Con sabores italianos y espíritu medieval, la ciudad costera que se baña en el Mar Adriático se ve como una escultura tallada por Miguel Angel.
Techos eslovenos. Casi como un cuadro impecable, el trazado medieval de la ciudad amurallada habla del respeto de los eslovenos por las joyas de su pasado.
En una clara mañana de verano, el paseo empedrado del pueblo costero de Piran estaba repleto de hombres bronceados observando a un buen número de mujeres con el torso desnudo y acostadas lo largo de la playa rocosa. Piran, sin embargo, no está en la Riviera francesa, y tampoco es una somnolienta aldea italiana de pescadores, pese a la abundancia de pizzerías, iglesias góticas venecianas y restaurantes con nombres como Verdi Inn.
Piran, por extraño que pueda parecer, está en Eslovenia, entre Italia y Croacia a lo largo de la punta septentrional del Mar Adriático. Y este pueblo medieval con una población de 5 mil almas ha conquistado la reputación de ser la joya de la corona de la costa norte del Adriático.
Recibe a viajeros que buscan los extensos viñedos estilo toscano, paisajes incomparables y deliciosa comida italiana, sin tener que soportar las muchedumbres de turistas, los precios exorbitantes y hoteles sin encanto que últimamente parecen haberse hecho presentes en toda Italia.
Piran se encuentra en una península en declive y es un laberinto de techos anaranjados, muros semiderruidos y una plaza de mármol circundada por fachadas que el propio Miguel Angel podría haber tallado. Los fines de semana, la plaza está atestada de gente que disfruta el teatro el aire libre, los bailes y la música de cámara.
Si bien el pueblo oficialmente es bilingüe (esloveno e italiano), su cocina de pescado fresco y pasta es inequívocamente italiana. Y hay una buena razón para ello: Piran fue gobernada por Venecia durante unos 500 años. La comida típica eslovena, usualmente compuesta por alguna forma de salchichón y pudines de pasta rellenos de carne, sólo hace breves e infrecuentes apariciones en los menúes. Manteles a cuadros y música, en su mayor parte de grabaciones de Puccini, completan el efecto. “Es todavía una aldea de pescadores y se siente casi exactamente como era durante el imperio veneciano”, dice Lea Suligoj, de la oficina de turismo de la población.
Los restaurantes con la cocina más refinada se encuentran alineados en la explanada cercana al mar. Allí se puede beber refosk, el vino tinto local, comiendo mariscos o el plato típico de Piran: rebanadas delgadas de lobina de mar o calamar a la parrilla en aceite de oliva (32 dólares).
En una noche clara, la acción se desplaza a la terraza con alcobas, desde donde se domina el azul Adriático y se pueden ver claramente las titilantes luces de Trieste.
Lionel Beehner
The New York Times / Travel
Reproducido por Perfil - Turismo
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