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lunes, 17 de marzo de 2008

La Gran Barrera de Belice

Desde que Cousteau hizo un documental de la Gran Barrera, los precios de sus islas se dispararon

Belice se ha transformado en un destino apetecido, en buena medida gracias a la Gran Barrera de Belice; la más grande del mundo después de la de Australia. Light House, Turneffe y Glover's son aquí los principales atractivos: tres atolones que, con sus arenas blancas y lagunas turquesas rodeadas de coral, nada tienen que envidiar a la belleza de Tahiti o Hawai. Claro que Belice es más salvaje. De hecho, cuesta llegar, aunque más cuesta salir.

"Tabaco era una isla preciosa. Pero llegaron los turistas y la echaron a perder", dice Norland sin soltar la caña del bote que se estrella una y otra vez sobre el mar embravecido.

Tabaco, una linda isla, ahora atestada de casas y hotelitos, velozmente queda atrás. También Dangriga: el estratégico puerto desde el que cualquiera podría iniciar una aventura hacia la sección más septentrional de la Gran Barrera de Belice, esa gigantesca muralla de coral que se extiende desde el sur de México hasta el norte de Honduras y que hace 200 años era refugio de piratas desalmados. Uno de ellos fue John Glover, el bucanero (bucanero viene de bucán, la técnica con que los piratas ahumaban sus pescados) recordado hasta hoy en un atolón que lleva su nombre. El atolón de Glover no sólo es el más lejano sino también el más impoluto, al punto que la Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad. Y ése es al que ahora intentamos arribar.

Los de Belice son los únicos atolones del Hemisferio Occidental

"Así como está el mar, tardaremos al menos cinco horas más", dice Norland, un reggaetonero pirata del Caribe.

El bote diminuto salta. Pareciera que va a reventar. Y el nervio sólo amaina cuando aparecen unos manatíes. Más tarde, delfines. Es un recreo por un rato. Luego sigue la angustia. El mar está bravo, tanto que en todo momento el naufragio parece inevitable. Pero las horas pasan y finalmente el horizonte se aplana. Y la blanca sonrisa de Norland contrasta con el azul turquesa de la laguna en la que de pronto hemos comenzado a navegar.

Ahí enfrente aparece por fin la tierra prometida. La última esperanza: Glover's Resort, el único all inclusive de la Gran Barrera en el que puedes descansar sin tener que destrozar tu tarjeta de crédito. Sólo 200 dólares la semana, por persona, nada comparado con los cinco o seis mil que piden los hoteles más sofisticados, incluidos los de Ambergris, San Pedro; la "isla bonita" que fascinó a Madonna.

"¡Eres de Chile! Me encanta Chile", dice Marsha Lomont, una gringa que 40 años atrás compró la llamada "isla del Norte" y levantó aquí su lodge; un lugar simple pero taquillero, tipo camping de Morrillos en los 70, ahora administrado por toda la familia, con cabañas construidas con hojas de palmeras y oxidadas cocinillas conectadas a tanques de buceo rellenos con gas licuado. Robinson Crusoe style. Es cierto: los Lomont son excéntricos. Pero también millonarios. Desde que Jacques Cousteau hiciera en los 60 un documental de la Gran Barrera (y de Blue Hole, su principal atractivo) los precios de las islas se dispararon. Y hoy todas no sólo son privadas sino que además cuestan cinco, seis, diez millones de dólares. Y más.

En Belice se ven 500 especies de peces y 65 tipos de corales

Es hora de inspeccionar. No sin que antes, con el arpón bien sujeto entre sus manos, Warren –el más chico de esta Familia Adams del Caribe– pregunte si vamos a querer pescado fresco para la cena. La respuesta es no. Hemos desembarcado con agua y víveres (cheesies y salchichas) suficientes como para sobrevivir una semana. Y también, cómo no, disfrutar de todo lo que hay aquí. Partiendo por el espectacular mundo submarino. Terminando con esa hipnótica hamaca junto a la playa ante la cual ya comienza a caer el sol. Aldous Huxley, el escritor, estuvo una vez aquí cuando Belice era aún colonia inglesa (se independizaron en los 80). Luego escribió: "Si es que el mundo tuviese uno o más finales, Belice sería uno de ellos". Las estrellas aparecen en el firmamento. La brisa refresca. Es la hora perfecta para que les cuente cómo diablos fue que se me ocurrió llegar a aquí.

No tener plan es un mal plan. Uno sabe dónde está Belice: debajo de México. Arriba de Guatemala. Nada más. Belice es un misterio. Incluso para los que han estado una vez. Y dos y tres también. Ésa es probablemente la gracia de este país donde gran parte de los caminos son de tierra. Donde los monos se suben a la mesa a robarte el desayuno. Donde las mujeres destripan iguanas que chillan antes de precipitarse a los sartenes. Un país que, desde el aire, pareciera que acaba de ser víctima de una terrible inundación. Belice ni siquiera está completamente descubierto; eso pese a que no debe ser más grande que la Región de los Lagos.

Pero Belice –que ha sobrevivido una y otra vez a huracanes como Iris, Hattie y Match– tiene onda. No por nada la escritora súper ventas Tara McCarthy –la autora de Wouldn't Miss it for the World– eligió a Belice como locación de su último bestseller. Claro que no es llegar y enamorarse. "¿A Belice? ¿Cómo vas a ir a Belice? Es lo peor", me dijo un amigo antes de la partida. Y 24 horas después, yo le encontraba toda la razón. Eso antes, claro, de que descubriera que en Belice existen lugares como Glover's

Cayo Caulker es un lugar estratégico para salir a conocer

Lo reconozco, este viaje partió con un error de planificación. La idea era simplemente llegar a Belice y, en terreno, encontrar un buen hotel para pasar mi luna de miel. ¿Lindo? No. Una imbecilidad. Tras llegar a Belomopán, la capital, tomamos un bus hacia la costa. Y cinco horas después cruzamos por un tétrico cementerio que marca la entrada a Belize City; la ciudad-puerto desde donde van y vienen los botes que conectan el continente con los cayos del acuático país. Vale la explicación: en la costa de Belice hay dos ambientes. Uno el de los llamados cayos, casi pegados al continente, que son islas de manglares repletas de gringos y mosquitos. El otro el de los atolones, mucho más distantes, con bellas islas de verdad. La cosa es que (recién ahí me enteraría) ese mundo es privilegio de mocasines Lacoste y yatistas triple A.

Alguien me había sugerido un destino: cayo Caulker, desde donde podría salir a incursionar. Hasta donde entendí, el Buzios de Belice: un lugar repleto de discoteques y restaurantes. Un lugar que, según aseguran los catálogos turísticos, tiene lindas playas y cómodos hoteles. Mentira. Tras romperte el trasero en un bote durante media hora o más, llegas a un lugar con tantos borrachos como basura en las calles. Luego, en cuanto desembarcas, rastafaris, gringos homeless, garifunas y creoles se te vienen encima con el clásico discurso jamaicano: "Welcome to my island. No problem. Be happy. Do you want a hotel? Do you want a tour? Do you want something to smoke?". Primero uno. Luego otro. Y otro más. Poco después te das cuenta de que en Caulker no hay nada. Al menos cero playas bonitas y la tan ansiada tranquilidad. Sí discos, clubes y puteríos varios.

"Disculpe, señor. ¿En qué atolón podría conseguir un hotel bueno y barato?", pregunto en una agencia.

"Ja, ja. Olvídalo. Todas las islas de Belice son privadas. Y en ninguna encontrarás un resort que cueste menos de seis mil dólares, la semana, por persona".

Caulker, a medio día, es como Bellavista a las 5 de la madrugada. Hay de todo (todo) menos el romanticismo del Caribe. Nos dicen que Ambergris, el cayo del norte, está a media hora en bote, pero que en verdad es lo mismo sólo que más grande y más taquillero, pues ahí está San Pedro: la isla bonita de Madonna. El lugar donde los mayas cavaron el canal que separa la isla de México; la forma que encontraron para abrir una ruta comercial desde el Caribe a Chetumal.

Caulker y Ambergris están repletos de marinas

Cielos: estoy en problemas. Nuestro viaje de exotismo no se está cumpliendo. Eso pese a que justo frente a mis narices está la Gran Barrera de Coral. Ésa de la cual, en 1836, Darwin se prendó. Ésa que, según entiendo, los astronautas pueden ver desde el espacio. Ésa que, según no pocos expertos, es el mejor destino para bucear en el Hemisferio Occidental junto a Cocos, en Costa Rica y las Bahamas. En total 250 kilómetros de arrecife, a más de 40 kilómetros de la costa más cercana. Eso y 500 especies de peces; 65 tipos de corales, 350 de moluscos. Sin olvidar la posibilidad de observar, face to face, tiburones toro, martillo, nurses. Y, por cierto, degustar rum punchs en los bares de sofisticados resorts como Azul o Mantra. Todos los cuales ofrecen paquetes semanales, con buceo incluido. Es que es eso, básicamente, lo que se hace en los atolones: buceo al desayuno, al almuerzo y, si quieres, antes de la cena.

La cosa es así: en toda América, aparte del arrecife de Chinchorro en México (al sur de Yucatán) sólo en Belice hay atolones de ensueño. Como Lighthouse, por ejemplo, donde está el monumento natural Media Luna. Cuento aparte es el místico Blue Hole: un círculo perfecto en el que no se ve mucha vida marina, pero sí estalactititas y estalagmitas subacuáticas. Según el mito, en los 60 Cousteau llegó hasta ahí. Ancló el Calypso, detonó unas bombas para abrirse paso y, en algún minuto, perdió a su hijo Phillipe. Fue lo que creó el aura de misterio que impulsó a otros investigadores a seguir descubriendo qué había en el bien llamado "ombligo" del Caribe: primero Al Giddings, de la revista Skin Diver. Luego Robert Dill, géologo de Cousteau en la primera expedición, quien retornó para internarse en la angosta cueva que se abre a los 70 metros. Una barbaridad, y hasta hoy no son pocos los buzos que mueren año a año intentando una proeza semejante.

En Turneffe, el atolón más grande, hay un sitio increíble llamado Rendezvous, al que suelen ir botes por el día desde Caulker o Ambergris. Pero lejos el gran atractivo de Turneff son sus sofisticados resorts como Turneffe Island Lodge, con ventiladores de fina madera en cada habitación; o Blackbyrd Caye Resort, enclavado en medio de una isla-jungla visitada por delfines. En todos los atolones la oferta es deslumbrante: en Lightgouse, el Lighthouse Reef Resort. En Glover's, Manta: increíble.

La cosa es que tras leer un folleto en el que me entero que en Glover's, el atolón más lejano, hay un resort barato, llamo desde un teléfono satelital. Me dicen: 'El bote sale una vez a la semana y se fue ayer'. '¿Y qué hago?', insisto. 'Tienes que ir a Dangriga, al sur de Belice, y ahí arrendar tú mismo un bote. Ojo que no es barato', advierte un niño en el teléfono. Después me enteraría que hablaba con Warren. Tomamos las maletas y partimos al aeródromo de Caulker. Nos subimos a un Cessna de Tropic Air. Nos bajamos en Dangriga. Vamos al puerto. En un café, digno de La isla del tesoro, conocemos al capitán Norland. Dice: "Es muy peligroso ir a esta hora. Pero, ¿saben? Sin aventuras yo no viviría". Arranca el motor. 600 dólares mediante, seis horas después estamos en Glover's.

"Es lindo este lugar. Escucha el mar. Me siento en el centro de ninguna parte", dice mi mujer.

De pronto Warren pasa frente a la cabaña. Guiña un ojo y dice: "Mañana sale un bote barato a Blue Hole. Happy bubbles tonight". Es un clásico chiste de buceadores. Empezó la luna de miel.

En Belice, la mayoría de los caminos son de tierra

Sitios Mayas en Belice

Chac Balam
es un pequeño sitio arqueológico ubicado al norte de la isla Ambergris. Otros sitios interesantes en Ambergris son: Marco Gonzales y Basil Jones.

Altun Ha
en el norte de Belice, cerca de un lugar llamado Sand Hill, se encuentran 13 estructuras, entre las que destaca el Templo del dios Sol.

Lamanai
ubicado en el New River, fue uno los centros ceremoniales más importantes del mundo maya. De película, aparte, es el hotel Lamanai Outpost Lodge (www.lamanai.com).
Caracol
en el sur de Belice es un importantísimo sitio arqueológico, pues Caracol dominó a Tikal durante más de un siglo.

Para conocer varios sitios arqueológicos en Belice, consulte en www.mayamountain.com.

Sergio Paz, desde Belice
Diario El Mercurio (Revista del domingo)

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