• Quilmes - Buenos Aires - Argentina

sábado, 20 de febrero de 2010

Ecuador: las perlas ocultas de los Andes

Quito en medio de las montañas

Emplazadas en medio de la sierra ecuatoriana, Quito y Cuenca son dos de las ciudades coloniales mejor preservadas de Sudamérica. Con estilo propio, cada una atrae a los visitantes por su arte, su arquitectura y su historia.

Uno de los pasatiempos favoritos de los ecuatorianos es preguntarle a los visitantes qué ciudad de su país les pareció más linda: ¿Quito, la capital de las nubes, o Cuenca, la Atenas de los Andes? Si de títulos se trata, ambas ostentan una vasta colección. Quito es considerada núcleo de la nacionalidad ecuatoriana por su mestizaje y relicario del arte en América por su historia, mientras que Cuenca recibió el título de capital cultural de las Américas por su larga tradición intelectual. Para mantener la balanza en equilibrio, la Unesco las declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad por la impecable conservación de su pasado colonial.

Pero Quito y Cuenca son más que dos ciudades coloniales. Si bien lo que las destaca y diferencia del resto de las urbes del continente es la arquitectura que han logrado preservar hasta la actualidad, su historia se remonta a siglos antes de la colonización española. Y para entender la fusión de culturas que se da en estas dos ciudades es necesario ver más allá de lo europeo y encontrar lo verdaderamente latinoamericano que ha sobrevivido y se ha fortalecido a lo largo del tiempo. Porque en las regiones de Quito y Cuenca existieron asentamientos desde mucho antes de su fundación formal: Cuenca estuvo habitada por la tribu cañari y fue llamada Guapondelig (llanura amplia como el cielo, en dialecto local), y Quito estuvo poblada por los quitus, un pueblo indígena de comerciantes.

Ambas zonas fueron conquistadas por los incas y se convirtieron en dos de las ciudades más importantes del imperio. La llegada de los españoles fue fuertemente resistida por los hijos del sol, quienes prefirieron quemar sus propias urbes antes que dejar que los invasores avanzaran sobre ellas. Así, San Francisco de Quito fue fundada sobre las cenizas de la antigua ciudad incaica y Cuenca, nombrada en honor a la ciudad española, también fue erigida sobre sus viejas ruinas.

Quito Moderno

La capital de las nubes
Quito deslumbra a primera vista. El paisaje en que se inserta, la arquitectura perfectamente conservada y la gran cantidad de turistas de todas partes del mundo es más de lo que se espera de una ciudad que parece estar escondida en medio de las montañas. Asentada en un valle andino, rodeada por los volcanes Pichincha (todavía activo), Casitagua y Atacazo, y a 2.850 metros de altura, la capital de Ecuador tiene “los pies en el bosque y la cabeza en las nubes”. La ciudad está dividida en tres sectores: en el norte se asienta el Quito Moderno, el sur está conformado por viviendas de la clase trabajadora y en el centro se conserva la ciudad antigua, el centro histórico más grande de América, con 320 hectáreas de extensión.

En 1978, Quito y Cracovia (Polonia) fueron las primeras ciudades en ser declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco por su “sobresaliente valor universal”. Sucede que el centro histórico, legado del período colonial, está diseñado según los parámetros españoles de la época. Así, caminar por sus calles angostas equivale a transportarse a otro siglo, donde la arquitectura de iglesias, plazas, museos y viviendas se mezcla con la idiosincrasia de la sierra ecuatoriana.

Las construcciones se organizan en torno a la Plaza Grande: allí se ubica el Palacio de Gobierno, la catedral más antigua de Sudamérica y el Monumento a la Independencia. También se conservan más de 130 edificaciones monumentales y el arte aparece tanto en el interior como en el exterior de las construcciones. Cada edificio religioso tiene su propio estilo: la Capilla del Señor Jesús del Gran Poder, por ejemplo, ostenta un altar barroco, mientras que la Compañía de Jesús tiene las paredes, techo y altar decorados con siete toneladas de oro. Pero una de las más imponentes es la Basílica del Voto Nacional: ubicada en una ladera y con 115 metros de altura, ha sido comparada con la Catedral de Notre Dame (París) y con la Basílica de San Patricio (Nueva York) por su estructura y estilo gótico. Lo curioso es que las clásicas gárgolas fueron sustituidas por esculturas de reptiles y anfibios dispuestas sobre rosetones de piedra en representación de la fauna y la flora ecuatoriana.

Una vez que cruza el túnel que separa Quito Antiguo de Quito Moderno, el visitante vuelve a viajar hacia adelante en el tiempo. Las casas de adobe, las fuentes centrales de los parques, las calles angostas y las iglesias son reemplazadas por un aroma cosmopolita.

El área comenzó a crecer en los ‘70, cuando mutó de espacio residencial en zona comercial. Aquí se contagia el conocido caos latino: el ir y venir del trole, la ecovía y el metrobus (los tres transportes principales para movilizarse) y el fluir de la gente hace que el ritmo de vida sea más acelerado. La Mariscal, el barrio preferido de los turistas, es el sector ideal para probar la gastronomía de la ciudad.

Otra forma de conocer un país es a través de sus artistas. Dos de los más representativos del arte indigenista latinoamericano fueron Camilo Egas, pintor formado tanto en Ecuador como en las principales academias europeas, y Oswaldo Guayasamín, cuyo arte expresionista fue galardonado con el premio más importante que otorga el gobierno de Ecuador. Gran parte de su obra puede apreciarse en el museo homónimo, en el sector moderno de la ciudad, y su último trabajo, la Capilla del Hombre, es un gran monumento-museo construido por el artista como tributo a Latinoamérica.

Para quienes busquen una vista privilegiada de la ciudad, basta con dirigirse a El Panecillo, un mirador natural a tres mil metros de altura que fue, en épocas preincaicas, un templo dedicado al culto del sol. Allí se encuentra la mayor representación de la Virgen María del mundo, fabricada en aluminio. Y el teleférico, que recorre 2.500 metros hasta Cruz de Loma, una de las faldas del volcán Pichincha, es otra opción para conocer Quito desde el cielo.

Cuenca

La Atenas de los Andes
En el sur del país, a diez horas por tierra o 45 minutos en avión desde Quito, existe otra ciudad perdida entre las montañas, la tercera en importancia del país y la primera, para muchos, en belleza. También declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por su herencia colonial impecablemente conservada, aquí se respira un ambiente distinto, más de pueblo. Rodeada por ríos y a 2.500 metros de altura, Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca tiene bien merecido el título de joya colonial. Los cuatro ríos que cruzan Cuenca le otorgan un movimiento que contrasta con la tranquilidad de un lugar que parece haber quedado detenido en el tiempo.

El río Tomebamba la divide en dos: al sur se alza el sector moderno y residencial; al norte, el centro histórico, que sigue siendo el corazón de la ciudad. Aquí no se necesita mapa. La consigna es dejarse llevar y mirar siempre hacia arriba: las construcciones coloniales son altas y los detalles más impresionantes están en la cima. Y, para los que prefieren mirar hacia abajo, basta con subir al mirador de Turi y observar la ciudad pacífica y silenciosa desde la ladera de una de las montañas.

Cuenca es considerada, con orgullo, la Atenas de los Andes por su tradición intelectual y por ser cuna de escritores, poetas, artistas, músicos y filósofos notables. Es, además, un centro artesanal internacionalmente reconocido por sus trabajos en cerámica, cuero, oro y plata.

Los cuencanos, famosos en Ecuador por su peculiar acento (similar al salteño argentino), profesan una fe religiosa notable: en la ciudad existen 52 iglesias y monasterios (una para cada domingo del año). Aquí también se siente la fusión entre lo europeo y lo latinoamericano: arquitectónica y urbanísticamente, guarda la apariencia de una ciudad española, aunque los materiales usados para erigirla fueron típicamente indígenas (adobe, paja, madera y barro cocido). Por si fuera poco, sus 400 mil habitantes siguen fieles a sus raíces, de modo que es muy común cruzarse con las cholas vestidas con su tradicional pollera, blusa bordada, paño, sombrero y zapatos de charol vendiendo flores en los parques y mercados.

Cuenca colonial

Brújula
Cuándo viajar: En la sierra, de mayo a septiembre y de diciembre a febrero, el clima es seco. El resto del año es época de lluvias. En ambas ciudades la temperatura se mantiene estable (entre 8ºC y 23ºC), con fuertes oscilaciones entre día y noche.

Altura: Quito y Cuenca están a más de 2.800 metros de altura. Durante los primeros días se recomienda realizar las actividades lentamente y beber abundante agua.
Moneda: Está vigente el dólar estadounidense. Atención, porque los billetes de u$s 50 y u$s 100 tienen poca circulación y, en general, no son aceptados.
Informes: www.viveecuador.com.

Aniko Villalba
El Cronista Comercial
Fotos: Web

domingo, 14 de febrero de 2010

Argentina - Río Negro: Estepa, junto al mar

Mediterráneo. Es la imagen que dan a Las Grutas las blancas y curvas líneas arquitectónicas

Vacaciones en uno de los balnearios más australes de la Argentina, pero con las aguas más cálidas del litoral marítimo. En Las Grutas la estepa, el mar y la playa se unen con aires tan patagónicos como mediterráneos, como atestiguan sus plantaciones de olivo y sus costaneras blancas.

A orillas del Golfo San Matías, el bonito balneario de Las Grutas aún conserva calles de tierra. Cuenta la historia que el nombre del golfo se debe a la expedición española que arribó a sus aguas el 18 de febrero de 1520, día de San Matías. Y dicen los mapas que Las Grutas está ubicada 185 kilómetros al sur de Viedma y a sólo 15 kilómetros de San Antonio Oeste. La villa, en especial la costanera, tiene cierto aire mediterráneo gracias a la ausencia de líneas rectas y el predominio de tonos blanco y pastel en las construcciones cercanas. Las Grutas fue el primer destino turístico en la costa rionegrina, y es el segundo más importante de la provincia después de Bariloche. Un logro que el balneario les debe a sus tres kilómetros de playas de arena, con amplios médanos y el privilegio de tener doce horas de luminosidad en verano, por cuestiones de la latitud. Sin embargo, lo más llamativo es la temperatura del agua: gracias a una serie de factores oceanográficos, geográficos y atmosféricos la temperatura del mar ronda los 24°C-27°C, la más cálida del litoral marítimo argentino. El mar es muy transparente, intensamente azul, y la diferencia de mareas es de diez metros cada seis horas. Además llueve muy poco, y los atardeceres son muy agradables para salir a caminar o andar en bicicleta con poco abrigo encima.

Una de las tantas grutas que tiene el acantilado sobre la playa

COSTA DE ACANTILADOS
Si bien toda la Patagonia costera es acantilada, en Las Grutas hay una peculiaridad que da nombre al balneario: la presencia de grandes cavidades esculpidas en las rocas sedimentarias marinas durante millones de años de erosión. Estas cuevas tienen entre tres y cuatro metros de alto y un ancho de veinte metros, pero aunque su sombra es tentadora conviene no meterse, ya que puede haber desmoronamientos. La blanca y larga costanera se encuentra sobre las grutas propiamente dichas, interrumpida por numerosas bajadas para acceder a las playas con sus paradores y terrazas al mar. A lo largo del paseo llama la atención ver pocas gaviotas, que parecen haber sido reemplazadas por innumerables loros barranqueros, todo un toque de color en la costa. Las bajadas más céntricas dan a playas de arena, mientras las más alejadas dan a restingas, amplias extensiones de rocas por donde se puede caminar y encontrar mejillones, caracoles, cangrejos, camarones, estrellitas de mar y sabrosos pulpitos. Además es el lugar que eligen para alimentarse los chorlos, loros barranqueros, gaviotas, teros, cormoranes y flamencos.

A pesar de su milenaria historia geológica, los orígenes urbanos de Las Grutas son muy recientes. Cuando todavía no existía como pueblo, alrededor de 1925, los pobladores de San Antonio Oeste ya conocían el lugar: sólo había una huella, pero solían transitarla en camiones para pasar el día y hacer picnic en la playa. A fines de 1959 el entonces intendente de San Antonio Oeste, Celso Ruben Bresciano, viajó a Viedma y solicitó al gobernador de Río Negro tramitar la creación del balneario, que se concretó el 30 de enero de 1960, actual aniversario de Las Grutas. Poco a poco el flamante pueblo fue creciendo y pasó, de los pocos cientos de casas que había a fines de los ‘70, a un auge que sigue sin detenerse. Durante el año la población estable del balneario es de unos tres mil habitantes, pero en enero y febrero explota de gente y puede llegar a albergar a unos doscientos mil turistas, muchos de la Patagonia pero cada vez más también del resto del país.

Las “uñas de gato” miran el mar desde lo alto del acantilado

PASEOS EN LAS AFUERAS
Para quienes quieren algo más que playa o aprovechar un día de poco sol, en los alrededores de Las Grutas hay mucho para ver. El paseo más cercano es Piedras Coloradas, seis kilómetros al sur. Esta playa de rústica belleza y rojizas rocas milenarias no tiene infraestructura y es ideal para los que buscan más tranquilidad. Se puede llegar caminando con marea baja y es un buen lugar para pescar y hacer sandboard. Continuando por el mismo camino, a 13 kilómetros de Las Grutas se encuentra El Sótano, una zona de acantilados (con muy buenos lugares para pescar y pulpear) a la que sólo se puede llegar con vehículos especiales todo terreno y acompañado por un guía. Lo más llamativo de este sitio es que se registra la mayor diferencia de mareas y cerca de allí, a dos kilómetros de caminata, se encuentra el Cañadón de Las Ostras, un yacimiento de grandes ostras fosilizadas pertenecientes al período Terciario Superior, con más de 15 millones de años.

Otro sitio muy popular es el Fuerte Argentino, una imponente meseta de más de 100 metros de altura que le debe el nombre a su aspecto de antigua fortaleza. Se la puede divisar desde muy lejos entre la bruma del Golfo San Matías y tiene, al pie, una laguna de agua salada ideal para hacer snorkel. Además el Fuerte es conocido por algunas teorías –un tanto polémicas pero sin duda pintorescas– según las cuales aquí llegó la Orden de los Templarios antes de que Colón pisara América.

Uno de los platos fuertes de la zona es la visita a la Salina El Gualicho, 60 kilómetros al oeste del balneario. Esta gran depresión natural, la salina más grande de la Argentina, se encuentra a 70 metros bajo el nivel del mar y tiene 328 kilómetros cuadrados de superficie. Pero además El Gualicho es un verdadero festín para los geólogos, ya que aquí abundan rocas de la era Precámbrica y del Jurásico, junto a sedimentos marinos del Terciario. Como en verano las temperaturas en el salar son excesivamente altas, las excursiones suelen salir un poco antes de que se ponga el sol, todo un espectáculo sobre el desierto blanco.

Los colores de un bello atardecer junto al mar

¿ACEITUNAS EN LA PATAGONIA?
¡Imposible! Es lo primero que se piensa al salir a andar en bicicleta y toparse con un gran olivar en plena estepa, a 500 metros del mar. Rara imagen en el paisaje típicamente desértico de la Patagonia... Pero existe, frente a Olivos Patagónicos, un emprendimiento de 30 hectáreas cultivadas con variedades Arbequina y Frantoio. El proyecto comenzó en noviembre de 2001 con 700 plantas y hoy cuenta con 10.500 plantas en 30 hectáreas. En plena plantación se encuentra la blanquísima planta de extracción (la única de la provincia de Río Negro), donde se producen 3000 litros de aceite que sólo se venden, por ahora, en Las Grutas. Además del aspecto productivo este establecimiento es un atractivo más del balneario, ya que se hacen visitas guiadas y degustación a los turistas.

Sin embargo, no es el único sitio en la provincia que apuesta a las aceitunas. Desde el año 2000 Río Negro viene trabajando en la diversificación productiva y, según estudios de los cultivos, el olivo parece ser una gran alternativa a futuro. Actualmente hay, en toda la provincia, 210 hectáreas cultivadas con diversas variedades y con emprendimientos comerciales desde hace más de ocho años. En total hay alrededor de treinta productores con pequeñas plantaciones esparcidos entre las localidades de Río Colorado, Viedma, Conesa, Catriel, Las Grutas y San Antonio Oeste. Si bien al principio parecía una locura pensar que el olivo se diera en estas latitudes, lentamente se fue abriendo paso entre los cultivos alternativos mejor ubicados. Y hoy, en Las Grutas, ¡hay aceitunas!


Texto e imagenes: Mariana Lafont
Pagina 12 - Turismo

lunes, 8 de febrero de 2010

Colombia: Divina Providencia


Muy cerca de Nicaragua, pero en Colombia, se encuentra esta atípica isla que se enorgullece de no ofrecer el clásico turismo caribeño. En Providencia no hay resorts, ni mucha gente. Tampoco demasiado que hacer. Pero sí hay relajo y belleza que emociona. De fondo, una isla volcánica, cubierta de selva, bañada por un mar deslumbrante. ¿Se anima? ¿Si?

Es domingo y en Southwest, una playa eterna -flanqueada por gruesas palmeras y tres icónicos barcitos bien rastas, en los que sólo falta la imagen del León de Judá- un par de bestias negras sacuden sus patas sobre la arena.

Agua Dulce es la mejor playa para ir en familia.

Largan
Aferrada a su cerveza, una extranjera anima a caballos y jinetes. No hay mucho en juego. En el insólito hipódromo, las apuestas se pagan en frías cervezas que se abren, sin prisa, ahí mismo, en la exótica playa.

Tiempo hay. Sed también. A unos metros, unas señoras cocinan, en gigantescas ollas, deliciosas langostas que los isleños compran por libras y luego llevan a sus casas (o a la playa) en coloridas cajas de cartón. No hay take away más fino que éste.

La chica se llama Maryuca: Maryuca es una rubia de labios lapones que llegó desde la fría Finlandia, enviada por una inmobiliaria especializada en resorts. En pocas horas, Maryuca cambió su oficina con vista al grisáceo mar de las islas Aland, por estas costas que encienden aún más sus profundos ojos azules.

Maryuca trabaja buscando nuevos destinos. Y, en Cartagena de Indias, tomó un avión que en una hora la dejó en San Andrés. Luego, sin más equipaje que un bikini, una toalla, un computador, un esnórquel y cinco jabones antimosquitos se montó en la avioneta de Satena que, veinticinco minutos después, aterrizaría en Providencia.

La colorida arquitectura es un sello de Providencia

Esta isla -dice Maryuca- no tiene críticas.

Todo viajero lo sabe. Las islas suelen no ser lo que ves en fotos o internet. En toda "cata" de islas es imposible no criticar: el tipo de arena y de viento, los servicios y todo lo que se te pueda ocurrir. En Providencia, sin embargo, pelar es difícil.

Aquí, de partida, no viven más de cuatro mil personas. Eso pese a que es una isla de tamaño considerable, aunque en un 80 por ciento salvaje, inhabitada, coronada por imponentes picachos que recuerdan a Juan Fernández.

Providencia es la versión caribeña de Robinson Crusoe. Y aquí, tal como allá, puedes estar mucho o muy poco. Quizás es la diferencia: si te quedaras a vivir aquí, nadie se daría cuenta. Un día puede que estés. Al otro no. Nadie se fijaría.

Ahora Maryuca está
Tras recoger su maleta en el aeródromo, tomó un taxi-colectivo-camioneta. Apenas arrancó, Maryuca sintió la brisa de Providencia en la cara. Se tomó el pelo. Se acomodó entre los bolsos. Se relajó mientras a su espalda aparecía la jungla que en Providencia no es misterio, sólo telón de fondo. Después entiendes que el único drama eres tú.

-Es lindo este lugar -fue lo primero que dijo Maryuca cuando se bajó en Southwest.

La chica tenía una reserva en Miss Mary; una de los pocos hoteles/hosterías de Providencia. Chequeó su pieza: el ventilador, tipo abanico, funcionaba perfectamente. Había un pequeño refrigerador con cuatro botellitas de agua potable y cuatro Postobon de manzana.

Frente a la pieza se extendía una terraza de madera que terminaba en la arena. Desde ahí al infinito todo era mar. Maryuca se hundió y dejó de respirar mientras pensaba en lo extraño de su trabajo (evaluar lugares para que finlandeses, suecos, noruegos; reventados, lateados, logren descansar tal como ella intentaba hacer en ese minuto).

Cuando nos conocimos, bastó vernos con Maryuca para darnos cuenta de que estábamos ahí por lo mismo. Chequeando, comprobando si es cierto o no el mito que habla de una isla preciosa, bonita, a la que no llegan ni bananos ni motos de agua.

En revistas de viaje, en TripAdvisor, la gente habla de Providencia como una joyita que, afortunadamente, pocos se han animado a conocer. Lo normal es viajar sólo hasta San Andrés. Eso pese a que esta isla esmeralda, tan linda como curiosa, es probablemente mejor. O, por lo menos, más insólita. "Providencia es campestre", dicen en Colombia cuando preguntas.

Providencia, en la clásica geografía del Caribe, es una isla excepcional. Y, aunque siempre se habla de San Andrés/Providencia como si fueran lo mismo, no tienen nada que ver.

De partida cuesta imaginar dónde está: llegar desde Cartagena de Indias, por ejemplo, equivale a tomar un avión Santiago-Arica y luego volar en avioneta hasta Putre.

Providencia está lejos. Más influida por la vecina Jamaica que por la propia Colombia.

Con el 80 por ciento de su territorio salvaje, en la isla viven sólo 4 mil personas

Sus playas no son blancas y a nadie le importa
Providencia es una isla de origen volcánico, cercada por un gran arrecife muy bien conservado. Por eso la vida marina es excepcional. Pero fuera del agua las cosas no son menos sorprendentes. Cayo Cangrejo y Tres Hermanos, por ejemplo, son preciosos lugares, con una naturaleza intensa, salvaje.

Pese a todo, Providencia es una isla cómoda. Un camino pavimentado le da la vuelta. Y en no más de dos horas puedes volver al mismo punto en un carrito de golf.

A propósito: no hay que hacer trámites para arrendar un vehículo. Simplemente te subes, giras la llave, avisas cuanto te vas a demorar. Pagas al regresar.

"¿Dónde vas?". No miento si digo que a ninguna parte. En Providencia no hay iglesias excepcionales que ver. Nada es Patrimonio de la Humanidad. Bendita Providencia: el centro no son más que tres o cuatro cuadras, con un par de malos restaurantes y gordas cocineras que sudan sobre tu sopa de tortuga, el guiso de chancho salvaje o el bife de barracuda.

¿Paseos? Puede ser. ¿Por qué no? De partida a Santa Catalina, una isla enana pegada a Providencia por el llamado Puente de los Enamorados. Ahí está la Cueva de Morgan, un par de hoteles que es mejor obviar y un par de ricas playas donde pasar la tarde junto a oxidados cañones. A diez minutos en bote, lo mejor es Cayo Cangrejo: un Parque Marítimo con muelle y bar.

Otra cosa es Agua Dulce: algo así como Providencia entre Pedro de Valdivia y Los Leones. Agua Dulce es una tranquila y lánguida playa que concentra, en no más de dos o tres cuadras, simples pero buenos hoteles, un súper, tres o cuatro restaurantes con acento gourmet, un cyber y dos casas en las que arriendan carritos de golf.

En resumen, las dos mejores playas son Southwest y Agua Dulce. La diferencia es que la primera tiene más barcitos y es más abierta. Es donde está Sirius; el lodge donde Daniel y sus muchachos se toman el buceo en serio.

Agua Dulce es más familiar. Nunca se escucha música. Ahí la gente juega paletas o espera, con cerveza en sus poltronas, la caída del sol. Claro que el mejor lugar para hacer eso debe ser la tienda de Felipe's Dive: al atardecer, Pichi y su hermano rasta cuentan locas historias acaecidas en el fondo del mar.

Yo me alojo en Agua Dulce, en una pieza con aire y cocina, más refri junto a la cama. Buen lugar. El abuelo esclerótico no es mala persona. Y, en menos de dos días, descubro dónde venden langostas increíblemente baratas.

Un puente une las islas de Providencia y Santa Catalina

¿Qué se puede extrañar? Quizás uvas, manzanas.

Los días pasan y también la ansiedad por ir a donde, en verdad, no quieres ir. Es, probablemente, el encanto de Providencia: no hay paseos, no hay excursiones, no hay piscinas, no hay gimnasios, no hay tiendas a menos que quieras comprar linternas, alcohol, abarrotes o parches curita. Internet se cae. Providencia es como era el mundo antes de que todos se frikearan con Facebook, con Twitter, con la inutilidad de las mal llamadas redes sociales.

En Providencia las únicas redes son las de los pescadores.

Pero, ojo, no hay de qué preocuparse. Si quieres acción está la Providencia nocturna. No importa que no tengas auto. De tanto en tanto, por la isla pasa la chiva de Aroldo, una micro que, de lunes a lunes, busca el carrete en la isla. Normalmente va a Manzanillo, otra playa bonita, el lugar donde un gringo levantó un bar muy simple con mesas sobre la arena.

Suena música calypso por los parlantes.
Maryuca, con los zapatos sobre la mesa, bebe su última cerveza en Providencia.

-Fue bueno -dice- y es una lástima partir. Supongo que mi trabajo ahora es decir que hay que venir.

Al día siguiente, debo marchar. Finalmente he conseguido pasaje en un catamarán que, en dos horas y media, une Providencia con San Andrés.

A diferencia de su vecina San Andrés, a Providencia aún no llegan las grandes cadenas de hoteles

La isla se aleja muy rápido e, imponente, aparecen los verdes dientes de lo que alguna vez fue un volcán.

-¿Qué decir de Providencia? -pienso. Tal vez que es un lugar silencioso donde uno termina hablando solo. Y es quizás por eso que siempre te metes al mar. No es sólo por el calor.

En Providencia (después te das cuenta) has estado mucho más cerca de donde siempre habías querido llegar. El problema es que lo entiendes mucho después.

Maryuca ya no está. Yo tampoco.Y en Santiago no dejo de preguntarme si lo sabrán los que siguen ahí. La isla está más influida por la vecina Jamaica que por Colombia

Dormir
Miss Elma. En Agua Dulce, frente a la playa, habitaciones para tres personas. Desde 153 dólares por noche, por habitación, con desayuno y cena. Tel. (57-8) 514 8229.
Hotel Sirius & Health. Hermoso y pequeño, en un rincón de Southwest. Cuatro suites y diez habitaciones en cabañas. Aquí se encargan de que bucee en sitios increíbles como Manta City. Tel. (57-8) 514 8213.

Llegar
En avioneta desde San Andrés. Llegan Satena y Searca. El pasaje en una dirección cuesta unos 130 dólares. El viaje dura 25 minutos. Existe la opción, más económica, de llegar por mar haciendo el viaje en un catamarán, que sale día por medio desde San Andrés. Cuesta 50 dólares, en una dirección, por persona. Tarda 2,5 horas. Hay que consultar frecuencias y reservar.

Sergio Paz (desde Providencia, Colombia)
El Mercurio - Revista del Domingo

domingo, 31 de enero de 2010

Chile: Bosque encantado

Antivértigo. En la zona se extiende el Canopy, que se promociona como el más extenso de Sudamérica. Lo que es indudable es la altura: con tramos de noventa metros.

En la XIV región chilena, Huilo Huilo conjuga la fuerza de la selva valdiviana, el azul profundo de los lagos patagónicos y los picos nevados. Y sólo está a 45 km de San Martín de los Andes.

Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno.” Así describe el poeta Pablo Neruda la inmensidad del paisaje de la selva valdiviana, en medio de los andes patagónicos chilenos de la XIV región. Descubrir la magia de ese bosque y sorprenderse con su diversidad biológica, aventurarse en el complejo volcánico Mocho-Choshuenco o sentir la plenitud del lago Pirehueico; las opciones se multiplican para los visitantes de la reserva natural Huilo Huilo, a sólo 45 kilómetros de San Martín de los Andes, atravesando la frontera con Chile.

Son 100 mil hectáreas de naturaleza a puro contraste: al alcance de la mano, el verde de los coihues y el amarillo de las flores de amancay; un poco más allá, el azul extremo de lagos y cursos de agua y, en el fondo, el blanco inmaculado del volcán nevado. Una postal perfecta.

En 2007, la Unesco declaró el área de bosque húmedo templado como Reserva de la Biósfera por su contribución única a la diversidad biológica. Aunque la industria maderera predominó en la zona hasta la década del 90, hoy el lugar se ha convertido en un centro de conservación de la flora y fauna nativa y, además, en un atractivo del turismo aventura. Sin celular, televisión, ni preocupaciones a la vista, la reserva es el lugar ideal para decirle adiós al estrés y dejarse llevar por las fantásticas historias sobre hadas y duendes del bosque.

A caballo. Una de las opciones de turismo aventura que proliferan en la Reserva de la Biosfera. No contaminar ni alterar son las leyes de todas las actividades

Travesía

El mejor recorrido para llegar al corazón de la reserva Huilo Huilo es aventurarse por los 45 kilómetros de camino de ripio de la RP 48 que separan San Martín de los Andes del paso internacional Hua-Hum, bordeando el lago Lácar. Es el de menor altura de la cordillera de Los Andes y está abierto todo el año.

Luego de los trámites migratorios, en Puerto Pirehueico una gran barcaza espera para comenzar la travesía por el lago homónimo hasta llegar a Puerto Fuy (la tarifa es de $ 120 por vehículo). Una hora y media de navegación por uno de los pocos lagos patagónicos con bosque nativo en toda su ribera.

Playas inexploradas de arenas blancas, formaciones rocosas y otras maravillas se descubren paso a paso. A mitad de camino, en la ribera norte del Pirehueico, se encuentran las flamantes Termas del Lago, donde hay diez troncos de agua termal desde donde disfrutar de la espectacular vista del complejo volcánico Mocho-Choshuenco.

La travesía por el lago continúa y, poco a poco, el paisaje se modifica: las hayas que predominaban en el bosque nativo dan paso a la exuberancia de los coihues, raulíes y lianas de la selva valdiviana. Al llegar a Puerto Fuy, el paso obligado es conocer Neltume, el pueblo de tan sólo 1.300 habitantes que da vida al proyecto Huilo-Huilo y ofrece calidez a los 15 mil turistas que cada año visitan el complejo.

Con arnés. Para recorrer el bosque entre los árboles

Paseo con ritmo
En el kilómetro 60 del Camino Internacional Panguipulli-Puerto Fuy se encuentra el acceso principal a la reserva. Una vez allí, no hay lugar para el aburrimiento. Existen tantas actividades por hacer que uno tiene la impresión de que las 24 horas del día no alcanzan. Las excursiones se realizan siempre con un guía autorizado y hay opciones para todos los gustos y bolsillos (desde $ 30 a $ 450). La recomendación es comenzar con una caminata por alguno de los ocho senderos disponibles –hay de baja, media y alta dificultad– para adentrarse en el bosque y conocer la fauna y flora del lugar.

El sendero botánico invita a un recorrido por la vegetación de la zona: grandes coihues, aromáticos arrayanes, y esbeltos raulíes que ofrecen hogar y soporte a musgos, helechos y líquenes. Es difícil estar alerta al camino y seguir el ritmo del trekking sin perderse en los colores, olores y sonidos –como el canto del chucao o la gallareta– que ofrece el bosque.

Paso a paso, la vegetación se vuelve cada vez más tupida y la copa de los árboles se cierra sin dejar entrar los rayos del sol. Todo se torna oscuro y húmedo. Es allí donde surgen las leyendas –alimentadas por los lugareños– de que en el bosque habitan seres mágicos, como hadas y duendes. Y hasta el más escéptico de los viajeros termina creyendo que esas historias fantásticas son posibles, rendido a los encantos del paisaje.

El sendero finaliza en las aguas cristalinas de los Saltos de Huilo Huilo. Pero todavía hay tiempo para vivir alguna otra aventura más: una cabalgata hasta el mirador Las Lengas, una expedición a bordo de vehículos 4x4 a la Pampa de Pilmaiquén o una tarde de pesca con mosca en el río Blanco. Para los amantes del vértigo y la adrenalina, la reserva ofrece el canopy más largo de Sudamérica. A una altura de noventa metros, pasando por entre las copas de los árboles, se puede atravesar un espectacular valle deslizándose por una tirolesa. La experiencia es única pero requiere algo de valentía y, por supuesto, no mirar hacia abajo, hacia el precipicio que se abre a los pies de cada plataforma.

Snowboard, por pendientes de 1.800 metros de altura

Gigante dormido

Preparar mucha ropa de abrigo, protector solar y la cámara de fotos es el primer paso para encarar el ascenso al imponente volcán Mocho- Choshuenco, a 2.430 metros de altura. Lugar sagrado, el volcán da origen a varios lagos, como el Riñihue, el Panguipulli y el Pirehueico.

La primera parte del recorrido se hace en camionetas 4x4, para sortear las dificultades del camino de montaña. A medida que uno asciende, el bosque va cambiando: los árboles son más pequeños, el frío aumenta y también la soledad del paisaje. Hasta que, al llegar a la base del volcán, los árboles terminan por ceder ante el rigor del frío, y el hielo y la escarcha se adueñan completamente de la vista.

Una vez en el centro de nieve Huilo Huilo, hay varias actividades para disfrutar, siempre que el clima lo permita. De julio a octubre, la temporada es ideal para los esquiadores: se pueden hacer paseos en moto o pisanieve, snowboard y ski fuera de pista. En cambio, de noviembre a mayo hay posibilidad de realizar un trekking al glaciar ubicado en la ladera del volcán y descubrir esculturas de hielo esculpidas por el viento o, simplemente, aventurarse a un circuito con raquetas de nieve o tubbing –una especie de gomones como los que se utilizan en el agua pero para deslizarse por las laderas nevadas del volcán–.

La excursión finaliza en el mirador Mocho-Choshuenco, a una altura considerable desde donde se puede apreciar la totalidad de la reserva y observar el vuelo de algún que otro águila. De regreso al portal, el bosque espera festivo, vivo y el volcán vuelve a ser sólo una lejana cumbre blanca. Cuesta no dejarse hechizar nuevamente por la belleza natural del paisaje chileno, pero hay que emprender la vuelta por el lago Pirehueico. Y muy pronto caerá la noche de un largo día.

Florencia Ballarino (desde Huilo Huilo)
Perfil - Turismo
Fotos: Perfil

domingo, 24 de enero de 2010

¿El fin del jet lag?

Nace una nueva generación de aviones dotados para combatir los efectos nocivos de los viajes largos. Ingeniería y reloj biológico.

Hace un puñado de días, desde la pista de una compañía privada de la ciudad de Seattle, en los EE. UU., el primer ejemplar de un flamante avión carreteó desde el hangar rumbo a su primer despegue. La iniciática prueba de vuelo dio comienzo tras el largo repaso de una completa check list electrónica y sus dos pilotos de prueba completaron un tranquilo vuelo-debut, de 3 horas de duración.

Este bautismo no sería llamativo si no fuera porque el protagonista fue el primer prototipo de la futura familia “787” de la Boeing, una máquina que –como era esperable en una nueva línea de aeronaves– incorpora un largo listado de innovaciones mecánicas y electrónicas, pero sobre todo se anuncia como el avión mejor dotado para combatir el temido jet lag, ese desfase que se produce en el cuerpo al cabo de un viaje largo en avión, a causa del cambio horario que trae aparejada la distancia.

Además, según sus diseñadores, los futuros 787 permitirán completar vuelos más económicos, al menos para las aerolíneas, y prometen ser máquinas más “amigables” que las actuales con el medio ambiente porque consumen menos combustible, generan menos gases contaminantes y son más silenciosas en el despegue y aterrizaje.

Pero el punto principal que destaca el curriculum del flamante “Dreamliner” son las mejoras sustantivas pensadas para beneficiar la salud y el confort de los pasajeros. Diferencias sutiles algunas e importantes otras pero que “en conjunto” –prometen desde la empresa– “harán que mejore sensiblemente la calidad de los vuelos”.

Salud y confort. Una de las mayores molestias que acosan a cualquier viajero son las turbulencias y la ansiedad que estas generan. El nuevo 787 está equipado con sensores capaces de detectar mínimos cambios en el flujo del aire para que la computadora de a bordo responda alterando en forma acorde la configuración de alerones, flaps y timones del avión, en forma automática, para compensar estos “pozos” de aire. Conclusión: se logra un vuelo más estable y por lo tanto una reducción de hasta 8 veces en la cantidad de pasajeros que sufren de mareos, náuseas y este tipo de molestias por el movimiento constante.

Interiores

Toda la cabina del aparato está bañada por un original sistema de iluminación hecho en base a LEDs de colores que les permiten a los pilotos lograr un sofisticado control de tonalidades. Así por ejemplo, durante las horas de vuelo diurno el techo exhibirá tonos azulados, “símil cielo”, de manera de generar una mayor sensación visual de espacio abierto y por lo tanto menos “claustrofobia” en los pasajeros sensibles al encierro.

Tras la cena –a plena luz cálida– habrá un modo lumínico que induce al relax y luego un modo “Sueño”, con intensidad y colores ad-hoc. Finalmente, por la mañana temprano –antes de un aterrizaje en destino– los tonos de los LEDs de la cabina irán cambiando gradualmente simulando la luz de un amanecer real.

Estos juegos y efectos deberían ayudar, esperan los diseñadores, a reducir en alguna medida el típico efecto de jet lag que causan los vuelos que atraviesan varios usos horarios y que desarreglan el reloj biológico de los pasajeros, alterando sus horarios de sueño y apetito, aumentando la fatiga y la irritabilidad de quien lo sufre durante varios días, hasta que el cuerpo se pone en sintonía con el nuevo horario.

En la estructura del nuevo 787 se reemplazó gran parte del aluminio, el material básico de la estructura de todo avión, por compuestos sintéticos fabricados en base a grafito y otros materiales similares.

Esto se traduce en dos cosas: se podrá “presurizar” la cabina en forma más eficiente y con mayor presión. Por lo tanto, la sangre de los pasajeros podrá absorber hasta un 8% más de oxígeno que durante el vuelo de un avión actual con menos presión interior. Esta mejora en la oxigenación sanguínea ayuda a disminuir dolores de cabeza, mareos y la sensación de fatiga que acosan al final de un trayecto largo en el aire.

Pero además al reemplazar los metales por materiales sintéticos también se elevará la humedad ambiente del vuelo sin riesgo de generar corrosión. A mayor humedad en el aire que circula en la cabina, se genera menos “sequedad” de garganta y nariz y más confort para el viajero.

La ventana promedio del nuevo 787 es un 65% más grande que la de un jet actual, lo que asegura menos sensación de “encierro” y, claro, mejor vista. Además, las ventanillas ya no tendrán cortinas deslizables como las actuales. De hecho no tendrán cortinas. Para “oscurecerlas” se recurre a un control electrónico que modifica la transparencia del vidrio y disminuye o aumenta, a voluntad, la intensidad de la luz que la atraviesa y llega a la cabina.

Cabina

Uno de los esfuerzos de los ingenieros aeronáuticos estuvo dirigido a hacer más silencioso el interior del avión. Eso requirió desde rediseños de los álabes de las turbinas a mejores capas de aislamiento acústico y sistemas de reducción y control de vibraciones. Incluso se cambió la tecnología del aire acondicionado del avión para que este funcione en forma más silenciosa. Todo en función de que los pasajeros puedan hablar sin gritar o que quienes tengan oídos sensibles puedan dormir sin recurrir a tapones.

Lo que viene. Por delante quedan 10 meses de pruebas y ensayos de vuelo de exigencia y extensión creciente. Y, siempre que no se registren nuevos atrasos (hay que recordar que el 787 suma ya 24 meses de demora respecto del plan de desarrollo original) a fines del 2010 llegará el primer ejemplar comercial a manos de su primer cliente: se trata de la aerolínea japonesa ANA y sus afortunados pasajeros podrán comprobar si tanta tecnología logra, realmente, mejorar la salud, la calidad y el confort de los hoy cada vez más incómodos y apiñados vuelos cotidianos.

Enrique Garabetyan
Revista Noticias
Fotos: Web

lunes, 18 de enero de 2010

Sudafrica: Aventuras en la sabana


La emoción del contacto con la fauna salvaje en un safari por la Reserva Sabi Sand. Además, una visita a la Ruta Jardín, sobre las costas del Indico.

La mañana no empezó como habíamos imaginado. Salimos a las seis, con la primera luz del día, apenas con un café liviano encima, y a casi dos horas de safari recorriendo la sabana africana, nada. O casi. Vimos impalas, antílopes y kudus, pero de los Cinco Grandes -como llaman a los leones, leopardos, elefantes, rinocerontes y búfalos- ni un rastro. Para colmo, la lluvia ya se convirtió en un diluvio. "Hoy no van a ver leones", nos habían dicho en el lodge, con esa certeza casi científica que envuelve las afirmaciones de los lugareños cuando hablan de la naturaleza que los rodea. "A los leones no les gusta mojarse", nos habían advertido. Y parecía cierto.

En la Land Rover en la que nos movemos, abierta y con techo de lona, la lluvia entra con furia por todos lados. Estamos empapados. Le pedimos a Grant, el ranger (guardaparque), que vuelva al lodge para desayunar y sacarnos el frío. Pero sigue aferrado al volante, subiendo y bajando por los estrechos caminos de la sabana, cruzando arroyos e internándose entre los espinosos arbustos de la Reserva Sabi Sand, en el Parque Kruger, nordeste de Sudáfrica, cerca del límite con Mozambique.

Grant intenta animarnos: nos muestra un extraño árbol -leadwood- de 1.000 años y hasta detiene la Land Rover para levantar un caracol gigante. Finalmente, empieza a evaluar la vuelta al lodge. En una curva del camino, vemos en el horizonte un grupo de animales que se desplaza. No podemos distinguirlos. Grant recibe un llamado por radio y sale a toda velocidad. Hace un rodeo a un túpido monte para interceptar el paso de los animales y se detiene en el camino. Toma el largavistas, enfoca y festeja: "Lions".


Los ojos del león

Los animales vienen caminando directamente hacia donde estamos detenidos. El ranger apaga el motor y pide silencio. Es muy inquietante verlos acercarse. Son muchos y están tan empapados como nosotros. No paran de aparecer leones. Salen de todos lados. ¿Qué harán? ¿Hay algún riesgo? Ya es tarde para esas preguntas: los tenemos al lado.

Un grupo de tres hembras y un macho de gran melena se detiene en el camino, a no más de cinco metros de nosotros. Dan vueltas alrededor del jeep. Una hembra no nos saca la mirada de encima. No hay barreras entre sus ojos dorados y nosotros. El silencio es total, apenas quebrado por el repiqueteo de la lluvia contra la tierra.

Llega el resto de la manada. Los cuento: 12 en total. Otro león de gran melena cierra la fila. Nos mira fijo, con recelo. Son segundos de extraña tensión. Su mirada hace sentir con crudeza que somos intrusos en su tierra. La manada finalmente se empieza a perder entre la vegetación mojada. Quedamos unos minutos en silencio: emocionados.

En el camino
La reserva privada Sabi Sand está a unos 450 km de Johannesburgo, moderna y de fuertes contrastes sociales. Allí se jugará la apertura y la final del Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, algo que recuerdan las enormes pelotas blancas que se ven en cada plaza y el ícono del mundial estratégicamente dispuesto en cada rincón de la ciudad.

Por la ventanilla de la combi que nos transporta hacia el norte del país van pasando paisajes de belleza hipnótica: inmensas planicies verdes coronadas por cerros azules, plantaciones de tabaco y, más adelante, peladas llanuras que llegan hasta donde da la vista. A las tres horas de viaje, llegamos a Nelspruit, otra de las sedes del mundial. A partir de aquí la vegetación se vuelve exuberante: imponentes montañas tapizadas de árboles, correntosos ríos marrones, tierra colorada y kilómetros de plantaciones de árboles cítricos. De este lado de la ventanilla de la combi, suena Bob Marley. Y Sudáfrica, ahora desmesurada y profundamente negra, libera recuerdos de Jamaica y otras islas del Caribe.

Tras siete horas de viaje nos acercamos a Sabi Sand. En la carretera se multiplican los carteles con ofertas de lodges y safaris, y puestitos con animales tallados en madera. Salimos de la ruta y tomamos un camino de arena. Llueve mucho y el camino está en mal estado. Un hombre alto, negro y de campera amarilla nos hace señas desesperadas para que nos desviemos a la derecha. A los 500 metros desembocamos en una enorme laguna y volvemos al camino original. El hombre negro y de campera amarilla ya no está. Hay camionetas que se atascaron en la arena mojada. Seguimos adelante. Pasamos un pequeño cementerio con cruces negras. Y a los pocos minutos llegamos a una barrera de control: un cartel anuncia Puerta Sabi Sand.

El lugar de los milagros
Nos alojamos en Boulders, un lujoso lodge donde hace dos semanas estuvo la actriz Scarlett Johansson. Boulders y su vecino lodge Ebony pertenecen a la cadena Singita (en la lengua local shangaan, "lugar de los milagros"), y están en la reserva Sabi Sand, dentro del Parque Nacional Kruger. El recibimiento no puede ser mejor: desde la recepción, se ve a unos 100 metros a un elefante tomando agua del río Sand, y más allá, cientos de monos que corren por una planicie.

Graeme nos da la bienvenida y comienza a desgranar algunas de las reglas que debemos respetar en el lugar. Al amanecer y desde el atardecer no nos podemos mover solos en el lodge, ya que puede haber animales merodeando el lugar. Además, hay que cerrar la habitación con llave: los monos saben abrir la puerta y, si bien no son agresivos, acostumbran a llevarse lo que les llama la atención.

Luego nos acerca una hoja que debemos firmar. Allí dejamos constancia que sabemos que en la zona hay animales peligrosos y que nos hacemos responsable de lo que pudiera ocurrir.

No, no estamos en Animal Kingdom. Ni en un zoológico ni entre animales amaestrados. Los animales se mueven en su hábitat natural y los propietarios de las reservas no saben siquiera cuántos hay ni dónde están. Las reservas privadas tienen una ventaja con respecto a los parques nacionales africanos: al ser mucho más chicas, hay una mayor densidad de animales y, por lo tanto, mayores chances de verlos. Sólo eso. Por lo demás, nada garantiza qué animales se podrán ver. Todo depende de la suerte. Y también de la paciencia de los guías. Como con los 12 leones.


El hombre leopardo
Salimos de safari dos veces por día: a las seis de la mañana y al atardecer. En nuestro primer safari, Grant explica que en el jeep no hay que gritar ni hacer movimientos bruscos o pararse. Y, sobre todo, dice en voz alta, está absolutamente prohibido bajarse del jeep.

En una silla incorporada al capó de la Land Rover viaja Lawrence, un baquiano encargado de identificar huellas de animales, que es presentado como el hombre leopardo. En pocos minutos, Lawrence demostrará que lleva bien puesto su apodo. A unos 500 metros del lodge, hace una seña para que se detenga el jeep; se baja, observa unas pisadas en el camino y sentencia: "Hay leopardos cerca". A los cien metros encontramos dos cachorros grandes de leopardo, caminando por una huella de la sabana. Los seguimos de cerca: tienen el pelaje muy brilloso y se mueven con una gran elegancia. Muy cerca de allí, encontramos a la madre cazando, mimetizada entre unos troncos. La observamos de cerca. De a ratos se para y se mueve con sigilo, como si hubiese encontrado una presa. Nos mira y vuelve a esconderse. Una yunta de pájaros empieza a dar vueltas alrededor del leopardo y a cantar muy fuerte. Cacería arruinada: "Están avisando a otros animales que hay peligro". El leopardo se echa a dormir.

En el lodge brindamos con excelentes cabernet y syrah sudafricanos en honor de Lawrence, el hombre leopardo y su rápido hallazgo. "Tienen suerte, hay gente que tarda varios días en ver un leopardo y a ustedes apenas les llevó minutos", dice Grant.

Entre copa y copa, hago la pregunta obligada: ¿por qué no atacan los felinos? Grant dice que ven al jeep y a las personas que van en él como una sola cosa, y que por el tamaño no lo consideran una presa. Además, que como no se sienten agredidos, no atacan. Le pregunto entonces por qué lleva un fusil. "Me hace sentir más seguro, pero nunca tuve que usarlo", asegura. Habrá que confiar, entonces, que sin bajar del jeep no hay peligro.

En Sabi Sand nunca se deja de estar en contacto con la naturaleza ni siquiera en la suite. El lodge tiene paredes de vidrio del piso al techo que hacen sentir al huésped integrado al paisaje. Las amplias habitaciones tienen altos techos de paja, muebles y adornos africanos, un gran living con hogar, un baño enorme con bañera victoriana y una terraza de madera y piscina con vista al río y al monte.

En cada habitación hay una ficha para marcar los animales que se ven en los safaris. En la reserva hay 150 especies de mamíferos y 500 de aves. Hemos visto hipopótamos bañándose en el río; cientos de impalas; cebras y, a lo lejos, un rinoceronte. Seguimos llenando casilleros de la ficha: waterbuck, cientos de pájaros de estridentes colores y, desde muy cerca, un elefante comiendo hojas de un árbol. También vimos una jauría de unos 40 perros salvajes

(parecidos a las hienas; flacos, feos, amarillos y negros) cazando un impala y luego, a cinco metros de nosotros, devorárselo en cuestión de minutos.

El último safari lo cerramos con un brindis con gin tonic y vino tinto en un claro del monte, bajo el cielo violeta y naranja del atardecer de la sabana. Alguien se lamenta porque no pudimos ver jirafas. Nos ponemos de acuerdo para hacer una salida muy temprano al día siguiente, en un ratito de tiempo que nos queda antes de partir de Sabi Sand.

Partimos casi de noche, a las cinco de la mañana. Luego de una hora de recorrido, cuando ya debíamos regresar al lodge, divisamos a lo lejos una cabeza amarilla que sobresale entre las copas de los árboles. Al llegar, encontramos siete jirafas comiendo hojas de los árboles. Nos detenemos muy cerca, apagamos el motor y observamos en silencio. Grant se da vuelta y nos dice: "Argentinos, tienen suerte, mucha suerte".


El mono y las naranjas

Otra vez en la carretera, con rumbo hacia el sudeste de Sudáfrica. Vamos al lujoso hotel y spa Pezula, en el pueblito de Knysna, a 500 km de Ciudad del Cabo, en la esplendorosa Ruta Jardín, una franja que se extiende bordeando la selvática montaña Lounge y el océano Indico.

Pezula (Arriba, con los dioses, en la lengua local shona) es un hotel boutique cinco estrellas con atractivos que lo convierten en un destino en sí mismo. En la propiedad, además del hotel hay casas privadas administradas como un country, que cuenta entre sus socios a Roger Federer, hijo de una sudafricana, que pasa sus veranos en una residencia del Pezula a orillas del mar. El hotel tiene más pergaminos: el campo de golf más grande del país y la fama de ser el mejor spa sudafricano.

El hotel está instalado en la cima de una colina, en medio de un espléndido escenario natural. Las vistas son majestuosas. De un lado, una gran laguna, la silueta del pueblo de Knysna rodeando el espejo de agua y las montañas. Del otro, casas pintadas en colores pastel -terracota, celeste, verde, blanco- que balconean a los bancos de arena y a los greens del campo de golf y, como fondo, el mar azul. El lugar es ideal para las caminatas, los paseos en bicicleta y las cabalgatas. También se puede practicar tenis, cricket y golf. Y hay gimnasio, piscina al aire libre y otra climatizada.

Temprano en la mañana salimos hacia las montañas, donde nos espera una excursión que combina trekking y una travesía por un río que muere en el mar Indico. La caminata cubre una distancia de 4 km, en medio de un bosque que apenas deja filtrar los rayos del sol. Hay tramos muy empinados y otros en bajada, que hay que sortear tomándose del tronco de los árboles.

En el trayecto, el guía, David, muestra algunos árboles con propiedades curativas, plantas venenosas y también enseña a identificar rastros de animales. Luego de una hora de caminata, llegamos al río Witels, un hilo de agua de color azul oscuro. Una vez que nos aseguran que el río no está habitado por cocodrilos, nos largamos a remar en canoas.

Por el corazón de la selva
El río es un pequeño tajo en medio de la espesura de la selva. En algunos tramos alcanza un ancho de unos 80 metros y en otros se angosta hasta no más de ocho o diez, y se desliza mansamente. Finalmente, a los 20 minutos de canoa, el río hace una gran curva contra las paredes de una montaña de la que cuelgan casas de madera y, después de sortear unas dunas, las aguas azules del río Witels se pierden entre el oleaje del mar.

Allí mismo, en Noetzie, una playa de 500 metros enmarcada por dos grandes peñones, el hotel Pezula tiene un refugio superexclusivo: The Castle.

A orillas del Indico, el lujoso complejo está formado por un enorme castillo y cinco suites dispersas por la playa. Tienen dos pisos, están construidas en piedra y cuentan con estar, comedor, family room, patio, galería y piscina. Cada suite dispone de un ejército de empleados: desde chofer y chef hasta pastelero y mayordomo. Las suites son amplias, confortables, decoradas con buen gusto y tienen una magnífica vista del mar desde todos los ambientes. Hay un detalle: pasar una noche allí cuesta 10.000 dólares.

Nos ofrecen un verdadero banquete en una terraza del castillo. Sobre la mesa, las camareras dejan botellitas que disparan agua por si se acercan monos a robar comida. Degustamos frutos de mar y carnes, y bebemos syrah.

El postre lo sirven bajo una sombrilla en la playa. Apenas nos sentamos, se arma un gran alboroto: "Monky, monky". Vemos a un pequeño mono que pasa corriendo con los brazos cargados de naranjas. Lo corre un negro alto y vestido todo de negro. El monito pega un salto y se pierde entre la vegetación. Victorioso y con sus naranjas a cuestas. Como para recordar que estamos en Sudáfrica. Donde a veces el hombre es un intruso en tierras salvajes. Y donde no siempre decide las reglas de juego.

Ciudad del Cabo - Bella, luminosa y cosmopolita
Entre las montañas y frente al mar, Ciudad del Cabo, otra de las sedes del Mundial de Fútbol, seduce a primera vista. Fundada por colonos holandeses en 1652, la ciudad más antigua de Sudáfrica atrae con su impronta cosmopolita, su estética urbana, sus paisajes, playas y la movida cultural. Su sello inconfundible es la Table Mountain, un macizo de 1.000 metros que por efecto de la erosión es plano como una mesa. Vale la pena ascender hasta la cima en un moderno telesférico giratorio para observar desde allí el mar, la ciudad y hasta Robben Island, donde estuvo preso Nelson Mandela.

Otro de los imperdibles de la ciudad es el Waterfront, una zona del puerto que fue reciclada y cuenta con shoppings, tiendas de recuerdos, bares y restaurantes alrededor de una luminosa bahía. La movida nocturna se concentra allí y en Long Strett, repleta de discos, bares y pubs. El Castillo de la Buena Esperanza, declarado monumento nacional, es una construcción de la época colonial, que se encuentra muy bien conservada. En los salones del edificio se puede ver mobiliario de época y tiene un museo que recrea la historia de la colonización del país. También es interesante el museo Iziko, donde se exhiben esqueletos de ballenas, animales embalsamados y atuendos tribales. Para las compras, el lugar indicado es Green Market, templo del regateo, donde decenas de puestos ofrecen ropa, objetos de decoración y artesanías autóctonas.

Otro punto alto es la hotelería. Entre los hoteles modernos, se destaca Cape Grace, junto a una bella marina y con una de las mayores bodegas de whisky del hemisferio sur. Entre los históricos, el señorial hotel Mount Nelson, desde donde enviaba sus crónicas de La guerra de los boers el por entonces corresponsal de guerra Winston Churchill.

Información
MONEDA: La moneda sudafricana es el rand. Un dólar equivale a 6.70 rands, en promedio.
HORARIO: Hay cinco horas de diferencia. Cuando en Buenos Aires son las 12, en Sudáfrica las 17.
ATENCION: Es conveniente tomar pastillas contra la malaria si se visita el Parque Kruger. Son seis tomas, una por semana, empezando una semana antes del viaje.

Eduardo Diana
Clarín - Viajes
Fotos: Web - Clarín

domingo, 10 de enero de 2010

Las 10 mejores playas del mundo

Son el paraíso para quienes no conciben otras vacaciones que no sean junto al mar y pisando arena, destinos donde se multiplican palmeras lánguidas y el sol es una constante

Phang Na (Tailandia)
Un laberinto rocoso se adentra en las aguas del mar de Andaman, al sur del país. Las crestas montañosas emergen en las aguas, tapizadas de verde. El área sobre la bahía es el Ao Phangnga National Park y desde Phuket parten a diario cruceros para recorrer la zona, ideal para el submarinismo. Muchas de las islas están deshabitadas e invitan a vivir una experiencia a lo Robinson Crussoe en esta suerte de manglar marítimo. Una de ellas fue escenario de la película El hombre de la pistola de oro, de la saga de James Bond que, por supuesto, lleva el nombre del famoso agente secreto inglés.

Whitehaven Beach (Australia)
En el corazón de la barrera de coral esta playa es, según los mismos australianos, el mejor sitio del archipiélago de las Whitsundays Island. Uno puede quedarse allí toda la vida o bien sumarse a la experiencia que ofrecen los barcos y los ferries de lujo que llegan a diario a pasar aquí el día. Seis kilómetros de arena tan blanca que enceguece bordean un mar de aguas profundamente turquesas. En el extremo norte, la costa se adentra formando una increíble bahía conocida como Hill Inlet. Aventurarse a un rafting en el océano o sumarse al sea kayaking son propuestas para los que buscan combinar momentos románticos con acción que tenga su pizca de (infaltable) adrenalina.

República de Mauricio (África Oriental)
Holandeses, franceses e ingleses se apropiaron de esta isla verde y escarpada, y desde 1968 es una república independiente. La habitan hindúes (67%), criollos, chinos, musulmanes y europeos cristianos y protestantes. Además de caña de azúcar, aquí cultivan Ylang Ylang para obtener una exquisita, aromática esencia. Mauritius queda al este de Madagascar, rodeada de arrecifes que encierran aguas turquesas y calmas, como las del norte, en Pereybere, y las de Belle Mare, donde se instalaron los resorts más refinados. Las de Blue Bay, Roches Noires, Grand Bay, Le Morne, Flic en Flac... se añaden hasta completar un circuito de 330 km.

Anguilla (Antillas Menores)
Territorio Británico de Ultramar localizado en el Caribe, específicamente en el extremo norte de las islas de Barlovento, en las Antillas Menores. Es uno de los 16 territorios no autónomos bajo supervisión del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, con el fin de eliminar el colonialismo. El archipiélago comprende la isla de Anguila y algunos islotes cercanos, posee fronteras marítimas con la isla de San Martín, que forma parte del departamento francés de Guadalupe al sudeste. Al oeste se encuentra las Islas Vírgenes Británicas. Convertida en un destino de lujo, esta pequeña isla de pasado británico hoy es dominio de villas residenciales y unos pocos resorts del más alto nivel; instalarse en ellos es la única manera de acercarse a este excluyente refugio caribeño. Son 33 las playas (la de Bahía Rendezvous es una de las mejores) que aparecen sobre la costa de arena pálida, apenas lamida por un mar translúcido de tonos preciosos. En Valley, la capital, el desorganizado caserío le resta encanto a los pocos vestigios coloniales que aún perduran; el toque pintoresco lo ponen las cabras sueltas por las callecitas con que el viajero suele toparse. En los bares suena el reggae.


El Nido (Filipinas)
Hacia el Oeste, una sucesión infinita de islas desaparece en el Mar de la China: es el archipiélago de Palawan. El lugar donde, entreverado con esos pequeños retazos de piedra caliza que emergen entre las olas con playas de arena blanca hecha de polvo de algas, se guarda El Nido. El mar es de aguas transparentes y deja ver las formaciones de coral de diferentes tonos, peces multicolores y un jardín de plantas acuáticas. Hacia el interior, la geografía abunda en ríos subterráneos, cuevas y una verdísima selva tropical. Aquí, los pescadores usan telares de bambú para materializar el nipiz, una delicada tela hecha con el hilo de la bromelia anasasa o el tallo del plátano.

Los Roques (Venezuela)
Mirar el mapa cada mañana y elegir uno de los tantos cayos y atolones donde gastar las horas a solas con el mar y el sol es lo que hacen quienes visitan este parque nacional a 30 minutos de vuelo de Caracas. Son más de 300 islas coralinas y sólo cuatro están habitadas. Gran Roque, la capital, concentra todos los servicios. Desde allí se sale en lancha hacia el islote elegido, donde se es "abandonado" con sombrilla y heladera y vuelto a recoger a una hora convenida. La otra forma de recorrer el archipiélago es en barco, un placer mayúsculo que no cuesta más caro que el de vivir en Gran Roque.

Playa de las estrellas (Panamá)
Nadar bajo el sol tiene un encanto especial. Se trata de un hábitat de aguas poco profundas y oleaje sereno, y en el fondo se aprecian enormes estrellas de mar rojas, amarillas y anaranjadas. Estos particulares seres marinos, que aquí se cuentan por decenas, son el verdadero motivo de atracción de los visitantes que se aplican a descubrirlas con sólo mirar a través de las aguas verde-azules del mar que rodea la isla Colón, una de las tantas que forman el archipiélago de Bocas del Toro. En el resto de la isla, bosques, ríos, arroyos y pantanos se alternan con los arrecifes coralinos de la costa y los exuberantes manglares.

Itacaré (Brasil)
Años atrás, la zona era tierra de fazendas dedicadas al cacao; después, cuando todo se acabó, el sitio se reconvirtió lentamente. Hoy, esas grandes áreas entre morros habitadas por palmerales se convirtieron en el destino de los buscadores de nuevos "paraísos". Las mejores playas: Itacarezinho, ideal para surfear. Prainha, encerrada entre dos morros y rodeada de un increíble cocoteral, es de las más lindas de todo el país; llegar cuesta, pero vale el esfuerzo. En Havaizinho uno se siente como en una isla desierta y en Jeribucaçu la marea baja forma una laguna enorme y transparente como un apéndice del mar.

Tulum (México)
Sobre un acantilado, la enigmática ciudad amurallada de los mayas, Tulum, custodia una extensa ribera sobre el mar Caribe. Playas de arena blanquísima y aguas increíblemente turquesas invitan a una larga estadía bajo el sol. Ubicado justo frente al Arrecife Mesoamericano -la segunda barrera coralina más grande del mundo-, este destino es también un parque natural que seduce a los amantes del buceo y del snorkel. No todo aquí es vida de playa; una buena alternativa es visitar los sitios arqueológicos de Cobá y Muyil, muy cerca, y sumar una escapada a Chichén-Itzá.

República de las Seychelles (África oriental)
Es un grupo de 155 islas ubicadas en el océano Índico, al noreste de Madagascar, con una superficie total de 455 km². Pertenece a la Mancomunidad de Naciones. Su capital es Victoria, la única ciudad del archipiélago, ubicada en la isla Mahé y habitada por un tercio de la población. Posee el único aeropuerto y puerto internacional del país, que recibe vuelos desde los aeropuertos internacionales más importantes del mundo, ya que la principal fuente de divisas del país es el turismo. Paraíso de selvas y playas soñadas, este archipiélago es un destino exótico y exclusivo, en el océano Índico. El sitio tiene además el sabor de la mixtura cultural que sobre los locales dejaron las sucesivas colonizaciones. Aquí es común escuchar hablar en creóle, francés o inglés. Mahe tiene 70 playas, pero la mayoría de los resorts se agrupa hacia el norte sobre la zona de Beau Vallon. Praslin, otra de las islas, es destino para los amantes del snorkeling; su corazón encierra un atractivo extra: Valle de Mayo, un jardín botánico natural y patrimonio de la Unesco.

Revista Lugares
Wikipedia (información complementaria)

viernes, 1 de enero de 2010

Israel: de santa a terrenal

Crisol: Jerusalén es cada vez más cosmopolita y diversa

Con el peso de la tierra prometida a sus espaldas, Jerusalén se moderniza. Entre iglesias, sinagogas y mezquitas, el sector occidental sumó diseños de Santiago Calatrava, hoteles con algo más que menú kosher y un impresionante museo del holocausto

Pocas ciudades pueden ser más confusas que Jerusalén, la antigua, piadosa y conflictiva capital de Israel. Punto de choque cultural, político y espiritual desde los tiempos bíblicos, esta ciudad santa entre las santas es el cruce de las tres grandes religiones monoteístas mundiales, cada una clamando por un terreno escaso y el dominio teológico.

Sin embargo, siempre estuvo la contracara de todo esto: una Jerusalén secular sofisticada, lejos de las iglesias, sinagogas y mezquitas que atestan sus calles céntricas con aspecto de feria.

Las instituciones locales líderes, tales como el Museo Israelí, el Festival Israelí anual, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Academia de Artes Bezalel le dan a esta parte de la ciudad un perfil urbano que sirve de ancla y oasis en el medio de su grandeza y solemnidad.

Ahora ese perfil se está volviendo –sorprendentemente– más estilizado a medida que Jerusalén acepta su propia modernidad. Desde su entrada más occidental hasta las puertas de la Ciudad Vieja, desde su ajetreado centro hasta Givat Ram y el valle de Ein Kerem, nuevos hoteles, restoranes y centros culturales de llamativa arquitectura aparecen a lo largo de allí.

Por supuesto, los recién llegados nunca podrán opacar los sitios históricos como el Muro Oeste o el Domo de la Roca, en la Ciudad Vieja. Pero gracias a este nuevo conjunto de atracciones estéticas, Jerusalén Occidental, la parte predominantemente judía de la ciudad, está definiendo su propia identidad como destino turístico y ofrecerá algunas sorpresas a las personas que la veían como la alternativa aburrida a Tel Aviv, conocida como la capital cool del país.

Atardece en tierra santa. La terraza del Dan Boutique Hotel tiene una de las mejores vistas sobre la Ciudad Vieja. El diseño minimalista contrasta con siglos de historia.

La marcha de Jerusalén Occidental hacia la modernidad comenzó en 2005, con la inauguración del Museo Yad Vashem de la Historia del Holocausto (Ein Kerem; 972-2-644-3600; www.yadvashem.org). El audaz proyecto del arquitecto Moshe Safdie es un gran tubo triangular de casi doscientos metros, que se proyecta a través del Monte del Recuerdo y está coronado por una estructura cónica de diez metros cubierta con fotos de seiscientas víctimas del holocausto, desde nenas hasta viejos –una representación artística de los tres millones cien mil nombres que el museo ha recolectado de testimonios y otras fuentes–.

El diseño de Safdie, que combinó delicadamente ingenuidad, solemnidad e historia marcó el camino para otros emprendimientos a lo largo de la ciudad.

El recién llegado más comentado es también el más alto: el Puente de las Cuerdas, un trabajo del arquitecto español Santiago Calatrava, con apenas un año de inaugurado. Se alza a más de cien metros de altura por encima de la entrada principal de Jerusalén Occidental, el puente toma su nombre de los 66 cables de acero que se proyectan desde su mástil y evocan un harpa –la pasión musical del rey David, legendario fundador de Jerusalén. Calatrava describe su obra como su puente más difícil hasta el momento, debido a que se utilizará para el tránsito pedestre y ferroviario.

La cuestión ferroviaria fue una prioridad para Calatrava, cuyas docenas de puentes incluyen el Puente del Alamillo en Sevilla, ahora un lugar de referencia, al que se asemeja el de Jerusalén. “Los puentes están en el extremo más duro del espectro arquitectónico”, dijo, “cada paso a lo largo de su construcción te deja más y más expuesto”.

Extrañamente emplazado entre dos colinas cubiertas de viviendas obreras, el Puente de las Cuerdas es, a la vez, elegante y popular. Mucho menos popular, sin embargo, es el nuevo Hotel Mamilla de 194 habitaciones (11 King Solomon Street; 972-2-548-2222; www.mamillahotel.com), que abrió este verano a unas cuadras de la Ciudad Vieja. Ubicado en la misma zona que los hoteles Rey David y David Citadel, antiguos líderes lujosos –y justo frente a los terrenos del Waldorf-Astoria ahora en construcción– el Mamilla está claramente compitiendo por los visitantes de mayor poder adquisitivo de la ciudad, aunque se pueden conseguir tarifas en Internet para habitaciones dobles desde 250 dólares la noche.

El atractivo más fuerte del hotel –como en el caso del Puente de las Cuerdas– es su diseño, con arquitectura exterior de Safdie e interiores del italiano Piero Lissoni. Ambos tomaron a Jerusalén misma como principal influencia. Safdie, por ejemplo, utilizó piedras autóctonas para la moderna fachada (como lo exigen las normas edilicias locales), así como lo hizo Lissoni para sus habitaciones de paredes angulares. Poniendo el acento en la pálida piedra color crema y en los hallazgos de mercado de pulgas tanto como en el mobiliario contemporáneo de marcas como Knoll, Herman Miller y Kartell. “Jerusalén es claramente una ciudad religiosa, una ciudad kosher, una ciudad Shabbat”, definió Lissoni, quien diseñó un spa, un wine bar y una brasserie con terraza para el Mamilla. “Pero también tiene que abrir su mente a una nueva clase de turista global”, aclaró.

Mientras esos turistas muy probablemente se queden en el Mamilla, comerán en un puñado de restoranes que, aunque kosher, ofrecen platos que muestran escasa relación con el hígado picado y el salmón ahumado. Cerca en el Scala (David Citadel Hotel, 7 King David Street; 972-2-621-2030; www.thedavidcitadel.com), el chef Oren Yerushalmi (un veterano del restorán WD-50) es igualmente hábil para platos livianos como para los confortables clásicos. Hay carpaccios y sashimis, junto con entrecotes de corazón cubiertos con tahina y finas hierbas locales.

En el centro, cerca de la Plaza Zion, está Canela (8 Shlomzion HaMalka Street; 972-2-622-2293), cuyo salón beige tenue tiene una fila de ventanales a la calle para mirar a la gente pasar durante una comida que puede abarcar desde el Medio Oriente (cordero, berenjenas y guiso de garbanzos) hasta el Lejano Oriente (ñoquis de castañas con cebolla de verdeo y leche de coco). Las combinaciones inusuales continúan en Angelica (7 Shatz; 972-2-623-0056), donde los ñoquis pueden venir con una salsa de tomate y tofu, y el paté local condimentado con jarabe de arce e hinojo.

Sagrados. Los rollos del Mar Muerto pueden admirarse en el Santuario del Libro del Museo Israelí.

No hay soja ni jarabes en el menú de La Guta (34 Beit Lehem; 972-2-623-2322), que se ganó el título del cinco estrellas más sólido de Jerusalén para un nuevo lugar con nuevo chef y un nuevo menú mediterráneo moderno. Todo esto cortesía de Guy Ben-Simhon, quien regresó a tomar las riendas del restorán que su madre había fundado, después del entrenamiento en Nueva York en el Lespinasse y con Daniel Boulud. Su restauración fue total: una casa con frente de piedra en el Baka, barrio de moda en Jerusalén y un estilo culinario más liviano y levantino que cambia los clásicos de Guta, como el bife a la Wellington, por una dieta más propia del Siglo XXI –ravioles de trufas sobre puré de tubérculos y sashimi de pez tambor con ensalada de cítricos con tomillo–. Con su respeto por los básicos locales y las técnicas globales, la cocina de Ben-Simhon podría ser una metáfora de Jerusalén en sí: una ciudad donde los extranjeros llegan silenciosamente a ofrecer una moderna interpretación de sus más antiguos atributos. Y una próxima llegada puede ser la mejor todavía: la ansiosamente anticipada renovación del Museo de Israel (972-2-670-8811; www.english.imjnet.org.il), hogar de los Manuscritos del Mar Muerto.

La expansión del museo a cargo del arquitecto James Carpenter de Nueva York será develada finalmente el próximo mayo y sumará una serie de pabellones vidriados que bajan en cascada y crearán dieciocho mil metros cuadrados de un nuevo espacio de exhibición.

“Esta es una oportunidad de renovar y reforzar el carácter del museo desde adentro”, señaló James Snyder, director de la institución, “exhibiremos desde la antigüedad hasta la actualidad la religión y el mundo”.

David Kaufman
The New York Times Travel