Un viaje a esta isla de Tanzania, sin grandes expectativas, termina con la convicción de haber encontrado las playas más lindas del mundo
Antes de conocerla, si pensaba en Tanzania imaginaba un país llano, desértico y de pocos colores. Si eventualmente decidí viajar allí fue sólo por el deseo de subir el Kilimanjaro, volcán de 5895 metros que limita con Kenya en el punto más alto del continente africano.
Desde hace diez años, para mí las vacaciones son sinónimo de montañas. Con todas las cordilleras que existen por recorrer, nunca contemplé la posibilidad de desperdiciar un verano yendo a otro destino. Las ciudades nunca me cautivaron. Las playas me gustaban un poco más, pero no terminaban de conmoverme como las montañas.
Hasta que conocí Zanzíbar. Antes de la expedición al Kilimanjaro, me dispuse a averiguar sobre qué hacer en los días libres que tendría. Así supe de esta isla frente a la costa este de Africa, a 70 kilómetros de Dar es Salaam, la ex capital de Tanzania.
Leí entonces que por esa parte del Indico estaban las playas más espectaculares del mundo. Después, al conocerlas, lo comprobé. Puedo decir que Zanzíbar es el lugar más lindo del mundo... que visité hasta hoy.
El agua es más que turquesa. Es celeste. Y decir que la arena es blanca sería quedarse corto. Al borde del mar, mujeres con velos y atuendos de mil colores y hombres con monitos atados con una soga, como si fueran perros, pasan caminando sin siquiera inmutarse por la presencia de los cruceros con turistas. Las vacas desfilan también por la playa y los delfines nadan en el mar tan cerca que casi se los puede tocar.
Los tanzanos son tranquilos, alegres y muy serviciales. Por su calidez parecen latinos, pero más respetuosos y serenos. Aun así, más del 95 por ciento de la población es musulmana y hay que ser cuidadoso al vestirse y comportarse porque nuestras costumbres pueden ser tomadas, en algún caso, como una ofensa. Uno se siente un pobre acelerado frente a ellos, que constantemente responden pole pole (despacio, despacio en idioma swahili) ante cualquier consulta o pedido al ritmo occidental.
Antes de conocerla, si pensaba en Tanzania imaginaba un país llano, desértico y de pocos colores. Si eventualmente decidí viajar allí fue sólo por el deseo de subir el Kilimanjaro, volcán de 5895 metros que limita con Kenya en el punto más alto del continente africano.
Desde hace diez años, para mí las vacaciones son sinónimo de montañas. Con todas las cordilleras que existen por recorrer, nunca contemplé la posibilidad de desperdiciar un verano yendo a otro destino. Las ciudades nunca me cautivaron. Las playas me gustaban un poco más, pero no terminaban de conmoverme como las montañas.
Hasta que conocí Zanzíbar. Antes de la expedición al Kilimanjaro, me dispuse a averiguar sobre qué hacer en los días libres que tendría. Así supe de esta isla frente a la costa este de Africa, a 70 kilómetros de Dar es Salaam, la ex capital de Tanzania.
Leí entonces que por esa parte del Indico estaban las playas más espectaculares del mundo. Después, al conocerlas, lo comprobé. Puedo decir que Zanzíbar es el lugar más lindo del mundo... que visité hasta hoy.
El agua es más que turquesa. Es celeste. Y decir que la arena es blanca sería quedarse corto. Al borde del mar, mujeres con velos y atuendos de mil colores y hombres con monitos atados con una soga, como si fueran perros, pasan caminando sin siquiera inmutarse por la presencia de los cruceros con turistas. Las vacas desfilan también por la playa y los delfines nadan en el mar tan cerca que casi se los puede tocar.
Los tanzanos son tranquilos, alegres y muy serviciales. Por su calidez parecen latinos, pero más respetuosos y serenos. Aun así, más del 95 por ciento de la población es musulmana y hay que ser cuidadoso al vestirse y comportarse porque nuestras costumbres pueden ser tomadas, en algún caso, como una ofensa. Uno se siente un pobre acelerado frente a ellos, que constantemente responden pole pole (despacio, despacio en idioma swahili) ante cualquier consulta o pedido al ritmo occidental.
Nadar con delfines
Nos alojamos por 25 dólares por persona en un hotel pequeño, familiar y austero, pero frente al mar y junto a dos o tres barcitos donde se puede comer todas las noches, sobre la arena, pescado y mariscos con cerveza local.
Nada de lo que temíamos a priori nos perturbó: no hacía un calor insoportable (la temperatura nunca superó los 28°C), no llovió y no vimos un solo mosquito en todo el viaje. Claro que para eso elegimos una buena época: la estación seca, que va de junio a octubre.
Pasamos en Zanzibar cuatro días y cinco noches, pero hubiéramos querido quedarnos un mes. No bien llegamos hicimos una excursión inolvidable: en lancha, empezamos a recorrer el mar en busca de delfines. Cuando los encontrábamos, nos zambullíamos en el agua con snorkels y patas de rana y nadábamos junto a ellos. La sensación al estar tan cerca de estos animales no se parece a ninguna.
Otro día visitamos el mercado de especias de la ciudad. Los colores y aromas que se perciben caminando por sus pasillos angostos son una fiesta para los sentidos. Y en las tiendas de artesanías se pueden comprar verdaderas obras de arte por pocos dólares. En casi todas los comerciantes hablan inglés y algo de italiano, ya que la mayor parte de los turistas viene justamente de Italia.
En general, los precios son bajos en la isla y en toda Tanzania. Lo caro, en todo caso, es llegar. Pero una vez allí, con 60 o 70 dólares diarios se puede vivir muy bien.
Cuando empezamos a averiguar para comprar los pasajes en Buenos Aires, muchas agencias no sabían ni dónde queda el Kilimanjaro. Otros nos ofrecían tarifas exorbitantes en alguna de las pocas aerolíneas que vuelan hasta allí. Finalmente conseguimos un precio bastante razonable (1600 dólares, con impuestos) y este itinerario: Buenos Aires-Johannesburgo-Dar es Salaam-Kilimanjaro. La ida fue ágil dentro de todo: 9 horas y media hasta Johannesburgo; escala de 1 hora y media; 3 horas y media de vuelo hasta Dar es Salaam, y casi sin espera un vuelo interno por nuestra cuenta de sólo 30 minutos hasta Zanzíbar. A los cuatro días tomamos el barco de regreso a la ciudad para completar el último tramo, Dar es Salaam-Kilimanjaro, de una hora y media.
Para el regreso, las escalas fueron aún más largas. ¡Dos días para llegar a Buenos Aires!
Zanzíbar es un excelente destino para ir con amigos o en pareja, pero no se ven familias con niños. Seguramente se debe en parte a que hay que aplicarse muchas vacunas para entrar en Tanzania. La única obligatoria es la de la fiebre amarilla, pero se recomiendan siete más.
Por lo demás, tanto en Zanzibar como en el resto de Tanzania siempre caminamos tranquilos por la calle, a cualquier hora. Es un país muy pobre, pero no vimos delincuencia ni violencia en ningún momento.
La gente vive tranquila con poco. Con casi nada. Por ejemplo, nunca escuchamos un insulto en la calle a pesar de que presenciamos problemas de tránsito. En definitiva, no son modernos, pero en muchas cosas son más civilizados que nosotros.
Durante esos días en Zanzíbar queríamos detener el tiempo y quedarnos para siempre en ese momento y en ese lugar. Vivíamos atontados. Parecíamos chicos abriendo regalos a cada instante, sorprendiéndonos constantemente con algo cada vez más encantador.
Carolina Rossi
La Nación - Turismo
Fotos: Web
La autora es entrenadora personal y escribe desde una columna de entrenamiento para la revista Brando. Tuvo un 2010 agitado: subió el Aconcagua en febrero, el Kilimanjaro en octubre y corrió la maratón de Nueva York en noviembre.
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