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domingo, 14 de marzo de 2010

Canadá : Las mil caras de Toronto

Maravillas a la vuelta de la esquina: la sede del Royal Ontario Museum, diseñada por Daniel Libeskind

El centro económico de Canadá es también una de las ciudades más étnicamente diversas de Occidente, toda una sorpresa para el viajero desprevenido. De los coloridos barrios de inmigrantes a la más moderna arquitectura, demasiado para ver

Después de casi una semana preguntando a medio mundo (o por lo menos a gente llegada desde medio mundo), Fatos Pristine es el primero en dar una definición clara de esta ciudad canadiense. Si hasta parece levemente molesto por lo obvio de la respuesta: "Toronto es... ¡esto!", dice el enérgico inmigrante albanés, de cincuenta y pico de años, y agita los brazos mirando a su alrededor.

Esto es Cheese Boutique, lugar al que todo amante del queso sin limitaciones presupuestarias debería ir ya, esta misma tarde, si puede: un gran local en Ripley Avenue, Toronto, uno de los mercados gourmand más completos del mundo, un increíble templo que concentra lo más rico de todas partes, desde quesos, obvio (pidan ver el provolone de 400 kilos), hasta dulce de leche; lo que se le ocurra.

Así que Fatos tiene razón: la ecléctica selección de Cheese Boutique representa bien el multiculturalismo de la anglohablante Toronto, ciudad que se enorgullece de albergar pequeñas y grandes comunidades de inmigrantes de hasta 150 países, cuyo nombre significa lugar de encuentro en la lengua de los aborígenes hurones. Su lema lo dice todo: La diversidad, nuestra fuerza.

Hoy, en particular, es sábado al mediodía y la tienda del albanés invita a un festival argentino (iniciativa de su encargado de relaciones públicas canadiense, pero hijo de un matrimonio porteño). No es otra cosa que un informal agasajo a clientes, amigos y vecinos, con asado, vino y postre de dulce de leche, musicalizado con tango y una pareja de bailarines en vivo entre pósters de las cataratas del Iguazú y el glaciar Perito Moreno.

Repasemos: un albanés experto en quesos italianos que reside en Canadá y prepara asado argentino para su elenco de invitados de un buen número de combinaciones raciales. OK: así es un sábado al mediodía en Toronto.

Quien dude de Fatos o sospeche que es sólo un caso aislado, no tiene más que salir a las calles de esta sorprendente ciudad. Que empiece, por ejemplo, por Little India, Little Portugal, por el distrito griego o por uno de los dos barrios italianos, o que haga un tour por las iglesias ortodoxas rusas. Si prefiere la cultura china la cosa será más complicada: sin contar el área suburbana, Toronto tiene tres Chinatown (uno, en lo que fue el tradicional barrio judío, a metros de donde se concentran miles de inmigrantes centroamericanos y caribeños). Toronto parece uno de esos parques de diversiones organizados en sectores temáticos con escenografía al tono, pero con gente real en lugar de empleados-actores.

La ciudad de cristal

Bajo tierra y desde el aire
Capital económica y ciudad más poblada de Canadá, Toronto tiene 2,5 millones de habitantes, algo más que la mitad que Buenos Aires, con otros tres millones en los alrededores. Según cifras no oficiales, la mitad de esta gente nació en algún otro país y emigró sobre todo a partir de los años 60. Hoy no resulta fácil encontrar canadienses de más de dos generaciones en esta tierra.

Eduardo, por ejemplo, es ecuatoriano, de Cuenca, y llegó a Toronto en 1972. Ahora es guía turístico y pinta en términos muy simples el papel de las colectividades en la ciudad: "Los indianos (sic) son choferes de taxi; los escoceses, bomberos; los irlandeses, camioneros; los mexicanos recogen fruta; los italianos y portugueses trabajan en la construcción", recita, fuera de broma. Sin embargo, aclara que de los miles de extranjeros que prueban suerte cada año en la ciudad, una mayoría no resiste y vuelve a su país de origen. "No soportan el infierno", explica con un acto fallido que, ups, corrige rápido: "¡No! Quiero decir el invierno, el in-vier-no! ¡Perdón!"

Y sí, el invierno puede ser un castigo. Aunque no tan fría como otras partes del país y con un verano templado, Toronto baja hasta -30°C en diciembre y enero, con un promedio de -5°C. Complicado, particularmente para un latino.

Pero el problema del frío generó justamente una de las cosas más hot de lo que hay que conocer en esta ciudad: el Path, 27 kilómetros de túneles mayormente bajo los rascacielos vidriados del corazón financiero. El Path es el mayor shopping subterráneo del mundo y conecta cincuenta edificios de oficinas con cinco estaciones de metro, 1200 negocios, seis grandes hoteles y veinte estacionamientos, para que la vida continúe aun cuando afuera todo se ha congelado.

Accesible por el Path, el gran templo de esta Crystal City es la Allen Lambert Gallery, diseñada por el valenciano Santiago Calatrava. Similar a la nave de una fantástica catedral, es una de las más características postales de la Toronto moderna o más bien futurista. Aunque con una curiosidad: en su interior contrasta la fachada de un edificio del siglo XVIII, trasladado allí dentro, piedra por piedra, desde su locación original a unas cuadras.

Tan fundamental como conocer los corredores bajo tierra de Toronto es irse al otro extremo y subir unos 500 metros por un veloz ascensor. Así se llega al observatorio de la Torre CN, una de las construcciones más altas del mundo y gran emblema arquitectónico de Toronto. La CN Tower duplica en altura al rascacielos más encumbrado del Downtown, por lo que la visita permite un claro panorama de cómo se despliega la urbe junto al inmenso lago Ontario. La vista es espectacular, pero en días de mucho viento (que no son raros) hay que soportar la oscilación de este gigante: sí, se nota que la torre se mueve. Los fanáticos, por cierto, pueden instalarse en el piso del restaurante giratorio para, entre la entrada y el postre, tener un impresionante panorama de 360°.

Después de conocerla desde abajo y desde bien arriba, lo que queda es salir otra vez a la superficie. En ese sentido, cuando la temperatura lo permite (en especial de mayo a octubre), se trata de una ciudad muy caminable. Desde el centro financiero, donde está la CN Tower, basta con andar unos minutos para encarar por Yonge, extensa e hipercomercial main street de Toronto. Desde allí se puede girar hacia Queen Street West, para sentir la Toronto más joven y alternativa (ahí están los diseñadores, los bares, las disquerías que aún sobreviven y hasta el canal de televisión Much Music). O se puede tomar Church Street, por donde desfila la comunidad gay; o por la elegante Bloor Street, como para volver al hotel cargando grandes bolsas con logos muy conocidos; o hacia Cabbagetown, reservorio de casitas victorianas.

Pero supongamos que no hay tiempo más que para un barrio de Toronto. Entonces, quizás, ese debería ser el viejo, pero siempre joven, Kensington Market. Más aún en los últimos domingos de junio, julio y agosto, días en que sus principales calles se cortan al tránsito y el barrio es un colorido mercado con música y puestos de comida étnica, del Caribe a Oriente, como en una versión alternativa y anárquica de la Feria de las Naciones. El colmo de Toronto.

Musical en dos actos: de ópera italiana a hip hop sijista
Si la idea es conocer Toronto a partir de su música, difícilmente una ópera italiana en el Four Seasons Centre For The Performing Arts parezca un punto de partida obvio. Sin embargo, funciona. Al fin y al cabo, para el turista el espectáculo no pasa por el escenario, sino por el público y el edificio en sí, en la esquina de Queen y University, un barrio más bien bohemio de la ciudad. Inaugurada en 2006, la sala respeta la estructura de un teatro clásico, con cinco pisos, pero la resuelve con un diseño ultracontemporáneo y mucha madera, un símbolo canadiense. La acústica es increíble y uno puede sentirse cerca de Cio-Cio-San y Pinkerton incluso desde la butaca más lejana, lo que equipara las cosas entre los que pagan 320 dólares y los que pagan 70.

La mitad de los aficionados se parece al público de ópera en cualquier otro lado. La otra mitad no: mucha gente joven, mucha producción chic descontracturada. Antes de la función, varios se sientan en unas gradas e incluso en el suelo del hall a escuchar una charla introductoria al mundo de Puccini. En el intermedio, todos corren a buscar una copa de vino por 10 dólares en media docena de barras.

Podrían escribirse tomos sobre el multiculturalismo de Toronto, pero es más fácil resumirlo de esta forma: es una ciudad en la que después de la ópera se puede cenar en un restaurante del barrio portugués atendido por una moza rusa junto a un pequeño mercado coreano. A pocas cuadras, escaleras arriba, en The Mocambo, mítico reducto de música en vivo inaugurado en 1946, hay una fiesta hip hop con artistas... sikhs. Sí, rap de la India, para unos 200 inmigrantes o hijos de inmigrantes sijistas en Toronto, todos con sus barbas y turbantes, y brazaletes. El número principal de la noche, un tal Humble The Poet, hace temblar el piso. Fin del show, taxi al hotel, con chofer nigeriano.

Ciento por ciento Chinatown

No hay que perderse...
AGO & ROM
Tras una multimillonaria reforma a cargo del arquitecto local Frank Gehry, en 2008, la Art Gallery of Ontario (AGO) se transformó en una obra de arte en sí misma, digna de conocer incluso más allá de su valiosa colección de 4000 piezas. Las grandes estructuras de madera en el frente y en cada escalera, por ejemplo, merecen una visita.

Igualmente impactante es la sede del Royal Ontario Museum (ROM), en este caso con el proyecto de otra celebridad: Daniel Libeskind. Acá, el concepto es historia natural & cultura, es decir desde dinosaurios hasta artes decorativas.
www.ago.net / www.rom.on.ca

The Distillery
Buen lugar para perder medio día: un predio de varios edificios de ladrillo a la vista donde, a mediados del siglo XIX, comenzó a funcionar una próspera destilería. Hoy es un rojizo complejo peatonal de restaurantes cancheros, tiendas de diseño, ateliers de artistas y un local de alquiler de Segway (vehículo eléctrico y futurista para transportarse de pie sobre una plataforma con dos ruedas paralelas). www.thedistillerydistrict.com

Mercado de St. Lawrence
El atractivo de este sitio es obvio: casi nada mejor para conocer una ciudad que explorar sus más tradicionales mercados de comida. Aunque también tiene su cuota de suvenirs, en el St. Lawrence Market, desde hace 200 años bien en el centro de la ciudad, el fuerte son los alimentos: carnes, lácteos, verduras. Todo impecablemente presentado en stands que, en definitiva, dan cuenta de la pulcra idiosincrasia local. El ritual habitual para los entendidos es comprar un sándwich de peameal bacon (de la pierna del cerdo) y comerlo en la barra de Carousel Bakery o en las mesas de la terraza, cuando se puede aprovechar el sol.
www.stlawrencemarket.com

El pasado, encerrado por Calatrava

Datos útiles
Dónde dormir
En pleno centro, el Intercontinental Toronto Centre tiene habitaciones desde 199 dólares canadienses, más impuestos. 225 Front Street West.
www.ictc.ca

El cambio
Un dólar canadiense equivale a 0,96 centavos de dólar norteamericano y a algo más que 3,7 pesos argentinos

Compras
Vaughan Mills es un centro comercial de outlets. Está fuera de la ciudad, pero es fácil llegar porque tiene un servicio de ómnibus gratuito desde la estación central del tren, en distintos horarios. Además de las grandes marcas y los buenos precios, la particularidad es la sección outdoors, con artículos de camping, caza y pesca, una debilidad canadiense

Cataratas del Niágara
La clásica excursión desde Toronto es visitar las cataratas del Niágara, en el estado de Ontario junto a la frontera con Estados Unidos. En tren es un viaje de dos horas, que puede costar unos 40 dólares canadienses (ida y vuelta). Una vez en las cataratas, lo típico es hacer una corta navegación hasta casi bajo la caída del agua. También se puede recorrer unos túneles en la roca, con salidas justo detrás de las cataratas, o sobrevolar el lugar en helicóptero, por 118 canadienses

Más información

www.seetorontonow.com

Daniel Flores (Enviado especial)
La Nación - Turismo
Fotos: Daniel Flores/TOURISM TORONTO

domingo, 7 de marzo de 2010

Hostels de europa: viaje para compartir

The Circus

Los albergues siempre fueron accesibles, pero se los restringía a los mochileros. Sin embargo, Hostelling International, la agrupación que reúne cuatro mil establecimientos en ochenta países, está invirtiendo millones para atraer familias, abuelos y hasta ejecutivos.

Living comunitario. Fiel a la idea de que es un espacio para compartir y disfrutar sin acartonamientos, en el Urbany de Barcelona un huésped no se priva de templar los acordes de su guitarra, mientras otros leen.
Ver más fotos
Casi tres décadas después, aún recuerdo con una claridad abrumadora mi primera vez en un albergue de la juventud. Lo que según mi libro de viaje era un albergue “histórico” en un “castillo” irlandés resultó ser una torre que se caía a pedazos sin calefacción, con pisos de piedra y colchones enmohecidos. En ese momento, juré que nunca más me hospedaría en un albergue.

Sin embargo, luego de haber escuchado persistentes versiones acerca de cómo habían evolucionado los albergues en los últimos años, conservando sus típicos precios accesibles, decidí intentarlo nuevamente, sólo que esta vez en lugar de ir con un atractivo mochilero, me llevé a mis hijas. Algo temerosa, fui al albergue London Central.

“¿Nos van a dar sábanas y colchas, no?”, preguntó mi hija Harriet de 17 años. “Por favor, decime que hay televisión”, dijo Florence, de 13.

“Por supuesto”, contesté, sin certeza. Pensé si no deberíamos estar vestidas con poncho y mochila al hombro, en lugar de llevar la valija con rueditas.

Stratford Upon Avon (Youth Hostels Association)

Al llegar, nos encontramos frente a un edificio moderno y elegante con ventanas de vidrio. Yo creí que tenía la dirección equivocada, a pesar de que había leído que YHA Ltd. había invertido US$ 8,4 millones en renovar este albergue cerca de Regent’s Park. Parecía demasiado bueno para ser cierto. ¿Dónde estaban las paredes descascaradas? ¿Y la ropa mojada colgando de las ventanas? ¿Cómo era posible que no hubiera un estudiante borracho desmayado en la entrada? En lugar de todo eso, cuando entramos al hall principal, me quedé absorta admirando el mapa luminoso gigante del metro londinense y a un hombre muy atractivo que salía del ascensor con su maletín.

Me quedé shockeada al encontrarme con una habitación que parecía un catálogo de decoración con sillones coloridos y mesas blancas.

Una de las paredes estaba decorada con fotos gigantes de imágenes típicas de Londres: el buzón rojo, el cartel de Oxford Street, la cúpula de la Catedral de St. Paul’s, etc. Colgados del techo, había varios televisores de pantalla plana y uno de ellos pasaba la filmación de una fiesta en el mismo albergue. Florence estaba fascinada. En un rincón, había un ciberbar muy bien equipado y moderno. En mi época, la mayoría de los albergues no permitían el consumo de alcohol. Dos mujeres mayores con peinados a la moda y anteojos rectangulares tomaban algo en una mesa mientras que en otra, había una familia jugando a las cartas. No había un solo poncho a la vista. La mayoría de la gente que estaba allí eran jóvenes bohemios con jeans de tiro bajo a quienes no parecía importarles la presencia de padres y abuelos.

Ibamos a pagar 89 libras la noche (US$ 140) por una habitación para cuatro personas con baño privado. “Me encanta este lugar”, dijo Florence. En el mundo de los albergues urbanos modernos, poco importa si tu habitación apenas cuenta con una cama marinera, un baño sencillo (sólo una ducha) y un pequeño armario sin perchas. Las habitaciones compartidas son minimalistas pero elegantes, con sillones y mesas de tipo escandinavo.

Para compensar la carencia de comodidades, los albergues suelen contar con un bar de estilo ecléctico, un ciber abierto las 24 horas, city tours grupales, DJs, música en vivo y karaoke, cocinas para hacer su propia comida o un restaurante. La idea es ofrecer a los viajeros oportunidades para socializar dentro del albergue.

Los albergues en toda Europa han sufrido una importante transformación en la última década. “El movimiento de albergues ha mejorado considerablemente”, dice Johan Kruger, director de Comunicaciones de Hostelling International, un consorcio de asociaciones de albergues para la juventud en más de 80 países que opera más de 4 mil albergues. “Aunque en los albergues siempre ha existido el dormitorio compartido, los viajeros cada vez más demandan habitaciones sencillas o dobles con baño privado”, dijo Kruger. En 2008, Hostelling International creció un 14%

“También hay una tendencia de personas en viajes de negocios que hoy se hospedan en albergues”, especula Kruger y piensa que les atrae la parte social del albergue a diferencia del ambiente más sobrio de los hoteles.

San Francisco - Downtown (Hostelling International)

Según Duncan Simpson, director de Comunicaciones de YHA Ltd., una organización de albergues juveniles en Inglaterra y Gales, afiliada a Hostelling International, “hace 10 o 15 años se asociaba a los albergues con zonas rurales en donde paraban caminantes y mochileros.

El nuevo proyecto de YHA en Londres (la renovación del albergue de St. Pancras a un costo de US$ 1,5 millones) pretende apelar a otro mercado que ha crecido significativamente: el familiar. Cuenta con habitaciones diseñadas para familias, con Wi Fi en los salones comunes, un restaurante abierto desde las 7.30 am hasta las 10 pm y hasta cunas para bebés.

Tim Hierath, uno de los cinco dueños del albergue Circus en Berlín fundado hace 10 años, también ha notado un cambio de clientes: “Más allá de los estudiantes mochileros, también recibimos a profesionales urbanos, familias, gente de negocios e incluso mayores solitarios”.

El atractivo principal para la mayoría de los turistas es probablemente el precio. Las habitaciones grupales con baño compartido cuestan desde 19 euros por noche, mientras que una habitación individual con baño privado cuesta 50 euros. Los departamentos de uno o dos ambientes cuestan 85 y 140 euros, respectivamente.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre un albergue y un hotel barato? “Un albergue es un lugar con espíritu comunitario”, dice Hierath. El ambiente facilita que la gente se conozca, se hagan amigos y sigan viaje juntos. Los empleados ayudan a los huéspedes a alquilar bicicletas y recomiendan tours de lugares fuera de los circuitos habituales o incluso entradas para el teatro.

Los albergues urbanos son muy populares, pero cuando el movimiento comenzó hace 98 años, su objetivo era promover la exploración de zonas rurales. En 1912, Richard Schirrmann, un maestro alemán, abrió el primer albergue en Burg Altena en el valle del Rin –aún funciona–. En las dos décadas siguientes, se construyeron 12 albergues más y se creó la Federación de Albergues Juveniles (hoy Hostelling International), en 1932.

Burg Altena Hostel

Por lo general, los europeos empiezan a alojarse en albergues desde muy jóvenes. Las colonias de vacaciones son para niños de 11 a 18 años. Van a albergues cuando terminan el secundario y luego, como yo, dejan de hacerlo. Sin embargo, el año pasado, la mayor cantidad de reservas en la página de Hostelling International provino de Estados Unidos.

En promedio, la asociación de albergues en Inglaterra y Gales recibe alrededor de 35 mil estadounidenses al año, lo cual los convierte en el cuarto grupo más grande después de los alemanes, los franceses y los australianos.

“Creo que la mayoría de la gente, cuando crece y gana más dinero, prefiere quedarse en hoteles”, dice Linda, de 63 años. Para algunos, la seguridad es un factor importante y los albergues son seguros, ya que las puertas cierran después de cierta hora y siempre hay alguien en recepción las 24 horas. Según Abbey Rose, de Chicago: “Cuando te quedás en un albergue, no te sentís sola”.

Sin embargo, algunas cosas nunca cambian. Luego del happy hour en Circus, los huéspedes de treinta y pico empiezan a abandonar el bar, reviviendo sus años mozos, tambaleándose por las escaleras. Es posible que los clientes sean mayores, pero no más sensatos.

Mientras tanto, en Londres, mis hijas y yo estábamos acurrucadas en nuestras cómodas camas marineras a las 11 de la noche después de cenar en Chinatown y de caminar por Leicester Square. Charlábamos en la oscuridad, sin la televisión interrumpiéndonos, y comencé a planificar nuestro próximo viaje, quizás a Cracovia, en donde cada habitación del Albergue Deco tiene el nombre de una actriz famosa o al Albergue Urbany en Barcelona, un albergue ecológico recientemente inaugurado con una terraza para tomar sol, o al Oops!, cerca del Barrio Latino de París, decorado con empapelados originales.

Las posibilidades parecen interminables. Prometí que nunca más me volvería a hospedar en un hotel. Y aunque estoy segura de que en algún momento romperé esa promesa, lo cierto es que en los tiempos que corren tiene sentido mantenerla.

Urbany Barcelona Hostel

La brújula
Hostelling International Argentina
Florida 835 P.B. Tel. 4312- 9219
www.hostels.org.ar/
En 2012 cumplirá 100 años de vida.

Youth Hostels Association (Inglaterra y Gales):
www.yha.org.uk.

Urbany Barcelona Hostel
Av. Meridiana 97 - Barcelona
www.barcelonaurbany.com

The Circus
Rosenthalerstrasse 1
Berlín; www.circus-berlin.de
info@circus-berlin.de

Burg Altena Hostel (Fue el primer albergue del mundo)
Fritz-Thomée-Str. 80, Altena
jh-burg-altena@djh.wl.de

Jennifer Conlin
The New York Times / Travel
Traducción: Paula Natalia García
Fotos: Web

lunes, 1 de marzo de 2010

El Cairo, la reina del Nilo

Vista de El Cairo

Historia, modernidad y vida nocturna en un recorrido de lujo por la increíble capital de Egipto

Latif, el guía, habla perfecto en español, aunque con exceso de diminutivos. "Detrás de Keops, Kefrén y Micerino hay otras seis pirámides, bien chiquititas ", explica. Todo debe parecerle ínfimo ante los grandes bloques de piedra gastada y sólo exagera un poco cuando habla del acoso de los vendedores ambulantes que, al final, no resulta tan molesto. Para el resto, la pequeñez.

"Fuimos los primeros borrachitos ", dice en broma cuando muestra, dentro del Museo Egipcio de El Cairo, el espacio para ofrendas que se dejaba junto a las tumbas. Allí se colocaba agua, comida y también cerveza, que la inventaron sus antepasados, al igual que el vidrio, la sierra de metal y la navegación con vela.

Es difícil imaginar otro museo del mundo con las reliquias tan a mano. Polémico para los conservacionistas, permite conocer a fondo hasta las texturas, porque la mayoría de los sarcófagos puede tocarse.

Sí están blindadas las vitrinas de Tutankamón. Sus joyas se encuentran en un salón exclusivo, dedicado a este joven faraón que, si bien no había sido glorioso en sus días de mandatario, alcanzó la fama en el siglo XX por el buen estado de su tumba.

La Piedra Rosetta conforma otra de las historias distinguidas; en el museo hay una réplica, ya que la original está, para variar, en manos británicas. Con manuscritos del siglo II a.C., fue hallada en 1799 y permitió las primeras traducciones del jeroglífico, ya que ofrece la misma inscripción -una sentencia de Ptolomeo V- en tres tipos de escritura. En jeroglífico se escribía para Dios, en demótico para el pueblo y en griego para los funcionarios de gobierno.

Después de estar cara a cara con Tutankamón (o con su máscara dorada), uno comienza a encontrarse en El Cairo. El museo se ubica en el centro moderno , frente a la plaza Tahrir, rodeada de "los únicos semaforitos (sic) que se respetan en la ciudad", indica Latif. El caos de tránsito en Egipto es casi tan famoso como Cleopatra. Los conductores apuntan a los transeúntes en lugar de esquivarlos, de manera que para cruzar las avenidas no es mala idea aceptar los servicios de la policía turística . Vestidos de blanco, sus agentes se lanzan al asfalto, a los gritos y con silbatos, para convencer a los conductores de cederles el paso a los extranjeros.

Decenas de uniformados mayormente con bigotes escudan también los hoteles de lujo, construidos frente al Nilo para ofrecer la mejor vista de la ciudad. Además del ir y venir de las falucas (pequeños barcos de vela) se aprecia el desorden urbano de color arena, miles de antenas de televisión satelital y, por las noches, los barcos-restaurante iluminados por luces de neón. Desde los pisos más altos se distinguen las pirámides de Giza.

Prevalece en Egipto un turismo de alta gama diseñado para jeques y petroleros, acostumbrados a un servicio personalizado, con tres empleados por habitación en promedio.

Mercado de Khan El-Khalili

El ruido y la calma

El poder de un hombre en la región puede medirse en la cantidad de guardaespaldas que lo rodean. Esa idea surgió cuando, por ejemplo, bajó al lobby del Four Seasons el hermano del presidente sirio, encapsulado por diez escoltas. El hombre armó revuelo al acercarse a saludar a su hijo adolescente, rodeado por otros siete custodios, un poco menos formales pero del mismo tamaño XL. Los escoltas de ambos se entrelazaron en una coreografía bien ensayada, aunque con protagonistas algo irascibles.

Casi todos los hoteles tiene detectores de metales, pero caminar por las calles es, a pesar de las bocinas, seguro y muy placentero. Los paseos más típicos son por las veredas arboladas que bordean el río. Por ellas se llega hasta el atractivo sector triangular formado por la plaza Tahrir, Abdeen y Bab El Hadid, que contiene, algo derruidas, las construcciones art déco que le dieron el mejor apodo a la ciudad: la París del Nilo.

También se puede llegar hasta el centro en subterráneo. Hay que bajarse en la estación Sadat, la misma del museo. Existen sólo dos líneas de metro, pero serán seis en unos años, cuando finalice la ampliación considerada uno de los proyectos de infraestructura más importantes del siglo XXI. Es tan ambiciosa la obra que las autoridades la llaman la cuarta pirámide , con algo de autobombo.

La línea 3, prevista para 2020, atravesará el barrio islámico y las zonas coquetas del Norte, pasará por debajo del Nilo y llegará hasta Imbaba, una de las regiones más populares de una ciudad con 18 millones de habitantes. Los subtes van colmados en las horas pico, pero se puede viajar sin problema hasta tarde (cierran a medianoche) y los dos primeros vagones de cada tren son exclusivos para mujeres.

Café del Fishawy

Cuerpos, lámparas y cantos
"Agüita... ¿Quién quiere agüita?", ofrece Latif en la combi, de camino hasta la Ciudadela de Saladino, punto clave en el llamado Cairo Islámico. Desde la ardiente autopista se ve la Ciudad de los Muertos, cementerio integrado literalmente a la urbe: ahí mismo, dentro de los panteones o en casillas sobre las tumbas, viven más de 300.000 personas. Esta necrópolis es un claro exponente de problemas habitacionales que el Estado ya ha reconocido, construyendo, por ejemplo, una escuela primaria dentro del cementerio.

La mezquita de Mohammed Ali está en lo alto de la ciudadela y se distingue desde casi toda la ciudad. Construida a imagen de las grandes mezquitas de Estambul, el interior de sus cúpulas resulta imponente, por sus 365 lámparas. El lugar no es un museo, pero recibe a mayoría de turistas, que lo recorren descalzos o con bolsas de nylon que envuelven sus zapatillas. Las mujeres, además, no pueden llevar los hombros al descubierto, de manera que en la puerta reciben unos turbantes verdes, no demasiado aristocráticos.

Los guías aprovechan la comodidad de la alfombra para narrar detalles de las costumbres musulmanas en el país. Latif cuenta que la marca negrita o marroncita en la frente de muchos hombres indica su grado de religiosidad, justamente por el tiempo que pasan con la cabeza sobre el piso, rezando.

Desde los minateres (torres) de la mezquita, que superan los 80 metros, señores conocidos como muecines llamaban a la oración. Ahora lo hacen a través de altavoces y es en esta zona donde más se escuchan, por la gran cantidad de centros religiosos. Es un sonido muy característico de la ciudad, ya que las llamadas se realizan cinco veces por día.

Allah Akbar, Allah Akbar , comienzan los cantos, repitiendo que Dios es grande . El uso de los altavoces ha generado polémica en los últimos años, ya que las llamadas se escuchan muchas veces a destiempo y con voces no tan hermosas como en otras épocas, cuando los muecines eran elegidos por su tono y melodía (antes, incluso, se buscaba que ciegos realizaran esa tarea, para que no espiaran desde las torres).

Hay que tener en cuenta que la primera llamada es antes del amanecer y los parlantes son poderosos. Ante eso, el gobierno se ha esforzado desde 2006 en sincronizar los cantos, instalando en varias mezquitas sistemas que retransmiten las llamadas, más entonadas, desde una única estación central.

Ciudadela de Saladino

Callecitas y callejones

En el sector islámico está también el interminable bazar Khan El-Khalili, repleto de camisetas de fútbol desteñibles, camellitos en todas las formas posibles, objetos en plata, oro y marfil, galabeyas (túnicas), telas, especies y suvenires. Es uno de los mercados orientales más famosos en el mundo, sobre todo por la forma de sus callejuelas, arcos y portales, que lo han convertido en una especie de museo islámico al aire libre.

Es imperdible incluso para quienes se hartan rápidamente del regateo, que pueden esperar en lugares como el Café del Fishawy, bar con más de doscientos años de historia donde se suelen encontrar escritores, poetas y músicos, además de turistas. En el lugar hay un espacio dedicado al premio Nobel Naguib Mahfouz.

En los cafés se fuma en shisha , que es la pipa a base de agua que en otros países se conoce como narguila . Y se oye música árabe, mayormente egipcia o libanesa; para distinguirlas, la segunda cuenta con voces más fuertes y profundas, porque los cantantes suelen ser montañeses. En todos los casos repiten mucho habibi (mi amor), una síntesis de su color romántico.

Para las noches, los principales bares y restaurantes están junto al Nilo. Hay espectáculos de lunes a domingos, por algo se considera a El Cairo como la capital cultural del mundo árabe . Incluso se ve casi el mismo movimiento de noche que de día.

Una opción de salida son los baladi , bares que muchas veces llevan la palabra coffee en su nombre para disimular que venden alcohol. Un buen sitio para fumar en shisha o tomar tragos junto al río es Sequoia (al final de la calle Abdu El Feda), o grandes hoteles como Ramses Hilton, que en su piso 30° ofrece música en vivo, para completar en lo alto una jornada de ensueño, repleta seguramente de anecdotitas.

Pirámides de Giza

Negociar con poco margen
Ahmed Hamza es un hombre de negocios. Su tarjeta dice antiques, aunque sólo vende postales y fotos viejas en un pequeño local del mercado Khan El-Khalili. Lo conocimos en alguna de las vueltas en calesita por las callejuelas, que siempre derivan en las mismas esquinas, menos cuando uno quiere irse. Pero no es tan difícil ubicarse. Por eso, después del almuerzo, decidí ir a ver sus postales, avisándole de antemano a una compañera de viaje: si me perdía, debían empezar a buscarme por ahí.

Ahmed propuso que subiéramos al primer piso para revisar más cajas de fotos y cerró, desde adentro, su local con candado. Todos recomiendan no seguir a los vendedores hasta sus oficinas u otros locales, para no perderse en las callejuelas y, sobre todo, no sentirse obligado a comprar. Pero ya estábamos en el primer piso junto con otro hombre enorme que leía tranquilamente el diario. Cuando Ahmed sirvió té con hojitas de menta supe que estaba perdido: no iba a poder salir de ahí sin comprarle algo.

El regateo no fue sencillo. Cuando intenté volver atrás con la operación, Ahmed me convenció con un "estamos haciendo negocios, volvé a sentarte". Por suerte, había unas postales interesantes de principios del siglo XX que estaban en una caja de saldos y serían un buen regalo en Buenos Aires.

Llegué al punto de encuentro antes de que empezaran a preocuparse. Había experimentado una compra que, con el té ya servido, puede tener complicaciones.
Las tres moles

Son escaleras para que el alma del faraón suba al más allá. Son tumbas que los mandatarios hacían construir durante décadas. Cien mil obreros trabajaron cuatro meses al año -cuando el Nilo estaba crecido y la gente no podía continuar con su rutina agrícola- en la construcción de la mayor de las pirámides de Giza, dedicada a Keops. El predio abre de 8 a 17. La entrada cuesta unos 8 euros, y 21 si uno quiere conocer el interior de la principal. Hay una yapa magnífica: la Gran Esfinge, con su nariz rota por el ejército de Napoléon. Y camellos para dar un paseo único.
Un valle con pasado de océano

Para Osama Ibrahim, la teoría de Darwin es apenas una versión. "No puedo pensar que el hombre viene del mono, cuando fue creado por Dios", aclara el joven. Su comentario puede pasar inadvertido en un país religioso como Egipto, pero lo curioso es que él, además de geólogo, es el guía de Wadi al Hitan, un gran campo de arena donde hace 40 millones de año había... ballenas. Osama se ocupa de explicar a los visitantes por qué se encontraron aquí cuatro esqueletos completos de estos mamíferos, que representan uno de los registros principales en la historia de la evolución de las especies: la transformación de un animal terrestre en uno acuático. En el mundo occidental señalan a Wadi al Hitan, que significa el Valle de las Ballenas, como el lugar que mejor permite explicarlo.

Aquí se conservan vértebras petrificadas que, hasta 2004, no tenían protección. "Se rompían o eran robadas", cuenta. El lugar crece como atracción turística en las afueras de El Cairo (200 km al Sur), ya que además de ver los restos paleontológicos sobre la arena ofrece internarse en el desierto occidental y está en dirección al oasis de Al Fayum, otro fuerte polo de atracción.

Piramide de Keops

Datos útiles
Cómo llegar
Air France . La compañía vuela de Buenos Aires a El Cairo con escala en París. Tarifas: clase turista, desde 1845 dólares (impuestos incluidos); premium turista, desde 4530, y business, desde 5065

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Más información
  • Sitio oficial de turismo en Egipto, www.egypt.travel
  • Agenda nocturna, en Egypt Today ( www.egypttoday.com )

Martín Wain (Enviado especial)
La Nación - Turismo
Fotos: Web

sábado, 20 de febrero de 2010

Ecuador: las perlas ocultas de los Andes

Quito en medio de las montañas

Emplazadas en medio de la sierra ecuatoriana, Quito y Cuenca son dos de las ciudades coloniales mejor preservadas de Sudamérica. Con estilo propio, cada una atrae a los visitantes por su arte, su arquitectura y su historia.

Uno de los pasatiempos favoritos de los ecuatorianos es preguntarle a los visitantes qué ciudad de su país les pareció más linda: ¿Quito, la capital de las nubes, o Cuenca, la Atenas de los Andes? Si de títulos se trata, ambas ostentan una vasta colección. Quito es considerada núcleo de la nacionalidad ecuatoriana por su mestizaje y relicario del arte en América por su historia, mientras que Cuenca recibió el título de capital cultural de las Américas por su larga tradición intelectual. Para mantener la balanza en equilibrio, la Unesco las declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad por la impecable conservación de su pasado colonial.

Pero Quito y Cuenca son más que dos ciudades coloniales. Si bien lo que las destaca y diferencia del resto de las urbes del continente es la arquitectura que han logrado preservar hasta la actualidad, su historia se remonta a siglos antes de la colonización española. Y para entender la fusión de culturas que se da en estas dos ciudades es necesario ver más allá de lo europeo y encontrar lo verdaderamente latinoamericano que ha sobrevivido y se ha fortalecido a lo largo del tiempo. Porque en las regiones de Quito y Cuenca existieron asentamientos desde mucho antes de su fundación formal: Cuenca estuvo habitada por la tribu cañari y fue llamada Guapondelig (llanura amplia como el cielo, en dialecto local), y Quito estuvo poblada por los quitus, un pueblo indígena de comerciantes.

Ambas zonas fueron conquistadas por los incas y se convirtieron en dos de las ciudades más importantes del imperio. La llegada de los españoles fue fuertemente resistida por los hijos del sol, quienes prefirieron quemar sus propias urbes antes que dejar que los invasores avanzaran sobre ellas. Así, San Francisco de Quito fue fundada sobre las cenizas de la antigua ciudad incaica y Cuenca, nombrada en honor a la ciudad española, también fue erigida sobre sus viejas ruinas.

Quito Moderno

La capital de las nubes
Quito deslumbra a primera vista. El paisaje en que se inserta, la arquitectura perfectamente conservada y la gran cantidad de turistas de todas partes del mundo es más de lo que se espera de una ciudad que parece estar escondida en medio de las montañas. Asentada en un valle andino, rodeada por los volcanes Pichincha (todavía activo), Casitagua y Atacazo, y a 2.850 metros de altura, la capital de Ecuador tiene “los pies en el bosque y la cabeza en las nubes”. La ciudad está dividida en tres sectores: en el norte se asienta el Quito Moderno, el sur está conformado por viviendas de la clase trabajadora y en el centro se conserva la ciudad antigua, el centro histórico más grande de América, con 320 hectáreas de extensión.

En 1978, Quito y Cracovia (Polonia) fueron las primeras ciudades en ser declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco por su “sobresaliente valor universal”. Sucede que el centro histórico, legado del período colonial, está diseñado según los parámetros españoles de la época. Así, caminar por sus calles angostas equivale a transportarse a otro siglo, donde la arquitectura de iglesias, plazas, museos y viviendas se mezcla con la idiosincrasia de la sierra ecuatoriana.

Las construcciones se organizan en torno a la Plaza Grande: allí se ubica el Palacio de Gobierno, la catedral más antigua de Sudamérica y el Monumento a la Independencia. También se conservan más de 130 edificaciones monumentales y el arte aparece tanto en el interior como en el exterior de las construcciones. Cada edificio religioso tiene su propio estilo: la Capilla del Señor Jesús del Gran Poder, por ejemplo, ostenta un altar barroco, mientras que la Compañía de Jesús tiene las paredes, techo y altar decorados con siete toneladas de oro. Pero una de las más imponentes es la Basílica del Voto Nacional: ubicada en una ladera y con 115 metros de altura, ha sido comparada con la Catedral de Notre Dame (París) y con la Basílica de San Patricio (Nueva York) por su estructura y estilo gótico. Lo curioso es que las clásicas gárgolas fueron sustituidas por esculturas de reptiles y anfibios dispuestas sobre rosetones de piedra en representación de la fauna y la flora ecuatoriana.

Una vez que cruza el túnel que separa Quito Antiguo de Quito Moderno, el visitante vuelve a viajar hacia adelante en el tiempo. Las casas de adobe, las fuentes centrales de los parques, las calles angostas y las iglesias son reemplazadas por un aroma cosmopolita.

El área comenzó a crecer en los ‘70, cuando mutó de espacio residencial en zona comercial. Aquí se contagia el conocido caos latino: el ir y venir del trole, la ecovía y el metrobus (los tres transportes principales para movilizarse) y el fluir de la gente hace que el ritmo de vida sea más acelerado. La Mariscal, el barrio preferido de los turistas, es el sector ideal para probar la gastronomía de la ciudad.

Otra forma de conocer un país es a través de sus artistas. Dos de los más representativos del arte indigenista latinoamericano fueron Camilo Egas, pintor formado tanto en Ecuador como en las principales academias europeas, y Oswaldo Guayasamín, cuyo arte expresionista fue galardonado con el premio más importante que otorga el gobierno de Ecuador. Gran parte de su obra puede apreciarse en el museo homónimo, en el sector moderno de la ciudad, y su último trabajo, la Capilla del Hombre, es un gran monumento-museo construido por el artista como tributo a Latinoamérica.

Para quienes busquen una vista privilegiada de la ciudad, basta con dirigirse a El Panecillo, un mirador natural a tres mil metros de altura que fue, en épocas preincaicas, un templo dedicado al culto del sol. Allí se encuentra la mayor representación de la Virgen María del mundo, fabricada en aluminio. Y el teleférico, que recorre 2.500 metros hasta Cruz de Loma, una de las faldas del volcán Pichincha, es otra opción para conocer Quito desde el cielo.

Cuenca

La Atenas de los Andes
En el sur del país, a diez horas por tierra o 45 minutos en avión desde Quito, existe otra ciudad perdida entre las montañas, la tercera en importancia del país y la primera, para muchos, en belleza. También declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por su herencia colonial impecablemente conservada, aquí se respira un ambiente distinto, más de pueblo. Rodeada por ríos y a 2.500 metros de altura, Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca tiene bien merecido el título de joya colonial. Los cuatro ríos que cruzan Cuenca le otorgan un movimiento que contrasta con la tranquilidad de un lugar que parece haber quedado detenido en el tiempo.

El río Tomebamba la divide en dos: al sur se alza el sector moderno y residencial; al norte, el centro histórico, que sigue siendo el corazón de la ciudad. Aquí no se necesita mapa. La consigna es dejarse llevar y mirar siempre hacia arriba: las construcciones coloniales son altas y los detalles más impresionantes están en la cima. Y, para los que prefieren mirar hacia abajo, basta con subir al mirador de Turi y observar la ciudad pacífica y silenciosa desde la ladera de una de las montañas.

Cuenca es considerada, con orgullo, la Atenas de los Andes por su tradición intelectual y por ser cuna de escritores, poetas, artistas, músicos y filósofos notables. Es, además, un centro artesanal internacionalmente reconocido por sus trabajos en cerámica, cuero, oro y plata.

Los cuencanos, famosos en Ecuador por su peculiar acento (similar al salteño argentino), profesan una fe religiosa notable: en la ciudad existen 52 iglesias y monasterios (una para cada domingo del año). Aquí también se siente la fusión entre lo europeo y lo latinoamericano: arquitectónica y urbanísticamente, guarda la apariencia de una ciudad española, aunque los materiales usados para erigirla fueron típicamente indígenas (adobe, paja, madera y barro cocido). Por si fuera poco, sus 400 mil habitantes siguen fieles a sus raíces, de modo que es muy común cruzarse con las cholas vestidas con su tradicional pollera, blusa bordada, paño, sombrero y zapatos de charol vendiendo flores en los parques y mercados.

Cuenca colonial

Brújula
Cuándo viajar: En la sierra, de mayo a septiembre y de diciembre a febrero, el clima es seco. El resto del año es época de lluvias. En ambas ciudades la temperatura se mantiene estable (entre 8ºC y 23ºC), con fuertes oscilaciones entre día y noche.

Altura: Quito y Cuenca están a más de 2.800 metros de altura. Durante los primeros días se recomienda realizar las actividades lentamente y beber abundante agua.
Moneda: Está vigente el dólar estadounidense. Atención, porque los billetes de u$s 50 y u$s 100 tienen poca circulación y, en general, no son aceptados.
Informes: www.viveecuador.com.

Aniko Villalba
El Cronista Comercial
Fotos: Web

domingo, 14 de febrero de 2010

Argentina - Río Negro: Estepa, junto al mar

Mediterráneo. Es la imagen que dan a Las Grutas las blancas y curvas líneas arquitectónicas

Vacaciones en uno de los balnearios más australes de la Argentina, pero con las aguas más cálidas del litoral marítimo. En Las Grutas la estepa, el mar y la playa se unen con aires tan patagónicos como mediterráneos, como atestiguan sus plantaciones de olivo y sus costaneras blancas.

A orillas del Golfo San Matías, el bonito balneario de Las Grutas aún conserva calles de tierra. Cuenta la historia que el nombre del golfo se debe a la expedición española que arribó a sus aguas el 18 de febrero de 1520, día de San Matías. Y dicen los mapas que Las Grutas está ubicada 185 kilómetros al sur de Viedma y a sólo 15 kilómetros de San Antonio Oeste. La villa, en especial la costanera, tiene cierto aire mediterráneo gracias a la ausencia de líneas rectas y el predominio de tonos blanco y pastel en las construcciones cercanas. Las Grutas fue el primer destino turístico en la costa rionegrina, y es el segundo más importante de la provincia después de Bariloche. Un logro que el balneario les debe a sus tres kilómetros de playas de arena, con amplios médanos y el privilegio de tener doce horas de luminosidad en verano, por cuestiones de la latitud. Sin embargo, lo más llamativo es la temperatura del agua: gracias a una serie de factores oceanográficos, geográficos y atmosféricos la temperatura del mar ronda los 24°C-27°C, la más cálida del litoral marítimo argentino. El mar es muy transparente, intensamente azul, y la diferencia de mareas es de diez metros cada seis horas. Además llueve muy poco, y los atardeceres son muy agradables para salir a caminar o andar en bicicleta con poco abrigo encima.

Una de las tantas grutas que tiene el acantilado sobre la playa

COSTA DE ACANTILADOS
Si bien toda la Patagonia costera es acantilada, en Las Grutas hay una peculiaridad que da nombre al balneario: la presencia de grandes cavidades esculpidas en las rocas sedimentarias marinas durante millones de años de erosión. Estas cuevas tienen entre tres y cuatro metros de alto y un ancho de veinte metros, pero aunque su sombra es tentadora conviene no meterse, ya que puede haber desmoronamientos. La blanca y larga costanera se encuentra sobre las grutas propiamente dichas, interrumpida por numerosas bajadas para acceder a las playas con sus paradores y terrazas al mar. A lo largo del paseo llama la atención ver pocas gaviotas, que parecen haber sido reemplazadas por innumerables loros barranqueros, todo un toque de color en la costa. Las bajadas más céntricas dan a playas de arena, mientras las más alejadas dan a restingas, amplias extensiones de rocas por donde se puede caminar y encontrar mejillones, caracoles, cangrejos, camarones, estrellitas de mar y sabrosos pulpitos. Además es el lugar que eligen para alimentarse los chorlos, loros barranqueros, gaviotas, teros, cormoranes y flamencos.

A pesar de su milenaria historia geológica, los orígenes urbanos de Las Grutas son muy recientes. Cuando todavía no existía como pueblo, alrededor de 1925, los pobladores de San Antonio Oeste ya conocían el lugar: sólo había una huella, pero solían transitarla en camiones para pasar el día y hacer picnic en la playa. A fines de 1959 el entonces intendente de San Antonio Oeste, Celso Ruben Bresciano, viajó a Viedma y solicitó al gobernador de Río Negro tramitar la creación del balneario, que se concretó el 30 de enero de 1960, actual aniversario de Las Grutas. Poco a poco el flamante pueblo fue creciendo y pasó, de los pocos cientos de casas que había a fines de los ‘70, a un auge que sigue sin detenerse. Durante el año la población estable del balneario es de unos tres mil habitantes, pero en enero y febrero explota de gente y puede llegar a albergar a unos doscientos mil turistas, muchos de la Patagonia pero cada vez más también del resto del país.

Las “uñas de gato” miran el mar desde lo alto del acantilado

PASEOS EN LAS AFUERAS
Para quienes quieren algo más que playa o aprovechar un día de poco sol, en los alrededores de Las Grutas hay mucho para ver. El paseo más cercano es Piedras Coloradas, seis kilómetros al sur. Esta playa de rústica belleza y rojizas rocas milenarias no tiene infraestructura y es ideal para los que buscan más tranquilidad. Se puede llegar caminando con marea baja y es un buen lugar para pescar y hacer sandboard. Continuando por el mismo camino, a 13 kilómetros de Las Grutas se encuentra El Sótano, una zona de acantilados (con muy buenos lugares para pescar y pulpear) a la que sólo se puede llegar con vehículos especiales todo terreno y acompañado por un guía. Lo más llamativo de este sitio es que se registra la mayor diferencia de mareas y cerca de allí, a dos kilómetros de caminata, se encuentra el Cañadón de Las Ostras, un yacimiento de grandes ostras fosilizadas pertenecientes al período Terciario Superior, con más de 15 millones de años.

Otro sitio muy popular es el Fuerte Argentino, una imponente meseta de más de 100 metros de altura que le debe el nombre a su aspecto de antigua fortaleza. Se la puede divisar desde muy lejos entre la bruma del Golfo San Matías y tiene, al pie, una laguna de agua salada ideal para hacer snorkel. Además el Fuerte es conocido por algunas teorías –un tanto polémicas pero sin duda pintorescas– según las cuales aquí llegó la Orden de los Templarios antes de que Colón pisara América.

Uno de los platos fuertes de la zona es la visita a la Salina El Gualicho, 60 kilómetros al oeste del balneario. Esta gran depresión natural, la salina más grande de la Argentina, se encuentra a 70 metros bajo el nivel del mar y tiene 328 kilómetros cuadrados de superficie. Pero además El Gualicho es un verdadero festín para los geólogos, ya que aquí abundan rocas de la era Precámbrica y del Jurásico, junto a sedimentos marinos del Terciario. Como en verano las temperaturas en el salar son excesivamente altas, las excursiones suelen salir un poco antes de que se ponga el sol, todo un espectáculo sobre el desierto blanco.

Los colores de un bello atardecer junto al mar

¿ACEITUNAS EN LA PATAGONIA?
¡Imposible! Es lo primero que se piensa al salir a andar en bicicleta y toparse con un gran olivar en plena estepa, a 500 metros del mar. Rara imagen en el paisaje típicamente desértico de la Patagonia... Pero existe, frente a Olivos Patagónicos, un emprendimiento de 30 hectáreas cultivadas con variedades Arbequina y Frantoio. El proyecto comenzó en noviembre de 2001 con 700 plantas y hoy cuenta con 10.500 plantas en 30 hectáreas. En plena plantación se encuentra la blanquísima planta de extracción (la única de la provincia de Río Negro), donde se producen 3000 litros de aceite que sólo se venden, por ahora, en Las Grutas. Además del aspecto productivo este establecimiento es un atractivo más del balneario, ya que se hacen visitas guiadas y degustación a los turistas.

Sin embargo, no es el único sitio en la provincia que apuesta a las aceitunas. Desde el año 2000 Río Negro viene trabajando en la diversificación productiva y, según estudios de los cultivos, el olivo parece ser una gran alternativa a futuro. Actualmente hay, en toda la provincia, 210 hectáreas cultivadas con diversas variedades y con emprendimientos comerciales desde hace más de ocho años. En total hay alrededor de treinta productores con pequeñas plantaciones esparcidos entre las localidades de Río Colorado, Viedma, Conesa, Catriel, Las Grutas y San Antonio Oeste. Si bien al principio parecía una locura pensar que el olivo se diera en estas latitudes, lentamente se fue abriendo paso entre los cultivos alternativos mejor ubicados. Y hoy, en Las Grutas, ¡hay aceitunas!


Texto e imagenes: Mariana Lafont
Pagina 12 - Turismo

lunes, 8 de febrero de 2010

Colombia: Divina Providencia


Muy cerca de Nicaragua, pero en Colombia, se encuentra esta atípica isla que se enorgullece de no ofrecer el clásico turismo caribeño. En Providencia no hay resorts, ni mucha gente. Tampoco demasiado que hacer. Pero sí hay relajo y belleza que emociona. De fondo, una isla volcánica, cubierta de selva, bañada por un mar deslumbrante. ¿Se anima? ¿Si?

Es domingo y en Southwest, una playa eterna -flanqueada por gruesas palmeras y tres icónicos barcitos bien rastas, en los que sólo falta la imagen del León de Judá- un par de bestias negras sacuden sus patas sobre la arena.

Agua Dulce es la mejor playa para ir en familia.

Largan
Aferrada a su cerveza, una extranjera anima a caballos y jinetes. No hay mucho en juego. En el insólito hipódromo, las apuestas se pagan en frías cervezas que se abren, sin prisa, ahí mismo, en la exótica playa.

Tiempo hay. Sed también. A unos metros, unas señoras cocinan, en gigantescas ollas, deliciosas langostas que los isleños compran por libras y luego llevan a sus casas (o a la playa) en coloridas cajas de cartón. No hay take away más fino que éste.

La chica se llama Maryuca: Maryuca es una rubia de labios lapones que llegó desde la fría Finlandia, enviada por una inmobiliaria especializada en resorts. En pocas horas, Maryuca cambió su oficina con vista al grisáceo mar de las islas Aland, por estas costas que encienden aún más sus profundos ojos azules.

Maryuca trabaja buscando nuevos destinos. Y, en Cartagena de Indias, tomó un avión que en una hora la dejó en San Andrés. Luego, sin más equipaje que un bikini, una toalla, un computador, un esnórquel y cinco jabones antimosquitos se montó en la avioneta de Satena que, veinticinco minutos después, aterrizaría en Providencia.

La colorida arquitectura es un sello de Providencia

Esta isla -dice Maryuca- no tiene críticas.

Todo viajero lo sabe. Las islas suelen no ser lo que ves en fotos o internet. En toda "cata" de islas es imposible no criticar: el tipo de arena y de viento, los servicios y todo lo que se te pueda ocurrir. En Providencia, sin embargo, pelar es difícil.

Aquí, de partida, no viven más de cuatro mil personas. Eso pese a que es una isla de tamaño considerable, aunque en un 80 por ciento salvaje, inhabitada, coronada por imponentes picachos que recuerdan a Juan Fernández.

Providencia es la versión caribeña de Robinson Crusoe. Y aquí, tal como allá, puedes estar mucho o muy poco. Quizás es la diferencia: si te quedaras a vivir aquí, nadie se daría cuenta. Un día puede que estés. Al otro no. Nadie se fijaría.

Ahora Maryuca está
Tras recoger su maleta en el aeródromo, tomó un taxi-colectivo-camioneta. Apenas arrancó, Maryuca sintió la brisa de Providencia en la cara. Se tomó el pelo. Se acomodó entre los bolsos. Se relajó mientras a su espalda aparecía la jungla que en Providencia no es misterio, sólo telón de fondo. Después entiendes que el único drama eres tú.

-Es lindo este lugar -fue lo primero que dijo Maryuca cuando se bajó en Southwest.

La chica tenía una reserva en Miss Mary; una de los pocos hoteles/hosterías de Providencia. Chequeó su pieza: el ventilador, tipo abanico, funcionaba perfectamente. Había un pequeño refrigerador con cuatro botellitas de agua potable y cuatro Postobon de manzana.

Frente a la pieza se extendía una terraza de madera que terminaba en la arena. Desde ahí al infinito todo era mar. Maryuca se hundió y dejó de respirar mientras pensaba en lo extraño de su trabajo (evaluar lugares para que finlandeses, suecos, noruegos; reventados, lateados, logren descansar tal como ella intentaba hacer en ese minuto).

Cuando nos conocimos, bastó vernos con Maryuca para darnos cuenta de que estábamos ahí por lo mismo. Chequeando, comprobando si es cierto o no el mito que habla de una isla preciosa, bonita, a la que no llegan ni bananos ni motos de agua.

En revistas de viaje, en TripAdvisor, la gente habla de Providencia como una joyita que, afortunadamente, pocos se han animado a conocer. Lo normal es viajar sólo hasta San Andrés. Eso pese a que esta isla esmeralda, tan linda como curiosa, es probablemente mejor. O, por lo menos, más insólita. "Providencia es campestre", dicen en Colombia cuando preguntas.

Providencia, en la clásica geografía del Caribe, es una isla excepcional. Y, aunque siempre se habla de San Andrés/Providencia como si fueran lo mismo, no tienen nada que ver.

De partida cuesta imaginar dónde está: llegar desde Cartagena de Indias, por ejemplo, equivale a tomar un avión Santiago-Arica y luego volar en avioneta hasta Putre.

Providencia está lejos. Más influida por la vecina Jamaica que por la propia Colombia.

Con el 80 por ciento de su territorio salvaje, en la isla viven sólo 4 mil personas

Sus playas no son blancas y a nadie le importa
Providencia es una isla de origen volcánico, cercada por un gran arrecife muy bien conservado. Por eso la vida marina es excepcional. Pero fuera del agua las cosas no son menos sorprendentes. Cayo Cangrejo y Tres Hermanos, por ejemplo, son preciosos lugares, con una naturaleza intensa, salvaje.

Pese a todo, Providencia es una isla cómoda. Un camino pavimentado le da la vuelta. Y en no más de dos horas puedes volver al mismo punto en un carrito de golf.

A propósito: no hay que hacer trámites para arrendar un vehículo. Simplemente te subes, giras la llave, avisas cuanto te vas a demorar. Pagas al regresar.

"¿Dónde vas?". No miento si digo que a ninguna parte. En Providencia no hay iglesias excepcionales que ver. Nada es Patrimonio de la Humanidad. Bendita Providencia: el centro no son más que tres o cuatro cuadras, con un par de malos restaurantes y gordas cocineras que sudan sobre tu sopa de tortuga, el guiso de chancho salvaje o el bife de barracuda.

¿Paseos? Puede ser. ¿Por qué no? De partida a Santa Catalina, una isla enana pegada a Providencia por el llamado Puente de los Enamorados. Ahí está la Cueva de Morgan, un par de hoteles que es mejor obviar y un par de ricas playas donde pasar la tarde junto a oxidados cañones. A diez minutos en bote, lo mejor es Cayo Cangrejo: un Parque Marítimo con muelle y bar.

Otra cosa es Agua Dulce: algo así como Providencia entre Pedro de Valdivia y Los Leones. Agua Dulce es una tranquila y lánguida playa que concentra, en no más de dos o tres cuadras, simples pero buenos hoteles, un súper, tres o cuatro restaurantes con acento gourmet, un cyber y dos casas en las que arriendan carritos de golf.

En resumen, las dos mejores playas son Southwest y Agua Dulce. La diferencia es que la primera tiene más barcitos y es más abierta. Es donde está Sirius; el lodge donde Daniel y sus muchachos se toman el buceo en serio.

Agua Dulce es más familiar. Nunca se escucha música. Ahí la gente juega paletas o espera, con cerveza en sus poltronas, la caída del sol. Claro que el mejor lugar para hacer eso debe ser la tienda de Felipe's Dive: al atardecer, Pichi y su hermano rasta cuentan locas historias acaecidas en el fondo del mar.

Yo me alojo en Agua Dulce, en una pieza con aire y cocina, más refri junto a la cama. Buen lugar. El abuelo esclerótico no es mala persona. Y, en menos de dos días, descubro dónde venden langostas increíblemente baratas.

Un puente une las islas de Providencia y Santa Catalina

¿Qué se puede extrañar? Quizás uvas, manzanas.

Los días pasan y también la ansiedad por ir a donde, en verdad, no quieres ir. Es, probablemente, el encanto de Providencia: no hay paseos, no hay excursiones, no hay piscinas, no hay gimnasios, no hay tiendas a menos que quieras comprar linternas, alcohol, abarrotes o parches curita. Internet se cae. Providencia es como era el mundo antes de que todos se frikearan con Facebook, con Twitter, con la inutilidad de las mal llamadas redes sociales.

En Providencia las únicas redes son las de los pescadores.

Pero, ojo, no hay de qué preocuparse. Si quieres acción está la Providencia nocturna. No importa que no tengas auto. De tanto en tanto, por la isla pasa la chiva de Aroldo, una micro que, de lunes a lunes, busca el carrete en la isla. Normalmente va a Manzanillo, otra playa bonita, el lugar donde un gringo levantó un bar muy simple con mesas sobre la arena.

Suena música calypso por los parlantes.
Maryuca, con los zapatos sobre la mesa, bebe su última cerveza en Providencia.

-Fue bueno -dice- y es una lástima partir. Supongo que mi trabajo ahora es decir que hay que venir.

Al día siguiente, debo marchar. Finalmente he conseguido pasaje en un catamarán que, en dos horas y media, une Providencia con San Andrés.

A diferencia de su vecina San Andrés, a Providencia aún no llegan las grandes cadenas de hoteles

La isla se aleja muy rápido e, imponente, aparecen los verdes dientes de lo que alguna vez fue un volcán.

-¿Qué decir de Providencia? -pienso. Tal vez que es un lugar silencioso donde uno termina hablando solo. Y es quizás por eso que siempre te metes al mar. No es sólo por el calor.

En Providencia (después te das cuenta) has estado mucho más cerca de donde siempre habías querido llegar. El problema es que lo entiendes mucho después.

Maryuca ya no está. Yo tampoco.Y en Santiago no dejo de preguntarme si lo sabrán los que siguen ahí. La isla está más influida por la vecina Jamaica que por Colombia

Dormir
Miss Elma. En Agua Dulce, frente a la playa, habitaciones para tres personas. Desde 153 dólares por noche, por habitación, con desayuno y cena. Tel. (57-8) 514 8229.
Hotel Sirius & Health. Hermoso y pequeño, en un rincón de Southwest. Cuatro suites y diez habitaciones en cabañas. Aquí se encargan de que bucee en sitios increíbles como Manta City. Tel. (57-8) 514 8213.

Llegar
En avioneta desde San Andrés. Llegan Satena y Searca. El pasaje en una dirección cuesta unos 130 dólares. El viaje dura 25 minutos. Existe la opción, más económica, de llegar por mar haciendo el viaje en un catamarán, que sale día por medio desde San Andrés. Cuesta 50 dólares, en una dirección, por persona. Tarda 2,5 horas. Hay que consultar frecuencias y reservar.

Sergio Paz (desde Providencia, Colombia)
El Mercurio - Revista del Domingo

domingo, 31 de enero de 2010

Chile: Bosque encantado

Antivértigo. En la zona se extiende el Canopy, que se promociona como el más extenso de Sudamérica. Lo que es indudable es la altura: con tramos de noventa metros.

En la XIV región chilena, Huilo Huilo conjuga la fuerza de la selva valdiviana, el azul profundo de los lagos patagónicos y los picos nevados. Y sólo está a 45 km de San Martín de los Andes.

Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno.” Así describe el poeta Pablo Neruda la inmensidad del paisaje de la selva valdiviana, en medio de los andes patagónicos chilenos de la XIV región. Descubrir la magia de ese bosque y sorprenderse con su diversidad biológica, aventurarse en el complejo volcánico Mocho-Choshuenco o sentir la plenitud del lago Pirehueico; las opciones se multiplican para los visitantes de la reserva natural Huilo Huilo, a sólo 45 kilómetros de San Martín de los Andes, atravesando la frontera con Chile.

Son 100 mil hectáreas de naturaleza a puro contraste: al alcance de la mano, el verde de los coihues y el amarillo de las flores de amancay; un poco más allá, el azul extremo de lagos y cursos de agua y, en el fondo, el blanco inmaculado del volcán nevado. Una postal perfecta.

En 2007, la Unesco declaró el área de bosque húmedo templado como Reserva de la Biósfera por su contribución única a la diversidad biológica. Aunque la industria maderera predominó en la zona hasta la década del 90, hoy el lugar se ha convertido en un centro de conservación de la flora y fauna nativa y, además, en un atractivo del turismo aventura. Sin celular, televisión, ni preocupaciones a la vista, la reserva es el lugar ideal para decirle adiós al estrés y dejarse llevar por las fantásticas historias sobre hadas y duendes del bosque.

A caballo. Una de las opciones de turismo aventura que proliferan en la Reserva de la Biosfera. No contaminar ni alterar son las leyes de todas las actividades

Travesía

El mejor recorrido para llegar al corazón de la reserva Huilo Huilo es aventurarse por los 45 kilómetros de camino de ripio de la RP 48 que separan San Martín de los Andes del paso internacional Hua-Hum, bordeando el lago Lácar. Es el de menor altura de la cordillera de Los Andes y está abierto todo el año.

Luego de los trámites migratorios, en Puerto Pirehueico una gran barcaza espera para comenzar la travesía por el lago homónimo hasta llegar a Puerto Fuy (la tarifa es de $ 120 por vehículo). Una hora y media de navegación por uno de los pocos lagos patagónicos con bosque nativo en toda su ribera.

Playas inexploradas de arenas blancas, formaciones rocosas y otras maravillas se descubren paso a paso. A mitad de camino, en la ribera norte del Pirehueico, se encuentran las flamantes Termas del Lago, donde hay diez troncos de agua termal desde donde disfrutar de la espectacular vista del complejo volcánico Mocho-Choshuenco.

La travesía por el lago continúa y, poco a poco, el paisaje se modifica: las hayas que predominaban en el bosque nativo dan paso a la exuberancia de los coihues, raulíes y lianas de la selva valdiviana. Al llegar a Puerto Fuy, el paso obligado es conocer Neltume, el pueblo de tan sólo 1.300 habitantes que da vida al proyecto Huilo-Huilo y ofrece calidez a los 15 mil turistas que cada año visitan el complejo.

Con arnés. Para recorrer el bosque entre los árboles

Paseo con ritmo
En el kilómetro 60 del Camino Internacional Panguipulli-Puerto Fuy se encuentra el acceso principal a la reserva. Una vez allí, no hay lugar para el aburrimiento. Existen tantas actividades por hacer que uno tiene la impresión de que las 24 horas del día no alcanzan. Las excursiones se realizan siempre con un guía autorizado y hay opciones para todos los gustos y bolsillos (desde $ 30 a $ 450). La recomendación es comenzar con una caminata por alguno de los ocho senderos disponibles –hay de baja, media y alta dificultad– para adentrarse en el bosque y conocer la fauna y flora del lugar.

El sendero botánico invita a un recorrido por la vegetación de la zona: grandes coihues, aromáticos arrayanes, y esbeltos raulíes que ofrecen hogar y soporte a musgos, helechos y líquenes. Es difícil estar alerta al camino y seguir el ritmo del trekking sin perderse en los colores, olores y sonidos –como el canto del chucao o la gallareta– que ofrece el bosque.

Paso a paso, la vegetación se vuelve cada vez más tupida y la copa de los árboles se cierra sin dejar entrar los rayos del sol. Todo se torna oscuro y húmedo. Es allí donde surgen las leyendas –alimentadas por los lugareños– de que en el bosque habitan seres mágicos, como hadas y duendes. Y hasta el más escéptico de los viajeros termina creyendo que esas historias fantásticas son posibles, rendido a los encantos del paisaje.

El sendero finaliza en las aguas cristalinas de los Saltos de Huilo Huilo. Pero todavía hay tiempo para vivir alguna otra aventura más: una cabalgata hasta el mirador Las Lengas, una expedición a bordo de vehículos 4x4 a la Pampa de Pilmaiquén o una tarde de pesca con mosca en el río Blanco. Para los amantes del vértigo y la adrenalina, la reserva ofrece el canopy más largo de Sudamérica. A una altura de noventa metros, pasando por entre las copas de los árboles, se puede atravesar un espectacular valle deslizándose por una tirolesa. La experiencia es única pero requiere algo de valentía y, por supuesto, no mirar hacia abajo, hacia el precipicio que se abre a los pies de cada plataforma.

Snowboard, por pendientes de 1.800 metros de altura

Gigante dormido

Preparar mucha ropa de abrigo, protector solar y la cámara de fotos es el primer paso para encarar el ascenso al imponente volcán Mocho- Choshuenco, a 2.430 metros de altura. Lugar sagrado, el volcán da origen a varios lagos, como el Riñihue, el Panguipulli y el Pirehueico.

La primera parte del recorrido se hace en camionetas 4x4, para sortear las dificultades del camino de montaña. A medida que uno asciende, el bosque va cambiando: los árboles son más pequeños, el frío aumenta y también la soledad del paisaje. Hasta que, al llegar a la base del volcán, los árboles terminan por ceder ante el rigor del frío, y el hielo y la escarcha se adueñan completamente de la vista.

Una vez en el centro de nieve Huilo Huilo, hay varias actividades para disfrutar, siempre que el clima lo permita. De julio a octubre, la temporada es ideal para los esquiadores: se pueden hacer paseos en moto o pisanieve, snowboard y ski fuera de pista. En cambio, de noviembre a mayo hay posibilidad de realizar un trekking al glaciar ubicado en la ladera del volcán y descubrir esculturas de hielo esculpidas por el viento o, simplemente, aventurarse a un circuito con raquetas de nieve o tubbing –una especie de gomones como los que se utilizan en el agua pero para deslizarse por las laderas nevadas del volcán–.

La excursión finaliza en el mirador Mocho-Choshuenco, a una altura considerable desde donde se puede apreciar la totalidad de la reserva y observar el vuelo de algún que otro águila. De regreso al portal, el bosque espera festivo, vivo y el volcán vuelve a ser sólo una lejana cumbre blanca. Cuesta no dejarse hechizar nuevamente por la belleza natural del paisaje chileno, pero hay que emprender la vuelta por el lago Pirehueico. Y muy pronto caerá la noche de un largo día.

Florencia Ballarino (desde Huilo Huilo)
Perfil - Turismo
Fotos: Perfil

domingo, 24 de enero de 2010

¿El fin del jet lag?

Nace una nueva generación de aviones dotados para combatir los efectos nocivos de los viajes largos. Ingeniería y reloj biológico.

Hace un puñado de días, desde la pista de una compañía privada de la ciudad de Seattle, en los EE. UU., el primer ejemplar de un flamante avión carreteó desde el hangar rumbo a su primer despegue. La iniciática prueba de vuelo dio comienzo tras el largo repaso de una completa check list electrónica y sus dos pilotos de prueba completaron un tranquilo vuelo-debut, de 3 horas de duración.

Este bautismo no sería llamativo si no fuera porque el protagonista fue el primer prototipo de la futura familia “787” de la Boeing, una máquina que –como era esperable en una nueva línea de aeronaves– incorpora un largo listado de innovaciones mecánicas y electrónicas, pero sobre todo se anuncia como el avión mejor dotado para combatir el temido jet lag, ese desfase que se produce en el cuerpo al cabo de un viaje largo en avión, a causa del cambio horario que trae aparejada la distancia.

Además, según sus diseñadores, los futuros 787 permitirán completar vuelos más económicos, al menos para las aerolíneas, y prometen ser máquinas más “amigables” que las actuales con el medio ambiente porque consumen menos combustible, generan menos gases contaminantes y son más silenciosas en el despegue y aterrizaje.

Pero el punto principal que destaca el curriculum del flamante “Dreamliner” son las mejoras sustantivas pensadas para beneficiar la salud y el confort de los pasajeros. Diferencias sutiles algunas e importantes otras pero que “en conjunto” –prometen desde la empresa– “harán que mejore sensiblemente la calidad de los vuelos”.

Salud y confort. Una de las mayores molestias que acosan a cualquier viajero son las turbulencias y la ansiedad que estas generan. El nuevo 787 está equipado con sensores capaces de detectar mínimos cambios en el flujo del aire para que la computadora de a bordo responda alterando en forma acorde la configuración de alerones, flaps y timones del avión, en forma automática, para compensar estos “pozos” de aire. Conclusión: se logra un vuelo más estable y por lo tanto una reducción de hasta 8 veces en la cantidad de pasajeros que sufren de mareos, náuseas y este tipo de molestias por el movimiento constante.

Interiores

Toda la cabina del aparato está bañada por un original sistema de iluminación hecho en base a LEDs de colores que les permiten a los pilotos lograr un sofisticado control de tonalidades. Así por ejemplo, durante las horas de vuelo diurno el techo exhibirá tonos azulados, “símil cielo”, de manera de generar una mayor sensación visual de espacio abierto y por lo tanto menos “claustrofobia” en los pasajeros sensibles al encierro.

Tras la cena –a plena luz cálida– habrá un modo lumínico que induce al relax y luego un modo “Sueño”, con intensidad y colores ad-hoc. Finalmente, por la mañana temprano –antes de un aterrizaje en destino– los tonos de los LEDs de la cabina irán cambiando gradualmente simulando la luz de un amanecer real.

Estos juegos y efectos deberían ayudar, esperan los diseñadores, a reducir en alguna medida el típico efecto de jet lag que causan los vuelos que atraviesan varios usos horarios y que desarreglan el reloj biológico de los pasajeros, alterando sus horarios de sueño y apetito, aumentando la fatiga y la irritabilidad de quien lo sufre durante varios días, hasta que el cuerpo se pone en sintonía con el nuevo horario.

En la estructura del nuevo 787 se reemplazó gran parte del aluminio, el material básico de la estructura de todo avión, por compuestos sintéticos fabricados en base a grafito y otros materiales similares.

Esto se traduce en dos cosas: se podrá “presurizar” la cabina en forma más eficiente y con mayor presión. Por lo tanto, la sangre de los pasajeros podrá absorber hasta un 8% más de oxígeno que durante el vuelo de un avión actual con menos presión interior. Esta mejora en la oxigenación sanguínea ayuda a disminuir dolores de cabeza, mareos y la sensación de fatiga que acosan al final de un trayecto largo en el aire.

Pero además al reemplazar los metales por materiales sintéticos también se elevará la humedad ambiente del vuelo sin riesgo de generar corrosión. A mayor humedad en el aire que circula en la cabina, se genera menos “sequedad” de garganta y nariz y más confort para el viajero.

La ventana promedio del nuevo 787 es un 65% más grande que la de un jet actual, lo que asegura menos sensación de “encierro” y, claro, mejor vista. Además, las ventanillas ya no tendrán cortinas deslizables como las actuales. De hecho no tendrán cortinas. Para “oscurecerlas” se recurre a un control electrónico que modifica la transparencia del vidrio y disminuye o aumenta, a voluntad, la intensidad de la luz que la atraviesa y llega a la cabina.

Cabina

Uno de los esfuerzos de los ingenieros aeronáuticos estuvo dirigido a hacer más silencioso el interior del avión. Eso requirió desde rediseños de los álabes de las turbinas a mejores capas de aislamiento acústico y sistemas de reducción y control de vibraciones. Incluso se cambió la tecnología del aire acondicionado del avión para que este funcione en forma más silenciosa. Todo en función de que los pasajeros puedan hablar sin gritar o que quienes tengan oídos sensibles puedan dormir sin recurrir a tapones.

Lo que viene. Por delante quedan 10 meses de pruebas y ensayos de vuelo de exigencia y extensión creciente. Y, siempre que no se registren nuevos atrasos (hay que recordar que el 787 suma ya 24 meses de demora respecto del plan de desarrollo original) a fines del 2010 llegará el primer ejemplar comercial a manos de su primer cliente: se trata de la aerolínea japonesa ANA y sus afortunados pasajeros podrán comprobar si tanta tecnología logra, realmente, mejorar la salud, la calidad y el confort de los hoy cada vez más incómodos y apiñados vuelos cotidianos.

Enrique Garabetyan
Revista Noticias
Fotos: Web