Ancasti, Aconquija, Andalgalá, Minas Capillitas y Belén en 4x4. Un recorrido del flanco oriental de la provincia, yendo desde la ciudad capital hacia Londres, por caminos de cornisa que descubren paisajes de selva, cuevas con pinturas rupestres y majestuosas ruinas incaicas.
El aire sopla caliente como si lo produjera un batallón de secadores de pelo. Ese viento deshidratado explica por qué en San Fernando del Valle de Catamarca también rigen la ley de la siesta y la del toco y me voy: la capital es un punto de llegada más que un destino en sí mismo.
La escasa masa turística visita la zona para conocer la Puna, belleza norteña excluida del circuito Salta-Jujuy. Sea por falta de servicios o de promoción, esa condición la convierte en uno de los paisajes áridos menos obvios de estas latitudes. Y si de ella poco se sabe, menos aún de la versión verde de Catamarca.
Para descubrir la geografía de ríos, cañones y selva subtropical de esta tierra donde el sol brilla 300 días al año, hay que viajar hacia San Fernando, epicentro del que parten los caminos hacia los valles.
La provincia está atravesada por cordones montañosos, la red vial es escasa y los caminos van sorteando empinadas cuestas. La recompensa es que desde esas alturas, las vistas son imponentes. Este singular sistema de cuestas, que es el principal atractivo de la versión selvática, es apto para viajeros con espíritu aventurero, camioneta 4x4 y ajenos al vértigo.
Antes de salir a la ruta hay que saber que:
1. En la provincia escasean los servicios, por lo que hay que cargar combustible siempre que se pueda.
2. El tiempo de viaje no se puede calcular de acuerdo a los kilómetros por recorrer: 15 km de cornisa pueden demandar una hora de manejo exigente.
3. Es preferible viajar durante el día y en épocas menos calurosas.
4. Hay que llevar agua, provisiones y abrigo.
5. No se debe subestimar el caudal de los ríos.
6. Avisar siempre qué recorrido se va a realizar y cuándo.
7. Tengan en cuenta que los restaurantes y comercios suelen respetar el horario de la siesta. generalmente cierran de 13 a 16. Los domingos es difícil encontrar comercios abiertos.
Cuesta del Portezuelo
Cuesta del Portezuelo: Dicen que es una de las rutas más lindas de la Argentina, a la que el folklore le dedicó una célebre zamba; es la que conecta el valle de Catamarca con los departamentos de Ancasti y El Alto. Después de trepar los 25 km de cornisa de la RP 2 y una vez arriba, la geografía se convierte en una meseta que antecede un paisaje insólito. De pronto, en la llanura irrumpen inmensos peñascos, como si una tormenta de meteoritos los hubiese esparcido por doquier. Este escenario de “islas” de piedra, sobre las que crecen árboles enanos, hace pensar en jardines bonsái. ¿Qué ver? Anquincila, Ancasti sede de las cuevas con pinturas rupestres: La Tunita y La Candelaria.
El primer poblado es Anquincila, con su balneario que explota en verano. Y 12 km después aparece Ancasti, cuna del único presidente catamarqueño de la Nación, Ramón Castillo, y sede de las cuevas con pinturas rupestres de La Tunita y La Candelaria, las más turísticas. Nosotros vamos entonces por La Tunita. Hacemos una parada en la hostería El Paso del Indio, que es la única en 60 km y que hoy estaría abandonada si allí no hubiesen recalado los hermanos Mendieta. Salteños, Baltazar y Rodrigo dejaron su tierra con el ambicioso objetivo de “crear un destino”. Su espíritu colonizador los llevó a recorrer el interior catamarqueño, donde primero dieron con La Tunita y, acto seguido, con la concesión de la hostería que Castillo mandó construir en el 42. Desde hace tres años reciben con su restaurante, 10 habitaciones y un gift shop con platería inspirada en la cultura aguada, que diseñan artesanos amigos de Baltazar. Presente en diversos valles de Catamarca y La Rioja, los aguada se destacaron por su iconografía simbólico-religiosa ligada a rituales chamánicos.
Baltazar conoce la zona palmo a palmo, y se mueve con la precisión de un gps. Mientras avanzamos en camioneta por la huella que lleva a La Tunita, nos señala un bosque de cebiles. Cuenta que las semillas de éste árbol son alucinógenas al igual que el cactus San Pedro, que contiene mescalina. Ambos eran utilizados por los chamanes y, de hecho, están presentes en los pigmentos de las pinturas rupestres. Hoy, son muchos los curiosos que llegan para experimentar una suerte de viaje. Varios lo logran con el San Pedro, pero casi nadie sabe emplear el cebil. La curiosidad disparó una ola de foros en internet en los que se debaten posibles fórmulas. Incluso, se venden cebiles por MercadoLibre.
Antes de llegar a La Tunita visitamos a doña Paula Romero de Quiroga, tejedora de seda silvestre que cada mañana pastorea para encontrar los capullos que luego hierve, lava, seca al sol e hila. La inflación no es el motivo por el que sus trabajos cuesten más de dos mil pesos. Es que confeccionar una bufanda implica hilar unos 500 capullos y un acolchado, más de cinco mil.
Un poco más adelante, una tranquera marca el comienzo de la caminata hacia las pinturas. Durante 40 minutos avanzamos por un sendero que hierve y que sólo se tolera con agua, sombrero y control mental. El paisaje se enrarece. Primero aparecen los palos borrachos, panzones por el estrés hídrico y después, los claveles del aire, que se enroscan en las ramas como pulpos. Finalmente descubrimos el paisaje lunar. Son seis inmensas rocas en cuyo interior hueco cabe una persona encorvada. Allí dentro, “los techos” conservan intactas las pinturas de los aguada. Las más impactantes se ven en La Sixtina, que invita a recostarse en el suelo de piedra para contemplar el cielorraso colmado de historia. Es extraña la sensación de dejar las pinturas a solas. Pero por suerte está Baltazar, el guardián voluntario de este pasado olvidado Ancasti adentro.
Cuesta de Piedras Blancas
Piedras Blancas: es la cuesta que sale de la capital y pasa por la villa veraniega de El Rodeo, donde descansan los catamarqueños con plata. El circuito avanza por Las Juntas y toma la RP 1 que pasa por La Puerta y el Dique Las Pirquitas, desde donde se regresa a Catamarca ciudad. Un poco más adelante del cacerío Piedras Blancas está Chamorro, un paraje verdísimo junto al río Guayumil donde hay una sola casa, con camping, terneros y sauces llorones. En Los Varela, con su placita con juegos y la capilla de Nuestra Señora de La Merced, se puede optar por completar el circuito vía Las Pirquitas, o seguir adelante y sumar la Cuesta de Balcozna como bonus.
No hay que confundir su nombre con el del pueblito Piedra Blanca, en el departamento de Esquiú. Siempre imaginé ese destino como un paraje del lejano oeste, con sheriff de botas con espuelas y bares con puertas vaivén. Pero no. El Rodeo argento es color selva. ¿Hiciste este recorrido o conoces algo más de Catamarca?
Hace poco, los locales diseñaron una versión más corta aunque menos pintoresca de este camino, que vincula El Rodeo directamente con La Puerta y es transitable con lluvia. Sin embargo, esta alternativa está haciendo que se pierda el mantenimiento del circuito clásico, con su despoblado paisaje de ríos y sitios arqueológicos.
Nosotros arrancamos con el circuito original –parada mediante en las cabañas municipales de Las Juntas para almorzar– y comenzamos a trepar la RP 4 que avanza entre terrazas de cultivo, regadas por las nubes bajas.
En el caserío de Piedras Blancas sólo se ven “vacas-cabra”, que parecen tener sopapas por pezuñas para aferrarse a las laderas de los cerros. La cancha de fútbol está vacía, también los bancos de la singular iglesia con su campanario separado del edificio.
Un poco más adelante llegamos a Chamorro, un paraje verdísimo junto al río Guayumil donde hay una sola casa, con camping, terneros y sauces llorones. Allí vive la tamalera Ramona Vega. En su casita prepara y hornea a la leña deliciosos tamales que su hermano, Néstor Saavedra, vende después en la carnicería La Esperanza. Ramona no lo sabe, pero su especialidad se sirve incluso en la mesa del hotel de montaña La Aguada.
En Los Varela, con su placita con juegos y la capilla de Nuestra Señora de La Merced, se puede optar por completar el circuito vía Las Pirquitas, o seguir adelante y sumar la Cuesta de Balcozna como bonus. El plan B, pasa por El Bolsón, sin comunidad hippie ni cabañas de madera, pero con una pintoresca hostería y un entorno de maizales y cultivos. Después de Balcozna y La Merced, el camino desemboca en la RN 38, a sólo 53 km de la capital.
Hacia el Pucará de Aconquija: El primer tramo de la RP 1 es de tierra y avanza junto al río del Singuil. Las laderas aparecen cubiertas por apretadas comunidades de algarrobos, alisos y helechos. Pero todo lo que empieza, termina. El camino hacia el Pucará es tan seco que provoca sed. Hay arena para construir decenas de castillos pero también pequeños ciclones, flacos y altísimos, que los amenazan cuando el valle está caliente.
A medida que la camioneta se acerca a la sierra de Aconquija se distingue la pirca del Pucará, que surca las laderas como una Muralla China en miniatura. Es un sendero de herradura que en 1998, fue declarado Monumento Histórico Nacional. En la cumbre aplanada del cerro del Pucará, a los 300 metros, se despliega la fortaleza incaica con dos mil metros de largo y un ancho máximo de mil metros. Circundada por murallas construidas con piedra canteada, ofrece vistas espectaculares del nevado de Aconquija, la cadena del Manchao y la Sierra de Narváez.
Es fundamental ir con un guía, agua, pic nic y buen calzado. Si el plan es seguir hacia Andalgalá por la cuesta de la Chilca, no esperen a que baje el sol: los paisajes merecen luz y el estado del camino, también.
Por La Chilca hacia Andalgalá: El camino de cornisa es tan angosto que, por momentos, el giro de la camioneta no es suficiente y hay que dar marcha atrás. Ya en Andalgalá, segunda ciudad más poblada de Catamarca con 11.400 habitantes en la que la minería dividió la opinión de la población, hace calor y la plaza parece un gran bar a cielo abierto, llena de mesitas donde la gente ve a la gente hasta la madrugada.
Cuesta Capillitas: Vamos rumbo a la mina en la camioneta de Mauricio Pagani, nuestro guía en esta parte del viaje. Tomamos la RP 47 para encarar la cuesta de Capillitas que une Andalgalá con Santa María. La otra opción es hacerlo vía Belén por la RP 46, pero el viaje se estira 140 km.
La cuesta comienza en Choya, zona membrillera donde se formó una cooperativa de mujeres dulceras. Allí comienzan los más de 60 km de recorrido de este camino de ripio que trepa hasta los 3.100 metros. Con curvas más abiertas, Capillitas es menos peligrosa que La Chilca. Quienes la transiten, sepan que el celular se vuelve cadáver en el Km 33.
Más adelante, un desvío señalizado lleva hacia el Refugio del Minero. El camino fue abierto a pico y pala por los Yampa y, de hecho, la última subida es accesible sólo con 4x4. Entonces aparece la inmensa construcción diseñada por el arquitecto andalgalense Ricardo Lacher. Su fachada, revestida con bolseado hecho a mano, es el preludio a las 13 habitaciones y al restaurante donde se luce Yaki Yampa.
Pan casero y mate cocido es el combustible que necesitamos para subir hasta la mina, que lleva una hora y media de caminata lenta para evitar el efecto de la altura. Entonces sí, equipados con casco y linternas, ingresamos en la oscuridad del túnel. Cuenta Fabián, marido de Yaki, que la rodocrosita se extrae con pico y que ellos mismos cargan las piezas en sus mochilas. Escucharlo invita a reflexionar sobre la palabra cansancio… Acá no hay día en que no se haga fuerza y la vista debe acostumbrarse a trabajar a la luz de una linterna. Quienes no se animen al trekking, pueden visitar el museo mineralógico montado a sólo 150 m de la hostería.
Las noches en el Refugio son frescas y silenciosas. Cuando se apaga el generador es el momento de abrigarse con una manta para salir a la galería y contar estrellas fugaces. El final feliz llega por la mañana, cuando, después de despedirnos de las Yampa, Mauricio nos lleva a la Aguada de Cobre, donde la presencia de este mineral coloreó el lecho del río de un turquesa furioso.
Belén
A Belén por el Campo de Pozuelos:
Donde termina Minas Capillitas comienza Campo Arenal o de los Pozuelos. La ruta, de ripio, se abre camino por el desierto de cardones que es intransitable en verano, cuando sus ríos reciben el agua que carga la sierra de Aconquija. Al final la RN 40 y la primera parada es en Hualfín. Colorado cuando hay sol, su paisaje fue escenario de las guerras más sangrientas entre diaguitas y españoles.
Hay que visitar la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, construida en 1770. Es la segunda capilla más antigua de Catamarca y fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1967. En este pueblo se dan la uva y el “oro rojo”, apodo otorgado al pimiento que crece estupendo en la zona y se acopia en Belén. Allí, el Molino Santa Rosa procesa dos mil kilos por mes con certificación Kosher.
Belén no se llama así por la ciudad de Cisjordania, sino en recuerdo de la Virgen de un paraje del sur de España que introdujo el fundador de la ciudad, Bartolomé de Olmos y Aguilera, en 1681. Esto explica la imagen de la Virgen de 17 metros que cuida a los belichos (gentilicio local) desde lo alto del cerro Belén, obra de Hidelberg Ferrino, un escultor nacido en Maipú (Buenos Aires), que propuso marcar su paso por este mundo con obras en pueblos y ciudades argentinas. Entre ellas figura ésta, que comenzó a construir en 1979 y concluyó tres años después con la colaboración del pueblo.
Belén también es una de las cunas del poncho. Incluso Julio A. Roca tenía uno de vicuña hecho acá. Hoy, la técnica sobrevive gracias a la cooperativa de tejedoras Arañitas Hilanderas, que se agrupó en 2000 y congrega a 22 mujeres que diseñan prendas contemporáneas en telar criollo. El otro referente es el matrimonio que forman Graciela Carrasco y Ramón Baigorria, tejedores belichos que se conocieron hace 30 años en una bailanta catamarqueña de Buenos Aires. Hoy siguen tejiendo su historia en el patio donde los observan dos perros y un loro que habla.
Para decir que conoció Belén, también tiene que probar el jigote en el restaurante del Hotel Belén. Es una versión acriollada de la lasagna; lleva pan, quesillo, carne, huevo y cebolla. De paso, visite el pequeño museo arqueológico montado en el lobby.
Si decide pasar más de un día en la ciudad considere el circuito Norte, un recorrido de 90 km entre los nogales del municipio de Pozo de Piedra. El paisaje es de casitas de adobe con coquetos canteros de flores. Si le antoja probar sus frutos, aplauda frente a cualquiera de esas casa y compre nueces silvestres.
Ruinas El Shincal,Londres
Destino final, Londres: A 15 km de Belén, en este Londres se habla español y no suenan los Beatles Aquí el principal atractivo son las ruinas del Shincal, ciudad que formó parte del Camino del Inca, nervio de comunicación entre el Cuzco y los actuales territorios de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú. Fue el arqueólogo Adán Quiroga quien avistó las ruinas entre un bosque de shinqui (aŕbol típico de la región), y el doctor Rodolfo Raffino quien, posteriormente la investigó. En esta capital del imperio sur de los incas vivieron cerca de 800 personas hasta la llegada de los españoles, que terminaron por desarticular a los rebeldes diaguitas descuartizando a su líder, el bravo cacique Juan Chelemín, en la Plaza de Armas del Shincal.
Para compensar este histórico trago amargo, pare en la Finca San Isidro, territorio dominado por unos dos mil frutales camino al sitio arqueológico. Su propietario Bernardo Isidro Sanduay lo tentará con los dulces que allí elabora y, eventualmente, con un chivito asado para devorar al aire libre. La única condición es avisar con tiempo.
Para información sobre lugares, precios y hospedaje visite este link:
http://www.lugaresdeviaje.com/nota/datos-utiles-de-catamarca-oculta
Connie Llompart Laigle
Revista Lugares Nº 202 / enero de 2014
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