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sábado, 25 de octubre de 2008

Aruba:la isla feliz del Caribe

Embarcadero en el puerto

A tan sólo 20 kilómetros de Venezuela y a salvo de la furia de los huracanes, en el ABC de las Antillas holandesas (Aruba, Bonaire y Curaçao) la vida es otra cosa. En las aguas arubianas, buceo y deportes de vela. En tierra, sabores marinos, mariposas y papiamento.

Imagen mental: arenas blancas como interminables reservas de azúcar, un sol siempre presente que obliga al relajado veraneante a pasar más horas dentro de las cálidas aguas del mar, a veces celeste, a veces, verde esmeralda, o arrojado en una cómoda reposera. Y por si esto fuera poco, un camarero siempre dispuesto a acercarnos otro daikiri bien helado y decorado con la clásica sombrillita.

Hasta aquí, la postal podría pertenecer a cualquiera de las cientos de playas que bien ganado tienen el cliché de “paraíso en la tierra”. Pero vamos agregando algunos ingredientes a este destino único, que no por paradisíaco (sabrá el lector disculpar el lugar común, pero es la palabra que mejor lo resume), se confunde con todos los demás.

Unos cuantos pobladores muy afables, hospitalarios y siempre bien dispuestos no harán la diferencia, pero cabe destacarlos, y mucho. Si estos locales hablan papiamento –un dialecto compuesto por variaciones de palabras portuguesas, españolas y holandesas–, pues ya estamos frente a una distinción. Y si a la sombrilla –las que, de cualquier forma, no escasean– la reemplazamos por un clásico watapana, alias divi-divi, simpático arbolito que se inclina de acuerdo a los mandatos de los vientos alisios que lo llevan siempre a mirar al mar, las precisiones aumentan.

Bien, basta de misterios. Hablamos de Aruba, también llamada, y con justicia, “La Isla Feliz”. Con una superficie total de 184 km2, se ubica en pleno corazón del Caribe, a apenas 20 kilómetros de la costa venezolana, y a salvo de la ruta tradicional de los huracanes. Junto a Bonaire y Curaçao (con quienes conforma las islas ABC), forma parte de las Antillas holandesas, aunque desde el 1º de enero de 1986 la nación se convirtió en un Estado aparte de los Países Bajos, con gobernador propio, aunque designado por la reina. Es por su historia como colonia, que las casitas que decoran las encantadoras calles de Oranjestad, su capital, exhiben estilos muy similares a los de Amsterdam, en la madre patria: de tipo señorial, con grandes pórticos y columnas, y ornamentaciones a la usanza europea.

Con una temperatura promedio de 28ºC, no hay lugar para el invierno en Aruba. Cualquier momento del año es el ideal para visitarla, ya sea solo –y disfrutar de una fiesta temática en alguno de sus 27 hoteles de lujo alineados en la orilla oeste cada noche–, en pareja –con románticas cenas a la luz de las estrellas en sus restaurantes sobre la playa– o en familia, y de esta forma disfrutar al máximo de las actividades bajo el océano o por encima de él.

Su historia
Aunque descubierta por los españoles en 1499, su extrema aridez y falta de recursos económicos los empujaron a clasificarla como una “isla inútil” y a abandonarla, llevándose consigo a sus habitantes originales para que trabajaran en las minas y plantaciones de Cuba y Jamaica. Pasó más de un siglo hasta que los holandeses entendieron que podía ser un punto de comercio estratégico y tomaron posesión de ella. Tiempo después, a principios del 1800, se descubrieron sus minas de oro, que para el siglo siguiente habían dejado de ser rentables. Poco importaba, porque simultáneamente llegó la industria petrolera que, junto a las plantaciones de aloe, dio un nuevo y renovado impulso económico a Aruba. Así llegaron a la isla inmigrantes venezolanos, norteamericanos, asiáticos y europeos, lo que le da ese exótico sabor a pueblo cosmopolita, pero que cohabita en plena armonía.

Quizás sea ésta la raíz de su heterogénea gastronomía, que incluye más de cien restaurantes de comida indonesa, japonesa, china, holandesa, cantonesa, italiana, argentina y, por supuesto, arubiana. Los platos locales se basan en fresca comida de mar, ya que el pescado es el principal componente de la dieta de la isla. A la parrilla, asado, al horno o frito, el atún, el mahi mahi, el wahoo o la barracuda se consiguen con pescadores locales asentados en áreas tranquilas y poco concurridas. Lo ideal es acompañarlo de una Balashi bien helada, la cerveza local, suave y con ese gustito a vacaciones que permite disfrutarla al máximo. Algunas recomendaciones, que no fallan, para deleitarse: Pinchos, con una ubicación inigualable en un muelle sobre el mar y Bloosoms, con deliciosos platos orientales preparados en el momento frente al comensal.

El turismo, del que hoy vive el 80 por ciento de sus 100 mil habitantes, no despuntó hasta bien entrado el siglo XX, con la llegada en 1957 del primer crucero de lujo, el Tradewinds. Desde entonces, la oferta de actividades no dejó de multiplicarse.

Corales. Los arrecifes de Arashi y Malmok son el paseo clásico al embarcarse en los catamaranes que parten de Oranjestad, la capital de Aruba. Se visita un barco hundido.

Vida acuática
Una isla es, justamente, un pedazo de tierra rodeada, de norte a sur y de este a oeste, por agua. De esta forma, la gran mayoría de los divertimentos –aunque no todos, vale aclarar– están ligados a ella.

Gracias a los constantes vientos alisios, la costa oeste –cuanto más al norte, mejor– es perfecta para deportes de viento. Desde temprano en la mañana, es posible ver a turistas y arubianos practicando parasailing, windsurf y kitesurf a pasitos del faro California. Nunca haber practicado antes estas disciplinas no es excusa suficiente, no sólo porque caerse al agua está lejos de ser un castigo, sino también porque varios puestos ofrecen, además de todo el equipamiento necesario, lecciones básicas o cursos completos por una tarifa de US$ 35 la hora.

Un poco más al centro, donde se alinean los lujosos complejos hoteleros, las aguas se vuelven aún más calmas, por lo que las familias con chicos las eligen como sus favoritas. Las opciones alcanzan para que cada día sea una aventura: paseos en banana boat (US$ 20), alquiler de lanchas (desde US$ 130 la media hora) o alquiler de jet ski (US$ 65 la media hora). Snorkel a bordo de un catamarán o buceo a 13 metros de profundidad son otras tentadoras opciones, para las que no hace falta preparación y se pueden realizar sin entrenamiento previo.

Un clásico de la Isla Feliz es el Atlantis, un submarino que desciende hasta 36 metros de profundidad y que, gracias a la increíble claridad del agua, ofrece un espectáculo de ciencia ficción. Enormes cardúmenes desfilan frente a las ventanillas durante los 60 minutos que dura la travesía, durante la cual se pasa frente a los naufragios de Mi Dushi I (en papiamento: “Mi Querida”) y Morgenster, además de arrecifes de coral repletos de vida marina.

Y si piensa que la oferta ya superó ampliamente sus expectativas, aguarde que aún queda más. El paseo de día completo a la Isla De Palm está entre los más populares: una estadía all inclusive, con restaurante, bar, equipos para practicar snorkel y su emocionante Sea Trek. ¿De qué se trata? Pues, simplemente de una pasarela de 114 metros de largo en la que todo lo que hay que hacer es respirar y caminar. Entonces, ¿cuál es la gracia? Sucede que la simple caminata se realiza a 9 metros de profundidad, con una moderna, aunque un poco pesada, escafandra. Bajo las cálidas aguas tropicales, los instructores tomarán su fotografía mientras usted alimenta a los peces u observa un avión naufragado.

La costa este, en cambio, casi no cuenta con infraestructura hotelera, sus playas son ideales para los solitarios y el mar es tan movido que los únicos que se le animan son surfistas con experiencia y ganas de nuevos desafíos.

La costa oeste de Aruba, cuanto más al norte mejor, es perfecta para practicar deportes de viento

En tierra firme
Pero el mar no lo rige todo en Aruba. Entre los numerosos tours que se realizan por la isla, se cuentan los safaris que llevan a toda la familia a bordo de una camioneta 4x4, en dirección norte de visita a su mariposario. Se trata de un jardín tropical con mariposas de todas partes del mundo. Amarillas, rojas o verdes, a rayas o con arabescos, si desea que se posen sobre usted, nada mejor que usar colores brillantes y perfumes dulces.

Lado B
Pero no todo son resorts de lujo en Aruba, sino que hay otra zona a la que, sin embargo, no todos se animan a llegar. Se trata justamente del lugar de residencia de aquellos que nos atienden tan cordialmente en los hoteles, restaurantes y demás actividades que realicemos durante las vacaciones. Allí es posible darse verdadera cuenta de que uno está en una isla del caribe: música, ritmo, color y alegría se palpan en las calles de San Nicolás, la segunda ciudad más grande después de Oranjestad.

Charlie’s Bar es, además del máximo ícono de la zona, un referente para artistas e intelectuales, que buscan allí a su musa inspiradora. Los mejores calamares frescos se sirven en este bar-restaurante que ya ha pasado por tres generaciones y se ha convertido en una especie de museo vivo, repleto de pinturas, mapas, fotos, billetes y demás artículos que cada visitante cuelga a piacere de paredes, techos o más bien, de dónde encuentre lugar.

Claro que siempre está la opción de no hacer nada de todo esto y simplemente gozar del mar, la playa la incansable buena energía de los arubianos. Como sea, en la Isla Feliz, viva la buena vida o, como se diría en papiamento: ¡biba lekker, y a gozar!

Buenas compras
Si Mujer bonita se hubiera filmado en Aruba, Julia Roberts no habría sentido la diferencia. Perfumes, las casas de los diseñadores más prestigiosos, cristales, porcelana inglesa y joyerías por doquier se ubican, uno tras otro, en la calle principal de Oranjestad, capital de Aruba.

Abundan los centros comerciales con vista al mar, cuyos locales permanecen abiertos entre las 8 y las 18 horas, aunque algunos cierran sus puertas durante el mediodía. Al ser puerto libre, las mercaderías importadas se encuentran a precios inmejorables, por lo que es una foto frecuente ver a cientos de mujeres ir y venir cargando cajas de zapatos o bolsas de ropa, como si en la tarea se les fuera la vida.

Si bien los principales hoteles y el aeropuerto Queen Beatrix también tienen sus almacenes –lo que podría solucionar de un plumazo el tema compras–, vale la pena visitar la zona comercial, ya que es un paseo en sí misma: frente al puerto de cruceros, entre compra y compra se puede ver a estos gigantes anclados, que apenas cae la noche encienden sus luces e iluminan las cálidas y tranquilas aguas caribeñas en las que se toman un descanso antes de volver a zarpar.

Camila Brailovsky (Desde Aruba)
Diario Perfil-Turismo
Fotos: Perfil

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