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viernes, 26 de octubre de 2012

Diez islas donde naufragar a gusto


Si hay que perderse en una isla que sea en alguna de éstas no precisamente desiertas, sino con todos los servicios y notables playas

Gary McKechnie, del sitio Budget Travel, recorrió el planeta con la envidiable misión de identificar las diez islas inigualables, aquellas que ofrezcan algo que no se pueda encontrar en ningún otro lugar del mundo. Regresó a casa y escribió esta lista.


Bali, Indonesia
Desde que la película Eat, Love and Pray la lanzó al estrellato como el lugar para encontrar el amor, esta isla se la reconoce como la isla de los dioses. La cálida esencia espiritual que descubrió ahí la escritora Elizabeth Gilbert ha sido una de las características más fuertes de Bali durante siglos.

Es una de las 17.000 islas en el archipiélago indonesio y la única en la que la población es de mayoría hindú (93%). A los interesados en explorar su espiritualidad podría agradarles Nirarta Centre, un hotel de once habitaciones en medio de terrazas de arroz y jardines que realiza sesiones diarias de meditación. Después de encontrar ahí tu centro, puedes canalizar energía en caminatas por la selva y en sesiones de buceo y surf con olas impresionantes, en playas donde hay arena blanca y fina así como negra y volcánica.


Vieques, Puerto Rico
Es única por poseer la bahía bioluminiscente más cristalina del mundo. Hasta el momento, sólo hay unos cuantos centros turísticos grandes como los de la isla principal de Puerto Rico. En lugar de eso encontrarás alojamientos acogedores como el Great Escape B&B, con un nombre que le va a la perfección y donde se sirve el desayuno junto a la piscina.

Playa de la Chiva atrae a los aficionados al buceo y el snorkel durante el día, pero el verdadero motivo por el que Vieques debe estar en tu lista de lugares para visitar antes de morir es Puerto Mosquito. De las siete bahías bioluminiscentes del planeta, Puerto Mosquito es la más impresionante, gracias a la claridad y brillo de sus aguas. Programá la visita una noche sin luna para ir a nadar o dar un recorrido en kayak y serás recibido por miles de millones de microorganismos llamados dinoflagelados, que iluminan el agua con un mágico brillo verde azulado.


Isla de Pascua, Chile
Con la masa continental más cercana, Chile, a más de 3500 kilómetros, la Isla de Pascua es tan remota como misteriosa. Nadie sabe con exactitud por qué hay alrededor de 900 monolitos de piedra gigantescos esparcidos por esta aislada franja de tierra con una superficie de 160 kilómetros cuadrados en medio del Pacífico Sur.

Durante varios cientos de años, los monolitos de la isla, llamados moáis, han sido centinelas silenciosos incluso al tiempo que la civilización que los creó colapsó y fue seguida por un flujo constante de turistas. Un punto particularmente atractivo es Rano Raraku, el volcán colapsado en el que se tallaron muchos de los moáis y donde todavía hay casi 400 figuras, todas en diferentes etapas de creación. La isla tiene un solo poblado, Hanga Roa, donde uno se puede alojar en el Vai Moana, discreto hotel con 18 habitaciones en bungalows.


Palm Islands, Dubai
Es el archipiélago más grande creado por el hombre. La naturaleza crea y destruye islas todos los días, pero se necesitó un flujo sobrenatural de efectivo y crédito para crear lo que los urbanistas esperan que sea el archipiélago permanente de Palm Islands.

Cada obra en desarrollo está diseñada para atraer a los turistas, que pueden proporcionar una fuente renovable de ingresos (aun mejor que los combustibles fósiles). Si todo sale bien, las tres islas serán el foco principal de Dubai y se convertirán en un conjunto importante de spa, centros turísticos, residencias de lujo, villas y centros comerciales en Medio Oriente.


Chiloé, Chile
Aunque el exuberante archipiélago de Chiloé, cubierto de nubes, se encuentra frente a la costa occidental de Chile, su historia, sus costumbres e idioma se parecen poco a los de su territorio continental, o a cualquier otro lado en el mundo, debido a su aislamiento. Los agricultores locales han transmitido una mitología de gnomos y de bosques llenos de brujas y barcos fantasma.

En la ciudad de Castro, en el centro de Chiloé, se puede pedir un humeante curanto (mariscos, carne y papa) y darle un vistazo a las artesanías de madera y coloridas prendas de vestir de lana chilena. Los residentes aún viven en los tradicionales palafitos (casas construidas en pilares sobre cuerpos de agua). Los misioneros jesuitas, que llegaron en pequeñas cantidades durante el siglo XVII, usaron materiales y técnicas de construcción locales para crear capillas exquisitas.



Bora Bora, Polinesia
Para alojarse en bungalows sobre el agua. Bora Bora es quizá la isla idílica más famosa del mundo. Incluso el novelista James Michener, que escribió grandes épicas ambientadas en el Pacífico Sur y más allá, la nombró la isla más hermosa del mundo. Centros turísticos de lujo y extremadamente caros a lo largo de la costa occidental -así como varias posadas y propiedades vacacionales para alquilar- presentan bungalows de techo de paja, construidos sobre pilares encima de cuerpos de agua poco profundos y cristalinos.


Cayo Hueso, EE.UU
Aquí está Margaritaville, la utopía de Jimmy Buffett. Un estilo de vida relajado y playero aunado a una escena artística llamativa dan como resultado un atractivo único en esta isla de tierras bajas (altitud máxima: 5,5 metros).

Las playas de arena natural son sorprendentemente raras en la isla, pero lo más llamativo es explorar el único arrecife de coral vivo en América del Norte y disfrutar la compañía de una colección de 400 especies de peces tropicales en tonos Technicolor. Sería una lástima pasar ese tiempo en tierra. Ya en la superficie se puede ir a Mallory Square para ver a los artistas callejeros durante el evento Sunset Celebration, que se realiza todos los días.


Penang, Malasia
Posee una singular fusión de culturas y sabores de Malasia. Vale la pena comenzar por probar comida en los puestos que llenan las calles de Georgetown, la ciudad más grande de Penang y capital gastronómica de Malasia. La exquisita variedad de comida que se ofrece mezcla memorablemente sabores malayos, chinos, indios y europeos. Los aficionados a la gastronomía que busquen una dicha suprema deberán dirigirse al mercado Ayer Itam -junto a Kek Lok Si, el Templo de la Dicha Suprema, justamente- para disfrutar de una diversidad de platillos basados en arroz, fideos, pescado, mariscos, pollo, cerdo, verduras, huevo y coco. A esto se suman centros turísticos en la playa, reservas de manglares, pequeñas aldeas pesqueras y varios templos, mezquitas e iglesias.


Las Galápagos
Para seguir los revolucionarios (y evolutivos) pasos de Charles Darwin. La tortuga que lleva el mismo nombre de las islas es sólo uno de los motivos para visitar este archipiélago habitado por más de 500 espectaculares especies nativas que no se pueden encontrar en ningún otro lado del mundo. Charles Darwin visitó el lugar en 1835 y eso despertó su curiosidad, lo que lo llevó a escribir su importante libro y realizar la observación de que estas islas son el laboratorio de la evolución.

La vida terrestre es sólo la mitad de la ecuación, así que hay que llevar máscara de buceo, tubo de snorkel y traje acuático.

Fuente: El Nuevo Día
Imagenes: Web

sábado, 15 de septiembre de 2012

Polinesia: La postal perfecta

 

 
A muchos destinos se los compara con el paraíso, pero pocos hacen tanto como este archipiélago colonizado por los franceses para merecer el título, con sus tonos turquesa, su clima amable y, claro, sus famosos bungalows sobre el agua
 
Papeete: La sonrisa amplia deja al descubierto una dentadura blanquísima que acompaña el cantito del saludo al recién llegado: ¡Maeva! (bienvenido, en tahitiano). Mientras reparten collares de tiare (flor nacional, blanca y con un aroma similar al jazmín y la gardenia) y con el sonido de los ukeleles de fondo, guías de distintas cadenas hoteleras se apuran para reunir a los huéspedes. Un ritual que se repetirá en cada uno de los destinos de este recorrido por algunas de las 118 islas que forman parte de la Polinesia Francesa, paraíso perdido en medio del Pacífico.
 
Casi como una reacción espontánea, apenas se pisa el aeropuerto de Papeete (capital de Tahití, la más grande del archipiélago de Sociedad) el estrés urbano se estaciona en cero y se sabe que en adelante la mejor estrategia será dejarse llevar por lo que la naturaleza (y el confort, claro) dicte. Infinidad de aromas, un abanico de colores pocas veces visto y sabores que nuestro paladar apenas conoce confirman todas las imágenes que la mente recrea cuando se piensa en un viaje a uno de los lugares más soñados y deseados del planeta.
 
Sin el glamour ni la tranquilidad de las demás islas que la rodean, Papeete es el punto obligado cuando se llega a la Polinesia y el centro neurálgico de su vida económica y social.
Luego de un vuelo de 15 horas (con escala en la chilena Isla de Pascua ), lo más aconsejable es planificar aquí un par de días, al menos para quienes deseen un acercamiento inicial con la cultura y la vida de los polinesios. Primer dato alentador: no importa si estamos en invierno o verano, las temperaturas serán siempre estables (entre 24°C y 27°C). Lo que diferencia a una estación de otra es la variación de la humedad ambiente. Es decir, se recomienda ropa liviana en la valija y buenas dosis de protector solar.
 
Con una seguidilla de locales de moda y puestos de comida al paso, el centro comercial de la isla no difiere del de cualquier ciudad pequeña. El punto de mayor interés es el mercado central. Dentro de un gran galpón se puede comprar fruta fresca, algunas especies, tes y, sobre todo, aceites corporales ( monoï ) de vainilla, coco y tiare. Si va en busca de las preciadas perlas negras, no se deje tentar por los puestos en la calle, haga el esfuerzo y visite algunas de las innumerables joyerías que rodean el mercado. Allí encontrará variedad de modelos y precios (unos 80 dólares las más pequeñas) y garantía certificada.
 
Después de las compras de rigor es hora de conocer la isla. La propuesta se aleja del mar: una visita al corazón de la isla a bordo de un Jeep todoterreno que toma velocidad y se pierde por las rutas que rodean al valle Papenoo, a 17 kilómetros de la ciudad. Al volante está Arnold Luccioni, nacido en otra isla, Córcega , y que como tantos franceses que se encontrarán durante el viaje desembarcó en la Polinesia con la idea de una mejor vida. La travesía incluye una visita a un marae (templo religioso del siglo XII), hoy en desuso, pero en el que muchos aún dejan alimentos y flores como ofrendas. "Para estos cultos religiosos, la cabeza es la parte más importante del cuerpo. Por eso se las cortan a los muertos y las esconden en cuevas", dice Arnold, mientras enseña en su smartphone algunas fotos de extremidades que descubrió monte arriba.
 
Detalles al margen, el tour continúa por caminos zigzagueantes, cascadas que asoman entre paredes rocosas y vegetación de todo tipo y color. Para el almuerzo, nada como los frutos típicos: mangos, ananá, coco y una especie de pomelo que a la vista se asemeja a un limón gigante, pero que en la boca se siente carnoso y muy, muy dulce.
 
 
Sobre el agua
En la Polinesia, las distancias entre una isla y otra se resuelven en tramos aéreos de no más de una hora. De Taihití a Raiatea, Air Tahiti demora unos 40 minutos en un vuelo con una tarifa de 23 mil francos polinesios (unos 270 dólares). Apenas aterriza el avión y a pocos metros de la pista, una pequeña lancha espera la llegada de los huéspedes del hotel Le Tahaa Island Resort & Spa , en la isla de Tahaa. Al llegar asoma una nueva postal de ensueño: el sol que cae sobre el muelle, los saludos de rigor y la escolta hasta los bungalows enclavados en la laguna que dejan a todos con la boca abierta.
 
Cuando se abre la puerta se descubre una amplísima habitación de madera con una inmensa cama y la atracción principal: una mesa de vidrio que deja ver el agua cristalina y los peces bajo nuestros pies. Afuera, un deck que permite bajar a darse un chapuzón y contemplar el cielo más estrellado que jamás se haya visto. Momento ideal para destapar una heladísima Hinano , cerveza típica del lugar que tiene una vahine (o diosa popular) dibujada en su etiqueta.
 
El día en Tahaa transcurre en la playa (en general son pequeñas, no fantasee con extensísimas porciones de arena), en alguna excursión lacustre o en el spa. En el del Le Tahaa Island Resort se puede tomar un masaje de media hora por 120 dólares (sí, nada en la Polinesia es accesible) y uno de dos horas y media para dos personas, por 800.
 
Para los que quieren salir del clásico programa de resort y probar algún plan alternativo y más exótico, una opción es hospedarse en un yate de lujo para recorrer las islas. La embarcación Senso, de la flota de Tahiti Yacht Charter , ofrece tres noches con tres posibles itinerarios por 1600 dólares. La tarifa incluye el servicio a bordo de tres tripulantes y el uso de todas las instalaciones de este bungalow de vela (cuatro cabinas dobles con baños privados, un amplio espacio interior que oficia de comedor y tres salas externas). En este recorrido, el almuerzo se sirve en la cubierta del Senseo, con vino blanco helado descansando en la frapera y un carpaccio de atún rojo con ensaladas como manjar principal. Más tarde, descanso al sol sobre un sillón inflable que se deja llevar por el agua. Nada mal.
 
 
 
El paraíso en la otra esquina
Cuando se sobrevuela Bora Bora se comprueba lo que ya nos habían adelantado apenas llegados a Tahití: que el agua que rodea a la isla tiene al menos quince tonalidades de azul. La variedad de colores se intensifica como en una paleta de pintor a medida que la laguna (cubierta de arrecifes) se acerca al mar abierto. Y se entiende por qué este fue el lugar que enamoró a Paul Gauguin durante los últimos años de su vida.
 
Es uno de los lugares más visitados por los turistas de todo el mundo y el destino obligado de los recién casados que llegan a la Polinesia. El increíble paisaje y la hotelería internacional aseguran que la estada no será una más.
 
A la mañana siguiente continúa la aventura. Esta vez, el clásico y tan temido paseo: nadar entre tiburones. "Para nosotros, son como perros. No tan amistosos, pero si no se los molesta, no muerden", suelta entre risas Tuterai, un polinesio veinteañero que se proclama campeón de kitesurf de la Polinesia y que será el responsable de semejante plan. Pero su confianza no contagia demasiado cuando nos espera una jornada rodeados de escualos.
 
La pequeña lancha bordea la isla, pasa cerca del monte Otemanu, el más alto y una especie de vigía enclavado en medio de la laguna. Cuando llega al océano apaga su motor. Silencio. La sonrisa de nuestro capitán despierta apenas nuestras muecas nerviosas. Estamos apenas sobre ocho metros de profundidad. Tuterai saca una bolsa repleta de sardinas y comienza a arrojarlas al agua para llamar la atención de las principales atracciones del paseo. En pocos segundos se asoman al ras del agua dos. cuatro. seis aletas.
 
Enseguida se suman muchas más. Es hora de calzarse las patas de rana, invocar a alguna deidad (si es del mar, mucho mejor) y zambullirse. El agua es cálida, transparente. Sumergidos y con el snorkel puesto el espectáculo se ve como un documental de la National Geographic en 3D. Los compañeros de la travesía parecen suspendidos en el agua mientras los rodea un cardumen de tiburones que en su mayoría no superan el metro de distancia. Salvo por el gris que nada en el fondo y que por el tamaño resulta más amenazante.
 
Sanos y salvos, es el turno de navegar hacia donde habitan las rayas. El agua no llega al metro y medio de profundidad y la adrenalina parece no dejar de crecer. Si bien no hay riesgo de mordeduras, las largas colas de las rayas que terminan en una especie de aguijón es razón suficiente para mirarlas con respeto. Aunque no es lo mismo que piensa Tuterai, quien las alimenta como si se tratara de pececitos domésticos, las toma con sus manos y las desliza por el cuerpo de algún turista desprevenido.
 
 
 
Las olas y el viento
Rangiroa no es una isla. Es el atolón más grande de la Polinesia, situado a una hora del aeropuerto de Bora Bora, y que visto desde el avión (o en el Google Earth) dibuja un anillo imperfecto de coral que rodea a una laguna interna en el archipiélago de Tuamotu. Aquí la vegetación se ve más agreste y el plan para el visitante incluye relax al máximo y horas bajo el agua para los amantes del buceo.
 
Después de un descanso en las suites del Kia Ora Resort , uno de los pocos hoteles del lugar (en su mayoría el alojamiento es en hosterías y pensiones), vuelven las emociones fuertes. A bordo de su pequeña embarcación Marcelo, un nativo de risa fácil y con buena parte de su cuerpo tatuado (el tatuaje forma parte esencial de la cultura de los polinesios), corta las olas de un mar embravecido por el viento. No va a ser un viaje fácil y como bien lo dicta la conciencia, vale para el caso una dosis de Dramamine que amortigüe el peso de las olas sobre la boca del estómago.
 
Una hora después de interminables sacudidas la llegada olvida cualquier percance. La Laguna azul es el lugar elegido para almorzar y para pasar la tarde. Una pequeñísima isla donde en ese momento somos sus únicos habitantes y donde el color de su nombre se refleja en el agua y en un cielo despejadísimo. Mientras prepara el almuerzo, Marcelo nos propone una caminata hasta la Isla de los Pájaros. Calzados con ojotas para nos lastimarse los pies con los corales bajo el agua, el paseo dura unas dos horas en total. De regreso, pescado y pollo cocido a las brasas y la caída del sol que anticipa que el viaje llegó casi a su punto final. Por delante, un viaje de vuelta tan intenso como la ida.
Bora Bora, la isla del tesoro para los enamorados
 
Bora Bora es uno de los destinos más visitados por mieleros y parejas de todo el mundo. Se calcula que el 70% de hospedaje en los hoteles es de recién casados. Y si bien muchos lugares cuentan con un kid's club, no es recomendable pensar en este lugar para vacacionar con la familia completa o con amigos. Para los que buscan una estada a puro romanticismo y para los que acaban de pasar por el altar o quieren repetir el Sí, quiero, los principales hoteles ofrecen planes especiales.
 
El hotel Intercontinental cuenta con su propia capilla, con vista al Otemanu, en la que se puede celebrar una ceremonia al estilo polinesio con todos los aditamentos que los novios sugieran. En Le Meridien, las parejas cruzan en una balsa desde la capilla del hotel hasta la playa, donde músicos y bailarines los cortejan hasta un pequeño crucero que los lleva a ver la puesta del sol. En el St Regis, como en la mayoría de los establecimientos cinco estrellas, se puede recibir el desayuno en el bungalow que acercan en piraguas y cuentan con una piscina romántica sólo para que la usen los adultos.
 
 
DATOS UTILES
Como Llegar
Lan. Vuela todas las semanas a Papeete. El tramo incluye una escala de una hora en la Isla de Pascua. Sale los lunes desde Ezeiza, a las 13.20, con combinación en Santiago, Chile, hacia Papeete. Regresa los martes, a las 0.20. La tarifa ida y vuelta en Economy es de 2157 dólares y en Premium Business, 3500. La clase Premium Business cuenta con asientos full flat totalmente reclinabes en 180°, paneles divisorios para mayor privacidad y sistema de entretenimiento con una oferta de 32 películas y 55 canales de series y documentales.
 
Alojamiento
Papeete . Le Meridien. La cadena tiene su hotel a unos veinte minutos del aeropuerto. Como la mayoría de los cinco estrellas de la Polinesia, cuenta con habitaciones cerca de la playa o sobre el agua. Las tarifas más económicas van desde los 600 dólares la noche.
 
Tahaa. Tahaa Island Resort, con habitaciones en la playa y bungalows sobre el mar. Desde 900 dólares.
 
Bora Bora. El Beach Resort & Spa es uno de los pioneros en la isla, con bungalows overwater y sobre tierra, con jacuzzi. Las habitaciones en el jardín cuestan desde 680 dólares la noche y sobre el mar, desde 830.
 
St Regis. Uno de los hoteles de mayor lujo, enclavado en su propio motu (islote). Las tarifas de las villas van desde los 1300 dólares hasta los 3500 (con pisicina propia).
 
Rangiroa. El hotel Kia Ora tiene bungalows de playa desde 610 dólares la noche hasta una suite ejecutiva, con piscina privada, para cuatro adultos por 1450. Además, la experiencia Kia Ora Sauvage (hospedarse en un motu alejado y con el estilo de vida de los nativos) por 480 dólares la noche.
 
 
 
Excursiones
En Bora Bora , una excursión en 4x4 por el interior de la isla, con almuerzo incluido, 80 dólares por persona.
En Tahaa , paquete por tres noches a bordo del catamarán Senseo, con comidas, 1600 dólares por persona.
Air Tahiti. Es la línea aérea que realiza los traslados interislas. La tarifa de Papeete a Raiatea es de 423 dólares ida y vuelta. Los controles del equipaje en los aeropuertos son muy estricos: no debe superar los 10 kilos. Si no se deben pagar multas, sin excepción..
 
Diego Japas
Fotos: La Nación - Alfredo Sánchez
Diario La Nación - Turismo

lunes, 20 de agosto de 2012

Propuestas de turismo aventura en Argentina


Desde Jujuy hasta Tierra del Fuego, 40 sugerencias para elegir y practicar distintas modalidades, como cabalgata, rappel, tirolesa y trekking. Consejos, precios y datos útiles. 

La increíble variedad de paisajes y climas que ofrece la geografía de la Argentina es el principal sustento para que el turismo aventura ocupe un lugar destacado entre las propuestas que ofrecen todas las provincias. En ese amplio espectro de escenarios y modalidades, las opciones se adaptan a las diferentes exigencias físicas y a las preferencias por mayor o menor nivel de adrenalina. 

El Diagnóstico Nacional de Turismo Aventura, presentado a mediados de 2010 por la Asociación Argentina de Ecoturismo y Turismo Aventura (AAETAV) y el Ministerio de Turismo de la Nación consigna la actividad de 1.413 prestadores identificados, distribuidos en los principales destinos del país. Más del 70 por ciento de las empresas argentinas dedicadas a organizar actividades de aventura surgieron después del 2000 y alrededor del 40 por ciento de esa cifra se formaron en el último lustro. 

El estudio destaca que –según la Organización Mundial del Turismo– en los últimos 3 años América del Sur pasó a ser el continente con mayor aumento de interés por viajes de aventura. En este contexto, Argentina, Chile y Perú se consolidan como los principales destinos de aventura de la región. 

Si bien el trekking, las cabalgatas y las travesías en 4x4 son las modalidades que cuentan con mayor cantidad de adeptos, últimamente crecieron las preferencias por actividades como el canopy, bungee jumping, rafting, rappel, tirolesa, vuelos en parapente y aladelta, salidas en kayak y excursiones en cuatriciclo. 

Algunas salidas permiten no sólo experimentar el contacto directo con la naturaleza sino también tomar contacto con culturas originarias (como propone un viaje en 4x4 por El Impenetrable chaqueño) o recrear una gesta histórica, como la cabalgata por la Cordillera, en San Juan. Este informe presenta diferentes propuestas, para elegir y practicar actividades de aventura, desde el Norte hasta la Patagonia. 

Cicloturismo por la llanura 
Esta salida para niveles medio y avanzado, exige pedalear más de 100 km desde La Plata hasta Chascomús ida y vuelta. Se recorren caminos de tierra y vías de tren fuera de servicio que atraviesan pueblos rurales. 
http://www.biketrekgg.com.ar/ 

Vuelo en globo 
Despega de la estancia Don Silvano –en Capilla del Señor– o la estancia La Cinacina, en San Antonio de Areco. Se puede combinar con un Día de campo –con asado y show folclórico–, por $ 150 o $ 190. El vuelo dura unos 45 minutos y alcanza entre 150 y 400 m de altura. 
http://www.altournatives.com.ar/

Vuelo en paramotor 
Consiste en elevarse con un parapente impulsado por un motor, sin necesidad de lanzarse desde un cerro. Se vuela 10’ a 15’ con un piloto profesional. La salida es en un campo de Cañuelas y desde una altura máxima de 650 m se pueden apreciar parcelas sembradas y las lagunas de Monte, Lobos y Navarro. 
 http://www.paramotorlabusqueda.com.ar/ 

Rappel y tirolesa en Tandil 
Dura 2 hs. 30’ y se practican en el cerro Granito, de 400 m de altura. Para el rappel se aprovecha una pared vertical de una antigua cantera. El recorrido de 200 m de la tirolesa cruza sobre el lecho de un arroyo, 30 m abajo. No requiere preparación física especial. http://www.kumbre.com/ 

4x4 en Sierra de la Ventana 
Cuatro circuitos cruzan cerros, valles, flora y fauna. El circuito “Regional”, de 4 hs., combina 4x4 con trekking y cuesta $ 120. “Astrotravesía nocturna” (2 hs.), $ 90. “Real safari” (5 hs.), $ 120. “Fuentes, cascadas y rápidos del río Sauce”, con trekking (5 hs.), $ 120. http://www.tierraventana.com.ar/ 

Kayaking nocturno en Oriente 
Las cascadas del río Quequén Salado agregan un matiz especial a la experiencia de remar a la luz de la luna. El costo incluye una noche en carpa, trekking, tirolesa, rappel, pesca y visita guiada al Puente Viejo. El balneario Oriente –o Marisol– está ubicado entre Claromecó y Monte Hermoso. http://www.rioquequensalado.com.ar/ 

Travesía en 4x4 en la Puna 
Dura 5 días y durante el recorrido entre volcanes, antiguos puestos y capillas, campos de lava volcánica, el Campo de Piedra Pómez y el Salar del hombre Muerto se superan los 4 mil m de altura. Incluye traslados y excursiones desde Belén y tres noches con desayuno en la Hostería Municipal de Antofagasta. http://www.lalunita.com.ar/ 

4x4 en El Impenetrable 
En una camioneta doble cabina o en un camión Unimog, en dos días se transitan 550 km de tierra por selvas y bosques, hasta llegar a reservas wichí, toba y criollas. Se aprecian algarrobos, quebrachos, cardones y osos hormigueros. 
http://www.ecoturchaco.com.ar/ 

Buceo en Puerto Madryn 
Buzos profesionales ofrecen cursos teórico-prácticos en Bs. As. y organizan salidas de seis días para hacer seis inmersiones de 20 minutos a una hora en Puerto Madryn. . La mejor época es el verano, en especial entre las 7 y el mediodía. 
http://www.divingcenter.com.ar/ 

Parapentismo en Traslasierra 
Los pilotos profesionales Guillermo Ruiz y Sebastián Margara realizan vuelos de bautismo de 15 minutos desde el cerro Niña Paula –de 300 metros de altura–, a 12 km de Mina Clavero. Otro lugar ideal para esta actividad y el aladeltismo es el cerro Mirador de Cuchi Corral (de 400 metros), 8 km al oeste de La Cumbre. http://www.cordobaparapente.com.ar/ 

Fotosafari en los Esteros 
Yacarés, ciervos, vizcachas, gatos monteses y zorrinos son algunas especies que pueden observarse durante esta caminata de 2 hs., con traslado en 4x4 desde Colonia Carlos Pellegrini y provisión de botas de goma; la salida nocturna se hace en lancha. Llevar repelente, zapatillas de goma y pantalón largo. 
http://www.iberaexpediciones.com/ 

Safari todo terreno en Colón 
Excursión de 2 hs. y media en un jeep descubierto, que avanza a no más de 40 km por hora hasta alejarse 8 km de Colón, cerca del balneario San José. Pasa por una reserva de troncos petrificados, una zona de gemas semipreciosas y canteras abandonadas. Los guías matizan el viaje con anécdotas que refieren a Urquiza y los colonos y describen la flora y la fauna. 
http://www.itaicora.com/ 

Travesía en piragua 
Esta fascinante aventura de 4 días y 3 noches se realiza en la selva en galería del Bañado La Estrella y en el riacho Monte Lindo, cerca de Clorinda. La navegación se extiende al río Paraguay, en medio de la selva paranaense. Incluye el traslado desde Formosa capital, embarcaciones, guía baqueano, comidas y salvavidas. 
fiznardo@hotmail.com 

Sandboard en la Quebrada 
El inusual paisaje de dunas que recubre el cerro Huancar, a 3.800 metros de altura, permite lanzarse sobre tablas desde alturas que orillan los 500 m y 45° de pendiente. La propuesta incluye una parada en el Trópico de Capricornio y otra en un lago, entre flamencos rosados y llamas. Traslado desde Tilcara, tabla, instructor, agua mineral, almuerzo y picada andina. En la zona también hay cabalgatas y trekking. 
http://www.rupestreaventuras.com.ar/ 

Cabalgata entre estancias 
Un guía especializado conduce esta salida, que une las estancias San Carlos (en Luan Toro, a 120 km de Santa Rosa) y La Blanca, donde se aprecian restos de un antiguo asentamiento ranquel. Otra opción es una travesía de 2 días y 1 noche hasta Victorica (a 40 km de San Carlos), con pernocte en carpa u hotel y asado. 
http://www.sancarloslapampa.com.ar/ 

Aladeltismo en Cerro Morro 
Desde sus 1.225 m de altura, el Cerro del Morro –a 15 km de la capital– permite lanzarse en aladelta, con un desnivel de 650 m. El vuelo de 25’ con instructor permite disfrutar de la vista de la ciudad, quebradas, montañas y arroyos. Otros lugares ideales son el cordón de Famatina y Villa Mazán. incluye el traslado. 
http://www.vuelosaguilablanca.com.ar/ 

Rafting en San Rafael 
El “paraíso del rafting” es el Cañón del Atuel, donde el río presenta distintos grados de dificultad. Unas 20 empresas prestan el servicio en San Rafael y en Valle Grande. Proveen chaleco salvavidas, casco y traje de neoprén. La novedad es el gomón individual; Hay salidas corta (50’),  media (1 h.), y larga (1 h. 20’), 
http://www.sanrafaelturismo.gov.ar/ 

Trekking en la Ruta del Vino 
La primera etapa de este programa de 4 d./3 n. contempla una visita a las bodegas Vistandes y Carmine de Granata y una fábrica de aceite de oliva. Sigue con un trekking de día entero por senderos de montaña del Parque Provincial Aconcagua, a 3.400 metros de altura.
http://www.internacionalmendoza.com/ 

Ecoturismo en la selva 
En 4 hs., la travesía Iguazú Forest combina ecoturismo con turismo aventura en la selva, a 7 km de Puerto Iguazú. Canoping, caminata y descenso en rappel sobre rocas, en medio de una cascada de 15 m. Incluye traslado en jeep y guía bilingüe. Otras opciones, paintball, cuatriciclo y 4x4. http://www.aguasgrandes.com.ar/ 

Canopy en la Cordillera 
Cinco tramos de tirolesa recorren 350 m entre coihues y una araucaria, más dos bajadas en rappel. Se completa en 2 hs. sobre una ladera, frente al lago Moquehue, a 25 km de Villa Pehuenia. Además, escalada, 4x4, senderismo, cabalgatas, tirolesa y kayak. 
trenelcamping@hotmail.com 

Cabalgata en Bariloche 
Cinco circuitos de cabalgatas guiadas de 2 a 3 horas, que parten desde el hotel Tronador, a 60 km de Bariloche. Las más recomendables para principiantes tienen como destino Tres Lagunas y Puesto Cretón; para experimentados, laguna Los Césares, Castillo Rojo y Laguna Azul.-
http://www.hoteltronador.com/ 

Bungee jumping en el dique 
La actividad se realiza desde una rampa metálica, instalada a 40 m de altura, en el puente del dique Cabra Corral, cerca de Coronel Moldes. El salto –dura menos de un minuto– elige si llega o no a tocar el agua; tambien esta la variante puenting (sostenido por la cintura). Para evitar el pánico, se brinda una charla de preparación psicológica. Otras opciones en Cabra Corral: cabalgatas, tirolesa, moto de agua y rappel. 
http://www.extremegame.todowebsalta.com.ar/ 

Cabalgata por la Cordillera 
Cruce de Los Andes por la ruta que recorrió San Martín con sus soldados en febrero de 1817. Son 130 km desde Barreal hasta la frontera con Chile, que se completan en 6 días y 5 noches. Una vez que se trepa la cuesta El Espinacito, de 4.500 m de altura, aparecen espectaculares vistas de cerros de más de 6 mil m, como el Aconcagua y el Mercedario. En el precio se incluye pernocte en carpa, pensión completa, caballo, seguros, comunicación, equipo y dos noches en Posada Don Ramón. Hay que llevar bolsa de dormir. 
http://www.crucesanmartiniano.com/ 

Carrovelismo en El Leoncito 
La semidesértica Pampa de El Leoncito –una planicie de tierra agrietada de 12 km de largo por 5 km de ancho– es el escenario indicado para ser impulsados por vientos de 30 a 50 km por hora sobre un carrovela, especie de karting con dos ruedas de auto, una de motoneta y una vela, conducido por el instructor Rogelio Toro. Los vientos arrecian desde las 6 de la tarde y el mejor horario se extiende unas dos horas, hasta que oscurece. La zona también se presta para las cabalgatas, trekking, escalada, rappel, tirolesa y rafting por el río Calingasta. 
dontoro.barreal@gmail.com 

Cuatriciclos en Merlo 
Travesías guiadas por el faldeo de la Sierra de Comechingones. La mayor parte de los 18 kilómetrtos ida y vuelta hasta la cascada Escondida –en Pasos Malos– son de ripio. La idea es pasear, para poder apreciar el paisaje, parar y tomar fotos. Se proveen cuatriciclos para una o dos personas, de entre 150 centímetros cúbicos  a 500 centímetros cúbicos. Otras opciones de aventura en Merlo: trekking, cabalgatas, parapentismo, excursiones en 4x4, rappel, tirolesa, escalada y mountain bike. paradafoxmerlosl@hotmail.com 

Trekking en El Chaltén 
Innumerables senderos rodean la “Capital nacional del trekking”, con los cerros Fitz Roy y Torre como marco. Algunos son autoguiados: “Chorrillo del salto” demanda 5 km de caminata en una hora; para unir el campamento Madsen con la laguna Capri hay que recorrer 5 km de llanos y pendientes; hasta Lago de los Tres son más de 10 km, en 5 hs.; hasta un campamento en la base del Fitz Roy son 10 km (3 hs. 30’); Fitz Roy Expediciones ofrece un paquete de 3 d./3 n. en hotel con desayuno, trekking guiado de 7 hs. hasta Lago de los Tres y de 6 hs. hasta la laguna Torre, con vianda. 
http://www.fitzroyexpediciones.com.ar/ 

Bicicleta y kayak en Rosario 
Este tour guiado en bicicleta tiene una duración de tres horas y permite conocer los lugares más atractivos de Rosario, como el Monumento a la Bandera, la costanera, el casco histórico y el Parque Independencia. En el costo se  incluye bicicleta, casco, guía, agua mineral, asistencia mecánica y refrigerio. El paseo se puede combinar con una travesía de 6 hs. en kayak por el Paraná y las islas; http://www.bikerosario.com.ar/ 

Trekking en Río Hondo 
Los huéspedes del complejo y reserva natural Yacu Rupaj tienen la posibilidad de disfrutar de baños termales y realizar una caminata ecológica por el típico monte santiagueño. Por un sendero de 1.200 metros de largo se aprecian algarrobos, chañares, quebrachos, mistoles, ancoches y una amplia variedad de aves. También se organizan cabalgatas guiadas de dos horas por los alrededores de Termas de Río Hondo y el lago. 
 http://www.yacurupaj.com.ar/ 

Canotaje en Lapataia 
Esta travesía en canoa recorre en una hora el río Lapataia, desde el lago Roca hasta la desembocadura en el mar, en Bahía Lapataia. Se combina con un trekking de tres horas. 
http://www.ushuaiaoutdoors.com.ar/ 

Parapentismo en Loma Bola 
Vuelos biplaza, con instructor desde el cerro San Javier, a 7 km de San Miguel de Tucumán y a 4 km del Cristo. Desde el nivel de despegue, a 1.330 metros de altura, se asciende de 200 a 500 metros. Este paseo muy suave en el aire, sentado en una silla y con las manos libres, permite tomar fotografías y filmar. Los vuelos duran entre 15 y 20 minutos y se hacen todo el año. Las salidas sólo se suspenden en caso de lluvias, que suelen producirse en verano. Según los pilotos profesionales Sergio Bujazha, Mauricio Miguel y Mauricio Serra, el mejor momento del día es entre el mediodía y las 5 de la tarde. Esta actividad no requiere entrenamiento previo, aunque los instructores brindan una charla básica previa de unos cinco minutos. Por ejemplo, advierten que antes de largarse a volar es necesario dar entre tres y cuatro pasos, a ritmo de trote.  incluye el traslado desde la ciudad. http://www.lomabola.com.ar/ 

Cristian Sirouyan 
Clarín - Turismo 

sábado, 28 de julio de 2012

Aviones y aeropuertos ¿tóxicos para la salud?




Según nuestro columnista, pueden llegar a ser sitios tóxicos para la salud y el espíritu; sin embargo él no puede escapar de su destino errante

En 1985, por cosas del destino, empecé a viajar en avión todos los meses. Desde entonces, han sido incontables los viajes a lo largo de veinticinco años corriendo al aeropuerto, jalando una pequeña maleta con ruedas, durmiendo en vuelos cortos y largos, extendiendo el pasaporte rojo o el azul, saludando al oficial de migraciones, arrastrando mis zapatos, dándome prisa, buscando la puerta de embarque, la salida.

A fines de 2010, me rendí. Tantas horas subido en aviones me habían dejado enfermo, sin aire, adicto a cuanta pastilla pudiese tomar, inquieto y descontento por estar aquí y con impaciencia o ilusión por estar allá.

Acompañado por Silvia, volé a Buenos Aires por última vez, me despedí de esa ciudad que tanto he querido y, tras un vuelo largo que juré que sería el vuelo final, llegué jalando la pequeña maleta con ruedas a la isla de Key Biscayne, a este lugar que ahora llamo "mi casa".

Me prometí entonces que no subiría a ningún avión más. Asociaba los aviones y los aeropuertos con la muerte, con la enfermedad, con las pastillas que me han dejado tonto y con el hígado venido a menos. Quería estar tranquilo, por eso tiré la pequeña maleta con ruedas a la basura.

Durante quince meses, cumplí la promesa y los beneficios en mi salud fueron inmediatos, pero todas mis promesas han sido incumplidas y, por supuesto, la de no volar más en aviones, también. Hace unos días, pasé por Madrid y Barcelona, y todavía no me recupero de la paliza del viaje. Mi cuerpo ha llegado de regreso a casa, pero mi espíritu se encuentra todavía allá. 

Siento que sigo caminando al otro lado del mar, en ese laberinto tortuoso que es el aeropuerto de Barajas, en la plaza de Santa Ana, en el paseo de Gracia, en busca de una librería en la calle Serrano que ya no existe. Tantos días incesantes han minado mi salud y me han dejado, otra vez, adicto a las pastillas, buscando unas horas de sueño en las cápsulas azuladas que llevo en algún bolsillo.

Esto es algo que al parecer había olvidado y que el último viaje a España se ha ocupado de recordarme: si deposito mi cuerpo en un avión, lo que queda de mí es este hombre estragado que soy. Los vuelos en avión no me hacen una mejor persona, me convierten en una peor persona. Así lo he comprobado en el aeropuerto de Barajas, y en todos los aviones que me recordaron que sólo estamos de paso, que alguien ocupó ese asiento unas horas antes y alguien más lo ocupará unas horas después.

Apenas llevaba unos días en Madrid y, para mantenerme en pie y cumplir los compromisos pactados, ya estaba de nuevo enganchado a todas las drogas felices. No fue el vicio, sino la desesperación, lo que me llevó a las pastillas. Las conocí en Buenos Aires, en el invierno de 2004, y siguen aquí, en alguno de mis bolsillos, confortándome y auxiliándome. 

En aquellos días fríos empecé a tomarlas para no enloquecer, para mitigar los efectos de un insomnio persistente. Estos últimos días de primavera en Madrid y Barcelona comencé con media pastilla y terminé en no sé cuántas, todas las que hicieran falta para dormir y olvidar que soy el que todavía soy.

De regreso en esta isla a la que felizmente y por el momento llamo "mi casa", me he visto obligado, por respeto a las personas que todavía me necesitan, a dejar sin más rodeos los hipnóticos, los ansiolíticos y los antidepresivos. Los resultados han sido devastadores para mi salud, mi ánimo ha quedado muy menoscabado.

Desde joven he necesitado algún narcótico para evadir la realidad y, cuando interrumpo esas dosis de ficción y ensimismamiento (que para algunos es Dios y que en mi caso son el Ambien, el Dormonid y el Clonazepán), sobrevienen la náusea, el caos, el desamparo, la brutalidad de unos días que no tienen compasión y me reducen a escombros.


Aquí estoy, todavía vivo, abatido por los recientes vuelos en avión, el estómago ardiendo por todas las drogas felices que he suprimido de golpe al volver a casa, renovando en este viejo sillón de lectura la promesa de quedarme tranquilo y no regresar pronto al aeropuerto. 

Sé que en pocas semanas me encontraré de nuevo en un avión, rumbo a una ciudad en la que hallaré, de un modo fugaz y no por eso menos cierto, la felicidad. Esa ciudad a la que debemos llegar para sentir que estamos cumpliendo, sólo por unos días, nuestro destino errante, el del hombre exhausto que jala su pequeña maleta con ruedas y se resiste a morir.

Siguiente destino, New York, qué pereza, qué ilusión. Si me ven caído en un aeropuerto, por favor cúbranme con un periódico, gracias.

Jaime Bayly 
Escritor, periodista y conductor de televisión peruano. Se destaca por su humor ácido y su escritura ágil, dinámica y entretenida.

Fuente: Revista Susana (www.revistasusana.com)
Imagen: Web

sábado, 30 de junio de 2012

Guernsey: costas borrascosas



Exiliado de París, el escritor Víctor Hugo pasó 15 años en esta isla del Canal Inglés. Aquí profundizó su ideario romántico: naturaleza, mujeres y convicciones patrióticas.

Cuarto con ventana. Su lugar favorito en la casa era el jardín de invierno. "Un mes de trabajo aquí vale lo que un año en París", escribió en una carta a Auguste Vacquerie. Pensó que moriría aquí, pero regresó a Francia en 1870, cuando cayó el II Imperio.

En octubre de 1855, Victor Hugo llegó a la lluviosa y ventosa Guernsey buscando refugio. Feroz opositor del segundo imperio de Napoleón III, había sido desterrado primero de su Francia natal y luego de Bélgica y la isla de Jersey. Por la época en que puso pie en esta pequeña isla cercana al Canal Inglés, el escritor andaba desesperadamente en busca de asilo. Lo encontró allí. La “roca de la hospitalidad y la libertad”, tal como la proclamó en la dedicatoria de Los trabajadores del mar, su novela situada en la isla, se convertiría en su hogar por más de 15 años. 


Determinado y sin distracciones, volcó su energía creativa en obras maestras como Les miserables, y en la decoración de su casa, Hauteville House, la única de la que alguna vez fue propietario. “El exilio no sólo me ha separado de Francia; me ha casi separado de la tierra”, escribía. En esta isla salvaje y remota, una dependencia británica a sólo 42 kilómetros de la costa normanda de Francia, Hugo pasaría el período más productivo de su vida.

Hoy Guernsey es más conocida por ofrecer un refugio de otro tipo: la indulgencia de sus leyes financieras la han convertido en un paraíso fiscal. Pero la Guernsey de Victor Hugo –un lugar de contemplación silenciosa, largas caminatas por acantilados y cautivantes bahías donde nadar– todavía está presente, así como lo están los rastros de la vida del escritor.

                                                    Casa de Víctor Hugo en Guernsey

Siendo ya una figura célebre al momento de su exilio, se sintió atraído por la isla debido a su cercanía a Francia y la independencia de su gobierno. Desde el momento en que su barco atracó en el puerto de St. Peter, la capital, quedó maravillado por su belleza. “Hasta en la lluvia y la niebla, la llegada a Guernsey es espléndida”, escribió a su mujer. Hoy los viajeros que llegan en ferry comparten esa primera impresión del puerto, del suave cabeceo de sus botes pesqueros y las casas alineadas a lo largo de sus colinas. 

Hugo se asentó en una de estas residencias en lo alto de la ciudad y ubicó a Juliette Drouet, su amante, en una casa de la misma calle. Creía entonces que su “actual refugio” se convertiría en su “probable tumba”. Impulsado por estos temores, se embarcó en una producción literaria intensa y en su obra de arte más tangible: la decoración de su Hauteville House. Luego de que fuese donada a la ciudad de París por su nieta y tataranietos en 1927, pasó a ser un museo. 


Entrar en ella, repleta de tapices y objetos artísticos, es como ingresar en la imaginación de Hugo, llena de simbolismos ocultos, declaraciones desafiantes y guiños humorísticos. El escritor pasó casi seis años decorándola, inspeccionando tiendas de artículos usados en busca de objetos decorativos. 

Bajo su mirada, una docena de baúles de madera podían reunirse para formar una gigantesca repisa, y los curvos respaldos de unas sillas podían convertirse en marcos para las ventanas. Los paneles de las paredes todavía están tallados con rostros y palabras; un letrero sobre la puerta del comedor reza Exilium vita est (“La vida es exilio”).


Los cuartos de abajo, oscuros, van dando paso a la luz a medida que se sube por las escaleras. En la parte superior de la casa, un luminoso jardín de invierno alberga el dominio principal de Hugo: una habitación austera –donde el mujeriego dormía junto a sus sirvientas– y un despacho con una vista que se extiende a lo largo del canal. Sentado aquí en “el mirador”, como él lo llamaba, escribía mientras contemplaba las vecinas islas de Sark y Herm y, en el brumoso horizonte, su amada Francia. Trabajaba por la mañana y pasaba sus tardes explorando la isla en largas caminatas. 

Su paseo favorito era hacia el sur desde el puerto de St. Peter, bordeando los acantilados de la costa. Finalmente aparece la bahía de Fermain, con sus aguas brillando como un diamante azul en medio de la niebla. Hugo venía a esta ensenada para nadar y sentarse a mirar el océano.


En 1870 pudo regresar a París, aunque visitaría Guernsey tres veces más antes de su muerte, en 1885. La influencia de la isla en su obra es evidente. “Esa es la razón por la cual me sentencio al exilio.”

The New York Times/Travel
Ann Mah / Traducción: Alejandro Grimoldi
Fuente: Diario Perfil-Turismo
Imagenes: Web

martes, 19 de junio de 2012

Tips para tener un viaje en avión más relajado



Un número muy grande de personas sufre de aerofobia que es el temor a viajar en aviones. En esta nota, algunos consejos para superar el transtorno, disfrutar y conocer diferentes lugares.

¿Qué es el miedo a volar?
El miedo a volar es un problema que sufren muchas personas y que mayoritariamente las lleva a evitar los viajes en avión o a hacerlo con un alto nivel de ansiedad, lo que puede generar diferentes tipos de síntomas corporales.
Hay quienes dicen sin prejuicios y abiertamente que tienen miedo a volar y otros que se lo guardan. Los miedos son naturales en los seres humanos y cada vez son más tratables, incluso éste. Por esta razón hemos recogido una serie de sencillos consejos o tips para estos casos, que no necesitan de ayuda médica:

1. Pensá que los pilotos son profesionales extraordinariamente bien preparados, y están en excelente estado físico y psíquico.

2. El avión es un medio de transporte muy seguro. La tecnología actual es muy potente en todas las vertientes que refuerzan la seguridad del vuelo y de los pasajeros.

3. Compartir el miedo. Si por alguna razón llegás a estar atemorizado dentro del avión, quizás un buen consejo sea compartirlo con una azafata o el sobrecargo.

4. Recursos de seguridad en casos extremos. Pensá que hay muchos recursos de seguridad y salvamento en el avión.

5. Respiración y Relajación. Si está atemorizado cuando vuela o aterriza, no mires por la ventanilla del avión.

6. Si podés, tratá de volar acompañado, con alguien en quien confías. En estas circunstancias generalmente se reduce el miedo a volar de forma muy sustancial.

7. Una forma de combatir el miedo es volar frecuentemente e intentar diseñar un poco nuestras propias rutinas hasta que nos acostumbremos mejor al avión:

  •  Dejá todos tus miedos y preocupaciones fuera del avión.
  •  No tomes estimulantes antes de subir (café, alcohol, etc.)
  • Solicitá una reserva de asiento de pasillo con antelación.
  • Saludá amablemente a la tripulación, hace algunas bromas con ellos.
  • Ponete ropas muy cómodas.
  • Llevá revistas o libros muy entretenidos. Escucha música, mira una película, escribe cartas.
  • Intentá hablar un poco con otros pasajeros.
  • Esforzate en pensar positivamente.
  • Concentrate en la respiración abdominal y hacer sencillos ejercicios de relajación de los pies, muslos, manos, brazos, cuello, cabeza.
  • Tomá líquidos y bebidas que te gusten.
  • Si tenés la posibilidad de ver alguna película en el avión, mira alguna que no sea drama.
  • También podes encender tu computadora portátil. Escribí correos electrónicos durante el vuelo, y deciles a tus amigos qué lugar del planeta sobrevuelas mientras lo escribes. Al arribo puedes enviarlos. También podrás hacerlo desde el avión, o incluso chatear durante el vuelo, por que ya comienza la era de la Internet a bordo.
  • Para los que verdaderamente no consiguen controlar su angustia, la toma de pastillas es una opción, aunque no te curará el miedo, si hará que viaje con menos estrés.
  • Pensá e imaginá que tendrás un vuelo maravilloso.
  • Ve al servicio antes de abordar el avión.
  • Viajá con calzado cómodo, con suela de goma y taco bajo. Para vuelos de más de seis horas se sugiere zapatos con cordones o sandalias que sean fáciles de calzar.
  • Prestá atención al informe de la seguridad que enseñan las azafatas al principio de cada vuelo, aún cuando seas un viajero frecuente.
  • Permanecé con tu cinturón de seguridad abrochado, independiente que el cartel de cinturones esté encendido o no. Ocasionalmente se puede entrar en áreas turbulentas no previstas.
  • Ajustá tu cinturón cuando el cartel de seguridad está encendido. El piloto lo enciende por una razón, y es para mantenerte seguro.
  • Si sos fumador, existen productos tales como los parches o las pastillas de nicotina.
  • Comprá auriculares modernos. Preguntá por los que aíslan los ruidos externos. Tienen excelente sonido y necesitas menos decibelios para disfrutar de tus melodías preferidas. Eso te ayudará a sentirte más calmo y relajado.
  • Te ayudará a dormir mejor si tienes una almohadita personal. En viajes largos es recomendable.
  • Si te encontrás con otro pasajero atemorizado, hablale acerca de estos consejos.

Fuente: pulso turistico
 

miércoles, 6 de junio de 2012

La isla de Borneo: Tierra de cazadores de cabezas


Un anciano guerrero con su piel repleta de tatuajes teje una red de pesca

Crónica de una visita a una aldea de una tribu iban, la etnia mayoritaria de Borneo, guerreros implacables y precursores en el arte de tatuar. Días de trabajo en los campos de arroz y noches de juegos, leyendas y rituales como los que alimentaron las novelas de Emilio Salgari.

Borneo es el exótico escenario que eligió el escritor italiano Emilio Salgari para narrar las aventuras de su más celebre personaje, Sandokán, el “Tigre de la Malasia”. Salgari, sin embargo, nunca estuvo por aquí, sino que escribió sus novelas documentándose en las bibliotecas de su ciudad natal. Por lo tanto no pudo palpar lo cotidiano de esta gigantesca isla, cuyos días transcurren apaciblemente en aldeas habitadas por una treintena de etnias que conservan viejas costumbres y hablan más de 150 dialectos.

El territorio de Borneo, la tercera isla más grande del mundo, está dividido entre Indonesia, Brunei y Malasia. Sarawak es uno de los dos estados borneanos que pertenecen a esta última. Aquí viven los iban, el grupo étnico más numeroso: tatuadores milenarios, son célebres y temidos por su fama de impertérritos cazadores de cabezas.

RUMBO AL LONGHOUSE 
“Cuando era niño jugaba al fútbol con los cráneos”, comenta sonriendo el guía local Tiyon Juna, pequeño, moreno y de ojos rasgados. Como buen iban, lleva ambos brazos tatuados. “Los hombres que no se tatúan son mal vistos en nuestra cultura, y es posible que nunca se casen”, afirma, en tanto agrega que el mismo destino les espera a aquellas mujeres que no aprendan a tejer.

Vamos camino al Longhouse Kesit, ubicado a orillas del río Lemanak, al sur de Sarawak. Las longhouses son viviendas tradicionales donde conviven varias familias, que solían juntarse de esta manera para protegerse de sus enemigos. Luego de unas tres horas de andar desde Kuching, capital del estado, por una ruta a cuyos lados se extienden infinitos campos de arroz y plantaciones de palma, llegamos a orillas del río, donde aguardan dos jóvenes listos para trasladarnos en una frágil piragua de madera. Al contrario de lo que uno espera, no llevan atuendos tradicionales. Visten camisetas de equipos del fútbol europeo y gorros de lana, a pesar de las altas temperaturas.

Navegamos alrededor de 45 minutos a través de la exuberante selva borneana. El calor y la humedad no dan tregua. La vegetación es tupida y cerrada, un infinito túnel vegetal. Pasamos por debajo de largas ramas que se extienden sobre el río, y esquivamos troncos que flotan a la deriva. Viajo atento a los sonidos que llegan del interior de la jungla: con suerte podremos divisar un orangután, un primate que sólo se puede encontrar aquí y en Sumatra. Pero se necesita mucha fortuna para verlos, ya que resultan casi imposibles de avistar entre la mata de árboles. 

LA CASA DE LOS IBAN 
El longhouse es una construcción de madera, rústica, levantada sobre pilotes para evitar que se inunde con las crecidas del río y las lluvias que trae el monzón. Tiene un larguísimo pasillo, llamado ruai, que es el espacio comunal. La ropa cuelga de las ventanas y los granos de arroz se secan a la intemperie bajo el sol abrasador del trópico. Unas veinte familias pueden convivir en las habitaciones-casa, alineadas a lo largo de la construcción.

Un anciano con el torso, los brazos, la espalda y hasta el cuello repletos de tatuajes teje con parsimonia una red de pesca. Pido permiso para retratarlo. Tiyon dice que algunos nativos, sobre todo los más ancianos, son reacios a las fotos. Pero este hombre me regala una sonrisa y sigue con su trabajo. Mientras tanto, Tiyon vierte algunos conceptos de la vida cotidiana. “Cada apartamento corresponde a una familia y cada una lleva su vida individualmente. Tienen su propia tierra, sus pollos, sus chanchos.” Dentro del hogar no hay divisiones, todos ocupan la misma habitación. “Aquí todos saben lo que estás haciendo. La única privacidad es la red para mosquitos”, bromea el guía.

Más tarde camino por la aldea. Saludo al paso. Entablar conversación es complicado, ya que nadie habla inglés por aquí. Todos me observan, los niños me persiguen y piden fotos, se divierten mirándolas. Me cruzo con una anciana que mira con cara de pocos amigos. Las mujeres más viejas parecen las más reacias a las visitas. En una especie de callejón, un joven le corta el pelo a otro. Hay mucha gente más alrededor. Me detengo y un joven que balbucea inglés intenta el diálogo, se entusiasma al saber que vengo de la Argentina, la cuna de Messi y Maradona. No nos entendemos mucho más, nos hacemos unas fotos juntos y nos despedimos.


Un joven guía iban navega por el río Lemanak en una frágil piragua de madera

DE GUERRAS Y RITUALES 
Los iban fueron guerreros muy temidos, ya que para certificar la victoria en alguna batalla debían volver con las cabezas de sus adversarios. Cuando se trataba de una cuestión territorial, el cráneo de su enemigo era la prueba fehaciente de que aquel territorio ya no le pertenecía. Al trofeo de guerra se le sacaba la piel, se lo ahumaba y luego se lo colgaba en la puerta del hogar, o en un cuarto donde se realizaban los rituales. Los iban son animistas: creen en las fuerzas de la naturaleza y los espíritus, con quienes dicen comunicarse.

Los tatuajes están relacionados con esa tradición guerrera. Los diseños son figuras de animales e indican su rango, en tanto el dragón representa la más alta jerarquía. Pero también quedaban grabadas en la piel las experiencias que recogían los jóvenes en sus largos viajes iniciáticos por diversas aldeas. “Los dibujos simbolizaban todo aquello que les ocurría, y al volver al longhouse se los respetaba como hombres maduros”, explica Tiyon.

Por la noche, Jampang, el jefe de la aldea, se presenta. Nos sentamos en el ruai, haciendo una ronda sobre las alfombras de paja tejidas por las mujeres. Jampang ofrece tuak, el vino de arroz hecho en casa. Hay que aceptar, no hacerlo es descortés. El mismo anciano que por la tarde tejía aparece vestido en atuendo de guerrero. Lo acompaña una pareja de jóvenes también vestidos a la usanza combativa; los tres se preparan para agasajarnos con la danza del guerrero. Tiyon traduce al jefe, quien dice que es una ocasión muy especial para ellos, ya que hace más de dos años que ningún extranjero los visita. Otra ronda de tuak. Suenan los tambores, ejecutados por un grupo de mujeres. Comienza la danza. El anciano primero, con movimientos lentos pero precisos. Luego sigue el aprendiz de guerrero, vital, el preferido del jefe. Por último llega el turno de la joven, que despliega suaves y sensuales desplazamientos.

La noche avanza entre sorbos de tuak y cuentos milenarios, pero no se extiende demasiado. Por la mañana espera la ardua faena en los campos de arroz, caucho y pimienta. Al otro lado del pasillo, un grupo de jóvenes pasa el tiempo con un juego de mesa casero, acostados sobre el piso de madera. Hay billetes en juego y un par de celulares desparramados. Se los ve muy concentrados y no reparan en la presencia extranjera. Al parecer, no todo es historia para los iban.

Cuando la noche parecía llegar a su fin, una familia nos invita a su casa para prolongar la velada al ritmo del tuak y saborear la pesca del día. Sentados en el piso, sobre las mismas alfombras de paja que sus mujeres tejen, los hombres se despachan con un sinfín de leyendas. Tiyon traduce. Narran historias grandilocuentes. Describen ritos salvajes. Cualquier similitud con la maravillosa isla que habitan, es pura coincidencia.

Guido Piotrkowski
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Pagina 12

jueves, 17 de mayo de 2012

Argentina - Misiones: Saltos del Moconá


En una región de sierras y cascadas, una falla geológica divide en dos el cauce del río Uruguay y genera el maravilloso espectáculo de los Saltos del Moconá.

La máxima expresión de la selva de Misiones florece en el centro exacto de la provincia. Resiste a pie firme la escalada de desmontes, para ostentar su vitalidad trepada a las sierras, recubriendo arroyos y ríos y resguardando las pequeñas chacras de los agricultores. Bajo ese manto omnipresente, los desniveles del suelo de tierra colorada y roca basáltica dibujan escalones, en los que las aguas se precipitan en forma de cascadas que estallan en ollas naturales.

A lo largo del camino que vincula la costa del Paraná con la mucho menos explorada orilla del río Uruguay, el visitante puede darse por satisfecho con la brumosa panorámica del Salto Encantado, la melodía entrecortada del Salto Siete Pisos o la solitaria irrupción del Salto Paraíso en una atmósfera más que serena, donde revolotean mariposas y, con suerte, se detecta el insistente grito del pájaro yacutinga. No es poco, pero le conviene seguir explorando e ir por más.

Si bien toda esa manifestación sin retaceos de la selva y sus aguas calmas súbitamente enfurecidas se aquieta en la localidad de El Soberbio –ya en el borde mismo del río Uruguay–, el nuevo escenario no es más que un respiro fugaz. Aquí, nada se asemeja a lo que parece a primera vista.

Aunque los mapas indican que el río separa los territorios de Misiones y Brasil, ninguna referencia señala que el lecho verdoso es la columna vertebral de una región que prescinde de las fronteras culturales. El inmigrante europeo, el criollo, el brasileño y el originario guaraní son porciones armónicamente ensambladas de un todo que define la idiosincrasia de cada poblador. Son ellos los que refieren con más entusiasmo a los venerados Saltos del Moconá, surgidos en el punto donde convergen los arroyos Pepirí Guazú y Yabotí con los ríos Calixto y Serapiao. El ruidoso encuentro acontece 80 kilómetros aguas arriba.

Una falla geológica marca un tajo, a la manera de un certero hachazo de cien metros de profundidad, en las nacientes del río Uruguay. El extraño accidente divide el cauce en dos tramos paralelos, por lo cual, a lo largo de 3 kilómetros y medio, las aguas del brazo superior se derraman de costado sobre el nivel más bajo. Así, la naturaleza da forma a otro de los múltiples misterios que laten sobre la “tierra sin mal”, como sabiamente definieron los guaraníes para siempre esta región deslumbrante.

El Corredor Verde que conduce hasta la Reserva de Biósfera Yabotí –escudo protector de las mil hectáreas de bosque nativo del Parque Provincial Moconá– despega una vez que la ruta 7 deja atrás las plantaciones de té que rodean el casco urbano de Jardín América y bordea las casillas mínimas de una aldea guaraní. Bajo el techo de paja de cinco sencillos puestos levantados en la banquina, los descendientes de la cultura mbyá guaraní ofrecen sus artesanías y cultivos. 

El guía Rodolfo de la Vega –uno de los cuatro miembros de la Cooperativa de Trabajo de Turismo Moconá– estaciona el vehículo, mientras subraya con crudeza una mancha oscura que sobrevuela la existencia de los pobladores originarios: “Sus trabajos son muy delicados, reflejan su talento y esfuerzo. Pero, lamentablemente, viven en condiciones miserables”. Enseguida, ese contraste se hace ostensible cuando una mujer de piel arrugada y edad imprecisa se acerca con sus cuatro chicos para ofrecer un magnífico crucifijo en caña tacuara y adornos con formas de animales en palo de paraíso.


Primeras cascadas
Unos kilómetros más adelante, todos los tonos de verde posibles colorean la amplia panorámica del Valle de Cuñá Pirú, incluso hasta teñir el horizonte borroneado. Por ese intrincado follaje habrá que seguir avanzando para poder admirar el más vistoso perfil del arroyo Cuñá Pirú. Cerca de Aristóbulo del Valle, el Salto Encantado aparece en secuencias parciales, recortado por los tentáculos de la selva. Dos senderos de alta dificultad se alargan 1.800 metros hasta las cascadas La Olla y del Picaflor, otras piezas vistosas del Parque Provincial Salto Encantado. Menos exigentes, los 365 peldaños de una escalinata bajan hasta el piletón de la caída mayor, para proponer un amable encuentro con mariposas y picaflores sobre las rocas, empapadas por la llovizna del agua volcada desde 62 metros de altura.

La hora de la siesta es un ritual que cumplen rigurosamente los pobladores y también parece empujar a sus madrigueras a los integrantes de la fauna misionera, un multitudinario universo que componen más de mil especies de vertebrados, 116 variedades de mamíferos, 150 tipos de reptiles y anfibios y 230 de peces. Pero en este preciso rato, en el camino hacia El Soberbio, desde la cerrada vegetación sólo asoman el caparazón amarronado de un tatú, el desproporcionado pico verde de un tucán de pecho rojo y tres coatíes, que cruzan el pavimento a los saltos por un túnel “pasafauna”. 

El ambiente quieto se altera apenas en el pequeño poblado, impregnado del perfume empalagoso de citronella y lemon grass. Los susurrantes saludos y diálogos en portugués empiezan a sonar delante del templo amarillo de la Iglesia Evangélica Luterana y se multiplican sobre la vereda del Museo de las Esencias. Frente a la costanera sombreada por gomeros, chivatos y palmeras, el traqueteo de la balsa que transporta pasajeros y vehículos hasta Porto Soberbo aporta la única melodía al paso del río.

Rumbo a Moconá por la ruta 2, la selva y sus habitantes se desperezan, refrescados por una tímida brisa que asoma bajo el sol atenuado. Sobre la angosta franja acomodada entre el camino zigzagueante y los paredones de roca basáltica de la serranía giran a duras penas las cuatro ruedas de un carro polaco de madera, tirado por dos esforzados bueyes. Sin soltar las riendas, el conductor y sus hijos –de cabellos rubios y ojos claros nítidamente europeos– devuelven el saludo sin ahorrar sonrisas, como señal inequívoca de un buen presagio para los forasteros.

Será que en este apéndice poco explorado de Misiones una pátina de optimismo acompaña los pasos de la gente. O, quizás, los inmigrantes adoptaron los hábitos de preservación de los pobladores originarios y se conforman con extraer de la naturaleza sólo lo necesario para subsistir. Lo cierto es que se los ve a gusto en la tierra que los cobija. Satisfechos, hasta decidieron homenajear el entorno natural con los nombres de sus caseríos: Primavera, La Flor, Puerto Paraíso.


Asoma el Moconá
En la Reserva y Jardín Botánico Yasí Yateré (a 30 km de Moconá), la bienvenida prodigada por Adriana Fiorentini se condice con ese espíritu que irradia esperanza. “No hay mejor lugar que este para criar hijos y disfrutar de la energía que nos brinda la naturaleza”, suelta la mujer con un envidiable rictus distendido y arranca una caminata por senderos que perforan la selva. El trayecto vincula plantas aromáticas, bromelias, más de treinta variedades de orquídeas y 16 tipos de helechos. Un escuálido arroyo amaga con desaparecer debajo de un puente y resurge transformado en una sonora cascada, que interrumpe los silencios del espeso manto vegetal antes de desembocar en el río Uruguay. Por el momento, los Saltos del Moconá siguen modelándose en la imaginación, mientras la fabulosa geografía misionera se dedica a revelar sus pliegues sin ninguna urgencia. 

El día se esfuma y obliga a retomar mañana la senda hacia el mayor objetivo. Al sol le queda poca vida en el parque de la Posada La Misión y, otra vez, hay que aguzar el oído para descubrir que un pájaro yacú poí picotea un coco colgado de la copa de una palmera. También se escuchan los últimos trinos de los zorzales, benteveos, tacuaritas y chingolos, en retirada ante el creciente murmullo de los grillos, que llega desde la selva misionera y el Parque estadual do Turvo, en la orilla brasileña. 

La camarera Carina sirve un sabroso pastel de papas y departe con los pasajeros en un español afectado por el portugués. Después, se la escucha dialogar en perfecto portugués con sus compañeros de la cocina. El magnífico panorama del río y la costa sigue alumbrado por las estrellas y una luna soñada durante la noche y se desdibuja al amanecer, a expensas de la niebla que genera la humedad reinante.

“Acá la selva se mantuvo más o menos virgen porque el río Uruguay siempre fue poco navegable. Para transportar madera en barcos de gran calado, los campesinos amontonaban la producción en la orilla, a la espera de que el río creciera en invierno”, alecciona de la Vega ya con la mira decididamente apuntada al Moconá.

Por fin, la hora esperada parece haber llegado, después de superar un angosto puente sobre el arroyo Yabotí y una complicada trepada de 800 metros de largo. La primera aparición de los Saltos de Moconá se limita al sonido atronador de agua que se vuelca. Se escucha –pero todavía persiste en ocultarse– a los pies del mirador que corona el trekking de 1.800 metros del sendero Chachí. 

Por primera vez cambio el paso y regreso a las corridas –seguido por el guía– hasta el puesto de los guardaparques, decidido a captar de una buena vez ese perfil enfurecido de la selva. Otro camino desciende hasta un embarcadero, donde una lancha se bambolea entre los saltos de una decena de dorados. La embarcación navega entre los enormes bloques de roca basáltica y en un par de minutos se mete de lleno en las aguas agitadas por la cadena de saltos, una sucesión de cascadas que se precipitan desde 3 a 10 metros de altura. Cuanto más avanza por el angosto pasaje de aguas agitadas, más bailotea la lancha y sacude sin piedad a sus pasajeros.

Pero todo es regocijo para los turistas, indiferentes a los baldazos de agua que los empapan. Nada los conmueve más que el espectáculo central del Moconá. Parecen entregados, gritando frases sin sentido, emocionados y exorcizados por la selva.

Diario Clarín - Viajes