Con el peso de la tierra prometida a sus espaldas, Jerusalén se moderniza. Entre iglesias, sinagogas y mezquitas, el sector occidental sumó diseños de Santiago Calatrava, hoteles con algo más que menú kosher y un impresionante museo del holocausto
Pocas ciudades pueden ser más confusas que Jerusalén, la antigua, piadosa y conflictiva capital de Israel. Punto de choque cultural, político y espiritual desde los tiempos bíblicos, esta ciudad santa entre las santas es el cruce de las tres grandes religiones monoteístas mundiales, cada una clamando por un terreno escaso y el dominio teológico.
Sin embargo, siempre estuvo la contracara de todo esto: una Jerusalén secular sofisticada, lejos de las iglesias, sinagogas y mezquitas que atestan sus calles céntricas con aspecto de feria.
Las instituciones locales líderes, tales como el Museo Israelí, el Festival Israelí anual, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Academia de Artes Bezalel le dan a esta parte de la ciudad un perfil urbano que sirve de ancla y oasis en el medio de su grandeza y solemnidad.
Ahora ese perfil se está volviendo –sorprendentemente– más estilizado a medida que Jerusalén acepta su propia modernidad. Desde su entrada más occidental hasta las puertas de la Ciudad Vieja, desde su ajetreado centro hasta Givat Ram y el valle de Ein Kerem, nuevos hoteles, restoranes y centros culturales de llamativa arquitectura aparecen a lo largo de allí.
Por supuesto, los recién llegados nunca podrán opacar los sitios históricos como el Muro Oeste o el Domo de la Roca, en la Ciudad Vieja. Pero gracias a este nuevo conjunto de atracciones estéticas, Jerusalén Occidental, la parte predominantemente judía de la ciudad, está definiendo su propia identidad como destino turístico y ofrecerá algunas sorpresas a las personas que la veían como la alternativa aburrida a Tel Aviv, conocida como la capital cool del país.
Atardece en tierra santa. La terraza del Dan Boutique Hotel tiene una de las mejores vistas sobre la Ciudad Vieja. El diseño minimalista contrasta con siglos de historia.
El diseño de Safdie, que combinó delicadamente ingenuidad, solemnidad e historia marcó el camino para otros emprendimientos a lo largo de la ciudad.
El recién llegado más comentado es también el más alto: el Puente de las Cuerdas, un trabajo del arquitecto español Santiago Calatrava, con apenas un año de inaugurado. Se alza a más de cien metros de altura por encima de la entrada principal de Jerusalén Occidental, el puente toma su nombre de los 66 cables de acero que se proyectan desde su mástil y evocan un harpa –la pasión musical del rey David, legendario fundador de Jerusalén. Calatrava describe su obra como su puente más difícil hasta el momento, debido a que se utilizará para el tránsito pedestre y ferroviario.
La cuestión ferroviaria fue una prioridad para Calatrava, cuyas docenas de puentes incluyen el Puente del Alamillo en Sevilla, ahora un lugar de referencia, al que se asemeja el de Jerusalén. “Los puentes están en el extremo más duro del espectro arquitectónico”, dijo, “cada paso a lo largo de su construcción te deja más y más expuesto”.
Extrañamente emplazado entre dos colinas cubiertas de viviendas obreras, el Puente de las Cuerdas es, a la vez, elegante y popular. Mucho menos popular, sin embargo, es el nuevo Hotel Mamilla de 194 habitaciones (11 King Solomon Street; 972-2-548-2222; www.mamillahotel.com), que abrió este verano a unas cuadras de la Ciudad Vieja. Ubicado en la misma zona que los hoteles Rey David y David Citadel, antiguos líderes lujosos –y justo frente a los terrenos del Waldorf-Astoria ahora en construcción– el Mamilla está claramente compitiendo por los visitantes de mayor poder adquisitivo de la ciudad, aunque se pueden conseguir tarifas en Internet para habitaciones dobles desde 250 dólares la noche.
El atractivo más fuerte del hotel –como en el caso del Puente de las Cuerdas– es su diseño, con arquitectura exterior de Safdie e interiores del italiano Piero Lissoni. Ambos tomaron a Jerusalén misma como principal influencia. Safdie, por ejemplo, utilizó piedras autóctonas para la moderna fachada (como lo exigen las normas edilicias locales), así como lo hizo Lissoni para sus habitaciones de paredes angulares. Poniendo el acento en la pálida piedra color crema y en los hallazgos de mercado de pulgas tanto como en el mobiliario contemporáneo de marcas como Knoll, Herman Miller y Kartell. “Jerusalén es claramente una ciudad religiosa, una ciudad kosher, una ciudad Shabbat”, definió Lissoni, quien diseñó un spa, un wine bar y una brasserie con terraza para el Mamilla. “Pero también tiene que abrir su mente a una nueva clase de turista global”, aclaró.
Mientras esos turistas muy probablemente se queden en el Mamilla, comerán en un puñado de restoranes que, aunque kosher, ofrecen platos que muestran escasa relación con el hígado picado y el salmón ahumado. Cerca en el Scala (David Citadel Hotel, 7 King David Street; 972-2-621-2030; www.thedavidcitadel.com), el chef Oren Yerushalmi (un veterano del restorán WD-50) es igualmente hábil para platos livianos como para los confortables clásicos. Hay carpaccios y sashimis, junto con entrecotes de corazón cubiertos con tahina y finas hierbas locales.
En el centro, cerca de la Plaza Zion, está Canela (8 Shlomzion HaMalka Street; 972-2-622-2293), cuyo salón beige tenue tiene una fila de ventanales a la calle para mirar a la gente pasar durante una comida que puede abarcar desde el Medio Oriente (cordero, berenjenas y guiso de garbanzos) hasta el Lejano Oriente (ñoquis de castañas con cebolla de verdeo y leche de coco). Las combinaciones inusuales continúan en Angelica (7 Shatz; 972-2-623-0056), donde los ñoquis pueden venir con una salsa de tomate y tofu, y el paté local condimentado con jarabe de arce e hinojo.
No hay soja ni jarabes en el menú de La Guta (34 Beit Lehem; 972-2-623-2322), que se ganó el título del cinco estrellas más sólido de Jerusalén para un nuevo lugar con nuevo chef y un nuevo menú mediterráneo moderno. Todo esto cortesía de Guy Ben-Simhon, quien regresó a tomar las riendas del restorán que su madre había fundado, después del entrenamiento en Nueva York en el Lespinasse y con Daniel Boulud. Su restauración fue total: una casa con frente de piedra en el Baka, barrio de moda en Jerusalén y un estilo culinario más liviano y levantino que cambia los clásicos de Guta, como el bife a la Wellington, por una dieta más propia del Siglo XXI –ravioles de trufas sobre puré de tubérculos y sashimi de pez tambor con ensalada de cítricos con tomillo–. Con su respeto por los básicos locales y las técnicas globales, la cocina de Ben-Simhon podría ser una metáfora de Jerusalén en sí: una ciudad donde los extranjeros llegan silenciosamente a ofrecer una moderna interpretación de sus más antiguos atributos. Y una próxima llegada puede ser la mejor todavía: la ansiosamente anticipada renovación del Museo de Israel (972-2-670-8811; www.english.imjnet.org.il), hogar de los Manuscritos del Mar Muerto.
La expansión del museo a cargo del arquitecto James Carpenter de Nueva York será develada finalmente el próximo mayo y sumará una serie de pabellones vidriados que bajan en cascada y crearán dieciocho mil metros cuadrados de un nuevo espacio de exhibición.
“Esta es una oportunidad de renovar y reforzar el carácter del museo desde adentro”, señaló James Snyder, director de la institución, “exhibiremos desde la antigüedad hasta la actualidad la religión y el mundo”.
David Kaufman
The New York Times Travel
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