- Quilmes - Buenos Aires - Argentina
sábado, 4 de octubre de 2014
Los olvidos más insólitos en los hoteles de lujo
Historias de huéspedes que se olvidaron al partir miles de pesos, juguetes sexuales, un manuscrito de una novela, y hasta ¡sus hijos!; qué significan estos "actos fallidos"
Un escritor olvidó un manuscrito original completo de una novela, un señor se dejó un sable antiguo, una familia partió sin uno de sus hijos, una mujer se fue sin los billetes de la venta de su casa, un huésped de unos 50 años se dejó el oso de peluche con el que dormía, un novio a punto de casarse se olvidó las alianzas. Estos son sólo algunos de los olvidos más insólitos sucedidos en hoteles de lujo.
Para el psicoanálisis los olvidos son actos fallidos y tienen una intención porque los hechos psíquicos siempre ocurren "para algo", tienen un sentido. Así lo entendía Sigmund Freud, que explicó que la pérdida de objetos suele ocurrir cuando estamos en malos términos con quien nos lo ha regalado y ya no queremos nada que nos recuerde a esa persona, o cuando perdemos el afecto que le teníamos a ese objeto y queremos reemplazarlo por otro nuevo o mejor. Pero no es bueno generalizar y, como declaman los psicoanalistas, hay que abordar el caso por caso para ver cómo opera el inconsciente de cada persona.
Los hoteles, esos lugares que, como decía Aldo Paparella, el director de la película Hoteles, son sitios de paso, un recordatorio del carácter transitorio de nuestra estancia en el mundo, también testimonian nuestros fallidos. LA NACION conversó con responsables de hoteles de lujo para conocer algunas de esas experiencias cotidianas de los viajeros.
El gerente de Relaciones Institucionales y vocero corporativo de Hoteles Alvarez Argüelles, Mario Marchioli, cuenta que condujo cinco hoteles en cinco ciudades del país. "En los olvidos de los huéspedes hay un patrón universal", dice. Enumera una larga lista de olvidos frecuentes: ropa, cosméticos, teléfonos celulares, cargadores de celulares, libros, anteojos, documentos personales, llaveros, cedés, paraguas, pañales, remedios, máquinas de fotos, calzoncillos sucios, guantes, gorras, sombreros. Precisa que, en general, las prendas que se envían a la lavandería son candidatas a quedarse.
Y relata una historia que sí le resulta extraordinaria. "Una mañana de 2012, se acerca a mi oficina el Jefe de Pisos y me trae un sobre con $ 57.000 olvidados en una caja fuerte de una de las habitaciones que se había desocupado hacía 48 horas. Llamamos por teléfono al pasajero para informarle y no se había percatado de eso. Fríamente comunica que alguien autorizado pasaría a retirarlo. Al día siguiente, lo retiró una empleada del casino donde habitualmente concurría a jugar", relata, aún con cierto asombro. Un detalle: "El huésped en ningún momento agradeció nuestra deferencia".
Pero este hotelero dice que, también, hay otro tipo de olvidos: los que complican al huésped y al hotel. Como ejemplo, menciona una alianza de casado. "El pasajero se la quita, la guarda en un cajón de la mesa de luz y se la olvida. El reclamo es desesperado, implora y se pone a disposición total para el retorno de forma discreta del emblemático anillo", comenta Marchioli. De esos casos hubo varios.
Otra categoría es la de los objetos que rara vez se reclaman. "De los 28 años que tengo de gerente, nunca vuelven por las dentaduras postizas y las prótesis dentarias olvidadas. También entran aquí los juguetes sexuales, que no los reclaman, obviamente, por vergüenza", apunta. Dice que, además, es común que después de alguna fiesta en el salón principal del hotel se encuentren corpiños, bombachas o una sandalia. Tampoco tienen dueño.
También es recurrente que los huéspedes se dejen juguetes sexuales en el Hotel Madero. Aclaran que si están en el tacho de la basura los tiran y si no procuran contactar al huésped, con la incomodidad propia de esa situación.
En el Hotel Emperador también, más allá de los olvidos de objetos comunes que lideran el ranking, recuerdan dos como los más llamativos: un manuscrito original de una novela completa de 400 hojas y un sable antiguo de gran valor y de gran porte. Ambos pasajeros, extranjeros ellos, se dieron cuenta de sus descuidos recién en el aeropuerto.
Según cuentan en el hotel, el escritor se olvidó su trabajo en la caja fuerte de su habitación. Como en la recepción tenían su mail, le escribieron y le enviaron el paquete a su país de residencia. Al año siguiente, llegó al hotel un ejemplar del libro publicado con una cálida dedicatoria para el Hotel Emperador.
El señor del sable antiguo, un empresario, coleccionista y jugador de polo, alcanzó a llevarse su exótica compra porque en el aeropuerto de Ezeiza se dio cuenta de su olvido y llamó al hotel. Para tranquilidad de todos, llegaron a tiempo de alcanzarle el sable y el huésped no perdió su vuelo.
BILLETES MUY BIEN GUARDADOS
Los huéspedes de Cariló Village Apart Hotel & SPA también se olvidan muchas cosas. A veces las dejan en el solárium, en los alrededores del SPA o en el bungalow; otras ni se dan cuenta de que perdieron las cosas y nadie las reclama. Pero la gerente general y fundadora del hotel, Marianne Durnhofer, dice que lo que más le llamó la atención fue el caso de una señora argentina que luego de hospedarse en el hotel llamó porque se había olvidado el dinero de la caja de seguridad de la habitación.
"Le pasaron con la gerente, que le preguntó cuánto dinero era. La señora dijo algo así como 25 o 30 mil pesos a dinero de hoy, de esto hace diez años", relata. "Nosotros dedujimos que fueron al casino, ganaron el dinero, lo guardaron en la caja de seguridad y luego se lo olvidaron". Por suerte para ella, todos los billetes estaban allí y la mujer pudo recuperarlos.
"También hay mucha gente que reclama cosas cuando se está yendo y después las encuentra cuando llega a su casa en el fondo de su valija. Por suerte nos avisan", dice Durnhofer. "La realidad es que uno cuando se va de vacaciones se relaja y es normal que tienda a olvidarse cosas", opina.
En Loi Suites Recoleta también recuerdan como llamativo el caso de una mujer joven que dejó una gran suma de dinero, organizada como una rosca gigante, olvidada sobre la cama de su habitación. "Eran muchos miles", recuerdan en el hotel. Y hacen memoria para aportar detalles. "La encargada de housekeeping (limpieza) me avisa que al entrar en una habitación cuyo huésped ya había hecho check out encontró una abultada suma de dinero sobre la cama. Pusimos todo en un sobre y tratamos de contactar a la mujer que se había registrado, pero sin resultados", relatan en el Loi Suites Recoleta.
Una hora más tarde, la huésped se presentó con la cara pálida en la recepción del hotel diciendo que necesitaba entrar urgente a la habitación. "Todos estábamos enterados de lo ocurrido por lo que fui a hablar con ella y le expliqué que ya estaban todos los billetes a salvo", cuentan. El dinero era el monto total de una transacción inmobiliaria. Recuerdan que cuando le dieron el sobre con la plata, la mujer lo agarró, dio las gracias y salió casi corriendo con el sobre en la mano. Entonces, la frenaron y le dijeron que se tomara un vaso de agua y que lo guardara en la cartera. "Estaba shockeada. Se sentó y les dijo que tenían razón, que estaba muy nerviosa. Había vendido una casa".
MI POBRE ANGELITO EN LA VIDA REAL
En CasaSur Art Hotel cuentan una historia que podría inspirar a un guionista de cine. "Una vez un matrimonio se olvidó a sus hijos en otra habitación", recuerdan, aún asombrados por el descuido. "Bajaron a hacer check out, pagaron, subieron al taxi y a los 10 minutos volvieron a buscar a sus hijos". Ellos se habían quedado jugando, ajenos a todo, en la habitación.
En Hoteles Alvarez Argüelles, Marchioli también conserva relatos inspiradores de la película Mi pobre angelito. Según dice "no deja de ser habitual en una familia numerosa que llega con su vehículo olvidarse a algún hijo". Y agrega: "Demoran entre 15 y 30 minutos en retornar nerviosos a rescatar a uno de sus hijos olvidado". Está la vergüenza, el pedido de disculpas y la partida lo más rápido que se puede.
A prueba de los fallidos que enuncia Freud, en CasaSur Bellini revelan lo vivido hace un tiempo por una pareja que estaba por casarse. "El novio salió para la iglesia y se olvidó nada menos que los anillos en el cuarto", cuentan. Como en una película, finalmente le alcanzaron las alianzas a tiempo y la pareja concretó la boda. Luego de eso le perdieron el rastro. No pueden dar fe de continuidad o ruptura, tras un inicio con ese simbólico olvido.
OSITOS CARIÑOSOS
Los osos de peluche olvidados, un juguete pensado para entretener a los chicos, también merecen su apartado. En el Buenos Aires Grand Hotel recuerdan que fue un momento extraño el día en que un huésped dejó en evidencia su particular costumbre: pese a tener unos 50 años, dormía con un oso de peluche, no con cualquiera, siempre con el mismo. Al punto que el día que se lo olvidó en el hotel, llamó para que se lo enviaran a su casa.
En el exclusivo Los Cauquenes Resort, de Ushuaia, también tienen una historia con peluches. "Se trataba de un peluche que era un ratón blanco. Los huéspedes eran franceses, la hija tenía 5 años, y el peluche era suyo. Se dieron cuenta a los tres días de hacer el check out y se comunicaron con urgencia para que se lo mandáramos", comentan. La pequeña lo extrañaba para dormir. El ratón partió en una encomienda por correo a París.
Así sucede mil veces. Algo que uno dice: "De esto no me tengo que olvidar". Al final, se lo olvida. ¿Son actos fallidos con un sentido, hay en ellos una intención? Es más bien una pregunta para deshilvanar en el diván..
Verónica Dema
Diario La Nación - Argentina (Sección Sociedad)
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Luis Schpilman
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domingo, 14 de septiembre de 2014
Piedad para los pasajeros de aviones
Las líneas aéreas, al menos en la Argentina, han tomado en los últimos meses dos decisiones curiosas: terminar con la industria de la marroquinería y evitar que nosotros viajemos sólo con un bolso de mano, ligeros de equipaje como quería Antonio Machado: se han puesto durísimas y, acaso en cumplimiento de normas internacionales, no hay aeropuerto donde te dejen trepar al avión con más de cinco kilos a cuestas, diez en vuelos internacionales, como si el tipo que se va del país tuviera más necesidades que el que viaja a Tucumán.
La verdad, ya nadie lleva en la mano sólo cinco kilos de bagaje. El último fue Charles Lindbergh en 1927 para cruzar el Atlántico solo y, años después, para decirle a Hitler cuánto lo admiraba.
La industria de los equipajes ha diseñado bolsos y maletines para que quepan en los cómodos compartimentos llamados portamantas, que lo que menos hacen es portar mantas. Esos equipajes, blandos o rígidos, con manijas y bordes metálicos y rueditas que hacen su transporte más cómodo y elegante, pesan entre kilo y medio y dos kilos.
Echemos cuentas.
Dos kilos de bolso vacío. Una laptop o netbook, pesa un kilo ochocientos con batería y cargador. Y me quedo corto. Ya tenemos tres kilos y medio. Si llevamos un libro, siempre hay algo para leer, cargamos medio kilo más.
Ya son cuatro kilos. Un estuche simple con las cosas de tocador, shampoo, crema de afeitar y dentífrico (todo esto si te los dejan llevar en la cabina, que a veces no te dejan) más cepillo de dientes, desodorante, máquina de afeitar y peine, te suma medio kilo más.
Cuatro kilos y medio entre todo.
¿Adónde cargamos entonces los calzoncillos, las medias, las dos camisas, las dos remeras, el suéter por si refresca, el paraguas por si llueve y las hojas de malva para los baños de asiento, que es lo que todos llevamos en un viaje de dos o tres días?
Si esas limitaciones ya anacrónicas no se modifican, la marroquinería va a perder plata.
¿Para qué fabricar algo que no se puede llenar? Y, en viajes cortos, nosotros deberemos despachar lo que supere los cinco kilos de peso, o sea todo, con el riesgo ya conocido que padecemos en los aeropuertos locales, con abrevalijas que trabajan a destajo.
¿Quién instrumenta estas medidas absurdas y se emperra en no adaptarlas a los nuevos tiempos?
Las líneas aéreas no pueden garantizarte hoy que tu vuelo no estalle en el aire, fruto de tanto chico malhumorado que anda por el mundo, y que a vos no te tengan que juntar con espátula de los verdes campos en flor. Pero te pasás cien gramos de los cinco kilos reglamentarios del equipaje de mano y sos, casi, un infractor a la ley mundial de seguridad de la aviación comercial.
Muchachos, vienen tiempos difíciles. Piedad para el pasajero.
Alberto Amato - Periodista
Diario Clarín - Argentina
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Luis Schpilman
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viernes, 5 de septiembre de 2014
Los cinco lugares que hay que visitar en Croacia
Croacia, que logró su independencia de la ex Yugoslavia en 1991 y hace apenas un año se convirtió en miembro de la Unión Europea, es uno de los destinos de moda en el Viejo Continente. A su geografía impecable, su riqueza cultural y su importancia histórica, se suma el hecho de ser accesible para los bolsillos argentinos.
ZAGREB
La capital es un excelente punto de partida. Edificios imperiales unos junto a los otros, arreglos florales extremadamente cuidados en calles abandonadas a su suerte, bares con sombrillas al aire libre, muchísimos museos y galerías de arte. Amerita una recorrida tranquila a lo largo de las tres plazas que llevan al centro cívico: Krawatomislava, Strossmayerov, Zrinskog. El paseo desemboca en la calle Praska, una arteria comercial que lleva a Bana Jelacica, la plaza central, donde será imposible no recordar Ámsterdam: los colores, la forma, el bullicio y hasta la disposición de las palomas recuerdan a la Dam de la capital holandesa. En los alrededores, el pintoresquismo se manifiesta de todas las formas posibles. Desde el café Amelie, con sus mesas apoyadas contra la pared de piedra de la catedral, hasta el mismísimo edificio religioso, cuya diócesis se originó en 1093 y cuya estructura gótica data del siglo XIII. En el medio, el Dolac: un mercado callejero donde nadie escatima gritos para comunicarse. Para completar el círculo esencial hay que tomar Tkalciceva: un pandemonio de bares con mesas en las calles y en las escalinatas (cuando la irregular geografía de la ciudad lo amerita). En su continuación, Ljudebita Gaja sigue el mismo espíritu, pero se agrega un imperdible: el bar de los jardines del Museo Arqueológico.
ISLAS PARADISÍACAS
En la costa de Croacia hay casi 700 islas y unos 400 islotes. Se calcula que sólo entre 50 y 60 están habitadas. Desde Hvar se pueden tomar taxis acuáticos (2 a 5 euros). Las playas son edénicas, con un mar color esmeralda como pintado a mano.
Pero prácticamente no hay costa de arena: son todas de piedra (excepto Palmizana). No obstante, algunas, como Stipanska, tienen paradores con todas las comodidades, incluyendo una escalera para bajar al mar pese a la geografía poco amigable.
HVAR
Frente a la costa croata hay más de mil islas. He aquí la que logró destacarse. Para llegar, es necesario abordar un catamarán desde el puerto de Split. El viaje no demora más de 50 minutos. La primera impresión es perfecta: una costanera plagada de restaurantes que remiten a vacaciones de otra época, hoteles de cara al mar, muchísimas casitas idénticas (frente color marfil, techo de tejas anaranjadas) y una escalera infinita hacia el Fuerte de Napoleón, la construcción de 1811 que corona la isla.
Una vez en tierra, los colores, los aromas, los sonidos: todo remite a una típica villa veraniega europea. Kroz Grodo es la vía empinada que lleva hasta la fortificación.
La puerta maestra, un arco de piedra del siglo XV, da la bienvenida. En el camino, entre los muros de piedra, emergen atractivos como Sasa (tienda de artesanías) o la antigua bodega Oma Catarina. Desde allí se divisa la costa, con decenas de yates amarrados.
Pasaporte listo
El traslado por tierra entre Split y Dubrovnik permite vivir un episodio digno de El Súper Agente 86. Por el Tratado de Karlowitz, firmado en 1699, existe un pequeño tramo de 24 kilómetros con salida al mar que no pertenece a Croacia sino a Bosnia-Herzegovina. El conductor advierte, por altoparlante: “Por favor, preparen sus pasaportes para el control fronterizo”. Sube un guardia, observa que los turistas tengan el documento en sus manos (no los revisa), se baja y el micro sigue su viaje. Diez minutos después, el conductor advierte: “Por favor, preparen sus pasaportes para el control fronterizo”. Y todo se repite.
DUBROVNIK
Otro viaje directo al pasado a través de su ciudad amurallada, Groz. Atravesar el puente levadizo de la puerta de Revelin, que fue construida en el siglo XV, es una invitación a vestirse de caballero medieval. Más allá, la magia. Las paredes y los pisos de piedra parecen recién pulidos. Nada evidencia el avance del progreso, la llegada del siglo XXI, la era de la tecnología... Sólo unas heridas remiten al presente: las dejadas por los bombardeos de la guerra contra los serbios, en 1991 y 1992, que produjeron daños menores en algunas construcciones (proyectiles incrustados, tejas destruidas, fragmentos caídos) y mayores en otras (incendios, derrumbes). Luego de una voltereta por Poljana Drzica, la plaza que apunta a la catedral de 1713, se llega a Placa Stradum, la calle principal. En la antigua aduana se da cuenta de las costumbres, las leyendas y la historia de Croacia.
En uno de los laterales del recinto, y sentada en un banquito, una artesana hace bordados típicos y explica su técnica. Al final del recorrido, una fuente del siglo XV, la Velika Onofrijeva, donde una chica invita a los niños a fotografiarse con tres guacamayos. Las galerías de arte son tan numerosas como los locales de chucherías para viajeros. El teleférico ofrece una visión diferente y maravillosa.
SPLIT
Ubicada a unos 260 kilómetros de Zagreb, es una de las protagonistas de la más que reciente fama de Croacia como destino turístico perfecto, tras su larga permanencia detrás de la Cortina de Hierro. Cuenta la leyenda que el emperador Diocleciano mandó a construir aquí un palacio –hacia el 300 a.C.– con el objetivo de que fuera su residencia luego de abdicar al trono. Lo solicitó tan grande y con tantos recovecos, puso tantos requisitos e introdujo tantos cambios en sus voluntades, que murió prácticamente sin haberlo habitado. A poco de su fallecimiento, la gente que vivía en las cercanías se percató de que semejante mole fortificada estaba vacante...
Y así fue como una propiedad individual se convirtió en un pueblo –supo tener 9 mil habitantes– que sobrevivió hasta hoy como casco histórico.
La entrada por la calle Bosanska es un boleto al pasado: las paredes y el piso, todo en piedra caliza y mármol; las calles atravesadas por arcos que juegan el rol de mini puentes de los suspiros; en los rincones, santos esculpidos; torres con relojes y campanas que no parecen conducir a ninguna iglesia...
A los pocos pasos, la plaza Narondi y su Restaurante Central (Gradshka Kavana, en croata). Apenas 300 metros más adelante, la Riva: una costanera con carritos que venden chucherías y barquitos que flotan en el Adriático. El acceso al área subterránea del Palacio de Diocleciano está marcada por una fuente. Sigue una estructura laberíntica con objetos de 2.400 años, una fábrica de aceite de oliva de la Edad Media y una escalera que lleva a la catedral: antiguo mausoleo romano, sus escalinatas sirven como anfiteatro.
Caminar es la misión: por las calles interiores del casco antiguo –lo que lleva a descubrir sitios como Aleppia, un restaurante casi escondido entre los muros de piedra, o la pizzería Fortuna, autoproclamada como la más antigua de Split– y por Mormontova, donde se aglutinan las boutiques de grandes marcas. Todo el perímetro de la antigua propiedad de Diocleciano está amurallado, excepto el lateral que se abre al mar.
VIDES PREMIADAS
Una de las principales actividades productivas de Croacia es la vitivinícola. Se calcula que hay más de 132 mil hectáreas cultivadas a lo largo del país.
No obstante, los que han recibido reconocimiento internacional son los de la zona de Dalmacia, como los tintos plavac mali y los blancos posip.
Walter Duer
Revista Apertura - Suplemento Clase
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Luis Schpilman
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4:33 p. m.
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domingo, 22 de junio de 2014
México profundo: Guanajuato, la fiesta del color
En la plaza principal del centro histórico y en los alrededores de esta ciudad mexicana, a cuatro horas al norte del D.F. no cabe ni un alfiler más. No hay un concierto ni una feria ni se celebra nada en especial. Dicen que es así casi todas las noches de viernes y sábado.
Una multitud, especialmente jóvenes, camina tranquilamente, come algo, se sienta en los bancos de la plaza o a las mesas de la veredas de los restaurantes para cenar al aire libre.
Varios mariachis van de mesa en mesa vendiendo canciones al paso entre plato y plato. Los temas se mezclan, se confunden. La música es fuerte, ensordecedora. A un costado, frente al histórico teatro Juárez, una estudiantina (grupo de artistas que hacen paseos turísticos a pie por el centro y mezclan historias y leyendas con música) está en lo mejor del show. En Guanajuato, la fiesta parece que nunca termina. Es una ciudad universitaria tradicional, con chicos de los pueblos de todo el estado de Guanajuato y de otros también, que llegan para estudiar.
Y además un centro turístico, con un pasado colonial perfectamente conservado (es Patrimonio de la Humanidad) con calles que serpentean sin planificación, construcciones históricas, casas de colores estridentes que se apiñan en las laderas de los cerros y más de 3000 callejones sin salida y con muchas leyendas. Como el callejón del Beso, tan estrecho, que desde balcones enfrentados se puede besar a otro.
Basta pararse frente a la parroquia de Nuestra Señora de Guanajuato, en pleno centro histórico, y mirar alrededor, para sentir el espíritu caótico, inquieto y alegre de la ciudad.
"¿Están preparados para caminar, subir y bajar?", pregunta Jerónimo Regalado, el guía que ayudará a no perderse en el laberinto. Está claro que la mejor manera de descubrir la ciudad es a pie y con tiempo.
Para empezar, la parroquia de Nuestra Señora de Guanajuato, del siglo XVII, tiene a la Virgen más antigua de América, que llegó desde España. "De rasgos góticos, hecha en madera policromada, estuvo escondida en una cueva de Granada, España, durante la dominación mora. El rey Felipe II se la regaló a la ciudad. Desde su pedestal de plata de 80 kilos es la patrona de Guanajuato", explica el guía.
Durante el paseo por la ciudad vale la pena también reparar en el templo de la Compañía de Jesús, de estilo barroco churrigueresco y en uno de los edificios de la Universidad, que está a pocos pasos.
De allí se puede ir hasta el Mercado Hidalgo. Antes de meterse entre puestos de comida tradicional y artesanías, detener la marcha, pararse enfrente y contemplar la fachada: es una estructura francesa diseñada en París, en los mismos talleres donde se hizo la torre Eiffel, sin soldaduras, todo con remaches. Llegó a la ciudad en 1903, como un capricho del presidente Porfirio Díaz, en los tiempos en que sobraba el oro.
En el mercado además de carnes y pollos, puestos con gran variedad de chiles, frutas, verduras, dulces típicos y un sector para comer las especialidades de la cocina mexicana hay artesanías clásicas y suvenires.
Al mirador del Pípila, desde donde se tiene una vista panorámica de la ciudad, con desorden perfecto y armónico se puede subir y bajar en funicular, para darle un poco de descanso a las piernas.
Guanajuato también es conocida por ser la ciudad de los túneles. Hay más de 20, algunos largos y otros como el del Amor, muy cortos. Se hicieron para cortar camino, sin tener que bordear los cerros, y son aptos para autos y peatones, que se adentran en la oscuridad sin temores. "Guanajuato por suerte es una ciudad segura y tranquila, que permite caminar sin riesgos", cuenta orgulloso el guía.
Guanajuato creció como centro minero, tarea que sigue hasta ahora. Se extrae plata y oro. Incluso se pueden visitar las minas, como la Bocamina Don Ramón. La diferencia es que la mina es vertical y la bocamina horizontal. La visita, muy básica, permite descender unos metros y escuchar el relato sobre cómo trabajan los mineros.
Bastante compacta y fácil de recorrer, Guanajuato es de esos lugares que vale la pena dedicarle un par de días en un circuito por el México profundo y combinar con San Miguel de Allende, a una hora.
Las momias, entre el morbo y la curiosidad
La particular relación de los mexicanos con la muerte queda, una vez más, en evidencia después de una visita al Museo de las Momias de Guanajuato. Para algunos, sobre todo extranjeros, realmente morboso y escalofriante, pero para los mexicanos es el paseo preferido de la ciudad, incluso para nenes chiquitos, que miran fascinados los cuerpos muertos y que seguramente no tendrán pesadillas.
El Museo de las Momias tiene una gran colección de cadáveres momificados que se exhiben como si fueran las joyas de la corona, y que se destacan por estar en perfecto estado de conservación.
No son faraones ni próceres, sino simples mortales, que afortunadamente (o desgraciadamente) tienen una segunda vida. La particularidad es que no fueron sometidos a ningún proceso de momificación o conservación, sino que se dio de manera natural y se encontraron de casualidad, cuando se exhumaron cuerpos cuyos familiares no habían pagado más la estada en el Panteón Municipal de Guanajuato, donde ahora está el museo.
La explicación de cómo sucede este proceso resulta más sencilla de lo esperado: "Las momias se encuentran sólo en los ataúdes que están en la zona central de los nichos. Como Guanajuato tiene clima seco, durante el verano la madera del cajón se convierte en un horno, provoca la pérdida de líquido del cuerpo y evita la putrefacción. Así se momifican", cuenta el guía, para echar por tierra cualquier explicación sobrenatural y mucho más taquillera. Sólo el uno o dos por ciento de los cadáveres se momifica.
Las momias, expuestas en vitrinas, parecen hechas en papel maché, pero la expresión de sus rostros no deja duda de que se trata de muertos reales. Hay de todo: desde el médico francés Remigio Leroy, la primera que se descubrió en 1865, una china, una epiléptica que fue enterrada viva y está con los brazos levantados intentando rasguñar la madera, hasta momias de bebes, en un ambiente oscuro. El éxito de las momias es tal que el museo representa el segundo ingreso, después del fisco, en el municipio. En temporada alta llegan a visitarlo 5000 personas por día. En la ciudad dicen que si no se visita a las momias no se conoce Guanajuato... Ciertamente un paseo prescindible si no se tiene el morbo a flor de piel..
Andrea Ventura
Diario La Nación (Argentina)
Suplemento Turismo
Foto La Nación
Publicado por
Luis Schpilman
en
2:25 p. m.
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sábado, 15 de febrero de 2014
Catamarca oculta: de cuesta en cuesta
Ancasti, Aconquija, Andalgalá, Minas Capillitas y Belén en 4x4. Un recorrido del flanco oriental de la provincia, yendo desde la ciudad capital hacia Londres, por caminos de cornisa que descubren paisajes de selva, cuevas con pinturas rupestres y majestuosas ruinas incaicas.
El aire sopla caliente como si lo produjera un batallón de secadores de pelo. Ese viento deshidratado explica por qué en San Fernando del Valle de Catamarca también rigen la ley de la siesta y la del toco y me voy: la capital es un punto de llegada más que un destino en sí mismo.
La escasa masa turística visita la zona para conocer la Puna, belleza norteña excluida del circuito Salta-Jujuy. Sea por falta de servicios o de promoción, esa condición la convierte en uno de los paisajes áridos menos obvios de estas latitudes. Y si de ella poco se sabe, menos aún de la versión verde de Catamarca.
Para descubrir la geografía de ríos, cañones y selva subtropical de esta tierra donde el sol brilla 300 días al año, hay que viajar hacia San Fernando, epicentro del que parten los caminos hacia los valles.
La provincia está atravesada por cordones montañosos, la red vial es escasa y los caminos van sorteando empinadas cuestas. La recompensa es que desde esas alturas, las vistas son imponentes. Este singular sistema de cuestas, que es el principal atractivo de la versión selvática, es apto para viajeros con espíritu aventurero, camioneta 4x4 y ajenos al vértigo.
Antes de salir a la ruta hay que saber que:
1. En la provincia escasean los servicios, por lo que hay que cargar combustible siempre que se pueda.
2. El tiempo de viaje no se puede calcular de acuerdo a los kilómetros por recorrer: 15 km de cornisa pueden demandar una hora de manejo exigente.
3. Es preferible viajar durante el día y en épocas menos calurosas.
4. Hay que llevar agua, provisiones y abrigo.
5. No se debe subestimar el caudal de los ríos.
6. Avisar siempre qué recorrido se va a realizar y cuándo.
7. Tengan en cuenta que los restaurantes y comercios suelen respetar el horario de la siesta. generalmente cierran de 13 a 16. Los domingos es difícil encontrar comercios abiertos.
1. En la provincia escasean los servicios, por lo que hay que cargar combustible siempre que se pueda.
2. El tiempo de viaje no se puede calcular de acuerdo a los kilómetros por recorrer: 15 km de cornisa pueden demandar una hora de manejo exigente.
3. Es preferible viajar durante el día y en épocas menos calurosas.
4. Hay que llevar agua, provisiones y abrigo.
5. No se debe subestimar el caudal de los ríos.
6. Avisar siempre qué recorrido se va a realizar y cuándo.
7. Tengan en cuenta que los restaurantes y comercios suelen respetar el horario de la siesta. generalmente cierran de 13 a 16. Los domingos es difícil encontrar comercios abiertos.
Cuesta del Portezuelo
Cuesta del Portezuelo: Dicen que es una de las rutas más lindas de la Argentina, a la que el folklore le dedicó una célebre zamba; es la que conecta el valle de Catamarca con los departamentos de Ancasti y El Alto. Después de trepar los 25 km de cornisa de la RP 2 y una vez arriba, la geografía se convierte en una meseta que antecede un paisaje insólito. De pronto, en la llanura irrumpen inmensos peñascos, como si una tormenta de meteoritos los hubiese esparcido por doquier. Este escenario de “islas” de piedra, sobre las que crecen árboles enanos, hace pensar en jardines bonsái. ¿Qué ver? Anquincila, Ancasti sede de las cuevas con pinturas rupestres: La Tunita y La Candelaria.
El primer poblado es Anquincila, con su balneario que explota en verano. Y 12 km después aparece Ancasti, cuna del único presidente catamarqueño de la Nación, Ramón Castillo, y sede de las cuevas con pinturas rupestres de La Tunita y La Candelaria, las más turísticas. Nosotros vamos entonces por La Tunita. Hacemos una parada en la hostería El Paso del Indio, que es la única en 60 km y que hoy estaría abandonada si allí no hubiesen recalado los hermanos Mendieta. Salteños, Baltazar y Rodrigo dejaron su tierra con el ambicioso objetivo de “crear un destino”. Su espíritu colonizador los llevó a recorrer el interior catamarqueño, donde primero dieron con La Tunita y, acto seguido, con la concesión de la hostería que Castillo mandó construir en el 42. Desde hace tres años reciben con su restaurante, 10 habitaciones y un gift shop con platería inspirada en la cultura aguada, que diseñan artesanos amigos de Baltazar. Presente en diversos valles de Catamarca y La Rioja, los aguada se destacaron por su iconografía simbólico-religiosa ligada a rituales chamánicos.
Baltazar conoce la zona palmo a palmo, y se mueve con la precisión de un gps. Mientras avanzamos en camioneta por la huella que lleva a La Tunita, nos señala un bosque de cebiles. Cuenta que las semillas de éste árbol son alucinógenas al igual que el cactus San Pedro, que contiene mescalina. Ambos eran utilizados por los chamanes y, de hecho, están presentes en los pigmentos de las pinturas rupestres. Hoy, son muchos los curiosos que llegan para experimentar una suerte de viaje. Varios lo logran con el San Pedro, pero casi nadie sabe emplear el cebil. La curiosidad disparó una ola de foros en internet en los que se debaten posibles fórmulas. Incluso, se venden cebiles por MercadoLibre.
Antes de llegar a La Tunita visitamos a doña Paula Romero de Quiroga, tejedora de seda silvestre que cada mañana pastorea para encontrar los capullos que luego hierve, lava, seca al sol e hila. La inflación no es el motivo por el que sus trabajos cuesten más de dos mil pesos. Es que confeccionar una bufanda implica hilar unos 500 capullos y un acolchado, más de cinco mil.
Un poco más adelante, una tranquera marca el comienzo de la caminata hacia las pinturas. Durante 40 minutos avanzamos por un sendero que hierve y que sólo se tolera con agua, sombrero y control mental. El paisaje se enrarece. Primero aparecen los palos borrachos, panzones por el estrés hídrico y después, los claveles del aire, que se enroscan en las ramas como pulpos. Finalmente descubrimos el paisaje lunar. Son seis inmensas rocas en cuyo interior hueco cabe una persona encorvada. Allí dentro, “los techos” conservan intactas las pinturas de los aguada. Las más impactantes se ven en La Sixtina, que invita a recostarse en el suelo de piedra para contemplar el cielorraso colmado de historia. Es extraña la sensación de dejar las pinturas a solas. Pero por suerte está Baltazar, el guardián voluntario de este pasado olvidado Ancasti adentro.
Cuesta de Piedras Blancas
Piedras Blancas: es la cuesta que sale de la capital y pasa por la villa veraniega de El Rodeo, donde descansan los catamarqueños con plata. El circuito avanza por Las Juntas y toma la RP 1 que pasa por La Puerta y el Dique Las Pirquitas, desde donde se regresa a Catamarca ciudad. Un poco más adelante del cacerío Piedras Blancas está Chamorro, un paraje verdísimo junto al río Guayumil donde hay una sola casa, con camping, terneros y sauces llorones. En Los Varela, con su placita con juegos y la capilla de Nuestra Señora de La Merced, se puede optar por completar el circuito vía Las Pirquitas, o seguir adelante y sumar la Cuesta de Balcozna como bonus.
No hay que confundir su nombre con el del pueblito Piedra Blanca, en el departamento de Esquiú. Siempre imaginé ese destino como un paraje del lejano oeste, con sheriff de botas con espuelas y bares con puertas vaivén. Pero no. El Rodeo argento es color selva. ¿Hiciste este recorrido o conoces algo más de Catamarca?
Hace poco, los locales diseñaron una versión más corta aunque menos pintoresca de este camino, que vincula El Rodeo directamente con La Puerta y es transitable con lluvia. Sin embargo, esta alternativa está haciendo que se pierda el mantenimiento del circuito clásico, con su despoblado paisaje de ríos y sitios arqueológicos.
Nosotros arrancamos con el circuito original –parada mediante en las cabañas municipales de Las Juntas para almorzar– y comenzamos a trepar la RP 4 que avanza entre terrazas de cultivo, regadas por las nubes bajas.
En el caserío de Piedras Blancas sólo se ven “vacas-cabra”, que parecen tener sopapas por pezuñas para aferrarse a las laderas de los cerros. La cancha de fútbol está vacía, también los bancos de la singular iglesia con su campanario separado del edificio.
Un poco más adelante llegamos a Chamorro, un paraje verdísimo junto al río Guayumil donde hay una sola casa, con camping, terneros y sauces llorones. Allí vive la tamalera Ramona Vega. En su casita prepara y hornea a la leña deliciosos tamales que su hermano, Néstor Saavedra, vende después en la carnicería La Esperanza. Ramona no lo sabe, pero su especialidad se sirve incluso en la mesa del hotel de montaña La Aguada.
En Los Varela, con su placita con juegos y la capilla de Nuestra Señora de La Merced, se puede optar por completar el circuito vía Las Pirquitas, o seguir adelante y sumar la Cuesta de Balcozna como bonus. El plan B, pasa por El Bolsón, sin comunidad hippie ni cabañas de madera, pero con una pintoresca hostería y un entorno de maizales y cultivos. Después de Balcozna y La Merced, el camino desemboca en la RN 38, a sólo 53 km de la capital.
Hacia el Pucará de Aconquija: El primer tramo de la RP 1 es de tierra y avanza junto al río del Singuil. Las laderas aparecen cubiertas por apretadas comunidades de algarrobos, alisos y helechos. Pero todo lo que empieza, termina. El camino hacia el Pucará es tan seco que provoca sed. Hay arena para construir decenas de castillos pero también pequeños ciclones, flacos y altísimos, que los amenazan cuando el valle está caliente.
A medida que la camioneta se acerca a la sierra de Aconquija se distingue la pirca del Pucará, que surca las laderas como una Muralla China en miniatura. Es un sendero de herradura que en 1998, fue declarado Monumento Histórico Nacional. En la cumbre aplanada del cerro del Pucará, a los 300 metros, se despliega la fortaleza incaica con dos mil metros de largo y un ancho máximo de mil metros. Circundada por murallas construidas con piedra canteada, ofrece vistas espectaculares del nevado de Aconquija, la cadena del Manchao y la Sierra de Narváez.
Es fundamental ir con un guía, agua, pic nic y buen calzado. Si el plan es seguir hacia Andalgalá por la cuesta de la Chilca, no esperen a que baje el sol: los paisajes merecen luz y el estado del camino, también.
Por La Chilca hacia Andalgalá: El camino de cornisa es tan angosto que, por momentos, el giro de la camioneta no es suficiente y hay que dar marcha atrás. Ya en Andalgalá, segunda ciudad más poblada de Catamarca con 11.400 habitantes en la que la minería dividió la opinión de la población, hace calor y la plaza parece un gran bar a cielo abierto, llena de mesitas donde la gente ve a la gente hasta la madrugada.
Cuesta Capillitas: Vamos rumbo a la mina en la camioneta de Mauricio Pagani, nuestro guía en esta parte del viaje. Tomamos la RP 47 para encarar la cuesta de Capillitas que une Andalgalá con Santa María. La otra opción es hacerlo vía Belén por la RP 46, pero el viaje se estira 140 km.
La cuesta comienza en Choya, zona membrillera donde se formó una cooperativa de mujeres dulceras. Allí comienzan los más de 60 km de recorrido de este camino de ripio que trepa hasta los 3.100 metros. Con curvas más abiertas, Capillitas es menos peligrosa que La Chilca. Quienes la transiten, sepan que el celular se vuelve cadáver en el Km 33.
Más adelante, un desvío señalizado lleva hacia el Refugio del Minero. El camino fue abierto a pico y pala por los Yampa y, de hecho, la última subida es accesible sólo con 4x4. Entonces aparece la inmensa construcción diseñada por el arquitecto andalgalense Ricardo Lacher. Su fachada, revestida con bolseado hecho a mano, es el preludio a las 13 habitaciones y al restaurante donde se luce Yaki Yampa.
Pan casero y mate cocido es el combustible que necesitamos para subir hasta la mina, que lleva una hora y media de caminata lenta para evitar el efecto de la altura. Entonces sí, equipados con casco y linternas, ingresamos en la oscuridad del túnel. Cuenta Fabián, marido de Yaki, que la rodocrosita se extrae con pico y que ellos mismos cargan las piezas en sus mochilas. Escucharlo invita a reflexionar sobre la palabra cansancio… Acá no hay día en que no se haga fuerza y la vista debe acostumbrarse a trabajar a la luz de una linterna. Quienes no se animen al trekking, pueden visitar el museo mineralógico montado a sólo 150 m de la hostería.
Las noches en el Refugio son frescas y silenciosas. Cuando se apaga el generador es el momento de abrigarse con una manta para salir a la galería y contar estrellas fugaces. El final feliz llega por la mañana, cuando, después de despedirnos de las Yampa, Mauricio nos lleva a la Aguada de Cobre, donde la presencia de este mineral coloreó el lecho del río de un turquesa furioso.
Belén
A Belén por el Campo de Pozuelos:
Donde termina Minas Capillitas comienza Campo Arenal o de los Pozuelos. La ruta, de ripio, se abre camino por el desierto de cardones que es intransitable en verano, cuando sus ríos reciben el agua que carga la sierra de Aconquija. Al final la RN 40 y la primera parada es en Hualfín. Colorado cuando hay sol, su paisaje fue escenario de las guerras más sangrientas entre diaguitas y españoles.
Hay que visitar la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, construida en 1770. Es la segunda capilla más antigua de Catamarca y fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1967. En este pueblo se dan la uva y el “oro rojo”, apodo otorgado al pimiento que crece estupendo en la zona y se acopia en Belén. Allí, el Molino Santa Rosa procesa dos mil kilos por mes con certificación Kosher.
Belén no se llama así por la ciudad de Cisjordania, sino en recuerdo de la Virgen de un paraje del sur de España que introdujo el fundador de la ciudad, Bartolomé de Olmos y Aguilera, en 1681. Esto explica la imagen de la Virgen de 17 metros que cuida a los belichos (gentilicio local) desde lo alto del cerro Belén, obra de Hidelberg Ferrino, un escultor nacido en Maipú (Buenos Aires), que propuso marcar su paso por este mundo con obras en pueblos y ciudades argentinas. Entre ellas figura ésta, que comenzó a construir en 1979 y concluyó tres años después con la colaboración del pueblo.
Belén también es una de las cunas del poncho. Incluso Julio A. Roca tenía uno de vicuña hecho acá. Hoy, la técnica sobrevive gracias a la cooperativa de tejedoras Arañitas Hilanderas, que se agrupó en 2000 y congrega a 22 mujeres que diseñan prendas contemporáneas en telar criollo. El otro referente es el matrimonio que forman Graciela Carrasco y Ramón Baigorria, tejedores belichos que se conocieron hace 30 años en una bailanta catamarqueña de Buenos Aires. Hoy siguen tejiendo su historia en el patio donde los observan dos perros y un loro que habla.
Para decir que conoció Belén, también tiene que probar el jigote en el restaurante del Hotel Belén. Es una versión acriollada de la lasagna; lleva pan, quesillo, carne, huevo y cebolla. De paso, visite el pequeño museo arqueológico montado en el lobby.
Si decide pasar más de un día en la ciudad considere el circuito Norte, un recorrido de 90 km entre los nogales del municipio de Pozo de Piedra. El paisaje es de casitas de adobe con coquetos canteros de flores. Si le antoja probar sus frutos, aplauda frente a cualquiera de esas casa y compre nueces silvestres.
Ruinas El Shincal,Londres
Destino final, Londres: A 15 km de Belén, en este Londres se habla español y no suenan los Beatles Aquí el principal atractivo son las ruinas del Shincal, ciudad que formó parte del Camino del Inca, nervio de comunicación entre el Cuzco y los actuales territorios de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú. Fue el arqueólogo Adán Quiroga quien avistó las ruinas entre un bosque de shinqui (aŕbol típico de la región), y el doctor Rodolfo Raffino quien, posteriormente la investigó. En esta capital del imperio sur de los incas vivieron cerca de 800 personas hasta la llegada de los españoles, que terminaron por desarticular a los rebeldes diaguitas descuartizando a su líder, el bravo cacique Juan Chelemín, en la Plaza de Armas del Shincal.
Para compensar este histórico trago amargo, pare en la Finca San Isidro, territorio dominado por unos dos mil frutales camino al sitio arqueológico. Su propietario Bernardo Isidro Sanduay lo tentará con los dulces que allí elabora y, eventualmente, con un chivito asado para devorar al aire libre. La única condición es avisar con tiempo.
Para información sobre lugares, precios y hospedaje visite este link:
http://www.lugaresdeviaje.com/nota/datos-utiles-de-catamarca-oculta
Connie Llompart Laigle
Revista Lugares Nº 202 / enero de 2014
Imágenes: Web
Publicado por
Luis Schpilman
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9:28 p. m.
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sábado, 18 de enero de 2014
El Litoral argentino, el lugar ideal para un verano ideal
Seis provincias argentinas que te ofrecen balnearios, termas, selvas tropicales, palmares, parques nacionales y mucha diversión.
La región del Litoral se distingue en la Argentina por albergar grandes ríos, tierras rojizas y numerosas áreas protegidas que son hábitat de especies autóctonas en peligro de extinción. Un destino que se extiende por el Noreste del país y desciende casi hasta las puertas de Buenos Aires (Capital Federal) con atractivos internacionales como Cataratas del Iguazú, en la frontera con Brasil y Paraguay, una de las Siete Maravillas del Mundo; las Ruinas Jesuíticas Guaraníes; y, los Esteros del Iberá.
Integrada por las provincias de Misiones, Chaco, Formosa, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe sorprende al viajero con selvas tropicales donde aún residen tribus aborígenes, infinitas áreas de pesca deportiva y uno de los polos industriales y comerciales más destacados del país. En la región se encuentran también siete Parques Nacionales de características muy diversas, en los cuales se desarrollan avistajes de flora y fauna, excursiones náuticas, safaris fotográficos y caminatas de aventura.
Este territorio está rodeado en toda su extensión por los ríos Iguazú, Paraná y Uruguay, en cuyas costas existen numerosos balnearios y playas para relajadas jornadas de sol en temporada estival. Además, la zona se caracteriza por albergar plantaciones de yerba mate, algodón y cítricos, las cuales invitan a los viajeros a la práctica de diversas actividades de agroturismo.
En cada una de las provincias, existe una importante infraestructura de servicios. Las urbes más destacadas son Rosario, Santa Fe de la Vera Cruz, Paraná, Corrientes, Resistencia y Posadas, desde donde también se conjugan circuitos históricos, arquitectónicos y culturales con múltiples opciones para disfrutar tanto de día como de noche.
Cataratas del Iguazú
Destinos de Misiones
La provincia de Misiones está posicionada en el extremo noreste de la Argentina, dentro de la región del Litoral, y si bien es una de las provincias más pequeñas del país, también es una de las que alberga mayores riquezas naturales.
La provincia de Misiones está posicionada en el extremo noreste de la Argentina, dentro de la región del Litoral, y si bien es una de las provincias más pequeñas del país, también es una de las que alberga mayores riquezas naturales.
Cataratas del Iguazú es una de las actuales Siete Maravillas del Mundo visitadas a diario por alrededor de 4.500 personas. Declaradas por UNESCO Patrimonio Natural de la Humanidad, se ubican dentro del Parque Nacional Iguazú (www.iguazuargentina.com) y constituyen 275 saltos de entre 50 y 80 metros de altura. El escenario se aprecia a pie desde las pasarelas, en paseos náuticos y en safaris por la selva. La localidad más cercana es Puerto Iguazú, a 18 kilómetros de distancia.
Otro de los atractivos de Misiones es el camino de las Ruinas Jesuíticas, entre las cuales se destacan las de San Ignacio Miní. Allí, se encuentra un Centro de Interpretación y Recreación, una maqueta que reproduce lo que fueron las reducciones y un espectáculo de luz y sonido. En la zona se suman otros atractivos como Peñón del Teyú Cuarél, una comunidad aborigen y chacras para agroturismo.
Sobre el margen este del territorio provincial sobresale también el Gran Salto del Moconá, un área protegida en la que tiene lugar la Reserva de Biósfera Yabotí. Una travesía para expedicionarios de la naturaleza por sus excursiones de aventura, safaris fotográficos, avistajes y actividades náuticas. Distante 337 kilómetros de Posada, tiene como referencia a la localidad de El Soberbio. Otros destinos recomendados en Misiones son la Ruta de la Yerba Mate y las Minas de Wanda.-
Bañado la Estrella
Formosa y sus atractivos
Formosa es una de las provincias políticamente más jóvenes de la Argentina y sorprende al viajero con atractivos de ecoturismo. Algunas de las opciones más atractivas es el avistaje de animales en peligro de extinción y más de 300 especies de aves en estado natural.
Al noreste del territorio se encuentra el Parque Nacional Río Pilcomayo, unas 48 mil hectáreas incluidas en la Lista de los Humedales de Importancia Internacional, a través de la Convención Ramsar. La ciudad de referencia es Clorinda, a unos 40 kilómetros, en la frontera con Paraguay.
Otro de los tesoros litoraleños imperdibles es el Bañado La Estrella, ubicado 300 kilómetros al oeste de la Capital provincial. Una reserva faunística de 400 mil hectáreas, considerada el tercer humedal más importante de América Latina. En su interior, habita una amplia vida silvestre con especies difíciles de observar en otros ecosistemas. Además, residen allí cuatro comunidades étnicas.
Sobre el extremo sureste del territorio, se recomienda una visita a Herradura, en el Departamento de Laishí, a unos 40 kilómetros de la ciudad de Formosa. Una villa turística circundada por espejos de agua y grandes extensiones de vegetación para la práctica de safaris fotográficos, entretenidos avistaje de aves y la pesca de corvinas rubias, dorados y surubíes.
Parque Provincial isla Cerrito
Los encantos del Chaco
La provincia del Chaco también es una de las más jóvenes de la Argentina, habiéndose conformado como tal hace poco más de 60 años. En tanto, sus raíces y riquezas culturales se extienden en el tiempo. Es allí donde reside una de las mayores poblaciones aborígenes del país integrada por wichís, tobas y mocovíes.
La provincia del Chaco también es una de las más jóvenes de la Argentina, habiéndose conformado como tal hace poco más de 60 años. En tanto, sus raíces y riquezas culturales se extienden en el tiempo. Es allí donde reside una de las mayores poblaciones aborígenes del país integrada por wichís, tobas y mocovíes.
Resistencia es la ciudad Capital y muchos la popularizan como la “Ciudad de las Esculturas” por la cantidad de figuras que exhibe en calles, plazas y bulevares. De moderno trazado arquitectónico, posee numerosos museos y eventos artísticos que completan el itinerario cultural. Desde allí, hay salidas de pesca por el Paraná y paseos por el balneario Villa Paranacito.
Otro de los encantos del Litoral es el desafiante Impenetrable Chaqueño, que invita al viajero a ponerse en contacto con la naturaleza a través de expediciones en 4×4, travesías náuticas por los ríos Bermejo, Bermejito y Teuco y jornadas de campamentismo. Situado al norte del territorio, abarca unos 4 millones de hectáreas con sectores agrestes e inhóspitos.
También para los aventureros se suma la Isla del Cerrito con alternativas de camping y actividades relacionadas con el ecoturismo. Ubicada a poco menos de una hora de viaje desde Resistencia, frente a la ciudad correntina de Paso de la Patria, se constituye como uno de los mejores pesqueros del Litoral, en la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay.
Carnaval correntino
Corrientes: la reina del Carnaval
La provincia de Corrientes se distingue a nivel internacional por sus multicolores carnavales en temporada estival. Rodeada de diversos cursos de agua también, invita al desarrollo de excursiones náuticas por los ríos Paraná, Uruguay, Corrientes y Guayquiraró. Además, ofrece entretenidas actividades de canotaje, mountain bike y senderos de interpretación. Un destino habitualmente elegido por los amantes de la pesca y la caza. Y por supuesto, sus inigualables propuestas gastronómicas.
La provincia de Corrientes se distingue a nivel internacional por sus multicolores carnavales en temporada estival. Rodeada de diversos cursos de agua también, invita al desarrollo de excursiones náuticas por los ríos Paraná, Uruguay, Corrientes y Guayquiraró. Además, ofrece entretenidas actividades de canotaje, mountain bike y senderos de interpretación. Un destino habitualmente elegido por los amantes de la pesca y la caza. Y por supuesto, sus inigualables propuestas gastronómicas.
Esteros del Iberá es el atractivo por excelencia de la provincia. Se trata de uno de los humedales de vida silvestre más destacados a nivel mundial, hábitat de yacarés, venados, ciervos, lobitos de río y el aguará guazú. Alejado de toda civilización invita al avistaje de especies como el irupé, garzas, cigüeñas y biguás; y, quienes tienen paciencia para el pique, sacan allí dorados de hasta 10 kilos.
En la ciudad de Corrientes (la capital provincial) uno de los paseos más lindos es el que constituye la Costanera, a orillas del río Paraná. Y entre los circuitos imperdibles figuran el de los Monumentos y el de los Murales. La urbe ostenta una completa infraestructura de servicios y recibe cada verano a miles de personas que se acercan para disfrutar los festejos en homenaje al Rey Momo, cuyo gran valor llevó a distinguir el destino como Capital Nacional del Carnaval.
De todas formas, los carnavales se viven en toda la provincia y son una costumbre que persiste cada año cuando las comparsas preparan sus carrozas, música y trajes. La fiesta se disfruta casi todos los fines de semana de enero y febrero. Algunas opciones son: Paso de los Libres, cuna de la celebración; Monte Casores, identificada con el Carnaval del Arte; y, Santo Tomé, entre otras.
Parque Nacional El Palmar
Entre Ríos: Termas, playas y carnaval
La provincia de Entre Ríos, a tan sólo dos horas de viaje desde la Ciudad de Buenos Aires, se constituye como uno de los destinos predilectos para el relax. Cálidas temperaturas, abundante verde y exóticos animales distinguen a este territorio litoraleño que además conjuga circuitos históricos, balnearios sobre la costa del río, termas y un colorido festejo de carnaval durante el mes de febrero.
La provincia de Entre Ríos, a tan sólo dos horas de viaje desde la Ciudad de Buenos Aires, se constituye como uno de los destinos predilectos para el relax. Cálidas temperaturas, abundante verde y exóticos animales distinguen a este territorio litoraleño que además conjuga circuitos históricos, balnearios sobre la costa del río, termas y un colorido festejo de carnaval durante el mes de febrero.
El Parque Nacional el Palmar, situado en cercanías de la ciudad de Concepción del Uruguay, alcanza las 8.500 hectáreas y protege una de las muestras más importantes de palmares de yatay. En su interior se avistan desde carpinteros y carpinchos hasta yacarés y vizcachas. Hay senderos, áreas de camping, un centro de informes, excursiones guiadas, miradores y playas para jornadas de sol.
En Concepción del Uruguay, el viajero accede a una propuesta turística balnearia e histórica. Ubicada sobre uno de los corredores de acceso más importantes del Mercosur, ofrece un complejo termal con piscinas de aguas termales y otras de agua fría, solárium, bungalós y restaurante. Además, existe un lago artificial para paseos en bote y un completo spa.
En total, son once las localidades que ofrecen complejos termales dentro de Entre Ríos, los cuales están abiertos durante todo el día y alquilan desde mallas y toallas hasta sombrillas y reposeras. Entre las más destacadas está Gualeguaychú, con dos grandes complejos que lideran la propuesta turística por ser también meca de los carnavales en verano.
Ciudad de Rosario
Santa Fe, a orillas del Paraná
La última provincia del Litoral argentino que nos queda por ver es Santa Fe, sede de un conjunto de localidades que a la vera del río Paraná invitan a ponerse en contacto con la naturaleza y disfrutar de unas vacaciones a pleno sol. También un destino en el que ciudades importantes como la Capital y Rosario concentran una variedad de atractivos culturales, históricos y arquitectónicos.
La última provincia del Litoral argentino que nos queda por ver es Santa Fe, sede de un conjunto de localidades que a la vera del río Paraná invitan a ponerse en contacto con la naturaleza y disfrutar de unas vacaciones a pleno sol. También un destino en el que ciudades importantes como la Capital y Rosario concentran una variedad de atractivos culturales, históricos y arquitectónicos.
El Corredor de la Costa es un circuito que se extiende por alrededor de 700 kilómetros, desde la localidad de Reconquista hasta Rosario, siempre a orillas del Paraná y algunos de sus afluentes, así como islas, lagunas y arroyos. El itinerario incluye actividades al aire libre, paseos guiados, avistajes de aves, salidas de pesca y safaris fotográficos. Además, ofrece diversos balnearios y campings.
Santa Fe de la Vera Cruz no sólo es la Capital provincial sino también la cuna de la Constitución Nacional. Una urbe ribereña con aires mediterráneos en la que se conserva un importante patrimonio histórico y cultural. Conectada a otros destinos de la Argentina mediante autopistas y túneles subfluviales, se constituyó hace tiempo como la vedette santafesina del Paraná.
Una de las excursiones recomendadas es el nuevo Parque Nacional Islas de Santa Fe, ubicado en el departamento de San Jerónimo. Con una extensión de 2.900 hectáreas resguarda diversas especies de aves, carpinchos, tortugas de lagunas y lobitos de río. Carece aún de infraestructura de servicios y el acceso se realiza por Puerto Gaboto.
Más información:
www.turismo.misiones.gov.ar
www.turismosantafe.com.ar
www.chacoturismo.com/
www.unatierradiferente.com
www.turismocorrientes.com.ar
www.formosa.gob.ar/turismo/
www.turismo.misiones.gov.ar
www.turismosantafe.com.ar
www.chacoturismo.com/
www.unatierradiferente.com
www.turismocorrientes.com.ar
www.formosa.gob.ar/turismo/
Fuente: Tur Noticias
Fotos: Web
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Publicado por
Luis Schpilman
en
1:31 p. m.
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domingo, 10 de noviembre de 2013
Una aventura darwiniana - Puerto Deseado (Santa Cruz)
Para exploradores, un destino patagónico diferente junto al Atlántico, con una curiosa ría, abundante fauna marina y una rica historia de pioneros
Cuando el explorador Charles Darwin llegó en 1833 a Puerto Deseado, en Santa Cruz, se sorprendió por la desolación de la Patagonia y el inmenso territorio virgen por descubrir. En su diario de viaje escribió: No creo haber visto jamás un lugar más alejado del resto del mundo que esta grieta de rocas en medio de la inmensa llanura.
Cualquier turista que visite hoy este lugar tiene una sensación parecida. Como en el siglo XIX, aún queda mucho por explorar en Puerto Deseado, en la costa atlántica santacruceña, donde los visitantes más frecuentes son los pingüinos Magallanes, los lobos marinos y las toninas overas, entre otras especies.
Pero a pesar de la desolación hay signos de tiempos de mayor actividad, como en los miradores de Darwin, aquel lugar donde escribió la citada observación y desde donde se ve el puesto de Cerro del Paso, o Cerro Pancho, abandonado a la orilla de la ría que tanto identifica a Puerto Deseado. Allí hubo alguna vez una fuerte actividad comercial, sobre todo portuaria, aunque hoy cueste imaginarlo.
La ría, un cauce de río seco invadido por agua de mar, es uno de los principales atractivos turísticos del pueblo costero, única en su especie en América del Sur, con un recorrido de 42 kilómetros. Su navegación es una de las actividades más recomendadas para hacer apenas se llega a esta ciudad.
Desde los miradores de Darwin se ve la profunda huella que dejó el Río Deseado, que se puede recorrer en gomones semirrígidos por el cañón o haciendo trekking, desde los miradores hasta el cauce. La excursión por agua dura siete horas; por tierra, cuatro.
Un barco llamado deseo
La historia de esta ciudad se remonta a 1520, cuando Hernando de Magallanes descubrió la ría, a la que llamo bahía de los Trabajadores, en su intento por encontrar una salida hacia el Pacífico. El actual nombre de la ciudad se le debe al navegante inglés Thomas Cavendish, que en 1586 llegó a bordo de una embarcación llamada Desiré.
Hoy, según sus autoridades, la ciudad intenta seguir un modelo turístico similar al de Península Valdés, destino con el que de hecho guarda muchas similitudes en cuanto a flora y fauna. La Reserva Natural Ría Deseado, en la entrada de Puerto Deseado y delimitada por la totalidad de la ría, protege las costas, islas e islotes y un sector de la estepa patagónica. Y es un buen lugar para hacer avistamiento de aves y fauna marina. Los tours suelen realizarse en compañía de toninas overas, uno de los delfines más pequeños del mundo, mientras que los pingüinos Magallanes tienen sus colonias en varios de los islotes, junto a los lobos marinos.
Hay alrededor de quince especies de aves marinas y costeras que nidifican en el área, entre ellas cuatro cormoranes: el gris, el imperial, el de cuello negro y el biguá. También están los pingüinos patagónicos; dos especies de escúas, la parda y la común; tres de gaviotines: el sudamericano, el de pico amarillo y el real; dos gaviotas: la cocinera y la gris, además del petrel gigante del Sur.
Pero los grandes protagonistas son los pingüinos de penacho amarillo, una variedad que sólo se ve en el Parque Interjurisdiccional Isla Pingüino, dependiente de Parques Nacionales.
La llegada de los penacho amarillo se produce en octubre. Días atrás, cuando un grupo de periodistas visitó el lugar, la expectativa por ver a estos pingüinos era grande, especialmente porque nadie confirmaba que hubieran llegado. Su aparición estelar ante las cámaras, pequeños, estáticos, con el pecho blanco erguido exhibiendo sus furiosos ojos rojos debajo del penacho amarillo entre las rocas, justificó la travesía.
A diferencia de los pingüinos Magallanes, que caminan balanceándose, moviendo la cabeza de lado a lado y son esquivos, los penacho amarillo dan saltos, son curiosos, tienen un carácter temperamental y permiten una mayor cercanía.
En la isla también conviven con los pingüinos Magallanes y los lobos marinos. Además hay un faro y restos de la época en que funcionó la Compañía Pesquera, dedicada a la caza de lobos para producir aceite y vender los cueros. Los lobos parecen recordar esa época y es muy difícil aproximarse a ellos sin que escapen atemorizados, así que para verlos de cerca hay que ser extremadamente cuidadosos.
La Compañía Pesquera se estableció entre 1790 y 1807, y desarrolló su actividad hasta que una fragata inglesa atacó Puerto Deseado, paralelamente a las invasiones inglesas que acontecían en Buenos Aires. En octubre de 1807 los colonos se trasladaron a Patagones, y la Compañía Pesquera quedó abandonada, al igual que Puerto Deseado, que se reativaría con el arribo del ferrocarril.
Una parte fundamental de la historia de Puerto Deseado tiene que ver con el tren. "En Puerto Deseado todos tuvimos que ver de alguna manera con el tren, ya sea por nuestro trabajo como por el de nuestros padres, tíos, hermanos o abuelos. Por eso es tan importante para la gente", explica Ricardo Alejandro Vázquez, miembro fundador del Museo Ferroviario y "desertor familiar del ferrocarril", como él mismo se presenta, ya que su padre y su abuelo trabajaron ahí, pero cuando le llegaba el momento a él la estación se cerró.
El proyecto del ferrocarril se constituyó con la idea de unir la Patagonia en un trayecto de 1200 kilómetros desde Puerto Deseado hasta el lago Nahuel Huapi, donde habría una ciudad universitaria. "Había un proyecto nacional para poblar la Patagonia", remarca Vázquez. "Además necesitábamos establecer soberanía en la región por la amenaza de los chilenos y los ingleses en las Malvinas", agrega sentado en una gran mesa de madera en lo que fue la recepción de la magnífica estación de piedra de estilo inglés.
Pero antes del ferrocarril, uno de los primeros avances en el crecimiento de la zona llegó en 1902, con la instalación del correo en Cabo Blanco, a 88 kilómetros de Puerto Deseado, donde hoy funciona un faro desde el que se puede ver la colonia de lobos marinos de dos pelos más importante de la zona.
Hace unos años, un grupo de alumnos de la Universidad Católica Argentina (UCA) empezó a trabajar en la puesta en valor de la casa donde funcionó el correo. Este trabajo forma parte del Programa de Investigación Geográfico Político Patagónico, que también planea la reconstrucción de un tren turístico para la ciudad (ver recuadro). Por otra parte, en 1909 se iniciaron las obras para la construcción del tren. Se instalaron colonias de inmigrantes españoles e italianos y en 1910 abrió la primera escuela. Pero la obra nunca terminaría de concretarse y en 1914 se frenaron a la altura de Las Heras, en el kilómetro 404.
Con el surgimiento del ferrocarril llegaron nuevos pueblos y paradas alrededor de la ciudad portuaria. Se construyeron un total de 14 estaciones, una cada 20 kilómetros, que es lo que la locomotora podía funcionar hasta volver a cargar vapor, y una de ellas fue Tellier.
En este lugar se encuentra la estancia Los Cedros, de Cliria Torrens y Arturo Soule, con un gran salón armado como museo: desde puntas de flecha y boleadoras hasta viejas botellas de bebidas alcohólicas y carteles de boliches. En la estancia, además de comer un delicioso cordero patagónico se puede comprar frutas y verduras frescas que se cultivan en el vivero y licores de Calafate y guinda.
Puerto Deseado, además de tener pingüinos, maravillas naturales y una historia fascinante, también es un gran lugar para los amantes de la comida, especialmente los pescados y mariscos. En la ciudad hay varios lugares recomendables, como Puerto Cristal, en el centro de la ciudad.
El desafío hoy para esta ciudad, que ya es un sitio turístico atractivo y tiene todas las condiciones para crecer, es conseguir financiamiento para desarrollar mejores accesos y más propuestas interesantes.
De cara a la livertà
Así como llevó el desarrollo a la región, el ferrocarril se vincula también con un oscuro capítulo de la historia: los asesinatos de las huelgas obreras en la Patagonia entre 1920 y 1921. Desde hace dos años, el tour De cara a la livertà sigue los pasos de aquellos huelguistas por doce lugares clave en Puerto Deseado (donde fue asesinado el ferroviario Domingo F. Olmedo), a través de carteles escritos en español, inglés y braille en el muelle San Ramón, Puerto Jenkins, Cine Teatro Español, la antigua comisaría, el vagón reservado 502, la Compañía Argentina del Sud, los talleres gráficos de El Orden, el Cine Colón, el hotel Argentino, la antigua cancha de piedra paleta, la estación de ferrocarril y el cementerio.
El circuito está organizado por Marisa Mansilla, una bibliotecaria apasionada por la historia, y para su inauguración contó con la presencia de Osvaldo Bayer, uno de los principales investigadores de aquellos trágicos hechos.
De la época del ferrocarril hoy quedan la hermosa estación inglesa, en muy buenas condiciones, y el reservado 502, vagón que funciona como museo en la plaza central, el único que sobrevivió al saqueo del tren en noviembre de 1980, declarado sitio de interés provincial.
Además del 502 queda en la gente un anhelo por reconstruir el tren. "Que funcione el tren es nuestro sueño", enfatizó Vázquez. Y por suerte, parte de ese sueño se puede llegar a concretar con el trabajo de los estudiantes de la UCA para poner sobre ruedas el tren turístico Tren Deseado. Este emprendimiento lo llevan adelante un grupo de estudiantes de Ingeniería, Ciencias Políticas, Turismo, Comunicación Periodística y Publicitaria, asistidos por sus profesores que, sumando la colaboración de los amantes del ferrocarril y técnicos ferroviarios, consiguieron unos vagones y recaudan fondos para las obras.
Así se sumará un motivo más para conocer el lugar que deslumbró a Darwin hace 180 años, los pingüinos de penacho amarillo que lo eligen como único lugar continental donde anidan y se reproducen, y a los turistas que se animan a llegar hasta ahí nomás del fin del mundo.
DATOS UTILES
Cómo llegar
La ciudad está comunicada a través de la ruta nacional 281 con la ruta nacional 3. Está 304 kilómetros de Comodoro Rivadavia, 788 de Río Gallegos, 210 de Caleta Olivia y 2024 de Buenos Aires.
Marina Herrmann
Diario La Nación (Argentina)
Fotos: Web
Publicado por
Luis Schpilman
en
5:11 p. m.
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lunes, 16 de septiembre de 2013
Los Estados Unidos y un recorrido por la Costa Oeste
Desde Los Ángeles hasta San Francisco, pasando por Monterey, Santa Bárbara y el condado de Orange, un recorrido por los enclaves más imponentes de California. Un itinerario para conducir por la Ruta 1, zigzagueando entre los acantilados del Pacífico, parada a parada.
Estado Dorado, se lo apodó. Pensar en él gatilla un sinfín de imágenes y melodías que cruzan la pantalla de la mente. A toda velocidad, un surfer corre hasta la orilla y, boca abajo sobre su tabla, rema hacia la masa de agua azul que baña las playas californianas. En la ruta que bordea esa postal, un grupo de jóvenes en una Volkswagen Kombi –icónica van del movimiento hippie– guitarrea clásicos de The Doors, Grateful Dead, The Eagles... Por el carril contrario, un ejecutivo se dirige a su mansión de Beverly Hills piloteando su convertible. Lo escoltan tres robustos montados en sus Harley Davidson. Transitan, todos, la misma autopista: Route 1, alias Highway 1, Cabrillo Highway, Pacific Coast Highway o Coast Highway, según el tramo. Son 1.055 kilómetros de pavimento que, entre el bullicio urbano de Los Ángeles y los paisajes salvajes, casi vírgenes, de Monterey, dibujan la Costa Oeste de los Estados Unidos. Esa que ensalzó Jack Kerouac en On the road y Big Sur, y que Hollywood estereotipó forever.
Ciudad de ángeles
Las puertas del aeropuerto LAX se abren a una orquesta de bocinas agudas y valijas ruidosas que vibran contra el pavimento. Transfers de las principales agencias rent a car levantan a los recién llegados. Sin cargo, los trasladan a las oficinas donde, por unos u$s 500 semanales, alquilan un auto para comenzar su road trip. Las autopistas de Los Ángeles se cruzan como loops en una montaña rusa. Congestionado, el tráfico da cuenta de que es, detrás de Nueva York, la segunda ciudad más poblada de los Estados Unidos: 3,8 millones de habitantes. La tranquilidad se esconde en Redondo Beach, Hermosa Beach y Manhattan Beach, tres pueblos costeros donde predomina la cultura surfer: a unos 15 minutos del aeropuerto, son enclaves ideales para hacer base y, desde allí, visitar los highlights de la metrópoli angelina.
El recorrido empieza en Santa Mónica. Vertiginoso, el paseo en su vuelta al mundo es una alternativa para disfrutar de un plano cenital de la ciudad. Se alza sobre Santa Mónica Pier, muelle que sirvió como escenario de Forrest Gump, entre otros clásicos del cine. Es, también, el punto en donde culmina la legendaria Ruta 66, que une Chicago con Los Ángeles.
A pocas cuadras del mar, la peatonal Third Street Promenade despliega una amplia variedad de restaurantes, cafés y tiendas de lujo. Mientras algunos hacen shopping, otros bajan al muelle, alquilan bicicletas o rollers y serpentean la costa hasta llegar a Venice Beach. Allí, skaters, artesanos y músicos recrean una atmósfera más propia de los años ‘60. Es la playa en donde, cinco décadas atrás, Jim Morrison y Ray Manzarek se encontraron para fundar uno de los grupos más influyentes del rock, The Doors.
Malibú es otra cita obligada. Aquí, el cartel de la Ruta 1 cambia por el de Pacific Coast Highway (PCH). Un incesante oleaje embiste las rocas. A la derecha, los caminos se arquean, abrazan la montaña y desembocan en mansiones con vistas envidiables. Es la escenografía que eligieron los productores de la sitcom Two and a half men para filmar sus 10 temporadas. Una joya escondida en este trayecto es la reserva natural Point Dume, soberbio paraje donde el sol tiñe el continente de un rosa anaranjado y desaparece en el horizonte. Con las primeras estrellas, se emprende el regreso al downtown. Antes, una parada en el restaurante Gladstones: cubierto, intencionalmente, con cáscaras de maní, su piso cruje mientras los comensales ocupan las mesas para disfrutar de un menú que incluye mejillones, ostras y cangrejos. La luna, baila en el mar.
Aplanadora de sueños
Al día siguiente, el GPS traza el camino al corazón del entretenimiento: Hollywood. Meca de la industria cinematográfica. Cumplidora y aplanadora de sueños. Vulgar, elegante, rústica, lujosa... Los contrastes están a la vista. Las veredas del Walk of Fame, donde las celebrities más aclamadas ostentan su estrella, huelen a comida frita. En esas cuadras se erige el Chinese Theater, en el que fijaron sus huellas emblemáticas personalidades como Marilyn Monroe, y el Dolby Theater (ex Kodak), donde se entregan los Oscars.
El aire se vuelve puro colina arriba, hacia Hollywood Hills. En el trayecto, el célebre cartel de la homónima ciudad asoma intermitentemente entre los árboles. Hay que subir por la calle North Beachwood Dr., continuar por Ledgewood Dr., doblar a la derecha en Mulholland, estacionar el auto y caminar una hora y media para obtener la mejor (y más secreta) postal: una vista panorámica, desde detrás del cartel, que revela lagos, montañas, el Pacífico y, aislado en la inmensidad, el puñado de edificios cubiertos con una fina capa de smog que conforman el centro de Los Ángeles. El regreso es por Sunset Strip: llegando a los barrios de West Hollywood y Beverly Hills, todo se vuelve lujo. Vale la pena desviarse en Rodeo Drive, espejo de la Quinta Avenida neoyorquina, y adentrarse en Bel Air para descubrir las mansiones de los famosos.
Malibú es otra cita obligada. Aquí, el cartel de la Ruta 1 cambia por el de Pacific Coast Highway (PCH). Un incesante oleaje embiste las rocas. A la derecha, los caminos se arquean, abrazan la montaña y desembocan en mansiones con vistas envidiables. Es la escenografía que eligieron los productores de la sitcom Two and a half men para filmar sus 10 temporadas. Una joya escondida en este trayecto es la reserva natural Point Dume, soberbio paraje donde el sol tiñe el continente de un rosa anaranjado y desaparece en el horizonte. Con las primeras estrellas, se emprende el regreso al downtown. Antes, una parada en el restaurante Gladstones: cubierto, intencionalmente, con cáscaras de maní, su piso cruje mientras los comensales ocupan las mesas para disfrutar de un menú que incluye mejillones, ostras y cangrejos. La luna, baila en el mar.
Aplanadora de sueños
Al día siguiente, el GPS traza el camino al corazón del entretenimiento: Hollywood. Meca de la industria cinematográfica. Cumplidora y aplanadora de sueños. Vulgar, elegante, rústica, lujosa... Los contrastes están a la vista. Las veredas del Walk of Fame, donde las celebrities más aclamadas ostentan su estrella, huelen a comida frita. En esas cuadras se erige el Chinese Theater, en el que fijaron sus huellas emblemáticas personalidades como Marilyn Monroe, y el Dolby Theater (ex Kodak), donde se entregan los Oscars.
El aire se vuelve puro colina arriba, hacia Hollywood Hills. En el trayecto, el célebre cartel de la homónima ciudad asoma intermitentemente entre los árboles. Hay que subir por la calle North Beachwood Dr., continuar por Ledgewood Dr., doblar a la derecha en Mulholland, estacionar el auto y caminar una hora y media para obtener la mejor (y más secreta) postal: una vista panorámica, desde detrás del cartel, que revela lagos, montañas, el Pacífico y, aislado en la inmensidad, el puñado de edificios cubiertos con una fina capa de smog que conforman el centro de Los Ángeles. El regreso es por Sunset Strip: llegando a los barrios de West Hollywood y Beverly Hills, todo se vuelve lujo. Vale la pena desviarse en Rodeo Drive, espejo de la Quinta Avenida neoyorquina, y adentrarse en Bel Air para descubrir las mansiones de los famosos.
Brújula al sur
Mañana gris en Los Ángeles. Never rains in Southern California, se burla el hit de Albert Hammond, que suena en la radio. Hacia ese punto cardinal, la Ruta 1 atraviesa un abanico de ciudades (Long Beach, Huntington Beach, Newport Beach) en las que vale la pena detenerse a admirar, desde el auto, cómo los veleros se mecen en sus puertos. También, parar a degustar un clásico fish n’ chips o un plato de vieiras en el muelle. Es casi una hora y media de manejo hasta Laguna Beach, en Orange County (OC). Elegantes, sus calles céntricas bordean la costa y albergan galerías de arte, restaurantes de cocina francesa e italiana (en general, con vista al mar) y finas chocolaterías. La vidriera multicolor de The Candy Baron atrae al transeúnte con barriles rebosantes de caramelos, gummies, chupetines y taffy. El aroma a marshmallow que gana la calle cada vez que alguien entra o sale de la tienda invita a declararle la guerra a cualquier dieta.
Mañana gris en Los Ángeles. Never rains in Southern California, se burla el hit de Albert Hammond, que suena en la radio. Hacia ese punto cardinal, la Ruta 1 atraviesa un abanico de ciudades (Long Beach, Huntington Beach, Newport Beach) en las que vale la pena detenerse a admirar, desde el auto, cómo los veleros se mecen en sus puertos. También, parar a degustar un clásico fish n’ chips o un plato de vieiras en el muelle. Es casi una hora y media de manejo hasta Laguna Beach, en Orange County (OC). Elegantes, sus calles céntricas bordean la costa y albergan galerías de arte, restaurantes de cocina francesa e italiana (en general, con vista al mar) y finas chocolaterías. La vidriera multicolor de The Candy Baron atrae al transeúnte con barriles rebosantes de caramelos, gummies, chupetines y taffy. El aroma a marshmallow que gana la calle cada vez que alguien entra o sale de la tienda invita a declararle la guerra a cualquier dieta.
Lo ideal es descansar una noche en Laguna para, al día siguiente, volver a la ruta. Siempre paralela al Pacífico –aquí, se transforma en Interstate 5–, demora otra hora y media hasta llegar al punto más sur de California, casi en la frontera con México. San Diego es conocida por su zoológico, hogar de más de 3.700 animales. Sorprende, también, por las aguas turquesas de La Jolla y los techos rojiblancos del centenario Hotel del Coronado. En Gaslamp Quarter, casco histórico de la ciudad, las avenidas 3rd, 4th y 5th esconden las propuestas gastronómicas más tentadoras.
Una buena opción es el pub The Hopping Pig (probar las ribs ahumadas con reducción de merlot y la crème brûlée con berries). A pocos minutos de allí, nace el puente que conecta el continente con la Isla Coronado, que alberga el homónimo hotel. También, cuenta con el restaurante Coronado Boathouse, con su glorieta sobre el mar donde desfilan platos con langostas en salsa de manteca, calamares fritos y salmón con glasé de naranja. Antes de emprender el largo camino al norte, un pequeño desvío por las playas de La Jolla y un paseo por las majestuosas residencias que descansan sobre sus colinas.
Acantilados sobre el Pacífico
El mapa se abre en dos. Las opciones son repetir Pacific Coast Highway (PCH), atravesando Orange County, o tomar la Interstate 5, alternativa más rápida para regresar a Los Ángeles. A la altura de Santa Mónica habrá que conectar con PCH, pasar nuevamente por Malibú y, ahora sí, enfilar hacia el norte. Son entre 6 y 7 horas al volante hasta Santa Bárbara que, pequeña y amigable, invita a pasear entre las palmeras de State Street, vía principal que desemboca en el muelle. Recuperar energías en uno de sus bed & breakfast es una pausa inexorable antes de retomar la ruta.
El día empieza temprano. El trayecto a Monterey (cerca de 7 horas) es, quizás, el más memorable del recorrido. Conviene hacerlo con luz natural para disfrutar al máximo de sus vistas escénicas. Un breve desvío por la 101 deja al descubierto Solvang, un pueblo danés de película. De vuelta en la 1, el camino es llano y huele a eucaliptos. A cada lado nacen granjas familiares, con sus icónicos graneros. Los pueblos (Goleta, Lompoc, Vandenberg Village, Orcutt, Guadalupe, Grover Beach, Pismo Beach) pasan a toda velocidad. Surge, a lo lejos, una roca solitaria, que alguien olvidó anclada en el mar. Welcome to Morro Bay, saluda el cartel. En su zona céntrica, el restaurante Otter Rock Café, con vista al mar, es un buen refugio para almorzar mientras divertidas focas bailan junto al pier. Llegando a San Simeon, el castillo Hearst despunta sobre la derecha. ‘La cuesta encantada’, la llamó su dueño, el magnate de los medios que inspiró el personaje protagónico de Citizen Kane, clásica película de Orson Welles.
La travesía se vuelve salvaje, natural, virgen. Sopla el viento. Tanto, que hace tambalear el auto. Pero el verdadero desafío comienza unos kilómetros después, con los primeros acantilados. Pendientes, curvas y, por supuesto, los filosos paredones en caída libre al Pacífico. Hay varios puntos panorámicos donde detenerse a retratar esa postal y sentir la adrenalina de hacer equilibrio sobre el borde oeste de América.
El arqueado puente de madera Bixby Creek anuncia la llegada a Big Sur, enclave en el que, también, es indispensable frenar para admirar la vista. Se avanza por Carmel hasta llegar, finalmente, a Monterey. Lo recomendable es comer en los centros gastronómicos Fisherman’s Wharf o Cannery Road, dormir en la ciudad –pesquera, ventosa, pintoresca– y esperar al día siguiente para iniciar el 17-Mile Drive. Como su nombre lo indica, se trata de un camino de 17 millas (27 kilómetros) que agrupa las mejores vistas escénicas de la península. Entre canchas de golf, mansiones sobre acantilados y playas blancas, como Pebble Beach, se cruzan ciervos y un sinnúmero de especies avícolas. Naturaleza en estado puro. Restan unas tres horas de manejo hasta San Francisco. ¿Una última parada? El faro Pigeon Point Lighthouse, en medio del grandioso Pacífico.
The city by the bay
Llegar a San Francisco equivale a cruzar la meta de una eterna maratón. Una inmensa satisfacción aflora cuando, del horizonte de edificios, se desprende la estructura triangular que pinta las postales franciscanas: la pirámide Transamérica. Arquitectura victoriana, puentes majestuosos y calles con pendientes pronunciadas le dan forma al mapa urbano. El medio de transporte ideal para conocer sus rincones es la bicicleta. También se puede recorrer en subte, tranvía y los característicos colectivos eléctricos que recorren las calles prendidos de una red de cables, como autos chocadores. En Union Square, corazón del downtown, se dan cita tiendas de moda, bakeries y librerías donde perder la noción del tiempo. A pocos metros de allí, sobre la avenida Grant, el paraíso del regateo: Chinatown, hogar de la comunidad china occidental más grande del mundo. Donde comienza la diagonal Market Street, a metros del Ferry Building, se alza el puerto Embarcadero, con el renovado Bay Bridge como telón de fondo. Al caminarlo se ve la Isla Alcatraz, donde funcionaba la cárcel que enrejó a Al Capone, entre otros gángsters. Se llega a Fisherman’s Wharf, donde un espectáculo de carros ambulantes cocinan platos de cangrejo para disfrutar on the go.
Llegar a San Francisco equivale a cruzar la meta de una eterna maratón. Una inmensa satisfacción aflora cuando, del horizonte de edificios, se desprende la estructura triangular que pinta las postales franciscanas: la pirámide Transamérica. Arquitectura victoriana, puentes majestuosos y calles con pendientes pronunciadas le dan forma al mapa urbano. El medio de transporte ideal para conocer sus rincones es la bicicleta. También se puede recorrer en subte, tranvía y los característicos colectivos eléctricos que recorren las calles prendidos de una red de cables, como autos chocadores. En Union Square, corazón del downtown, se dan cita tiendas de moda, bakeries y librerías donde perder la noción del tiempo. A pocos metros de allí, sobre la avenida Grant, el paraíso del regateo: Chinatown, hogar de la comunidad china occidental más grande del mundo. Donde comienza la diagonal Market Street, a metros del Ferry Building, se alza el puerto Embarcadero, con el renovado Bay Bridge como telón de fondo. Al caminarlo se ve la Isla Alcatraz, donde funcionaba la cárcel que enrejó a Al Capone, entre otros gángsters. Se llega a Fisherman’s Wharf, donde un espectáculo de carros ambulantes cocinan platos de cangrejo para disfrutar on the go.
Cuando el sol vuelve a asomar, la agenda pide visitar Pacific Heights, barrio residencial cuyas calles empinadas revelan una magnífica vista de la bahía. En el parque Alamo Square se encuentra el célebre retrato de idénticas casas victorianas, con la ciudad de fondo. The Castro, el barrio gay desde donde Harvey Milk lanzó su campaña política y ganó un asiento en la legislatura de San Francisco, es otro point de arquitectura victoriana. Pero el panorama más espectacular se encuentra entre los hierros naranjas del puente Golden Gate. Una vez cruzado, el camino desemboca en Sausalito, pueblo costero prolijo y paquetón. Para concluir la velada, una cena en The Spinnaker, a la vera del puerto. Es el punto final del road trip. Desmantelados quedaron los recónditos secretos de la tierra californiana. Violenta, en sus afilados confines; pacífica, bajo el abrigo de sus pueblos. Un kilometraje acumulado que permanecerá por siempre en la memoria.
Hits ruteros
We’re out there having fun, in the warm California Sun, canta Joey Ramone, líder de The Ramones, en su versión del tema California Sun, escrito originalmente por The Rivieras. La melodía resuena en una cafetería de Hermosa Beach. El dueño acaba de descolgar el cartel que advertía: Gone surfin’. Es la filosofía que acuñan los locales en los pueblos de la franja costera entre San Diego y Los Ángeles. Esa que transmiten hits de The Beach Boys, como California girls, Wouldn’t it be nice y Surfin’ USA. Camino al norte, las vertiginosas curvas de la Ruta 1 hacer chirriar las cubiertas. Emulan el quejido del riff de Jimmy Page en In my time of dying (Led Zeppelin). El trayecto asciende, al compás del teclado de Ray Manzarek en Roadhouse blues (The Doors) y atraviesa una nube espesa cuando suena otro tema de Zeppelin, Misty mountain hop. Hasta San Francisco, Ripple, Sugar magnolia y Friend of the devil (Grateful Dead) acompañan la travesía.
APPS del viajero
Hotwire Hotels: Una práctica manera de reservar alojamiento. Luego de elegir el destino y la fecha de llegada (no hace falta hacerlo con demasiada anticipación, uno o dos días antes son suficientes), rankea los mejores precios de los hoteles de la zona. Se puede obtener un lujoso resort cuatro estrellas por u$s 60 la noche.
Hits ruteros
We’re out there having fun, in the warm California Sun, canta Joey Ramone, líder de The Ramones, en su versión del tema California Sun, escrito originalmente por The Rivieras. La melodía resuena en una cafetería de Hermosa Beach. El dueño acaba de descolgar el cartel que advertía: Gone surfin’. Es la filosofía que acuñan los locales en los pueblos de la franja costera entre San Diego y Los Ángeles. Esa que transmiten hits de The Beach Boys, como California girls, Wouldn’t it be nice y Surfin’ USA. Camino al norte, las vertiginosas curvas de la Ruta 1 hacer chirriar las cubiertas. Emulan el quejido del riff de Jimmy Page en In my time of dying (Led Zeppelin). El trayecto asciende, al compás del teclado de Ray Manzarek en Roadhouse blues (The Doors) y atraviesa una nube espesa cuando suena otro tema de Zeppelin, Misty mountain hop. Hasta San Francisco, Ripple, Sugar magnolia y Friend of the devil (Grateful Dead) acompañan la travesía.
APPS del viajero
Hotwire Hotels: Una práctica manera de reservar alojamiento. Luego de elegir el destino y la fecha de llegada (no hace falta hacerlo con demasiada anticipación, uno o dos días antes son suficientes), rankea los mejores precios de los hoteles de la zona. Se puede obtener un lujoso resort cuatro estrellas por u$s 60 la noche.
Songkick: A partir de la música que uno lleva en su smartphone, tablet, laptop, mp3 y demás dispositivos móviles, escanea qué artistas y bandas de la librería musical están de gira en la zona.
Foursquare: Una forma rápida de localizar restaurantes, cafeterías, shoppings y demás centros gastronómicos o de entretenimiento en el área.
Foursquare: Una forma rápida de localizar restaurantes, cafeterías, shoppings y demás centros gastronómicos o de entretenimiento en el área.
Evernote: Funciona, principalmente, como anotador. Pero puede utilizarse para sacar fotos, escribirles un epígrafe y guardarlas como bocetos para, luego, armar un álbum visual del recorrido.
WordReference: Si cuesta descifrar algunas palabras en inglés (sobre todo, los nombres de las delicias en los menús costeros), la app del diccionario traduce los términos de la lengua anglosajona al español, y viceversa.
Budget
Alquiler de auto: Desde u$s 500 por semana (incluye seguro).
Nafta regular: u$s 30 para llenar el tanque de un auto con motor pequeño.
Hospedaje en cuatro estrellas en Orange County (vía Hotwire): Desde u$s 60 por noche (incluye
Budget
Alquiler de auto: Desde u$s 500 por semana (incluye seguro).
Nafta regular: u$s 30 para llenar el tanque de un auto con motor pequeño.
Hospedaje en cuatro estrellas en Orange County (vía Hotwire): Desde u$s 60 por noche (incluye
wi-fi y estacionamiento).
Camila Fronzo
Fotos: Revista Apertura
Publicado por
Luis Schpilman
en
6:59 p. m.
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