Una visita a la grandiosa ciudad amurallada de la costa dálmata. La arquitectura y los deliciosos sabores.
Entre la pendiente arbolada del Monte Srdj y el insólito azul del mar Adriático, una muralla rodea el casco antiguo de Dubrovnik. Naturaleza e ingenio humano se unen así para cuidar uno de los mayores tesoros de Croacia, codiciado por normandos, bizantinos y hasta el propio Napoleón.
No podría imaginarse mayor contraste entre semejantes precauciones y la confianza con que los habitantes de esta ciudad costera abren las puertas de sus casas y de sus historias.
Parece mentira: hace menos de veinte años aún caían las bombas sobre esta pequeña joya de techos rojos. Víctima de la guerra civil durante la disolución de Yugoslavia (1991-1995), Dubrovnik tuvo que esperar a los tiempos de paz para reconstruir sus edificios dañados, reparar sus heridas y recuperar el sitial de centro turístico por excelencia de la costa dálmata. Por entonces, algunas cosas cambiaron: Europa Oriental despuntó como novedad y las callecitas de Dubrovnik se poblaron de voces en diversos idiomas.
Huellas de la historia
Así y todo, lo primero que llama la atención es el mapa ubicado junto a la Puerta Pile, en el área occidental de la muralla, que muestra los lugares afectados por los bombardeos.
Aunque sus orígenes se remontan al siglo VII, se ven pocos vestigios de edificios o monumentos anteriores a 1667, cuando un terremoto destruyó la ciudad casi por completo. Así, al caminar por Placa sorprende la "novedad" de los edificios y fachadas, la mayoría de estilo barroco.
"Tuvimos que reconstruirla muchas veces", dice en perfecto inglés una chica que pasa su hora de almuerzo junto a la entrada del monasterio franciscano. "Quedó bonita, ¿no le parece?", sonríe. A pocos metros, de la antigua farmacia Mala Braca -fundada en el siglo XIV- emana el suave perfume floral de sus cremas y ungüentos.
Algunas cuadras más adelante, la calle Placa desemboca en la Plaza Luza, donde se levanta la Torre del Reloj: allí, dos estatuas de bronce -llamadas los zelenci- se encargan de anunciar con campanadas la llegada de cada nueva hora.
Este monumental edificio de estilo gótico renacentista funcionó como sede de gobierno cuando Dubrovnik, por entonces llamada Ragusa, era una república independiente que rivalizaba con la de Venecia y consolidaba una tradición política y cultural que le valdría el apodo de "la Atenas eslava".
También se la conoce como La perla del Adriático. Por poco menos de cinco euros es posible acceder al interior para admirar el jardín central y el atrio en el que, durante el verano, tienen lugar los conciertos nocturnos.
Impronta mediterránea
Tras la caminata, es hora de premiarse con una parada en los alrededores de la plaza Luza, donde abundan los bares y cafés. Entre ellos se destacan el Gradska Kavana sobre Placa y el Cjenic, junto a la iglesia de San Blas. También está la opción de dejarse tentar por el aroma de unos calamares fritos y disfrutar de un almuerzo tardío en cualquier restaurante de la zona.
Fiel a su impronta mediterránea, la gastronomía se luce con los pescados y los mariscos, acompañados de arroz, aceite de oliva y delicias tales como el imperdible jamón de Dalmacia o el queso de oveja de la Isla de Pag.
Plaza Luza
A la izquierda de la Plaza Luza está el lado norte de la ciudad, donde las calles se transforman en escaleras que trepan por la ladera del monte.
Por allí, muy cerca del límite con la muralla que da al mar, se agrupan varias iglesias -entre ellas San Sebastián, San Nicolás-, una de las sinagogas más antiguas de Europa y un monasterio, que, junto a la iglesia ortodoxa y la mezquita situadas en el lado sur, marcan la presencia de diversos cultos.
Por la noche, los hermosos edificios brillarán aún más con la luz de las farolas y los locales de la calle Prijeko, en el lado norte, competirán por atraer a los visitantes con cenas al aire libre en sus terrazas.
Pero aún no se pone el sol: son las seis de la tarde y queda media hora para ingresar a las murallas. El paseo es uno de los imperdibles de la visita a Dubrovnik: desde lo alto se ven, no muy lejos, los cruceros que ya parten desde la marina y el perfil de la isla de Lokrum que interrumpe el horizonte del Adriático. En la pendiente del monte brillan los techos y las cúpulas coloreadas por el atardecer que ya cae sobre la merecida paz de la ciudad.
Datos útiles
Una habitación doble en un hotel de tres estrellas sale desde 70 euros la noche. Otra opción son los apartamentos con lugar para dos a seis personas, que cuestan desde 40 euros (www.dubrovnik-apartments.com).
Embajada de Croacia en Bs. As.: 4777-6409
e-mail: embajada@embajadadecroacia
htpp://es.croatia.hr (en castellano).
María Sol Porta
Clarín - Viajes
Fotos: Clarín y Web
Entre la pendiente arbolada del Monte Srdj y el insólito azul del mar Adriático, una muralla rodea el casco antiguo de Dubrovnik. Naturaleza e ingenio humano se unen así para cuidar uno de los mayores tesoros de Croacia, codiciado por normandos, bizantinos y hasta el propio Napoleón.
No podría imaginarse mayor contraste entre semejantes precauciones y la confianza con que los habitantes de esta ciudad costera abren las puertas de sus casas y de sus historias.
Parece mentira: hace menos de veinte años aún caían las bombas sobre esta pequeña joya de techos rojos. Víctima de la guerra civil durante la disolución de Yugoslavia (1991-1995), Dubrovnik tuvo que esperar a los tiempos de paz para reconstruir sus edificios dañados, reparar sus heridas y recuperar el sitial de centro turístico por excelencia de la costa dálmata. Por entonces, algunas cosas cambiaron: Europa Oriental despuntó como novedad y las callecitas de Dubrovnik se poblaron de voces en diversos idiomas.
Huellas de la historia
Así y todo, lo primero que llama la atención es el mapa ubicado junto a la Puerta Pile, en el área occidental de la muralla, que muestra los lugares afectados por los bombardeos.
Desde allí, cruzando el puente, nace la calle Placa o Stradun, arteria principal que atraviesa el barrio antiguo -Stari Grad- hasta la puerta de Ploce, en el lado oriental. Es peatonal -como casi toda la ciudad amurallada, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO-, está hecha de piedra caliza y constituye un buen punto de referencia para cualquier recorrido.
"Tuvimos que reconstruirla muchas veces", dice en perfecto inglés una chica que pasa su hora de almuerzo junto a la entrada del monasterio franciscano. "Quedó bonita, ¿no le parece?", sonríe. A pocos metros, de la antigua farmacia Mala Braca -fundada en el siglo XIV- emana el suave perfume floral de sus cremas y ungüentos.
Algunas cuadras más adelante, la calle Placa desemboca en la Plaza Luza, donde se levanta la Torre del Reloj: allí, dos estatuas de bronce -llamadas los zelenci- se encargan de anunciar con campanadas la llegada de cada nueva hora.
Alrededor se sitúan algunos de los edificios más importantes y de visita casi obligada: el palacio Sponza, con el archivo histórico, la preciosa Catedral de Velika Gospa (levantada en el siglo XII y reconstruida en el XVIII, según el estilo barroco italiano) y la iglesia de San Blas, patrono de la ciudad. Junto a ella, hacia la derecha, se eleva la fachada del Palacio de los Rectores.
Este monumental edificio de estilo gótico renacentista funcionó como sede de gobierno cuando Dubrovnik, por entonces llamada Ragusa, era una república independiente que rivalizaba con la de Venecia y consolidaba una tradición política y cultural que le valdría el apodo de "la Atenas eslava".
También se la conoce como La perla del Adriático. Por poco menos de cinco euros es posible acceder al interior para admirar el jardín central y el atrio en el que, durante el verano, tienen lugar los conciertos nocturnos.
Impronta mediterránea
Tras la caminata, es hora de premiarse con una parada en los alrededores de la plaza Luza, donde abundan los bares y cafés. Entre ellos se destacan el Gradska Kavana sobre Placa y el Cjenic, junto a la iglesia de San Blas. También está la opción de dejarse tentar por el aroma de unos calamares fritos y disfrutar de un almuerzo tardío en cualquier restaurante de la zona.
Fiel a su impronta mediterránea, la gastronomía se luce con los pescados y los mariscos, acompañados de arroz, aceite de oliva y delicias tales como el imperdible jamón de Dalmacia o el queso de oveja de la Isla de Pag.
Los más apurados encuentran algunos de estos productos para comer al paso a escasos metros del Palacio de los Rectores, donde todos los días -menos los domingos- se levanta el mercado callejero de la plaza Gundulic.
Plaza Luza
Por allí, muy cerca del límite con la muralla que da al mar, se agrupan varias iglesias -entre ellas San Sebastián, San Nicolás-, una de las sinagogas más antiguas de Europa y un monasterio, que, junto a la iglesia ortodoxa y la mezquita situadas en el lado sur, marcan la presencia de diversos cultos.
Por la noche, los hermosos edificios brillarán aún más con la luz de las farolas y los locales de la calle Prijeko, en el lado norte, competirán por atraer a los visitantes con cenas al aire libre en sus terrazas.
Pero aún no se pone el sol: son las seis de la tarde y queda media hora para ingresar a las murallas. El paseo es uno de los imperdibles de la visita a Dubrovnik: desde lo alto se ven, no muy lejos, los cruceros que ya parten desde la marina y el perfil de la isla de Lokrum que interrumpe el horizonte del Adriático. En la pendiente del monte brillan los techos y las cúpulas coloreadas por el atardecer que ya cae sobre la merecida paz de la ciudad.
Datos útiles
Una habitación doble en un hotel de tres estrellas sale desde 70 euros la noche. Otra opción son los apartamentos con lugar para dos a seis personas, que cuestan desde 40 euros (www.dubrovnik-apartments.com).
Embajada de Croacia en Bs. As.: 4777-6409
e-mail: embajada@embajadadecroacia
htpp://es.croatia.hr (en castellano).
María Sol Porta
Clarín - Viajes
Fotos: Clarín y Web
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