Nace una nueva generación de aviones dotados para combatir los efectos nocivos de los viajes largos. Ingeniería y reloj biológico.
Hace un puñado de días, desde la pista de una compañía privada de la ciudad de Seattle, en los EE. UU., el primer ejemplar de un flamante avión carreteó desde el hangar rumbo a su primer despegue. La iniciática prueba de vuelo dio comienzo tras el largo repaso de una completa check list electrónica y sus dos pilotos de prueba completaron un tranquilo vuelo-debut, de 3 horas de duración.
Este bautismo no sería llamativo si no fuera porque el protagonista fue el primer prototipo de la futura familia “787” de la Boeing, una máquina que –como era esperable en una nueva línea de aeronaves– incorpora un largo listado de innovaciones mecánicas y electrónicas, pero sobre todo se anuncia como el avión mejor dotado para combatir el temido jet lag, ese desfase que se produce en el cuerpo al cabo de un viaje largo en avión, a causa del cambio horario que trae aparejada la distancia.
Además, según sus diseñadores, los futuros 787 permitirán completar vuelos más económicos, al menos para las aerolíneas, y prometen ser máquinas más “amigables” que las actuales con el medio ambiente porque consumen menos combustible, generan menos gases contaminantes y son más silenciosas en el despegue y aterrizaje.
Pero el punto principal que destaca el curriculum del flamante “Dreamliner” son las mejoras sustantivas pensadas para beneficiar la salud y el confort de los pasajeros. Diferencias sutiles algunas e importantes otras pero que “en conjunto” –prometen desde la empresa– “harán que mejore sensiblemente la calidad de los vuelos”.
Salud y confort. Una de las mayores molestias que acosan a cualquier viajero son las turbulencias y la ansiedad que estas generan. El nuevo 787 está equipado con sensores capaces de detectar mínimos cambios en el flujo del aire para que la computadora de a bordo responda alterando en forma acorde la configuración de alerones, flaps y timones del avión, en forma automática, para compensar estos “pozos” de aire. Conclusión: se logra un vuelo más estable y por lo tanto una reducción de hasta 8 veces en la cantidad de pasajeros que sufren de mareos, náuseas y este tipo de molestias por el movimiento constante.
Toda la cabina del aparato está bañada por un original sistema de iluminación hecho en base a LEDs de colores que les permiten a los pilotos lograr un sofisticado control de tonalidades. Así por ejemplo, durante las horas de vuelo diurno el techo exhibirá tonos azulados, “símil cielo”, de manera de generar una mayor sensación visual de espacio abierto y por lo tanto menos “claustrofobia” en los pasajeros sensibles al encierro.
Tras la cena –a plena luz cálida– habrá un modo lumínico que induce al relax y luego un modo “Sueño”, con intensidad y colores ad-hoc. Finalmente, por la mañana temprano –antes de un aterrizaje en destino– los tonos de los LEDs de la cabina irán cambiando gradualmente simulando la luz de un amanecer real.
Estos juegos y efectos deberían ayudar, esperan los diseñadores, a reducir en alguna medida el típico efecto de jet lag que causan los vuelos que atraviesan varios usos horarios y que desarreglan el reloj biológico de los pasajeros, alterando sus horarios de sueño y apetito, aumentando la fatiga y la irritabilidad de quien lo sufre durante varios días, hasta que el cuerpo se pone en sintonía con el nuevo horario.
En la estructura del nuevo 787 se reemplazó gran parte del aluminio, el material básico de la estructura de todo avión, por compuestos sintéticos fabricados en base a grafito y otros materiales similares.
Esto se traduce en dos cosas: se podrá “presurizar” la cabina en forma más eficiente y con mayor presión. Por lo tanto, la sangre de los pasajeros podrá absorber hasta un 8% más de oxígeno que durante el vuelo de un avión actual con menos presión interior. Esta mejora en la oxigenación sanguínea ayuda a disminuir dolores de cabeza, mareos y la sensación de fatiga que acosan al final de un trayecto largo en el aire.
Pero además al reemplazar los metales por materiales sintéticos también se elevará la humedad ambiente del vuelo sin riesgo de generar corrosión. A mayor humedad en el aire que circula en la cabina, se genera menos “sequedad” de garganta y nariz y más confort para el viajero.
La ventana promedio del nuevo 787 es un 65% más grande que la de un jet actual, lo que asegura menos sensación de “encierro” y, claro, mejor vista. Además, las ventanillas ya no tendrán cortinas deslizables como las actuales. De hecho no tendrán cortinas. Para “oscurecerlas” se recurre a un control electrónico que modifica la transparencia del vidrio y disminuye o aumenta, a voluntad, la intensidad de la luz que la atraviesa y llega a la cabina.
Uno de los esfuerzos de los ingenieros aeronáuticos estuvo dirigido a hacer más silencioso el interior del avión. Eso requirió desde rediseños de los álabes de las turbinas a mejores capas de aislamiento acústico y sistemas de reducción y control de vibraciones. Incluso se cambió la tecnología del aire acondicionado del avión para que este funcione en forma más silenciosa. Todo en función de que los pasajeros puedan hablar sin gritar o que quienes tengan oídos sensibles puedan dormir sin recurrir a tapones.
Lo que viene. Por delante quedan 10 meses de pruebas y ensayos de vuelo de exigencia y extensión creciente. Y, siempre que no se registren nuevos atrasos (hay que recordar que el 787 suma ya 24 meses de demora respecto del plan de desarrollo original) a fines del 2010 llegará el primer ejemplar comercial a manos de su primer cliente: se trata de la aerolínea japonesa ANA y sus afortunados pasajeros podrán comprobar si tanta tecnología logra, realmente, mejorar la salud, la calidad y el confort de los hoy cada vez más incómodos y apiñados vuelos cotidianos.
Enrique Garabetyan
Revista Noticias
Fotos: Web
No hay comentarios:
Publicar un comentario