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jueves, 7 de febrero de 2008

Bolivia: el Lago Titicaca y el pueblo de Copacabana

Situado a más de 3800 metros de altura, el Titicaca es el lago navegable más alto del mundo y uno de los lugares legendarios de Sudamérica. Heredero de antiguas tradiciones y mitos, rodeado de montañas y jalonado de islas, es una invitación a descubrir la belleza y los misterios del altiplano boliviano.

Un espejo de agua abierto en el altiplano, donde la altura corta el aliento, guarda el secreto del origen del imperio incaico, la fuente de una cultura que sigue proyectando su luz, después de años de oscuridad, sobre la civilización que se le impuso. El Lago Titicaca, en el pasado venerado por los incas y hoy considerado como uno de los lugares más puros del mundo, es el origen de este imperio. Las leyendas abundan: una de ellas asegura que el Sol y la Luna se refugiaron en sus aguas, en la oscuridad, durante los días del diluvio, y allí se encontraron los dioses que dieron origen al mundo. También contaban los pobladores del imperio incaico que un día el Inca Manco Capac y su hermana y consorte, Mama Ocllo, salieron de las aguas del lago con el mandato de su padre, el Sol, de fundar el imperio uniendo las culturas indígenas en nombre de la paz y la civilización. Ese imperio fue el Tahuantinsuyo, que tenía en esta región del Titicaca –hoy compartido entre Bolivia y Perú– un tesoro natural donde criar llamas y alpacas, cultivando quinoa, papa y café. En este “suyo” o región del imperio, además, las entrañas de las montañas eran ricas en oro y plata, los metales que los incas ofrendaron a los dioses... y los conquistadores a sus reyes.

Islas Flotantes

El más alto del mundo
El Titicaca es digno de un capítulo en el libro de los records: situado a más de 3800 metros de altura, es el lago navegable más alto del mundo, se extiende sobre unos 8000 kilómetros cuadrados y tiene una profundidad máxima de 280 metros. Está situado a sólo unos 70 kilómetros al oeste de La Paz, desde donde se realizan excursiones por el lago, las islas y las regiones naturales de los alrededores. Un camino asfaltado une La Paz con Copacabana, junto al Titicaca, cuyas aguas de rara transparencia son alimentadas por los glaciares de la Cordillera de Apolobamba y Real. Las montañas que lo rodean parecen estar muy cerca, pero en realidad se encuentran a unos 30 kilómetros de distancia, casi invisibles por la pureza del aire, que parece acortar las distancias. Otros turistas prefieren visitarlo desde Puno, del lado peruano, o bien integrarlo en un circuito más extenso que parte de La Quiaca, en Jujuy, pasando por Villazón (Bolivia), el salar de Uyuni, Potosí, Sucre, Cochabamba, La Paz y Copacabana. Justamente, el Titicaca es lo que queda de un antiguo paleolago, que se extendía sobre buena parte del altiplano boliviano, y formó luego el lago Poopó y los salares de Uyuni y Coipasa.

Cualquiera sea el itinerario elegido, el Lago Titicaca depara los más hermosos paisajes que puedan imaginarse, con sus aguas armoniosas volcadas contra los picos gigantescos de los Andes bolivianos, cuyas nieves eternas parecen vigilar para siempre los destinos de las islas que los indígenas consagraron a sus dioses. Estas islas que quiebran la superficie del agua no son sino afloraciones de la misma cordillera que rodea el lago.

La región del Titicaca puede visitarse durante todo el año, gracias a un clima soleado pero moderado por la altura, que refresca las noches del altiplano haciendo descender notablemente la temperatura. El impacto turístico en la zona, muy visitada también por viajeros que llegan desde Perú después de haber recorrido Cusco y Machu Picchu, es cada vez más importante: se estima que a Copacabana, a orillas del lago, llegan unos diez turistas por cada habitante (le sigue el salar de Uyuni, con unos ocho turistas por habitante)


Copacabana y las islas
A orillas del lago Titicaca se levanta el poblado de Copacabana, un centro turístico y arqueológico célebre por su Santuario, que fue en los tiempos precolombinos un sitio de culto, observación astronómica y ceremonial. Si hoy se venera a la Virgen Morena, antiguamente era meta de peregrinaciones hacia la Isla del Sol y de la Luna. La actual iglesia católica fue levantada en la plaza central de la ciudad en el siglo XVI, y es una pequeña joya blanca de cúpulas brillantes cuyo altar reluce de oro y plata. Desde Copacabana salen numerosas excursiones embarcadas hacia las Islas del Sol y la Luna, o bien caminatas hacia los miradores que se encuentran en los alrededores, en particular los sitios arqueológicos precolombinos como la Horca del Inca (un antiguo observatorio), el Kusijata o Intikala. Cuentan algunas crónicas que esta ciudad, antiquísima, toma su nombre de la expresión “Coppa-kcaguaña”, o el “camino de las estrellas que lleva hacia dios”: es que desde allí se aprecia claramente esa brújula precolombina que es la Cruz del Sur.

Copacabana

Uno de los sitios más interesantes para visitar es la Isla del Sol, en el Lago Mayor, donde quedan muchos vestigios de las culturas Tiawanakota, Aymará y Quechua que poblaron este lugar desde tiempos inmemoriales, antes de los incas: las escalinatas del Yumani (todo un desafío para las piernas), el palacio de Pilkokaina, la Chincana, las Huellas del Sol y la Roca Sagrada. También se llega en lancha a la Isla de la Luna, también conocida con el nombre nativo de Koati, segundo lugar sagrado del pueblo indígena local, y donde se concentraba el culto femenino bajo la forma de las Doncellas del Sol.

El lago tiene otros sitios imperdibles, como la Isla de los Uros, donde todas las construcciones se levantan sobre pilotos de eucaliptos, y todo está hecho con los flexibles tallos de las totoras, la misma planta con que se realizan las típicas canoas que surcan las aguas del lago, y que son todo un símbolo del Titicaca. Aunque naturalmente también hay catamaranes, alíscafos y otras lanchas, las “totoritas” o “caballitos de totora” conservan una tradición única y son la postal más buscada de estas aguas. Bien lo saben los habitantes de Suriqui, tan hábiles en su construcción que fueron elegidos por el noruego Thor Heyerdahl para construir la embarcación de totora con la que pudo probar que estas canoas eran aptas para largas travesías oceánicas.

En la Isla de los Uros, los habitantes viven sobre todo de la confección de artesanías en totora, la caza y la pesca. Las tradiciones locales también están a flor de piel en la Isla de Taquile, donde se encuentran varias ruinas incaicas. Sin embargo, uno de sus principales encantos es que se puede pasar la noche en casa de los habitantes, que organizan ellos mismos los servicios turísticos y son conocidos por su hospitalidad. Igualmente interesante es la Isla de Amantan, la más poblada del lago, que también tiene gran valor arqueológico. Cualquiera sea la isla que se visite, donde hay gente hay movimiento, comercio, charla, regateo, y la calidez de los hombres y mujeres que hoy pueblan el altiplano es uno de los recuerdos más entrañables que se llevan los visitantes de estos lugares aptos para cóndores. Cuando hay un poco más de tiempo, o si interesa en especial el ecoturismo, los alrededores del lago son ideales para el trekking y el montañismo.
Mientras tanto, el espejo del Titicaca sigue custodiando celosamente sus secretos, bien protegido por la doble barrera de la altura y la profundidad: desde las invisibles sirenas que oculta en el fondo, ese fondo que alguna vez se pensó sin fin, hasta tesoros hundidos... sin olvidar una ciudad entera, una Atlántida andina donde se dice que aún relucen, sumergidos, el oro y la plata de los incas.


Atardecer en el Titicaca (Rosario “Charo” Moreno)
Los hombres que manejan los lanchones a través del estrecho que une Puerto Tiquina con Copacabana son personas rústicas, sencillas, pero con un conocimiento de su trabajo que es extraordinario. Calibran a ojo el peso de lo que transportarán y lo ubican en la embarcación de acuerdo con ello. Delante de nuestro vehículo había un camión. Nos hicieron subir primero y el camionero nos increpó, creyendo que nos estábamos colando. No era así. Lo que ocurrió es que la parte que nos tocó ocupar era algo frágil. Partimos.

Las tablas del piso se movían amenazadoras, crujían. La serenidad de los que conducían era tal que me infundían confianza. Las olas azules batían los costados de la casi improvisada embarcación. Atracar en la orilla opuesta no fue sencillo, pues el oleaje era bravo, y perdimos el mejor muelle por el movimiento de las olas, que nos llevó a otro, algo desnivelado. Con largos palos o picas, los “marineros” ubicaron el lanchón lo mejor posible y finalmente ayudé a colocar maderos para que el auto pudiera descender sin inconvenientes. Así llegué, y muchas personas y vehículos más, al pueblo de Copacabana. Mi emoción y mi alegría de tan profundas, eran silenciosas.

Tenía hambre, y a pocos metros encontré una casa de comidas. Pedí papas fritas y truchas. Todo vino una hora más tarde, como es costumbre en Bolivia. El retraso tiene una loable razón: la cocinera comienza a trabajar cuando viene el pedido. Nunca tiene nada preparado de antemano. Quizá para mí no sea práctico, pero así la comida es más exquisita, caliente, sabrosa y auténtica. Se usa muy poco la heladera, el frescor de los interiores es suficiente para que los alimentos se conserven perfectamente.

Luego de almorzar opíparamente fui al pueblo de Copacabana, a 35 kilómetros del puerto, por un camino que bordea la península con acantilados y playas hermosas. Buscaba un albergue y encontré uno a pocas cuadras de la plaza central, un simpático hotelito llamado “Copacabana”. Las habitaciones eran pequeñas y prácticas, con lo mínimo indispensable. Tenían baño privado con una regia ducha. Este detalle me convenció para comenzar a desempacar algo del equipaje.
Fui a ver la puesta del sol sobre el lago Titicaca. El espectáculo era imponente, paradisíaco. El sol descendía rápidamente tiñendo de sangre el lago, el cielo era un estallido de anaranjados, rojos y amarillos. Desapareció tras unas nubes en el horizonte tan remoto para reaparecer tocando ya las aguas que parecían hervir. Cuando se hundió en ellas, todo se volvió color plata: el lago, las olas, la espuma, el cielo, las rocas. El frío se hizo intenso. Buscando reparo, ascendí conmovida y en silencio, hacia la plaza del pueblo. Eran las seis en punto de la tarde.

Al día siguiente me dediqué a disfrutar del pueblo y conocerlo. Escribí un par de horas hasta que el sol comenzó a descender. A dos cuadras de nosotros estaba el mágico lago. Y hacia él fui. Los quechuas dicen que Dios, el Inti, surgió de sus aguas brillantes y luego creó todas las cosas. El Titicaca brilla siempre de modo extraño. De día brilla al sol, de noche a la luz del firmamento preñado de estrellas. Siempre brilla, refulge. En quechua su nombre significa “aguas que brillan” o “aguas brillantes”

Datos utiles
Cómo llegar
Se puede viajar al Lago Titicaca desde La Paz, tomando luego la ruta asfaltada que lleva al Estrecho de Tiquina, para cruzar después en lancha hacia Copacabana. También se puede ingresar desde la Argentina por La Quiaca, siguiendo el itinerario descrito más arriba, o desde Puno (Perú), otro de los principales centros turísticos en torno del lago.

Clima
Conviene tener en cuenta que es una zona de gran amplitud térmica, con clima soleado durante el día y descenso de temperatura durante la noche
Excursiones
En torno del Lago Titicaca se pueden contratar excursiones de ecoturismo, turismo de aventura, escalada y trekking, además de navegaciones y visitas a las islas

Comidas
Una visita al Lago Titicaca es una buena oportunidad para probar la gastronomía local, en especial las truchas que se pescan en las propias aguas del lago, y los platos a base de quinoa y otros cereales andinos

Informes
Embajada de Bolivia en la Argentina
Av. Corrientes 545, 2do. Piso
Buenos Aires - Teléfono: 4394-1463
www.embajadadebolivia.com.ar

Graciela Cutuli
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Web

martes, 5 de febrero de 2008

Ceará-Brasil : Tierra de luz tropical


Un sinfín de bellezas naturales se combinan con una cultura de matices coloridos en el estado de Ceará, al norte del país del carnaval. Los paseos en buggy, el baile del forró y la gastronomía variopinta son los atractivos de uno de los rincones brasileños que aún conserva, intactos, sus mejores encantos.

En el estado de Ceará, al norte de Brasil -y a poco más de tres grados al sur del Ecuador- el calor no sofoca. En la tropical costa cearense es posible suspirar sin barreras ya que el aire prodiga caricias cálidas. El sol es casi omnipresente en la denominada "tierra de la luz", un apodo vinculado al hecho de que Ceará fue la primera provincia en abolir la esclavitud en Brasil, en 1884. Quien desee maravillarse con las bellezas que la naturaleza cearense muestra a cada paso, deberá estar dispuesto también a madrugar, ya que el sol se muestra en todo su esplendor a partir de las cinco de la mañana para ocultarse poco después de las 17.

Vale la pena, pues, sumergirse en el sueño dorado de esta región cuya capital es Fortaleza, la quinta urbe más grande de Brasil y que, como toda metrópolis, es bulliciosa. Pero, para equilibrar los tantos, no está permitido construir edificios de más de 25 pisos, por lo que es posible contemplar y disfrutar del cielo abierto, aquí y allá. Al mismo tiempo, sin embargo, la arquitectura apela al recurso de la cerámica para cubrir el exterior de las torres, estrategia que parece ser la mejor manera de protegerlas de la salinidad típica de las ciudades de la costa. Tantos retazos de colores, superpuestos, suelen abrumar la vista.

Pasear y hasta trotar por la avenida Beira Mar, en la costa de las Praias Do Meireles y Mucuripe, es una alternativa interesante tanto para el día como para la noche. Allí, además, es posible recorrer los puestos de la feirinha, un mercado de artesanías e indumentaria a la vera del mar. También sobre esa exclusiva vía se ubican algunos de los hoteles más lujosos de la ciudad, así como los bares y restaurantes que ofrecen la variopinta gastronomía del norte de Brasil, donde abundan el camarón, el cangrejo y la langosta en maridaje con caipirinha, jugos y frutas como el maracujá, el mango y la acerola, entre otros manjares autóctonos. Por su parte, Praia do Futuro se destaca por sus hermosas playas, donde reina la tranquilidad, el mar bravo (aunque a primeras horas de la mañana es manso como una laguna) y la paz. Allí, además, se ubican las barracas -paradores- que suelen pertenecer a lujosos hoteles, como el Vila Galé, y donde es casi imposible negarse a degustar los sabores más exquisitos. Por la noche, los bares y las discos invitan a continuar con la celebración de la vida, esta vez, bajo las estrellas. Pirata es uno de los lugares más famosos de Fortaleza: en un primer momento, atrapan la mirada del visitante los múltiples adornos consecuentes con la consigna corsaria. Al instante, también se aprecia la música que interpretan hasta cinco bandas en vivo que se van sucediendo sin que el sonido alegre descanse. Allí todos bailan y la interacción no es una opción sino el pulso que marca la propuesta de la disco que inunda con su fiesta la noche de los lunes.


Cultura forte
Para aprovechar mejor la estadía en la ciudad vale la pena combinar el disfrute de la playa con las ofertas culturales, sobre todo cuando el sol se esconde y aún quedan varias horas del día por delante. Para ello, nada más propicio que realizar una morosa recorrida por el centro histórico, donde abundan museos, iglesias e instituciones del Estado que son fieles testigos de la historia brasileña y su cultura, atravesadas por la impronta portuguesa y holandesa. En el trazado de Fortaleza se destaca el Teatro José de Alencar, que data de 1910 y posee un estilo art nouveau donde se luce tanto la estructura metálica que hace de fachada como el conjunto de escaleras, palcos y frisos de hierro fundido en el interior. Vale aclarar que José de Alencar fue un reconocido escritor local del siglo XIX, a quien se decidió homenajear por su aporte a la narrativa de Brasil (de hecho, cada palco recibió el título de algunos de los textos del literato). A este espacio cultural de referencia se anexó el Centro de Artes Escénicas de Ceará (CENA), un ámbito para la formación, investigación y producción cultural.

A pocas cuadras de allí se ubica la Catedral Metropolitana que, como casi todas en Brasil, hace alarde de una arquitectura admirable. Su construcción no fue tarea fácil: hubo que esperar 40 años para verla en todo su esplendor. Hoy, bajo sus monumentales techos gótico-romanos, cinco mil personas pueden participar en las misas diarias. Otro templo relevante es la Iglesia del Rosario, la más antigua de Fortaleza, construida en el siglo XVIII por esclavos africanos y que conserva el altar original de madera así como los portales, las lámparas y la imaginería. También merece la pena visitar el Museo de Fortaleza -ubicado en el Farol del Mucuripe, una construcción de la época colonial-, el De Ceará -con un rico acervo de piezas históricas y antropológicas-, el Artur Ramos, también conocido como Casa de José de Alencar, con más de 200 objetos africanos e indígenas, además de documentación y manuscritos del famoso escritor. También en el centro histórico de la ciudad se encuentra el Centro Cultural Dragão do Mar, inaugurado hace poco menos de diez años, donde se aunan un espacio para el arte local, el Memorial de la Cultura Cearense, el Museo de Arte, un cine-teatro, un anfiteatro, un taller de arte e incluso el planetario.


Edén escondido
Fortaleza es interesante para soltar amarras hasta por tres días y, desde allí, descubrir rincones más desolados donde la naturaleza apabulle todos los sentidos con su belleza. Canoa Quebrada es, sin duda, uno de esos reductos que conquistan a primera vista. Se trata de una villa emplazada 165 kilómetros al este de Fortaleza -en el municipio de Aracati-, entre dunas y con una ubicación privilegiada de cara al mar que demuestra que la inmensidad puede ser explícita. Desde hace tres años, el acceso a este pequeño paraíso perdido se hizo más sencillo gracias a que se pavimentó el camino (antes sólo se podía llegar en burro o en buggy). Descubierta en los años "70 por hippies que sintieron que allí podían construir su sociedad utópica, Canoa Quebrada es reconocida por su iconografía, que muestra una luna y una estrella. Ese dibujo habría sido grabado en acantilados por los nuevos habitantes, quienes entendían que en ese lugar se respiraba una energía especial. Quien pase por allí, se irá con un halo victorioso, dicen los lugareños.

Como sea, las playas de Canoa Quebrada, sus paradores Bom Motivo y Chega Mais, sus coloridas posadas (las mejores poseen piscinas con vistas panorámicas) y las falesias (acantilados y montañas de arenas coloridas y petrificadas) son un espectáculo. Será por eso, quizás, que la avenida principal se denomina Broadway. Allí, en alrededor de siete cuadras, se alinean los bares y los restaurantes con ambientaciones simples y acogedoras, que se alternan con puestos callejeros y locales de artesanías. Durante el día, los paseos en buggy son ideales para poder curiosear los 74 kilómetros de playas de Canoa Quebrada, pasando por el Quenho - estrecho y precioso camino entre falesias hasta Punta Grossa, donde dunas color salmón compiten con la inmensidad del mar. También vale la pena tomar la excursión que combina una recorrida en buggy por extensiones de arena que remiten al desierto, o a lo que uno imagina que el desierto es, con oasis que maravillan la mirada del viajero. Ver a lo lejos la fusión del mar y el río Jaguaribe es señal de que se está llegando a la siguiente estación de la aventura: un paseo en barco que aporta tranquilidad luego del paseo agitado por las dunas. La conciencia ecológica es el denominador común en la villa estelar, donde no está permitido elevar construcciones de más de un piso u ocho metros de altura. El último jalón en este recorrido se ubica al noroeste, a 37 kilómetros de Fortaleza. Es Cumbuco, en el municipio de Caucaia, una antigua colonia de pescadores en cuyas dunas magníficas es posible realizar ski-bunda, atados a un arnés, en vertiginoso descenso -y zambullida- en las aguas felices de la laguna de Parnamirim.

Jesica Mateu
El Cronista - Turismo
Fotos: Web

domingo, 3 de febrero de 2008

Isla Mauricio: Un paraíso compartido

Las amplias playas de la costa este están reservadas para aquellos que buscan la tranquilidad y el silencio, alejados del bullicio y la rutina urbana. Los grandes hoteles, que de a poco se instalan en las playas, brindan a sus clientes un servicio de lujo, para que nada arruine el momento perfecto

A 900 kilómetros al este de Madagascar, bañado por las aguas del Océano Indico y protegido por arrecifes coralinos, se esconde un paraíso llamado Isla Mauricio, en el que conviven hindúes, musulmanes, cristianos y taoístas. Esta combinación de culturas da como resultado un país en el que las fiestas, música, gastronomía y demás expresiones artísticas hacen de la identidad de su gente –pacífica, alegre y extrovertida– un desafío secreto a descubrir: la cultura creole, o criolla, es el resultado de una mezcla única, representada en cada rincón de esta pequeña y paradisíaca isla.

Vacaciones de lujo es lo que ofrece Mauricio, con los mejores hoteles cinco estrellas, concentrados principalmente en el norte de la isla, que cuenta con una zona comercial altamente desarrollada, aunque en forma pacífica y armónica con la naturaleza, ya que la mayoría de las construcciones están hechas en madera. Las arenas de sus playas, por lejos las más concurridas, son blancas y finas, y las aguas de su mar, calmas y cristalinas; es que la mayor parte de la isla está rodeada por un arrecife coralino, que además es ideal para los amantes del buceo (muchos hoteles brindan cursos y proveen en forma gratuita el equipo básico). Peces payaso y doncellas son algunas de las especies que se podrán observar.

En la región norte también se encuentra Grand-Baie, conocido como el Saint-Tropez mauriciano, por el lujo de sus tiendas, la variedad de la oferta gastronómica –hay restaurantes chinos, criollos y franceses, entre otros– y su activa vida nocturna.

Para quienes buscan una temporada un poco más tranquila, alejada de los grandes centros turísticos y más próxima a la esencia de los mauritanos, la costa este es el mejor de los destinos, especialmente desde Port Louis (su capital) hacia el sur. Sus playas siguen siendo un paraíso de esos que suelen disfrutarse sólo en postales de lugares lejanos, con el plus de ser aún más extensas que las del norte. Además, sus olas –las de Tamarin, Ilot Sanchot y One Eye especialmente– son de las más reconocidas internacionalmente para la práctica de surf. Sin embargo, no es el lugar recomendado para aficionados, ya que sus olas rompen sobre el arrecife; para dominarlas y no terminar lesionado, es necesario tener vasta experiencia sobre la tabla.

Para otros deportes extremos, como kitesurf o windsurf, la costa este es ideal, con alisios –vientos que circulan entre los trópicos– constantes y grandes lagunas protegidas por la barrera de coral. Aquí, la urbanización es escasa, por lo que es el mejor lugar para quienes quieran huir del turismo de masas (la región de Morne Brabant es la más recomendable)

Ciudad portuaria:el mercado es el mayor atractivo de la capital

Rumbo al sur, el paisaje cambia drásticamente. Costas rocosas se alternan con grandes extensiones de playa, interrumpidas varias veces por impresionantes acantilados volcánicos. No es el lugar ideal para alojarse, pero tampoco puede saltearse una visita: la vista, el sonido y los aromas de las olas turquesas golpeando contra las rocas son una fotografía mental que quedará por siempre grabada en el recuerdo. En esta parte de la isla, en las colinas de Bois Chéri, también se encuentra la ruta del té. Se realizan visitas guiadas a la fábrica y al museo dedicados a ese producto, organizadas por varios operadores de la isla. El Parque Nacional de la Rivière Noire es otro de los atractivos de la parte más austral de la isla. Aquí habitan numerosas aves que se han convertido en especies endémicas de Mauricio, como ser las cotorras, los orugueros y los cernícalos, celosamente cuidados, especialmente teniendo el antecedente de lo que sucedió con el dodo, un pájaro del tamaño de un pavo representado en el escudo de la isla extinto hace unas pocas décadas.

Hacia el centro de la isla, el clima se vuelve mucho más húmedo y desaparecen los hoteles. Aquí reside la mayoría de los mauritanos, protegidos por montañas y cráteres volcánicos (inactivos), entre los que se esconden cascadas y rocas esculpidas por la erosión del agua. Yendo desde la costa, pueden apreciarse las plantaciones de caña de azúcar, que ocupan un 90 por ciento de las tierras cultivables. Entre marzo y septiembre, los altos tallos dominan el paisaje, escondiendo los picos rocosos de sus montañas.

Hasta aquí, sus atractivos naturales. Pero Mauricio es mucho más que arenas blancas, exóticos peces y aguas cálidas (lo que no es poco). Es que, dado su crisol de culturas, cada pueblo o ciudad esconde templos, museos, mercados y otros lugares imperdibles.

Una cultura atravesada por la diversidad
En el noroeste de Mauricio se recuesta Port Louis, la capital y mayor polo comercial, fundada durante la colonización francesa en el siglo XVIII, cuando fue utilizada como base naval. Distintas imágenes y pinturas reviven las lejanas décadas de corsarios, buques y fragatas ligeras, además de perpetuar los históricos edificios de comercio. Al llegar al mercado central (abierto todos los días desde las 5.30 hasta las 17.30, y los domingos hasta las 23), un aire de recuerdos y posibilidades encandila la intención de aquellos que tenían pensado ahorrar. Conocido por los lugareños como “El Gran Bazar”, el aroma portuario acompaña las filas cargadas de artesanías, verduras y frutas, exóticas especias. El de hierbas medicinales indias es uno de los puestos que mayor curiosidad despiertan entre los visitantes, con variedad de remedios y tratamientos para casi todo tipo de dolencias, desde una bolsa de tisiana para adelgazar (3 euros), hasta soluciones para la impotencia por menos de 5 euros.

Otro atractivo que devela la historia de la ciudad es el Museo Blue Penny, que recorre toda la historia de Mauricio. En él se guardan dos de los sellos postales más caros y antiguos del mundo: el Two Pence Blue y el Penny Orange. También, el Museo del Azúcar, construido en 1842 como consecuencia del lugar privilegiado que tuvo este cultivo en el período de la colonia. Aquí se recuerdan su modo de fabricación, su exclusiva caña, y su inigualable sabor. Para descansar luego de horas de caminata y no pasar por alto el almuerzo, vale la pena pasar por el restaurante Le Fangourin.

Unos pasos más al sur se erigen la Catedral de St. Louis (Sir William Newton Street), construida en 1850, y la Catedral St. James (Poudrière Street), de 1932, ambas de culto para los creyentes cristianos, que suman aproximadamente un tercio de la población total. El resto de los lugareños levantan sus plegarias de diversas formas. La convivencia pacífica entre hindúes, musulmanes, cristianos y taoístas, representados en los cuatro colores de su bandera nacional (rojo, amarillo, azul y verde) conforma la idiosincrasia de la isla y es la referencia perfecta del respeto a la diversidad religiosa.

Si recordamos los días de la Conquista, comprenderemos la esencia multicultural propia de su gente. Por un lado, sabemos que la tierra fue objeto de deseo de portugueses, holandeses, franceses y, finalmente, ingleses, quienes permanecieron allí hasta 1968, año en que se declaró la independencia. El esclavismo, por su parte, contribuyó a la conformación de la geografía étnica del lugar. No hay que olvidar que numerosos africanos, en su mayoría provenientes de la vecina Madagascar, se asentaron en Mauricio, llevando consigo sus primitivos rituales. Un tiempo después, el colonialismo se interesó por los chinos, tamiles e hindúes, y los introdujo como mano de obra barata.

Deportes naúticos. Paseos en lancha, surf, kitesurf, buceo y remo son algunas de las actividades que ofrece la isla

Los templos son la insignia de cada una de estas cuatro religiones. Merecen la atención de todo aquel que quiera profundizar en los credos y tradiciones milenarias que encierran estas creencias. En el centro de la capital, llama la atención, erguido e imponente, el mayor templo musulmán de la isla: Jummah Mosque. En el pueblo vecino de Sainte-Croix se encuentra el templo tamil más importante de la región (de procedencia hindú), reconocido por su fachada amarilla, rosa y verde, y su floral santuario. Camino al sur, a orillas del lago Gran Bassin, los hindúes encontraron un lugar de culto y con propiedades sagradas, donde acostumbran entregar sus plegarias y ofrendas. Frente al lago, edificaron el templo que lleva su nombre, para reforzar sus lazos entre rituales y comunitarios rezos. El espejo de la colonización se asienta al norte de la isla, en la iglesia Cap Malheureux (“Cabo de la desgracia”), un homenaje a los múltiples naufragios en la zona. Allí, cada domingo se celebra, desde el altar de piedra tallado, una misa para más de 100 fieles. Es curioso que lo que no ocurre entre religiones distanciadas por mares y grandes extensiones territoriales que viven en permanente disputa, en menos de 2.050 km2, se encuentren en convivencia armónica y pacífica. Sin duda, un mensaje de aliento abierto al mundo.

Laura Gambale / Camila Brailovsky
Perfil - Turismo
Fotos: PHC - representante en Sudamérica

viernes, 1 de febrero de 2008

Chile: San Alfonso del Mar, la piscina más grande del mundo

Tiene un kilómetro de largo, ocho hectáreas de superficie y 250 millones de litros de agua salada. Los tripulantes de veleros y kayaks navegan por sus aguas. Figura en el libro Guinness de los récords.


Agua color turquesa rodeada de arena fina, sombra de palmeras a lo largo de muelles donde parten kayaks y veleros, buceadores bajo el agua templada... esta descripción típica de alguna playa caribeña corresponde en realidad a una piscina de 80.000 m2, la más grande del mundo, situada en la costa chilena.


Con un kilómetro de largo, ocho hectáreas de superficie y 250 millones de litros de agua salada en su interior, las múltiples bahías que conforman la piscina más grande del mundo -según el libro de récords Guinness- crean una línea costera alternativa en el balneario chileno de Algarrobo (a 95 kilómetros al oeste de Santiago).

La piscina recorre de extremo a extremo el complejo habitacional San Alfonso del Mar, de diez edificios, previsto para albergar 1.000 familias, y está separada del océano Pacífico tan sólo por una franja de playa de 100 metros. Algarrobo es considerada la capital náutica del país y alberga yates de gran calado para navegación en alta mar y pesca deportiva. Pero desde los once muelles de madera de la piscina los tripulantes de veleros y kayaks hacen su propia aventura navegando por las aguas de este pequeño mar reservado solamente para los habitantes del condominio y sus invitados.

La latitud sur de las playas chilenas y las corrientes marinas hacen que el agua del Pacífico sea sumamente fría, por lo cual no es extraño que los bañistas prefieran el baño en la piscina, que en promedio tiene una temperatura superior en diez grados celsius.

El bioquímico y empresario chileno Fernando Fischman inventó el concepto de 'Crystal Lagoons' para lograr el diseño de esta mega piscina, cuya primera dificultad -que le llevó diez años resolver- fue desarrollar una nueva tecnología bioquímica que permitiera depurar volúmenes ilimitados de agua. Según Crystal Lagoons Corporation, la tecnología desarrollada usa 100 veces menos productos químicos que los métodos tradicionales para limpiar piscinas y ya se encuentra patentada en todo el mundo.

" El agua es tomada del subsuelo marino a unos tres metros de profundidad por debajo de la arena y luego se le aplica el proceso de filtración. Hay un recambio de 800.000 litros diarios y para vaciarla son necesarios dos días enteros", explicó el administrador de San Alfonso del Mar, Sigfrido Grimau.

La arena que rodea la piscina también tiene un tratamiento especial: es lavada y refinada, lo cual le da una textura más fina que la arena natural de la costa.

En 2009 se iniciará la construcción de una laguna de 12,5 hectáreas en el balneario chileno de las Brisas, la cual romperá el título que ostenta San Alfonso del Mar como la piscina más grande del mundo desde el año pasado. Según Crystal Lagoons, nueve lagunas ya se encuentran en desarrollo y otras doce en fase preliminar. Los destinos cautivados por este nuevo concepto de origen chileno son diversos: Dubai, Egipto, Grecia.

Daniel Benavides
Agencia AFP
Fotos: Web

Mas información: http://www.sanalfonso.cl

martes, 29 de enero de 2008

La continuidad de los lagos

Mapa de los 7 Lagos (click sobre la foto aparece el recorrido vehicular)

Un recorrido por la ruta turística más célebre de la Patagonia, en busca de nuevos recodos, paisajes y opciones de aventuras.

Hay muchas maneras de recorrer el Camino de los Siete Lagos, esa ruta deslumbrante que une San Martín de los Andes y Villa La Angostura, en Neuquén. Se trata, en realidad, de un tramo de la Ruta Nacional 234 y se lo puede atravesar con excursiones que parten desde Bariloche, San Martín o La Angostura y van parando en los distintos miradores del camino hasta que los ojos no dan más de tanta belleza.

Si hay tiempo, se pueden pasar allí varios días, acampando o durmiendo en alguna de las hosterías o cabañas del camino, para saborear lago por lago, bosque por bosque y una enorme cantidad de parajes escondidos. Los más audaces lo recorren a caballo o en bicicletas todo terreno para descubrir cómo cambia el paisaje en cada curva y contracurva y cómo se va sucediendo ante la vista un prodigio de verdes y aguas cristalinas. Y los más jóvenes lo siguen transitando a dedo, igual que como lo hicieron alguna vez sus padres, y lo transforman en un recuerdo para atesorar toda la vida.

Lo que no hay que hacer, por nada del mundo, es perdérselo. El camino está cerrado en invierno y se muestra distinto en cada estación. Así, mientras en otoño el paisaje se viste de rojos, ocres y anaranjados, la primavera es una explosión de colores brillantes, que se van haciendo cada vez más intensos hasta que llegan a la plenitud en el verano. Mitad asfalto y mitad ripio, recorre parte de los Parques Nacionales Nahuel Huapi y Lanín y está considerado, con toda justicia, una de las rutas más espectaculares del mundo.

Villa La Angostura

Lago por lago
El tramo central del Camino de los Siete Lagos tiene 110 kilómetros y, comprende, según como se los cuente, por lo menos ocho lagos bellísimos: de norte a sur, Lácar, Machónico, Falkner, Villarino, Escondido, Correntoso, Espejo y Nahuel Huapi, amén de otros varios espejos de agua igual de impactantes en cada pequeño desvío e increíbles bosques de coihues, lengas y cipreses.

Partiendo desde San Martín de los Andes, se comienza por bordear el magnífico lago Lácar hasta que, a cinco kilómetros y por un camino asfaltado, con curvas suaves y ascendentes, un desvío a la derecha indica la entrada a playa Catritre, donde antiguamente los mapuches realizaban su rogativa, hoy un balneario con camping. Poco más allá, otro desvío lleva a Quila Quina, una de las mejores villas veraniegas de la región.

Quince kilómetros hacia adelante, un camino a la izquierda lleva al centro de esquí Cerro Chapelco y unos metros más allá, al mirador del arroyo Partido, que debe su nombre a que se abre en dos brazos: el de la derecha vuelca sus aguas en la pendiente del océano Pacífico y el de la izquierda en la del Atlántico. La ruta atraviesa luego el puente sobre el río Hermoso y, enseguida, como en un bello sueño, se atisba entre los árboles la laguna Fría y después, el lago Machónico, con un espectacular mirador natural bordeado de bosques. Desde aquí, vale la pena hacer un desvío de 4 kilómetros para llegar al lago Hermoso, como su nombre lo indica, precioso, de aguas increíblemente azules, una vegetación tupida y selvática y lugar para acampar. En el valle de este lago se instalaron hace décadas unas familias alemanas que introdujeron los primeros ciervos colorados en la zona; hoy, la antigua Reserva Parque Diana funciona como coto de caza privado.

Volviendo a la 234, entre subidas y bajadas hay que estar atentos para no perderse, hacia la derecha y hacia abajo, la cascada de Vulignanco, con un vertiginoso salto de más de 20 metros.

En el kilómetro 45, un punto panorámico imperdible: allí termina el Parque Nacional Lanín y se entra el Parque Nacional Nahuel Huapi, sitio de confluencia también de otros dos lagos magníficos, el Falkner y el Villarino, tercero y cuarto de la lista oficial y, para muchos, los más hermosos de todo el trayecto. A esta altura uno cree que ya no hay más lugar para el asombro y, sin embargo, en la margen sur del Falkner se alza el cerro Buque, con sus impresionantes torres de piedra negra donde se pueden llegar a ver cóndores en pleno vuelo. Sobre la playa del Falkner hay camping y proveeduría y en el Villarino una hostería, con muy buenos servicios.

No es raro ver aquí, igual que en otros tantos puntos del camino, pescadores sumergidos hasta la cintura en el agua practicando pesca con mosca, una forma de pesca deportiva de gran auge en los lagos del Sur, ricos en salmónidos enormes y astutos para esquivar el anzuelo. Vale detenerse unos instantes y observar cómo los pescadores arrojan sus líneas, en medio de un silencio absoluto para engañar a las truchas más avispadas.

Una parte del recorrido

A pocos metros comienza el ripio y, rodeado de una vegetación exuberante, asoma el Escondido, un pequeño lago de aguas color esmeralda, lindísimo. Apenas se cruza el puente sobre el río Pichi Traful, aparece a la izquierda un camino que en unos minutos de caminata lleva al lago Pichi Traful, con una hermosa playa de arena y área para acampar. Por la ruta, más adelante, se accede a la Villa y el lago

Traful, paraíso también para los cultores de la pesca con mosca (Villa Traful tiene además una excelente infraestructura de cabañas, hoteles y hosterías).

Sigue el quinto lago del circuito, el Correntoso, que se dejará ver en otros dos puntos del camino (allí funciona una despensa donde preparan unas de las mejores tortas fritas de la zona, cocinadas por mujeres mapuches).

Una curva marca el desvío hacia el lago Espejo Chico, que no se cuenta entre los siete pero es totalmente deslumbrante. Poco más adelante, en el puente sobre el arroyo Ruca Malén se impone parar unos minutos y perderse en esas aguas verdes y en la panorámica del viejo puente por el que antes pasaba el camino.

La ruta vuelve a trepar hasta el bello e inmutable lago Bailey (algunos lo consideran el noveno lago) y, pocos kilómetros más adelante, en uno de los miradores del lago Espejo, tan cristalino que efectivamente refleja el paisaje casi a la perfección y otro lugar perfecto para pasar la noche, ya que cuenta con un complejo hotelero. La playa es preciosa y las aguas no demasiado frías, por lo que es el balneario preferido para practicar windsurf, esquí y otros deportes acuáticos.

Llegamos al kilómetro 100 del recorrido y al cruce con la ruta nacional 231, que lleva al paso internacional Cardenal Samoré que comunica con Chile (por este camino, a sólo 1.000 metros hay otro mirador espectacular del lago Espejo). Finalmente, unos kilómetros más adelante, se abre la magnífica vista del último lago del camino, el Nahuel Huapi, uno de los más bellos y extensos de todo el país. Pero el prodigio no termina, ya que antes de llegar a Villa La Angostura, fin del camino, se despliega la meca de los pescadores deportivos: el río Correntoso, el más corto del mundo (tiene apenas 300 metros de largo) y uno de los mejores para pescar salmónidos.

San Martín de los Andes

Las dos puntas
Dos puntas tiene también el Camino de los Siete Lagos y ambas son imperdibles. Una de las puertas de entrada es San Martín de los Andes, una aldea de montaña que parece salida de un cuento de hadas, con cabañas con techos de tejuelas, veredas rosadas, altas chimeneas y carteles indicadores tallados en madera. En los alrededores, lugares de ensueño a los que se puede acceder con paseos en lancha (lindísimos Quila Quina, Hua Hum y el paradisíaco Huechulafquen) o en circuitos para practicar trekking o mountain bike, como los miradores Arrayán y Bandurrias. Para los aventureros, el volcán Lanín tiene tres refugios de montaña. Hay ríos y lagos magníficos, escondidos entre bosques de cipreses y araucarias, ideales para practicar rafting, canotaje, navegación a vela y pesca deportiva en todas sus modalidades. En verano las calles se pueblan de espectáculos callejeros, mientras pequeños y encantadores restaurantes ofrecen las tentaciones de la comida regional: ahumados, patés, escabeches, trucha, cordero, ciervo, jabalí, hongos, frambuesas, rosa mosqueta...

En el final de la Ruta de los Siete Lagos espera Villa la Angostura, una de las ciudades más bellas y cálidas de la Patagonia, hoy también refugio exclusivo con hoteles y restaurantes de calidad. En los alrededores, lugares increíbles para caminar entre bosques, arroyos y lagos. Uno de los más atractivos es el Bosque de Arrayanes, el bosque más puro y extenso de ese árbol color canela de belleza inaudita (se llega en catamarán, a pie o en bicicleta).

Otros sitios para no perderse son el Mirador Belvedere, la Cascada Inacabal, laguna Verde, el Valle del Cajón Negro e infinidad de parajes a los que se accede por travesías 4 x 4, caballo o trekking, además de hermosos ríos y lagos para practicar pesca y deportes náuticos. Ultimo dato fundamental para el final del camino: en La Angostura venden los chocolates más ricos de la galaxia.

Mirador Belvedere

Ese rincón en el mundo
Cuando llegué al octavo lago de la Ruta de los Siete Lagos sentí que había llegado al paraíso, por lo menos al mío. Es que, si bien desde la ruta los lagos que se contemplan son efectivamente siete, cerca de ella hay muchos más, como el Meliquina, el Hermoso o el Traful, que fue para mí ese octavo y paradisíaco. Me desvié de la ruta por pura curiosidad, y cuando vi sus aguas reflejando las montañas sentí una especie de "golpe de nockout" de un camino que ya me venía trayendo contra las cuerdas desde que salí de Villa La Angostura, con el "golpe a golpe" de un paisaje impactante tras otro. En la orilla del Traful puse los pies sobre la arena fina y calentita y me senté a tomar unos mates contemplando el agua cristalina al atardecer, y sentí que no me hacía falta nada más. Desde entonces pienso que probablemente cada lago del sur guarde una especie de conexión secreta con cada uno de nosotros. Y que es entonces cuestión de recorrerlos y encontrar el que a cada uno le toca en suerte; ese pequeño rincón personal que nos reconcilia con el mundo.

Imperdibles
Los cerros Chapelco y Bayo, colosos emblemáticos de la Ruta de los Siete Lagos, son dos de los centros de esquí más importantes del país. Cuando se va la nieve, ambos se transforman en una excelente alternativa para los deportes de montaña y el turismo aventura. Con sus bosques de lengas y las laderas cubiertas de flores silvestres, en las pistas de esquí de Chapelco (a 21 kilómetros de San Martín de los Andes) se instala un tobogán andino para bajar en trineo, mientras siguen en funcionamiento los tres tramos de aerosillas, para llegar a la cumbre y tener una maravillosa panorámica de la cordillera. Se organizan vuelos en parapente, paseos en trineo tirados por perros huskies y minicamping, además de los servicios del complejo, con pileta climatizada, solario y snackbar. El cerro Bayo (a 9 kilómetros de Villa La Angostura) también es en primavera y verano un polo integral de actividades deportivas y recreativas, con la posibilidad de ascender en aerosilla hasta los 1.700 metros (con una vista sublime del lago Nahuel Huapi) tres circuitos de trekking con diferentes niveles y propuestas de actividades como travesías a caballo, mountain board (una tabla similar a la del snowboard pero con rueditas), rapel, mountain bike, escalada en palestra, observatorio astronómico y guardería infantil.

Parque Nacional Nahuel Huapi

Datos útiles
Como llegar
A Bariloche o San Martín de los Andes, por Aerolíneas Argentinas con vuelos directos todos los días. Varias empresas de ómnibus cubren el trayecto a San Martín de los Andes, con un tiempo estimado de viaje de entre 20 y 22 horas. En auto, desde Buenos Aires son 1.600 kilómetros por las Rutas Nacionales 5, 35, 152 hasta Gral. Roca, 22 hasta Zapala, 40 hasta el cruce con la 234.

Alojamiento
La hostería Lago Villarino está ubicada justo en la confluencia de los lagos Falkner y Villarino; la hostería Cuyen Co está en la costa del río Correntoso, con bosque de arrayanes propio y arroyito de vertiente.
Hay también muchas opciones para acampar: campings organizados (Correntoso, lago Espejo Chico), libres (Lago Hermoso, Falkner) y áreas de acampe libre (Las Taguas, Río Hermoso). Tanto San Martín de los Andes como Villa La Angostura cuentan además con una extensa infraestructura hotelera, con posadas, resorts, hosterías, cabañas, aparts y viviendas de alquiler turístico.

Cocina
La cocina andino patagónica en muy rica en platos para paladares exigentes, como los ahumados, patés, escabeches, corderos y chivitos al asador, jabalí, ciervo, truchas y quesos, además de delicias en repostería artesanal, chocolates y dulces (en San Martín de los Andes restaurantes Ku, Porthos, Rincón Gourmet; en Villa La Angostura restaurantes Las Ramblas, Delfina).

Actividades
La Patagonia ya es marca registrada para el turismo aventura: trekking, mountain bike, cabalgatas, rapel, parapente, rafting, canotaje, navegación a vela. También es el paraíso para la pesca deportiva en sus tres modalidades: lanzamiento, arrastre y mosca


Información
Casa de Neuquén en Bs. As.
Maipú 48.Teléfono: 4343-2324

www.neuquen.gov.ar
www.villalaangostura.gov.ar.
sanmartindelosandes.gov.ar

Claudia Dubkin
Clarín - Viajes
Fotos: Web

domingo, 27 de enero de 2008

Jujuy: aventuras en la quebrada

Ciudad de Tilcara

La ciudad de Tilcara sirve de base para increíbles excursiones. Cabalgatas entre las nubes hasta Las Yungas, caminatas con llamas de carga al estilo inca, bajadas en bicicleta desde las Salinas Grandes a Purmamarca y descensos en rappel por paredes de roca.

Una cosa es caminar, andar a caballo o pedalear en bicicleta entre lindos paisajes, y otra muy distinta es hacerlo en Jujuy. Porque en esta provincia norteña a la belleza del paisaje se le suman su originalidad, principalmente por los cerros con vetas de colores superpuestos que no existen en ningún otro lugar, y también por sus maravillosas Salinas Grandes con su paisaje lunar. Y además, al internarse por cerros y montañas, o por las planicies de La Puna y los senderos de la selva de Las Yungas, el viajero toma contacto directo con la cultura autóctona y el modo de vida de esas personas, tan ajeno a la gran ciudad.

En bici sobre los hexágonos de sal que se reproducen con la exactitud de una telaraña

En bici por las salinas
No es muy lejos de la Quebrada de Humahuaca, pero hay que irse bastante alto hasta el paisaje lunar de las Salinas Grandes. El camino está pavimentado, llega hasta los 4200 metros en el punto más alto de la Cuesta de Lipán, y de repente se ingresa en La Puna. Alrededor ya desaparece todo atisbo de vegetación, y la planicie blanca y radiante de las Salinas Grandes se derrama como un plácido mar de sal hasta más allá de donde llega la mirada.

El mejor vehículo para recorrer las salinas es una bicicleta estilo mountain bike, ya que el terreno es totalmente plano y sin obstáculos. La excursión llega hasta la salina en camioneta con las bicicletas cargadas atrás, y entonces el viajero se dedica libremente a recorrer ese mundo blanco en soledad –si así lo desea–, ya que allí nadie se puede perder. Se visitan los piletones rectangulares donde se extrajo la sal –y se ve a los salineros en sus labores, encapuchados y con anteojos negros contra un sol que enceguece–, se va hasta el borde mismo de la salina y se pedalea mientras las ruedas van dejando una huella sutil en esa red de pentágonos de un metro por lado que se reproducen con la exactitud matemática de una telaraña.

Antes de emprender el regreso en bicicleta por la Cuesta de Lipán se come algo liviano. Si hay niños éstos vuelven a la camioneta, y la pequeña caravana de bicicletas emprende el regreso. En los primeros 10 kilómetros desde el borde de la salina hay una subida que la mayoría elige hacer en la camioneta, hasta el punto de los 4200 metros. Y a partir de allí sí, son 70 kilómetros de bajada constante hasta Purmamarca.

Las medidas de seguridad –además del casco y las rodilleras–, incluyen la camioneta de apoyo que va adelante controlando si se acerca algún vehículo por la otra mano, y en ese caso el conductor avisa por handy a cada una de las bicicletas. Y detrás, cerrando el grupo, va el guía en bicicleta, por si vienen autos por la “retaguardia”. En general no se permite que nadie supere los 20 kilómetros por hora y toda la concentración está enfocada en administrar los frenos. Se hacen tres paradas preestablecidas para tomar fotos, y en el camino se cruzan pastores con manadas de ovejas, andenes de cultivo muy verdes, y se ve todo el tiempo la quebrada del río Purmamarca. Al llegar al poblado de Purmamarca se recorre a pie el paseo de Los Colorados –unos 4 kilómetros en total–, con sus formaciones rojizas justo detrás del cerro Siete Colores.

Cabalgando sobre las nubes, una imagen onírica camino a Las Yungas

Cabalgata a las nubes
Desde Tilcara se hace una espectacular cabalgata que va desde la Quebrada de Humahuaca hasta la selva de Las Yungas, pasando por ambientes de pre-puna, en una excursión de tres días. El primer tramo desde Tilcara es en vehículo hasta el pie de la quebrada de Alfarcito. Allí se acaba el camino y comienza la cabalgata para subir en un día hasta los 4100 metros del Abra de Campo Laguna. Al principio predominan los cardones y por doquier se ven terrazas de cultivo abandonadas de unos cinco siglos de antigüedad. Al ir subiendo desaparecen los cardones y la vegetación se reduce al pasto puna y la tola. Algún cóndor se distingue como un puntito negro en el cielo y por las montañas corretean libremente las vicuñas y los guanacos. A lo largo de la travesía se sube y se baja constantemente siguiendo los caprichos del terreno. Y en el momento más inesperado de cualquier día puede ocurrir el espectáculo increíble de cabalgar sobre el filo de la montaña mientras abajo un colchón de nubes cubre un valle completo que se puede apenas intuir bajo ese cielo debajo del cielo. Y si no hay nubes en esa primera jornada se divisan en el horizonte el Valle Grande y el cerro Alto Calilegua. La senda es de origen precolombino y la usaron las etnias locales para transportar mercancías en caravanas de llamas.

Al final de la primera jornada –luego de siete horas de cabalgata y a 2300 metros de altura–, se llega hasta un idílico puesto de campo llamado Huaira Huasi, emplazado sobre una meseta con una vista espectacular a un gran valle. Ni aquí ni en ningún otro lugar de la travesía hay duchas ni se duerme en camas, aunque si hay colchones para dormir bajo techo en una casa de adobe con piso de cemento. También se puede optar por dormir en carpa.

A la mañana siguiente el grupo parte temprano rumbo al puesto llamado Sepultura, junto con la decena de burros cargueros que llevan las carpas, las bolsas con alimentos y todo lo necesario para la travesía. Al medio día se come una picada de jamón crudo, paleta y queso, y luego se ingresa en una zona de transición donde aparecen los primeros montes de alisos, mientras la vegetación se hace cada vez más frondosa al descender. La segunda noche se duerme en el puesto de la señora Carmen Poclavas en Molulo. Allí se cena un guiso carrero compuesto por fideos, arvejas, charqui, papines andinos y zanahorias.

El tercer día de viaje es una jornada de siete horas hasta el poblado de San Lucas, con un centenar de habitantes que viven en casas de adobe y chapa en un valle encajonado, justo encima de Las Yungas en todo su esplendor. Se duerme en el rancho de doña Ramona y queda medio día libre para pasear por el pueblo y conocer su pequeña capilla.

Al cuarto día –la jornada final–, se cabalgan unas cuatro horas hasta la localidad de Peña Alta entre senderos selváticos. Cada tanto se cruzan pavas de monte, loros y con suerte algún tucán. Y si hace calor todos se dan un baño refrescante en el río Valle Grande, y todo termina con un gran asado en el pueblo de San Francisco. Luego ya está lista la camioneta para ir hasta Ledesma.

Un alto en el camino de un trekking desde la Quebrada de Humahuaca a Las Yungas

Cabalgata a un Pucará
Una alternativa de cabalgata corta en el día que se realiza desde Tilcara es la que va al pucará de Juella, una fortaleza omaguaca de hace unos 1000 años en muy buen estado de conservación. La excursión hacia el pucará de Juella comienza directamente en las calles de Tilcara, a pie o en general a caballo. En la primera parte del trayecto de 15 kilómetros hasta el pucará, el guía local Carlos Alberto Valdez lleva a sus viajeros a caballo por los barrios de Villa Florida y La Banda, aledaños de Tilcara, donde un grupo de agricultores viven en casitas de adobe y techo de caña con radar de DirectTV. Luego se avanza por el amplio lecho rocoso del río Juella –que permanece seco la mayor parte del año–, hasta llegar al pie de la meseta del pucará de Juella, donde se deben atar los caballos para subir el corto pero empinado trecho hasta la cima. Pero son apenas 15 minutos caminando, y sin previo aviso se está en medio de las increíbles ruinas, pobladas por centenares de cardones concentrados en una pequeña meseta de 8 hectáreas. Al recorrer el pucará de Juella se entiende la lógica militar al elegir el lugar, ya que hacia casi todos los costados se abren profundos precipicios imposibles de escalar.

Por doquier se ven millares de rocas caídas que formaban parte de las viviendas y depósitos del pucará. Pero también hay paredes de más de un metro de alto y varios de largo, que se mantienen en pie desde hace acaso mil años. En algunas casas todavía se puede ingresar bajando cuatro peldaños, y en otros lugares se ven claramente los restos de una especie de plaza con una entrada principal.

Una curiosa llamita quiere saber qué hay adentro de la cámara, en la caravana con llamas

Caravana con llamas
Una de las excursiones más originales que se realizan desde Tilcara es una caravana con llamas recorriendo a pie diversos circuitos por la montaña de uno a cinco días, entre milenarios caminos indígenas que omaguacas e incas atravesaban de la misma forma, pero cargados con mercaderías. Hoy la experiencia se revive desde el turismo, respetando las técnicas e implementos de carga originales.

El objetivo de una caravana con llamas –además de disfrutar del paisaje jujeño– es revivir la experiencia caravanera que, a lo largo de cinco mil años, fue uno de los ejes en común de las diversas culturas aborígenes que se desarrollaron en toda la cordillera de los Andes. Solamente en la zona de influencia de los omaguacas –colonizados por los incas poco antes de la llegada de los españoles–, los arqueólogos calculan que llegaron a utilizarse alrededor de un millón de llamas que transitaban por los vastos caminos del Tawantinsuyo.

Desde Tilcara hay varias alternativas de caravanas, según la cantidad de días. Una de ellas es ir en vehículo con las llamas hasta las Salinas Grandes y hacer un paseo por allí. Pero una opción más completa es internarse al menos dos días en los valles montañosos de la zona de Alfarcito, justo detrás de Tilcara. Santos, el guía, se ocupa de los preparativos para la partida: acomodar las alforjas de arpillera llamadas costales –que se cierran cosiéndolas con un punzón, como hacían los aborígenes– donde van las carpas, mesas y sillas. Además hay que atar bien los abrigos y las mochilas para que el caminante lleve apenas su cámara en la mano.

La caminata –una caravana de llamas en el fondo es una caminata– comienza directamente en las calles de Tilcara, donde Santos tiene un corral en el patio de atrás de su casa. Al subir unos metros en la montaña –por pendientes bastante suaves–, comienzan a proliferar los dedos acusadores de los cardones. Son millares de cactus que aportan una cuota de vida mínima en este paisaje árido y de ascética belleza, cuyo interés está en los colores fuertes de las laderas y los cielos azulísimos, antes que en la forma de las montañas.

Uno de los momentos más celebrados de la caravana con llamas es el de la merienda o el almuerzo en algún punto panorámico. Unos mates con yerba y hojas de coca alivian la fiaca y se retoma el camino por los terrenos de Alfarcito, donde a lo lejos se ven los cuadrantes de los andenes de cultivo precolombinos que los omaguacas construían con piedra para proteger las plantaciones. Del otro lado de la quebrada, mimetizada con la tierra, una escuelita de adobe se levanta solitaria en medio de la nada, a donde llegan todos los días unos veinte alumnos caminando unas cuatro horas para ir y venir.

Al atardecer ya es hora de armar las carpas y se elige un corral de piedra para tener un buen reparo contra el viento. El equipamiento incluye un calentador para la comida, faroles a gas, linternas y provisiones como una necesaria sopa para el frío, chocolate en barra y un vino tinto cabernet.

Datos útiles
Alojamiento en Tilcara:
* Posada con los Angeles ofrece habitaciones con vista a un jardín.
Tel.: 0388-495-5153 - www.posadaconlosangeles.com.ar

* Posada de Luz, con un amplio parque y una piscina.
Tel.: 0388-4955017/748 www.posadadeluz.com.ar

Cabalgatas:
* Al pucará de Juella
guía oficial Carlos Alberto Valdez
Tel.: 0388-154075791
tilcarita@hotmail.com

* A las nubes la organizan Tour Andino y el guía Adrián García del Río
Tel.: 0387-4922140 / 0388-154075759
adriantilcara@hotmail.com

Bicicletas
La agencia Argentina Activa ofrece excursiones en bicicleta por toda la quebrada.
www.argentinaactiva.com Tel.: 0388-4955600

Escalada y rappel
Esta excursión también es organizada por Argentina Activa

Caravana de llamas
0388-4955326 15-4088000
www.caravanadellamas.com.ar.

Fuentes:
Texto y fotos
Julián Varsavsky
Pagina 12 - Turismo

Foto Tilcara: www.inforo.com.ar

viernes, 25 de enero de 2008

Parque Nacional Río Pilcomayo

La laguna Blanca, un espejo de agua de 700 hectáreas, refugio de los yacarés

Un fascinante mosaico ambiental que concentra el 30 por ciento de las especies de aves y el 20 por ciento de las de mamíferos del país, y que mantiene una estrecha relación con las comunidades aborígenes

Cuando el lugar y todo lo que rodeaba al lugar, es decir, selva, monte, pastizal, bañado y sabana, cuando las 52.800 hectáreas de hoy eran millones antes, y antes quiere decir apenas un par de siglos, el yaguareté, o jaguar (yaguar, en guaraní), o tigre americano, o uturunco, como también se lo llama, era el mandamás de una vastísima región que se extendía desde el norte argentino hasta las orillas mismas del río Negro. Y más: los dominios de este pariente cercano del tigre asiático y del leopardo africano llegaban hasta el sudoeste de los Estados Unidos. Gracias a sus características únicas (caminante incansable, estupendo nadador, infalible predador y con gran capacidad de adaptación), el felino de mayor tamaño del continente americano y el tercero en importancia en el mundo, puede vivir tanto en el desierto de Mohave, en California, como en el Amazonas; en sabanas abiertas, en zonas anegadas o en las regiones montañosas de Bolivia y del norte argentino. Sólo dos límites frenan al yaguareté: el que le impone el hombre, al estrechar sus dominios, y la naturaleza, que permite su expansión hasta no más de los 2000 metros de altura sobre el nivel del mar.

Declarado Monumento Natural Nacional en 2001, hoy el yaguareté ocupa apenas entre el 10 y el 15 por ciento de su distribución original en la Argentina (se calcula una población de apenas de 250 ejemplares en el país, y alrededor de 10.000 en todo el continente). Su declinación se produjo con la velocidad del rayo. A mediados del siglo XIX vivía en cercanías de los bañados y las lagunas bonaerenses. Y el delta del Paraná era un refugio seguro (la ciudad de Tigre, antes Las Conchas, le debe su nombre). Su éxodo hacia el Norte se explica por la persecución que sufrió por considerárselo peligroso para las personas, por su valiosa piel, por su condición de trofeo en la caza mayor y por la alteración de su ambiente natural debido a la explotación forestal y agropecuaria.

En la actualidad, se lo puede encontrar en el Parque Nacional Iguazú, en Misiones; también, en el nordeste de Salta, el este de Jujuy, el nordeste de Santiago del Estero, el noroeste del Chaco y Formosa.

Precisamente, en el nordeste de la provincia de Formosa, en las 52.800 hectáreas que conforman el Parque Nacional Río Pilcomayo, ubicado en la subregión de esteros, cañadas y selvas de ribera, “hace unos quince años alguien logró ver un ejemplar y avisó de su existencia”, dice el guardaparques Matías Carpinetto, un cordobés de 28 años, técnico universitario en Administración de Areas Naturales Protegidas, a cargo del proyecto Relevamiento de Presencia del Yaguareté en el Parque Nacional Río Pilcomayo y Zona de Influencia. Del otro, del que se cree es el segundo, lo único que se puede apreciar es su huella estampada en un molde de yeso expuesta en la oficina de visitantes de la administración del parque.

A pesar de que el yaguareté hace tiempo dejó de ser la estrella del Parque Nacional Río Pilcomayo, aun cuando en su creación, en 1951, llegó a tener 285.000 hectáreas, lo cierto es que la leyenda del tigre americano sigue intacta. Por eso es que no se puede separar su figura del escenario que agigantó su historia. No es casual, entonces, que lo primero que quieran saber quienes visitan el parque es si todavía quedan yaguaretés. Y entonces les dirán que sí, que hay; que uno, seguro. Tal vez dos.

Dentro de la rica fauna del parque, el yacaré overo es la especie que más individuos reúne: entre 600 y 1000 ejemplares

“En 2002 –explica Carpinetto–, una patrulla compuesta por guardaparques y combatientes de incendios relevó huellas de yaguareté. Este primer indicio permitió, cuatro años después, llevar adelante este proyecto para confirmar fehacientemente la presencia del tigre en el área protegida. Probablemente contemos con una población remanente, pero si definitivamente es una realidad la presencia del yaguareté en el área protegida, queremos facilitar sus posibilidades de existencia mediante las medidas de manejo que estén a nuestro alcance. Lo cierto es que el yaguareté todavía pisa suelo formoseño.”

El molde de la pisada en yeso está sobre una repisa, junto a la huella de un puma que, a diferencia del yaguareté, parece que hay más de dos. Pero los pumas son más. Aunque no tantos como el aguará guazú, conocido también como lobo de crin, lobisón o calac, en lengua qom, o toba, del que se han registrado 81 ejemplares en el período 1998-2005. Una cantidad importante, pero que no supera a la de los yacarés, que abundan. Una rareza de la naturaleza argentina. Rareza no en el sentido de su existencia –según el último censo efectuado entre enero y diciembre de 2005, fueron detectados 640 ejemplares, aunque algunos guardaparques calculan que la cifra puede llegar al millar–, sino porque han sobrevivido al exterminio.

La masacre tiene diferentes formas y caras. Una de ellas es convertir su mundo (el monte, la selva, el palmar, el pastizal) en nada. La otra es el contrabando de especies en peligro de extinción: en la Argentina, el tráfico clandestino de fauna mueve alrededor de 100 millones de dólares al año. Y los ejemplos son contundentes: por un aguará guazú, ejemplar buscado por coleccionistas y zoológicos privados, pueden llegar a pagarse 30.000 dólares; un mono carayá cuesta 900 dólares y por el cuero de yacaré se pagna hasta 500 dólares.

La conservación de ambientes naturales, la preservación de sus especies animales y vegetales y su relación con la comunidad, en especial con los pueblos indígenas, dueños ancestrales de esos espacios, ha tomado un giro histórico en los  últimos cuatro o cinco años. Desde los tiempos fundacionales de la Administración de Parques Nacionales y hasta comienzos del actual gobierno nacional, las áreas protegidas se manejaban tal como fueron concebidas: como burbujas aisladas en vastas regiones del país; lugares exclusivos para unos pocos visitantes. Hoy, ese concepto ha cambiado: ya no se trata de conservar una ecorregión como una isla encerrada bajo una campana de cristal; por el contrario, se apunta a una nueva cosmovisión y a la integración de las comunidades originarias con las áreas protegidas: “la dimensión mágica de las áreas naturales protegidas”, como aclara Néstor Sucunza, intendente del Parque Nacional Río Pilcomayo. Y después amplía: “Las poblaciones indígenas nos enseñan modelos de relaciones y de dimensión del espacio que van más allá de aspectos económicos, productivos o estéticos. Los nativos pueden y deben ser quienes inspiren algunas claves fundamentales olvidadas de lo que debe ser un nuevo paradigma en la relación hombre-naturaleza en la visión del desarrollo”.

En la zona de esteros con palmeras caranday predominan los hormigueros gigantes, de unos tres metros de diámetro por cuatro de profundidad

La vasta zona chaqueña estuvo ocupada por pueblos indígenas pertenecientes a una gran familia lingüística conformada por varias comunidades de origen patagónico, identificada con el nombre de guaycurú. Muchos de estos pueblos extendieron sus dominios fuera de lo que hoy es territorio argentino. Sólo permanecieron hasta el presente los mocovíes y, en mayor número, los tobas y los pilagás. Los primeros adoptaron el caballo, y su población, que ocupaba todo el actual territorio formoseño, se concentró en el Este, precisamente en las tierras del actual parque nacional.

Los pilagás son los únicos guaycurús que todavía conservan parte de su cultura. Viven desde hace varios siglos en la parte central de Formosa, sobre la margen del río Pilcomayo, y gracias a la gran riqueza biológica del Chaco oriental, la recolección de productos de la naturaleza fue la forma de vida casi exclusiva de estos aborígenes.

La región donde actualmente se encuentra el parque fue base para el asentamiento de productores agroforestales desde fines del siglo XIX, lo que estimuló la colonización del este formoseño, que hasta entonces estaba enteramente ocupado por los aborígenes. Este proceso de colonización agrícola tuvo su culminación con la fundación de la misión Tacaaglé, en 1902, que se expande sobre grandes zonas del actual parque nacional. Fue el inicio de la desaparición de varias especies, entre ellas, el lobo gargantilla, el venado de las pampas, el ciervo de los pantanos y el yaguareté.

En rigor, el Parque Nacional Río Pilcomayo nació con su ambiente alterado cuando Formosa todavía era territorio nacional. Sólo trece años después de su creación la protección del lugar comenzó a ponerse en práctica, cuando Formosa ya era provincia. Durante ese período, el área siguió modificándose por la actividad agropecuaria. Recién a partir de 1991 comenzó la recuperación del área protegida.

Río Pilcomayo es un parque que conmueve por su historia y por su agreste y dura belleza. Se trata de un lugar que, por sus características, obliga a quien lo visita a desplegar toda la paciencia posible. Requiere de tiempo avistar su fauna y entender su geografía. La historia y la naturaleza van de la mano y, al decir de sus guardaparques, conocer el pasado es el primer paso obligado para disfrutar de todo lo que Río Pilcomayo ofrece.

Están habitados por la especie hormiga cortadora, y son de los lugares más visitados por científicos e investigadores

De eso hablan Mariano Lazaric, porteño, y Hugo Servín, formoseño, quienes junto a Diego Espínola, a cargo del sector de laguna Blanca, un espejo de agua de 700 hectáreas que se pone como fuego en los atardeceres y brilla casi inexplicablemente cuando la luna perfora la noche, recorren a diario el parque nacional con el sublime propósito de cuidar que el hombre no interrumpa, modifique, destruya ni altere el lento, silencioso y mágico andar de la naturaleza.

Dicen, además, que el de Río Pilcomayo es un parque que tiene sus complicaciones y que merece una permanente atención. Es que la proximidad del límite norte del parque con la República del Paraguay constituye un serio problema, habida cuenta de las diferencias en las políticas de conservación entre aquel país y la Argentina. “Hay sectores donde el río Pilcomayo apenas alcanza los 30 metros de ancho –explican los guardaparques–, lo cual facilita el paso de animales, tanto domésticos como salvajes. Puede ocurrir que un animal autóctono, con sólo cruzar el hilo de agua, se encuentre en un territorio donde no cuenta con la protección que le ofrece el parque del lado argentino.”

Actualmente se están desarrollando cuatro proyectos surgidos de un convenio entre la Administración de Parques Nacionales y la Fundación Ecosistemas del Chaco Oriental: relevamiento de presencia del yaguareté, uso de hábitat de mamíferos medianos y grandes, evaluación de patrones de diversidad de la ictiofauna y relevamiento de las poblaciones de yacarés negros y overos en laguna Blanca. En suma, uno de los tesoros naturales argentinos al que se le sigue construyendo una estructura de preservación.

Fauna
La biodiversidad es cuantiosa. En esto desempeña un papel preponderante la gran variedad de ambientes que la zona ofrece como hábitat para la fauna. En este mosaico ambiental se han registrado 295 especies de aves (equivalentes al 30% del total de la Argentina), 68 de mamíferos, 25 de anfibios y 31 de reptiles. Cigüeñas, garzas, biguás, mariposas, zorros de monte, iguanas overas, yacarés, pumas, tucanes, pirañas, boas, tapires, sapos buey, tortugas de agua y las serpientes falsa yarará, yarará grande y la curiyú, que alcanza los 4 metros de longitud. El gavilán planeador, pumas, ocelotes, el aguará-guazú, el ruidoso carayá –o mono aullador–, el nocturno mirikiná, de tan sólo cuarenta centímetros de altura y una cola de treinta, el oso hormiguero... Y el yaguareté (en la foto, su huella en molde de yeso)

Flora
Sobre las márgenes del río Pilcomayo y de sus cauces abandonados, muchos de los cuales pueden volver a tener agua en las crecidas, aparece la selva en galería. Aquí hay árboles tales como el laurel, la espina de corona y el higuerón, muy útil porque muchas aves y murciélagos consumen sus frutos. Como en toda selva, las lianas y enredaderas ocupan gran parte de la masa boscosa. En las isletas de monte, formadas por manchones irregulares de vegetación, predominan los quebrachos blanco y colorado chaqueño, el urunday, el guayacán –que se destaca por su follaje rojizo–, el algarrobo blanco y el negro, el lapacho amarillo y el rosado, y el cardón. En las sabanas con palmar, los palmares de caranday ocupan un vasto sector. Los lugareños aprovechan los frutos maduros fermentados para fabricar una bebida, y el cogollo (fruto) se consume crudo o asado. Las hojas se usan para confeccionar sombreros y pantallas, y los troncos se han utilizado para postes telefónicos y construcciones rurales. Esta palmera puede superar los 20 metros de altura.

En los esteros, bañados y lagunas, los suelos están permanentemente inundados. Se destacan las totoras, el jazmín de bañado, los juncos, la margarita de bañado y la llamada popularmente saeta o flecha de agua. Entre las plantas flotantes, sobresalen la amapola de agua, el jacinto de agua, el camalote, el aguapé y la estrella de agua o sanguinaria.

Los guardaparques Matías Carpinetto, Mariano Lazaric, Ignacio Arce y Hugo Servín, de cabalgata por el palmar

Clima
El parque se sitúa en una zona de clima subtropical templado. Las precipitaciones promedian los 1200 milímetros anuales y la temperatura media anual es de 23°C. En época estival las temperaturas máximas pueden alcanzan los 40°C y los inviernos no están exentos de días con temperaturas bajo cero y heladas.

Ubicación
Nordeste de la provincia de Formosa. El límite norte lo constituye el río Pilcomayo y una parte del noroeste el denominado río Pilcomayo inferior o sur. La parte que se encuentra recostada sobre el Pilcomayo limita con la República del Paraguay. Los límites sur y este están constituidos por estancias y chacras de producción agropecuaria. La ciudad más próxima de mayor importancia es Clorinda, a unos 40 km. Formosa, la capital provincial, se encuentra a 150 km del parque.

Cómo llegar
Desde Formosa capital hasta la ciudad de Clorinda, por la ruta nacional Nº 11. Desde allí, la ruta nacional Nº 86 hasta cerca del límite sur del parque, en la localidad de Naick Neck. Desde este punto, un camino vecinal lo llevará al parque después de recorrer unos 4 kilómetros. Existe otra entrada, cercana a la localidad de Laguna Blanca. Se trata del Destacamento de Guardaparques Estero Poí, al que se llega también por la ruta 86. El ingreso al parque es gratuito y la temporada más propicia para visitarlo es de marzo a noviembre.

Fuentes:
Jorge Palomar (Fotos: Graciela Calabrese )
Revista - La Nación

www.parquesnacionales.gov.ar