El lugar en el que se dio vida a grandes íconos del spaghetti western aún conserva las huellas de su pasado célebre. A recorrerlo.
Qué le pasaba por la cabeza?” Tal fue mi primera impresión al ver el desierto de Tabernas en la región de Almería, al sudeste de España. Unica zona semidesértica de Europa, con un promedio de precipitaciones de apenas tres días al año y temperaturas de hasta 48°C en verano, Tabernas es un lugar árido y poco acogedor que durante 15 años, desde principios de los 60, fue la meca de los cineastas.
Fue allí donde el director italiano Sergio Leone popularizó los spaghetti western (películas de vaqueros italianas), y donde filmó su operística “trilogía de los dólares”: Un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y (entra el fondo musical de Ennio Morricone) El bueno, el malo y el feo, amén de su clásico Erase una vez en el Oeste. En el ínterin, reescribió las reglas de los films del Oeste, revitalizó el estancado género y convirtió en estrella a un joven actor llamado Clint Eastwood.
Tabernas ha servido de ambientación a centenares de cintas, como El pasajero de Antonioni, Patton e incluso algunos segmentos de Cleopatra. Sin embargo, el género del spaghetti western es mi favorito, y por eso he venido al desierto español a explorar los viejos “pueblos del Oeste”. Tres mohosos platós/pueblos –Western Leone, Mini-Hollywood y Fort Bravo– están a poca distancia entre sí en el corazón del desierto.
Mi primera escala es Western Leone. Viajo en mi auto dando tumbos por el camino de tierra y emocionado al ver a lo lejos la gran hacienda roja que albergara a Claudia Cardinale y fuera un elemento central de la cinta de Leone Erase una vez en el Oeste. Al acercarme, veo que sólo quedan unas cuantas fachadas desclavadas por el obsesionante viento. Ese día, Western Leone se encuentra casi desierto, excepto por un hombre, vestido como sargento del Ejército de la Unión y dormido frente a la hacienda, de donde cuelga un letrero que anuncia: “Saloon”.
Al notarme, se incorpora lentamente y desaparece en el interior. De pronto escucho el sonido de un viejo generador y el tema musical de La muerte tenía un precio prorrumpe del enorme altavoz. Con poca convicción, ofrece hacerme una fotografía con sombrero de época, espuelas y revólver por escasos siete euros.
Comidas típicas En uno de los pocos restaurantes de la zona, Enriqueta García sirve sus clásicos platos de pescado para que disfruten los escasos visitantes que recibe cada día.
Al llegar a Fort Bravo, consigo relajarme. Quizá gracias a su típica calle principal con herrería, cárcel y hotel; tal vez la cantina en operaciones con caballos en la entrada. No puedo precisarlo, pero Fort Bravo posee un reposado encanto. Incluso tiene su propio cadalso. Hace casi 30 años, el destartalado plató fue adquirido por seis mil dólares por Rafa Molina, rubio y doble oriundo de Valencia, quien aceptó el trato con un fin: “Para asegurarme de que si hacían una película allí, me darían trabajo”. Es el único de los tres pueblos que aún se utiliza con cierta frecuencia como plató cinematográfico.
Quebrado y desempleado a principios de los ochenta, Molina abrió el lugar como atracción turística. Permitía a los visitantes recorrer las desiertas fachadas y escaparates de tiendas. Unos años después comenzó a montar espectáculos, como tiroteos y peleas de cantina. Al caer la tarde, cuando casi todos se han ido, en el silencio del desierto y las sombras cada vez más largas, camino lentamente por el centro de la calle, con las manos colgando a los lados y esperando encontrarme al amenazador “Tuco” de Eli Wallach saliendo por las puertas de la cantina.
Mientras Molina y yo nos acomodamos para charlar, entra Paco Barrilado, corpulento andaluz y antiguo boxeador, también doble y veterano de numerosos westerns de Sergio Leone. “Era muy estricto –recuerda Barrilado acerca del director–; si no querías problemas, hacías lo que él decía”. “¿Y tú lo hacías?”, pregunto. “Era joven. Sergio siempre llevaba una moneda de un dólar en la mano y cuando se enfadaba, la hacía girar entre los dedos. Mala señal.”
Barrilado y Molina afirman haber trabajado en Indiana Jones y la última cruzada, rodada a unos 30 kilómetros al sur, donde el desierto se extiende hacia el mar. “Me mataron unas diez veces en esa película”, comenta Molina. “A mí me hicieron pedazos en un tanque alemán”, interpone Barrilado.
Sin dejarse opacar, Barrilado afirma: “Yo compré el poncho que Clint Eastwood usó en las películas de Leone. Fue en Níjar, a unos kilómetros de aquí”, insiste. “También le enseñé a mover el habano en la boca. Porque no fumaba, ¿sabes?”
Acunada en las faldas de la sierra de Alhamilla, 16 kilómetros al sur de Fort Bravo, se encuentra la aldea de Níjar, con tres mil habitantes y blancas casas cuadradas Sus artesanos son famosos.Isabel Soler, de ojos y cabello negro, originaria de Níjar, ha tejido tapetes toda su vida. “Mi abuela era tejedora, igual que mi madre”. Su marido, Matthew, llegó al pueblo hace 18 años desde Inglaterra y se abrió camino en el negocio de la alfarería local. “Sólo pregunta por el inglés y cualquiera te dirá dónde está nuestra tienda.”
De vuelta en Fort Bravo, monto a caballo con Ray Murray para recorrer los yermos de Tabernas. Sargento de policía en Inglaterra, Murray llegó a España hace 11 años y hoy es difícil adivinar su antigua profesión; parece haberse fundido con el lugar. Es director de una escuela que promueve prácticas comerciales éticas, y posee un negocio de paseos a caballo en las afueras de Fort Bravo. Mientras avanzamos, conversamos invariablemente, las películas y cómo afectaron nuestras vidas. Hablamos del western. “No sería el hombre que soy si no hubiera visto Solo ante el peligro –afirma–. Fue la base de mis principios éticos”.
La tienda del inglés. Los artesanos de Níjar, famosos en la región
Bajamos por una barranca y encontramos un manantial que brota del suelo. Es la única fuente de agua que he visto, y los caballos se detienen a beber. De pronto, a lo lejos, descubro una extraña escena. El reseco lecho del río parece abrirse y veo palmeras meciéndose suavemente en una levísima brisa. “Lo construyeron para Lawrence de Arabia –me explica–. Me hablaron de este lugar. Sabía que estaba por aquí”.
En 1961, el rodaje del clásico del director David Lean, Lawrence de Arabia, tuvo que abandonar las locaciones de Jordania a mitad de la producción. ¿Por qué eligieron Tabernas? En busca de respuestas, llego hasta el bar del hotel El Dorado, en la costera Carboneras, 50 kilómetros al sudeste de Fort Bravo. El Dorado es un descolorido palacio tapizado con fotografías de la vieja Hollywood, creación de Eddie Fowlie: explorador de locaciones, utilero y especialista en efectos especiales. Con 85 años, sigue siendo un tipo impresionante. “Lo más difícil de reproducir era Aqaba –explica Fowlie–. Necesitábamos un lugar donde el desierto llegara al mar. Cuando vi este sitio, supe que había encontrado la solución y construimos Aqaba aquí mismo”. Tanto le gustó que compró las tierras, construyó el hotel y jamás volvió a salir de allí.
Fowlie recuerda: “Mientras rodábamos Lawrence, un día David Lean me dijo: ‘Necesitamos un oasis’. Era para la escena con Anthony Quinn, y como no lo había, tuvimos que construirlo. Es lo que viste. Hicimos estallar los trenes de Lawrence en la playa de Cabo de Gata”.
El trayecto costero hasta el Parque Nacional Cabo de Gata es corto. Allí, el desierto se extiende por las montañas de la costa hasta el Mediterráneo. Aunque no hay trenes humeantes, encuentro la playa de Los Genoveses, donde Spielberg mató varias veces a Rafa Molina y Paco Barrilado en Indiana Jones... Sin embargo, es otra la playa que me interesa. Me detengo en lo alto de las dunas, con el mar enfrente y el desierto a mis espaldas. El hombre sin nombre rodó por estas mismas dunas, abrumado por la sed y el sol, en lo que parecía una película rodada en el corazón del desierto. Pero si Leone hubiera enfocado su cámara en la dirección contraria, habríamos admirado la extensa vista del Mediterráneo a unos metros de distancia.
Andrew Mccarthy
Colaborador de National Geographic Traveler.
Qué le pasaba por la cabeza?” Tal fue mi primera impresión al ver el desierto de Tabernas en la región de Almería, al sudeste de España. Unica zona semidesértica de Europa, con un promedio de precipitaciones de apenas tres días al año y temperaturas de hasta 48°C en verano, Tabernas es un lugar árido y poco acogedor que durante 15 años, desde principios de los 60, fue la meca de los cineastas.
Fue allí donde el director italiano Sergio Leone popularizó los spaghetti western (películas de vaqueros italianas), y donde filmó su operística “trilogía de los dólares”: Un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y (entra el fondo musical de Ennio Morricone) El bueno, el malo y el feo, amén de su clásico Erase una vez en el Oeste. En el ínterin, reescribió las reglas de los films del Oeste, revitalizó el estancado género y convirtió en estrella a un joven actor llamado Clint Eastwood.
Tabernas ha servido de ambientación a centenares de cintas, como El pasajero de Antonioni, Patton e incluso algunos segmentos de Cleopatra. Sin embargo, el género del spaghetti western es mi favorito, y por eso he venido al desierto español a explorar los viejos “pueblos del Oeste”. Tres mohosos platós/pueblos –Western Leone, Mini-Hollywood y Fort Bravo– están a poca distancia entre sí en el corazón del desierto.
Mi primera escala es Western Leone. Viajo en mi auto dando tumbos por el camino de tierra y emocionado al ver a lo lejos la gran hacienda roja que albergara a Claudia Cardinale y fuera un elemento central de la cinta de Leone Erase una vez en el Oeste. Al acercarme, veo que sólo quedan unas cuantas fachadas desclavadas por el obsesionante viento. Ese día, Western Leone se encuentra casi desierto, excepto por un hombre, vestido como sargento del Ejército de la Unión y dormido frente a la hacienda, de donde cuelga un letrero que anuncia: “Saloon”.
Al notarme, se incorpora lentamente y desaparece en el interior. De pronto escucho el sonido de un viejo generador y el tema musical de La muerte tenía un precio prorrumpe del enorme altavoz. Con poca convicción, ofrece hacerme una fotografía con sombrero de época, espuelas y revólver por escasos siete euros.
Mi siguiente destino: Mini-Hollywood, donde rodaron la mayor parte de El bueno, el malo y el feo. El lugar fue transformado en un parque temático donde “vaqueros” y “coristas”, todos disfrazados, desfilan por las aceras pavimentadas. Hay un local con juegos de video y los escaparates ofrecen cualquier clase de baratijas. A todas luces, Mini-Hollywood subsiste mediante el negocio de los paquetes turísticos, como demuestra el estacionamiento con espacio reservado para autobuses. Decido seguir mi camino.
Comidas típicas En uno de los pocos restaurantes de la zona, Enriqueta García sirve sus clásicos platos de pescado para que disfruten los escasos visitantes que recibe cada día.
Al llegar a Fort Bravo, consigo relajarme. Quizá gracias a su típica calle principal con herrería, cárcel y hotel; tal vez la cantina en operaciones con caballos en la entrada. No puedo precisarlo, pero Fort Bravo posee un reposado encanto. Incluso tiene su propio cadalso. Hace casi 30 años, el destartalado plató fue adquirido por seis mil dólares por Rafa Molina, rubio y doble oriundo de Valencia, quien aceptó el trato con un fin: “Para asegurarme de que si hacían una película allí, me darían trabajo”. Es el único de los tres pueblos que aún se utiliza con cierta frecuencia como plató cinematográfico.
Quebrado y desempleado a principios de los ochenta, Molina abrió el lugar como atracción turística. Permitía a los visitantes recorrer las desiertas fachadas y escaparates de tiendas. Unos años después comenzó a montar espectáculos, como tiroteos y peleas de cantina. Al caer la tarde, cuando casi todos se han ido, en el silencio del desierto y las sombras cada vez más largas, camino lentamente por el centro de la calle, con las manos colgando a los lados y esperando encontrarme al amenazador “Tuco” de Eli Wallach saliendo por las puertas de la cantina.
Mientras Molina y yo nos acomodamos para charlar, entra Paco Barrilado, corpulento andaluz y antiguo boxeador, también doble y veterano de numerosos westerns de Sergio Leone. “Era muy estricto –recuerda Barrilado acerca del director–; si no querías problemas, hacías lo que él decía”. “¿Y tú lo hacías?”, pregunto. “Era joven. Sergio siempre llevaba una moneda de un dólar en la mano y cuando se enfadaba, la hacía girar entre los dedos. Mala señal.”
Barrilado y Molina afirman haber trabajado en Indiana Jones y la última cruzada, rodada a unos 30 kilómetros al sur, donde el desierto se extiende hacia el mar. “Me mataron unas diez veces en esa película”, comenta Molina. “A mí me hicieron pedazos en un tanque alemán”, interpone Barrilado.
Sin dejarse opacar, Barrilado afirma: “Yo compré el poncho que Clint Eastwood usó en las películas de Leone. Fue en Níjar, a unos kilómetros de aquí”, insiste. “También le enseñé a mover el habano en la boca. Porque no fumaba, ¿sabes?”
Acunada en las faldas de la sierra de Alhamilla, 16 kilómetros al sur de Fort Bravo, se encuentra la aldea de Níjar, con tres mil habitantes y blancas casas cuadradas Sus artesanos son famosos.Isabel Soler, de ojos y cabello negro, originaria de Níjar, ha tejido tapetes toda su vida. “Mi abuela era tejedora, igual que mi madre”. Su marido, Matthew, llegó al pueblo hace 18 años desde Inglaterra y se abrió camino en el negocio de la alfarería local. “Sólo pregunta por el inglés y cualquiera te dirá dónde está nuestra tienda.”
De vuelta en Fort Bravo, monto a caballo con Ray Murray para recorrer los yermos de Tabernas. Sargento de policía en Inglaterra, Murray llegó a España hace 11 años y hoy es difícil adivinar su antigua profesión; parece haberse fundido con el lugar. Es director de una escuela que promueve prácticas comerciales éticas, y posee un negocio de paseos a caballo en las afueras de Fort Bravo. Mientras avanzamos, conversamos invariablemente, las películas y cómo afectaron nuestras vidas. Hablamos del western. “No sería el hombre que soy si no hubiera visto Solo ante el peligro –afirma–. Fue la base de mis principios éticos”.
En la cima de un monte, se detiene a contemplar el valle. “¿Te parece conocido?”, me pregunta. “¿Debería?”, respondo. “Estamos donde Leone hizo la famosa primera toma de La muerte tenía un precio, en la que el jinete cae muerto del caballo.”
La tienda del inglés. Los artesanos de Níjar, famosos en la región
Bajamos por una barranca y encontramos un manantial que brota del suelo. Es la única fuente de agua que he visto, y los caballos se detienen a beber. De pronto, a lo lejos, descubro una extraña escena. El reseco lecho del río parece abrirse y veo palmeras meciéndose suavemente en una levísima brisa. “Lo construyeron para Lawrence de Arabia –me explica–. Me hablaron de este lugar. Sabía que estaba por aquí”.
En 1961, el rodaje del clásico del director David Lean, Lawrence de Arabia, tuvo que abandonar las locaciones de Jordania a mitad de la producción. ¿Por qué eligieron Tabernas? En busca de respuestas, llego hasta el bar del hotel El Dorado, en la costera Carboneras, 50 kilómetros al sudeste de Fort Bravo. El Dorado es un descolorido palacio tapizado con fotografías de la vieja Hollywood, creación de Eddie Fowlie: explorador de locaciones, utilero y especialista en efectos especiales. Con 85 años, sigue siendo un tipo impresionante. “Lo más difícil de reproducir era Aqaba –explica Fowlie–. Necesitábamos un lugar donde el desierto llegara al mar. Cuando vi este sitio, supe que había encontrado la solución y construimos Aqaba aquí mismo”. Tanto le gustó que compró las tierras, construyó el hotel y jamás volvió a salir de allí.
Fowlie recuerda: “Mientras rodábamos Lawrence, un día David Lean me dijo: ‘Necesitamos un oasis’. Era para la escena con Anthony Quinn, y como no lo había, tuvimos que construirlo. Es lo que viste. Hicimos estallar los trenes de Lawrence en la playa de Cabo de Gata”.
El trayecto costero hasta el Parque Nacional Cabo de Gata es corto. Allí, el desierto se extiende por las montañas de la costa hasta el Mediterráneo. Aunque no hay trenes humeantes, encuentro la playa de Los Genoveses, donde Spielberg mató varias veces a Rafa Molina y Paco Barrilado en Indiana Jones... Sin embargo, es otra la playa que me interesa. Me detengo en lo alto de las dunas, con el mar enfrente y el desierto a mis espaldas. El hombre sin nombre rodó por estas mismas dunas, abrumado por la sed y el sol, en lo que parecía una película rodada en el corazón del desierto. Pero si Leone hubiera enfocado su cámara en la dirección contraria, habríamos admirado la extensa vista del Mediterráneo a unos metros de distancia.
Andrew Mccarthy
Colaborador de National Geographic Traveler.
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