A una hora de Toronto por la carretera 401, un conjunto de aldeas parece anclado en el pasado. Elmira, Elora y St. Jacobs, hogar de prominentes comunidades menonitas, son un destino más que interesante.
TORONTO.- Entre las consecuencias del panfleto incendiario que Lutero clavó en aquella puerta de Wittemberg se cuentan la fundación de la Compañía de Jesús, y claro, de la Universidad del Salvador; la invención del Bloody Mary, trago que debe su nombre a María Tudor y su cruenta represión de protestantes; el ascenso y caída del pastor Giménez, y cientos de viajes en barco desde el norte de Europa hacia el norte de América. De la descollante cantidad de afiliaciones protestantes que proliferaron como setas después de la lluvia de acusaciones anticlericales de Lutero y sus continuadores, los menonitas son una de las más curiosas. Su fundador, Menno Simons, sacerdote holandés, pasó del catolicismo al anabaptismo y adoptó una postura alineada con la Iglesia estatal en Suiza. Luego de su muerte, sus seguidores se autodenominaron menonitas.
Sin embargo, una vez que se le toma el gusto al cisma es difícil ponerle límites al afán de discordia, y los menonitas, como tantas otras iglesias protestantes, se fueron desmembrando hasta atomizarse casi por completo. Igual que muchos otros protestantes demasiado radicales para Europa, muchísimos clanes menonitas cruzaron el océano y se instalaron en América. Una vez allí decidieron conservar su estilo de vida por los siglos de los siglos.
A una hora de Toronto por la carretera 401, en dirección sudoeste, hay un grupo de aldeas menonitas que realmente sorprenden, burbujas congeladas donde los relojes dejaron de funcionar hace cuatrocientos años. Es preciso tomar la salida de Guelph, ciudad por demás interesante, con un nombre muy poco inocente. Considerado uno de los mejores sitios para vivir en Canadá, Guelph fue fundada en 1827 y su nombre honra a la casa real inglesa de los Hannover, que se consideraban descendientes de los güelfos, aquella dinastía europea que en la Alta Edad Media fue partidaria furibunda del papa, contra los gibelinos antipapistas.
El centro de Guelph está dominado por la iglesia de Nuestra Señora Inmaculada, un verdadero monumento neogótico, que como una gárgola imponente domina el paisaje y contrasta violentamente con la geografía urbana amplia y despojada, típica de los pueblitos norteamericanos. En medio de un océano de comunidades protestantes, la Iglesia Católica afirma su presencia vigilante e incólume. Guelph, sin embargo, no ofrece demasiados atractivos y en un día se la puede agotar. Un buen sitio para almorzar es el Carden Street Café, en pleno centro, 40 Carden St., que tiene cocina fusión asiático-caribeña, a un promedio 12 dólares canadienses por persona. El Days Inn es un sitio céntrico y decente para pasar la noche.
Los caminos rurales de la región son un espectáculo de aromas y de colores; a 25 km de Guelph está Elmira, un poblado de diez mil habitantes fundado por inmigrantes menonitas. Por las calles bucólicas de Elmira se puede ver hombres y mujeres vestidos en el estilo conocido como Pennsylvania Dutch, conduciendo carros tirados por percherones. Sombreros de ala ancha, tiradores y zapatos de labriego, los hombres; vestidos largos, cofias y botines negros, las mujeres. Elmira se jacta de tener el mejor jarabe de arce, la famosa maple syrup con que se bañan waffles y panqueques, de toda la región. El Magnolia Tea Room, 40 King St., es un excelente sitio para desayunar y probar la deliciosa pastelería local, los pasteles de pecana son un manjar de reyes.
Luego de pasar la mañana en Elmira, la recomendación es orientarse hacia Elora, a 13 km. Aldea famosa por su arquitectura decimonónica en piedra caliza y por el Elora Gorge, un profundo cañón cortado por el río Grande, Elora es uno de esos sitios donde lo rural y lo urbano, la naturaleza y la cultura, se confunden de manera mágica. El Elora Mill Inn funciona en un molino de ciento cincuenta años y es la opción más pintoresca a la hora de pernoctar. Las habitaciones se orientan sobre el cañón y el puente que lo atraviesa y cuestan alrededor de 200 dólares la noche, con desayuno incluido. El restaurante del albergue también es formidable.
A escasos 20 km de Elora, el pueblo de St. Jacobs es otro famoso asentamiento menonita. Su mayor atractivo es el mercado de granjeros. Este tipo de mercados, los farmer s markets, son una tradición muy antigua, pero muy viva tanto en Canadá como en Estados Unidos. En general funcionan los sábados hasta el mediodía, y en ellos se dan cita los agricultores, ganaderos, tamberos, apicultores y demás granjeros de la zona para vender sus productos. El mercado de St. Jacobs es famoso por ser uno de los más grandes y antiguos de la región. Las estrellas del mercado son, sin duda, los menonitas con sus manzanas, calabazas y jarabe de arce. Hoy en día St. Jacobs es un pantagruélico banquete comunal en donde se pueden degustar exquisiteces de todo tipo.
A quienes el atracón en St. Jacobs les haya despertado aún más el apetito, así como dormir mucho da sueño, comer mucho a veces da hambre, el consejo es que, de vuelta hacia Toronto paren en Kitchener, cualquier semejanza con un epónimo es pura coincidencia, y se harten de delicias en el restaurante coreano más famoso y auténtico de Ontario, y quizá de todo Canadá: Korean BBQ (265 King s St.). El panqueque coreano es una maravilla gustativa.
Pablo Maurette
La Nación - Turismo
TORONTO.- Entre las consecuencias del panfleto incendiario que Lutero clavó en aquella puerta de Wittemberg se cuentan la fundación de la Compañía de Jesús, y claro, de la Universidad del Salvador; la invención del Bloody Mary, trago que debe su nombre a María Tudor y su cruenta represión de protestantes; el ascenso y caída del pastor Giménez, y cientos de viajes en barco desde el norte de Europa hacia el norte de América. De la descollante cantidad de afiliaciones protestantes que proliferaron como setas después de la lluvia de acusaciones anticlericales de Lutero y sus continuadores, los menonitas son una de las más curiosas. Su fundador, Menno Simons, sacerdote holandés, pasó del catolicismo al anabaptismo y adoptó una postura alineada con la Iglesia estatal en Suiza. Luego de su muerte, sus seguidores se autodenominaron menonitas.
Sin embargo, una vez que se le toma el gusto al cisma es difícil ponerle límites al afán de discordia, y los menonitas, como tantas otras iglesias protestantes, se fueron desmembrando hasta atomizarse casi por completo. Igual que muchos otros protestantes demasiado radicales para Europa, muchísimos clanes menonitas cruzaron el océano y se instalaron en América. Una vez allí decidieron conservar su estilo de vida por los siglos de los siglos.
A una hora de Toronto por la carretera 401, en dirección sudoeste, hay un grupo de aldeas menonitas que realmente sorprenden, burbujas congeladas donde los relojes dejaron de funcionar hace cuatrocientos años. Es preciso tomar la salida de Guelph, ciudad por demás interesante, con un nombre muy poco inocente. Considerado uno de los mejores sitios para vivir en Canadá, Guelph fue fundada en 1827 y su nombre honra a la casa real inglesa de los Hannover, que se consideraban descendientes de los güelfos, aquella dinastía europea que en la Alta Edad Media fue partidaria furibunda del papa, contra los gibelinos antipapistas.
El centro de Guelph está dominado por la iglesia de Nuestra Señora Inmaculada, un verdadero monumento neogótico, que como una gárgola imponente domina el paisaje y contrasta violentamente con la geografía urbana amplia y despojada, típica de los pueblitos norteamericanos. En medio de un océano de comunidades protestantes, la Iglesia Católica afirma su presencia vigilante e incólume. Guelph, sin embargo, no ofrece demasiados atractivos y en un día se la puede agotar. Un buen sitio para almorzar es el Carden Street Café, en pleno centro, 40 Carden St., que tiene cocina fusión asiático-caribeña, a un promedio 12 dólares canadienses por persona. El Days Inn es un sitio céntrico y decente para pasar la noche.
Los caminos rurales de la región son un espectáculo de aromas y de colores; a 25 km de Guelph está Elmira, un poblado de diez mil habitantes fundado por inmigrantes menonitas. Por las calles bucólicas de Elmira se puede ver hombres y mujeres vestidos en el estilo conocido como Pennsylvania Dutch, conduciendo carros tirados por percherones. Sombreros de ala ancha, tiradores y zapatos de labriego, los hombres; vestidos largos, cofias y botines negros, las mujeres. Elmira se jacta de tener el mejor jarabe de arce, la famosa maple syrup con que se bañan waffles y panqueques, de toda la región. El Magnolia Tea Room, 40 King St., es un excelente sitio para desayunar y probar la deliciosa pastelería local, los pasteles de pecana son un manjar de reyes.
Luego de pasar la mañana en Elmira, la recomendación es orientarse hacia Elora, a 13 km. Aldea famosa por su arquitectura decimonónica en piedra caliza y por el Elora Gorge, un profundo cañón cortado por el río Grande, Elora es uno de esos sitios donde lo rural y lo urbano, la naturaleza y la cultura, se confunden de manera mágica. El Elora Mill Inn funciona en un molino de ciento cincuenta años y es la opción más pintoresca a la hora de pernoctar. Las habitaciones se orientan sobre el cañón y el puente que lo atraviesa y cuestan alrededor de 200 dólares la noche, con desayuno incluido. El restaurante del albergue también es formidable.
A escasos 20 km de Elora, el pueblo de St. Jacobs es otro famoso asentamiento menonita. Su mayor atractivo es el mercado de granjeros. Este tipo de mercados, los farmer s markets, son una tradición muy antigua, pero muy viva tanto en Canadá como en Estados Unidos. En general funcionan los sábados hasta el mediodía, y en ellos se dan cita los agricultores, ganaderos, tamberos, apicultores y demás granjeros de la zona para vender sus productos. El mercado de St. Jacobs es famoso por ser uno de los más grandes y antiguos de la región. Las estrellas del mercado son, sin duda, los menonitas con sus manzanas, calabazas y jarabe de arce. Hoy en día St. Jacobs es un pantagruélico banquete comunal en donde se pueden degustar exquisiteces de todo tipo.
A quienes el atracón en St. Jacobs les haya despertado aún más el apetito, así como dormir mucho da sueño, comer mucho a veces da hambre, el consejo es que, de vuelta hacia Toronto paren en Kitchener, cualquier semejanza con un epónimo es pura coincidencia, y se harten de delicias en el restaurante coreano más famoso y auténtico de Ontario, y quizá de todo Canadá: Korean BBQ (265 King s St.). El panqueque coreano es una maravilla gustativa.
Pablo Maurette
La Nación - Turismo
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