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sábado, 30 de octubre de 2010
Kenia, el diamante de África
Kenia, el diamante de África. Condensa en un territorio pequeño, toda la esencia del continente. Elefantes, cebras, hipopótamos, rinocerontes, leones y una naturaleza tan exuberante que se desborda, capaz de superar las expectativas de cualquiera.
Kenia no es lugar para aquellos que buscan comodidades, es para los aventureros de corazón, para los que quieren conocer de primera mano la auténtica esencia de la naturaleza en estado puro. Para los que quieren correr riesgos controlados y disfrutar de un lugar donde el reloj no tiene cabida, porque el tiempo transcurre a su propio ritmo. La riqueza keniata en cuanto a diversidad de hábitats naturales se debe a más de cincuenta parques y reservas nacionales protegidos, así como a numerosos espacios de conservación privada, así pues, excepto los grandes primates, en Kenia se pueden encontrar muchos de los animales característicos del continente, además es el mejor destino africano en cuando a observación de aves se refiere.
Los keniatas y sus tribus
Este país comprende una de las mayores diversidades étnica del mundo, debido a una larga historia de migraciones, asentamientos y fusiones entre diferentes culturas, lo que les confiere una mezcla maravillosamente rica. Desde los pueblos cusita, bantú y nilótica, hasta los persas y árabes que dieron lugar a la cultura swahili y la posterior llegada de los colonos europeos y los trabajadores de la India. Por no hablar de las recientes llegadas de inmigrantes vecinos en conflicto. El resultado es apasionante, una gente extraordinariamente abierta, simpática y acogedora.
Aunque sin duda, lo más loable es el hecho de que, a pesar de la mezcla y de la convivencia, cada una de las 14 tribus ha conseguido mantener su identidad y su esencia. De modo que actualmente podemos conocer al norte a los , cuyas mujeres son las más hermosas, los Rendille, los Elmolo, el grupo étnico más pequeño de Kenia y que vive a orillas del lago Turkana, como los Turkana, el pueblo keniata más aislado y que menos influencias ha recibido. En la zona central, los Samburu, que viven en el Mone Kenia y están emparentados con los Masai, los Meru, la única sociedad democrática del África precolonial, los Embú, los Kikuyu, el mayor grupo étnico del país y el que actualmente lo gobierna y los Kamba, los talladores de madera. Por último, al oeste, los Kalenjin, un grupo de pueblos que los británicos llamaron nandi, los Kisii, los Luhya, el segundo grupo más numeroso del país, los Luo, que adoptaron el modo de vida británico tras la colonización y, por último, los famosos Masai, al sur. Los pastores nómadas tradicionales.
A este respecto, la zona más famosa es precisamente Masai Mara, al sur del Valle del Rift, donde se puede convivir en la propia aldea, con estos pastores nómadas y, por supuesto, ilmoran, es decir, guerreros.
El safari, un viaje al reino animal
Safari es una palabra swahili que significa, viaje. Y un safari consiste en emprender un viaje a través de un territorio natural, quizá uno de los numerosos parques naturales del país. Desde un vehículo preparado ad hoc, nos adentramos en el territorio salvaje, completamente a salvo. Porque desde el interior de la furgoneta podremos observar todo tipo de animales sin correr ningún peligro. La parte superior del vehículo, se eleva la distancia suficiente para que una persona pueda asomarse libremente al exterior, pero para que un animal no pueda colarse al interior de ninguna manera.
Las reservas más populares son las de Amboseli, Tsavo, Laikipia, Nairobi y Masai Mara. Quizá para un segundo safari, habría que tomar en cuenta las reservas de Shaba, Samburu y Buffalo Spring, donde se pueden encontrar grandes mamíferos que parecen ser endémicos en el país; Meru, Saiwa Swamp Y Hell´s Gate, donde además del típico safari en coche, se pueden hacer recorridos en bicicleta o incluso a pie. Lo mismo sucede en los lagos Nakuru y Naivasha, donde además se puede disfrutar de la vista de millones de pelícanos y flamencos rosados.
Por supuesto hay que mencionar de forma especial la zona del centro de Kenia, porque es la zona menos turística y por tanto, todo está casi por descubrir. Nyahururu destaca por la impresionante cascada de Thomson, Nyeri está unido a lord Baden-Powell, el fundador de los Scouts y desde Thika es desde donde se accede al Ol Doinyo Sabuk National Park.
El principal atractivo de la región es el Monte Kenia, el punto más alto del país y el segundo más alto del continente, y además es la morada de los dioses. Es un parque nacional en el que se pueden hacer safaris y observar animales de todo tipo, pero los amantes de la escalada y el senderismo también tienen un lugar, aunque no hay que olvidar que las rutas de acceso y ascensión a los picos, son bastante duras y las temperaturas bajan considerablemente en cuanto se pone el sol.
Nairobi, la capital
Su origen en 1899 fue el de un campamento ferroviario, desde entonces ha crecido rápidamente y se ha convertido en económico, comercial y de transportes del este de África. Es el lugar perfecto para realizar compras del viaje. Su nombre deriva de Ewaso Nyarobi, que en masai significa “Lugar de agua fría”.
Lo más destacado de la ciudad es el Museo Nacional, que ofrece una visión general de la cultura y la historia natural del país muy interesante. Algunas de sus maquetas son fantásticas. El archivo nacional, en el antiguo Banco de India, un edificio con mucha Historia. El Museo del ferrocarril, columna vertebral de la Historia de Kenia. Surgido de la propia película, el Museo de Karen Blixen, autora de “Memorias de África”. Un toque de color, el Arboreto de Nairobi, 350 especies de árboles en 32 hectáreas repletas de senderos por los que pasear; y el parque de la ciudad, que tiene 121 hectáreas de jardines, estanques, un canal y un vivero. Incluso tiene algunos tramos de bosque autóctono, es una zona muy popular para ir a pasear y comer al aire libre. Otra opción son los Jardines Uhuru, donde está el Uhuru Monument dedicado a la lucha por la independencia.
No olvidemos, mencionar el Bomas of Kenya, una exposición creada para conservar la cultura tradicional con recreaciones de aldeas de bomas (casas), espectáculos, danzas y representaciones. Es una forma rápida de profundizar en la cultura del país. Por último, el David Sheldrick Wildlife Trust, un orfanato de elefantes, el AFEW Giraffe Centre, donde se puede tocar a las jirafas y el Parque Nacional de Nairobi, donde se puede hacer una aproximación a lo que será un verdadero safari.
Al sur, la playa: Mombasa
Es la segunda ciudad del país en importancia. El clima es duro, hace un calor sofocante y pegajoso que sólo puede paliarse con un baño en las claras y, por supuesto, cálidas aguas del océano Índico, cuyas playas de arena batida invitan a pasear si uno consigue deshacerse de la miríada de nativos que intentarán venderle absolutamente cualquier cosa. Desde una figura de madera hasta un consejo.
La costa sur de Kenia ofrece decenas de complejos de playa, especialmente en Diani, donde las playas son especialmente hermosas y muy conocidas para practicar actividades marinas y subacuáticas.
En cuanto a Mombasa, es una ciudad fundamentalmente histórica y ello se debe, en gran parte a los portugueses. El principal puerto ocupa una pequeña isla costera unida a tierra, al norte y al oeste por un puente y al sur, por el Likoni ferry. Cogerlo es una misión de paciencia, pero luego es muy sencillo, rápido y cómodo.
Los lugares más interesantes para visitar son el Templo Shri Swaminarayan, uno de los templos hindúes más antiguos e impresionantes del este de África. Está muy cerca de la estación de tren y desde lejos, parece un gran pastel de cumpleaños. Los Uhuru Gardens y los Giant Tusks, el símbolo de la ciudad, son cuatro colmillos gigantes de elefante, construidos para celebrar la coronación de Isabel II en 1953 y que parecen una especie de puerta de bienvenida a Mombasa. Por supuesto, el mercado MacKinnon y la calle Biashara, no son lugares turísticos, pero sí merece la pena visitarlos para empaparse un poco de la vida en esa ciudad.
Otro templo, el Jain, el templo jaimista más antiguo fuera de La India. También hay iglesias como la Catedral Anglicana, la más antigua de Mombasa y que podría confundirse con una mezquita por la altura de su bóveda, los pórticos con arcos y algunos otros adornos árabes. El antiguo tribunal de justicia, una de las construcciones coloniales más atractiva de la ciudad, restaurado, alberga el Museo de la cultura swahili y la historia local; y está muy cerca de Treasury Square, la plaza del tesoro, rodeada de edificios coloniales como el antiguo ayuntamiento y varios bancos internacionales. Todo ello a un paso de Fort Jesus, el edificio más importante estratégicamente de la costa swahili. Y del casco antiguo, donde encontraremos: la antigua estación de policía, el Club Mombasa, las mezquitas Mandhry, la de Bohra y la Basheikh, la antigua oficina de correos, la plaza del gobernador, la escalinata Leven Steps, el Faro Blanco y Ndia Kuu Road, originalmente conocida como Main Road.
Los masai
Los Masai no suelen consumir carne de animales, para ellos los animales son más valiosos vivos que muertos. Sólo comen carne en ocasiones especiales.
Para nutrirse de las proteínas necesarias, hacen sangrías controladas a las reses. Esa sangre la mezclan con leche y la dejan fermentar unos días en una calabaza. Esa es la base de su alimentación, ya que no suelen comer tampoco pescado ni verduras.
La riqueza familiar se define en función del número de hijos y las cabezas de ganado. Tener mucho de un grupo y poco del otro se considera pobreza. Es como no tener nada.
Se visten con una toga roja, llamada shuka, el pelo lo tiñen de color ocre y se lo cortan como si fuera un casco romano, además se seccionan los lóbulos de las orejas. Ellas se adornan con collares de cuentas de colores. Es un símbolo de belleza.
A los 15 años, se celebra la ceremonia que convierte a los jóvenes en ilmoran, guerreros y entonces recogen el testigo de los mayores, los mayores (entre 30 y 35 años) pasan a ser jóvenes ancianos y ya pueden casarse y formar su propia familia.
Viven en grupos familiares llamados manyattas. Se organizan de forma circular alrededor del redil de ganado. En cada una pueden vivir docenas de personas, pues es una sociedad polígama y un hombre puede tener tantas mujeres como pueda mantener.
Información útil
Cuándo ir: entre julio y noviembre. No sólo para evitar la estación de lluvias, sino también porque es posible asistir a la migración de los ñus del Serengueti-Mara.
Cómo vestirse: prendas amplias, ligeras y de fibras naturales, de colores crudos y neutros, para no atraer los mosquitos ni asustar a los animales con colores fuertes. Dependiendo de la época puede hacer frío, por lo que la técnica de la cebolla (ponerse muchas capas) es lo más recomendable.
Contratar un medio de transporte adecuado, porque las infraestructuras de comunicación en el país son francamente pésimas. Es mejor que alguien experimentado se encargue del transporte.
Hay que tener en cuenta que los parques naturales cobran entre 10 y 50€ por persona y día. A veces también hay que pagar, aparte por el coche.
La mayoría de los animales sólo pueden verse (y fotografiarse) desde el coche, por lo que está bien llevar también unos prismáticos. También hay que llevar protector solar, un gorro, gafas de sol y una navaja.
El sistema sanitario recomienda vacunarse, al menos contra la fiebre amarilla y llevar medicamentos para prevenir la malaria. Pero es a gusto del consumidor.
A la hora de hacer compras, los nativos siempre pondrán precios anormalmente elevados, con el fin de conseguir regatear con el comprador, es como un deporte. Aún regateando siempre pedirán precios muy altos. Es imprescindible tener claro cuánto está uno dispuesto a pagar por el artículo y no ceder ni un ápice.
Las compras: artesanías africanas (en Kenia no se hacen máscaras, las importan de otros países), figuras de madera de Kamba, tallas de piedra de Kisii, abalorios de todo tipo, telas y batics.
Las propinas. Son absolutamente voluntarias, pero están muy extendidas en todo el país y todos esperan que se les dé una propina incluso cuando sólo te han señalado una dirección.
Cómo ir
Para llegar a Nairobi hay que hacerlo a través del aeropuerto internacional de Jomo Kenyatta, a 16 km. al sureste de la ciudad. No hay vuelos directos desde todas las ciudades europeas, por lo que la mejor opción es hacer una escala. Por ejemplo, desde Bruselas son 8 horas y media de avión. Una vez en Nairobi, el autobús KBS 34 conecta el aeropuerto con el centro de la ciudad.
También hay que recordar que el visado tiene un precio de 20 euros.
Paloma Gil
Revista 80 días
Fotos: Web
Publicado por Luis Schpilman en 4:53 p. m. 0 comentarios
lunes, 18 de octubre de 2010
Ciudad de México
Tres ejes para desentrañar la enorme capital mexicana: el centro histórico en un año más patrio que nunca; colonia Roma, barrio de moda, y la popular lucha libre
Sin duda que en la primera impresión el D.F. intimida: es grande, caótico, inabarcable. Pero después de unos días, las distancias parecieran acortarse y moverse por esas intrincadas calles donde a diario circulan 24 millones de personas resulta más sencillo.
Los turistas suelen quedarse en la ciudad apenas un par de días antes de huir hacia la playa, pero vale la pena estirar un poco más la estada para desentrañar una ciudad cargada de historia, museos, cultura popular, fiestas y tradiciones.
A continuación, la nueva colonia Roma, remozada y de moda; el Zócalo histórico, centro de los festejos del bicentenario, y una noche típica de lucha libre, tres ejes para sumergirse de lleno en la vida auténticamente mexicana.
Lo nuevo: Colonia Roma
La colonia Roma está cambiada. Lo advierte cualquiera y a simple vista, incluso el que visita por primera vez la ciudad. Esos bares modernos, el reluciente hotel boutique, las tiendas con ropa de diseño, las galerías de arte y el ambiente joven que revolotea en el aire se nota que son nuevos, de hace unos pocos años.
La colonia Roma está de moda. "Sigue a los anticuarios y a los gays y encontrarás los lugares de moda", me dijeron alguna vez. Y parece que la fórmula no falla, porque la Roma es el nuevo lugar del inmenso D.F. elegido también por gays para caminar lejos de los prejuicios, en una ciudad que acepta el matrimonio homosexual.
La colonia Roma, como llaman aquí a los barrios, fue uno de los primeros en desarrollarse, más allá del centro, a principios del siglo XX, en los tiempos de Porfirio Díaz. Se construyeron grandes mansiones donde vivían familias de clase alta que paseaban su elegancia por las amplias calles. Con los años cayó en decadencia y muchas de las casas fueron abandonadas.
El gran terremoto de 1985 averió muchas construcciones y mucha más gente dejó el lugar. Incluso todavía se ven casas con fachadas resquebrajadas. Así como unos se fueron, otros llegaron: en los últimos 10 años artistas y escritores desembarcaron atraídos por el lugar, con mucho verde, plazas, casas bajas, vecinos de siempre y alquileres muy baratos.
Y resurgió para convertirse en una de las zonas más placenteras de la ciudad para pasear, sin el glamour de Polanco y un poco menos cool que La Condesa. Aquí se mezcla la bohemia con el zapatero remendón de años.
Es sábado a la tarde, los bares y restaurantes están llenos, la gente caminaba sin prisa, y el mercado de pulgas sobre Alvaro Obregón, la avenida principal, con gran bulevar en el centro, sigue ofreciendo de todo un poco.
Una tarde ideal para caminar sin prisa y descubrir lo mejor de Roma.
Se puede empezar por Colima (entre Tonalá y Cuauhtémoc), la calle por excelencia del barrio, con muchos negocios de diseño de ropa y accesorios, como Sicario, y galerías como Vértigo, especializada en diseño gráfico.
Uno de los nuevos vecinos de la colonia es el Brick Hotel, que abrió hace apenas cuatro meses. Es un hotel boutique, también de moda en México, con 17 habitaciones y decoración moderna ciento por ciento mexicana.
"Antes fue una casa de citas, después una cerrajería, también estuvo años abandonado hasta que se restauró como hotel, siempre conservando la estructura original", cuenta Carlos, uno de los conserjes del hotel que está en la esquina de Orizaba y Tabasco. La pizzería, muy concurrida, que da a la calle, se llama Olivia, por la madama de la casa de citas. Parece que todo quedó en familia.
A la vuelta, en la esquina de Orizaba y Alvaro Obregón, casa LAMM, construida en 1911, cuenta con un centro cultural, galería de arte y restaurante, pero lo que realmente impacta es la construcción, con una enorme escalera.
A pocas cuadras, la plaza Río de Janeiro, la más linda del barrio, con una enorme fuente en el centro, está colonizada por un grupo de niños boy scouts que juegan, gritan y se divierten.
En la esquina, el Café Toscano, uno de los estrella, invita a relajarse en una de las mesitas de la vereda. En la Roma, el frenético D.F. pasa a un costado.
Lo tipico: Lucha libre
Para desentrañar el D.F. desde un costado más popular una buena elección es ver lucha libre. Una suerte de deporte nacional (después del fútbol, por supuesto) y espectáculo. Para un extranjero será claramente un show, muy bien montado para la ocasión, pero los mexicanos se apasionan y por momentos la frontera entre deporte, combate y espectáculo se confunde bastante.
Muchos son realmente fanáticos. Hay programas de televisión; revistas especializadas; un vasto merchandising de máscaras, trajes y muñecos, y desde hace apenas unos días, hasta un videojuego, Héroes del ring , que pone en las consolas la lucha libre mexicana.
Desde fuera del Arena México, uno de los estadios cubiertos donde se realizan los combates, los martes y viernes por la noche, ya se siente el clima de fiesta, como en los alrededores de una cancha de fútbol.
Los luchadores ya están sobre el ring; la gente grita y alienta a unos y otros. Los vendedores ofrecen cerveza, golosinas, snacks. Un espectáculo para toda la familia, aunque son muchos más los adultos que los chicos.
Empieza uno de los combates de tríos con tomas extrañas (todas tienen nombre), mucha actuación y un gran despliegue de acrobacia dentro y fuera del ring.
"Eso no se vale, eso no se vale", dice gritando un nene, muy enojado con uno de los enmascarados.
Rolando Flores, un buen compañero de asiento y espectador frecuente, se encarga de aclarar un poco las cosas: "Hay dos bandos de luchadores, rudos y técnicos. Los técnicos son los que respetan las reglas y juegan limpio, serían los buenos; los rudos, los que juegan sucio, los malos".
El público en general está a favor de los técnicos, pero hay muchos que siguen a los rudos, como a quien le gustaba el Diábolo o la Momia Negra en nuestro Titanes en el ring , y por supuesto también existe la versión del árbitro William Boo mexicano.
"Tuviste suerte, hoy se presentan buenos luchadores", comenta Rolando, que conoce peso, altura y técnicas de cada uno.
En la pelea estelar de tres contra tres compiten Místico, Strongman y La Sombra contra Volador, Ultimo Guerrero y Lyger, estrellas mediáticas, aunque no tan famosas como el histórico Santo, el Enmascarado de Plata.
"Qué bueno sería que apuesten las máscaras Místico y Volador", se ilusiona Rolando.
La mayoría de los luchadores son enmascarados y mantienen su identidad oculta como un secreto que perpetúa la leyenda, pero cuando hay rivalidades personales (ficticias o reales vaya uno a saber) se pactan luchas de apuestas, donde ponen su propia máscara en juego. Perder es un deshonor, para muchos el final de la carrera; otros siguen, pero a cara descubierta.
Los días de apuesta de máscara o de cabellera, el Arena explota de gente, hay que conseguir las entradas por adelantado.
Y quizá se dé, porque la rivalidad entre Volador y Místico está en su punto justo. Volador, ganador de la Copa Bicentenario, está dispuesto a apostar su máscara para demostrar que esto no es ningún juego.
Más allá del resultado final, todos salen contentos, en busca de la máscara o el muñeco favorito que venden de a cientos en la puerta.
Lo historico: El Zócalo
Es una noche más en el D.F., sin aparentemente nada para festejar, pero la Plaza de la Constitución, más conocida como el Zócalo, una gran explanada con sólo un mástil en el centro (de día flamearía una inmensa bandera mexicana), está muy concurrido.
Los chicos juegan con unos juguetes luminosos que vuelan por el aire, los grandes charlan y comen unos tacos, que se venden por todas partes. Una catrina (una calavera muy elegante y distinguida) se saca fotos con los pocos turistas que quedan en la plaza. Porque la muerte siempre está presente en las tradiciones mexicanas.
Frente a la catedral se alborotan los puesteros ambulantes. "Vienen, vienen", se corrió la voz entre unos y otros. Los ratoncitos de peluche que movían la cola en el piso terminan en la bolsa de la vendedora, que desaparece en cuestión de segundos.
Los que vienen son policías, que se ven permanentemente por las calles, sobre todo de noche.
Una campaña de la Secretaría de Turismo intenta deshacerse del estigma de ciudad insegura y hasta garantizan que hay menor delincuencia que en algunas ciudades norteamericanas.
Más allá de la presencia policial, las calles están poco iluminadas e intimidan a los que no están acostumbrados, pero en la Zona Rosa, La Condesa o Polanco, se puede andar sin preocupaciones a toda hora, e incluso viajar en metro, que funciona hasta casi la medianoche.
Hace un mes, en el Zócalo se realizó el estridente Grito, la celebración del bicentenario de la Independencia. Porque éste es un año patrio también en México, mucho más patrio que lo habitual.
El 15 de septiembre se cumplieron 200 años de aquella lucha del padre Hidalgo. Todavía los edificios de alrededor de la plaza lucen carteles con los colores mexicanos, que se encienden de noche. Se acuñaron monedas del bicentenario, hay circuitos históricos específicos y menús alegóricos en los restaurantes, como la patria manda.
Pero como en México todo es a lo grande, este año también festejarán los 100 años del inicio de la Revolución comandada por Emiliano Zapata y Pancho Villa contra Porfirio Díaz.
En el Zócalo hay un cartel electrónico con la cuenta regresiva de los días que faltan para la celebración del 20 de noviembre. Ya se preparan los festejos, de 14 días, que se iniciarán el 7 de noviembre, con 300 artistas en la escena del Zócalo, luces y proyecciones sobre los edificios.
Alrededor de la plaza están los sitios históricos más importantes. Hay que volver de día.
Entre los imperdibles, se destaca la catedral, con cinco siglos de historia, que cada año se hunde unos siete centímetros.
Atrás, donde están las ruinas del Templo Mayor azteca, un museo cuenta la historia de la antigua Tenochtitlan.
A otro costado, en el Palacio Nacional, a donde se ingresa en forma gratuita, hay que subir para ver los impresionantes murales de Diego Rivera, que retratan el pasado de México.
Una de las mejores formas de terminar la noche es en el Café de Tacuba (Tacuba 28), uno de los más emblemáticos, fundado en 1912, a unas pocas cuadras del Zócalo, y pedir un enchilado Tacuba con una cerveza. Los mariachis, con su repertorio tradicional, le ponen la cuota musical a la comida. A no entusiasmarse con los pedidos porque cada tema cuesta cerca de 10 dólares.
Andrea Ventura (Enviada especial )
La Nación - Turismo
Fotos: Web
Sin duda que en la primera impresión el D.F. intimida: es grande, caótico, inabarcable. Pero después de unos días, las distancias parecieran acortarse y moverse por esas intrincadas calles donde a diario circulan 24 millones de personas resulta más sencillo.
Los turistas suelen quedarse en la ciudad apenas un par de días antes de huir hacia la playa, pero vale la pena estirar un poco más la estada para desentrañar una ciudad cargada de historia, museos, cultura popular, fiestas y tradiciones.
A continuación, la nueva colonia Roma, remozada y de moda; el Zócalo histórico, centro de los festejos del bicentenario, y una noche típica de lucha libre, tres ejes para sumergirse de lleno en la vida auténticamente mexicana.
Lo nuevo: Colonia Roma
La colonia Roma está cambiada. Lo advierte cualquiera y a simple vista, incluso el que visita por primera vez la ciudad. Esos bares modernos, el reluciente hotel boutique, las tiendas con ropa de diseño, las galerías de arte y el ambiente joven que revolotea en el aire se nota que son nuevos, de hace unos pocos años.
La colonia Roma está de moda. "Sigue a los anticuarios y a los gays y encontrarás los lugares de moda", me dijeron alguna vez. Y parece que la fórmula no falla, porque la Roma es el nuevo lugar del inmenso D.F. elegido también por gays para caminar lejos de los prejuicios, en una ciudad que acepta el matrimonio homosexual.
La colonia Roma, como llaman aquí a los barrios, fue uno de los primeros en desarrollarse, más allá del centro, a principios del siglo XX, en los tiempos de Porfirio Díaz. Se construyeron grandes mansiones donde vivían familias de clase alta que paseaban su elegancia por las amplias calles. Con los años cayó en decadencia y muchas de las casas fueron abandonadas.
El gran terremoto de 1985 averió muchas construcciones y mucha más gente dejó el lugar. Incluso todavía se ven casas con fachadas resquebrajadas. Así como unos se fueron, otros llegaron: en los últimos 10 años artistas y escritores desembarcaron atraídos por el lugar, con mucho verde, plazas, casas bajas, vecinos de siempre y alquileres muy baratos.
Y resurgió para convertirse en una de las zonas más placenteras de la ciudad para pasear, sin el glamour de Polanco y un poco menos cool que La Condesa. Aquí se mezcla la bohemia con el zapatero remendón de años.
Es sábado a la tarde, los bares y restaurantes están llenos, la gente caminaba sin prisa, y el mercado de pulgas sobre Alvaro Obregón, la avenida principal, con gran bulevar en el centro, sigue ofreciendo de todo un poco.
Una tarde ideal para caminar sin prisa y descubrir lo mejor de Roma.
Se puede empezar por Colima (entre Tonalá y Cuauhtémoc), la calle por excelencia del barrio, con muchos negocios de diseño de ropa y accesorios, como Sicario, y galerías como Vértigo, especializada en diseño gráfico.
Uno de los nuevos vecinos de la colonia es el Brick Hotel, que abrió hace apenas cuatro meses. Es un hotel boutique, también de moda en México, con 17 habitaciones y decoración moderna ciento por ciento mexicana.
"Antes fue una casa de citas, después una cerrajería, también estuvo años abandonado hasta que se restauró como hotel, siempre conservando la estructura original", cuenta Carlos, uno de los conserjes del hotel que está en la esquina de Orizaba y Tabasco. La pizzería, muy concurrida, que da a la calle, se llama Olivia, por la madama de la casa de citas. Parece que todo quedó en familia.
A la vuelta, en la esquina de Orizaba y Alvaro Obregón, casa LAMM, construida en 1911, cuenta con un centro cultural, galería de arte y restaurante, pero lo que realmente impacta es la construcción, con una enorme escalera.
A pocas cuadras, la plaza Río de Janeiro, la más linda del barrio, con una enorme fuente en el centro, está colonizada por un grupo de niños boy scouts que juegan, gritan y se divierten.
En la esquina, el Café Toscano, uno de los estrella, invita a relajarse en una de las mesitas de la vereda. En la Roma, el frenético D.F. pasa a un costado.
Lo tipico: Lucha libre
Para desentrañar el D.F. desde un costado más popular una buena elección es ver lucha libre. Una suerte de deporte nacional (después del fútbol, por supuesto) y espectáculo. Para un extranjero será claramente un show, muy bien montado para la ocasión, pero los mexicanos se apasionan y por momentos la frontera entre deporte, combate y espectáculo se confunde bastante.
Muchos son realmente fanáticos. Hay programas de televisión; revistas especializadas; un vasto merchandising de máscaras, trajes y muñecos, y desde hace apenas unos días, hasta un videojuego, Héroes del ring , que pone en las consolas la lucha libre mexicana.
Desde fuera del Arena México, uno de los estadios cubiertos donde se realizan los combates, los martes y viernes por la noche, ya se siente el clima de fiesta, como en los alrededores de una cancha de fútbol.
Los luchadores ya están sobre el ring; la gente grita y alienta a unos y otros. Los vendedores ofrecen cerveza, golosinas, snacks. Un espectáculo para toda la familia, aunque son muchos más los adultos que los chicos.
Empieza uno de los combates de tríos con tomas extrañas (todas tienen nombre), mucha actuación y un gran despliegue de acrobacia dentro y fuera del ring.
"Eso no se vale, eso no se vale", dice gritando un nene, muy enojado con uno de los enmascarados.
Rolando Flores, un buen compañero de asiento y espectador frecuente, se encarga de aclarar un poco las cosas: "Hay dos bandos de luchadores, rudos y técnicos. Los técnicos son los que respetan las reglas y juegan limpio, serían los buenos; los rudos, los que juegan sucio, los malos".
El público en general está a favor de los técnicos, pero hay muchos que siguen a los rudos, como a quien le gustaba el Diábolo o la Momia Negra en nuestro Titanes en el ring , y por supuesto también existe la versión del árbitro William Boo mexicano.
"Tuviste suerte, hoy se presentan buenos luchadores", comenta Rolando, que conoce peso, altura y técnicas de cada uno.
En la pelea estelar de tres contra tres compiten Místico, Strongman y La Sombra contra Volador, Ultimo Guerrero y Lyger, estrellas mediáticas, aunque no tan famosas como el histórico Santo, el Enmascarado de Plata.
"Qué bueno sería que apuesten las máscaras Místico y Volador", se ilusiona Rolando.
La mayoría de los luchadores son enmascarados y mantienen su identidad oculta como un secreto que perpetúa la leyenda, pero cuando hay rivalidades personales (ficticias o reales vaya uno a saber) se pactan luchas de apuestas, donde ponen su propia máscara en juego. Perder es un deshonor, para muchos el final de la carrera; otros siguen, pero a cara descubierta.
Los días de apuesta de máscara o de cabellera, el Arena explota de gente, hay que conseguir las entradas por adelantado.
Y quizá se dé, porque la rivalidad entre Volador y Místico está en su punto justo. Volador, ganador de la Copa Bicentenario, está dispuesto a apostar su máscara para demostrar que esto no es ningún juego.
Más allá del resultado final, todos salen contentos, en busca de la máscara o el muñeco favorito que venden de a cientos en la puerta.
Lo historico: El Zócalo
Es una noche más en el D.F., sin aparentemente nada para festejar, pero la Plaza de la Constitución, más conocida como el Zócalo, una gran explanada con sólo un mástil en el centro (de día flamearía una inmensa bandera mexicana), está muy concurrido.
Los chicos juegan con unos juguetes luminosos que vuelan por el aire, los grandes charlan y comen unos tacos, que se venden por todas partes. Una catrina (una calavera muy elegante y distinguida) se saca fotos con los pocos turistas que quedan en la plaza. Porque la muerte siempre está presente en las tradiciones mexicanas.
Frente a la catedral se alborotan los puesteros ambulantes. "Vienen, vienen", se corrió la voz entre unos y otros. Los ratoncitos de peluche que movían la cola en el piso terminan en la bolsa de la vendedora, que desaparece en cuestión de segundos.
Los que vienen son policías, que se ven permanentemente por las calles, sobre todo de noche.
Una campaña de la Secretaría de Turismo intenta deshacerse del estigma de ciudad insegura y hasta garantizan que hay menor delincuencia que en algunas ciudades norteamericanas.
Más allá de la presencia policial, las calles están poco iluminadas e intimidan a los que no están acostumbrados, pero en la Zona Rosa, La Condesa o Polanco, se puede andar sin preocupaciones a toda hora, e incluso viajar en metro, que funciona hasta casi la medianoche.
Hace un mes, en el Zócalo se realizó el estridente Grito, la celebración del bicentenario de la Independencia. Porque éste es un año patrio también en México, mucho más patrio que lo habitual.
El 15 de septiembre se cumplieron 200 años de aquella lucha del padre Hidalgo. Todavía los edificios de alrededor de la plaza lucen carteles con los colores mexicanos, que se encienden de noche. Se acuñaron monedas del bicentenario, hay circuitos históricos específicos y menús alegóricos en los restaurantes, como la patria manda.
Pero como en México todo es a lo grande, este año también festejarán los 100 años del inicio de la Revolución comandada por Emiliano Zapata y Pancho Villa contra Porfirio Díaz.
En el Zócalo hay un cartel electrónico con la cuenta regresiva de los días que faltan para la celebración del 20 de noviembre. Ya se preparan los festejos, de 14 días, que se iniciarán el 7 de noviembre, con 300 artistas en la escena del Zócalo, luces y proyecciones sobre los edificios.
Alrededor de la plaza están los sitios históricos más importantes. Hay que volver de día.
Entre los imperdibles, se destaca la catedral, con cinco siglos de historia, que cada año se hunde unos siete centímetros.
Atrás, donde están las ruinas del Templo Mayor azteca, un museo cuenta la historia de la antigua Tenochtitlan.
A otro costado, en el Palacio Nacional, a donde se ingresa en forma gratuita, hay que subir para ver los impresionantes murales de Diego Rivera, que retratan el pasado de México.
Una de las mejores formas de terminar la noche es en el Café de Tacuba (Tacuba 28), uno de los más emblemáticos, fundado en 1912, a unas pocas cuadras del Zócalo, y pedir un enchilado Tacuba con una cerveza. Los mariachis, con su repertorio tradicional, le ponen la cuota musical a la comida. A no entusiasmarse con los pedidos porque cada tema cuesta cerca de 10 dólares.
Andrea Ventura (Enviada especial )
La Nación - Turismo
Fotos: Web
Publicado por Luis Schpilman en 9:26 p. m. 4 comentarios
martes, 12 de octubre de 2010
El verdadero costo de dañar al planeta
No es necesario ser un ambientalista para estar preocupado por la supervivencia de las especies en el planeta.
Pensemos en los agricultores en China, que ahora deben pagar para que sus árboles de manzana sean polinizados porque no hay suficientes abejas.
Y no son sólo las abejas las que están decayendo. Como resultado directo de la actividad humana, las especies se están extinguiendo a un ritmo mil veces superior al considerado natural.
Los ecosistemas también están sufriendo. El 20% de los arrecifes de coral han sido destruidos en décadas recientes y otro 20% se encuentra seriamente amenazado. Las estadísticas conciernen a todos, porque somos todos los que acabaremos pagando la cuenta.
El verdadero costo
Por primera vez en la historia se está cuantificando el costo de la degradación de la biodiversidad.
El costo del daño causado por la actividad humana al medio ambiente en 2008 fue de entre US$ 2 billones y US$4,5 billones, según un reciente estudio del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, titulado "La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad" (TEEB, por sus siglas en inglés). La menor de las dos cifras es equivalente a toda la producción anual del Reino Unido o Italia.
Un segundo estudio, también realizado para la ONU, estima un costo aún mayor. La consultora Trucost, especializada en empresas y medio ambiente, calcula que el monto asciende a US$6,6 billones, o sea, cerca de un 11% de la producción económica mundial. Estas cifras son naturalmente estimaciones. No hay una ciencia exacta que permita medir el impacto humano en el medio ambiente, pero los estudios dejan en claro que la destrucción de los ecosistemas representa un grave riesgo para la economía mundial.
Servicios naturales
La razón por la que el mundo está despertando al costo de la degradación es que hasta ahora, nadie tenía que pagar por ella.
Tanto empresas como individuos operaron durante mucho tiempo con la asunción de que los recursos eran infinitos, pero no lo son. Y sólo cuando se calcula cuánto cuesta protegerlos o reemplazarlos es que queda en claro cuán vitales son para la economía global. En algunos casos, el vínculo es obvio. Por ejemplo, se requiere agua para los cultivos que nos alimentan. Y los peces proveen un sexto de la proteina consumida por la humanidad.
En otros casos, los nexos no saltan a simple vista. Los arrecifes son una barrera natural que protege a las costas ante tormentas devastadoras, las plantas proveen el material para medicamentos que salvan vidas y los insectos son los encargados de polinizar gran parte de los cultivos más productivos.
El caso de las abejas
Las interconexiones son complejas, pero a veces es posible estimar su valor económico. En Estados Unidos en 2007, por ejemplo, el costo para los agricultores del colapso en el número de abejas fue de US$15.000 millones, según el Departamento de Agricultura en ese país.
Las inundaciones de 1998 en China mataron más de cuatro mil personas, desplazaron a millones y causaron pérdidas estimadas en US$30.000 millones. El gobierno chino reconoció que el corte indiscriminado de árboles en las cinco décadas anteriores había reducido drásticamente la protección contra inundaciones y prohibió la tala en esa zona. El Centro de Investigaciones Forestales estima que en los 50 años anteriores a la prohibición, la tala le costó a la economía china cerca de US$12.000 millones al año.
"Una necesidad absoluta"
La pérdida de biodiversidad tiene un impacto sobre todo en los más pobres. El empleo de cientos de millones de personas depende de la pesca, la agricultura y los bosques para combustible.
"La biodiversidad es valiosa para todos, pero es absolutamente esencial para los pobres", asegura Paven Sukhdev, banquero y uno de los autores del TEEB.
Los recursos naturales y los servicios que proveen contribuyen al 75% de toda la producción en Indonesia y el 50% de la producción en India, según el TEEB.
Pero no sólo serán las poblaciones más pobres las que sufrirán. Las empresas serán cada vez más afectadas, teniendo que reemplazar servicios que los ecosistemas tradicionalmente ofrecían sin costo o pagar nuevos impuestos para financiar la preservación del medio ambiente. Y a esto se suma el costo generado por los desastres naturales, cada vez más frecuentes.
El daño ambiental causado por las principales 3.000 empresas del mundo en 2008 fue de US$2,15 billones, cerca de un tercio de sus ganancias combinadas, según estimaciones de Trucost.
Se trata de estimaciones, pero la escala del costo que deberán afrontar las empresas por su daño al medio ambiente no puede ser ignorada.
"Es bastante aterrador. Nadie en el mundo empresarial piensa que en algún momento esto no nos afectará", señala Gavin Neath, vicepresidente de sostenibilidad en Unilever.
Pensiones
Y mayores costos para las empresas significan mayores precios para los consumidores. Las inundaciones en China y Pakistán este año hicieron que el algodón alcanzara su precio más elevado en 15 años. En el Reino Unido, empresas de ropa como Next, Primark o H&M advirtieron que deberían elevar sus precios.
Los consumidores no sólo deberán pagar mayores precios. De acuerdo a Trucost, las ganancias de las principales empresas se verán afectadas y los costos de las acciones caerán.
Es en estas empresas, precisamente, que invierten los fondos de pensión, por lo que podrían verse afectados los montos de las jubilaciones de millones de personas.
El costo de la actual degradación de los recursos naturales de la Tierra será pagado por todos, ambientalistas o no.
Richard Anderson
BBCPensemos en los agricultores en China, que ahora deben pagar para que sus árboles de manzana sean polinizados porque no hay suficientes abejas.
Y no son sólo las abejas las que están decayendo. Como resultado directo de la actividad humana, las especies se están extinguiendo a un ritmo mil veces superior al considerado natural.
Los ecosistemas también están sufriendo. El 20% de los arrecifes de coral han sido destruidos en décadas recientes y otro 20% se encuentra seriamente amenazado. Las estadísticas conciernen a todos, porque somos todos los que acabaremos pagando la cuenta.
El verdadero costo
Por primera vez en la historia se está cuantificando el costo de la degradación de la biodiversidad.
El costo del daño causado por la actividad humana al medio ambiente en 2008 fue de entre US$ 2 billones y US$4,5 billones, según un reciente estudio del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, titulado "La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad" (TEEB, por sus siglas en inglés). La menor de las dos cifras es equivalente a toda la producción anual del Reino Unido o Italia.
Un segundo estudio, también realizado para la ONU, estima un costo aún mayor. La consultora Trucost, especializada en empresas y medio ambiente, calcula que el monto asciende a US$6,6 billones, o sea, cerca de un 11% de la producción económica mundial. Estas cifras son naturalmente estimaciones. No hay una ciencia exacta que permita medir el impacto humano en el medio ambiente, pero los estudios dejan en claro que la destrucción de los ecosistemas representa un grave riesgo para la economía mundial.
Servicios naturales
La razón por la que el mundo está despertando al costo de la degradación es que hasta ahora, nadie tenía que pagar por ella.
Tanto empresas como individuos operaron durante mucho tiempo con la asunción de que los recursos eran infinitos, pero no lo son. Y sólo cuando se calcula cuánto cuesta protegerlos o reemplazarlos es que queda en claro cuán vitales son para la economía global. En algunos casos, el vínculo es obvio. Por ejemplo, se requiere agua para los cultivos que nos alimentan. Y los peces proveen un sexto de la proteina consumida por la humanidad.
En otros casos, los nexos no saltan a simple vista. Los arrecifes son una barrera natural que protege a las costas ante tormentas devastadoras, las plantas proveen el material para medicamentos que salvan vidas y los insectos son los encargados de polinizar gran parte de los cultivos más productivos.
El caso de las abejas
Las interconexiones son complejas, pero a veces es posible estimar su valor económico. En Estados Unidos en 2007, por ejemplo, el costo para los agricultores del colapso en el número de abejas fue de US$15.000 millones, según el Departamento de Agricultura en ese país.
Las inundaciones de 1998 en China mataron más de cuatro mil personas, desplazaron a millones y causaron pérdidas estimadas en US$30.000 millones. El gobierno chino reconoció que el corte indiscriminado de árboles en las cinco décadas anteriores había reducido drásticamente la protección contra inundaciones y prohibió la tala en esa zona. El Centro de Investigaciones Forestales estima que en los 50 años anteriores a la prohibición, la tala le costó a la economía china cerca de US$12.000 millones al año.
"Una necesidad absoluta"
La pérdida de biodiversidad tiene un impacto sobre todo en los más pobres. El empleo de cientos de millones de personas depende de la pesca, la agricultura y los bosques para combustible.
"La biodiversidad es valiosa para todos, pero es absolutamente esencial para los pobres", asegura Paven Sukhdev, banquero y uno de los autores del TEEB.
Los recursos naturales y los servicios que proveen contribuyen al 75% de toda la producción en Indonesia y el 50% de la producción en India, según el TEEB.
Pero no sólo serán las poblaciones más pobres las que sufrirán. Las empresas serán cada vez más afectadas, teniendo que reemplazar servicios que los ecosistemas tradicionalmente ofrecían sin costo o pagar nuevos impuestos para financiar la preservación del medio ambiente. Y a esto se suma el costo generado por los desastres naturales, cada vez más frecuentes.
El daño ambiental causado por las principales 3.000 empresas del mundo en 2008 fue de US$2,15 billones, cerca de un tercio de sus ganancias combinadas, según estimaciones de Trucost.
Se trata de estimaciones, pero la escala del costo que deberán afrontar las empresas por su daño al medio ambiente no puede ser ignorada.
"Es bastante aterrador. Nadie en el mundo empresarial piensa que en algún momento esto no nos afectará", señala Gavin Neath, vicepresidente de sostenibilidad en Unilever.
Pensiones
Y mayores costos para las empresas significan mayores precios para los consumidores. Las inundaciones en China y Pakistán este año hicieron que el algodón alcanzara su precio más elevado en 15 años. En el Reino Unido, empresas de ropa como Next, Primark o H&M advirtieron que deberían elevar sus precios.
Los consumidores no sólo deberán pagar mayores precios. De acuerdo a Trucost, las ganancias de las principales empresas se verán afectadas y los costos de las acciones caerán.
Es en estas empresas, precisamente, que invierten los fondos de pensión, por lo que podrían verse afectados los montos de las jubilaciones de millones de personas.
El costo de la actual degradación de los recursos naturales de la Tierra será pagado por todos, ambientalistas o no.
Richard Anderson
Imagenes: Web
Publicado por Luis Schpilman en 8:52 p. m. 0 comentarios
martes, 5 de octubre de 2010
Cartagena: Adoquines con historia
La realidad de la anécdota –contada in situ por Jaime García Márquez, hermano del escritor– no le quita cierta magia: “Al doblar por la calle de El Santísimo descubrimos un tramo de 40 metros tapizado por naranjas del mismo color y tamaño, ordenadas de tal manera que era imposible imaginar que fuera producto del azar. En esa ocasión Gabo conducía el automóvil y pasó por encima entre los chasquidos y las explosiones de las naranjas. Nos dio la sensación de que estábamos suspendidos en un espacio de levedad menos denso que el aire. Gabito soltó el timón, me miró sin dejar de apretar el acelerador y exclamó: ‘¡Cuéntalo tú, porque si lo hago yo con seguridad dirán que me lo inventé!’”.
Escenas como la anterior y otras aún más increíbles se vienen sucediendo desde hace 477 años en las calles de la encantada Cartagena de Indias, cuya legendaria muralla colonial nunca pudo ser traspasada por el tiempo. Por algún extraño sortilegio de magia negra, a las puertas de la ciudad quedaron esperando los siglos XIX, el XX y el XXI, mientras adentro sobrevive e incluso florece una estructura arquitectónica colonial casi tan intacta como en los antiguos tiempos de esplendor esclavista.
El trazado de Cartagena escapa un poco a la concepción renacentista de calles rectilíneas que sí tuvieron sus hermanas contemporáneas como La Habana y Ciudad de Panamá. Abundan entonces los callejones no del todo regulares, de los que resultan manzanas asimétricas, y los cruces de calles no resueltos en ángulos rectos. Esa irregularidad le agrega encanto a una ciudad que amalgama edificios y casas con estilos colonial americano, barroco, renacentista, neoclásico y mudéjar andaluz.
En su origen, los nombres de las calles correspondían todos a santas y vírgenes, indicados en cada esquina con carteles de barro cocido que más tarde fueron reemplazados por las placas de mármol pulido con letras floridas que duran hasta hoy. Lo curioso es que el nombre de cada calle fue cambiando varias veces a lo largo de los siglos, según ocurrían los acontecimientos. Y en esos cambios se pueden rastrear algunas de las historias más fascinantes de todo el Caribe colonial.
DE ANGELES Y DEMONIOS
La actual Calle de las Damas se llamó Nuestra Señora de los Angeles hasta la tercera década del siglo XVII, cuando terminaron de levantarse las murallas cartageneras. Según Raúl Porto del Portillo, autor del libro Plazas y calles de Cartagena de Indias, al enterarse el rey de la abultada cuenta que tenía que pagar por el trabajo de amurallar la ciudad, tomó un catalejo para ver si una obra tan cara podía verse desde el otro lado del océano. Como no la vio, Carlos VI al parecer decidió evaluar personalmente la muralla de once kilómetros embarcándose de incógnito con algunos colaboradores, todos vestidos de mujer. En su periplo, el monarca se alojó en una casona de la calle Nuestra Señora de los Angeles. Y alrededor de este hecho se tejieron toda clase de conjeturas, como la que afirmaba justamente que aquellas encopetadas damas que habían aparecido de manera misteriosa, para regresar al poco tiempo a España, eran nada menos que el rey y algunos cortesanos. A partir de entonces, Nuestra Señora de los Angeles pasó a ser la Calle de las Damas.
La historia de la Calle de la Amargura se remonta al 17 de junio de 1626, cuando se realizó el segundo “Acto de Fe” preparado con toda pompa por el tribunal del Santo Oficio. Uno de los condenados por hereje fue Pedro Sánchez Mancera (Fray Ambrosio), quien conducido hacia el tablado donde se leían las sentencias dijo a un compañero: “Amigo, resta muy poco para llegar al lugar del tormento; apenas nos falta andar la callecita que viene, que con el tiempo debería llamarse Ruta de la Amargura”.
De las tres calles bautizadas Santo Domingo que hay en Cartagena, una alberga una leyenda de esas que en su época todos tomaban al pie de la letra. Allí mismo se levanta la fachada neoclásica del Convento Santo Domingo, y se cuenta que apenas fue inaugurado el diablo comenzó a aparecérseles en plena calle a los fieles que iban a misa. Pero según las crónicas de la época, la gente se acostumbró a ver al diablo y dejaron de temerle. Irritado, un día el hombre de cola y cuernos llenó de rocas la calle para obstruir el paso. Y ante el bullicio de la muchedumbre, el cura salió de la iglesia descerrajando una frase mágica: “Lucifer, con Dios tú no puedes”. Al mismo tiempo, con un ademán hizo rodar las rocas estrepitosamente. Al milagro le siguieron una carcajada quejumbrosa y un ventoso aleteo que dejó el aire impregnado de olor a azufre.
La Calle de la Portería de Santa Clara, por su parte, se llama así por la entrada principal del Convento de Santa Clara, donde un joven cronista llamado Gabriel García Márquez asistió a la apertura de la tumba de una niña con cabellos largos, noticia que más tarde daría origen a la novela Del amor y otros demonios. En ese libro –que es pura ficción–, una niña poseída por el demonio es internada en ese convento, hoy convertido en un hotel cinco estrellas. Pero los hechos de la vida real que acontecieron allí en 1621 son casi tan increíbles como los avatares de la pobre Sierva María de todos los Angeles, ya que provocaron la retirada de Dios de la ciudad.
Todo comenzó por un diferendo en apariencia menor en el que se enfrentaron las monjas clarisas de clausura con los frailes franciscanos de Cartagena, de quienes dependían administrativamente. Las profesas de Santa Clara se quejaron ante el obispo Benavides y Piédrola por los malos tratos y la fallida dirección económica que recibían de sus tutores franciscanos. El obispo las apoyó, mientras los seguidores de San Francisco se aliaron a los jesuitas y al gobernador. Las clarisas, considerándose independientes, se atrincheraron en su convento y el bando franciscano intentó invadirlas, acompañado de carpinteros y herreros para abrir las enormes puertas de madera. Ante tamaño conflicto, el obispo declaró la cessatio a divinis, es decir que quedaba suspendida hasta nuevo aviso toda actividad religiosa en Cartagena. De alguna manera esto significaba que Dios estaría ausente de la ciudad hasta que se calmaran las aguas, que sin embargo se agitaron cada vez más. Los franciscanos, enardecidos, atacaron el convento y las clarisas se defendieron como leonas. Avisadas de antemano, las monjas prepararon un espeso caldo hirviente y cuando los invasores se acercaron, las hermanas se mostraron dispuestas a todo en las elevadas ventanas, regadera en mano. Cuando se quedaron sin “municiones”, arrojaron piedras e incluso el contenido de sus retretes. Los vecinos, por su parte, dieron apoyo a las resistentes a tiro de arcabuces desde las terrazas. El enfrentamiento duró alrededor de una hora y ante la imposibilidad de invadir el convento, los franciscanos huyeron en retirada.
ACCIDENTADAS CALLES
El nombre en el cartel de cerámica ilustra la historia de esta calle con la contundencia de un título periodístico: Tumbamuertos. Originalmente tenía otro más agradable, Nuestra Señora del Popolo, porque según la leyenda colonial en una casa sobre esa calle habitó Pietro Margoli, un italiano alegre que todas las noches se pasaba de vino y salía al balcón a arengar al popolo. El nombre viró al actual a mediados de 1876, cuando una terrible epidemia de gripe arrasó con familias completas, dejando casas vacías sin herederos. La Calle del Popolo estaba entonces en condiciones lamentables, y al parecer varias de los procesiones fúnebres que pasaban por allí rumbo al cementerio tropezaban con los baches y terminaban con el cajón por el piso. A partir de entonces, en el barrio comenzaron a mencionarla como “la calle donde tumban los muertos”. Y no faltó quien descubriera allí un espíritu burlón que gozaba al ver a los difuntos caer despatarrados en el suelo.
Por su parte, la Calle de la Bomba ha generado no pocos debates entre los historiadores cartageneros, ya que en este caso no existen documentos fidedignos como para explicar el nombre. La lógica suposición de que allí una vez cayó una bomba tiene detractores que se preguntan “¿en qué calle de Cartagena no cayó alguna vez una bomba?”. Y esta pregunta es más lógica que la hipótesis que la genera, porque entre 1544 y 1885 la ciudad sufrió ocho largos sitios, algunos victoriosos y otros fallidos. El más famoso de los asedios fue el del almirante inglés Sir Edward Vernon, quien en 1741 llegó con la intención de arrebatarles la ciudad de los españoles con una armada de 23 mil soldados metidos en 186 barcos. Entre los invasores estaba Lawrence Washington, hermano del futuro prócer norteamericano, mientras que del lado de los defensores había apenas 3 mil hombres. A los ingleses les llevó 16 días de combate tomar el Castillo de Bocachica. Pero fueron derrotados en el intento de invadir el Castillo de San Felipe, al tiempo que la disentería comenzaba a hacer estragos en sus tropas, obligándolos a retirarse.
Es así que solamente durante el asedio de Sir Vernon deben haberse arrojado bombas en cada una de las calles de Cartagena. Por eso es más aceptada la hipótesis según la cual a comienzos del siglo XVII había en esa calle un polvorín conocido como Almacén de Pólvora, que más tarde fue trasladado al Castillo Grande por entrañar un grave peligro para la población.
En el barrio de San Diego existe una casa embrujada que perteneció a un hombre cuyo apellido nombra hoy a la Calle de Quero. La historia cuenta que Miguel Quero había heredado una fortuna en monedas de oro, la cual guardaba con celo y avaricia en un enorme cofre de hierro. Una noche, al creer oír ruidos en el cuarto donde guardaba su tesoro, Don Quero encendió un candil y fue a ver qué pasaba. No encontró nada fuera de lo normal, pero no pudo evitar ponerse a contar su riqueza: y con tanta mala suerte, que mientras tenía la cabeza dentro del cofre la tapa le cayó encima, matándolo de un golpe seco en la nuca. Los vecinos, que echaban de menos al señor Quero, sospecharon lo peor cuando un olor nauseabundo comenzó a salir de la casa. A partir de entonces la morada deshabitada cobró mala fama y no había quien se atreviese a acercarse por allí después de la caída del sol. Hasta que una noche un valiente decidió demostrarles a todos que los miedos eran resultado de la fantasía, y encaró hacia la casa desde la esquina del Parque Fernández de Madrid. Pero antes encendió un cigarrillo, y al llegar frente a la casa un hombre le pidió fuego desde el balcón. Sin darle tiempo a reaccionar, una mano larga y huesuda se extendió desde lo alto y le arrebató al valiente el cigarro de un zarpazo, que le hizo perder el conocimiento por el susto. Otro que se le atrevió a la casona embrujada fue un antioqueño sin hogar que solicitó autorización para irse a vivir allí a pesar de los “peligros”. Antes de instalarse se hizo de un revólver, por precaución, y la primera noche que durmió en el lugar se acostó y comenzó a oír ruidos desde el comedor. El hombre le hizo frente al misterio arma en mano. Al cruzar la puerta una sombra pasó delante de él, que disparó seis tiros sin saber a quién. Pero una voz cavernosa le dijo, arrojándole las balas al piso: “A mí no me hacen daño tus balas; ahí te las devuelvo”. Está de más decir que el bravo paisano salió volando por las escaleras para no volver jamás, perdiendo la cordura por el resto de sus días.
Es así que con el correr de los siglos los edificios de toda la Cartagena colonial van cambiando de aspecto, pero el fenómeno no tiene correlato en las calles. A lo sumo pasan de la tierra al pavimento: de un siglo a otro sólo les muta el nombre, según se acumulan las historias cuyo relato se modifica, también, de generación en generación
EL CANDILEJO
A un costado del edificio de la Gobernación de Bolívar pasa un estrecho y curvado callejón llamado El Candilejo, el mismo donde García Márquez ubicó en su novela El amor en los tiempos del cólera el encuentro fortuito de Florentino Ariza y la negra Leona Cassiani, quien acaso habría sido el verdadero amor de su vida, “aunque ni él ni ella lo supieran nunca”. El sugerente callejón se llama igual desde hace cuatro siglos y ningún erudito cartagenero ha podido descifrar la historia de su nombre. La hipótesis más aceptada supone, sin embargo, que algún nostálgico le copió el nombre a la calle homónima andaluza que todavía existe en la romántica Sevilla.
DONDE ALOJARSE
La ciudad tiene todo tipo de hoteles, desde los resorts con servicio de playa hasta posadas y bed and breakfast en el centro histórico, sin duda el sitio más atractivo por carácter e historia. Los precios varían, igualmente, de los 20 a los 400 dólares la noche.
Julián Varsavsky
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Pagina 12
Publicado por Luis Schpilman en 8:21 p. m. 1 comentarios
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