• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

sábado, 22 de diciembre de 2007

Turismo rural: Estancias del norte de Santa Cruz

El casco de la estancia María Aike en la inmensidad de la estepa patagónica

Un viaje por el norte de Santa Cruz con hospedaje en antiguas estancias abiertas hoy al turismo. La impactante naturaleza patagónica en un itinerario que incluye Los Antiguos, el Lago Posadas, la Cueva de las Manos, el Parque Nacional Perito Moreno y el Bosque Petrificado. El placer de dormir mirando la estepa infinita por la ventana, literalmente en medio de la nada.

Dormir en una estancia patagónica es algo así como el ideal de un sueño tranquilo, alejado de los estridentes ruidos del mundo urbano. Allí, por lo general, se duerme en un viejo casco de estilo inglés, que se levanta solitario en medio de la llanura esteparia con algunas montañas de fondo.

Una gira por las estancias del inhóspito norte de Santa Cruz es un viaje con aires de travesía que requiere un mínimo de diez días. En el itinerario también se visitan lugares apartados y de increíble belleza como el Monumento Natural Bosques Petrificados y la Cueva de las Manos, o verdaderos secretos naturales como los increíbles paisajes del Camino del Monte Cevallos, rarezas geológicas como el Arco del lago Posadas y el Parque Nacional Perito Moreno.

Desde Comodoro
El mejor punto de partida es la ciudad de Comodoro Rivadavia, en la costa sur de Chubut, donde se puede alquilar un auto para hacer todo el recorrido. El primer destino del viaje es la estancia María Aike, a unos 280 kilómetros de Comodoro por la Ruta Nacional 3. Al casco de la estancia se llega por un camino de tierra que se interna en la estepa. Dedicada a la cría de vacas Hereford, María Aike es del año 1900 y tiene una extensión de 12.000 hectáreas. La segunda actividad de la estancia es el turismo y dispone de catorce plazas con baño privado y compartido.

En la estancia se hacen cabalgatas y paseos en vehículo por la llanura esteparia hasta el cauce seco en verano del río Deseado, donde hay una playa de arena fina como talco. La excursión principal que realizan los huéspedes de María Aike es a la famosa Cueva de las Manos, a donde se llega por un camino alternativo de huellas solitarias que desembocan en unos abruptos miradores naturales con vista al cañadón del río Pinturas.

Con las montañas de fondo, un cóndor planea suavemente en los cielos santacruceños

Rumbo a Los Antiguos
Desde María Aike, siguiendo por la Ruta 43 hacia el oeste, se pasa por la localidad de Perito Moreno para seguir viaje a la ciudad de Los Antiguos, junto al hermoso lago Buenos Aires, casi en el límite con Chile. En Los Antiguos se puede hacer noche en algún hotel o en la cercana estancia La Serena, para seguir viaje hacia el sur –en paralelo a Los Andes–, por el deslumbrante Camino del Monte Zeballos, una ruta de ripio que ofrece algunos de los paisajes más espectaculares de toda la Patagonia. Es aconsejable no hacer este trayecto en días de lluvia a menos que se cuente con un vehículo apropiado.

El Camino del Monte Zeballos (ruta provincial 41) conviene hacerlo sin apuro para hacer una parada en el sitio donde hay unas geoformas muy extrañas llamadas diques basálticos. Se ven desde la ruta y parecen cuchillas de piedra trepando por las laderas de la montaña. El destino final es el pueblo de Hipólito Yrigoyen –a 170 kilómetros de Los Antiguos–, donde se puede dormir en la antigua Posada del Posadas o seguir 38 kilómetros más hasta la estancia Suyai.

El atractivo principal de Hipólito Yrigoyen son sus lagos Posadas y Pueyrredón, separados por un angosto istmo por donde pasa un camino que lleva hasta la estancia Suyai, a orillas del lago Pueyrredón. El origen de la estancia se remonta a la década del veinte, cuando pertenecía a la firma Casa Folch, dueña de un barco que traía lana desde Chile, navegando por el lago argentino-chileno. La estancia, que ocupaba unas 2500 hectáreas, tenía una pulpería y un almacén de ramos generales, cuyo largo mostrador de madera y estanterías hasta el techo se han conservado hasta hoy.

La estancia Suyai estuvo abandonada hasta 1996, año en que se vendió y fue abierta al turismo. Actualmente tiene dos confortables cabañas y tres dormitorios más con baño privado. Además hay un camping con baños, agua caliente y luz eléctrica, y un refugio para ocho personas. Los viajeros suelen quedarse hasta una semana y se dedican a pescar, salir en cuatriciclo, a caballo o a pie, o simplemente a descansar.

Un alto en el trekking a la Cueva de las Manos para admirar el cañadón del río Pinturas

Hacia la Cueva de las Manos
Desde Hipólito Yrigoyen, la gira continúa por la ruta provincial 39 hasta un poblado muy pequeño llamado Bajo Caracoles, donde se toma la ruta 40 hacia el norte hasta la estancia Telken o la estancia Cueva de las Manos (ex Los Toldos).

En la estancia Cueva de las Manos se organizan dos excursiones a dos de los sitios arqueológicos más antiguos y significativos del país: La Cueva de la Manos y el Alero Charcamata. Para llegar a la famosa cueva, se hace un trekking que atraviesa el cañadón del río Pinturas, con un nivel de exigencia medio, justificado por la imponencia de los paisajes.

La otra alternativa que sirve de base para visitar la cueva declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco es la estancia Telken, ubicada a 25 kilómetros al sur de la localidad de Perito Moreno, por la ruta 40. Esta estancia es de 1915, año en que se estableció en el lugar Juan Campbell Clack, un neocelandés que se dedicó a criar ovejas. Telken ocupa 21.000 hectáreas y unas seis mil ovejas, 40 vacas y un centenar de caballos. Y al igual que en la mayoría de las estancias, sólo dos personas, un capataz y un peón, trabajan fijos todo el año. A veces se contrata a un mensual –que es en verdad un jornalero–, y en la época de la esquila llega una “comparsa” de una docena de esquiladores que cortan y enfardan unos 20.000 kilos de lana en menos de una semana.

Telken tiene seis habitaciones con baño privado y también un pequeño camping con baño y duchas de agua caliente. Por lo general los visitantes se quedan dos noches, visitando la Cueva de las Manos y una laguna dentro de la estancia con centenares de aves: flamencos, cisnes de cuello negro y coscoroba, cauquenes, patos cuchara, barcino y zambullidor, y el poco común macá tobiano.

Desde la estancia Cueva de las Manos se alcanza a distinguir la entrada a la famosa Cueva

El Parque Nacional Perito Moreno
A esta altura de la gira del viaje por el norte de Santa Cruz, los paisajes ya han deslumbrado tanto que el viajero supone que ya no queda mucho por descubrir. Sin embargo, al llegar al Parque Nacional Perito Moreno –no confundirlo con el Parque Nacional Los Glaciares, donde está el famoso glaciar Perito Moreno–, todos se preguntan por qué este parque no es más conocido. Y la única explicación es su lejanía y aislamiento.

En el parque, la naturaleza patagónica sorprende una vez más no sólo por su belleza sino también porque presenta un perfil diferente a cualquier otro, con paisajes montañosos sin bosques en plena cordillera de los Andes. Desde la zona de Cueva de las Manos se llega desandando el mismo camino por la ruta 40 hacia el sur –previo paso por Bajo Caracoles–, para tomar la ruta provincial 37 hacia el oeste.

Hay dos posibilidades de alojamiento en la zona del Parque Nacional Perito Moreno: la estancia Menelik y La Oriental. Menelik fue creada por un inmigrante alemán en 1920 llamado Juan Brodner. Con la crisis del campo en la década del ’90, la estancia permaneció cerrada varios años, hasta que en 1988 la adquirió una sociedad anónima que la reabrió para el turismo con mucho confort. Una singularidad de esta estancia es que tiene dos refugios bastante económicos, con cinco cuartos de entre seis y diez plazas y varios baños. Muy apartada de los refugios está la casa de huéspedes con habitaciones dobles con baño privado y un living con gran ventanal frente a la estepa vacía.

Por lo general los huéspedes se quedan dos noches. Algunos visitan el parque nacional en dos jornadas y también realizan alguna cabalgata o caminata dentro de la estancia, que limita con el parque. La estadía también permite conocer actividades propias del quehacer rural como el amanse de potros, la esquila de las ovejas o el carneo de una vaca. Todos los viajeros llegan con auto, ya que no hay prestadores que ofrezcan excursiones al parque. Existe sí un micro llamado Overland Patagonia, que une Bariloche con El Calafate y visita el parque haciendo noche en Menelik (ver datos útiles). La estancia abre desde el 1º de octubre hasta fines de abril y ofrece venta de combustible.

La otra alternativa para visitar el Parque Nacional Perito Moreno es la estancia La Oriental, con un perfil mucho más rústico. Los originales dueños fueron unos uruguayos que se instalaron en la zona entre 1915 y 1918. La Oriental tiene unas 21 mil hectáreas, de las cuales seis mil están dentro del parque. En esa área protegida, la estancia no puede criar ganado; sólo debe ofrecer servicios para el turismo.

En el trayecto hacia la estancia La Oriental, suelen verse manadas de ñandúes corriendo despavoridos, tropillas de decenas de guanacos y hasta algunas escurridizas mulitas. El tiempo promedio de alojamiento es de dos o tres noches y se realizan varias excursiones: una de medio día al lago Burmeister, que desemboca en el Atlántico, y otra de igual duración a la Península del Lago Belgrano. Uno de los paseos más deslumbrantes es a Piedra Clavada que se hace en una camioneta 4x4 y con guía de la estancia (150 dólares, hasta cuatro personas). La estancia también tiene un camping con luz eléctrica, baño y duchas con agua caliente y cocina.

Datos útiles
* María Aike
Tel.: 0297-154144202, 0297-156235964
e-mail: estanciamariaaike@yahoo.com.ar
Con transporte público se puede llegar con los micros de Chaltén Travel (que unen Bariloche con El Chaltén todos los días en temporada alta).

* Estancia Cueva de las Manos
Tel. 011-4901-0436 www.cuevadelasmanos.net

*La Oriental
www.laorientalpatagonia.com.ar

* Menelik
011-5371-5582/83
www.cielospatagonicos.com

*Telken
Tel.: 02963-432079
e-mail: telkenpatagonia@yahoo.com.ar
www.estanciasdesanta cruz.com

*Estancia Suyai
Quienes no lleguen en auto propio pueden ir en micro desde Comodoro Rivadavia hasta la localidad de Perito Moreno y luego tomar otro hasta Lago Posadas, donde un vehículo de la estancia los va a buscar
Reservas: 02963-490242 e-mail: info@incro.com.ar

Cómo moverse
La empresa Overland Patagonia ofrece un servicio de combi que une Bariloche con El Calafate y viceversa en 4 días y 3 noches por la ruta 40. En una de esas noches se duerme en el refugio de la estancia Menelik y se visita el Parque Nacional Perito Moreno

Cuándo ir: Las estancias abren al turismo de octubre a abril. Cierran después de Semana Santa.

Centro de Información Turística de Santa Cruz en Buenos Aires
Suipacha 1120. Tel.: 43253098 / 43253102
www.epatagonia.gov.ar

Julián Varsavsky
Pagina 12 - Turismo

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Cruceros: Por los helados mares del Sur

EL BARCO NORUEGO MS NORDNORGE, SEMIOCULTO POR UN ICEBERG, FRENTE A LA BASE BRASILEÑA FERRAZ

Islas Malvinas, Georgias del Sur y Antartida
Alguien comenta, con gracia, en los días previos a la partida: "¿Qué otro destino puede ser más lejano y solitario? ¡La luna!". Cuando se pronuncia la palabra Antártida algo extraño sucede en las personas, despertando las más extravagantes fantasías. La travesía había provocado una reacción inesperada en el entorno: recomendaciones en exceso, pedidos -casi ruegos- de convertir en fotos toda la experiencia y hasta llamados algo inquietantes "de despedida". Por fin llega el gran momento, un martes de primavera a la hora del ocaso. "Uno no hace un viaje; el viaje lo hace a uno". La frase del escritor John Steinbeck encabeza el programa de actividades del primer día a bordo del crucero MS Nordnorge, a modo de acápite o de presagio. Lentamente, el barco noruego se aleja de la costa porteña para dirigirse a un objetivo lejano y ambicioso: alcanzar el continente antártico, haciendo escalas en las islas Malvinas y Georgias del Sur. Es verdad. Suena inalcanzable, inhóspito, inhumano, gélido.Durante dieciocho días, la nave se convierte en el hogar de pasajeros disímiles, quienes -se presume- jamás hubieran iniciado un diálogo en circunstancias más convencionales. Sin esperas después del check-in, cada uno ingresa a su cabina (o camarote) y, de inmediato, se desarma la valija por completo y se llena el placard con la alegre idea de "mudarse" al buque.

El primer amanecer es intenso, al despertar con el oleaje bajo el cuerpo. Será porque el suelo se encuentra siempre en movimiento, o será porque la fuerza de la naturaleza hace trastabillar al más ateo, pero este viaje es para muchos una permanente búsqueda de equilibrio. En el restaurante del cuarto piso (deck 4), los mozos filipinos están pendientes de los 213 pasajeros durante el desayuno, aunque sea buffet. Sonríen siempre y se esmeran por agregar a su inglés neutro alguna frase en el idioma del interlocutor. A veces se sospecha si detrás de esa cordialidad no estarán riendo a carcajadas al observar el esfuerzo de los pasajeros por caminar de costado, zigzagueando entre los platos fríos y calientes, cargando tazas de café.

En este piso también se encuentran la biblioteca, la boutique, el bendito Café Vagar -abierto las 24 horas- y salones de conferencias.

No saber inglés o alemán es un problema. Una pareja española no entiende una palabra del programa diario ni de las indicaciones que continuamente anuncian los altavoces. Como si se tratara de Gran Hermano, el joven apunta al techo con su índice y pregunta: "¿Qué es lo que ha dicho? ¡Vale!".

La mejor vista del barco le pertenece al gran salón del deck 7 ubicado sobre la proa, al lado del bar con piano. Dos mujeres alemanas guardan un silencio de catedral y realizan movimientos mínimos cuando me ven contemplar el mar hipnótico desde un sillón.

No hay una ola igual a otra. Los primeros días transcurren en altamar y se aprenden algunos secretos porque las aguas azules y temperamentales son también un destino a conocer, con idioma propio. La primera escala será West Point Island (isla Remolinos), en la Gran Malvina. Las charlas sobre pingüinos, aves diversas, elefantes marinos y focas leopardo, cambian de tono para "explicar" la Guerra de Malvinas de 1982 bajo el título "It's war!" (en alusión a una vieja tapa de The Sun). Un matrimonio belga pregunta intrigado: "¿Por qué esas islas son tan importantes para los argentinos?". Obviamente, Malvinas es para la mayoría de los pasajeros una escala más antes de llegar al continente blanco.

La tarde transcurre apacible y soleada. La mujer de Las Vegas teje una manta verde. El señor escocés lee un best-seller junto a la bandera noruega que flamea en la popa. La pareja de periodistas mexicanos toma su tequila con chiles, unos ajíes picantes que llevan en la mochila por si les da "abstinencia de picor". La dama sueca pinta acuarelas en la terraza del deck 7. Una argentina toma mate. Y el catalán solitario recorre todos los pisos, incansable desde el alba, obsesionado por absorber cada paisaje. Como la inglesa de los prismáticos, firme en la proa.

En la cuarta mañana aparecen las islas Malvinas en la ventana de la cabina 601. En botes Polar Circkle con capacidad para ocho personas se llega a West Point luego de uniformarse como un expedicionario del siglo XXI con salvavidas, botas de lluvia y pantalones impermeables. Se camina cuesta arriba hasta Devil's Nose, donde convive una colonia de pingüinos rockhopper con albatros entre la niebla y el viento helado. Ken conduce una Land Rover con volante a la derecha. El galés visita la isla de flores amarillas y cuatro habitantes desde hace 15 años. Residen en una casa de madera blanca, junto a un mástil con la bandera británica.

Miles de cruceristas visitan cada año la casa de los Napier -cuyos familiares llegaron en 1879-, que invitan con té y budines. Una tradición que empezó en 1968, cuando arribó el primer crucero. La única condición: dejar las botas embarradas en la puerta.

Los últimos minutos permiten recorrer la playa de arena clara, donde tres aves de rapiña negras irradian espanto desde un barco semienterrado y derruido.

Después del almuerzo ("estuve en Malvinas", la mente repite incesante y aturdida), se navega rumbo al sur de la Gran Malvina, hasta New Island (isla de Goicoechea). Conversador, el inglés Tony Chater vive en las islas desde 1972, donde vende fotos y postales.

Escucha por la radio la final del Mundial de Rugby entre Inglaterra y Sudáfrica y elogia a Los Pumas. Un lugar insólito para enterarse que se ubicaron en el tercer puesto. Tony y Kim tienen dos hijos y otra casa en Puerto Argentino. La población se completa con Georgina, que es argentina y vive aquí con su padre y su novio. Son siete personas y cientos de pingüinos rockhopper.

Aunque intensa, la primera jornada malvinense termina con un signo de interrogación que no respondieron los pequeños seres de ojos rojos y penachos amarillos. Pero la jornada en Puerto Argentino (Stanley), en la Isla Soledad, resulta devastadora, insuficiente, perdurable. En ese orden.

LOS PASAJEROS RECORREN LA ISLA REY JORGE, EN SHETLANDS DEL SUR

En Puerto Argentino
El barco llega a las 7.30 de un domingo gris. Reconocible por el recuerdo de dolorosas fotografías con soldados, la costera Ross Road es la calle adecuada para conocer la ciudad. Abundan las construcciones típicamente inglesas, y las casas de madera con techos de colores. Las Villas Jubilee, de 1887 y paredes con ladrillos de barro son la excepción. A pocos metros y junto a la Catedral se levanta el curioso Arco de Barba de Ballena, huesos de mandíbulas de ballenas que conmemoran el centenario de la posesión británica de las islas en 1933.

En la costa se encuentra Victory Green: cuatro cañones sólo disparan en ceremonias como el cumpleaños de la Reina. A un costado, se exhibe el mástil de madera de la antigua nave SS Gran Bretaña. Precisamente, la Bahía de Stanley es uno de los mayores cementerios de barcos del siglo XIX. Como el Yelung, que arribó averiado en 1870 y quedó en la orilla abandonado. Sobre las colinas de enfrente se destacan cuatro nombres formados con piedras blancas. Pertenecen a barcos patrulleros de la Marina Real: Barracuda, Beagle, Protector y Endurance.

Los cruceristas visitan las iglesias (católica y anglicana), el Correo en el edificio Townhall (con cabinas teléfonicas y buzón colorados) y el viejo astillero. Hasta llegar al Monumento a la Liberación. Sí, el 14 de junio es feriado y se recuerda a "los británicos que perdieron sus vidas en la liberación de las Falklands de las fuerzas argentinas, que invadieron las islas en 1982". En Malvinas siempre definen a la guerra con dos términos: invasión y liberación.

Nikki pertenece a la séptima generación de ingleses en Malvinas. Durante la guerra se mudó a la estancia de sus primos de Long Island, y recuerda a los soldados argentinos: "Se veían muy jóvenes e inocentes". Todavía se escribe con Pedro Miguel.

El Museo es uno de los sitios más impactantes, con cartas y armas de soldados argentinos, un despacho de DYN sobre la rendición de Menéndez, recortes de diarios ingleses y la reconstrucción de un pozo de zorro. Cesa la lluvia y se abre un arcoiris sobre los giftshops y los pubs Globe y Victory. En el interior, uno se pregunta si no estará en Londres.

Hacia el Continente Blanco
Un martes, cuando se visita el puente de mando y el capitán Arnvid Hansen habla de los radares, comienza a nevar con furia. Los pasajeros salen a cubierta a sacar fotos de la tormenta. La tarde regala la aparición del primer iceberg en el horizonte. En la pizarra donde se van tildando las especies que se han visto hasta el momento, se cuelga un anuncio eufórico sobre el acontecimiento, con latitud y longitud incluidas.

En Georgias del Sur todo es desmesurado. Bahía Fortuna es la primera escala, con montañas salpicadas de nieve, desfiles de esbeltos pingüinos rey y elefantes marinos durmiendo como rocas. Pero todas las expectativas serán superadas en Grytviken al día siguiente.

Cada día la tripulación propone y la Antártida dispone. Por eso, en lugar de bajar a una base polaca, se visita la Base Ferraz en la isla Rey Jorge. A paladas se cava en el hielo un túnel escalonado para despejar el acceso. Como corresponde a una base brasileña, hay música y los hombres ofrecen café en remera y ojotas. Al enterarse de la presencia de seis argentinos llaman al "Maradona brasileño". Paulo saluda con su parecido lejano, la doctora vende souvenirs y los pasajeros envían postales. Se trata de una costumbre vigente en la Antártida gracias al cotizado sello postal del confín del mundo. Algunos se escriben a sí mismos para confirmar que pisaron suelo antártico.

Luego de conocer a los pingüinos de barbijo en la isla Medialuna, el sol anaranjado se hunde en el mar a las 21.30. Noticias de otro mundo dicen que Cristina ganó las elecciones presidenciales. El día 14 comienza con rocas de hielo golpeando contra la base del bote que conduce a la isla Danco. Hay apenas una hora para subir a un cerro habitado por pingüinos papúa. La experiencia de acostarse apartada en la nieve es interrumpida por otro espectáculo superlativo: cientos de pingüinos nadan hacia la costa a toda velocidad, saltan en el aire y comienza una marcha de película. La visita a la isla se prolonga gracias a esta manifestación, que cruza el surco hecho en la nieve por los humanos y obliga a esperar a que pase el último pingüino. Se vuelve al barco con el alma expandida. El desembarco en Neko Harbour marca un hito. Por primera vez se pisa el continente antártico –no una isla–, al mismo tiempo que aparece la bandera argentina sobre un refugio cerrado.

Entre icebergs azules y turquesas, los altavoces anuncian el avistaje de una ballena minke. Los mexicanos invitan con champagne y el rockero sueco vende sus discos. Es la última noche en el barco para cuatro británicos que se quedarán hasta marzo en la Base Port Lockroy. Después de una exitosa venta de souvenirs, se instalan en cabañas de madera oscura, austeras y cálidas. El capitán amaga con transitar el magnífico Canal Lemaire, entre altas montañas que aprietan el paso. Aunque vuelve por la cantidad de hielo y retoma el Estrecho Gerlache, ha sido uno de los días más gratificantes. Ahora el mar parece un lago, sin altibajos.

Pero la Antártida aún depara otra sorpresa en su larga noche de despedida, cuando enormes placas de hielo cubren por completo la superficie marina. El desembarco en la isla Decepción tiene sabor a final, pero feliz. Aunque la marea no deja que afloren aguas termales en la playa volcánica, diez pasajeros se bañan en el mar antártico sin el habitual chapuzón caliente. Por fortuna, también es inusual la calma del temido Pasaje Drake, lo más peligroso del viaje. Al otro día, cuando el avión alcanza la altura crucero –vaya paradoja–, el sol ilumina gruesas nubes onduladas y me permite volver a la Antártida. mejor, traerla conmigo.

La sensibilidad antártica
Visité la Antártida unas 25 veces, un lugar que empecé a descubrir a través de las lecturas de los expedicionarios. Es un continente donde no encuentro diferencias de banderas ni de culturas, todos mis amigos son iguales aquí. El medio es mucho más fuerte que las personas y los problemas son discutidos de forma más transparente. Me gusta mucho revivir esta experiencia, y encuentro ciertas analogías con mi querida Para Ti, en Brasil, preservada por una casualidad geográfica porque sus bahías dificultan la apertura de carreteras. De cierta forma, con la Antártida acontece lo mismo: hay aislamiento y dificultades en el medio. No vengo por la majestuosidad ni la belleza, sino por la sensibilidad antártica. Y creo que la gente vuelve porque, además de haber más información, todo cambia. Un viaje en octubre es completamente distinto a uno en diciembre. En lo personal, luego de cruzar el Atlántico a remo y de recorrer la Antártida en velero y vivir cien días en mi nave encallada, sigo proyectando embarcaciones. Voy a bajar a la Antártida todas las veces que pueda.

Diana Pazos
Clarín - Turismo

domingo, 16 de diciembre de 2007

Buenos Aires, más allá de la postal

Los turistas catalanes con los que converso vienen a Buenos Aires para cumplir los siguientes objetivos: Puerto Madero, la Boca, una cena con espectáculo de tango, los shopping-centers. Se quedan tres días y parten hacia Puerto Madryn para avistar ballenas. Me preguntan si tienen que ver algo más y me quedo pensando.

Conozco Barcelona y, por lo tanto, es inevitable que esa ciudad se cruce en el momento de contestarles. Primero se me ocurren cosas que no sirven a quienes vienen por primera vez a Buenos Aires: les digo que no vale la pena Puerto Madero, y enseguida me doy cuenta de que ese comentario no es pertinente, porque va en contra de lo que han aprendido escuchando a quienes les describían la ciudad que venían a conocer. En cinco minutos yo no iba a destruir lo que largas horas de navegación en internet o de conversaciones con el agente de viajes habían inculcado. A ellos no les servía que les dijera que podían comer en los restaurantes menos pretenciosos e igualmente buenos de otros barrios, ni que en la calle Montevideo los bifes eran tan argentinos como en Puerto Madero pero más baratos. Sólo los porteños y los turistas más jóvenes e independientes, o los que llegan de Chile y Uruguay, saben que el viejo centro de Buenos Aires todavía existe.

En cuanto a la visita a La Boca, les pregunto si los van a llevar a conocer la cancha, que vale realmente la pena, elevada, compacta y casi cilíndrica. Me dicen, después de consultar sus libretas, que los llevarán a Caminito. Se me pasa por la cabeza, como una pesadilla en tecnicolor, un domingo a mediodía en Caminito, maquillado para turistas. Les digo que, por lo general, los porteños tratamos de evitar ese paraje demasiado preparado y carísimo en relación a lo que ofrece; si vamos, visitamos la galería Proa cuyos techos dan sobre el Riachuelo: la mejor vista del barrio, desde una terraza que hubiera pintado Spilimbergo. Les digo que vayan al Tigre, en el Tren de lancha hasta cualquier recreo. Se miran y me preguntan si el Tigre no se parece demasiado al delta del Ebro. No sé qué contestarles porque nunca se me hubiera ocurrido la comparación.

Para cortar el silencio que indicaría que no sé nada de la ciudad donde vivo, les recomiendo que vayan al Centro Cultural Recoleta, si tienen libre un sábado o un domingo a la tarde. Allí hay una mezcla de gente y cosas, donde la cantidad de paseantes locales evita un pintoresquismo sólo apto para el turismo. Enseguida se me ocurre una idea inadecuada: ¿por qué no se van hasta Liniers, a conocer una feria extraordinaria gestionada por comerciantes bolivianos? Pueden tomar el subte más viejo de América latina, ya depor sí una antigüedad pintoresca, que los acerca a mitad de camino desde el Centro.

Crece la desconfianza: los turistas piensan que han venido a conocer la Argentina, no comunidades bolivianas. Les explico, entonces, que Argentina es eso: un lugar de llegada, adonde probablemente algunos de sus parientes lejanos arribaron hace un siglo desde España. Que Buenos Aires no sería lo que es sin ese flujo constante de gente que viene de lejos y que el tono cosmopolita de la ciudad tiene que ver no simplemente con elites que hablaban lenguas extranjeras a fines del siglo XIX sino con migrantes pobres que llegaban primero de Europa, después de las provincias y, finalmente, de Bolivia, Paraguay o Perú. Buenos Aires es cosmopolita no sólo por arriba, sino, fundamentalmente, por abajo: las especias que se venden en la feria de Liniers alimentan nuestro cosmopolitismo tanto como los restaurantes de sushi que surgieron varias décadas después de que los inmigrantes japoneses llegaran a la Argentina, sin que se les ocurriera venderles pedacitos de pescado crudo a los porteños que, en aquel entonces, se atenían a una dieta estricta de cuadril y papas fritas.

Sobre el espectáculo de tango no se me ocurre nada con que ayudar a mis interlocutores catalanes. No sé nada de tango por una razón muy sencilla: los gustos musicales se forman en la primera adolescencia y la mía coincidió con la gloria de Elvis Presley, que obligaba a oponerse de modo absoluto a la cultura musical de los padres. Después no reparé esa carencia seguramente reprochable. Compenso la falta recomendándoles las mejores disquerías que conozco y sigo hablando a toda velocidad sobre un tema que les preocupa: las propinas. Creo ser justa cuando les digo que una base del diez por ciento es de rigor, y que de allí para arriba. Ellos suspiran aliviados porque pensaban que el régimen neoyorquino del quince por ciento regía en todas las ciudades del nuevo mundo (en Barcelona los porcentajes son muy inferiores).

Conozco perfectamente Buenos Aires y, sin embargo, parezco dubitativa frente a los interrogantes turísticos. Buenos Aires no tiene grandes atracciones, comparada con otras ciudades de América latina como México o Río de Janeiro. Es, sin embargo, una ciudad extraordinaria para conocer, pero nunca en tres días. Esa es una medida de tiempo inadecuada. París impacta en pocos minutos, lo mismo que Roma. Buenos Aires, como Berlín, pide otro paso.

Beatriz Sarlo
Novelista - Ensayista
Revista Viva - Diario Clarín

viernes, 14 de diciembre de 2007

Al Tíbet en el Tren del Cielo


Montañas con nieves eternas, lagos azules y yaks que pastan en llanuras interminables se ven desde el ferrocarril que une a Beijing con Lhasa, la capital tibetana. El recorrido, famoso por ser el más alto del mundo, convoca a turistas curiosos y a colonos chinos destinados a convertir al Tíbet en una región modelo para el régimen comunista.

Ahí está. A casi cinco mil metros de altura, soportando la nieve que cae sobre los montes tibetanos, hay un hombre solo con un rebaño de yaks y un refugio que no es más que una carpa fabricada con coloridas telas.

Aparece a lo lejos y su diminuta figura hace que todos los turistas a bordo del ferrocarril de Beijing a Lhasa se agolpen para tratar de tomarle una fotografía.

Si no hubo suerte, más adelante aparecerá otro pastor, y luego uno más, o sólo serán manadas de yaks pastando. Ellos y las montañas, con sus nieves eternas, son los sencillos protagonistas en los majestuosos escenarios de este viaje, que recorre 4.062 kilómetros y que se conoce como el Tren del Cielo, pues llega más cerca de las nubes que ninguna otra línea férrea en el mundo.

Los chinos, que son mayoría en el tren, ni se inmutan con el paisaje. Se quedan sentados, siguen comiendo los noodles que traen como provisión para el camino y tratan de acomodarse como sea para dormir.

Apenas salimos de Beijing algunos dejaron sus puestos y terminaron acostándose en el suelo, preparándose para estas 48 horas de viaje. Vienen cansados. Son trabajadores que por un incentivo económico del gobierno abandonan sus hogares para trasladarse a la capital del Tíbet.

Antes de la llegada del tren, que se inauguró el 1 de julio del 2006, llegar a Lhasa implicaba un esfuerzo gigante. El largo y difícil camino en auto era la alternativa, junto al avión.

Pero hoy los chinos están tan acostumbrados al viaje en ferrocarril que ni siquiera les afecta la altura. En cambio, algunos turistas occidentales, sobre todo los mayores, deben recurrir a los inhaladores de oxígeno que tiene cada pasajero bajo su asiento para luchar contra el dolor de cabeza y el mareo que aparecen en el segundo día de trayecto, cuando el tren se adentra en la meseta tibetana y los pastores nómades se dejan ver. Ni las cabinas presurizadas les ayudan a evitar la desagradable sensación.

Si alguien llegara a sentirse muy mal, el tren cuenta con médicos a bordo. Pero esta vez, por suerte, nadie parece necesitarlos.

Imágenes memorables
Uno quisiera tener memoria fotográfica cuando ve pasar frente a sí paisajes desolados que parecen sacados de la National Geographic.

Fue un día atrás que los turistas dejaron sus hoteles para tomar el tren, y a pesar del cansancio, nadie quiere que el viaje se acabe. Ni siquiera los más apunados.

Las detenciones de la locomotora en Shi Jiazhuang, Xi'an, Lan Zhou y Xi Ning sólo dieron tiempo para estirar las piernas. Pero eso ahora parece no tener ninguna importancia. El sol cae y el atardecer pilla al ferrocarril en un valle rodeado de inmensas montañas teñidas de rojo y naranja. Y, claro, los clicks–clicks–clicks de las cámaras vuelven a oírse.

Las entretenciones a bordo son pocas. Jugar naipes, leer o revisar el mapa. Pero la que lejos gana es mirar por la ventana, tratando de grabar los ríos y montes en la memoria, o de estamparlos en video.

Al llegar a Golmud, un pueblo de 200 mil habitantes, todavía hay gente que se acerca para ver pasar el tren. Después de vivir aislados, recibir constantemente a personas con rasgos e idiomas tan distintos sigue asombrando a los tibetanos.

Pero dentro del ferrocarril, lo que sorprende a los turistas es el nulo dominio del inglés de la tripulación. Por suerte, la lengua no es barrera para admirar y ver alejarse algunos de los 283 puentes y 10 túneles que el tren atraviesa y que fueron construidos pensando en no bloquear las rutas de los animales migratorios.

La nieve cae, y sólo un poco antes de llegar al paso de Tanggula, el punto de línea férrea más alto del mundo –ubicado a 5.072 metros sobre el nivel del mar–, el cielo blanco vuelve a su azul intenso, el color característico en esta zona montañosa.

Es un azul que, contrapuesto con las llanuras eléctricamente verdes, recuerda al altiplano. Pero las banderas de colores izadas como ofrenda en las aldeas o roqueríos, que pasan en cámara rápida por la ventana, no permiten olvidar que ya estamos en el Tíbet.

Tan alto e inaccesible era hasta ahora Tanggula, que para los locales su nombre significa "las águilas no pueden volar más alto". Por eso no extraña que este hito de la ingeniería sea el máximo orgullo chino en la región.

Entre los pasajeros, la sensación es que hay que celebrar. A pesar de las recomendaciones de no tomar bebidas alcohólicas para evitar el apunamiento, pocos hacen caso. Un grupo de cuatro mochileras alemanas que están recorriendo Oriente piden cervezas. Los franceses de la mesa de atrás las siguen. Si hay que brindar, ahora es el momento, cuando el tren pasa bordeando el sagrado lago Nam Tso, con sus aguas esmeralda.

Y también es hora de almorzar, pero no es fácil manejar la técnica de los palillos chinos, comer las verduras salteadas, el pollo y arroz mientras se trata de admirar el paisaje. Pero hay que esforzarse, sobre todo si no se trajo ninguna provisión, aunque los fuertes aliños de las comidas no sean del gusto de los comensales más occidentales.

Ya es de noche y la llegada a la capital del Tíbet es inminente. Los horarios son estrictos, la idea es no retrasar el tren y demostrar ante todo la eficiencia del régimen comunista. Por eso, y como en cada viaje, la llegada a Lhasa es puntual. La moderna estación está repleta y todos los pasajeros deben descender.

Lhasa, destino final
Los chinos que llegan a la capital del Tíbet incentivados por el Gobierno bajan del tren con incertidumbre. Los turistas lo hacen con curiosidad. Muchos han escuchado que Lhasa ha perdido gran parte de su encanto por la masiva política de colonización china.

Es cierto que la gran cantidad de autos y motos y las pequeñas casas grises multiplicadas por la ciudad provocan la sensación de que algo ha sido destruido. Sin embargo, sólo hace falta caminar por las calles para encontrarse con decenas de monjes budistas con su túnica burdeo tradicional y darse cuenta de que el espíritu tibetano sigue vivo.

Desde antes que salga el sol, peregrinos dan vueltas alrededor del Templo Jokhang, ubicado en la zona de Barkhor, el enclave tibetano más importante de la ciudad.

Los círculos son una forma de oración, aunque otros más penitentes avanzan arrodillándose y luego tendiéndose en el suelo. Todos dan vueltas el mani, una rueda de madera o metal que en su interior tiene escrito mantras, y que es otra manera de rezar.

En el mismo perímetro, comerciantes y artesanos han puesto sus locales, donde venden pequeños budas, dibujos típicos en cuero, medallas con la cara del Dalai Lama, y manis de todos los tamaños.

Si visita el Templo Jokhang (la entrada cuesta 9 dólares), el más sagrado para los budistas tibetanos, después de las 19 horas podrá escuchar a los monjes recitando sutras. Pero sin importar la hora, desde su terraza superior siempre podrá apreciar una vista privilegiada del Palacio Potala, la construcción más emblemática de la ciudad y residencia del Dalai Lama hasta su huida a la India (visitas de 9 a 18 horas, la entrada cuesta 13 dólares).

El esfuerzo por subir todos los escalones que llevan a la cima del Potala vale la pena: en él se puede conocer las habitaciones del Dalai, las bibliotecas, las salas donde se reunía con sus invitados y los lugares de oración. Pero es mejor no ir el mismo día en que uno llega porque el mal de altura (Lhasa está a 3.650 metros sobre el nivel del mar) podría jugarle en contra.

NorbulinKa, también llamado el Palacio de Verano (la entrada cuesta 8 dólares y abre entre las 9.30 y las 17.30 horas), está rodeado de un gran parque lleno de flores. Es allí donde los Dalai pasaban los meses más calurosos.

Siempre que el tiempo lo permita, los familias tibetanas acampan ahí los fines de semana, y no es raro que se realicen conciertos de música típica. Además las dueñas de casa suelen reunirse a tomar té y pasar la tarde.

Otra atracción de Lhasa es el monasterio Sera (7 dólares), que sirve de universidad para 400 monjes. Un poco más arriba hay una de las pocas congregaciones de mujeres budistas que siguen estudiando. Es sólo para que lo sepa, porque ese lugar no puede visitarse.

Finalmente, el monasterio Deprung construido en 1416 y ubicado a diez kilómetros de la ciudad, cuenta con una vista grandiosa del valle de Lhasa y es otra visita obligada si está en el Tíbet.

Para llegar es recomendable pedirle al taxi que lo espere porque después será muy difícil encontrar otro transporte. Pero antes de subirse a él pida en su hotel que hablen con el taxista. En Lhasa se cuentan con los dedos las personas que manejan el inglés y el español es casi desconocido. Y eso que, según cifras oficiales chinas, para 2020 el Tíbet recibirá diez millones de turistas.

Para entonces, quién sabe si el Barkhor, con sus edificios de piedra, su olor a incienso y a velas hechas con grasa de yak seguirá existiendo. Tal vez las motos hayan invadido incluso estas calles peatonales y quizás los niños ya no hablen en tibetano y sólo se comuniquen en chino, como los cientos de colonos que se instalan a diario en Lhasa. n

Shangri-La Express, la versión de lujo
Si busca recorrer estos mismos paisajes inolvidables pero con mayor comodidad, paradas diarias con visitas guiadas en diferentes ciudades, y además dos días de tur en Lhasa y Beijing, entonces su opción es el Shangri La Express, un tren de lujo de la misma compañía del Transiberiano y que hace el viaje desde Beijing hacia Goldmud en cuatro días.

El Shangri La Express no llega a Lhasa ya que no cuenta con el sistema de oxigenación necesario, por eso la última parte del viaje se hace a bordo del Tren del Cielo.

Con cabinas dobles o personales, un vagón con piano bar, cómodas duchas, dos comedores, clases de chino mandarín a bordo y un encargado de la limpieza y orden de cada vagón, el Shangri La Express recuerda un crucero de lujo pensado sólo para una treintena de pasajeros. Un guía en su idioma lo acompañará durante la travesía. En Xian, famoso por sus Guerreros de Terracota, gozará de un masaje de pies oriental y de los bailes típicos. Y en Luoyang conocerá las Grutas de Longmen, donde hay más de 100 mil budas tallados sobre relieve, entre otras maravillas. Como referencia, el recorrido de 11 días cuesta desde 5.995 dólares por persona.

Más información:
Dormir
Kyichu Hotel: uno de los primeros hoteles privados de Lhasa. Tiene 52 habitaciones; dobles desde 27 dólares. www.kyichuhotel.com

Dhod Gu Hotel: tres estrellas con habitaciones amplias y limpias. Dobles desde 65 dólares. www.dhodguhotel.com

El tren a Lhasa puede ser tomado desde Beijing, Shanghai o Chengdu. El pasaje en el vagón de asientos vale 53 dólares; en cama, entre 110 y 170 dólares. Éste se compra sólo en Beijing.

Para entrar al Tíbet se necesita un permiso chino. Lo tramitan las agencias de turismo.

Info web
www.china–train–ticket.com
www.seat61.com
www.chinatibettrain.com
www.gwtravel.co.uk
www.treneseuropeos.cl

Amalia Torres
El Mercurio - Chile

domingo, 9 de diciembre de 2007

Catamarca: viaje a Antofagasta de la Sierra

Las ruinas de la ciudad inca de El Shincal


Travesía de una semana hasta Antofagasta de la Sierra, en plena Puna catamarqueña, pasando por los pueblos de Belén y Londres y hermosas lagunas pobladas de flamencos. La aventura de recorrer por dentro el cráter de 40 kilómetros del volcán Galán. También, una visita a las ruinas incas de El Shincal.

Aunque la Puna argentina se visita generalmente desde Salta o Jujuy, también se puede hacer el viaje desde Catamarca, en una travesía que permite conocer el interior del cráter del volcán Galán, cuyos 40 kilómetros de diámetro lo convierten en el más grande de la Tierra, y visitar las ruinas incas de El Shincal, consideradas las más importantes de esa cultura andina en Argentina. En el camino por el paisaje catamarqueño aparecerán, entre otros atractivos, el Salar del Hombre Muerto, varias lagunas llenas de flamencos, laderas con centenares de vicuñas, las ruinas arqueológicas de un poblado preincaico y pueblitos coloniales con casas de adobe que poco ha crecido en cuatro siglos y medio, desde su fundación por los españoles.

Hacia lo alto
El viaje a la puna catamarqueña parte desde la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca por la ruta provincial 38, en un minibús para veinte personas especialmente preparado para la altura. Antes de comenzar a subir a la Puna la ruta hace un rodeo por la ciudad de Aimogasta en La Rioja. Nuevamente en Catamarca, se empalma con la Ruta Nacional 60 y finalmente con la famosa 40 con rumbo norte, hacia el pueblito de Londres, cuya única calle asfaltada es la misma ruta que lo atraviesa por la mitad. En el trayecto a Londres se visitan también las ruinas de la ciudad de El Shincal, el sitio arqueológico inca más importante de la Argentina (ver recuadro).

El pueblo de Londres fue fundado por los españoles en 1558 y lo bautizaron con ese nombre en homenaje a los Tudor de Inglaterra, con quienes los borbones se aliaron gracias al casamiento entre Mary Tudor y Felipe II. A pesar de ser la segunda villa colonial más antigua de la Argentina –después de Santiago del Estero–, Londres ha cambiado muy poco a lo largo de los últimos 450 años, ya que casi todas sus casas siguen siendo de adobe. Sus 2600 habitantes viven en su mayoría del tejido de ponchos, mantas y ruanas y de la alfarería artesanal, además de la producción de nuez. De las dos iglesias del pueblo, la más antigua es la de la Inmaculada Concepción, construida hace 210 años.

A 15 kilómetros de Londres está la ciudad de Belén, equidistante unos 300 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca y de Antofagasta de la Sierra. En Belén se duerme la primera noche y se hace una visita a unas famosas tejedoras especializadas en ponchos. A la mañana siguiente se sigue viaje hacia Antofagasta de la Sierra por un camino de ripio con algunos tramos de asfalto y en ascenso constante hasta el paraje Pasto Ventura (4200 metros de altura), donde comienza el descenso hacia Antofagasta (3400 m.s.n.m).

En el trayecto desde Belén, el minibús se detiene en la Quebrada de Randolfo, donde hay una duna gigante que permite lanzarse en tablas de sandboard y trineos sobre la arena. Más adelante, las vicuñas comienzan a multiplicarse por centenares, la vegetación se reduce a unos pastos ralos, y aparecen de a poco algunos de los 220 conos de volcán que pueblan esta región.

Antofagasta de la Sierra está en medio de una gran planicie rodeada de volcanes, campos de lava, salares y geoformas de todo tipo. Cerca del pueblo ya se ven sobresalir dos temibles custodios de piedra con la punta nevada: los volcanes La Lumbrera y Antofagasta. El pueblo, como todos en la Puna, es somnoliento y silencioso, mide tres cuadras de largo y tiene apenas tres calles (sólo la principal está asfaltada). Para dormir se puede elegir entre la Hostería Municipal, un hostal y varias casas de familia. Por la noche lo común en los restaurantes es comer carne de llama –la que más abunda en la zona– y también truchas y guisos de cordero.

Al tercer día de viaje se visita la reserva de flamencos Laguna Antofagasta y luego un sitio arqueológico llamado Peñas Coloradas, que tiene curiosos petroglifos.

Luego de almorzar en Antofagasta, el paseo sigue por el Campo Las Tobas –donde hay petroglifos grabados en el suelo– y continúa hacia Real Grande, un cañón rocoso con pinturas rupestres en las paredes, surcado por un arroyito.

El día cuatro, con los viajeros ya más aclimatados a la altura, quien tenga un mínimo estado físico puede optar por una salida de trekking temprano en la mañana, de baja dificultad, para subir por la ladera del volcán Antofagasta hasta el borde de su profundo cráter. Y a media mañana la travesía continúa hacia Paycuqui, un paraje con vistas espectaculares, y al pueblito de Los Nacimientos, donde se visita una escuelita aislada a la que los viajeros suelen llevar donaciones y comparten una merienda con los chicos.

Uno de los panoramas que ofrece el recorrido por la Puna catamarqueña

El gran Volcán
El recorrido por el cráter del volcán Galán es la excursión más impactante de toda la zona. Y también la más larga y cansadora, ya que se requiere de camionetas 4x4, que hacen un recorrido circular de 340 kilómetros por una huella a veces en mal estado, en una traqueteada jornada de doce horas. Esta excursión se paga aparte –alrededor de 300 pesos– y no necesariamente todos la hacen, ya que algunos prefieren quedarse en Antofagasta.

La excursión al Galán pasa por el poblado de El Peñón, donde se abandona la ruta para continuar por una huella que se dirige directo al volcán. En el camino se ven los flamencos que pueblan la Laguna Grande, mientras se va ascendiendo por la ladera sur hasta el borde mismo del cráter, a 5000 metros de altura (el fondo del cráter está a 4000 metros). Desde lo alto se ve el inmenso cráter de 40 kilómetros de extensión y la laguna Diamante, con su llamativo color turquesa. Al descender al interior del cráter aparecen unos extraños “hervideros de lodo” que dan la sensación de que las entrañas del volcán todavía bullen.

Los vehículos atraviesan de punta a punta los 40 kilómetros de este cráter de 2,5 millones de años, que recién fue catalogado como tal por los geógrafos en 1970, cuando una foto satelital mostró su explosivo origen. En el trayecto de salida se bordea una altísima chimenea volcánica, mientras a lo lejos se divisa el radiante Salar del Hombre Muerto.

Antes de emprender el regreso a Antofagasta, se visitan las minas de oro abandonadas de Hincahuasi.

La gigantesca duna de arena de la Quebrada de Randolfo. Un alto en la travesía para hacer sandboard

Carnaval Y Feria de la Puna
Una buena época para visitar Antofagasta es cuando se celebra el Carnaval junto con la Feria de la Puna. Esta feria agroganadera transcurre de día, mientras que el Carnaval estalla en la noche con carrozas, música de quenas, sikus y alboroto general a lo largo de la calle principal. En la feria se cocina bajo tierra un gran curanto, algunos se emborrachan, llega gente de pueblos vecinos como Antofalla, El Peñón y desde el no tan cercano San Antonio de los Cobres. En la Plaza 9 de Julio se arma un fogón alrededor del cual los vidaleros cantan y dialogan entre sí con estrofas punzantes.

Al sexto día de viaje se cargan los bolsos en el minibús para volver a pasar una última noche en Belén y visitar los restos del Pucará de La Lumbrera, una fortaleza inca construida con piedra volcánica. Así termina el viaje a la puna catamarqueña, uno de los lugares más deshabitados de la Argentina, con 1200 habitantes que viven en 28 mil kilómetros cuadrados.

La ciudad inca de El Shincal
Alrededor de 1470 los Incas entraron al territorio argentino y conquistaron sin mucho esfuerzo culturas locales como los diaguitas, en la zona de la actual Puna catamarqueña. Su dominio duró sólo 66 años, debido a la llegada de los españoles, pero su influencia cultural perduró a lo largo de los siglos en unos 180 lugares, hoy sitios arqueológicos. Uno de los más importantes es El Shincal de Quimivil, considerado una capital o centro administrativo del gran imperio del Cuzco, en el norte de la Argentina, cuya influencia política habría abarcado parte de Catarmaca, Tucumán y Salta. En las 21 hectáreas del sitio se encontró un centenar de edificios que habrían albergado a unos 800 pobladores, sin contar a todos los que vivieron en los campos de alrededor.

El Shincal estaba unido al imperio por esa red de 25 mil kilómetros de caminos incas que enlazaban Machu Picchu, Colombia, Chile, Ecuador y Jujuy. La ciudad comenzó a construirse alrededor de 1470 y estuvo habitada hasta 1536. Su trazado urbano coincide con el modelo inca originado en el Cuzco, con dos plataformas ceremoniales de 25 metros de altura, una plaza principal y numerosas habitaciones comunes. Entre los edificios más importantes que se identificaron hay un “ushnu”, elemento fundamental en la arquitectura inca que oficiaba de centro administrativo, tribunal de justicia, oráculo y centro ceremonial. También se descubrieron varias kallankas, galpones de piedra que se utilizaban como taller de textiles y también como vivienda comunal para personas de alto status, según lo demuestran los restos de la dieta privilegiada que tenían sus moradores. En El Shincal hay un museo de sitio donde se exhiben vasijas, cerámicas, elementos de defensa y toda clase de piezas arqueológicas.

Cómo llegar
Hasta San Fernando del Valle de Catamarca se puede llegar en avión o en micros. Hasta Antofagasta es recomendable ir con vehículo alto o doble tracción y no en un auto común, por el estado irregular de los 300 kilómetros de ruta que van desde Belén a Antofagasta.

Julián Varsavsky
Pgina 12 - Turismo

jueves, 6 de diciembre de 2007

Costa Atlantica: Verano en Mar de las Pampas

A veces, hasta el mar parece acatar la consigna de vivir en calma

La costa atlántica guardó en secreto por muchos años esta pequeña perla escondida entre sus bosques y dunas. Mar de las Pampas es una buena opción para pasar unas vacaciones muy tranquilas, sin prisa y sin apuros, lejos del estridente mundo urbano.

Mar de las Pampas, un balneario a sólo a 10 km al sur de Villa Gesell y a 385 km de Capital Federal, de playas anchas y laberínticos bosques de cipreses, pinos y acacias, es el primer pueblo argentino que pugna por sumarse a una nueva forma de encarar la vida: el movimiento mundial de ciudades lentas. Esta entrañable villa turística, digna de historia de duendes, se ha convertido en los últimos tiempos en uno de los lugares preferidos de mucha gente que, agobiada por el frenético ritmo urbano, optó por bajar la velocidad y darle a sus vidas un nuevo rumbo. La lentitud parece ir en contra de la lógica de estos tiempos, pero quienes integran esta comunidad no piensan en dar marcha atrás.

Se estima que habitan allí unas quinientas personas durante todo el año, y en la temporada de verano llegan a visitar estas playas, ahora de moda, entre 5 mil y 8 mil personas, en general parejas o familias que buscan, sobre todo, tranquilidad. Aquí no hay paradores con jóvenes ávidos de mostrar sus cuerpos esculturales de gimnasio, ni con música a todo volumen. Tampoco hay lugar para la contaminación visual.

Balneario muy “tranqui”
Soleado es el único balneario de Mar de las Pampas. Está construido íntegramente en madera y sobre una base de pilotes, reemplazando así a los viejos balnearios de cemento tal como exige el Plan de Manejo Integral del Frente Costero que se está llevando a cabo desde 2006 en Villa Gesell, municipio al que pertenece esta playa. “Aquí no existe contaminación visual ni hay bullicio. La gente que viene es de buen poder adquisitivo pero bajo perfil, y busca descansar. Los adolescentes no tienen cabida”, afirma Marcelo Hermida, empresario que ganó la concesión del lugar en octubre de 2006 por quince años. “Tratamos de que la publicidad sea de bajo impacto visual y no aceptamos ni marcas de cigarrillos ni bebidas alcohólicas.

La música es moderada y este año tendremos una hora diaria de animación infantil con payasos. Además, estamos preparando un desfile para la primera quincena de enero”, revela el empresario. Un amplio deck con capacidad para unas 40 personas, 130 carpas, alquiler de sombrillas, vestuarios para clientes y baños públicos, cancha de vóley, aros de básquet y servicio de mozo en la playa son las comodidades que ofrece Soleado.

Día de sol en Soleado, el único balneario en las anchas playas de Mar de las Pampas.

Vivir sin prisa
Silvina Villar es dueña del Complejo Calamoresca, y una de las tantas porteñas que eligió Mar de las Pampas. “Esto es un proceso, hace tres años que a través de la AET (Asociación de Emprendedores Turísticos) se empezó a encaminar hacia una ciudad lenta. Para esto se está trabajando más que nada en el campo cultural. La gente que viene a Mar de las Pampas ya tiene incorporado el concepto de vida que se tiene acá, sin saber que está consumiendo slow city”, explica. Y pone énfasis en un tema que preocupa, el turista que no entiende de qué se trata vivir la vida lenta: “A los que se acercan porque está de moda es a quienes más les cuesta incorporarlo.

Les cuesta entender el no a los videojuegos, a la comida rápida, a los shoppings cerrados, a la reducción de la velocidad de los autos y la prohibición de los cuatriciclos en la playa, a respetar los sonidos del bosque, de los pájaros, de la naturaleza. Hasta el concepto de playa, que es distinto al del resto de la costa, es difícil de incorporar para muchos, que preguntan por qué no hay pileta en el balneario, por qué no hay merchandising”. Y agrega: “No es fácil luchar contra el mercantilismo, y ahí tenemos un trabajo muy importante de concientización. La ciudad lenta se ve reflejada en carteles de reducción de velocidad, en la cuadrícula geográfica, en los espacios verdes donde hay espectáculos a la gorra.

La difusión del concepto la maneja cada complejo de forma distinta. Hay una mayor probabilidad de que los complejos familiares o los regenteados por sus dueños se tomen el tiempo de hacerlo porque los que vivimos acá somos los que buscamos vivir sin prisa, que el huésped ame la ciudad lenta, que exija que no sea modificado por las distintas modas. En mi caso, me siento no sólo a llenar una ficha, sino a explicarle adónde está, por qué no existe un supermercado, por qué es mejor que camine nuestros bosques y que no mueva el auto. Es una lucha codo a codo, día a día”, reconoce.


Atención con el cartel: la lentitud es una cualidad muy apreciada en esta playa.

Como ser una “Citta Lenta”
“Vivir sin prisa” es el lema que los pampeanos –tal como se llama a los habitantes de aquí– eligieron para adherir al movimiento que a nivel mundial suma solamente en Europa aproximadamente una centena de localidades, todas con menos de 50 mil habitantes, y que en Sudamérica comienza a ganar adeptos, con Mar de las Pampas como una de las pioneras. Claro que para acceder al status mundial de “Città Lenta” por excelencia son necesarios varios requisitos, tal cual los soñó el ideólogo de este movimiento, un periodista italiano especializado en gastronomía llamado Carlo Petrini.

El hombre, hastiado de tanto fast food, creó en 1986 el concepto de slow food, que propone tomarse un tiempo para saborear y disfrutar de los alimentos. Más tarde, y una vez digerido el primer paso, se extendió hacia un estilo de vida, tomando como terreno de pruebas, a fines de los noventa, pequeños núcleos urbanos como Bra, su pueblo natal, al que luego adhirieron otras localidades transalpinas del norte italiano como Orvieto y Positano.

Entre los requisitos necesarios para sumarse al movimiento internacional se hace hincapié en diversas áreas que se consideran clave: los siete mandamientos establecidos en la llamada Agenda 21: política ecológica y de infraestructura, calidad urbana y de espacio suburbano, promoción de productos locales, atmósfera amigable, conciencia y divulgación del concepto Slow City. Después, un comité especializado se encarga de verificar que los requisitos se cumplan y, si es así, se autoriza a la ciudad a distinguirse con el logotipo del caracol, que identifica a las ciudades lentas. En Mar de las Pampas estiman que esto sucederá recién de dentro de tres o cuatro años, pero a los que eligieron la lentitud como premisa en sus vidas esto no les quita el sueño.

Alojarse, comer y pasear
Esta pequeña villa turística, donde el 70 por ciento de los bosques que tanto trabajo costó sembrar y tanto más ver crecer no son construibles; de calles de tierra donde perderse y llegar una y otra vez al mismo punto de partida es muy fácil, tiene 103 hoteles, o cabañas, como les dicen por aquí, la mayoría construidos en madera y de un marcado estilo patagónico. La mayor parte de los complejos cuenta con piscina, televisión satelital y servicio de playa. Algunos tienen spa y muchos funcionan como apart hotel. La diversidad gastronómica es un punto fuerte del lugar: a pesar de ser una pequeña aldea de playa, los restaurantes son muchos y de muy buena calidad. También hay varios centros comerciales –alrededor de una decena–, todos a cielo abierto, con espacios de “tránsito social” comunes y anfiteatros.

Lo que no abunda por aquí son casas para alquilar, y ni hablar de supermercados: directamente no los hay, aunque existen algunas despensas con precios bastante altos. Pero no hay que alarmarse, pegado a Mar de las Pampas están Las Gaviotas y Mar Azul, dos balnearios que no experimentaron un crecimiento tan grande como su vecino, pero que ofrecen algún que otro mini-mercado con precios más acordes a la realidad, y también alojamientos un poco más económicos que su glamoroso balneario contiguo. Una buena opción para tener en cuenta.

“Mar de las Pampas es un lugar que ha tenido un diseño original privilegiado en su trazado, que en pocos lugares del mundo se puede encontrar. Al tener calles sin salida baja el tránsito”, explica Jorge Ziampris, actual Secretario de Turismo. El comienzo del verano pasado en Mar de las Pampas se vio empañado por unos pocos robos, algo raro en estos pagos.

Al respecto, Ziampris asegura que “el tema de la seguridad está mejor encaminado”, aunque todavía no puede precisar cuántos efectivos destinará la provincia al nuevo destacamento policial de Mar de las Pampas, y espera que el lugar no sea vigilado por las tradicionales patrullas sino por policías montados, algo más acorde a su espíritu. Pero corriendo el foco de las crónicas policiales, Ziampris adelanta que están organizando un festival de jazz para febrero, aún sin confirmación oficial. “Tendrá un diseño de programación específica para el lugar, no tocará una big band –aclara– y se utilizarán los centros comerciales con perfil apropiado para ese tipo de lugares. Habrá una jornada de cierre con un espectáculo central en algún lugar que se convierta en una especie de anfiteatro natural”, explica el funcionario, a pocos días de finalizar su gestión, que aún no tiene sucesor a la vista. Y enumera las excursiones que el turista puede realizar de cara a la temporada que llega: a las tradicionales cabalgatas por la playa y bosques, o los paseos en cuatriciclos –sólo permitidos en el área urbana–, se suman alternativas como salidas de pesca guiadas en gomones hasta para seis personas, o la excursión en camionetas 4x4 por las dunas a la Reserva Natural Faro Querandí, con parada de sandboard incluida.

El faro, alzado entre 1921 y 1922, fue la primera construcción del partido. Con sus 54 metros de altura y arduos 276 escalones de subir, comenzó a funcionar el 27 de octubre de 1922. Vale la pena una escapada hasta allí y, aunque cueste subirlo, la vista compensa el cansancio: el mar hacia un lado y el viento que trae historias de pescadores, las eternas y movedizas dunas hacia el otro. Sin palabras.

Caminar y perderse entre sus árboles escuchando el canto de las aves y andar por una playa libre de publicidades y paradores ruidosos es la alternativa que ofrece Mar de las Pampas. Es en este pequeño lugar de la costa atlántica, donde el reloj no domina a sus habitantes ni visitantes ocasionales, donde ser lento no es pecado y donde el tiempo se aprovecha de otra manera. Donde la lentitud es un elogio y la prisa, innecesaria.

Datos útiles
Cómo llegar:
Desde Buenos Aires, en auto por Autopista Bs. As. - La Plata, Ruta Nac. 2 hasta Las Armas, Ruta Prov. 74 a la izq. hasta Gral. Madariaga y luego empalmar con Ruta 11. O bien Ruta 2, Ruta 63, Ruta 11 y Ruta 56.

En Tren: de Constitución a Estación Divisadero. Ruta 74. Desde allí, servicio especial de ómnibus.

Nota y fotos: Guido Piotrkowski
Pagina 12 -Turismo

lunes, 3 de diciembre de 2007

EE.UU.: Ruta 66

Hace tiempo la Ruta 66 recorría más de la mitad de los Estados Unidos. Por casi medio siglo fue la principal ruta comercial y la mayor arteria turística hacia la costa oeste. Durante todos esos años, la Ruta 66 obtuvo cierto carácter místico, que aún se recuerda con cariño. Ya han pasado sus días de gloria y la mayor parte de la antigua ruta ha desaparecido, pero su nostálgica atracción aún continúa.

La Costa Oeste estuvo una vez tremendamente aislada
Antes del siglo 20, la Costa Oeste de los Estados Unidos estaba tremendamente aislada de la Costa Este y del Medio Oeste por grandes barreras de montañas, desiertos y terrenos desolados. Antes de que se terminara la construcción del ferrocarril transcontinental en el año 1867, era más rápido y más fácil navegar alrededor del extremo sur de América del Sur que tratar de viajar a través del país.

Williams, Arizona

En los inicios del siglo veinte, era difícil y a menudo peligroso viajar de costa a costa. Las rutas pavimentadas en su mayoría terminaban en las Montañas Rocosas (Rocky Mountains), o en el borde de los desiertos del sur. El viajar más lejos a menudo implicaba navegar rutas sin señalizaciones, sin mantenimiento alguno, y a veces, hasta simples caminos de tierra. En todo ese recorrido había muy pocos servicios públicos o recursos para los viajeros.

La Ruta 66 conectó Chicago con Los Ángeles
Unos hombres de negocios de Oklahoma e Illinois decidieron que los Estados Unidos necesitaban una autopista intercontinental que conectara la Costa Este con la Costa Oeste. Naturalmente, pensaron que era conveniente que esta ruta pasara por los pueblos de los que ellos eran originarios: Springfield, Illinois y Oklahoma City. Hacia 1926, ya habían convencido al gobierno de los Estados Unidos del valor estratégico que tendría una ruta de este tipo, y finalmente se empezó con su construcción. La ruta no estuvo completamente pavimentada hasta 1938. La llamaron la Ruta 66.

La ruta 66 comenzaba en la costa del Lago Michigan, en Chicago, estado de Illinois, el gran centro metropolitano del extremo norte del gran valle agrícola del Río Mississippi, en el medio oeste. Chicago ya estaba bien conectada con las grandes ciudades de la costa este. Desde aquí, la ruta se dirigía hacia el sur, atravesando los estados de Illinois, Missouri y el borde de Kansas. En Oklahoma giraba hacia el oeste, atravesando el norte de Texas, Nuevo México y Arizona, hasta llegar finalmente a California. La Ruta 66 terminaba en Los Ángeles, en las playas de Santa Mónica.

La ruta tenía cerca de 2.400 millas (4.000 Km.) de largo. Conectaba muchas de las ciudades más importantes del Medio Oeste y del Sudoeste, como Springfield Illinois, St. Louis Missouri, Oklahoma City, Amarillo Texas, Albuquerque Nuevo Méjico y Flagstaff Arizona. También atravesaba muchos otros pueblitos y villas más pequeños.

Se convirtió en la arteria favorita entre la costa Este y la Oeste
La Ruta 66 rápidamente se transformó en el corredor este-oeste favorito de los camioneros comerciales como así también de los turistas. Esta ruta desviaba todos los cruces de montañas en las Rocosas, y tomaba dirección sur, lo que permitía el paso de tráfico durante todo el año.

Seligman, Arizona

Los residentes de todas las áreas por donde pasaba la ruta 66, pronto descubrieron que este incesante flujo de motoristas necesitaría gasolina, comida, lugares donde hospedarse y entretenimientos a lo largo del camino. Así se levantaron miles de estaciones de servicio, restaurantes, cafés, bares, mercados, y atracciones turísticas. La ruta 66 obtuvo la fama de ser "el hotel o motel del conductor". Las atracciones al lado de la ruta incluían tiendas de regalos y recuerdos, puestos de intercambio indígenas, puntos con vistas panorámicas, zoológicos, museos, lugares históricos y exposiciones de fenómenos geológicos. Era común ver Tipis indígenas gigantescos, enormes estatuas de cowboys y otras estructuras de formas extrañas diseñadas para atraer la atención de los motoristas que pasaban por la ruta 66.

Durante los años '30, cuando la gran depresión económica atrapó al país, una sequía cayó sobre las regiones de campo del medio oeste. Murieron todas las plantaciones en Oklahoma, Kansas y Missouri, y la tierra agrietada se convirtió en polvo. El valle del Mississippi era llamado "tazón de polvo". Cientos de miles de granjeros y agricultores, en la ruina económica total, perdieron sus hogares, y cargaron sus pocas posesiones en autos o camionetas y se fueron hacia el oeste a buscar trabajo. Generalmente se los llamaba "Oakies", por el estado del que eran originarios.

Muchos pueblos sobre la ruta 66 crearon campamentos o campos para motoristas, donde los pobres y desamparados viajeros podían dormir en su coche gratuitamente. La ruta 66 se convirtió en la ruta hacia la Tierra Prometida, California, donde siempre había sol, cosechas abundantes, y trabajos que pagaban bien. El autor americano John Steinbeck documentó esta migración en su novela "Las uvas de la Ira", y llamó a la ruta 66 "la ruta madre".


Bobby Troup escribió "Get your kicks on route 66"(encontrá tu diversión en la Ruta 66)
Durante la Segunda Guerra Mundial, millones de jóvenes viajaban a través de los Estados Unidos, por la ruta 66, cuando partían hacia los campos de batalla en Europa o el Pacífico y cuando emprendían su viaje de regreso a casa. Uno de estos viajeros fue Bobby Troup, un ex-baterista de la Banda de Tommy Dorsey y capitán de la marina. Él dio origen a su famosa canción "Get your kicks on route 66". En los años 60 esta se transformó en la canción de la popularísima serie televisiva llamada "Ruta 66". La ruta madre ha aparecido a lo largo de los años en muchas películas y programas de televisión, y ha ganado su lugar en la historia y la cultura de los Estados Unidos.

Desafortunadamente la ruta madre cayó víctima del progreso. Las súper autopistas y rutas interestatales eran más grandes, más derechas y más rápidas y desde los años 50 en adelante empezaron a reemplazar a la vieja ruta 66. En Octubre de 1984, la nueva autopista interestatal 40 reemplazó al último tramo restante del la ruta 66, cerca de Williams Arizona. Hoy sólo quedan vestigios de la ruta madre. Todavía se puede encontrar secciones de la vieja ruta a lo largo de todo su recorrido original. Las calles principales de muchos pueblos del medio oeste orgullosamente despliegan carteles con la frase "Histórica Ruta 66".

Hackberry, Arizona

La ruta que cayó víctima del progreso
Las secciones más largas de la vieja ruta que aún continúan intactas pueden encontrarse en el oeste de Arizona y el este de California. Una sección de 100 millas de la ruta 66, gira hacia el noroeste, desde Seligman Arizona, a través de la Reservación India Havasupai en Peach Springs, y luego se dirige hacia Kingman Arizona, en el sudoeste, A unas 90 millas al oeste de Kingman, hay otra sección de 100 millas de la vieja ruta 66 que dobla hacia el sur de la ruta I-40 y sigue por el desierto Mojave a través de la pequeña y desolada comunidad de Amboy, California, antes de unirse nuevamente a la autopista en Ludlow.

Si quiere tomarle el gusto a la vieja ruta madre, éste es un buen lugar para visitar. Los pueblos de Williams, Seligman, Peach Springs y la pequeñita ciudad de Kingman han preservado y aún restaurado algunas de las nostálgicas atracciones a lo largo del camino. Todavía pueden verse atracciones turísticas abandonadas al costado de la vieja ruta.

Si quiere seguir el recorrido original de la ruta 66 desde Chicago hasta L.A., le sugiero que compre una buena guía de la ruta 66, Es muy difícil encontrar la mayor parte de las 2.400 millas originales de ruta. Seguramente se verá entrando y saliendo de las nuevas autopistas tratando de encontrar pequeñas secciones de la vieja ruta. Los tramos más largos de la 66 que aún existen están en Arizona y California

Le sugiero que limite su exploración de la ruta 66 a la sección entre Flagstaff Arizona y Los Ángeles. En esa parte encontrará los tramos más largos de la ruta original con un montón de atracciones en los alrededores. El Gran Cañón, Sedona, la Represa Boulder, Las Vegas, Barstow y el Desierto Mojave están cerca de la vieja ruta 66. Si quiere hacer este recorrido con estilo, alquile un Corvette o una motocicleta Harley Davidson en Las Vegas, vaya hasta Kingman, y recorra la vieja ruta madre.

Escrito por: Mike Leco
Traducido por Anabel Elliott
http://www.usatourist.com/espanol/places/arizona/route66.html
Fotos: Web

sábado, 1 de diciembre de 2007

Gales en la Patagonia

Cortinas de álamos y campos cultivados a lo largo de un viejo camino de chacras

Un recorrido por el viejo camino de las capillas galesas, en pleno valle del río Chubut, evoca los avatares de los primeros colonos que llegaron desde la lejana Gales a la Patagonia en el siglo XIX. Pese a la aridez de la estepa, el clima, la soledad y los pocos recursos, hombres y mujeres que creían fervientemente en la idea de proteger su idioma y tradición hicieron todo por alcanzar su objetivo y lo lograron.

Para comprender el significado de la inmigración galesa en la Patagonia es necesario remontarse a sus raíces celtas. Hacia el año 1000, este grupo nómada, de origen indoeuropeo, había ocupado gran parte de Europa y, a pesar de estar dispersos, lograron preservar tenazmente sus costumbres. Sin embargo, con la llegada de romanos y posteriores invasiones germánicas la movilidad y el avance de los celtas se detuvo hasta ser confinados a regiones como las Islas Británicas, donde finalmente quedaron establecidos. En el año 1066 sufrieron una invasión normanda pero supieron mantener su independencia, idioma y tradición. Sin embargo, la libertad no duró eternamente. Debido a problemas religiosos entre Enrique VIII y el Papa, el monarca temía que Gales fuera reclamada por la Iglesia ya que el dominio inglés sobre ese país (con idioma y tradiciones completamente diferentes) no era total.

A fin de evitarlo, Inglaterra firmó, en 1536, un acta de anexión de Gales y trató de eliminar el idioma galés y convertir a sus habitantes en ingleses. Pero no pudo lograrlo pese a intentar someter a los galeses por todos los medios. Finalmente, ante el empeoramiento de las condiciones de vida por la opresión y la discriminación que ejercía la corona inglesa sobre el pueblo galés, la única salida fue emigrar. Entre 1814 y 1914 miles de galeses fueron a Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda e, incluso, Brasil, aunque la radicación en países de habla inglesa no resultó justamente por la influencia del idioma. Era preciso encontrar un lugar totalmente aislado para crear una colonia que no se “contaminara” por la influencia exterior y en la cual sólo se hablara galés. Lo ideal era un sitio deshabitado y sin gobierno propio para que no los terminara asimilando.

Pioneros en la estepa
La idea de instalar una colonia en la lejana Patagonia se gestó alrededor de 1850, basándose en los detallados escritos de Darwin y Fitz Roy sobre la zona. Luego Lewis Jones y Love Jones Parry –impulsores del proyecto– contactaron al gobierno de Bartolomé Mitre (a través del ministro del Interior Guillermo Rawson) y se iniciaron las gestiones. Para el gobierno nacional era una excelente oportunidad de poblar y asegurar la soberanía en un territorio inhóspito y deshabitado pero, al mismo tiempo, codiciado por Chile. Mientras los delegados regresaban a Gales para dar el visto bueno y convocar gente que quisiera viajar en busca de oportunidades, el gobierno nacional debería proveer de tierras, víveres y herramientas para facilitar la empresa.

Imagen bucólica: El puente de madera Hendre sobre el serpenteante río Chubut

Finalmente el 28 de julio de 1865 la nave Mimosa arribó al Golfo Nuevo y ancló frente a donde hoy está Puerto Madryn (así llamada en honor al capitán Love Jones Parry del Castillo de Madryn), con poco más de 150 pioneros que desconocían absolutamente la región y el clima en el que iban a vivir. Debido a la falta de agua potable debieron recorrer 62 km para llegar al valle del río Chubut, donde se establecieron en un lugar al que llamaron TreRawson –Pueblo de Rawson en galés– en honor al ministro que tanto los había ayudado. En los años siguientes continuaron avanzando por el valle superior fundando Gaiman, Trelew y Dolavon. Y también cruzaron el desierto hasta llegar a la cordillera, donde fundaron la Colonia 16 de Octubre.

A pesar de tanto tesón y bravura, los primeros años de los colonos fueron muy duros, con pésimas cosechas de trigo por su total desconocimiento del terreno y el clima. Aunque las grandes inundaciones y las continuas sequías los sorprendieron más de una vez, pudieron superar el hambre gracias a las buenas relaciones establecidas con los tehuelches (únicos habitantes de la zona antes de su llegada), que les enseñaron, además de montar a caballo, a cazar con boleadoras para proveerse de alimento. Así las cosas, los galeses fueron aprendiendo de sus errores, idearon excelentes sistemas de riego y redes de canales (en funcionamiento actualmente) hasta que lograron cosechar trigo de máxima calidad.

La encantadora iglesia anglicana de Dolavon

Capillas estratégicas

Cultura y tradición fueron, desde siempre, aspectos claves para los galeses. Las reuniones sociales, la literatura, la música (sobre todo el canto coral) y, en especial, la religión eran infaltables en su cotidianidad. Esa cultura y costumbres ancestrales que los pioneros trajeron a su nueva tierra fueron fundamentales para sobrellevar los momentos difíciles, desarrollar un enorme sentido de comunidad y sobrevivir en la inmensa soledad de la Patagonia. Como era imprescindible generar ámbitos donde realizar esas actividades, los primeros cultos se hicieron al aire libre. Sin embargo, el inclemente clima obligó a utilizar graneros y casas particulares hasta que finalmente se pudo construir la primera capilla.

Las capillas responden a una arquitectura típicamente galesa pero adaptada a los materiales disponibles en Patagonia. Los galeses eran hábiles constructores y supieron hacer edificaciones aptas para el clima de la región, con un estilo característico y homogéneo. Y debido a la magra situación económica inicial fueron los mismos pastores quienes dirigieron la obra y los fieles quienes aportaron el trabajo.

Delfín patagónico en el cartel de la capilla Moriah, donde está el primer cementerio galés

Los primeros templos eran de adobe, con techo de paja y barro hasta que se consiguieron ladrillos cocidos a la vista y chapa ondulada de cinc para los techos. Uno de los sellos inconfundibles de estas maravillosas construcciones son las áncoras metálicas (con forma de S o X) ubicadas en los laterales o el frente, utilizadas para fijar los muros, ya que no contaban con estructuras de hormigón armado. Las capillas tenían un salón principal rectangular, con púlpito al fondo, ventanas laterales y frontales alargadas, grandes bancos y dos pasillos que comunicaban a las puertas de entrada. El revestimiento interior y el mobiliario eran de madera de pinotea. No había ornamentos o imágenes religiosas y las lámparas colgantes eran de porcelana y funcionaban a kerosene. Algunas capillas contaban con un salón llamado “vestry”, que servía como lugar de reuniones, aula de clase o como cocina para preparar el tradicional té. Las capillas esparcidas a lo largo del valle del río Chubut (a una distancia no mayor a 10 km entre templo y templo para que los fieles pudieran llegar caminando desde sus chacras) son muy similares entre sí y sólo se diferencian por el estilo de algunas ventanas góticas. La única excepción es la Capilla Salem, hecha íntegramente en chapa de cinc.

A pura chapa y sin brujas: la capilla Salem

Templos del saber
A pesar de proceder de diferentes localidades de Gales (con credos religiosos diversos) los colonos, en Patagonia, prefirieron dejar de lado esas diferencias y unificar las congregaciones con un único pastor. Sólo cuando la situación comenzó a mejorar cada congregación construyó su propio templo. Por otro lado, al ser los galeses un pueblo muy pragmático, decidieron que las capillas también fueran una suerte de centro cultural de usos múltiples. Los domingos, además del servicio y los encuentros corales, funcionaba a la mañana la escuela dominical, donde los niños aprendían a leer y escribir el idioma galés, principal objetivo de los colonos para conservar su lengua y, con ella, su tradición. Los días de semana las capillas cumplían la función de escuela y ésa es la razón por la cual muchas de ellas se convirtieron en las primeras escuelas primarias de Chubut. Con el tiempo llegó el edificio propio y, en la actualidad, al lado de cada capilla puede verse una escuela. Para los galeses la educación era una tarea que involucraba a toda la comunidad e imprescindible para sacarlos adelante, junto al tesón y el trabajo. No se equivocaron y los resultados están a la vista: campos cultivados donde antes sólo había un desierto.

De las 34 capillas que llegó a haber en la Patagonia (no todas en la misma época), muchas fueron destruidas y algunas arrasadas por inundaciones. Hoy sólo dieciséis continúan en pie: Berwyn (Rawson), Moriah (Trelew, la única que tiene cementerio y donde descansan los restos de los primeros colonos), Tabernacl (Trelew), Nazareth (Droga Dulog), Bethlehem (Treorki), Seion (Bryn Gwyn), Salem (de La Angostura), Bethel Vieja y Nueva (Gaiman), Bryn Gwyn (Bryn Gwyn), Bethesda (Bethesda), Glan Alaw (Bethesda), Iglesia Anglicana San David de Maes Teg, Carmel (Dolavon), Ebenezer (Dolavon, prácticamente en abandono) y Bethel (28 de Julio).

Festival galés
El Eisteddfod en Patagonia era, originalmente, un festival exclusivamente galés pero con el paso del tiempo se transformó en una celebración bilingüe y multicultural. Generación tras generación, el interés por preservar esta manifestación artística se ha mantenido incólume y todos los años se llevan a cabo Eisteddfods en distintos pueblos y ciudades de Gales así como también en localidades de la provincia de Chubut (en Trelew en octubre y en Trevelin en abril).

Mariana Lafont
Pagina 12 - Turismo

info: http://www.chubutur.gov.ar/htm/productos_cultural-capillas.htm