Crónica de una visita a la comunidad de Long Bedian, en las profundidades de la selva del Borneo malayo. Aunque la tala de árboles es la principal actividad, los habitantes de la región de Sarawak quieren evitar la deforestación de la jungla que, de desaparecer, afectaría los ciclos pluviales de forma devastadora.
Los folletos turísticos son siempre algo engañosos, ya se sabe. Las playas son paradisíacas y lucen espléndidamente limpias, el cielo siempre es azul y los habitantes locales siempre sonríen. Los folletos de Sarawak (Borneo, Malasia) que encontré en el aeropuerto de Miri presentaban a su población local frente a unas largas casas de madera en las que parece reinar una armonía perpetua, mientras sus moradores realizan sus actividades cotidianas adornados con trajes tradicionales. Así que cuando nuestro guía nos presentó a Jok, el que iba a ser nuestro chofer en los próximos dos días, como un auténtico orang ulu, no pude evitar una mirada desconfiada por los jeans y la camiseta que llevaba. Tenía, eso sí, unos ojos rasgados y risueños y una sonrisa permanente difícil de resistir. Tímido al inicio –los primeros cinco minutos quiero decir–, terriblemente locuaz más tarde, Jok se expresaba con un inglés de acento imposible del que había que intuir las bromas que, sin cesar, escapaban de su boca. Un tipo simpático y listo.
Selva profunda
La comunidad de Jok se llama Long Bedian. El nombre de la etnia designa a quienes viven “río arriba”, aunque también son conocidos como kayan, el nombre con el que marcharon de Apau Kayan, en Kalimantan, la zona de la isla de Borneo perteneciente a Indonesia. Abandonaron Kalimantan cuando los terrenos de cultivo quedaron exhaustos y se instalaron en diversas zonas del norte de Sarawak, sobre todo en los alrededores de los ríos Baram, Rejang y Tubau, donde todavía viven en sus largas casas comunales.
Durante la II Guerra Mundial y la ocupación japonesa, algunos miembros de estas comunidades abandonaron sus tierras para emigrar al interior de la selva, cruzando el pequeño cañón del río Durian, que también da nombre a esa fruta de olor indescriptible que se encuentra en todos los mercados. Allí, aislados del mundo, los kayan pudieron preservar un estilo de vida que se ha conservado, hasta hace muy poco tiempo, lejos de miradas e injerencias.
Los orang ulu, como los dayak y otras tribus de Borneo, han vivido desde tiempos inmemoriales en cabañas de madera de muchos metros de longitud, que acogían a gran parte de los miembros de la comunidad. Cada familia disponía de un espacio, pero el corredor era la zona común a lo largo del cual se podían llegar a alinear hasta 68 puertas. Con el tiempo, algunas de estas largas casas se han convertido en objetivo de un turismo ávido de pureza etnográfica, pero sin dejar de ser una mera representación de lo que un día fue. Long Bedian, escondida en lo más profundo de la selva, accesible solamente tras más de cuatro horas de carretera sembrada de agujeros y cráteres o a través de casi un día de navegación fluvial, ha quedado muy lejos de los circuitos turísticos de las grandes agencias, y las largas casas que aún quedan en el pueblo no intentan imitar los estilos de antaño; son casas modernas, reales, como sus habitantes, que a pesar de no llevar los hábitos tradicionales siguen manteniendo el espíritu de hospitalidad de siempre.
Como para confirmar esa afirmación, Jok nos invita a visitar su casa. La mayoría del más de millar y medio de orang ulu que viven en Long Bedian se convirtieron al cristianismo en los años ’50 del siglo XX, así que la amplia sala principal de la casa familiar de nuestro particular cicerone es un extraño y colorido altar sin más lugar donde reposar que un sofá y un par de sillas. En una sala anexa se encuentra la cocina, con una larga mesa de madera alrededor de la cual se sienta toda la familia. Arriba quedan los sencillos dormitorios. Eso es todo. Nada es superfluo. Jok vuelca su energía, de momento, en otros proyectos que tienen que ver, y mucho, con su comunidad y el futuro de ésta: una serie de alojamientos en mitad de la selva gestionados por los propios habitantes de Long Bedian, 12 cabañas de madera bautizadas como Temyok Rimba Resort, austeras pero con lo imprescindible para pasar algunos días en mitad de la selva. Mientras tanto, Jok sigue trabajando de chofer para transportar hasta aquí a esos turistas occidentales y un tanto accidentales que buscan, de verdad, perderse en lo auténtico. Y este rincón del planeta lo es.
Desde el resort, a apenas 30 minutos de caminata desde las cabañas, entre árboles gigantescos que ocultan la luz del sol, se llega a la cascada de Nawan, un delicioso lago donde se puede nadar, o como ellos prefieren definirlo, un spa natural en el que relajarse escuchando los sonidos de la jungla. Pero hay otros trekkings, algunos de varias horas de recorrido, y otras visitas. La misma comunidad que auspicia este proyecto de turismo enraizado en la naturaleza es uno de los mayores atractivos del lugar, y su media docena de calles parecen concentrar ahora la vida comunitaria que un día se vivió en las casas de los orang ulu.
Casa Comunal: son lugares donde viven varias familias, incluso pueden considerarse un pequeño poblado.
Vida comunal
Una construcción alargada y porticada, con diferentes divisiones, hace las veces de centro comercial: el café, el restaurante, la tienda de artesanía, la de alimentos, el tabaco... Ninguna se cierra al frente, solamente unas persianas pintadas de azul y blanco colgadas del porche protegen el interior del justiciero sol tropical del mediodía. A lo largo del pasillo que une los diversos establecimientos, sentada sobre los alargados bancos, la gente se reúne a charlar, a ver pasar la tarde, a intercambiar noticias e información o, como los niños, a seguir con los ojos abiertos de par en par el último culebrón mexicano que pasan por televisión. Sonríen, pero sólo a las sonrisas. Las mujeres más mayores conservan sus tatuajes tradicionales en manos, brazos y piernas, y las orejas perforadas por anchos objetos que aumentaron su tamaño hasta extremos insospechados. También los hombres adornaban sus orejas con dientes de leopardo, pero eso fue antes de que adoptaran el cristianismo como estilo de vida. Ahora esas prácticas son minoritarias entre ellos.
Paraiso de biodiversidad
En Long Bedian, a pesar de su relativamente corta historia, ya saben lo que son los proyectos de gran envergadura y los vaivenes de una economía de mercado. A finales de los años ’60, toda esta área comenzó a vivir de las técnicas de plantación modernas y de las granjas, mientras desde la misma comunidad se impulsaban políticas de atención social, como la construcción de escuelas, bibliotecas y hospitales, servicios hasta entonces desatendidos. Tras una década de estabilidad, y como resultado de la educación recibida por los más jóvenes, algunos miembros emigraron a las ciudades para continuar sus estudios o conseguir mejores trabajos, hasta que, cercanos ya los ’80, con la llegada de la industria maderera, los jóvenes prefirieron quedarse en áreas cercanas y trabajar para éstas. Y esa industria, que trajo dinero, ha traído también la destrucción de la principal riqueza del país: su increíble naturaleza.
Malasia se encuentra entre los 17 países que albergan el 70% de la biodiversidad del planeta. Tiene más de 12.000 especies florales, 1100 helechos, unas 300 de mamíferos salvajes, 750 de reptiles, 165 de anfibios y más de 300 de peces de agua dulce. Pero todo este patrimonio natural se ve amenazado por la urbanización creciente y la deforestación.
Preservar un tesoro natural
Los grandes bosques que cobijan buena parte de esta riqueza están siendo destruidos a un ritmo insostenible. Según un organismo de la ONU, solamente en la década de los 90 Malasia perdió el 13,4% de su masa forestal, y el ritmo aumenta sin cesar. El resultado es que más de 170 especies endémicas se han extinguido ya y muchas otras, como muchos animales, están próximas a la extinción.
Los habitantes de la región de Sarawak, donde se ubica la comunidad de Long Bedian y los orang ulu, saben lo que significa esto. En los años ’30, en sus selvas se vieron los últimos rinocerontes de Java y de Sumatra (Rhinoceros sondaicus y Dicerorhinus sumatrensis). Hoy quieren preservar el tesoro que aún conservan, pero para eso necesitan desarrollar alternativas a la destructora industria maderera, al dinero fácil que ésta promete y también los cambios acelerados que conlleva. Si en los años ’60 la población de Long Bedian no pasaba del medio millar, el censo del año 2002 reflejaba cómo el número de habitantes se había triplicado y, aunque los orang ulu siguen siendo la etnia mayoritaria, otros pueblos han llegado al reclamo del trabajo y el dinero: kayams, kelabits, penams, kenyahs y otros.
La industria maderera sigue siendo una fuente importante de ingresos para muchas familias de la zona, así como la recogida de coco en las cercanas plantaciones, pero muchos han tomado conciencia de la necesidad urgente de preservar algo que pertenece a todos y se están dedicando a labores tan tradicionales como el cultivo de la famosa y exquisita pimienta con denominación de origen. El turismo responsable, como nueva fuente de potencial riqueza, debería ser una de las alternativas viables al inexorable avance de las masivas talas. En nuestras manos queda. Y en las suyas, por supuesto.
Maribel Herruzo
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Web
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