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martes, 17 de febrero de 2009

Hechizos del altiplano

Carnaval de Oruro

El carnaval de Oruro irrumpe como un río de expresiones ancestrales y escenificaciones de invaluable significación cultural, al tiempo que invita a conocer esta antigua ciudad minera que seduce con edificios históricos, museos y aguas termales.

Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad es la categoría con la que la Unesco ha distinguido al carnaval de la ciudad boliviana de Oruro, resumiendo así la trascendencia artística, histórica y sociológica que tiene para el mundo el ancestral espectáculo en movimiento que este año tendrá lugar del 21 al 23 de febrero.

A unos 3.700 metros sobre el nivel del mar y a unas tres horas de La Paz, este poblado minero fundado en 1606 cobrará una inusitada calidez de ritmos y colores ante la irrupción de medio centenar de agrupaciones y comparsas que se hacen presentes con una majestuosa riqueza en vestimenta y coreografías. A cada instante, en cada detalle, todo se tiñe de un profundo sentido religioso, mientras un río interminable de bailes y plegarias se sucede por las calles. Se venera a la Virgen del Socavón, cuya milagrosa aparición en una cueva dio nacimiento al actual carnaval, pero también se reza al Tío, el dueño absoluto de las riquezas del subsuelo.

Para apreciar el crisol de antiguas tradiciones inmerso en la celebración, un dato clave es que cada danza tiene su significado. Sobresale la Diablada, una lucha entre el bien y el mal realizada en dos columnas que representan a los siete pecados capitales. Adelante, en medio de osos y cóndores, aparece con ropas celestiales el Arcángel Miguel, tras él marcha Lucifer, la diablesa China Supay, y la corte de diablos arrepentidos. A ese despliegue se suma el “Relato”, la escenificación de una lucha a muerte entre los seres infernales y el destierro de la discordia.

Otra de las danzas más llamativas es la Morenaza, que surgió durante la época de la colonia. Refleja la comercialización de esclavos y, con vestimentas que pesan entre 25 y 30 kilos, la riqueza mineral de esta zona andina. A su vez, quienes lleguen a Oruro poco antes del carnaval, también podrán disfrutar de la particularidad de los preparativos, que abarcan una serie de fiestas previas denominadas “convites”, incluyendo la recepción de donaciones para compra de trajes, instrumentos de música y objetos ornamentales.

Santuario del Socavón

Paseos con historia
El festivo folklore de Oruro también invita a tomarse un tiempo para distendidos recorridos. Una visita al Santuario del Socavón es realmente imprescindible, al igual que un paseo por la calle La Paz, donde residen artesanos que se lucen con sus confecciones de carnaval. El Faro de Conchupata, donde por primera vez se izó la bandera boliviana, también ofrece las mejores vistas panorámicas de la ciudad; al tiempo que la Iglesia de San Francisco impone su figura erguida en el siglo XVII como otro de los sobrios atractivos locales.

Otra buena excusa para prolongar la estadía la otorgan los museos y las aguas termales. En el primer caso, es conveniente conocer al Museo Mineralógico, que ofrece 7.600 muestras de minerales, además de fósiles antiguos y piedras preciosas, y al Museo Nacional de Antropología y Arqueología, con una de las más grandes colecciones de máscaras, instrumentos de percusión y de viento andinos.

Finalmente, en medio de agrestes y silenciosos paisajes, un absoluto relax espera entre vertientes famosas por sus propiedades curativas. El balneario Capachos ofrece dos piscinas techadas a 12 kilómetros al noroeste de Oruro, mientras que siguiendo 10 kilómetros más por la misma ruta, el complejo de Obrajes brinda alojamiento y una amplia piscina. En estos sitios -ambos con baños individuales-, las bajas temperaturas predominantes en el altiplano permiten disfrutar de la calidez de las aguas como un bálsamo reconfortante.

Viviendas de la comunidad Chipaya

Escapadas cercanas
Entre los sitios dignos de conocer en los alrededores de Oruro aparece la comunidad Chipaya, distante a 190 kilómetros. Se trata de una de las culturas más antiguas del mundo, ya que sus orígenes se remontan aproximadamente a 2.500 a.C. Llaman la atención sus casas de forma circular hechas de barro, sus vestimentas y su música.

Además de la historia y las tradiciones, bien puede pensarse en los atractivos de la naturaleza. A 310 kilómetros está el Parque Nacional Sajama. Allí sobresale la figura del nevado de Sajama, considerado el volcán más alto de Sudamérica (6.542 m.s.n.m), a la vez que puede apreciarse una nutrida variedad de fauna y flora silvestre, especialmente llamas, vicuñas, alpacas, patos, cóndores y avestruces.

Parque Nacional Sajama

Datos útiles
Alojamiento
En Oruro puede pensarse en alojamientos como el Internacional Park (052-76227) y el Hotel Monarca (052- 54300).

Más información en
www.carnavaldeoruroacfo.com

Santiago Igárzabal
El Cronista Comercial - Viajes & Estilo (Argentina)
Fotos: Web

domingo, 8 de febrero de 2009

Chubut: Bahia Bustamante

Lobos marinos toman sol frente a la costa de Bahía Bustamante

Bahía Bustamante es un pueblito que desde hace medio siglo vive de la producción de algas y, últimamente, también del turismo. Está a 180 kilómetros al norte de Comodoro Rivadavia, en ese gran arco que forma el Golfo de San Jorge, recientemente declarado Parque Nacional. Excursiones por una de las regiones menos conocidas de la Patagonia, habitada por diversas especies de aves y fauna marina.

De las muchas caras de la Patagonia, existe una alejada de todo centro urbano y del turismo masivo. Es Bahía Bustamante, un apacible pueblito de 50 habitantes en la costa de Chubut, donde a la noche se corta la luz del generador eléctrico y todo se sume en el silencio más absoluto. Allí, las mañanas de verano son límpidas y radiantes, ideales para salir a navegar rumbo a los sitios donde se puede ver la nutrida fauna marina del lugar que incluye por ejemplo 60.000 pingüinos magallánicos y 3500 lobos marinos, por sólo nombrar las especies más comunes.

El sector costero de Bahía Bustamante y la Caleta Malaspina conforman una de las mayores reservas de aves y fauna en general de toda la Patagonia. Y se lo recorre con la Atrevida, una poderosa lancha con motor fuera de borda que se interna por sus recovecos. Se parte navegando por una tranquila ría –una entrada del mar en el curso de un río– para desembocar en la Caleta Malaspina, donde se navega sobre virtuales praderas de algas marinas. En la Caleta suelen apostarse las embarcaciones que “cosechan” algas y mejillones. Y finalmente, ya lejos de la costa, se llega al archipiélago de las islas Vernacci. En el trayecto van apareciendo colonias de lobos marinos, donde el “dueño” de un harén es capaz de permanecer hasta dos meses sobre un afloramiento rocoso sin ingresar al mar a comer, por miedo a que otro lobo lo desbanque de su privilegiado lugar. También los pingüinos –todos monógamos ellos, a lo largo de su vida– aparecen por millares en la costa y nadan como torpedos a los costados de la embarcación. Además, unos llamativos delfines con aleta blanca como las orcas alegran la excursión náutica con sus saltos y piruetas mientras las aves revolotean en gran número en torno de la Atrevida.

En las oquedades de los islotes anidan tres tipos de gaviotines: el real, el pico amarillo y el sudamericano. A vuelo rasante sobre las pingüineras acechan el skua y el petrel gigante, con sus dos metros de ancho con las alas abiertas. Una especie muy valorada es el colorido pato vapor, del cual se calcula que en Argentina existe una población de apenas 600 ejemplares, todas en esta zona. Viven en pareja toda la vida, 200 de ellas en la Caleta Malaspina, 50 en Bahía Bustamante y otras 50 en el archipiélago de Camarones. Lo singular de este pato es que no puede volar, aunque corretea aleteando a toda velocidad sobre las aguas, siempre en ruidosos grupos. Cuando se ve en peligro también se sumerge en el mar para aparecer muchos metros más adelante, y sale a flote con el cuello estirado formando una misma línea con el agua para pasar desapercibido.

Entre las aves migratorias que en invierno se van al sur de Brasil se ve muy seguido a la gaviota Olrog, con una elegante cola negra que despliega durante sus vuelos.

Una numerosa colonia de cormoranes “tapiza” un islote rocoso

Travesia con historia
La Atrevida resiste el oleaje con firmeza y también tiene su historia, o en todo caso su nombre, porque La Atrevida original era una corbeta que partió del Puerto de Cádiz una mañana de 1789 comandada por el capitán José Bustamante y Guerra. Acompañando a la Atrevida iba su gemela Descubierta, al mando del capitán Malaspina. Nuestra excursión con la Atrevida dura 5 horas, pero la travesía de la corbeta original insumió cinco duros años descubriendo maravillas, bajo encomienda del rey Carlos III para explorar los confines del imperio. En 1885 se publicó el Viaje de las corbetas Descubierta y Atrevida alrededor del mundo, donde por ejemplo se describe el encuentro en la Patagonia con el cacique Junchar, “que era de alto 6 pies y 10 pulgadas de Burgos, y la anchura de hombro a hombro era de 22 pulgadas y 10 líneas”. Es decir, mediría 1,9 metro de alto y sus espaldas abarcaban 70 centímetros.

El derrotero de aquella expedición incluyó Montevideo, islas Malvinas –donde desalojaron a unos marinos ingleses que cazaban lobos–, Cabo de Hornos, isla Robinson Crusoe, Panamá, México, Alaska –donde buscaron un paso al Atlántico–, Filipinas, Australia, Archipiélago Tonga y finalmente volvieron a Cádiz vía la Patagonia otra vez. Al regreso, debido a sus ideas liberales, Malaspina se pasó siete años preso.

Casas de la Hosteria Bahia Bustamante

Pueblo alguero
Como de los 400 habitantes que llegó a tener hoy sólo quedan 50, Bahía Bustamante tiene algo de pueblo fantasma. Lo cual refuerza su tranquilidad. Sus pocas calles son de tierra y llevan nombres de algas marinas: Av. Gracilaria, calle Macrocystis, etc. Hay casas abandonadas, por supuesto, a la sombra de viejos tamarindos de tronco retorcido. En plena calle se exhibe un tractor que en otro tiempo se utilizó para trasladar los carros de algas, y detrás están la escuela, la iglesia y la plaza con el mástil donde ondea la bandera argentina. El antiguo bar López, que está justo frente al mar, es la construcción más antigua del pueblo.

Una línea de seis casas con living y dos cuartos frente al mar han sido reacondicionadas para albergar visitantes. No tienen TV y la luz eléctrica se corta a las 11 de la noche, pero –paradojas de la tecnología– tienen Internet inalámbrico satelital. A dos cuadras de allí está la proveeduría, que también oficia de restaurante donde el fuerte son los frutos de mar. Y la gran pregunta que todos se hacen aquí nos la respondió el mozo: “Las algas van a parar a una planta procesadora en Gaiman, donde se fabrican productos de salud y belleza utilizando las propiedades antioxidantes de las algas”.

En los alrededores del casco del pueblo hay unas 10.000 hectáreas dedicadas a la producción lanera, que se pueden visitar para enterarse de los secretos del mundo de una estancia. Allí se explica que la esquila la realizan todos los años comparsas de trabajadores que pasan de estancia en estancia, trabajando en grupos con una función específica para cada persona, lo cual garantiza niveles altísimos de productividad para pelar a millares de ovejitas en pocos días (se paga por producción).

En la cercana Península Gravina hay pequeñas caletas con arena muy blanca protegida por grandes rocas que forman piletones de aguas turquesas como las del Caribe, claro que bastante más frías. Y en horas de la bajamar se puede caminar hasta unos islotes cercanos a observar aves marinas en sus propios nidos.

Por lo general, los visitantes se quedan unos cinco días, suficientes para realizar las actividades y explorar la zona. Pero a eso hay que sumarle el tiempo que uno decida quedarse simplemente descansando frente al mar.

Cabalgata por la estepa patagónica hacia el Bosque Petrificado

Bosque Petrificado
Uno de los días de la visita hay que dedicarlo al Bosque Petrificado La Pirámide, una excursión de cinco horas que se interna en el desierto estepario para ver los troncos convertidos en piedra de árboles que existieron hace 60 millones de años. En aquellos tiempos remotos –el Paleoceno– recién comenzaba a levantarse la Cordillera de los Andes por el choque tectónico de la placa de Nazca contra el continente americano. Al no existir la actual barrera andina, los vientos húmedos provenientes del Pacífico “regaban” la Patagonia, poblada en ese entonces por una tupida selva de altísimos árboles y habitada por grandes animales. Pero al conformarse la Cordillera de los Andes todo cambió “repentinamente” en unos pocos millones de años, convirtiendo al sur americano en la actual estepa patagónica, donde sólo se pueden encontrar bosques en la ladera de las montañas, lugar de descarga de la humedad debido a la altura. Luego, los volcanes se encargaron de ponerle una mortaja de lava y ceniza a aquel paraíso verde.

Como llegar
Al pueblo de Bahía Bustamante, en auto por la ruta nacional Nº 3 hasta el Km. 1774, allí tomar la ruta provincial 28 (de ripio). Si se llega desde Comodoro Rivadavia, que esta al sur, hay que desestimar un cartel verde de Vialidad Nacional que indica Bahía Bustamante, y seguir unos kilómetros más para doblar a la derecha en el kilómetro 1674. A partir de allí son 30 kms. Una vez en el pueblo hay que seguir hasta el mar y buscar la proveeduría que esta en la esquina de Gracilataria y Gelldium. Y si se llega desde las cercana Camarones, hay que recorrer 90 kilómetros por la ruta nacional 1, disfrutando increíbles panoramas costeros

Información:
www.bahiabustamante.com
Telefono: 54-11-5032-8677

Julian Varsavsky
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Pagina 12 y web

domingo, 1 de febrero de 2009

Tokio, la ciudad sin fin

Tokio, la ciudad sin finEn el horizonte del gran mar de rascacielos se destaca el monte Fuji

De los rascacielos y las tiendas de lujo, a los barrios tecnológicos y los grandes palacios, la capital japonesa se descifra con paciencia, pero a la velocidad del tren bala

En la línea Yamanote del subterráneo, una fila de ejecutivos de impecable estilo Armani comparte un asiento con una señora de mediana edad que habla por celular ataviada con un tradicional quimono. Afuera, espera la ciudad donde la jungla de hormigón y asfalto, plena de imponentes rascacielos, parece no tener fin. Pero el intrincado trazado encierra cantidad de sorpresas para desentrañar de a poco.

En un panorama donde el consumismo desenfrenado está presente en las mejores marcas del mundo, conviven grandes museos, galerías de arte, mercados en recónditas callecitas, espectáculos y ceremonias tradicionales junto a silenciosos templos y santuarios, e infaltables toques de verde en los jardines y parques que salpican la ciudad de tanto en tanto. Situada en la región de Kanto, en la isla de Honshu, la antigua Edo, que reemplazó a Kyoto como capital del imperio en 1603, para convertirse finalmente en Tokio en 1863, es hoy en realidad un conglomerado de 23 barrios especiales o ku, y 26 ciudades o shi, donde vive un tercio de los 34 millones de habitantes de la región, repartidos en otras prefecturas, pueblos y villas.

Es difícil imaginar que la gran urbe, la más grande del planeta, surgió hace apenas unas decenas de años después de una historia donde no faltaron devastadores terremotos y los embates de numerosos bombardeos en la Segunda Guerra Mundial.

Descubrir Tokio es una aventura a medida del gusto de cada viajero. La mencionada línea Yamanote, eficaz e impecable, recorre la ciudad y se conecta por medio de 29 modernas estaciones y un servicio de trenes que aparece cada dos minutos. Más de tres millones de personas la utilizan por día y es el mejor medio para conocer la ciudad. Moverse con este sistema y un mapa que provee el hotel de turno no es complicado una vez que se le toma la mano. En todas las estaciones hay paneles en japonés e inglés; máquinas expendedoras de tickets que aceptan billetes y dan cambio, y un amable funcionario de guante blanco siempre a la vista para solucionar cualquier problema y resolver con simpatía las dificultades del idioma.

El promedio de estada en cualquier viaje a la capital de Japón es de una semana, lo que obliga a elegir sólo algunos de los 23 barrios. Después de la inevitable visita al Palacio Imperial y sus jardines, Ueno es una buena propuesta para iniciar un recorrido y sumergirse en las raíces de Japón en los espectaculares museos que relucen en el parque del mismo nombre. En el Nacional de Tokio es posible ver reliquias milenarias y seguir la cultura del país, donde no faltan importantes testimonios samurái con teatrales armaduras y el famoso sable corto para el haraquiri, exhibido como una joya. El circuito se acerca a impactantes templos y santuarios, el Zoo de la capital y un colorido mercado callejero en Ameyokocho.

Ginza, la exégesis del lujo, es otro imperdible. El tradicional barrio tokiota, conocido como la Quinta Avenida de la ciudad, concentra los mayores shopping malls de alta tecnología y exclusivas boutiques donde es posible llenar los ojos con una infinita oferta de las más suntuosas marcas. La zona ofrece toda clase de restaurantes, y muy cerca está Teatro Kabuki. Se llega caminando al Tsukiji Market, el mercado de pescados más grande del mundo, en cuyos puestos y restaurantes se puede saborear una riquísima variedad de sushi.

Los edificios más altos en Roppongi Hills, como la Tokio Tower

Tecnología pura
Los fanáticos de la electrónica tendrán para entretenerse en Akihabara, llena de grandes almacenes y locales, donde uno encuentra hasta lo inimaginable en televisores, reproductores de DVD, cámaras fotográficas, computadoras, equipos de audio y MP3. Es recomendable ser cautos antes de comprar algo, ya que muchos productos son para consumo interno y poseen diferencias técnicas y funcionales con nuestro sistema. Hay lugares especiales de importación, adaptados a los sistemas europeos y norteamericanos. Conocida como la Electric Town, la zona debería llamarse ahora Ciudad Digital. Akihabara Crossfield le da un nuevo perfil al barrio con sus rascacielos y grandes tiendas, donde está instalada la industria de avanzada.

Para internarse en el Viejo Tokio habrá que llegar a la estación Asakusa, donde se encuentra Sensoji, uno de los templos más antiguos de Japón, visitado por más de 20 millones de persona por año. El espectacular complejo, que data del año 632 y donde se venera a la diosa Kannon, cuenta además con una bella pagoda de cinco pisos. En el acceso, hay un mercado con muchos puestos, donde se encuentra toda clase de souvenirs tradicionales, como los hachimachi (pañuelos para anudar en la frente) y variedad de yukatas, los frescos quimonos de verano. Muy cerca está Kappabashi, una zona de bazares de vajilla japonesa y famosas cuchillerías.

El último grito de la moda se pasea por Harakuru, donde en Omotesando Dori (dori significa calle) están instaladas las más reconocidas y prestigiosas etiquetas de ropa y accesorios de Japón y el resto del mundo. El sitio, favorito de las jóvenes tokiotas, consumistas impenitentes, se completa con cafés de aire europeo con terrazas desde donde es posible ver como en una pasarela las últimas tendencias de las colecciones europeas y de Estados Unidos.

Especial para noctámbulos, Roppongi se anima cada noche en su gran oferta de restaurantes, bares, karaokes y discotecas, algunas abiertas hasta la madrugada. Es el sitio elegido por los jóvenes para una copa en la barra o para comer. Durante el día el panorama es otro, especialmente en la zona de Roppongi Hills, donde se descubren los edificios más altos de la ciudad: la Tokio Tower, que remeda la Torre Eiffel de París; la Mid Town, desde donde se llega a ver el monte Fuji, y la Mori, que encierra el prestigioso Museo de Arte Moderno.

Para tener una real dimensión de lo que es una megalópolis hay que pasar por Shinjuku, la principal estación de Tokio y la mayor de Japón y del planeta, por donde circulan dos millones de personas diariamente. Allí se conecta con el Shinkasen, el tren bala, orgullo japonés y algo así como una ciudad bajo tierra, con más negocios de electrónica y comida, sus calles interiores tienen acceso directo a edificios de oficinas y grandes almacenes de la zona, lo que ofrece uno de los panoramas más contrastantes de la ciudad, con callecitas de otras épocas bajo el puente por donde corre el moderno tren, y detrás un conglomerado de rascacielos.

Y todavía queda mucho por conocer. Hay que dar una vuelta por Shibuya y su famoso cruce de calles, donde una marea humana espera el cambio de semáforos con un paisaje a sus espaldas lleno de edificios con coloridos anuncios y centelleantes pantallas gigantes de cristal líquido. Al atardecer, el paisaje parece encenderse en una pirotecnia de carteles en uno de los panoramas más representativos del Tokio de hoy.

El cruce de calles en el distrito de Shibuya, siempre muy concurrido

Imperdibles
La ceremonia del té. En algunos hoteles, especialmente los de más estrellas, se puede participar del paso a paso de este símbolo de la cultura japonesa.

Los Onsen. Compartir los tradicionales baños termales comunitarios, en grandes piletas, es toda una experiencia. Hay para hombres y mujeres, y también mixtos.

Los ryokan. Parar vivir en el más puro estilo japonés, están estos hoteles, con toda la tradición del país. Generalmente atendidos por sus dueños en un mundo de quimonos, tatamis y futones, ofrecen la cocina tradicional de la familia, y hasta un onsen para relajarse luego de un paseo.

En las vidrieras, quimonos tradicionales y también de estilo europeo

Hoteles, guías, taxis y más
Tokio es una metrópolis segura, ordenada y... limpísima. Imposible ver una colilla de cigarrillo en las veredas, está prohibido fumar por la calle caminando, hay que hacerlo en lugares con ceniceros. Su gente es muy amable, siempre dispuesta a ayudar al visitante, y excepto por su trazado urbanístico con calles y callecitas que se entrecruzan, algunas con subidas y bajadas, nada es complicado con un mapa en mano.

Muy buena la guía gratuita Metrópolis, que proveen los hoteles. Aunque tiene fama de ser muy cara, se puede comer y alojar por precios bastante acomodados. Es cierto que tiene el restaurante más caro del mundo, de 1000 euros el cubierto, y fastuosos hoteles de seis estrellas, pero es fácil encontrar hotelitos con encanto en los que uno se puede alojar desde US$ 60 diarios con desayuno, y comer en cualquier restaurante de cocina japonesa o europea por un promedio de US$ 12 con una copa de vino francés. No se acostumbra dejar propina.

Donde los precios se disparan es en el transporte. Un viaje de quince minutos en taxi, impecable, con GPS y conductor de guante blanco, cuesta unos US$ 30, y el pasaje más barato del subterráneo, 160 yenes; es decir 1,60 dólares. Las entradas a museos y templos oscilan entre 10 y 15 dólares.

La torre de Armani en el barrio de Ginza, de lo más exclusivo

Yokohama y Kamakura
Tomar el tren bala y conocer Kyoto es parte de un paquete tradicional para conocer Japón. Pero si el tiempo no alcanza, una visita a Yokohama es una buena opción para salir de la ciudad por unas horas. Sitio preferido por los tokiotas en los fines de semana, el puerto más importante del país, que evoca la Segunda Guerra Mundial, es hoy una impactante ciudad con perfil propio.

La Landmark Tower, la más alta de Japón, se asoma a la bahía y ofrece en su base el Queen´s Square, un paseo comercial con cantidad de comercios, y Mirato Mirai 21, modernísimo complejo con el fondo del Yokohama Bay Bridge, junto a la gran terminal marítima, con barcos de gran porte. Cerca se encuentra la colorida Chinatown, el asentamiento más importante de la comunidad china en el país, lugar indicado para un almuerzo en algunos de los restaurantes o puestos al paso, con su gastronomía típica, después de recorrer calles llenas de tiendas con infinidad de ofertas de todo tipo.

Desde aquí el tren los acercará a Kamakura, imperdible vista a un mundo de templos y oratorios en la quietud de los bellos parques de la zona. El más próximo a la estación es el santuario sintoísta de Tsurugaoka Hachimangu, tradicional centro de peregrinación de los japoneses donde se celebran bodas y bautismos con rituales milenarios.

Desde la gran explanada de acceso se tiene una vista del impresionante complejo, entre la muchedumbre que se da cita allí, antes de recorrer otros templos y llegar hasta el Gran Buda de Kamakura. Materializada en bronce y de 11 metros, la venerada imagen espera al visitante después de un esforzado ascenso hasta el lugar de su emplazamiento.

Luces, carteles y compras

Datos útiles
Cómo llegar
Se puede llegar vía las principales ciudades de Europa o Vía Los Ángeles. Todas con conexiones en un viaje de aproximadamente 26 horas. Japón no exige visa
En Internet
www.yes-tokio.es

Marta Salinas
La Nación - Turismo
Fotos: Marta Salinas, EFE y AFP