura amazónica son las vacunas contra la malaria y la fiebre amarilla, las que no son requisito para subir a los cruceros, pero sí son recomendables y deben inyectarse al menos 10 días antes del viaje.

La pesca artesanal es la principal actividad económica de los nativos que habitan la región.

El reino animal

De regreso de las expediciones de la mañana, es obligación tomar una ducha para luego subir con decoro a la cubierta, pedir algo en el bar y leer algún libro de la vasta biblioteca del Aqua.

Además de novelas súperventas, la mayoría de los libros a bordo son sobre el Amazonas, cuestión ideal para aprender un poco más sobre el monstruo verde por donde voy navegando. En un libro leo que el río Amazonas nace a 5.597 metros sobre el nivel del mar y que en su camino por Perú, Colombia y Brasil recibe las aguas de 1.100 cauces tributarios. En suma, el río tiene 6.800 kilómetros de largo, los que le dan el título de "río más largo del planeta". Claro que ése no es su único récord mundial, pues también gana en la categoría "río más caudaloso del planeta", al transportar más agua que el Mississippi, el Yangtze y el Nilo juntos.

Cuesta dimensionar tantos kilómetros y agua, tarea que resulta más sencilla desde la cubierta del Aqua, mirando la jungla verde menta, las aguas grisáceas del Amazonas, y con el guía, Uziel, explicando que la biodiversidad de la cuenca reúne miles de especies de plantas y aves, cientos de anfibios, mamíferos y peces, y millones de especies aún sin clasificar.

Uziel no es sólo un almanaque con información sobre biodiversidad. Más le gusta hablar sobre las leyendas y los mitos amazónicos, en los que el delfín rosado casi siempre es protagonista.

"La más famosa de las leyendas cuenta que estos mamíferos se convierten en seres humanos, muy bien parecidos, se pasean elegantes por las villas para conquistar a las mujeres más hermosas y, luego, las raptan para siempre", dice.

Con un máximo de 24 pasajeros –la mayoría de ellos estadounidenses, ingleses y australianos–, las instalaciones del Aqua siempre parecen estar subutilizadas, no importa la hora. Y al contrario de los cruceros convencionales, nunca hay que pelear por reposeras, sillones ni las revistas del bar.

"La forma más elegante de explorar el bosque lluvioso", leo en la edición de enero de Food & Wine, la primera publicación en destacar las bondades del crucero, según me cuenta orgulloso el capitán del barco.

Después de ese piropo, sólo un mes más tarde, el Aqua apareció en la revista de estilo T, del New York Times, y en Travel+Leisure, la que escribió: "El diseño y la cocina gourmet han llegado por fin al Amazonas peruano".

Los halagos no terminaron ahí y siguieron en Condé Nast, la máxima expresión de papel couché dedicado a los viajes, y en las ediciones estadounidenses de las revistas Vogue y National Geographic Adventure.

Tomo la última revista, Outside, la Biblia de los corazones exploradores. En su especial sobre cruceros 2008 describe a este barco como "la mejor forma de ver el río Amazonas", pues "eleva este viaje a niveles hedonistas", en gran medida gracias a su chef, "quien sabe cómo convertir el pescado fresco en un cebiche delicioso".

Postal amazónica: así es la vista desde el bar del Aqua

El factor humano
No todo es salvaje ni escalofriante en las expediciones. También hay apacibles caminatas en la selva para aprender sobre plantas medicinales o visitar la villa Hatum Posa, donde se puede conversar con sus habitantes. Por ejemplo, con Clara, una mujer de 25 años que se aburrió de usar billetes y que dejó Iquitos hace tres años. De rasgos indígenas, Clara cuenta que en la selva no necesita plata para vivir, que saca frutas de los árboles, se dedica al cultivo de arroz y pesca (las principales actividades económicas de estas villas), y que cambia sus productos por aceite, harina o ropa.

Como Hatum Posa, en la Amazonía peruana hay cientos de villas de una decena de habitantes, quienes descienden de 52 etnias distintas y hablan 18 dialectos, además de castellano.

Me despido de Clara y partimos a la cita con los famosos delfines rosados, que ostenta el título de animal estrella del Amazonas peruano sin oponentes (ni siquiera las temidas –y sabrosas– pirañas).

Aunque no es raro verlos merodear el Aqua, existe una expedición especial para mirar a estos extraños mamíferos en una escondida laguna de aguas negras.

Ya está oscuro cuando regresamos al Aqua. En la cubierta se escucha el canto de las aves y a los monos aulladores y, a lo lejos, se ven los rayos de una tormenta eléctrica. Dan ganas de quedarse mirando por horas, pero es momento de decir buenas noches.

Caminar por la selva es lo mejor del viaje

Un día en Iquitos
Como si el calor y la humedad no fueran suficientes, caminar por las calles de Iquitos es insoportable por el ronquido de los motocarros. Dueños y señores de las calles, lo mejor es subirse a uno y conocer la plaza central, el edificio Eiffel y los hermosos edificios en la calle que está junto al río.

El paseo aclara que la bonanza del caucho, a comienzos del siglo pasado, fue real y permite ver en directo los escenarios de Fitzcarraldo, película sobre un hombre obsesionado con construir un teatro de ópera en la selva, protagonizada por Klaus Kinski y dirigida por Werner Herzog, que es muy recomendable ver antes de viajar.

Del presente de Iquitos, mejor enterarse ahí mismo: ahora vive del petróleo, la madera y el turismo, y sigue fiel al significado de su nombre, "gente separada por el agua": hasta hoy, llegar aquí es posible sólo en avión o barco.

Un recorrido pluvial para ver animales autoctonos

Sabor amazónico
"La mayor parte del tiempo los pasajeros andan en excursiones fuera del barco, y cuando vuelven toda la atención está dirigida a las comidas; por eso, la cocina es un aspecto fundamental del viaje", dice el chef Pedro Miguel Schiaffino, dueño del prestigioso restorán Malabar en Lima, y encargado de diseñar las recetas que se preparan a bordo del Aqua.

Ligera y fresca, la comida se basa en productos locales, con énfasis en verduras y cereales cultivados en la región. "Tratamos de destacar los sabores de la amazonía", explica Schiaffino.

Los pescados, claro, también tienen un papel estelar en la dieta, pero no se sirven crudos, lo que es una pena para los fanáticos del ceviche.

En términos alimenticios, en el Aqua los días comienzan con un desayuno con muchas frutas locales, además de los clásicos cereales, yogures, huevos, y los panes y pasteles que se hornean a diario en el mismo barco.

El almuerzo es buffet y combina el estilo chifa (comida china-peruana), la cocina regional amazónica, las recetas criollas del Perú y las pastas para los mañosos.

A las ocho de la noche, la cena es a la carta y se convierte en un momento glorioso para los fanáticos de los postres de chocolate.

El programa incluye dos excursiones en tierra firme por día

Dormir y navegar
Para conocer mejor la ciudad se puede dormir en Hotel Acosta, un buen 3 estrellas.
www.hotelacosta.com)

El único cinco estrellas es Dorado Plaza Hotel
www.eldoradoplazahotel.com
tel. 51-1/368 3868

El Aqua realiza un programa de 4 noches en base a habitación doble, con todas las comidas, excursiones y traslados desde y al aeropuerto
www.aquaexpeditions.com
tel. 51-1/368 3868

Más económicos
Las empresas Jungle Expeditions (tel. 51–1/345 0645) y Amazon Horizons (tel. 51–1/616 5000) ofrecen programas de 4 noches.

Rodrigo Cea (desde Iquitos, Perú)
Revista del Domingo- El Mercurio-Chile

sábado, 25 de octubre de 2008

Aruba:la isla feliz del Caribe

Embarcadero en el puerto

A tan sólo 20 kilómetros de Venezuela y a salvo de la furia de los huracanes, en el ABC de las Antillas holandesas (Aruba, Bonaire y Curaçao) la vida es otra cosa. En las aguas arubianas, buceo y deportes de vela. En tierra, sabores marinos, mariposas y papiamento.

Imagen mental: arenas blancas como interminables reservas de azúcar, un sol siempre presente que obliga al relajado veraneante a pasar más horas dentro de las cálidas aguas del mar, a veces celeste, a veces, verde esmeralda, o arrojado en una cómoda reposera. Y por si esto fuera poco, un camarero siempre dispuesto a acercarnos otro daikiri bien helado y decorado con la clásica sombrillita.

Hasta aquí, la postal podría pertenecer a cualquiera de las cientos de playas que bien ganado tienen el cliché de “paraíso en la tierra”. Pero vamos agregando algunos ingredientes a este destino único, que no por paradisíaco (sabrá el lector disculpar el lugar común, pero es la palabra que mejor lo resume), se confunde con todos los demás.

Unos cuantos pobladores muy afables, hospitalarios y siempre bien dispuestos no harán la diferencia, pero cabe destacarlos, y mucho. Si estos locales hablan papiamento –un dialecto compuesto por variaciones de palabras portuguesas, españolas y holandesas–, pues ya estamos frente a una distinción. Y si a la sombrilla –las que, de cualquier forma, no escasean– la reemplazamos por un clásico watapana, alias divi-divi, simpático arbolito que se inclina de acuerdo a los mandatos de los vientos alisios que lo llevan siempre a mirar al mar, las precisiones aumentan.

Bien, basta de misterios. Hablamos de Aruba, también llamada, y con justicia, “La Isla Feliz”. Con una superficie total de 184 km2, se ubica en pleno corazón del Caribe, a apenas 20 kilómetros de la costa venezolana, y a salvo de la ruta tradicional de los huracanes. Junto a Bonaire y Curaçao (con quienes conforma las islas ABC), forma parte de las Antillas holandesas, aunque desde el 1º de enero de 1986 la nación se convirtió en un Estado aparte de los Países Bajos, con gobernador propio, aunque designado por la reina. Es por su historia como colonia, que las casitas que decoran las encantadoras calles de Oranjestad, su capital, exhiben estilos muy similares a los de Amsterdam, en la madre patria: de tipo señorial, con grandes pórticos y columnas, y ornamentaciones a la usanza europea.

Con una temperatura promedio de 28ºC, no hay lugar para el invierno en Aruba. Cualquier momento del año es el ideal para visitarla, ya sea solo –y disfrutar de una fiesta temática en alguno de sus 27 hoteles de lujo alineados en la orilla oeste cada noche–, en pareja –con románticas cenas a la luz de las estrellas en sus restaurantes sobre la playa– o en familia, y de esta forma disfrutar al máximo de las actividades bajo el océano o por encima de él.

Su historia
Aunque descubierta por los españoles en 1499, su extrema aridez y falta de recursos económicos los empujaron a clasificarla como una “isla inútil” y a abandonarla, llevándose consigo a sus habitantes originales para que trabajaran en las minas y plantaciones de Cuba y Jamaica. Pasó más de un siglo hasta que los holandeses entendieron que podía ser un punto de comercio estratégico y tomaron posesión de ella. Tiempo después, a principios del 1800, se descubrieron sus minas de oro, que para el siglo siguiente habían dejado de ser rentables. Poco importaba, porque simultáneamente llegó la industria petrolera que, junto a las plantaciones de aloe, dio un nuevo y renovado impulso económico a Aruba. Así llegaron a la isla inmigrantes venezolanos, norteamericanos, asiáticos y europeos, lo que le da ese exótico sabor a pueblo cosmopolita, pero que cohabita en plena armonía.

Quizás sea ésta la raíz de su heterogénea gastronomía, que incluye más de cien restaurantes de comida indonesa, japonesa, china, holandesa, cantonesa, italiana, argentina y, por supuesto, arubiana. Los platos locales se basan en fresca comida de mar, ya que el pescado es el principal componente de la dieta de la isla. A la parrilla, asado, al horno o frito, el atún, el mahi mahi, el wahoo o la barracuda se consiguen con pescadores locales asentados en áreas tranquilas y poco concurridas. Lo ideal es acompañarlo de una Balashi bien helada, la cerveza local, suave y con ese gustito a vacaciones que permite disfrutarla al máximo. Algunas recomendaciones, que no fallan, para deleitarse: Pinchos, con una ubicación inigualable en un muelle sobre el mar y Bloosoms, con deliciosos platos orientales preparados en el momento frente al comensal.

El turismo, del que hoy vive el 80 por ciento de sus 100 mil habitantes, no despuntó hasta bien entrado el siglo XX, con la llegada en 1957 del primer crucero de lujo, el Tradewinds. Desde entonces, la oferta de actividades no dejó de multiplicarse.

Corales. Los arrecifes de Arashi y Malmok son el paseo clásico al embarcarse en los catamaranes que parten de Oranjestad, la capital de Aruba. Se visita un barco hundido.

Vida acuática
Una isla es, justamente, un pedazo de tierra rodeada, de norte a sur y de este a oeste, por agua. De esta forma, la gran mayoría de los divertimentos –aunque no todos, vale aclarar– están ligados a ella.

Gracias a los constantes vientos alisios, la costa oeste –cuanto más al norte, mejor– es perfecta para deportes de viento. Desde temprano en la mañana, es posible ver a turistas y arubianos practicando parasailing, windsurf y kitesurf a pasitos del faro California. Nunca haber practicado antes estas disciplinas no es excusa suficiente, no sólo porque caerse al agua está lejos de ser un castigo, sino también porque varios puestos ofrecen, además de todo el equipamiento necesario, lecciones básicas o cursos completos por una tarifa de US$ 35 la hora.

Un poco más al centro, donde se alinean los lujosos complejos hoteleros, las aguas se vuelven aún más calmas, por lo que las familias con chicos las eligen como sus favoritas. Las opciones alcanzan para que cada día sea una aventura: paseos en banana boat (US$ 20), alquiler de lanchas (desde US$ 130 la media hora) o alquiler de jet ski (US$ 65 la media hora). Snorkel a bordo de un catamarán o buceo a 13 metros de profundidad son otras tentadoras opciones, para las que no hace falta preparación y se pueden realizar sin entrenamiento previo.

Un clásico de la Isla Feliz es el Atlantis, un submarino que desciende hasta 36 metros de profundidad y que, gracias a la increíble claridad del agua, ofrece un espectáculo de ciencia ficción. Enormes cardúmenes desfilan frente a las ventanillas durante los 60 minutos que dura la travesía, durante la cual se pasa frente a los naufragios de Mi Dushi I (en papiamento: “Mi Querida”) y Morgenster, además de arrecifes de coral repletos de vida marina.

Y si piensa que la oferta ya superó ampliamente sus expectativas, aguarde que aún queda más. El paseo de día completo a la Isla De Palm está entre los más populares: una estadía all inclusive, con restaurante, bar, equipos para practicar snorkel y su emocionante Sea Trek. ¿De qué se trata? Pues, simplemente de una pasarela de 114 metros de largo en la que todo lo que hay que hacer es respirar y caminar. Entonces, ¿cuál es la gracia? Sucede que la simple caminata se realiza a 9 metros de profundidad, con una moderna, aunque un poco pesada, escafandra. Bajo las cálidas aguas tropicales, los instructores tomarán su fotografía mientras usted alimenta a los peces u observa un avión naufragado.

La costa este, en cambio, casi no cuenta con infraestructura hotelera, sus playas son ideales para los solitarios y el mar es tan movido que los únicos que se le animan son surfistas con experiencia y ganas de nuevos desafíos.

La costa oeste de Aruba, cuanto más al norte mejor, es perfecta para practicar deportes de viento

En tierra firme
Pero el mar no lo rige todo en Aruba. Entre los numerosos tours que se realizan por la isla, se cuentan los safaris que llevan a toda la familia a bordo de una camioneta 4x4, en dirección norte de visita a su mariposario. Se trata de un jardín tropical con mariposas de todas partes del mundo. Amarillas, rojas o verdes, a rayas o con arabescos, si desea que se posen sobre usted, nada mejor que usar colores brillantes y perfumes dulces.

Lado B
Pero no todo son resorts de lujo en Aruba, sino que hay otra zona a la que, sin embargo, no todos se animan a llegar. Se trata justamente del lugar de residencia de aquellos que nos atienden tan cordialmente en los hoteles, restaurantes y demás actividades que realicemos durante las vacaciones. Allí es posible darse verdadera cuenta de que uno está en una isla del caribe: música, ritmo, color y alegría se palpan en las calles de San Nicolás, la segunda ciudad más grande después de Oranjestad.

Charlie’s Bar es, además del máximo ícono de la zona, un referente para artistas e intelectuales, que buscan allí a su musa inspiradora. Los mejores calamares frescos se sirven en este bar-restaurante que ya ha pasado por tres generaciones y se ha convertido en una especie de museo vivo, repleto de pinturas, mapas, fotos, billetes y demás artículos que cada visitante cuelga a piacere de paredes, techos o más bien, de dónde encuentre lugar.

Claro que siempre está la opción de no hacer nada de todo esto y simplemente gozar del mar, la playa la incansable buena energía de los arubianos. Como sea, en la Isla Feliz, viva la buena vida o, como se diría en papiamento: ¡biba lekker, y a gozar!

Buenas compras
Si Mujer bonita se hubiera filmado en Aruba, Julia Roberts no habría sentido la diferencia. Perfumes, las casas de los diseñadores más prestigiosos, cristales, porcelana inglesa y joyerías por doquier se ubican, uno tras otro, en la calle principal de Oranjestad, capital de Aruba.

Abundan los centros comerciales con vista al mar, cuyos locales permanecen abiertos entre las 8 y las 18 horas, aunque algunos cierran sus puertas durante el mediodía. Al ser puerto libre, las mercaderías importadas se encuentran a precios inmejorables, por lo que es una foto frecuente ver a cientos de mujeres ir y venir cargando cajas de zapatos o bolsas de ropa, como si en la tarea se les fuera la vida.

Si bien los principales hoteles y el aeropuerto Queen Beatrix también tienen sus almacenes –lo que podría solucionar de un plumazo el tema compras–, vale la pena visitar la zona comercial, ya que es un paseo en sí misma: frente al puerto de cruceros, entre compra y compra se puede ver a estos gigantes anclados, que apenas cae la noche encienden sus luces e iluminan las cálidas y tranquilas aguas caribeñas en las que se toman un descanso antes de volver a zarpar.

Camila Brailovsky (Desde Aruba)
Diario Perfil-Turismo
Fotos: Perfil

lunes, 20 de octubre de 2008

Croacia: Por siempre Dubrovnik

En 1979 fue declarada Patrimonio de la Humanidad

Por 1500 años esta ciudad resistió desastres naturales y ataques militares, el último hace poco más de una década. Hoy es el mayor tesoro histórico del país

La historia de Dubrovnik está marcada por guerras y catástrofes, y para conocerla desde el principio he llegado 18 kilómetros al sur de la ciudad, a Cavtat, una pequeña villa de origen griego de más de dos mil años. Por ese pasado remoto hoy la región de Dubrovnik es uno de los puntos turísticos más importantes del Mediterráneo, gracias a su hotelería de primer nivel, arquitectura y las aguas del mar, las más transparentes del Adriático, dicen.

Es sábado por la mañana, no hay nubes en el cielo y el sol se refleja como en un espejo sobre la bahía de Cavtat, donde un par de bañistas nada y un yate avanza en cámara lenta sobre las aguas azules. Entre viejas casas de piedra camino por calles estrechas y el único sonido es el de las hojas de los árboles agitadas por una brisa fresca.

Cinco minutos bastan para entender por qué hoy Cavtat (se pronuncia safta) es uno de los sitios de descanso más exclusivos del Adriático, rodeado por un bosque verde, con sofisticados cafés y restaurantes de cocina mediterránea, y visitantes como Tom Cruise y el magnate ruso Roman Abramovich.

Es obvio que cualquiera querría pasar unas vacaciones acá. Lo que no cabe en la cabeza es lo que pasaba aquí mismo hace sólo 15 años: misiles, humo, metralletas, heridos y muertos. En septiembre de 1991, soldados serbios y montenegrinos lanzaron un ataque por mar y tierra sobre la idílica Cavtat. La ocupación duró 13 meses, pero pasaron varios años para que la villa volviera a ser un sitio apacible. También por la violencia, pero a comienzos del siglo VI, el origen de Dubrovnik está en Cavtat, leo arriba de un bus que en media hora me llevará hasta la ciudad vieja de Dubrovnik, núcleo del turismo cinco estrellas de Croacia. Habitada desde tiempos remotos, Cavtat nació como colonia griega y luego pasó a manos romanas. Rápido, la colonia se transformó en un centro comercial del Adriático. Un terremoto casi termina con su historia en el siglo IV, pero logró seguir adelante hasta que fue conquistada y destruida por eslavos y ávaros, un pueblo nómada de Eurasia. Así fue el comienzo de la historia.

El ómnibus avanza rumbo al Norte sobre un litoral rocoso. A la derecha, cerros cubiertos de matorrales se mezclan con naranjos, limoneros y palmeras, muy cerca de la frontera con Herzegovina, y a la izquierda, acantilados y bahías.

De a poco empieza a nublarse y por el camino lleno de curvas pasan pequeños pueblos, Mlini, Kanovle, Kupari, cuando a lo lejos aparece Dubrovnik.

A medida que el ómnibus avanza la panorámica es cada vez más fastuosa y se distingue el gigantesco muro que rodea la ciudad, las fortificaciones, los campanarios de las iglesias y los botes en el muelle. El viaje termina cuando el ómnibus se detiene en un parador sobre la colina que rodea la ciudad y por un callejón bien señalizado camino en medio de un rebaño de turistas.

Ahora está nublado y caen pequeñas gotas. Maldigo mi suerte y al informe del tiempo. Se pone a llover y, sin paraguas, entro en el primer café que encuentro. Son las 10.30 y un par de trabajadores de una construcción cercana toma café relajado, más allá unos que se notan parroquianos habituales beben cerveza y, al fondo, un grupo de guapas universitarias bebe kava sa mlijekom , café con leche.

Busco un lugar junto a la ventana y pido un expreso para mirar la tormenta, que ahora incluye truenos y relámpagos. Ni hablar de los veranos secos ni los 21°C de la región, según leí en mi Lonely Planet. Pero la guía sí sirve para redactar un currículum esencial de Dubrovnik: ciudad costera de la actual Croacia, en el sur de la región de Dalmacia, con unos 50.000 habitantes; en 1979 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Para saber más de Croacia, los croatas son buena fuente, pues su historia es muy reciente: parte del territorio de la ex Yugoslavia, Croacia fue reconocido como país independiente en 1992. Hoy sus habitantes suman unos 5 millones y está muy lejos de los estándares europeos de calidad en salud y educación, sectores en manos del Estado.

Aunque funciona como un régimen político democrático, el pasado socialista aún mantiene al país con una rígida administración estatal, cuestión que según analistas hace poco probable que Croacia logre las metas que le permitan ser parte de la Unión Europea en 2009, como está estipulado.

No entiendo una sola palabra en croata, pero me gusta el café-bar: por los parlantes pasan canciones de Iggy Pop que los parroquianos han empezado a corear. El aguacero no para y el barman, Dragan, me dice que aún queda una hora. Pido otro café y sigo con la historia de Dubrovnik. Después de la invasión de eslavos y ávaros, los antiguos habitantes de Cavtat llegaron al islote Laus y se asentaron en su poblado, llamado Ragusa. A comienzos del siglo XI empezó el dominio veneciano de Ragusa, con breves intervalos en los que la ciudad combatió por su libertad. "En 1189 por primera vez aparece escrito el nombre de la ciudad en lengua croata, Dubrovnik", leo cuando por fin ha dejado de llover.

Un cartel recuerda la guerra más reciente en la entrada de la ciudad vieja de Dubrovnik. En croata, inglés, italiano, francés, alemán, portugués y español, debajo de un mapa que detalla los sitios donde cayeron misiles, dice: "Plano de la ciudad, con la indicación de los daños provocados por la agresión del ejército yugoslavo, de los serbios y de los montenegrinos contra Dubrovnik, de 1991 a 1992".

Todos los turistas leen y algunos se fotografían junto al cartel antes de bajar por un pasaje angosto que lleva hasta el Stradum, la calle más ancha y transitada de la ciudad vieja, donde se concentran los cafés, las heladerías y los miles de turistas que llegan a diario. Alrededor del año 1000, aquí en el Stradum la ciudad adquirió su forma actual: el islote se unió con el poblado situado en la colina contigua cuando la zona donde está la calle se llenó de sedimentos y escombros.

Las boutiques y joyerías sobre el Stradum dejan claro que Dubrovnik no es un destino de compras, y no pierdo más tiempo para conocer el más popular de los paseos: el muro defensivo que rodea toda la ciudad vieja.

Junto a la Fuente de Onofrio, en un extremo del Stradum, está la más conocida de las tres entradas a la gigantesca pared construida alrededor del siglo VIII que ha soportado intacta terremotos y decenas de ataques, incluyendo uno del ejército napoleónico. Con insuperables vistas de acantilados y de las construcciones, el paseo por la muralla toma un hora y media, y la verdad, lo que más sorprende es ver medias y toallas colgadas en las ventanas, es decir, que gente común y corriente viva en este lugar tan parecido a un museo.

Fuente de Onofri

Rodeo toda la ciudad y busco un bar que vi desde la muralla. Sobre roqueríos, a la orilla del mar, el lugar es conocido como Buza I. En la barra pido una cerveza Karlovacko y busco una mesa para tomarla mirando el Adriático. El sitio es ideal para un descanso con suave olor salino.

Me voy a visitar la fachada del Palacio de los Rectores y el Palacio Sponza, únicas construcciones que se libraron intactas del terremoto de 1667 que dejó 5000 muertos. De estilo gótico renacentista, en Sponza funcionaban las oficinas y bodegas de la Aduana, y hoy ahí está el Archivo, donde se conservan los documentos históricos. Por ejemplo, papeles que dan testimonio del momento en que Ragusa se convirtió en una ciudad-estado y pasó a llamarse República de Dubrovnik, en el siglo XIV.

Entre los siglos XIV y XVI, la república adquirió poder al convertirse en el lugar de exportación de las minas de plomo y plata de sus vecinos bosnios y serbios. Pero la bonanza terminó cuando los turcos comenzaron a imperar en los Balcanes y se apoderaron de los yacimientos. En el extremo Oriente-Occidente, hasta hoy Croacia es el último bastión católico de Europa y constituye la frontera histórica donde se detuvo la influencia turca. Más allá de sus límites, en Serbia, Bosnia, Macedonia, Albania y Montenegro los ortodoxos y musulmanes son mayoría.

Todo está muy cerca dentro de la ciudad vieja y lo mejor es perderse sin mapas en sus calles para descubrir lugares al azar: el Museo Marítimo, la Catedral, la media docena de iglesias y la otra media docena de museos.

Son las 15 cuando me da hambre y recuerdo lo que me dijo Dragan, el barman de Pinky: "Comer puede ser decepcionante en la ciudad vieja. Los locales dan de comer a miles de turistas todos los días y deben hacer las ganancias de todo el año en pocos meses. Anda a Posat. Buena comida a precio justo. Está afuera de la ciudad vieja, justo en la entrada norte".

Llego a Posat y compruebo la calidad de la cocina mediterránea con unos sabrosos noodles verdes con langosta del Adriático, mozzarella fresca y tomates con verdadero olor a tomate. El festín termina con un helado de melón insuperable que hago durar para terminar de repasar la turbulenta historia de Dubrovnik. La república terminó en 1808 con la ocupación francesa y más tarde quedó bajo control austríaco. Sólo desde la Segunda Guerra Mundial, en tiempos del mariscal Tito y de la nueva Yugoslavia, de a poco Dubrovnik se convirtió en lo que es en la actualidad.

Datos Utiles
Dónde dormir
  • Argentina: el más clásico de los hoteles de lujo en Dubrovnik tiene una panorámica de postal sobre la ciudad vieja y es parte del complejo Grand Villa Argentina, que incluye otras cuatro grandes casonas. Con playa exclusiva y servicios de primer nivel, hay dobles desde 184 euros en noviembre y diciembre, temporada baja. www.gva.hr
  • Croatia: sobre una hermosa península boscosa en Cavtat, es uno de los cinco estrellas más tradicionales, con habitaciones recién renovadas y un spa de lujo con vista al Adriático. Como es costumbre en algunos hoteles de la zona, cerrará entre fines de noviembre y comienzos de marzo. Dobles desde 158 euros. www.hoteli-croatia.hr
  • Alojamientos privados: la opción más popular de alojamiento en Dubrovnik, pues muchas familias alquilan pequeños departamentos o habitaciones, dentro y fuera de la ciudad vieja. Dobles desde 50 euros por noche. www.dubrovnik-online.com
El Mercurio - Chile
Foto: El Mercurio - GDA

miércoles, 15 de octubre de 2008

Patagonia: Por la ruta de la Araucaria

Lago Alumine

Termas, lagos, ríos, volcanes y múltiples actividades, en un recorrido que une la provincia de Neuquén con la Araucanía chilena.

El serpenteante lago Aluminé aparece este atardecer extraordinariamente "planchado", un espejo al que casi da pena surcarlo, para no deformar esos reflejos perfectos de cumbres nevadas y bosques de araucarias. Pero la excursión en kayak por esta inmensa geografía es demasiado tentadora. Bajo la guía de Hernán Gallina, los kayaks se deslizan suavemente y nos regalan postales inolvidables desde la superficie del lago, con el volcán Batea Mahuida como fondo, blanquísimo, destacándose sobre el cielo rojizo.

Estamos en Villa Pehuenia, al oeste de la provincia de Neuquén. Desde aquí hasta Curacautín, en la región de la Araucanía de Chile, no hay más de 150 km, aunque los inabarcables paisajes de montaña y la gran variedad de actividades que se pueden practicar se empeñen en hacer que la zona parezca mucho mayor, enorme. Montañas, lagos, ríos cristalinos, volcanes, parques nacionales, centros de esquí y un sinnúmero de actividades al aire libre se combinan a través de esta Ruta de la Araucaria, que fue presentada recientemente. El recorrido une la zona cordillerana de Neuquén con la de la Araucanía chilena, a la sombra de las araucarias o pehuenes, esos hermosos y milenarios árboles, sagrados para los mapuches -esta es la única región del mundo con bosque nativo de araucarias-. Un reciente estudio realizado en Chile dice que la mayoría de los turistas llegan aquí en busca de naturaleza y aventura, y en segundo lugar, por la gran oferta termal.

Villa Pehuenia

Para ver la zona en toda su magnitud ascendemos las laderas del Batea Mahuida -la cima está a 2.000 metros-, a cuyos pies se encuentra el pequeño centro de esquí administrado por la comunidad mapuche puel. Mate de por medio, el cacique -lonco- de la comunidad, Manuel Calfuqueo, me cuenta los planes para crear más pistas e instalar nuevos medios de elevación, y pienso que nada mejor que estas alturas para captar este mágico lugar en toda su dimensión: el lago Aluminé y la península donde se asienta Pehuenia, poblada de araucarias, los volcanes Lanín, en Argentina -dentro del Parque Nacional Lanín-, y Villarrica, Llaima e Icalma en Chile, y ahí abajo el estrecho paso La Angostura, que une los lagos Aluminé y Moquehue. Precisamente hacia allí nos dirigimos al bajar del cerro, en busca de una actividad bastante nueva en la zona: canopy, en un recorrido creado por Fernando López, de cinco etapas que permiten "volar" en tirolesa por distintos cables colgados entre las araucarias, y deslizarse haciendo rappel contra sus añosos troncos. Y todo a la orilla del lago, con el cerro El Colorado enfrente.

En Argentina, esta zona de bosques naturales de araucarias se extiende hacia el sur hasta Aluminé -con un caudaloso río, ideal para la pesca y el rafting-, y al norte hasta Caviahue, cuyo centro de esquí acaba de cerrar una temporada invernal récord. La cercana villa termal de Copahue, en tanto, se prepara para su próxima apertura, en noviembre, con sus reconocidas aguas mineromedicinales, fangos, algas y vapores, que se aplican en distintos programas de prevención y salud. Actividades de aventura y excursiones en el bellísimo entorno del Parque Provincial Copahue complementan a la perfección el relax termal.

Aguas termales en Malalcohuello

Los cuatro volcanes
Cruzando a Chile por el paso Icalma y tomando la ruta 89, pasamos por Lonquimay y el Túnel Las Raíces, que con sus 4,52 km fue el más largo de Sudamérica hasta 2006. Apenas a la salida está la localidad de Malalcahuello, con termas famosas por sus aguas y su excelente infraestructura; un poco más adelante, Manzanar -nuevamente un centro termal-, y a pocos km Curacautín (significa "Piedra de reunión"), una población de casi 18.000 habitantes que en otros tiempos supo ser paso obligado de los pehuenches que vivían a ambos lados de la cordillera, y que en verano recolectaban piñones (fruto de la araucaria), que siguen siendo un importante alimento en toda la zona. De hecho, muchos chefs los han redescubierto y los utilizan en modernos platos gourmet, e incluso en riquísimos alfajores que se elaboran con harina de piñón.

Esta pintoresca comuna de la región de la Araucanía chilena está rodeada por cuatro volcanes, dos parques nacionales, cuatro centros termales y tres centros de esquí, entre otros atractivos. Desde los jardines del complejo de cabañas se ve asomar, tras la cortina de álamos, la silueta del volcán Llaima, de 3.125 metros, esbelta, perfecta. El volcán está dentro del Parque Nacional Conguillío, que atesora lagos, lagunas, milenarias araucarias y hasta un bosque sumergido. Justo antes de entrar al parque, resulta imperdible la vista del Llaima desde el mirador, una estructura de madera construida sobre un impresionante río de lava, eco de una antigua erupción. Muy cerca están los volcanes Lonquimay, Sierra Nevada y Tolhuaca, y a las puertas de este último, unas termas de película -casi a la misma latitud que Copahue, pero "del otro lado"-, con fumarolas que despiden vapores y aguas que surgen a 96 grados desde las profundidades.

Toda la zona es perfecta para cabalgatas, pesca, avistaje de aves (el Parque Nacional Tolhuaca posee una muy interesante guía de aves) y actividades más aventureras, como trekking (hay numerosos senderos autoguiados en los parques nacionales), canopy o rappel.

Y están, claro, los artesanos, como en todo territorio mapuche, maestros en trabajar madera o lana, como lo demuestra Luz María Yáñez con sus telares-murales hilados con rueca y teñidos con vegetales. O Sergio Abarca, con sus impactantes obras en metal. Ambos participarán en una gran exposición, en diciembre. Obligatorio volver, pienso, camino al paso Pino Hachado, regreso a Neuquén.

Salto Malleco -Parque Nacional Tolhuaca

Naturaleza sin dueños
Lo primero que sorprende a quien visita estas tierras es el ambiente natural, y el profundo silencio, que se disfruta. Impacta siempre la presencia de las araucarias, un árbol que consideramos sagrado, que le dio de comer a nuestros antepasados, y que la comunidad protege, cuidando de este entorno para que siga siendo lo más natural posible. Nuestra comunidad vivió desde siempre de la naturaleza, de cultivar y criar ganado, y en los últimos años el turismo se volvió una actividad importante porque permite un mejor desarrollo económico, una alternativa muy interesante sobre todo para los jóvenes, y lo desarrollamos desde nuestra relación de igual a igual con la naturaleza. Porque los mapuches no nos consideramos dueños de ella ni del lugar en el que habitamos, sino sólo una parte integrante del mismo.

Datos web
www.villapehuenia.gov.ar
www.curacautinchile.cl
www.pehueniaalparaiso.com.ar
www.cabanasbosquenativo.cl /

Pablo Bizón
Clarín - Viajes
Fotos: Web

lunes, 6 de octubre de 2008

A bordo del “caballo de hierro”

Sierra Nevada. Miles de pinos en las laderas y manchones de nieve en las montañas

EE.UU: Viaje en Tren por el Far West
El California Zephyr es un legendario tren que va de Chicago a San Francisco por una de las rutas ferroviarias más bonitas de Estados Unidos. Su recorrido tiene casi cuatro mil kilómetros y atraviesa (en poco más de 51 horas) los estados de Illinois, Iowa, Nebraska, Colorado, Utah, Nevada y California.

El California Zephyr es una experiencia inolvidable para todo tipo de gente: fanáticos de trenes, historiadores apasionados y exploradores sin prisa. En mi caso, siempre había querido viajar en tren en Estados Unidos, quizá porque todo el mundo me decía que no lo hiciera. La mayoría suele ir en avión porque el país es enorme (¡y lo es!) y no pueden perder tantas horas para ir de un punto a otro. Sin embargo, para “descubrir” un territorio, para explorarlo y conocer su geografía en detalle, lo ideal es ir en tren. Mi experiencia fue hallar “otro Estados Unidos”, uno que no tiene tanto apuro y donde el viaje mismo obliga a relacionarse con los demás pasajeros. La gente que se conoce es muy interesante: desde el clásico viajero amante del tren (que sabe el placer que brinda dejarse llevar) hasta alguna señora que nunca subió a un avión. Pero más allá del motivo que nos impulse a pasar más de dos días en un tren, una de las grandes ventajas es no tener que padecer la “psicosis de seguridad” que reina hoy en día en cualquier aeropuerto. Me parecía increíble subir a un medio de transporte de larga distancia sin que nadie me registrara y recordé lo bien que eso se sentía.

La terminal de Denver: Union Station, donde el tren inicia su marcha a San Francisco

Denver: Union Station

Esta hermosa y añeja estación fue erigida en 1881, pero en 1894 fue reconstruida a raíz de un incendio. Sus techos son elevados y en el amplio hall central hay antiguos asientos de madera con altos respaldos. El guarda nos indicó que fuéramos al andén y mientras éste me ayudaba con el equipaje vi que éramos pocos pasajeros. Además, el tren no había llegado de Chicago sino que partía de Denver, ya que habían cancelado el servicio por las grandes inundaciones en Iowa. Para completar un día atípico, el California Zephyr desviaría su recorrido, no iría por las Rocallosas sino por Wyoming, ya que estaban arreglando vías en las montañas. No podía creer que todo esto pasaba justo el día en que había decidido abordar el tren. Pero no era la única desilusionada: una pareja había volado especialmente desde San Francisco para hacer el viaje y ver las Rocallosas. Como nada se podía hacer, me relajé y pensé que en una travesía diferente seguramente algo interesante veríamos. Mientras pensaba esto, arrancó el tren. Eran las 8 y media de la mañana.

En un recorrido normal, el tren trepa los 2816 msnm y atraviesa la Divisoria Continental de Aguas por el túnel Moffat. Al salir se ve el centro invernal Winter Park y la pequeña localidad de Granby, puerta de entrada al Parque Nacional de las Montañas Rocallosas. A partir de allí surge el río Colorado, que nace al pie de este cordón montañoso y recorre más de 2300 kilómetros hasta desembocar en el Golfo de California. El tren acompaña al Colorado durante 380 kilómetros. En ese tramo se ve cómo el inicial angosto curso de agua se transforma en un ancho río luego de pasar los cañones Glenwood y Grand Junction. Una de las mejores etapas del trayecto es la sucesión de los cañones Byers, Gore, Red, Glenwood, De Beque y Ruby. Al llegar al Cañón Ruby, el tren se despide del río Colorado, entra a Utah y continúa hacia el oeste a través del desierto. Una vez más trepa hasta la cima de las montañas Wasatch a 2268 msnm para luego descender y llegar a Provo y Salt Lake City, capital del estado, fundado por los mormones en 1847.

Cambio de Rumbo
En este viaje fuera de lo habitual varios nos acomodamos en el coche mirador (con grandes ventanales hasta el techo) para admirar el paisaje. Al dejar Denver ingresamos en una amplia y verde planicie llena de venados, con las Rocallosas a la izquierda. La formación tomó rumbo noroeste e ingresó a la inmensa y alta meseta que es el estado de Wyoming. El cambio fue inmediato, la aridez dominó el panorama durante horas y la monotonía sólo fue interrumpida por algunos búfalos y antílopes pastando en los campos. Sin lugar a dudas estábamos atravesando el estado menos poblado de Estados Unidos. A la hora del almuerzo fui al coche comedor y comprobé que los pasajeros seguían decepcionados (en especial cuando miraban a través de la ventanilla). De repente apareció un enorme y corpulento camarero que se hacía llamar “Mr B”. Pese a su intimidante presencia era muy cordial y en minutos hizo reír a todos. Estábamos comiendo cuando, con voz seria y profunda, Mr B dijo: “Atención por favor, miren a su izquierda e imaginen el hermoso río Colorado corriendo a través de las Montañas Rocallosas” (cuando en realidad no había otra cosa más que una chata y desértica llanura). Luego pasamos entre medio de dos interminables trenes de carga (de los muchos que pasaríamos durante todo el viaje) y Mr B dijo: “Ahora estamos atravesando el Gran Cañón”.

Green River fue la primera parada donde nos permitieron bajar, ya que había que esperar operarios que debían sumarse al tren. En medio de un seco e intenso calor caminé hasta la locomotora, luego fui hasta el último coche y le pedí a un pasajero que me sacara una foto junto al tren. Su nombre era Mark y gracias a él mi percepción del viaje se transformó totalmente. Este apasionado de la historia sabía del cambio de recorrido y había viajado expresamente para hacer el tramo Denver-Salt Lake City a través de Wyoming. Así supe que este recorrido era muy especial históricamente y que muy pocas veces al año se hace para pasajeros. Mark me explicó que viajábamos por el trazado del primer ferrocarril transcontinental, es decir, la primera línea que unió el este y el oeste de Estados Unidos yendo de la ciudad de Omaha (en el este, en Nebraska) a Sacramento (en el oeste, California). Este tren (la mayor proeza tecnológica estadounidense del siglo XIX) fue un cambio revolucionario en el Viejo Oeste y su construcción requirió enormes hazañas de ingeniería. Las compañías involucradas fueron la Union Pacific (con 1749 km de vías) y la Central Pacific (con 1110 km). Para semejante empresa trabajaron miles de inmigrantes (chinos en su mayoría). En Sierra Nevada las obras se complicaron y fue necesario construir túneles, lo cual dilató la tarea. Por su parte, la Union Pacific avanzó más rápido por las llanuras, pero al entrar en territorio indio todo se retrasó. Los nativos veían en el ferrocarril una violación de sus tratados con Estados Unidos y querían impedir el inevitable avance del “caballo de hierro” (así llamaban al tren).

El paisaje del Lejano Oeste tras las ventanillas del “caballo de hierro”

De Salk Lake City a la verde California
Las horas volaron y el tren ya había entrado en las rojizas tierras de Utah. Al pasar Echo Canyon descendimos hasta ver las Montañas Wasatch (uno de los límites naturales del Valle de Salt Lake), luego Weber Canyon con una espléndida vista del río homónimo y finalmente entramos en el valle y cuna de los mormones. Al ir por Wyoming, el terreno plano hizo que el tren fuera más rápido y llegamos tres horas antes de lo estipulado, tiempo suficiente para una breve visita a la ciudad. Pasadas las 23 horas, el California Zephyr se puso en movimiento y atravesó el largo puente que cruza el lago salado iluminado por una gran luna llena. Mientras dormíamos entró al desierto de Nevada, donde permaneció hasta la mañana siguiente. Al despertar, el tren estaba parado en Winnemucca y, si bien ya era de día, el paisaje era monótono y todo el pasaje seguía durmiendo.

Al pasar Reno, frontera con California, todo cambió en minutos y el verde se apoderó del terreno. Al entrar a Sierra Nevada miles de pinos invadieron las laderas mientras manchones de nieve coronaban las montañas. Una sucesión de curvas y túneles nos entretuvo por largo rato con excelentes vistas del tren y la locomotora. Llegamos al Blue Canyon, luego al río Truckee, donde se podía ver la interestatal 80 y, por último, un hermoso espejo de aguas azules, el lago Donner. El paisaje siguió igual hasta el Valle de Sacramento, la parte norte del Valle Central de California. En este valle de 600 kilómetros de largo se concentra la mayor parte de la agricultura del estado. No bien dejamos la estación de Sacramento cruzamos el puente que atraviesa el impresionante río que da nombre a la capital de California. Al llegar a la bahía de Suisun (brazo norte de la bahía de San Francisco, donde desembocan el Sacramento y el río San Joaquín) vimos viejos barcos abandonados de la Segunda Guerra Mundial. Continuamos por el estrecho de Carquinez hasta la penúltima estación, Martínez, ubicada en el extremo sur del estrecho. La ansiedad por llegar se sentía en el aire, pero la intrincada geografía de las bahías y el mar era un espectáculo imperdible. El último tramo lo hicimos paralelos al mar, en medio de la neblina típica del verano en San Francisco y vislumbrando las siluetas de los puentes colgantes. Finalmente paró en Emeryville y todos nos saludamos con alegría: ¡habíamos llegado a la meta!

Un poco de historia
La escasez de combustible para autos durante la Segunda Guerra Mundial hizo que el transporte ferroviario de pasajeros diera un gran salto. Cada tramo del California Zephyr era de una compañía distinta: Chicago, Burlington and Quince Railroad, Rio Grande Western Railroad y Western Pacific Railroad. Se inauguró el 19 de marzo de 1949 y el tren fue un éxito hasta que en los ‘60 la actividad ferroviaria decayó. El California Zephyr hizo su último viaje el 22 de marzo de 1970. Con aviones y autopistas, el servicio terminó de derrumbarse y las compañías no querían continuarlo. Así nació Amtrak (contracción de American Track) en 1971 y 20 de las 26 empresas ferroviarias le cedieron sus servicios de pasajeros. A partir de la “era Amtrak” apareció el San Francisco Zephyr y recién en 1983 Amtrak volvió a operar el “nuevo” California Zephyr. Su ruta es un híbrido entre la original y la del San Francisco Zephyr. Y desde el año 2000 la frecuencia volvió a ser diaria.

Texto y fotos: Mariana Lafont
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