Quien se enamora de Varsovia antes ya se había enamorado de la historia y la cultura contemporáneas de Europa. Un amor lleva a otro... Y para terminar de aprender esta lección sin libros ni hojas no hace falta más que caminar por Okopowa, Prosta, Wawelska o cualquiera de las calles céntricas de la capital polaca, y reparar en la modesta arquitectura soviética de los monoblocks, los añejos retratos colgados de los moradores del gueto o la variedad de monumentos dedicados a hechos y personajes de la Segunda Guerra Mundial.
Las huellas de esa contienda, así como las de la Guerra Fría, predominan aún en un paisaje que difiere de otras ciudades más preparadas para el turismo tradicional, como Cracovia y Gdansk, aunque buena parte del interés de los visitantes esté relacionado justamente con su trágica historia en el siglo XX.
Un ejemplo de esta aparente victoria del pasado sobre el presente: el Palacio de la Cultura y Deportes, edificio tan colosal como gris y apagado, es aún hoy el símbolo más característico de la ciudad. Esto, a pesar de que un político local lo tildó hace un par de décadas de un regalo sin devolución que el dictador de la Unión Soviética Josef Stalin le haría a la sociedad varsoviana por haber aceptado la irremediable invasión del Ejército Rojo en 1945, cuando el varias veces doblegado ejército polaco no tuvo otra opción que llenar el vacío del retiro de las tropas alemanas con el arribo de las soviéticas.
El panorama invita, sin embargo, a bajar velozmente por los ascensores de la mole estalinista -alguna vez, los más rápidos de Europa- para dirigirse a la mejor de las vistas: el barrio Stare Miasto (Ciudad Vieja, en polaco), también sobre la margen occidental del río Vístula.
Declarada en 1989 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la Ciudad Vieja ofrece el encanto de un paisaje urbano europeo al estilo de los cascos históricos de Salzburgo, Budapest o Praga, pero con una diferencia que puede resultar, en un primer momento, algo decepcionante: ninguno de los edificios que allí se ven, por antiguos y legendarios que luzcan, es anterior a la década del 50.
No obstante, lo que la historia le puede quitar de autenticidad se lo devuelve en heroísmo: cada una de las construcciones fue realizada a imagen y semejanza de las anteriores, destruidas por los tanques de guerra de la división especial Waffen SS del ejército nazi. Esta demolición sistemática fue ordenada por el propio Hitler después de producirse la frustrada rebelión conocida como el Levantamiento de Varsovia, donde la resistencia polaca intentó desalojar a los invasores alemanes sin ayuda de las tropas soviéticas.
Como consecuencia de esta devastadora acción -representada en la famosa película El pianista, de Roman Polanski, de ese distrito tan sólo quedaron escombros, que en parte fueron incrustados en las paredes de las casas y los comercios reconstruidos en homenaje al barrio original.
Más allá de su apasionante historia reciente, Stare Miasto es el mejor lugar para caminar, sacar fotos y gastar los zlotys que sí o sí hay que conseguir en territorio polaco, ya que ni los euros ni las tarjetas de crédito se aceptan todavía en muchos bares, restaurantes, museos y locales de venta de souvenirs.
La supervivencia del zloty (que al cambio actual coincide en su valor con el peso argentino) es también fuente de abusos hacia los turistas, ya que en las casas de cambio de la Ciudad Vieja y otros lugares emblemáticos de la ciudad se cobran sobreprecios asombrosos a quienes desean obtener billetes de la moneda nacional. Por eso se aconseja conseguir dinero polaco a través de los cajeros automáticos: cualquier comisión cobrada siempre será menor a la que imponga el empleado de la casa de cambio de turno.
El Palacio de la Cultura y la Ciencia, a todas luces; abajo, la plaza Zamkowy
Para salir de Stare Miasto y apreciar, por ejemplo, las obras de los pintores locales Michalowski, Witkacy y Podkowinski en el Museo Nacional, la mejor manera de llegar allí es con el tranvía. A pesar de que muchos de ellos padecen de una obsoleta apariencia y se encuentran equipados con un sistema de iluminación no mucho más joven que el de los vagones de la línea A de subtes de Buenos Aires, el servicio y la frecuencia son decentes.
Por eso, y porque un pase ilimitado de tres días cuesta sólo 16 zlotys (o pesos), es mucho más conveniente viajar en tranvía que tomar un taxi: el desconocimiento del polaco y la fama de los taxistas varsovianos de cobrar inexistentes cargos adicionales vuelve mucho más soportable el chirriante bamboleo de sus vagones que, después de todo, comparten la calle con otras unidades ultramodernas.
Por este medio, cuyos recorridos se encuentran claramente diagramados en la mayoría de las paradas céntricas, se puede también percibir una imagen integral y acabada del prolijo diseño de sus grandes avenidas, como Jana Pawla II (llamada así en homenaje al papa polaco fallecido en 2005), Aleje Jerozolimskie, Ratuszowa o Solidarnosci (otro tributo contemporáneo, esta vez al movimiento Solidaridad, de Lech Walesa). Esta opción siempre es mejor a la de caminar, ya que la mayoría de las veredas se encuentra en mal estado aunque por una buena causa de largo plazo: las interminables obras en construcción que signan la ciudad. Además, perderse no es muy conveniente si no se domina la lengua polaca.
Por señas
Como sucede en Rusia, Ucrania y las zonas no turísticas de los países de Europa occidental, la noción tan difundida en la Argentina de que con la lengua inglesa se puede sobrevivir en cualquier lado está muy sobreestimada, cuando no errada, en Polonia. Aun entre los más jóvenes. Si bien es cierto que con el inglés se puede salir de un percance en un breve diálogo, también se lo puede hacer en español, alemán o italiano. Más allá de la ayuda inestimable del lenguaje universal de los gestos, el consejo incluido en varios manuales de viajero de aprender frases básicas en polaco no resulta, en absoluto, exagerado, por difícil que parezca sumirse en un mar de consonantes y particulares caracteres.
En cualquier itinerario, y siempre que el buen tiempo acompañe, vale la pena agregar un paseo por los parques cercanos al río Vístula, como el Ujazdowski, el Traugutta o el Praski I Armii. Si bien estos espacios verdes carecen de la espectacularidad de los parques bávaros o londinenses, la armónica distribución de sus arboledas y la limpieza de sus juegos infantiles y asientos le permiten gozar de un buen momento de descanso y reflexión, sin que la inseguridad -aquí un problema menos- perturbe el relax.
Por otra parte, y a diferencia de lo que sucede en Moscú y algunas ciudades del este europeo que aún exhiben secuelas en la difícil transición del comunismo al capitalismo, en Polonia hay una buena noticia: los baños públicos son gratuitos, tanto los de los parques como los de los bares y restaurantes. Esta muestra de progreso y apertura hacia Occidente es una de las más destacadas por el turismo extranjero, que en 2007 llevó a la ciudad 2,8 millones de visitantes, provenientes en su mayoría de Europa.
Sin embargo, aún hay asignaturas pendientes en esta ciudad que vive de su historia y evoluciona con ella. Un claro ejemplo es el zoológico, posiblemente una de las atracciones más promocionadas de la cuidad, pero que no se caracteriza ni por la variedad de sus animales ni por la comodidad y calidad de sus instalaciones.
Si la intención es cumplir con los niños, la mejor opción es acercarse a la fosa de los osos que da a Solidarnosci, sin necesidad de abonar los 14 zlotys que cuesta la entrada. Allí, los mamíferos parecen saber que el límite con la libertad es tan sólo una pequeña pared entre su fosa y la tumultuosa avenida. Pero ninguno de ellos, por la mansedumbre de sus miradas pardas, debe siquiera imaginar la tentación de dar el saltito para husmear los brillosos baúles de los Skoda estacionados afuera, colarse en los tranvías para aprovechar la ausencia de los inspectores que jamás suben o pelear a su manera junto a los varsovianos por seguir defendiendo su rica historia y, a la vez, por recibir con los brazos abiertos un futuro que ya ha llegado.
Cinco postales imperdibles
1. Palacio Lazienki
Conocido como El Palacio Sobre el Agua, esta residencia real es una de las más destacadas y hermosas de Europa. Fue construida por el aristócrata Stanlislas Lubormirski, aunque fue completamente remodelada por el último rey de Polonia, Stanlislas August Poniatowski, que la transformó en su residencia de verano. (Calle Agrykoli 1)
2. Café Filosófico (Jadlodajnia Filozoficzna)
Un gran lugar para salir por la noche y entender la cultura juvenil polaca. Se puede degustar los mejores cafés y cervezas del país, leer literatura actual de Polonia y Europa y, por sobre todo, escuchar en vivo la música de las bandas del momento. (Dobra 33/35)
3. Galería Nacional de Arte moderno Zacheta
Excelente para disfrutar una gran colección de trabajos de arte contemporáneo, que van de Stanislaw Wyspianski a Roy Liechtenstein. La calidad de las muestras hace que aun quienes no son expertos en la materia pueden aprender rápidamente sobre pintura y escultura de este período. (Calle Malachowskiego 3)
4. Confitería Cukiernia A. Blikle
Fundada en 1869 es considerada uno de los mejores lugares de Varsovia, Polonia y Europa oriental para degustar tortas y confituras de todo tipo. Sin duda, una buena manera de explorar la historia del país de un modo diferente. (Calle Nowy Swiat 35)
5. Plaza del Castillo (Plac Zamkowy)
No por obvia, la vista de la plaza del Castillo es menos impactante. Allí se erige la columna de Segismundo III, una de las postales más típicas de Varsovia, que cuesta creer que fue totalmente reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la columna original yace postrada en las cercanías, para quien la desee fotografiar.
Lugares de interés
Museo Nacional de Varsovia Jerozolimskie 3
Tel.: +48 (22) 6211031
Palacio de la Cultura y los Deportes Defilad 1
Tel.: +48 (22) 656-77-41 www.pkin.pl
Adrián Sack
LA Nación - Turismo
Fotos: CORBIS /Francisco J. Toledo/Adrian Sack/ Web