• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

lunes, 6 de julio de 2009

Países bajos: Amsterdam, sin cambiar de canal


Una ciudad para caminantes y ciclistas, una vida cultural intensa, una princesa argentina y varias curiosidades más

Es un caluroso mediodía de verano. Frente al coffee shop, uno de los típicos negocios de esta ciudad donde se vende marihuana, hay dos hombres sentados en un banco público mientras toman cerveza en lata y contemplan el canal. De pronto dos policías se acercan y les cobran una multa de 5 euros por beber alcohol en la vía pública y las latas terminan en la basura. Nadie repara, en cambio, en la pareja sentada en la vereda del coffee shop ni en el curioso cigarrillo que comparte. Está claro que Amsterdam es una ciudad tolerante y permisiva, pero a la vez, estricta con sus reglas.

También es desinhibida, pero organizada, y moderna, pero con pasado de pueblo pescador. Y es conocida como la Venecia... del Norte. Su red de canales y puentes, diseñados en los siglos XVI y XVII, forman una especie de telaraña que surca su centro turístico, el sitio ideal para recorrer a pie (las distancias son cortas y los paisajes entre puentes y canales, fabulosos) o para alquilar una bici y hacerle honor a su fama de ciudad sobre dos ruedas.

La Plaza Dam es un muy buen punto de partida. Desde allí, una de esas largas fotos panorámicas podría abarcar el Palacio Real, construcción clásica del siglo XVII, y el Monumento Nacional de la Liberación, un obelisco para homenajear a los caídos en la Segunda Guerra Mundial. Esta plaza, donde el movimiento nunca cesa, fue lugar de encuentro para los hippies de la década del 60.

Todo alrededor de la Plaza Dam merece atención: la Nieuwe Kerk, iglesia protestante donde se coronaron a los reyes y reinas de Holanda, y donde en febrero de 2002 se realizó la boda del príncipe heredero William con Máxima Zorreguieta; un negocio de souvenirs con un zueco gigante en la entrada, donde todos se meten para sacarse una foto antes de entrar a comprar zuecos-llaveros por 2 euros, una bolsa de 10 bulbos de tulipanes por 5 euros, zuecos-pantuflas por 18 euros y postales de la princesa argentina.

Es que en este país a los argentinos ya no se los relaciona instantáneamente con Diego Maradona, como en casi todo el resto del planeta. Aquí, al término argentino lo que sigue normalmente es una exclamación de ¡Máxima! y una sonrisa bien grande. Quizá por eso abundan sorprendentemente los restaurantes ambientados con vacas, detalles en celeste y blanco, y fotos de churrascos bien jugosos. Con nombres como Gauchos, Rancho o La Boca, las parrillas argentinas aparecen por cada calle del centro, prometiendo el mejor bife de chorizo por 15 o 20 euros.

Conocida como la Venecia del Norte, sus canales y puentes fueron diseñados mayormente entre los siglos XVI y XVII

En una esquina de la Plaza Dam está el Museo de Cera de Madame Tussaud con las réplicas de los personajes más famosos del país y el resto del mundo para cumplir el sueño de fotografiarse de la mano de Nelson Mandela, besando a Robbie Williams o junto a Pablo Picasso. Y hacia adelante, la avenida Damrak une la Dam con la Estación Central, también la calle Kalverstraat con su paseo comercial y los negocios más caros y, por último, esas callecitas que invitan a perderse entre los canales para introducirse en el Barrio Rojo.

En la Museumplein, la plaza más grande de la ciudad, se concentran el Museo Municipal y el Van Gogh junto al Palacio de Conciertos. Allí, enormes letras en rojo y blanco se unen formando la frase I Amsterdam (juego de palabras para afirmar Y o soy Amsterdam), lema con el que la ciudad holandesa da la bienvenida a sus visitantes. Agradecidos, turistas de todo el mundo se acomodan sobre la A o entre los arcos de la M para sacarse la foto casi reglamentaria a espaldas del Museo Nacional de Arte e Historia de los Países Bajos.

Muy cerca de la plaza se encuentra otro museo imperdible, el del Diamante, donde se puede admirar una réplica del cuadro La noche estrellada, de Van Gogh, realizada con pequeñas gemas. Al costado de la Museumplein, la entrada a la plaza Max Euwe abre un espacio de distención, con sus cafés y su ajedrez gigante donde la gente pasa el día entre partidas. Y en frente se encuentra uno de los parques más importantes de la ciudad: el Vondelpark, una especie de pequeño Central Park europeo que recibió su nombre en honor al poeta alemán Joost Van den Vondel, que residió en Holanda.

Bicicletas y arquitectura típica

Con 45 hectáreas de espacio verde, árboles y lagos, un gran restaurante en el centro, más puestos de comida y cafés, cuenta con un museo abierto dedicado al cine. No sólo es un sitio perfecto para respirar naturaleza y organizar un picnic entre ardillas que corren de aquí para allá, sino que también ofrece en junio, julio y agosto obras de teatro y conciertos gratuitos al aire libre.

Pero al margen de los museos y las plazas hay una atracción bastante más modesta que casi todo turista quiere ver en Amsterdam, más allá de que no sea consumidor de lo que ahí se vende: los coffee shops. Casi un emblema de la ciudad, lejos de ser una simple casa de café, estos bares ofrecen un menú que incluye marihuana mezclada con tabaco por 3 euros el cigarrillo o 6 euros el puro, o brownies de chocolate y cannabis para acompañar el café, que cuesta 5 euros. Algunos tienen mesas sólo adentro del local, otros las acomodan también en las veredas. Sólo se permite la entrada a mayores de 18 años.

Pequeños locales, al estilo del almacén de barrio, se alinean uno tras otro en el centro y a lo largo de unas cuantas cuadras. Y se llenan de turistas de todas las edades, incluidos matrimonios con bebes. ¿Qué ofrecen? Por ejemplo, envases de 150 gramos de galletitas de coco y hemp por 10 euros; chupetines de hachís por un euro; té verde con cannabis u otras bebidas a base de hongos alucinógenos...

Los minutos pasan descubriendo los artículos más insólitos en accesorios para fumadores de todo tipo de hierbas y algún joven vendedor advierte al padre distraído que el niño tomó el dulce equivocado. Otros negocios son auténticos bancos de semillas con nombres como Bob Marley´s Best, Power Flower, Purple Haze y hasta AK-47 o Master Kush. Quizás haya que insistir: el circuito de coffee shops es toda una curiosidad, más allá de los hábitos de consumo del turista...

Lo mismo vale para otra zona muy famosa de esta ciudad: el Distrito Rojo. Muchos saben de qué se trata y casi nadie desconoce este lugar, aun los que nunca viajaron a esta ciudad. Por esta razón y porque aquí se concentran las vidrieras más famosas, llena de expectativas a los turistas.

Entre dos calles angostas que se enfrentan para bordear el canal Voorburgwal, un sex shop se mezcla entre un bar de cervezas, una vivienda de familia, la entrada al Barrio Chino que corre paralelo a este lugar y lo que sigue: una vidriera que, a diferencia de cualquier local de ropa, exhibe a una mujer real vistiendo ropa interior, hablando por celular o fumando a la espera de quien abra su puerta.

Sobre el canal Achterburgwal, así como en las callecitas que lo cruzan, esas construcciones que parecen hogares o simples negocios son las mismas vidrieras que se extienden por este barrio tan particular, que abarca no más de cinco cuadras, y que no aparece delimitado en los mapas de la ciudad.

De noche, este paseo que bien podría pasar inadvertido a la luz del día se cierra al tránsito y se convierte en una zona roja peatonal muy concurrida, con sus luces de neón que bordean las vitrinas de estos maniquíes humanos. Sus calles resaltan por el característico color y por la cantidad de gente que las visita y las pasea día y noche. Por lo general, cuando oscurece llegan muchos grupos de hombres en plan de despedida de soltero. Y aunque la curiosidad nos mantenga un buen rato por las esquinas, no es fácil ver a una persona entrando a estas vidrieras. Eso sí, muchas veces se ven cortinas cerradas, señal de que están trabajando.

Barrio Chino

Julio, un mes muy techno
Este mes, y como todos los años, Amsterdam comienza a sacudirse al ritmo de la música trance, house, hip-hop, acid y cuanta variación elctrónica se pueda imaginar. Entre los festivales más populares se destaca el 5 Days Off, cinco días -este año, del 15 al 19- de shows en vivo, sets de Dj y talentos internacionales que se dan cita en las salas más conocidas de la ciudad (Paradiso y Melkweg). Unos días antes, el 11, habrá sido el turno de Dance Valley, megafestival de trance a cielo abierto también conocido como el Woodstock de su género. El Dance Valley, que va por su 15a. edición, reúne cada año a unas 50.000 personas en las bucólicas colinas de Spaarnwoude, media hora al oeste de Amsterdam (existen varias opciones de transporte para los entusiastas del evento). Del 1° y hasta el 11, por último, está el festival de danza contemporánea e internacional de Julidans, que presenta a coreógrafos famosos y menos famosos de todo el mundo, jóvenes revelaciones de la danza, obras contemporáneas en las que se unen baile, música, teatro y cine, y nuevas formas de música dance.

El Museo Nacional de Amsterdam, detrás del slogan turístico de la ciudad

Arte, fiestas y buena carne
Por los canales
Alquilar un bote con pedales o comer en un restaurante flotante son sólo dos de las opciones para disfrutar de los canales. Pero lo más convocante en épocas de calorcito son los cafés con terrazas de madera sobre el agua, entre ellos, Villa Zeezicht y Café van Zuylen, a pasos del puente de Torensluis. También hay celebraciones que se realizan directamente en los canales, como la Gay Pride Festival (del 31 de julio al 2 de agosto), una "parade" flotante con miles de personas en botes, y la máxima fiesta en honor al cumpleaños de la reina: el Queen´s Day, cada 30 de abril.

Palacio Real
Con cuatro cuartos nunca habilitados para el turismo y una de las colecciones más grandes del mundo del mobiliario imperial, el Royal Palace abrió de nuevo sus puertas al público, después de más de tres años de refacciones. En la Plaza Dam ofrece también grandes mejoras en su interior. Las pinturas de sus techos, los pisos de mármol y las esculturas fueron en su mayoría restaurados, al igual que muchos de los frescos de los siglos XVII y XVIII. La entrada para adultos cuesta ? 7,50 y los menores de 5 años entran gratis. Más información, en www.paleisamsterdam.nl

Carne argentina
La figura de una vaca, los colores de la Bandera argentina, fotos de churrascos bien jugosos que se lucen en la entrada de varios restaurantes, hacen evidente que la presencia de la princesa Máxima no sea un detalle menor. Los restaurantes argentinos aparecen por cada calle del centro; todos prometen el mejor bife de chorizo y uno tras otro acomodan sus carteles y menús: Gauchos, Rancho, La Boca, son algunos.

Datos útiles
Dónde comprar
Un dato interesante para quienes quieren llevarse un recuerdo de sus vacaciones: las tiendas que se ubican sobre las calles que cruzan el Barrio Rojo son las que ofrecen los precios más bajos en todo lo que se refiere a souvenirs. Por eso, tal vez es mejor no tentarse en los negocios de la avenida Damrak o los que rodean la Plaza Dam y esperar hasta llegar a los que se ubican por esta zona.

En Internet
www.iamsterdam.com

María Fernanda Lago (Cronica y fotos)
La Nación - Turismo

martes, 30 de junio de 2009

Mirada rápida a San Diego-California


ES LA CIUDAD-BALNEARIO MÁS FAMOSA DE LA COSTA OESTE POR SUS NUMEROSAS PLAYAS Y ATRACCIONES

Del 12 de junio al 5 de julio en el Del Mar Fairgrounds de San Diego se realiza la sexta feria más grande de la nación y el máximo evento del condado. En esos 22 días se llevan a cabo actividades diversas, como festivales de música, exposiciones, entre otros certámenes que atraen a expositores, compradores y visitantes de todo el país.

Si está pensando conocer algo diferente en las próximas vacaciones, San Diego es una gran alternativa. Se ubica al suroeste de California y es la segunda ciudad más grande de este megaestado estadounidense. El condado está justo al norte con la frontera mexicana, limitando con la conocida Tijuana. Es un destino con kilómetros de playas y agradable clima mediterráneo todo el año, con temperaturas promedio durante el día de 21 ºC que en el invierno raramente descienden bajo los 10 ºC.

Elegante y soleada, San Diego es en verdad una ciudad para todos. Puede pasar un día entero conociendo los diversos museos en el Parque Balboa, jugando golf, visitando el popular zoológico, gozando de una de sus playas o diversos shopping centers. También puede salir de la ciudad e ir a Torrey Pines State Reserve, una zona natural protegida para admirar las aves y los árboles más extraños. Y entre los meses de diciembre a marzo se pueden observar los maravillosos grupos de ballenas que pasan por su costa diariamente.

El transporte en San Diego es completo: sistemas de tren ligero, autobuses, tren coaster y el famoso servicio de ferrocarril Amtrak para salir de la ciudad. Además de autopistas de alto nivel interconectadas con todo el país.


ATRACCIONES
Para comenzar con la aventura no dude en pasear a través del embarcadero, donde podrá visualizar grandes embarcaciones navales y de comercio.

No puede faltar la excursión al Parque Balboa, que es el corazón cultural de San Diego, con construcciones que datan originalmente de la Exposición Universal de 1915. Este lugar alberga 15 museos, nueve teatros y centros de arte, así como el famoso zoológico de San Diego. Este último recibe más de 500 mil visitantes al año, en un horario corrido desde las 9:30 a.m. hasta las 4:30 p.m. todos los días, el cual se extiende algo más en el verano.

Gaslamp Quarter, con sus 16 manzanas, es una zona victoriana restaurada del centro de la ciudad. La mayoría de los edificios se han convertido en galerías, restaurantes, bares, tiendas de calidad y espacios teatrales que se pueden recorrer a pie o en una carroza halada por caballos. Al este de esta zona se encuentra el Petco Park, donde se levanta el estadio de los San Diego Padres (equipo profesional de béisbol). Otro barrio interesante para ir es el Little Italy, donde las residencias y los pintorescos restaurantes están decorados al estilo italiano.

Mission Bay Park es el parque más grande de la bahía. Ofrece una gran variedad de actividades incluyendo rutas para caminar y trotar y áreas de juego para niños. Es un sitio muy popular para volar cometa o hacer picnic. No deje atrás la diversión familiar, pues aquí podrá visitar parques de diversiones que a todos les encanta, como el Wild Animal Park o el famoso Sea World (cuyo clon en Orlando fue tema central de la semana pasada), que atrae a grandes y a chicos con sus juegos acuáticos, acuarios y espectáculos con animales.


ARENA, MAR, SOL Y MUCHO MÁS
A lo largo de sus 113 kilómetros de litoral, San Diego tiene playas y aguas inmejorables ya sea para navegar, surfear, nadar, pescar, montar a caballo o simplemente para descansar sobre la arena leyendo un buen libro. Las más bellas playas se encuentran en La Jolla y Coronado, y para los que les gusta sentir la adrenalina existen excursiones de buceo, vuelos en globos y hasta experiencias en combate aéreo.

Los amantes a las compras podrán encontrar en Coronado los mejores centros comerciales y muchos hospedajes de lujo como el histórico Coronado Hotel. La Jolla, por su parte, es una bella área con exclusivas residencias en las colinas que lo dejarán boquiabierto y numerosas tiendas y boutiques de alta calidad.

Si cuenta con más tiempo, a menos de dos horas se encuentra Los Ángeles, con todos sus atractivos que no se reducen a los muy promocionados Hollywood y Beverly Hills. Una visita a esta metrópoli dependerá de cuánto tiempo libre disponga el viajero.


Marisol Tudela Quesada
Diario El Comercio (Peru)
Fotos: web

lunes, 22 de junio de 2009

Egipto: La ciudad al borde del desierto

Impresiones de un cronista por las calles de El Cairo. El pulso de una ciudad que deslumbra con sus contrastes de cara a las eternas pirámides.

Arena. Muchísima. Un océano de arena. Esa es la primera, inevitable impresión que se tiene de Egipto, el mítico país africano, desde la ventanilla del avión que se aproxima al aeropuerto de El Cairo. Y una leve sensación de pena -como entienden la palabra los mexicanos, que mezclan en ella los sentidos de tristeza y vergüenza- no por Egipto, sino por la Argentina, que se ve verde, inmensamente verde y fértil desde los aviones. ¿Cómo es posible, se pregunta uno, que dos paisajes tan radicalmente opuestos produzcan grados de desarrollo más o menos parecidos? Casi todo es arena en Egipto: el 95 por ciento del territorio es desierto.

El Cairo, no. Atravesada por el mítico Nilo, se junta en la ciudad mucha gente. Dice Mahmud, el chofer que ahora nos pasea por allí, que en El Cairo por la mañana hay 22 millones. Pero que por la tarde, 40 ó 50. Llegan de localidades cercanas en tren, en bus, en autos, en motos, en camionetas, en combis, en bicicletas. Es lo que vemos ahora, lo que nos atasca ahora, lo que convierte a nuestra espectacular 4x4 en una trampa deluxe.

Mahmud va abriéndonos paso en el alegre caos de tránsito en el que nadie, pero nadie, se priva de tocar la bocina. Mahmud tampoco. Es gracioso el apego a la bocina, es como un ritual compartido por todos. Bip bip beeee bonk bip bip. Se toca bocina para pedir paso, para apurar al de adelante, para avisar que uno está ahí, que está por pasar por la derecha o por la izquierda. Para agradecer a otro que acaba -con un bocinazo- de darle paso a uno. Muchas veces la bocina también es un comentario sobre la manera de manejar de otro, que suele contestar con la suya. La bocina en El Cairo, más que una herramienta de manejo, es un medio de opinión.


Postales de El Cairo
Los únicos privilegiados son los automovilistas. Hay muchas autopistas, la ciudad parece recién asfaltada, no agarrás un bache, y "los semáforos y los policías de tránsito están de adorno", según Latif, nuestro guía en la ciudad. Los peatones se las arreglan como pueden para no morir en el intento de cruzar una calle, pero milagrosamente el tránsito fluye.

Primer consejo: si anda de a pie y tiene que tomar un taxi, olvídese del taxímetro y pacte el precio con el chofer de antemano. Y regatee el precio, intente bajarlo a la mitad de lo que dice el chofer y luego vaya negociando hasta llegar a un acuerdo. En El Cairo todo se regatea, pero ese es un capítulo aparte, del que hablaremos más adelante.

Más tarde o más temprano, los colores de todos los edificios tienden al color arena. Es que en la ciudad llueve apenas unas gotas unos seis días al año, entre octubre y marzo. Y en primavera y otoño, que son en los mismos meses que acá pero a la inversa, la ciudad es castigada con tormentas de arena. Los edificios, entonces, nunca se lavan con la lluvia y la arena va desgastándolos, cubriéndolos de ocre. Nadie, o casi nadie, se molesta en lavar o pintar las paredes.

El lema de la ciudad podría ser "Que viva la mezcla". La mixtura, la hibridación, la capa sobre las capas anteriores se ven a simple vista. En su arquitectura y su gente, El Cairo está llena de imágenes árabes, pero en sus calles también está Occidente, la cultura británica y la francesa, lo musulmán y lo cristiano. Mujeres -sobre todo jóvenes- vestidas con trajecitos de ejecutiva, a paso apurado y cargando portafolio; mujeres cubiertas de pies a cabeza de negro, con guantes negros y apenas una rendija en los ojos que les permite ver; hombres con túnica (galabeia) y turbante o trajes Armani. Rascacielos elevándose a ambas márgenes del Nilo al mismo tiempo que los minaretes de cantidad de mezquitas. Desde esas torres se llama cinco veces al día a rezar a los musulmanes y en la ciudad se mezclan entonces el sonido de las bocinas con miles de voces entonando esa letanía que puede ponerle a uno la piel de gallina y que dice en árabe "Alá es grande" y otras alabanzas. Y entonces en esos cinco momentos del día, en cualquier sitio, donde sea que el llamado al rezo encuentre a los fieles, se ve a hombres, mujeres y niños arrodillarse y pegar la frente en el piso, en dirección a La Meca, mientras otros siguen en lo suyo. Por ejemplo, tomando té, jugando backgamon y fumando el tabaco aromatizado de una shisha (las clásicas pipas refrigeradas con agua conocidas como narguiles). Mezcla y tolerancia. Nadie censura, todos conviven.

El 80 por ciento de la población egipcia es musulmana; el 15 por ciento, cristianos coptos; el 5 por ciento restante se divide en otras religiones. Los musulmanes, a su vez, se dividen en dos grupos: los chiitas, que siguen las enseñanzas de Mahoma, y los sunitas, que son mayoría y que siguen las de otro profeta, Alí.

No son menores estas cuestiones religiosas. La gente se las toma muy en serio y cumple con todos los preceptos. Contrariamente al cliché según el cual es peligroso meterse con pinta de turista en una callejuela perdida, por cualquier barrio de El Cairo se puede caminar seguro a toda hora. ¿La razón? La obediencia religiosa reduce drásticamente la violencia y el delito. Los fieles no delinquen. Aunque, ojo, nunca falta algún infiel.


Con vista al Nilo y a la historia
Ya hemos hablado demasiado de El Cairo sin hablar de las pirámides. Uh, las pirámides... Desde el balcón de la habitación en el piso 23 del Hotel Four Seasons Nile Plaza se ven, abajo, el Nilo y enfrente, un poco a la izquierda, como imágenes fantasmagóricas en medio de una bruma que parece la del tiempo, las tres pirámides: Keops, Kefrén y Micerino. Es difícil sacarles los ojos de encima. Uno sabe que están ahí, misteriosas, desde hace más de 4.500 años, y que probablemente no volverá a verlas en su vida. Quiere retener esa imagen en la retina para siempre. Pero hay muchas cosas en Egipto que recuerdan que nada es para siempre. Así, a kilómetros de distancia, las pirámides son perfectas, geometría pura, ideal. Pero cuando se acercan aparece el desgaste, el deterioro. Y sin abandonar su grandeza, lo que transmiten es otra cosa.

Para llegar a ellas, en la zona de Giza, hay que tomar desde el centro de la ciudad la avenida de las Pirámides. Uno mira hipnotizado lo que pueda ver del barrio de Giza y de pronto, detrás de las casas, aparecen. Es decir: hay gente que vive a metros de ellas. ¿No es raro? Allí están Keops, Kefrén y Micerino. Uno se pregunta cuántas décadas pasarán antes de que la ciudad las rodee junto con las otras seis pirámides más chicas, sin nombre, que completan el conjunto. No son las únicas, claro: hay 123 pirámides en Egipto, distribuidas en cincuenta kilómetros cuadrados.

Hoy, en este mundo lleno de arquitectura mastodóntica y rascacielos cada día más interminables, no parecen taaaaan altas. La mayor, la Gran Pirámide de Keops, tenía una altura de 146 metros, que la erosión redujo hasta ahora a 137. Sí impresionan otros números que la definen: la base es de 230 metros por lado; está construida con 2.700.000 piedras, algunas de las cuales pesan 20 toneladas, encajadas unas sobre otras sin ninguna clase de cemento. Unos 100.000 obreros tardaron 30 años en construirla. Tiene ocho cámaras funerarias, una de ellas, a sesenta metros de profundidad, y dos huecos que fueron entradas pero que hoy son pasillos truncos. "En su paso por Egipto, Napoleón le rompió la nariz a la esfinge que está en el frente de las tres pirámides. Y los ingleses, por su parte, le cortaron la barbilla, que está en el Museo Británico", lamenta el guía, Latif.


En 4 x 4 hacia las ballenas
Camino al "desierto rojo" hacia el sur, se puede confirmar lo que uno vio desde el avión: si se aleja del Nilo, Egipto es, sobre todo, arena. Vamos en tres 4 x 4 hacia el área protegida de Wadi El-Rayan, unos 170 kilómetros al sudoeste de El Cairo.

El viaje sirve para ver otro Egipto, mucho más en contacto con el desierto. Pero, sobre todo, por las maravillas del lugar que la UNESCO declaró Patrimonio Mundial. Después de pagar tres dólares en la entrada, penetramos el desierto puro, total, en el que cuesta distinguir del resto de la arena la senda por la que avanzamos. Nos acompaña un vehículo de la policía, no se puede entrar solo. Unos 40 kilómetros más adelante llegamos a Wadi El Hitan (el valle de las ballenas), donde hay fósiles completos de basilus saurus, las antiguas ballenas, de hace 45 millones de años, cuando esto que ahora es desierto era parte del mar Mediterráneo. Uno de los signos de aquel pasado marino es un sector llamado "Desierto de hongos", un conjunto de formaciones rocosas con forma inequívoca de hongos: lo que serían los "tallos" estaban sumergidos en el mar; lo que serían las cabezas, estaban sobre la superficie. Se hallaron 407 esqueletos fosilizados de la especie. Pero lo que más impresiona del lugar es el silencio absoluto, el vacío, la sensación de pequeñez e insignificancia personal. La certeza de que todo, siempre, se convertirá en arena. Algo de esa sensación parece haber en el camino de regreso a la ciudad: todos piensan, nadie dice nada en la 4 x 4. Ya está cayendo la noche cuando volvemos a ver, llegando a El Cairo, las siluetas ya familiares de las pirámides, construidas como parte de un sueño imposible de ganarle al tiempo, de alcanzar la eternidad. Ahora sabemos que ni siquiera el mar es eterno.


El más alla
También son sueños de eternidad los que en alguna medida se exponen en el extraordinario Museo Egipcio de El Cairo. Allí pueden verse miles de piezas arqueológicas vinculadas con la creencia de los antiguos egipcios de que después de la muerte había otra vida y que necesitaban el cuerpo para ella. Por ejemplo, artísticas camas para embalsamamiento. Ricos o pobres, con mayores o menores cuidados según sus posibilidades, todos los muertos eran embalsamados y encomendados al dios Anubis, que regía ese universo. Luego, se los enterraba con sus objetos de uso cotidiano, alimentos y bebidas. Hasta se exhiben momias de mascotas embalsamadas.

Pero sin duda las piezas más espectaculares del museo están en las salas dedicadas a las riquezas con las que fue sepultado el joven faraón Tutankhamón. Por ejemplo, la bellísima máscara de oro, tallada y con una delicada falsa barba trenzada, que cubría el rostro de su momia. Pesa 11 kilos de oro macizo. Y su sarcófago, también de oro, 100 kilos. Son cuatro cajas, una dentro de otra –como muñecas rusas– para proteger mejor el cuerpo del faraón.

Hoy la relación entre la vida y la muerte es para los egipcios muy otra. Una prueba es un antiguo cementerio cerca del centro, llamado la Ciudad de los Muertos. Desde hace años, unas cien mil personas sin techo tomaron las bóvedas como vivienda. Allí, junto a muertos ajenos, desayunan, cuelgan a secar su ropa o miran televisión.

Otro lugar que es un deber visitar es la ciudadela de Saladino, espectacular fortaleza erigida sobre una colina alrededor del año 1200 para proteger a su pueblo de las invasiones de los cruzados. Desde allí se tiene la mejor panorámica de la capital egipcia.

En esa misma colina está la Mezquita de Alabastro de Mohamed Ali, construida entre 1822 y 1840. Lo más impactante de este templo musulmán es la nada, el vacío. Hay vitreaux abstractos, una enorme araña de caireles, alfombras, silencio, luz, vacío. Un lugar y una atmósfera ideales para la plegaria y la meditación.


Datos útiles
Donde alojarse: El excelente hotel Four Seasons Nile Plaza ofrece habitaciones dobles desde 360 dólares diarios (entre el 21 de agosto y el 21 de setiembre) y 440 dólares (entre el 1° de julio y el 20 de agosto). Y una amplia gama de tarifas que llega hasta 15.000 dólares por noche en la lujosísima Royal Suite.

Visa: Los argentinos necesitan visa para ingresar a Egipto. Se tramitan en la Embajada Egipcia, Virrey del Pino 3140. Informes al teléfono 4553-3311. Tarda dos días y se paga un arancel de 30 dólares. La otra opción es obtenerla directamente en el Aeropuerto de El Cairo. Allí la entrega es inmediata y cuesta 15 dólares.

Moneda: La moneda es la libra egipcia, y la cotización es 5,65 libras por dólar.

Info web:
www.mfa.gov.eg/
www.airfrance.com/
www.egyptair.com/
www.fourseasons.com/caironp/

Eduardo Villar (Enviado Especial)
Diario Clarín - Viajes
Fotos: Web

domingo, 14 de junio de 2009

Lo mejor de Miami, los 10 imperdibles

La gran ciudad del estado de Florida seduce con playas soñadas, islas selectas y lujosos centros de compras. Es el ícono del estado de Florida y la ciudad de los Estados Unidos más hispana y caribeña. Es que en Miami se conjugan el constante crecimiento de una urbe con rascacielos, barrios selectos y playas seductoras; glamorosos centros comerciales y deportes acuáticos de moda; animada vida nocturna y propuestas para toda la familia.


1-Miami Beach
Turística por donde se la mire, Miami Beach se encuentra a la orilla del mar, plagada de hoteles y departamentos para vacaciones. Se destaca el Distrito Histórico de Art Decó, con cientos de edificios que forman un circuito artístico y arquitectónico. Con una gran diversidad de bares y centros nocturnos, en los hoteles se consigue la guía "This week in Miami Beach" para no perderse nada. En cuanto a vida nocturna, South Beach - conocido como SoBe- es un vecindario obligado, que se ganó un lugar en el mundo fashion porque allí vivió y murió el diseñador Gianni Versace. Ocean Drive es la calle más fotografiada de SoBe, frente a una concurrida playa, bordeada de históricas joyas de arte decorativo.


2-La "Pequeña Habana"
La mayor influencia que recibió Miami en la década del 60 fue de los refugiados cubanos disconformes con la Revolución. Se establecieron en el extremo sur en el área llamada "Pequeña Habana" (Little Havana). Allí predomina el ritmo de la salsa, los hombres juegan al dominó en el parque y la brisa lleva aroma de cigarro y café, que puede acompañarse con un pastelito de guayaba. Además, el arte culinario -es famoso el restaurante Versailles- y la vida artística remiten a la cultura cubana, con mezclas de otras influencias caribeñas. Por eso, la cocina floribeña en el distrito latino es una fusión única. Y se habla español en todas partes.


3- La isla de Key Biscayne
En el condado Miami-Dade, la isla de Key Biscayne tiene atracciones turísticas populares, playas fantásticas y puertos deportivos que ofrecen desde alquilar embarcaciones hasta excursiones de buceo. La navegación a vela es un clásico en Hobie Beach; y Crandon Park es un enorme parque playero que incluye paseos, tenis y ciclovías. En la punta norte de la isla, un parque estatal protege al histórico faro y a su playa. Si bien Miami Seaquarium fue una las primeras atracciones marinas de Florida, mantiene al día sus programas con delfines, orcas y exposiciones. Además, cada año se disputa aquí el prestigioso torneo de tenis Masters de Miami.


4- El antiguo Coconut Grove
Se trata de uno de los barrios más antiguos de Miami, con un animado centro comercial y bulliciosa vida nocturna. Construida en 1916, Villa Vizcaya y sus Jardines figuran entre las mayores atracciones turísticas.


5-Bayside, mercado y puerto
Bayside es la puerta de entrada de los numerosos cruceros que arriban al puerto de Miami. Aquí se encuentra Bayside Marketplace, ofreciendo una festiva atmósfera para ir de compras, cenar, o bien, abordar una embarcación turística para divisar las mansiones de las celebridades escondidas entre islas a lo largo de McArthur Causeway. Como es el caso de la famosa Fisher Island. Parrot Jungle Island y el Museo de los Chicos son atracciones cercanas y para toda la familia.


6- Los Parques Nacionales
El Parque Nacional Biscayne fue creado para preservar la bahía Biscayne, que ostenta uno de los santuarios de buceo de EE.UU., entre islas y arrecifes de coral. También hay paseos en embarcaciones con fondo transparente y kayaks. Por su parte, el Parque Nacional Everglades cuenta con hidrodeslizadores, ideales para navegar sobre los pantanos y recorrer el manglar. Cercana, la tribu indígena Miccosukee atrae con un curioso casino y, durante el día, permiten a los turistas compartir sus comidas y danzas típicas, y exhiben su destreza frente a los cocodrilos que abundan allí.


7-El sofisticado Coral Gables
Coral Gables es un municipio poblado principalmente por las clases media-alta y alta. Conocido por sus restaurantes, galerías de arte y tiendas especializadas, figura entre las primeras urbanizaciones planificadas del país, construida con la piedra caliza del lugar. La cantera, convertida en piscina veneciana, tiene románticos puentes y cascadas.


8- Joe's Stone Crab
Este restaurante es muy conocido por sus abundantes porciones y el postre Pie de Key Lime, un clásico de Florida. Si bien la especialidad de Miami son los pescados y los mariscos, hay restaurantes de excelente calidad y diversidad. Como el Martínez, que sirve tapas, está de moda y su chef es argentina.


9-Dolphin Mall
A 8 km del aeropuerto, Dolphin Mall es ideal para hacer compras antes de partir a muy buen precio, ya que es un outlet de grandes marcas. En la "ciudad del shopping", se destacan, entre tantos otros, Ball Harbor Mall, Coconut Grove, The Falls, Aventura Mall, Bayside Marketplace y Cocowalk.


10- Bal Harbour
A mediados del siglo pasado ya era el refugio de celebridades como Frank Sinatra o Duke Ellington. Ubicado entre South Beach y Fort Lauderdale, Bal Harbour alberga en la actualidad maravillosas playas y embarcaderos, junto a suntuosas mansiones. En la Segunda Guerra Mundial las tierras estuvieron ocupadas por la Fuerza Aérea, importante ingrediente histórico del glamoroso paraíso.

Vigencia de la tentación (Alejandro Stilma)
En Miami, los cubanos aturden con su parloteo, las autopistas apabullan con sus perspectivas en fuga, los shoppings succionan con sus vidrieras y el mar imanta con sus playas abiertas al Atlántico. Todo eso y algo más: el imaginario de una «capital de latinoamericanos en los Estados Unidos. Una ciudad de oportunidades a la que la crisis le asestó, como al resto del país y del mundo, un buen llamado de atención. Pero en alguna parte, alguien debe haber escrito que a Miami no se le puede arruinar la fiesta. Tal vez por eso sigue vigente y tentadora: «tentar , justamente, es parte de su ADN. Y argumentos no le faltan para que se cumpla ese mandato.

Clarín - Viajes
Fotos: Web

domingo, 7 de junio de 2009

Maranhão-Brasil: la ciudad y las dunas


Atractivos de un nordeste brasileño desconocido. Sierras, dunas, mar y una ciudad Patrimonio de la Humanidad.


Siendo uno de los estados del nordeste brasileño, a Maranhao no le faltan paraísos. Idílico por donde se lo mire, las sorpresas saltan una tras otra en cada paseo, en cada recorrido, gracias a que el turismo aquí no es armado: en sus playas, la selva y la ciudad colonial de Sao Luis, capital “estadual”, no hay complejos hoteleros de lujo ni luces de neón que desvirtúen la esencia de una visita maranhense. ¿Y cuál es esta esencia? La de la rusticidad, la del descubrimiento del lugar a través de su naturaleza extrañamente intacta y la cotidianeidad en ciudades y pueblos, la de poder detenerse a tomarle una foto a un artesano callejero sin que éste, a cambio, pida un real por la instantánea, la de sentarse a beber una cerveza (Bohemia y Skol entre las mejores de una larga lista de opciones espumosamente deliciosas) en un bar o restaurante del que cualquier lugareño es habitué, o bien la de encontrarse con pescadores artesanales navegando en precarios botes impulsados por velas de lona o plásticas que, a diferencia de otros destinos verdeamarelos, no tienen publicidades estampadas de compañías de celulares, petroleras o financieras.


De cascadas, selvas y mar
En Maranhao hay cuatro destinos imperdibles. Uno de ellos, quizás el menos promocionado –injustamente– frente a las maravillas de los restantes, es el de la Chapada das Mesas, en la región sur del estado y muy alejado del mar. Allí, en medio de impresionantes formaciones rocosas y cañones rodeados de selva (o floresta, como se dice en portugués) se descubren decenas de cachoeiras o cascadas (las más destacadas son las de Santa Bárbara, Itapecuruzinho y Pedra Caída, esta última con un salto de 50 m de altura) con piletones que invitan a constantes zambullidas en increíbles aguas transparentes en medio de la soledad más absoluta, y riachos de arenas doradas que zigzaguean entre el verde tropical. Carolina, Riachao e Imperatriz son pequeñas poblados con una mínima aunque cómoda infraestructura de alojamiento, restaurantes y lojas (locales) de artesanías, que sirven de base para un recorrido que recompensará con creces el viaje.


Capital colonial
Como otras tantas ciudades del Brasil, Sao Luis es el resultado de luchas coloniales. La fundó el francés Daniel de la Touche en 1612 pero inmediatamente fue invadida por los holandeses, que la perdieron frente al reino del Portugal después de tres años de guerra en 1644. A pesar del tiempo transcurrido, la ciudad vieja (separada de la parte “nueva” por la bahía Sao José) mantiene más de 3.000 construcciones de los siglos XVII, XVIII y XIX, obviamente con una arquitectura netamente portuguesa. Caminar por sus calles empedradas que mantienen el trazado original del siglo XVII es, nunca mejor dicho, viajar en el tiempo, ser recibido por un pasado siempre presente. Por eso, en 1997 la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.
Los principales edificios históricos a visitar son la Catedral metropolitana o Igreja da Se (siglo XVII); el Palacio dos Leoes, actual palacio de gobierno del estado, construido en el siglo XIX en el mismo lugar donde los franceses habían levantado el fuerte de la ciudad en 1612; y la Fonte das Pedras (Fuente de las Piedras): en sus primeros años de vida, Sao Luis no tenía una red de agua potable, por lo que se construyó esta fuente. Por entonces, era común ver a los esclavos africanos llegar varias veces al día con barriles para distribuir el líquido vital en las casas, e incluso ver a las esclavas lavando la ropa de sus señores. Hoy, la Fonte das Pedras es uno de los monumentos mejor conservados de la ciudad.

Pero no hay que contentarse con conocer estos edificios. Para disfrutar de Sao Luis lo mejor es caminar sus angostas callejuelas en desnivel, admirando caserones ornamentados con los coloridos azulejos centenarios que le dan el apodo de Ciudad de los Azulejos, balcones y tejados anaranjados ennegrecidos por el paso de los años; entrar en decenas de locales de artesanías o detenerse a conversar con artesanos callejeros... Y para la noche, entre miércoles y domingos, degustar la gastronomía maranhense (guisos de camarón, cazuela de leche de coco, arroz cuxá, gallina caipira y otros) en bares antiquísimos que despliegan mesas en calles y veredas acompañando con espectáculos de música, para después divertirse en pubs desbordantes de alegría con ritmos que van del reggae al forró, pasando por el samba, la bossa y la música popular brasileña o MPB.

A tres horas en micro de Sao Luis o 45 minutos en avioneta para cuatro pasajeros, se encuentra el poblado de Barreirinhas. Rústico, pequeño, con sólo dos calles asfaltadas y las restantes de arena, es puerta de entrada a otro de los paraísos de Maranhao: el Parque Nacional Dos Lencois, un paisaje sorprendente de 150.000 hectáreas de médanos de hasta 30 m de altura, a cuyos pies hay otras tantas miles de lagunas color esmeralda. Desde el aire se tiene una vista inmejorable: el océano Atlántico de un lado y el río Preguica y la espesa selva preamazónica que se extiende del otro, encierran a este mar de arenas doradísimas al que no se puede obviar una visita. Para llegar al parque hay que abordar una jardinera (camión 4x4 cuya caja dispone de filas de asientos) y cruzar, primero, el río Preguica a bordo de una balsa.

Luego el vehículo se interna en la selva siguiendo un camino de arena hasta que la primera duna aparece cerrando el paso. Y allí comienza el show. Los lencois reciben este nombre por la similitud que la disposición de los médanos tiene, vistos desde el aire, con las ondas de un lienzo agitado por el viento. Montaña tras otra, y entre cada una esos cálidos espejos de agua dulce que se forman en la época de lluvias, de enero a junio. No hay vegetación aquí ni puntos de referencia.


El delta del río perezoso
Junto al Parque Nacional hay otros lencois pero más pequeños, nada menos que 50.000 hectáreas. Y justo allí existe un pequeño caserío de pescadores artesanales de río llamado Vasouras, donde pueden apreciarse sus rudimentarias chozas construidas con hojas de palmera burutí. Visitados los lencois, conviene salir de Barreirinhas para alojarse en cualquiera de las rústicas posadas ubicadas en la lengua de arena que separa el mar del Preguica. Desde sus embarcaderos parten las lanchas que navegan el río en busca de varias poblaciones en las que el turista es bienvenido con el saludo y la sonrisa de sus habitantes a cada paso.

Preguica, en portugués, significa perezoso. Y el curso tiene ese carácter: baja muy lento y calmo hasta su desembocadura en el mar. Una de las aldeas que hilvana en su recorrido es la de Tapuio, donde la familia Silva explica, en un molino artesanal comunitario, cómo es el proceso para transformar la mandioca en harina o farofa. La navegación sorprende con mil verdes increíbles en cada orilla, con pobladores bañándose y lavando ropa y vajilla en el Preguica, y con la aparición constante de botes de madera impulsados con velas de colores vivos (rojo, amarillo, anaranjado) o motores fuera de borda dedicados a la pesca de especies de río, incluidos enormes y carnosos cangrejos que capturan entre los manglares.

Y así la lancha llega a Mandacarú, otro caserío de calles de arena que se diferencia de los demás por la cantidad de artesanías confeccionadas en madera, conchas de caracol y tejidos de hoja de palmera que se ofrecen a la venta, y por el faro que con casi 40 m de altura resulta un perfecto mirador hacia los cuatro puntos cardinales. Al este, el Atlántico rompiendo contra las arenas de los lencois; al norte, el Preguica con mil meandros uniéndose al mar; al sur y al oeste, el dominio del verde selvático que se extiende tierra adentro, cobijando mil secretos y sorpresas que en los próximos días se seguirán develando. Lo dicho: a Maranhao no le faltan paraísos, lo que falta es tiempo al turista para descubrirlos.


Un mundo por descubrir ( Shirley Bosc, Guía de turismo de Maranhao)
El Brasil fascina a las personas de todo el mundo: fútbol, playas y naturaleza, cultura, la alegría de su pueblo y mucho más. Pero aún existen preciosidades intocadas. El más apasionante de esos secretos es el estado del Maranhão. Cada pedacito del Maranhão revela nuevas sorpresas. El Parque Nacional Dos Lençóis es el único desierto del mundo que cobija miles de lagunas de aguas cristalinas en un escenario indescriptible. Otra belleza es la Floresta de los Guarás, puerta de entrada para la Amazonia, un verdadero santuario ecológico donde habitan el guará, un ave de un rojo intenso que da nombre al lugar. La Chapada das Mesas es una prueba más de que la naturaleza es apasionada por Maranhão: en este paisaje de formaciones rocosas y rica vegetación se revelan decenas de cascadas, una invitación irrecusable tanto para el ocio cuanto para la aventura. Por otro lado está Sao Luís, la capital, puerta de entrada al estado. Su inestimable patrimonio histórico y arquitectónico, la expresividad de su cultura popular y la hospitalidad de su gente cautivan a los visitantes, deslumbrados por fuentes, escaleras y caserones azulejados.

Pablo Caprino
Revista Weekend
Fotos: Web

sábado, 30 de mayo de 2009

Argentina: Los Andes a caballo

Alternativas de una nueva edición del legendario cruce de San Martín organizado por el gobierno de San Juan. Una historia nueva para contar.

Uno de los principales motivos que impulsan la realización de esta expedición a través de la Cordillera de los Andes es el de “homenajear al padre de la patria y apreciar cabalmente la magnitud de la gesta realizada 200 años atrás, con las dificultades y contratiempos propios de la época que debió sortear el general San Martín”, explica José Luis Gioja, gobernador de San Juan. También “pretendemos promover la integración con el país hermano de Chile y promocionar al turismo nacional e internacional la belleza y riqueza natural de esta región”.
De hecho, el Cruce de los Andes se realiza, sin interrupción, desde hace 5 años con una notable participación no sólo de aficionados a las cabalgatas de aventura sino también de turistas que desean conocer las vicisitudes que tuvieron que enfrentar en los albores de la independencia.

La travesía comienza en la ciudad de San Juan, desde donde nos trasladamos a la localidad de Barreal, ubicada a 150 km de Plumerillo, punto de partida del cruce sanmartiniano. Este poblado se encuentra a 1.660 metros sobre el nivel del mar, lo que puede ocasionar, en algunos casos, un ligero apunamiento en aquellas personas no habituadas a la altura. Hicimos noche en Barreal y desde allí partimos en los vehículos hacia la estancia Manantiales (80 km), lo que llevó unas dos horas por camino de ripio. Allí se cargaron las mulas y dio comienzo la cabalgata. Para entonces ya estábamos a 3.000 metros de altura.


El punto más alto
La primera experiencia duró unas cinco horas de marcha, donde no faltó ningún ingrediente: tuvimos calor, lluvia, granizo, frío y agua nieve (carrotillo para los lugareños). Todo esto hasta lo que sería el primer campamento en el Refugio Frías, a 3.800 m de altura y dispuesto por el personal de Gendarmería, en tanto que el regimiento de Infantería de Montaña 22, del Ejército Argentino, nos acompañó todo el tiempo.

El segundo día de marcha hacia el Refugio Sardinas no fue menos exigente. Y si bien no hubo ni lluvias ni nieve, el frío se hizo sentir y la altura también, ya que atravesamos el Espinacito a 4.800 metros, el punto más alto del recorrido. El consuelo fue una reconfortante cena preparada por el cocinero del refugio. El esfuerzo que significó este segundo día estaba previsto en el plan de la travesía, y el tercero fue reservado para recuperar energías. Serenatas y bebidas espirituosas en los refugios para combatir las condiciones climáticas amenizaron las noches y permitieron olvidar las tensiones del día, el cansancio, los precipicios y caminos angostos y empinados que cruzamos.


Dos banderas
Al día siguiente y ya repuestos iniciamos el camino hacia la frontera con Chile. Aquí nos encontramos con las autoridades del hermano país, y la emoción se hizo presente. Fue la conmemoración de un gran esfuerzo para un grupo tan heterogéneo que implicó 4 horas de dura cabalgata. Tras la colocación de placas conmemorativas, cantar unas coplas y homenajear las banderas de ambos países, iniciamos el camino de vuelta hacia Sardinas para pasar allí la noche y, al día siguiente, bajar hasta la estancia Manantiales.

El retorno significaba encarar la parte más peligrosa del recorrido, el descenso por un lugar llamado “La Honda”, que debió ser superado en grupos pequeños de cinco personas, cada una acompañada por un gendarme. El desgaste físico fue enorme. Tuvimos que adaptarnos al paso de las mulas que transitaban por un camino de 40 cm de ancho, y que cada cuatro pasos paraban a descansar debido a que a ellas también les costaba respirar. Todo esto al borde de un precipicio que nos hacía fluir la adrenalina por todo el cuerpo, especialmente cuando, a un lado del camino, un par de esqueletos de mulas funcionaban como una macabra advertencia. Pero toda la tensión se diluyó cuando llegamos al refugio y se armó una improvisada peña, con suficiente bebida como para calmar la sed y festejar la finalización de la extenuante jornada.

El último día camino a la estancia Manantiales fue una jornada para disfrutar. Parecía que las mulas percibían que volvían a su hogar y la bajada fue más rápida de lo esperado. En la estancia nos aguardaban las camionetas 4 x 4 que nos llevaron hasta la ciudad de San Juan con la promesa de una paella que se cumplió y fue acogida como corresponde.

Revista Weekend
Textos: Araceli Codesal
Fotos: Web

viernes, 22 de mayo de 2009

China: La muralla interminable

Recientes estudios de la Dirección Estatal de Arqueología, Topografía y Cartografía China descubrieron que la Gran Muralla es aún más larga de lo que se creía. Sus 8851 kilómetros recorren 156 distritos desde el Mar Bohai, al este del país, hasta el desierto de Gobi, en el oeste.

La Gran Muralla China pertenece al grupo selecto de construcciones antiguas –como las pirámides de Giza, Machu Picchu y el Coliseo romano, entre otras– cuya realización en épocas tan lejanas parece imposible de concebir en estos tiempos modernos. Por eso cada nuevo hallazgo en su entorno genera un eco trasnacional y toca las fibras de la historia. Así ocurrió cuando la Dirección Estatal de Arqueología, Topografía y Cartografía China reveló que la zigzagueante serpiente de piedra tiene cerca de 2500 kilómetros más de lo que se creía. Construida en diversos tramos a partir del siglo VI a.C., la Gran Muralla es el mayor emblema de la región, ahora con 8851 kilómetros oficiales de longitud.


DINASTIAS QIN Y HAN
Hacia los siglos VIII y VII a.C., el territorio estaba dividido en cientos de feudos y principados. Con el correr de los años, los desperdigados estados de ese período conocido como el de los Reinos Combatientes, emprendieron la construcción de los primeros paredones para diferenciarse entre ellos y protegerse de invasiones extranjeras. El relato oficial indica que hacia el 221 a.C., el emperador Qin Shi Huang unificó toda China al integrar aquellos reinos en un solo imperio. Pese a ser recordado como un tirano por gran parte de la literatura, Qin reformó la escritura, fijó sistemas de monedas, creó la primera red de canales de riego y fijó límites en sus dominios. Consecuentemente decidió romper las viejas murallas interiores y juntar las porciones exteriores con la intención de centralizar el poder y evitar el resurgimiento del viejo feudalismo. Esa construcción, ya a gran escala y con mano de obra mayormente campesina, costó grandes sumas de dinero y largos años de duro trabajo. A medida que la muralla atravesaba los espacios vacíos de China, los constructores se vieron obligados a improvisar: donde no había piedras, utilizaron capas de tierra compactada contenidas en simples marcos de madera. Tras la muerte de Qin y la caída de su imperio, la primera Gran Muralla fue prácticamente abandonada.

Tiempo después, durante el reinado de Han Wu-di, se reconstruyeron algunos tramos de la antigua muralla por razones vinculadas principalmente al comercio, ya que el muro permitía un buen control de entradas y salidas de los productos y mercancías que circulaban por la legendaria Ruta de la Seda.


LOS MING
Con la dinastía Ming, se retomó la construcción con materiales más nobles. Posteriores incursiones de los mongoles vigorizaron la idea de la muralla, y se destinó a ella considerables recursos provenientes de las arcas del imperio. La serpenteante edificación de esa época se asienta acrobáticamente sobre terrenos que en algunos lugares se elevan a un ángulo de 70 grados. Los modernos hornos de los Ming permitieron producir masivamente ladrillos en vez de tener que cortar individualmente las piedras o utilizar tierra apisonada. Las torres que fueron construidas a lo largo de las paredes, o directamente integradas a ellas, contaban con un sistema de señales de humo para advertir a los soldados de alguna amenaza. Se dice, incluso, que en tiempos de esplendor su extensión fue custodiada por más de un millón de guerreros. Pero los Ming fueron mucho más que hábiles constructores de la muralla. Sus barcos comerciales navegaban tan lejos como la India, Japón, el Golfo Pérsico y el Pacífico Sur, llevando enormes cargas de porcelana, seda, especias y la nueva y asombrosa bebida que encantaría a Occidente: el té. Sin embargo, la dinastía Ming no pudo impedir el avance de las tribus manchúes. En 1644, los manchúes cruzaron la muralla y destronaron a los Ming. Una vez tomada Beijing, derrotaron a la incipiente dinastía Shun junto a otras resistencias menores y establecieron el reinado de los Qing. Desde ese entonces, la gran víbora de piedra quedó prácticamente silenciada, con un fin más intimidatorio que defensivo, y un recorrido más deslumbrante que utilitario.


TORRES EN LA NIEBLA
La muralla deslumbra a los miles de visitantes que llegan por año. Escala crestas de montañas, pasa sobre ríos y penetra en valles hondonados, ocultando su intermitente silueta bajo la niebla. En ese compilado de nubes asoma cada tanto la estructura de castillo de algunas de las 25 mil torres de vigilancia. Su trazado se extiende al este del país desde el Mar Bohai (bahía del mítico Mar Amarillo) hasta el desierto de Gobi, en el oeste, cruzando 156 distritos pertenecientes a 10 provincias. Aunque las dimensiones varían en los distintos tramos, la altura promedio de sus muros oscila entre los siete y ocho metros de altura, con una base de seis metros de espesor. En su recorrido la muralla está posteada por los torreones de comunicación, puertas fortificadas y almenas defensivas. Tiene tres pasos: la ciudadela de Jiayu, que da comienzo oficialmente a la Gran Muralla, es de 1372 y está formada por una doble pared cuadrada de ladrillo y tierra, de más de 700 metros. El paso Shanhaiguan fue otra importante fortaleza en torno de la muralla, ubicada cerca de los bordes de la zona oriental. El último es el paso Juyong, que tenía la función de defender las colinas de la capital, Beijing. Algunos relatos cuentan que los miles de obreros que contribuyeron a la construcción de los diferentes tramos y pasos utilizaron los materiales cercanos disponibles en los alrededores: piedras con un alto grado de metales (incluso plata) cerca de Tian Ling Liao; piedra caliza en cercanías de Beijing, y granito, cerámicas y ladrillo cocido en sectores orientales.


TECNOLOGIA DE PUNTA
“Ha habido investigaciones y observación de tramos en varias oportunidades. La muralla es una construcción muy importante para el país”, afirma Han, uno de los responsables de la embajada de China en Argentina. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, y recientemente consagrada una de las Siete Nuevas Maravillas del mundo moderno, la Gran Muralla sigue asombrando. El nuevo tramo detectado fue el descubrimiento más importante del proyecto de planificación del departamento de patrimonios nacionales chinos, que se puso en marcha a principios de 2007 para su protección. Seguimiento satelital y avanzados instrumentos de exploración revelaron sobre finales de 2008 la existencia de algunos tramos ignorados en montañas y desiertos del accidentado suelo chino. “Las obras modernas de carretera y ferrocarril la han afectado”, señaló su director, Shan Qixiang. Si bien se pueden visitar enormes tramos, sólo un pequeño porcentaje está en pie (un 20% en condiciones aceptables y un 30% con muchas ruinas), mientras el resto ha sido erosionado y/o destruido por el hombre a lo largo del tiempo. La Gran Muralla atraviesa provincias como Liaoning, Hebei, Shanxi, Gansu y Shaanxi, además de la región autónoma de Mongolia Interior, Tianjin y Beijing.

Pablo Donadio
Pagina 12 - Turismo

miércoles, 13 de mayo de 2009

Borneo: Ecoturismo en la región de Sarawak

Comunidad de Long Bedian

Crónica de una visita a la comunidad de Long Bedian, en las profundidades de la selva del Borneo malayo. Aunque la tala de árboles es la principal actividad, los habitantes de la región de Sarawak quieren evitar la deforestación de la jungla que, de desaparecer, afectaría los ciclos pluviales de forma devastadora.

Los folletos turísticos son siempre algo engañosos, ya se sabe. Las playas son paradisíacas y lucen espléndidamente limpias, el cielo siempre es azul y los habitantes locales siempre sonríen. Los folletos de Sarawak (Borneo, Malasia) que encontré en el aeropuerto de Miri presentaban a su población local frente a unas largas casas de madera en las que parece reinar una armonía perpetua, mientras sus moradores realizan sus actividades cotidianas adornados con trajes tradicionales. Así que cuando nuestro guía nos presentó a Jok, el que iba a ser nuestro chofer en los próximos dos días, como un auténtico orang ulu, no pude evitar una mirada desconfiada por los jeans y la camiseta que llevaba. Tenía, eso sí, unos ojos rasgados y risueños y una sonrisa permanente difícil de resistir. Tímido al inicio –los primeros cinco minutos quiero decir–, terriblemente locuaz más tarde, Jok se expresaba con un inglés de acento imposible del que había que intuir las bromas que, sin cesar, escapaban de su boca. Un tipo simpático y listo.


Selva profunda
La comunidad de Jok se llama Long Bedian. El nombre de la etnia designa a quienes viven “río arriba”, aunque también son conocidos como kayan, el nombre con el que marcharon de Apau Kayan, en Kalimantan, la zona de la isla de Borneo perteneciente a Indonesia. Abandonaron Kalimantan cuando los terrenos de cultivo quedaron exhaustos y se instalaron en diversas zonas del norte de Sarawak, sobre todo en los alrededores de los ríos Baram, Rejang y Tubau, donde todavía viven en sus largas casas comunales.

Durante la II Guerra Mundial y la ocupación japonesa, algunos miembros de estas comunidades abandonaron sus tierras para emigrar al interior de la selva, cruzando el pequeño cañón del río Durian, que también da nombre a esa fruta de olor indescriptible que se encuentra en todos los mercados. Allí, aislados del mundo, los kayan pudieron preservar un estilo de vida que se ha conservado, hasta hace muy poco tiempo, lejos de miradas e injerencias.

Los orang ulu, como los dayak y otras tribus de Borneo, han vivido desde tiempos inmemoriales en cabañas de madera de muchos metros de longitud, que acogían a gran parte de los miembros de la comunidad. Cada familia disponía de un espacio, pero el corredor era la zona común a lo largo del cual se podían llegar a alinear hasta 68 puertas. Con el tiempo, algunas de estas largas casas se han convertido en objetivo de un turismo ávido de pureza etnográfica, pero sin dejar de ser una mera representación de lo que un día fue. Long Bedian, escondida en lo más profundo de la selva, accesible solamente tras más de cuatro horas de carretera sembrada de agujeros y cráteres o a través de casi un día de navegación fluvial, ha quedado muy lejos de los circuitos turísticos de las grandes agencias, y las largas casas que aún quedan en el pueblo no intentan imitar los estilos de antaño; son casas modernas, reales, como sus habitantes, que a pesar de no llevar los hábitos tradicionales siguen manteniendo el espíritu de hospitalidad de siempre.

Como para confirmar esa afirmación, Jok nos invita a visitar su casa. La mayoría del más de millar y medio de orang ulu que viven en Long Bedian se convirtieron al cristianismo en los años ’50 del siglo XX, así que la amplia sala principal de la casa familiar de nuestro particular cicerone es un extraño y colorido altar sin más lugar donde reposar que un sofá y un par de sillas. En una sala anexa se encuentra la cocina, con una larga mesa de madera alrededor de la cual se sienta toda la familia. Arriba quedan los sencillos dormitorios. Eso es todo. Nada es superfluo. Jok vuelca su energía, de momento, en otros proyectos que tienen que ver, y mucho, con su comunidad y el futuro de ésta: una serie de alojamientos en mitad de la selva gestionados por los propios habitantes de Long Bedian, 12 cabañas de madera bautizadas como Temyok Rimba Resort, austeras pero con lo imprescindible para pasar algunos días en mitad de la selva. Mientras tanto, Jok sigue trabajando de chofer para transportar hasta aquí a esos turistas occidentales y un tanto accidentales que buscan, de verdad, perderse en lo auténtico. Y este rincón del planeta lo es.

Desde el resort, a apenas 30 minutos de caminata desde las cabañas, entre árboles gigantescos que ocultan la luz del sol, se llega a la cascada de Nawan, un delicioso lago donde se puede nadar, o como ellos prefieren definirlo, un spa natural en el que relajarse escuchando los sonidos de la jungla. Pero hay otros trekkings, algunos de varias horas de recorrido, y otras visitas. La misma comunidad que auspicia este proyecto de turismo enraizado en la naturaleza es uno de los mayores atractivos del lugar, y su media docena de calles parecen concentrar ahora la vida comunitaria que un día se vivió en las casas de los orang ulu.

Casa Comunal: son lugares donde viven varias familias, incluso pueden considerarse un pequeño poblado.

Vida comunal

Una construcción alargada y porticada, con diferentes divisiones, hace las veces de centro comercial: el café, el restaurante, la tienda de artesanía, la de alimentos, el tabaco... Ninguna se cierra al frente, solamente unas persianas pintadas de azul y blanco colgadas del porche protegen el interior del justiciero sol tropical del mediodía. A lo largo del pasillo que une los diversos establecimientos, sentada sobre los alargados bancos, la gente se reúne a charlar, a ver pasar la tarde, a intercambiar noticias e información o, como los niños, a seguir con los ojos abiertos de par en par el último culebrón mexicano que pasan por televisión. Sonríen, pero sólo a las sonrisas. Las mujeres más mayores conservan sus tatuajes tradicionales en manos, brazos y piernas, y las orejas perforadas por anchos objetos que aumentaron su tamaño hasta extremos insospechados. También los hombres adornaban sus orejas con dientes de leopardo, pero eso fue antes de que adoptaran el cristianismo como estilo de vida. Ahora esas prácticas son minoritarias entre ellos.


Paraiso de biodiversidad
En Long Bedian, a pesar de su relativamente corta historia, ya saben lo que son los proyectos de gran envergadura y los vaivenes de una economía de mercado. A finales de los años ’60, toda esta área comenzó a vivir de las técnicas de plantación modernas y de las granjas, mientras desde la misma comunidad se impulsaban políticas de atención social, como la construcción de escuelas, bibliotecas y hospitales, servicios hasta entonces desatendidos. Tras una década de estabilidad, y como resultado de la educación recibida por los más jóvenes, algunos miembros emigraron a las ciudades para continuar sus estudios o conseguir mejores trabajos, hasta que, cercanos ya los ’80, con la llegada de la industria maderera, los jóvenes prefirieron quedarse en áreas cercanas y trabajar para éstas. Y esa industria, que trajo dinero, ha traído también la destrucción de la principal riqueza del país: su increíble naturaleza.

Malasia se encuentra entre los 17 países que albergan el 70% de la biodiversidad del planeta. Tiene más de 12.000 especies florales, 1100 helechos, unas 300 de mamíferos salvajes, 750 de reptiles, 165 de anfibios y más de 300 de peces de agua dulce. Pero todo este patrimonio natural se ve amenazado por la urbanización creciente y la deforestación.

Desmonte de bosques nativos

Preservar un tesoro natural
Los grandes bosques que cobijan buena parte de esta riqueza están siendo destruidos a un ritmo insostenible. Según un organismo de la ONU, solamente en la década de los 90 Malasia perdió el 13,4% de su masa forestal, y el ritmo aumenta sin cesar. El resultado es que más de 170 especies endémicas se han extinguido ya y muchas otras, como muchos animales, están próximas a la extinción.

Los habitantes de la región de Sarawak, donde se ubica la comunidad de Long Bedian y los orang ulu, saben lo que significa esto. En los años ’30, en sus selvas se vieron los últimos rinocerontes de Java y de Sumatra (Rhinoceros sondaicus y Dicerorhinus sumatrensis). Hoy quieren preservar el tesoro que aún conservan, pero para eso necesitan desarrollar alternativas a la destructora industria maderera, al dinero fácil que ésta promete y también los cambios acelerados que conlleva. Si en los años ’60 la población de Long Bedian no pasaba del medio millar, el censo del año 2002 reflejaba cómo el número de habitantes se había triplicado y, aunque los orang ulu siguen siendo la etnia mayoritaria, otros pueblos han llegado al reclamo del trabajo y el dinero: kayams, kelabits, penams, kenyahs y otros.

La industria maderera sigue siendo una fuente importante de ingresos para muchas familias de la zona, así como la recogida de coco en las cercanas plantaciones, pero muchos han tomado conciencia de la necesidad urgente de preservar algo que pertenece a todos y se están dedicando a labores tan tradicionales como el cultivo de la famosa y exquisita pimienta con denominación de origen. El turismo responsable, como nueva fuente de potencial riqueza, debería ser una de las alternativas viables al inexorable avance de las masivas talas. En nuestras manos queda. Y en las suyas, por supuesto.

Maribel Herruzo
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Web

domingo, 3 de mayo de 2009

India - Bangalore encendida

Vendedores de flores en uno de los coloridos mercados de Bangalore, la tercera ciudad en población de la India

Centro de una revolución tecnológica, pero también de inalterables tradiciones, una ciudad para descubrir en el sur de este inagotable país

Hay quienes viajan a la India en busca de espiritualidad. Otros aspiran a descubrir una cultura exótica. También están los que llegan por negocios. Y de estos últimos, la mayoría aterriza acá, en el Silicon Valley del país.

Capital del estado de Karnataka, su nombre oficial es Bengaluru, aunque resulte más conocida por la versión anglificada: Bangalore. Con una población que ronda los 7,2 millones de habitantes, está al sur de la India, a 2061 km de Nueva Delhi y 998 km de Mumbai (ex Bombay). Y es considerada la ciudad más moderna y el centro de la revolución tecnológica del país.

Empresas dedicadas a las tecnologías -como HP, Infosys, Microsoft e IBM, entre otras- tienen sus oficinas aquí y protagonizan el crecimiento que desde la década del 90 colocó a la región como el motor que lleva adelante al país, gracias a profesionales especializados y costos que atraen inversiones de todo el mundo.

Así, en Bangalare los opuestos se encuentran y se funden con naturalidad. Los grises de construcciones semidestruidas caen frente a los colores vivos de los templos que aparecen cada pocas cuadras, decorados con algunas de las deidades de la cultura hindú. Las zonas en obra se mezclan con grandes shoppings donde los carteles de publicidad encienden la metrópolis.

Visitar Bangalore es una experiencia que afecta los cinco sentidos. Y no hay quien salga ileso de ella. Porque las imágenes de la ciudad cargan algo de tristeza y la indigencia espera sentada en cualquier rincón, entre ruidos de bocinas que ensordecen día y noche, mientras que el progreso trabaja incansablemente. Porque olores a veces nauseabundos se mezclan con una nube de combustión. Porque lo que para un extranjero puede parecer peculiar, en la India es lo cotidiano: si los autos no suelen respetar a los peatones, basta con que una vaca pise el pavimento para que todo se detenga.

Es imprescindible estar atento. No porque se trate de un lugar peligroso, sino porque sus calles tienen pocos semáforos, muchos vendedores, mendigos acostados en unas veredas casi invisibles, destruidas, angostas u ocupadas por algún puesto de comida. Y siempre hay que estar alerta, al acecho de los simpáticos monos que corretean libres por la ciudad y que fácilmente podrían llevarse la cámara de fotos de algún turista.

Una visita típica puede comenzar por el Palacio de Bangalore. Hay que ingresar por un parque hasta llegar a esta edificación de 1887. El estilo de su arquitectura Tudor fue inspirado en el castillo de Windsor y sus salas están abiertas desde 2005 para los que quieran visitarlo. Al valor de la entrada (12 dólares) hay que sumarle un recargo por fotografías (30 dólares), aunque siempre existe la opción de no pagar el plus y guardar la cámara en la mochila...

Resulta bastante común que en los puntos turísticos se cobre un permiso para usar la cámara de fotos y en el caso del Palacio de Bangalore, quien todavía no haya ingresado y quiera fotografiar la fachada seguramente escuche la queja de alguno de sus guardias pidiendo que primero pague la entrada.

Otro sitio para visitar es el Templo del Toro, o Bull Temple, uno de los más antiguos y famosos de la ciudad. El colorido y los detalles de su construcción alegran el paisaje. Allí se puede admirar la estatua del sagrado toro Nandi, hecha en una solo pieza de granito y que mide 4,5 metros de altura y poco más de 6 de largo. Dicen que tocarla trae buena suerte.

En el camino se puede pasar frente a Vidhana Soudha, sede de la Legislatura, para tomar una foto de este edificio monumental. Y otro imperdible: el palacio del sultán de Tipu, construido en 1791, completamente en madera y rodeado por una gran vegetación.

Cuando termina este recorrido básico, todavía queda tiempo para pasear por el gran número de parques que le dieron fama a Bangalore como la Ciudad Jardín. Entre ellos, los dos más importantes para tomar nota: el parque Cubbon, una especie de Central Park indio, y Lal Bagh, el jardín botánico de la ciudad.

Palacio de Bangalore, inspirado en Windsor

Con la primavera
Un grupo de gente corre y grita cerca de una calle hipercomercial. Sus caras sonrientes y sus ropas están teñidas de colores. Participan de la fiesta de Holi, que se celebra cada año cuando llega la primavera para ahuyentar las malas energías y colorear las positivas. El festejo comienza con la primera luna llena de marzo, cuando la gente sale a las calles a tirarse con polvos de colores, de los que no se salva casi nadie que pase cerca.

El espectáculo visual es grandioso. Uno puede quedar paralizado observando todo lo que lo rodea. Más allá de fiestas como la de Holi, el colorido que llevan las mujeres es infinito. Entre los hombres, algunos visten doti (paño blanco anudado en la cadera) y es difícil no distraerse contemplando las carretas tiradas por ox, los tuk tuk (ver recuadro) que pueblan las avenidas, todo entre la escenografía de los enormes anuncios de empresas multinacionales.

La buena noticia es que todos los avisos y las señales de tránsito están escritos en inglés y subtitulados en hindi, o viceversa. No hay problemas para guiarse y entender. La mayoría de la población habla inglés, que junto con el hindi son las lenguas oficiales del país. Se dice que en la India se manejan muchas lenguas, algunas catalogadas como regionales o minoritarias, y más de 2000 dialectos. Una verdadera Torre de Babel, aunque la Constitución del país sólo reconoce 22 idiomas, entre ellos el sánscrito.

Mayur conduce un taxi, le interesa saber desde qué países llegan los que visitan su tierra y aunque con un acento, a veces difícil, su inglés se entiende. Cuenta que Bangalore recibe un gran número de turistas de negocios. "No se ven viajeros paseando por la calle, para la mayoría es mejor conocer la ciudad arriba de un taxi o en tuk tuk y no hacerlo a pie" dice.

Maneja del lado derecho, como los conductores ingleses, una herencia más que les ha dejado tantos años de ocupación británica. Vale recordar que la India fue colonia de Gran Bretaña utilizada como base militar, hasta 1947, año de su independencia.

Hablando de tradiciones, Mayur no tarda en pasar a temas más personales y cuenta que su matrimonio no fue libre: "Esto es muy común aquí, más del 70% de los matrimonios son arreglados por los padres. Yo, a mi mujer, la conocía porque era una amiga de mi hermana, así que estuve de acuerdo con el casamiento".

Como Mayur, Bangalore nos sorprende. Esta ciudad del sur de la India, multifacética, es considerada la más rica de todo el país. Aquí convergen la tradición junto a las nuevas tecnologías en un ritmo arrollador. Bangalore es el ejemplo perfecto de la metrópolis como un juego de opuestos, de contrastes, que impactan y conmueven.

Frente al Parlamento, un típico rickshaw

Tuk tuk, ¿quién es?
Los tuk tuk o rickshaw -carros de tres ruedas con los colores del taxi porteño- son el medio de transporte más popular y económico para recorrer Bangalore y otras ciudades de la India. Los conductores hablan en inglés y llevan un taxímetro que, en general, no usan cuando se trata de pasajeros turistas. Por eso es importante preguntar cuánto nos cobrarán antes de subir.

Es posible organizar un city tour a medida en uno de ellos. Aunque, si el bolsillo lo permite, no por mucha diferencia también se lo puede hacer en taxi. Los lugares por visitar no están a grandes distancias y es fácil recorrerlos en una sola tarde.

Experiencia picante
Para los amantes del picante, éste es el paraíso gastronómico. Para quienes no pasan un grano de chili o pimienta al comer afuera se debe aclarar y repetir que el plato sea preparado sin condimentos o directamente afirmar: "Soy alérgico a la comida fuerte".

Por supuesto que no hay carne vacuna en el menú de los restaurantes indios. Las carnes que se ofrecen son de cordero, cerdo o pollo. En la carta se diferencia con un círculo rojo las comidas no vegetarianas y uno verde para las que están hechas sólo con verduras.

Shiva trabaja en un restaurante de comida india. Guarda su anotador de pedidos y sonríe cuando se le pregunta por la carne vacuna. "La vaca es un Dios para nosotros, ella es nuestra madre, nos alimenta desde pequeños con su leche. Nosotros le rezamos y le agradecemos porque es sagrada".

Entonces, las hamburguesas de McDonald?s, ¿de qué están hechas? "De cordero", responde Shiva. Aunque si uno va con la idea de comerse una doble carne doble queso, es probable que en las opciones sólo encuentre hamburguesas de pollo y muy picantes.

Los restaurantes, que no abundan, están reservados usualmente para extranjeros. Los locales comen en las calles, desde fruta ya pelada hasta comida con un poco más de elaboración, pero esto no resulta apto para estómagos extranjeros, a menos que viajen vacunados contra hepatitis A y quieran correr el riesgo de experimentar una indigestión india.

Datos útiles
Dónde comer
* Los locales de comidas rápidas ofrecen menú por el equivalente a tres pesos argentinos. En un restaurante de comida típica, el plato ronda los diez pesos.

* Queen´s Restaurant es una buena opción, en la calle Church, donde se puede degustar platos tradicionales.

* Legend of Sikandar, en Garuda Mall, ofrece comida típica del centro y norte de la India. Se puede comer por 18 pesos el plato más elaborado.

Dónde comprar

* La rupia es la moneda de la India. La equivalencia es aproximadamente 100 rupias-6 pesos argentinos.

* Para los amantes del shopping, Bangalore cuenta con varios Malls para visitar: Cosmos, Lido, Golapan, Prestige Eva y Sigma. Pero los más recomendables para recorrer son The Forum, uno de los más grandes, y Garuda Mall.

* Para comprar vestidos, sedas, zapatos típicos o alguna artesanía de recuerdo, la mejor opción es tomarse un tuk tuk y bajarse en Commercial Street, un negocio al lado del otro para encontrar lo que busca.
Recomendaciones

* La embajada de la India en Buenos Aires pide que todo argentino se vacune contra la fiebre amarilla. Al llegar a destino piden certificado de vacunación, por lo tanto quien viaje desde la Argentina sin vacuna será puesto en cuarentena.

* Las temperaturas son de un promedio de 33°C en verano y 14°C en invierno. Es aconsejable llevar ropa liviana y en el caso de las mujeres es preferible evitar escotes y polleras cortas.

* Antes de tomar un tuk tuk o un taxi hay que ser claro y firme con el destino. Es muy común que el conductor quiera imponer adónde ir y uno termine en un negocio de sedas para turistas en lugar de llegar a la calle comercial.

* En los templos hay hombres que se acercan para guiar el paseo. Pero en un momento del paseo el guía espontáneo pide una suma de dinero (a veces irrisoria). Si alguien en la entrada de un templo se acerca es mejor preguntar cuánta plata va a pedir.

Texto y fotos: María Fernanda Lago
La Nacion - Turismo