Las islas de Chiloé y sus bellísimos paisajes. Un territorio de singular identidad, con fantásticas historias y el intenso sabor de su cocina.
Esta extensa y desolada playa en la que rompen, furiosas, las olas del Pacífico sur, parece el sitio ideal para que aparezca el Caleuche, al que, aun sin atrevernos a decirlo expresamente, ansiamos ver. Pero no, parece que hoy tampoco se deja ver. Está sí esa densa bruma que confunde los contornos del mar y el cielo, están el silbido del viento, las constantes nubes que dejan ver el sol entre chaparrón y chaparrón y la silueta de los acantilados con los que la Cordillera de la Costa se zambulle en el mar. Y están los gaviotines, que los habitantes originales llamaban chelles y que, por su paso al castellano (chillwe quiere decir "lugar de chelles" en idioma mapudungun o mapuche) terminó dando nombre a esta tierra tan extraña como fascinante: Chiloé, en el extremo sur de Chile.
Tierra de brujos, leyendas y pescadores, de campesinos y corsarios, Chiloé es un hechizo de praderas verdes, fiordos y canales; un raro paisaje que remite a las colinas de Irlanda o de las highlands escocesas, al sur del Pacífico.
Para ser exactos, hay que decir que Chiloé no es una isla sino un archipiélago que, además de la Isla Grande, comprende un gran número de otras islas e islotes de menor tamaño, que hospedan en total unos 160 mil habitantes. Y albergan, sobre todo, una particular historia, una cultura muy propia -por la mezcla de tradiciones indígenas e hispánicas, por el medio ambiente insular, por el aislamiento en que vivió la zona por mucho tiempo- y una cantidad de leyendas y mitos que asombran por su originalidad y su inventiva.
Como la del Caleuche, ese barco fantasma que, dicen todos aquí, recorre permanentemente los fiordos y canales. Tiene aspecto de velero antiguo, es de color blanco, su cubierta principal está llena de luces, y en él se oye siempre música de fiesta. Para pasar desapercibido, puede transformarse en tronco de árbol, roca o animal marino, o navegar bajo el agua. Según la versión del mito, su tripulación está formada por los brujos de Chiloé, por los muertos en el mar, por esclavos o por quienes pactaron con los brujos para obtener riquezas.
En la Isla Grande
Es raro ver una ruta que siga derecho hasta hundirse -literalmente- en el mar. Pero es lo que pasa con la ruta 5 chilena, que nace bien al norte -límite con Perú- y recorre el país a modo de columna vertebral. Pero en el puerto de Pargua, frente a la Isla Grande de Chiloé, la lengua de asfalto se sumerge en el canal de Chacao. Allí atracan los ferries que cruzan este célebre canal -en otros tiempos temible para los navegantes, y escenario de más de un naufragio legendario-, para depositar, 35 minutos más tarde, autos, motos, colectivos, camiones y peatones en la otra orilla, donde la ruta 5 emerge de las aguas para seguir viaje hacia el sur.
Llegar a Chiloé al anochecer puede no ser recomendable si no se conoce la ruta -el tránsito de buses y camiones es intenso-, aunque puede ser una ventaja si se tiene la suerte, por ejemplo, de ver aparecer la luna tras la Cordillera de los Andes, reflejada mágicamente en las aguas. O llegar a última hora a una cabaña encaramada en la cima de una colina de las afueras de Castro, para contemplar las lucecitas tintineantes en el fiordo y sorprenderse con el paisaje de las primeras luces de la mañana: praderas verdes que se hunden en un mar azul surcado por coloridos barcos de pescadores, casas de madera como de cuento y esbeltas torres de iglesias -de madera, como todas las iglesias de la isla-. Aquí afortunadamente la modernidad parece haber llegado -asfalto, autos cero km, señal de celular en todos los rincones, bancos, servicios- suavemente, como con respeto, sin destruir lo que en tantos años logró conservarse.
Castro y los palafitos
La mayoría de los pueblos y ciudades del archipiélago se concentran en la Isla Grande, como Castro, que con cerca de 40 mil habitantes, es la capital de la provincia de Chiloé desde que, en 1982, le arrebató ese título a Ancud. Fundada en 1567 en la zona central de la isla, Castro es la tercera ciudad más antigua de Chile con existencia continuada, y su historia mezcla huilliches y chonos -habitantes originarios de la zona- con conquistadores españoles, jesuitas, franciscanos y piratas: en el año 1600, la población fue ocupada durante dos meses por el corsario holandés Baltazar de Cordes, para ser luego nuevamente arrasada por otro holandés: Hendrick Brouwer.
En Chiloé, además, se construyó la goleta Ancud, primer buque de guerra fabricado en Chile, que desde el archipiélgo partió para tomar posesión, en 1843, del Estrecho de Magallanes, a nombre de la naciente república. La tripulación, compuesta fundamentalmente por chilotes, fundó el Fuerte Bulnes, actual Punta Arenas.
Hoy, las callejuelas en subibaja de Castro concentran comercios y servicios, entre las clásicas construcciones en madera tapizadas con vistosas tejuelas de alerce, dotadas de balcones y miradores y pintadas de colores. El centro neurálgico es la plaza central, frente a la Iglesia de San Francisco -Patrimonio de la Humanidad-, cuyo templo primitivo fue destruido por un incendio en 1902 y reconstruido en 1912. Para protegerla, el exterior fue cubierto con chapas, pero su interior se conserva totalmente de madera -incluidos el vía crucis y los ornamentos-, y es deslumbrante. Sus torres se elevan a 42 metros de altura, y se ven desde varios km a la redonda.
Un encantador paseo es el que desanda la avenida Pedro Montt, a dos cuadras de la plaza pero varios metros más abajo, a orillas del mar. El paseo visita el puerto, la feria artesanal y los palafitos, singulares construcciones de madera sobre pilotes enterrados en el fondo del mar, que surgieron para aprovechar mejor la ribera durante la expansión comercial del siglo XIX, y de los que hoy sólo quedan algunos ejemplos en Castro y en Mechuque, una de las islas Chauques. Una bellísima postal de los palafitos, y del centro de Castro encaramado en la cima de la colina, se consigue desde la península de Ten-Ten, un par de km al norte.
Pero hay que ir atento, porque si a la vera del camino se aparece un hombre pequeño y deforme cuyas piernas terminan en muñones, porta un hacha de piedra o bastón de madera y luce un gorro cónico, es el Trauco. Este personaje mitológico, se dice, habita en los bosques cercanos a las casas y se dedica a enamorar a las mujeres, aunque no es tan atento con los hombres: con su aliento, puede dejarles la boca torcida o condenarlos a muerte.
El mercado de artesanías Lillo se luce con trabajos en madera, vistosos tejidos en lana y cestos y canastas hechos con fibras vegetales. Además, en el mercado del puerto se encuentra una gran variedad de mariscos, y los varios restaurantes de Castro son una buena opción para adentrarse en la rica gastronomía chilota, que utiliza la papa en casi todas sus versiones y se basa en mariscos, pescados y carnes de vacas, cerdos y corderos que se crían en el campo.
Durante el verano, y los domingos durante el resto del año, varios sitios ofrecen curanto en hoyo, el plato más típico de Chiloé. Se prepara en un hoyo en la tierra donde se colocan piedras calientes y, encima, donde se colocan piedras calientes y, encima, capas de pescados, mariscos, carnes, embutidos, vegetales y legumbres, cada capa separada por hojas de una planta típica llamada pangue o nalca o, en su defecto, de parra o repollo. Un espectáculo no sólo por su sabor, sino también por su larga y compleja preparación.
La ciudad de los tres pisos
La ruta 5 serpentea hacia el sur por lo alto de la meseta, y 15 km al sur de Castro, un desvío baja hasta Chonchi, un puerto conocido como "la ciudad de los tres pisos" por sus fuertes desniveles, con la llamativa iglesia celeste y amarilla de San Carlos de Borromeo, que hace equilibrio en la pendiente.
Cerca de Chonchi parte la ruta -asfaltada hace poco- que se interna 40 km hacia el oeste, hasta el Parque Nacional Chiloé, a orillas del Pacífico abierto. Desde el puesto de guardaparques parten senderos que se internan en el bosque valdiviano, una densa vegetación formada por árboles siempreverdes, arbustos y plantas trepadoras, donde habitan el pudú, uno de los ciervos más pequeños del mundo, y el zorro chilote o de Darwin, en peligro de extinción. Aquí está la extensa y desolada descripta playa en el comienzo de esta nota, que remite al fin del mundo.
Sólo 19 km al norte de Castro está Dalcahue, un encantador pueblo estirado sobre la costa, que deslumbra con la Iglesia de Nuestra Señora de Los Dolores y su portal de 9 arcos, Patrimonio de la Humanidad. Y una feria de más de cien años de tradición, donde los artesanos de las islas exhiben una gran variedad de tejidos de lana y artesanías en madera tallada.
El transbordador es el medio que todo el mundo utiliza para cruzar a la isla Quinchao -5 minutos de viaje-, con los vistosos poblados de Curaco de Velez -famoso por sus maestros carpinteros, constructores de casas y barcos- y Achao, con Santa María de Loreto, la más antigua de las iglesias chilotas que permanecen en pie, construida alrededor de 1730. En la corta avenida costanera se suceden restaurantes que, dicen, permiten saborear las mejores ostras de todo el archipiélago.
Brujerías
Hace miles de años, Chiloé era tierra firme, dice la leyenda. Hasta que apareció, desde sus dominios marinos, Caicai Vilu, la serpiente del mal, enemiga de la vida terrestre, e inundó el territorio. Entonces Tenten Vilu, la serpiente del bien, diosa de la tierra y la fecundidad, elevó el nivel de la tierra. Producto de esta lucha, que duró muchos años, los valles quedaron sepultados bajo el mar, y los cerros convertidos en bellas islas.
Este origen mitológico parece haber marcado a fuego la historia del lugar. Se dice, por ejemplo, que aún hoy la Fiscalía de Castro recibe de tanto en tanto denuncias por brujerías, una práctica que en Chiloé tiene una larga tradición, que se remonta a la llegada de los españoles, cuando la zona estaba habitada por chonos, cuncos y huilliches, quienes no abandonaron completamente sus ritos pese a adoptar el catolicismo. Muchos de estos mitos, así como los conocimientos sobre el uso de las plantas como medicina o veneno, se mantuvieron en secreto.
Y tanta fue su influencia que, en 1880, el gobernador de Chiloé decidió llevar a juicio a varios acusados de integrar "La Recta Provincia", una sociedad de brujos que regulaba la hechicería en el archipiélago, que contaba con numerosos integrantes y ejercía gran influencia entre los campesinos. Acusados y encarcelados varios de sus miembros, la brujería fue perdiendo poder oficialmente, pero sus mitos perduran hasta hoy en parte de la población.
Al sur del Parque Nacional Chiloé se extienden densos bosques que, para la mente del viajero ávido de leyendas, bien pueden ser el hábitat perfecto para el Trauco, el Invunche, la Fiura, la Voladora o la Viuda, entre muchos otros personajes mitológicos.
Más al sur, la larga ruta 5 encuentra su fin en Quellón, ciudad fundada en 1905 por una compañía que extraía alcohol de la madera de los bosques. Hoy es el principal puerto de la Isla Grande, base de la poderosa industria salmonera y de la extracción de productos de mar. Habría que ver si los tripulantes del Caleuche acuerdan con el fuerte desarrollo industrial que, a partir del famoso salmón del Pacífico, está adquiriendo este mítico archipiélago.
Independencia y cultura propia
La isla de Chiloé, para muchos, poco tiene que ver con el resto de Chile. Sus fiordos, su arquitectura, sus mitos y creencias son absolutamente únicos, lo cual no sorprende, ya que su historia también es diferente. Los movimientos independentistas de comienzos del siglo XIX fueron entusiastamente abrazados por los criollos, hartos del monopolio español y de la rígida administración colonial. Chile formalmente se independizó en 1818, pero Chiloé prefirió seguirle siendo leal al rey de España. Durante seis años, fracasaron tres invasiones a la isla por parte de Lord Cochrane, del capitán Ramón Freire y del general Beauchef, y recién en 1826 Chiloé capituló. Esta resistencia le valió a sus habitantes, los chilotes, cien años de olvido por parte del gobierno central. Esta insularidad y atraso, sin embargo, crearon una identidad propia en la zona, que aún perdura. En efecto, los chilotes conservaron sus mitos, la vieja tradición brujeril y las costumbres de reunirse alrededor de la cocina a leña y recoger mariscos -mariscar- cuando baja la marea. A pesar de que se habla de construir un puente para unir la isla con el continente -proyecto algo quimérico debido a su enorme costo-, el chilote prefiere seguir como está, viviendo su propia cultura y sin las "invasiones" turísticas de la posmodernidad.
Datos útiles
Como Llegar
LAN Chile de Bs. As. a Puerto Montt (vía Santiago), US$ 649.
Bus de P. Montt a Castro (4 hs), aprox. US$ 9 (incluye ferry).
Cruce en ferry de Pargua a Chacao, aprox. US$ 12 por vehículo.
Información
www.chiloe.cl
www.chiloeweb.com
www.proturchiloe.co.cl
www.trayenchiloe.cl
Clarín - Viajes
Fotos: Web
Esta extensa y desolada playa en la que rompen, furiosas, las olas del Pacífico sur, parece el sitio ideal para que aparezca el Caleuche, al que, aun sin atrevernos a decirlo expresamente, ansiamos ver. Pero no, parece que hoy tampoco se deja ver. Está sí esa densa bruma que confunde los contornos del mar y el cielo, están el silbido del viento, las constantes nubes que dejan ver el sol entre chaparrón y chaparrón y la silueta de los acantilados con los que la Cordillera de la Costa se zambulle en el mar. Y están los gaviotines, que los habitantes originales llamaban chelles y que, por su paso al castellano (chillwe quiere decir "lugar de chelles" en idioma mapudungun o mapuche) terminó dando nombre a esta tierra tan extraña como fascinante: Chiloé, en el extremo sur de Chile.
Tierra de brujos, leyendas y pescadores, de campesinos y corsarios, Chiloé es un hechizo de praderas verdes, fiordos y canales; un raro paisaje que remite a las colinas de Irlanda o de las highlands escocesas, al sur del Pacífico.
Para ser exactos, hay que decir que Chiloé no es una isla sino un archipiélago que, además de la Isla Grande, comprende un gran número de otras islas e islotes de menor tamaño, que hospedan en total unos 160 mil habitantes. Y albergan, sobre todo, una particular historia, una cultura muy propia -por la mezcla de tradiciones indígenas e hispánicas, por el medio ambiente insular, por el aislamiento en que vivió la zona por mucho tiempo- y una cantidad de leyendas y mitos que asombran por su originalidad y su inventiva.
Como la del Caleuche, ese barco fantasma que, dicen todos aquí, recorre permanentemente los fiordos y canales. Tiene aspecto de velero antiguo, es de color blanco, su cubierta principal está llena de luces, y en él se oye siempre música de fiesta. Para pasar desapercibido, puede transformarse en tronco de árbol, roca o animal marino, o navegar bajo el agua. Según la versión del mito, su tripulación está formada por los brujos de Chiloé, por los muertos en el mar, por esclavos o por quienes pactaron con los brujos para obtener riquezas.
En la Isla Grande
Es raro ver una ruta que siga derecho hasta hundirse -literalmente- en el mar. Pero es lo que pasa con la ruta 5 chilena, que nace bien al norte -límite con Perú- y recorre el país a modo de columna vertebral. Pero en el puerto de Pargua, frente a la Isla Grande de Chiloé, la lengua de asfalto se sumerge en el canal de Chacao. Allí atracan los ferries que cruzan este célebre canal -en otros tiempos temible para los navegantes, y escenario de más de un naufragio legendario-, para depositar, 35 minutos más tarde, autos, motos, colectivos, camiones y peatones en la otra orilla, donde la ruta 5 emerge de las aguas para seguir viaje hacia el sur.
Llegar a Chiloé al anochecer puede no ser recomendable si no se conoce la ruta -el tránsito de buses y camiones es intenso-, aunque puede ser una ventaja si se tiene la suerte, por ejemplo, de ver aparecer la luna tras la Cordillera de los Andes, reflejada mágicamente en las aguas. O llegar a última hora a una cabaña encaramada en la cima de una colina de las afueras de Castro, para contemplar las lucecitas tintineantes en el fiordo y sorprenderse con el paisaje de las primeras luces de la mañana: praderas verdes que se hunden en un mar azul surcado por coloridos barcos de pescadores, casas de madera como de cuento y esbeltas torres de iglesias -de madera, como todas las iglesias de la isla-. Aquí afortunadamente la modernidad parece haber llegado -asfalto, autos cero km, señal de celular en todos los rincones, bancos, servicios- suavemente, como con respeto, sin destruir lo que en tantos años logró conservarse.
Castro y los palafitos
La mayoría de los pueblos y ciudades del archipiélago se concentran en la Isla Grande, como Castro, que con cerca de 40 mil habitantes, es la capital de la provincia de Chiloé desde que, en 1982, le arrebató ese título a Ancud. Fundada en 1567 en la zona central de la isla, Castro es la tercera ciudad más antigua de Chile con existencia continuada, y su historia mezcla huilliches y chonos -habitantes originarios de la zona- con conquistadores españoles, jesuitas, franciscanos y piratas: en el año 1600, la población fue ocupada durante dos meses por el corsario holandés Baltazar de Cordes, para ser luego nuevamente arrasada por otro holandés: Hendrick Brouwer.
En Chiloé, además, se construyó la goleta Ancud, primer buque de guerra fabricado en Chile, que desde el archipiélgo partió para tomar posesión, en 1843, del Estrecho de Magallanes, a nombre de la naciente república. La tripulación, compuesta fundamentalmente por chilotes, fundó el Fuerte Bulnes, actual Punta Arenas.
Hoy, las callejuelas en subibaja de Castro concentran comercios y servicios, entre las clásicas construcciones en madera tapizadas con vistosas tejuelas de alerce, dotadas de balcones y miradores y pintadas de colores. El centro neurálgico es la plaza central, frente a la Iglesia de San Francisco -Patrimonio de la Humanidad-, cuyo templo primitivo fue destruido por un incendio en 1902 y reconstruido en 1912. Para protegerla, el exterior fue cubierto con chapas, pero su interior se conserva totalmente de madera -incluidos el vía crucis y los ornamentos-, y es deslumbrante. Sus torres se elevan a 42 metros de altura, y se ven desde varios km a la redonda.
Un encantador paseo es el que desanda la avenida Pedro Montt, a dos cuadras de la plaza pero varios metros más abajo, a orillas del mar. El paseo visita el puerto, la feria artesanal y los palafitos, singulares construcciones de madera sobre pilotes enterrados en el fondo del mar, que surgieron para aprovechar mejor la ribera durante la expansión comercial del siglo XIX, y de los que hoy sólo quedan algunos ejemplos en Castro y en Mechuque, una de las islas Chauques. Una bellísima postal de los palafitos, y del centro de Castro encaramado en la cima de la colina, se consigue desde la península de Ten-Ten, un par de km al norte.
Pero hay que ir atento, porque si a la vera del camino se aparece un hombre pequeño y deforme cuyas piernas terminan en muñones, porta un hacha de piedra o bastón de madera y luce un gorro cónico, es el Trauco. Este personaje mitológico, se dice, habita en los bosques cercanos a las casas y se dedica a enamorar a las mujeres, aunque no es tan atento con los hombres: con su aliento, puede dejarles la boca torcida o condenarlos a muerte.
El mercado de artesanías Lillo se luce con trabajos en madera, vistosos tejidos en lana y cestos y canastas hechos con fibras vegetales. Además, en el mercado del puerto se encuentra una gran variedad de mariscos, y los varios restaurantes de Castro son una buena opción para adentrarse en la rica gastronomía chilota, que utiliza la papa en casi todas sus versiones y se basa en mariscos, pescados y carnes de vacas, cerdos y corderos que se crían en el campo.
Durante el verano, y los domingos durante el resto del año, varios sitios ofrecen curanto en hoyo, el plato más típico de Chiloé. Se prepara en un hoyo en la tierra donde se colocan piedras calientes y, encima, donde se colocan piedras calientes y, encima, capas de pescados, mariscos, carnes, embutidos, vegetales y legumbres, cada capa separada por hojas de una planta típica llamada pangue o nalca o, en su defecto, de parra o repollo. Un espectáculo no sólo por su sabor, sino también por su larga y compleja preparación.
La ciudad de los tres pisos
La ruta 5 serpentea hacia el sur por lo alto de la meseta, y 15 km al sur de Castro, un desvío baja hasta Chonchi, un puerto conocido como "la ciudad de los tres pisos" por sus fuertes desniveles, con la llamativa iglesia celeste y amarilla de San Carlos de Borromeo, que hace equilibrio en la pendiente.
Cerca de Chonchi parte la ruta -asfaltada hace poco- que se interna 40 km hacia el oeste, hasta el Parque Nacional Chiloé, a orillas del Pacífico abierto. Desde el puesto de guardaparques parten senderos que se internan en el bosque valdiviano, una densa vegetación formada por árboles siempreverdes, arbustos y plantas trepadoras, donde habitan el pudú, uno de los ciervos más pequeños del mundo, y el zorro chilote o de Darwin, en peligro de extinción. Aquí está la extensa y desolada descripta playa en el comienzo de esta nota, que remite al fin del mundo.
Sólo 19 km al norte de Castro está Dalcahue, un encantador pueblo estirado sobre la costa, que deslumbra con la Iglesia de Nuestra Señora de Los Dolores y su portal de 9 arcos, Patrimonio de la Humanidad. Y una feria de más de cien años de tradición, donde los artesanos de las islas exhiben una gran variedad de tejidos de lana y artesanías en madera tallada.
El transbordador es el medio que todo el mundo utiliza para cruzar a la isla Quinchao -5 minutos de viaje-, con los vistosos poblados de Curaco de Velez -famoso por sus maestros carpinteros, constructores de casas y barcos- y Achao, con Santa María de Loreto, la más antigua de las iglesias chilotas que permanecen en pie, construida alrededor de 1730. En la corta avenida costanera se suceden restaurantes que, dicen, permiten saborear las mejores ostras de todo el archipiélago.
Brujerías
Hace miles de años, Chiloé era tierra firme, dice la leyenda. Hasta que apareció, desde sus dominios marinos, Caicai Vilu, la serpiente del mal, enemiga de la vida terrestre, e inundó el territorio. Entonces Tenten Vilu, la serpiente del bien, diosa de la tierra y la fecundidad, elevó el nivel de la tierra. Producto de esta lucha, que duró muchos años, los valles quedaron sepultados bajo el mar, y los cerros convertidos en bellas islas.
Este origen mitológico parece haber marcado a fuego la historia del lugar. Se dice, por ejemplo, que aún hoy la Fiscalía de Castro recibe de tanto en tanto denuncias por brujerías, una práctica que en Chiloé tiene una larga tradición, que se remonta a la llegada de los españoles, cuando la zona estaba habitada por chonos, cuncos y huilliches, quienes no abandonaron completamente sus ritos pese a adoptar el catolicismo. Muchos de estos mitos, así como los conocimientos sobre el uso de las plantas como medicina o veneno, se mantuvieron en secreto.
Y tanta fue su influencia que, en 1880, el gobernador de Chiloé decidió llevar a juicio a varios acusados de integrar "La Recta Provincia", una sociedad de brujos que regulaba la hechicería en el archipiélago, que contaba con numerosos integrantes y ejercía gran influencia entre los campesinos. Acusados y encarcelados varios de sus miembros, la brujería fue perdiendo poder oficialmente, pero sus mitos perduran hasta hoy en parte de la población.
Al sur del Parque Nacional Chiloé se extienden densos bosques que, para la mente del viajero ávido de leyendas, bien pueden ser el hábitat perfecto para el Trauco, el Invunche, la Fiura, la Voladora o la Viuda, entre muchos otros personajes mitológicos.
Más al sur, la larga ruta 5 encuentra su fin en Quellón, ciudad fundada en 1905 por una compañía que extraía alcohol de la madera de los bosques. Hoy es el principal puerto de la Isla Grande, base de la poderosa industria salmonera y de la extracción de productos de mar. Habría que ver si los tripulantes del Caleuche acuerdan con el fuerte desarrollo industrial que, a partir del famoso salmón del Pacífico, está adquiriendo este mítico archipiélago.
Independencia y cultura propia
La isla de Chiloé, para muchos, poco tiene que ver con el resto de Chile. Sus fiordos, su arquitectura, sus mitos y creencias son absolutamente únicos, lo cual no sorprende, ya que su historia también es diferente. Los movimientos independentistas de comienzos del siglo XIX fueron entusiastamente abrazados por los criollos, hartos del monopolio español y de la rígida administración colonial. Chile formalmente se independizó en 1818, pero Chiloé prefirió seguirle siendo leal al rey de España. Durante seis años, fracasaron tres invasiones a la isla por parte de Lord Cochrane, del capitán Ramón Freire y del general Beauchef, y recién en 1826 Chiloé capituló. Esta resistencia le valió a sus habitantes, los chilotes, cien años de olvido por parte del gobierno central. Esta insularidad y atraso, sin embargo, crearon una identidad propia en la zona, que aún perdura. En efecto, los chilotes conservaron sus mitos, la vieja tradición brujeril y las costumbres de reunirse alrededor de la cocina a leña y recoger mariscos -mariscar- cuando baja la marea. A pesar de que se habla de construir un puente para unir la isla con el continente -proyecto algo quimérico debido a su enorme costo-, el chilote prefiere seguir como está, viviendo su propia cultura y sin las "invasiones" turísticas de la posmodernidad.
Datos útiles
Como Llegar
LAN Chile de Bs. As. a Puerto Montt (vía Santiago), US$ 649.
Bus de P. Montt a Castro (4 hs), aprox. US$ 9 (incluye ferry).
Cruce en ferry de Pargua a Chacao, aprox. US$ 12 por vehículo.
Información
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Clarín - Viajes
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