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lunes, 1 de octubre de 2007

The Waldorf Astoria: un hotel mitico


Cuesta creer que, hacia 1870, la suntuosa Park Avenue sólo era una arteria semiabandonada de Nueva York ocupada únicamente por unas pocas vías de ferrocarril, algunas fábricas y varios amplios espacios donde era depositada la basura del resto de la ciudad. Hoy, cuando se la transita o camina, provoca el asombro con su prolijo trazado y el lujo desbordante de sus edificios, muchos de los cuales son sede de importantes empresas. Uno de ellos, el hotel Waldorf Astoria, engalana a la avenida entre las calles 49 y 50 y –en pleno corazón de Manhattan– representa uno de los puntos más aristocráticos y exclusivos de La Gran Manzana

Sin embargo, los orígenes de este famoso establecimiento tuvieron lugar a unas cuantas cuadras de su ubicación actual, más precisamente adonde hoy se encuentra el Empire State, en la Quinta Avenida y la Calle 33. Allí, en 1893, fue construido el primer hotel –entonces llamado solamente Waldorf– como iniciativa de un inmigrante alemán llamado William Waldorf Astor que, desde su llegada a los Estados Unidos y gracias a su habilidad para los negocios, había amasado una gran fortuna. Años después, en 1897, su primo John Jacob Astor decidió edificar el Hotel Astoria en la Quinta Avenida y la Calle 34, o sea, prácticamente al lado. Por esta razón, ambas propiedades –que en realidad representaban la división de una de las familias más ricas del país– estaban unidas por una galería cerrada por la cual se paseaban los hombres y mujeres de la época luciendo sus mejores ropas. Con la unión de ambas propiedades fue como nació el Waldorf Astoria que, en 1931, fue trasladado al 301 de Park Avenue.

Señorial y sofisticado
Lo que no cuesta demasiado es imaginarse a Cole Porter deambulando por el sobrio lobby del hotel, confundiendo su glamorosa presencia con el inconfundible estilo del edificio. El gran compositor estadounidense –cuyas bellas canciones aún se escuchan en los salones de fiesta del hotel– fue uno de los tantos huéspedes famosos, al igual que Ella Fitzgerald, la Reina isabel II de Inglaterra, el general y ex presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower y hasta el mismísimo Carlos Gardel, quien estuvo alojado aquí durante su estadía neoyorquina de 1933.

Tanto la fachada exterior –en la que sobresale el nombre del hotel en letras doradas– como los interiores deslumbran por su distinción. Y no es para menos, ya que esta construcción –al igual que el Chrysler Building y el Rockefeller Center– es una obra maestra del art déco que, apenas abrió sus puertas, se convirtió en el lugar elegido para concretar los eventos sociales más importantes de la ciudad y –con el tiempo– en una verdadera institución neoyorquina.

Con su estilo señorial, que combina a la perfección lujo y tradición, El Waldorf Astoria les ofrece a sus huéspedes un magnífico lobby adornado con sofisticados murales, elegantes columnas, maravillosas arañas, finos azulejos, paneles con incrustaciones de ébano, un inmenso y maravilloso mosaico circular que da pena pisar y el techo decorado con delicadas ornamentaciones de oro y plata. Hacia uno de los extremos, en un delicado apartado, un soberbio piano de cola aporta el porcentaje de madera que siempre rubrica la elegancia de cualquier sitio. Hacia el otro lado, entre deslumbrantes alfombras y cómodos sillones, un bellísimo reloj de bronce y caoba –cedido por la Golsmith Company de Londres para la exhibición World’s Fair que se realizó en Chicago en 1893– termina por definir la entrada de uno de los hoteles más famosos del mundo.

Comodidades y gastronomía
El Waldorf Astoria tiene a disposición 1120 espaciosas habitaciones y 95 suites. Entre sus 25 salones para banquetes y reuniones sobresalen el Starlight Roof y The Garden Ballroom, espacios que han recibido –y continúan haciéndolo– a lo más selecto de la sociedad de Nueva York como así también a numerosas estrellas del cine y la música. En diciembre de 2004, por ejemplo, fue sede del evento que incluyó a la banda irlandesa U2 en el legendario Rock’n’Roll Hall of Fame. En el piso 19, los huéspedes pueden hacer uso del Plus One Fitness Center, que ofrece servicio de personal-trainer además de masajes, diversas terapias relajantes y tratamientos con hierbas.

Asimismo, los hombres de negocios pueden desarrollar todas sus actividades en el business-center de la planta baja, donde cuentan con servicio de secretarias, modernas fotocopiadoras, fax, internet y todo lo indispensable para llevar adelante su trabajo con comodidad y eficiencia.

En cuanto a la gastronomía, en el Waldorf Astoria se encuentra el Peacock Alley, uno de los restaurantes especializados en comida francesa más afamados de Nueva York. El Bull & Bear, por su parte, se dedica con exclusividad a los pescados, las carnes y las cervezas. La comida internacional puede degustarse en Oscar´s, mientras que en el Inagiku –de sutil decoración oriental– se sirven los mejores platos de origen japonés. Para los tragos o el café –antes o después de las caminatas por la ciudad– son ideales el Peacock Alley Lounge y el Cocktail Terrace, este último situado en el lobby y con vista a Park Avenue.

Reserva de elegancia
En 1977, la propiedad del Waldorf Astoria fue adquirida por la Hilton Hotels Corporation, que desde entonces se encargó de mantener al establecimiento en el alto nivel que siempre lo caracterizó. El amplio espacio comprendido entre los pisos 28 y 42 es ocupado por The Waldorf Towers, que en realidad es un hotel independiente dentro del mismo hotel. Se trata de 180 habitaciones distribuidas en un sofisticado ambiente de estilo europeo y con entrada propia –por la calle 50– y lobby privado separados del hotel principal.

Y como para afirmar aún más su condición de símbolo, no sólo neoyorquino sino también estadounidense, en 1999 el Waldorf fue designado Tesoro Nacional por el National Trust Historic of America.

Y tal honor no es exagerado. Cualquiera que tenga la suerte de conocerlo sabrá apreciar que esta joya arquitectónica –sumada a la mística que le otorgaron los famosos que la eligieron para alojarse– es una auténtica reserva de elegancia y distinción. Como la voz de Ella Fitzgerald, como una canción de Cole Porter.

Leonardo Larini
Pagina 12 - Turismo

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