De a poco se abre al turismo con increíbles montañas ricas en oro y otros minerales, además de su centenario cablecarril, uno de los más largos del mundo
En este pueblo no se puede tener el oro y el cerro. En sus pocas cuadras, replegadas en el tiempo y acurrucadas al pie de la imponente sierra de los Nevados de Famatina, no hay lugar a dudas: algo pasa con el cerro. Desde hace meses, los vecinos están parando las obras de un enorme complejo minero que extrajerá oro de las entrañas de la montaña. En las paredes, las pintadas rezan El Famatina no se toca , con dibujos naïf que auguran un futuro apocalíptico. También en la plaza los carteles advierten No a la minería, no al cianuro . El pueblo entero se movilizó en contra de la mina, para preservar su estilo de vida y las aguas que bajan de la montaña.
En medio de la árida provincia de La Rioja, Famatina es como un oasis, cuyos nogales y cultivos prosperan gracias a los arroyos que bajan de los nevados, con sus aguas amarillas cargadas de ocre. Curiosamente, tienen el mismo color que el metal de la discordia. Son doradas
Y en busca de alternativas a la minería, Famatina se vuelca lentamente al turismo. No es por falta de atractivos que permaneció hasta ahora más bien al margen, sino por su lejanía, la falta de infraestructura y el poco interés en desarrollar la actividad. Pero ahora las cosas son distintas: a lo largo de la avenida principal, que se topa con la plaza, ya hay una agencia en un local recién pintado y bien puesto, que ofrece excursiones y visitas en toda la región. Algunos vecinos proveen también sus camionetas para recorrer los difíciles y cansadores caminos de montaña, en busca de la otra riqueza del Famatina: los paisajes y los colores increíbles de sus rocas. Las vistas y las fotos también valen oro.
Todos los colores
Tal vez el cerro de los Siete Colores en Jujuy sea más famoso, pero el Famatina no se queda atrás en matices y tonos. Sin embargo, la llegada es complicada. Desde que el camino que se adentra en el macizo está bajo control de un piquete de vecinos que impiden el acceso al personal de la mina, el lugar ya no tiene mantenimiento y, además, se va desgastando con las crecidas del arroyo cuyo curso sigue y cruza varias veces. Los vehículos todoterreno penan entre las piedras, a escasos kilómetros por hora, y el concepto de turismo de aventura toma todo su sentido a medida que se cierra el valle.
Los choferes de las camionetas son a la vez guías y activistas en contra de la explotación minera. Aprovechan los altos en el camino para mostrar las riquezas que quieren preservar al no permitir la puesta en marcha de la mina: ríos de distintos colores que mezclan sus aguas, puestos trogloditas de pastores, yacimientos de barro ocre, panoramas sobre el valle del río Amarillo. Aprovechan cada parada para cortar plantas medicinales, que luego usarán en sus casas para curar fiebres, dolores de estómago, jaquecas y otros males. Este oro verde es otro bien que quieren proteger y hacer conocer a los turistas, para que entiendan el porqué de su oposición.
En realidad, si el oro es una presencia permanente en las excursiones de aventura por las montañas del Famatina, ya sea en auto, de a caballo o en caminatas, no se lo ve demasiado. Cerca de la barrera de acceso a la montaña, que los vecinos controlan desde hace meses, una familia entera vive de la búsqueda del oro. El padre, ayudado por su esposa e hijos, baja bolsos de barro de la montaña y los lava en un brazo del arroyo: cada semana logra extraer algunos gramos del precioso metal, que vende luego en Chilecito, para vivir en su puesto de montaña, donde el único lujo es un loro que da la bienvenida a los ocasionales visitantes.
José, el último de los búscadores de oro del Famatina, que otrora fueron numerosos y marcaron la historia regional, no es avaro con su tiempo para mostrar su método de trabajo y explicar cómo tiene que pelearle al cerro por algunas minúsculas lentejuelas. Lavando el barro, repitiendo los mismos gestos una y otra vez, al fin del día tiene en su mano algunos destellos dorados que, junto a las pepitas reunidas en otros pacientes días de trabajo, logran pesar algunos gramos y son el pasaporte a un nuevo período de supervivencia.
La Mejicana (foto)
Si la vida de los buscadores de oro no cambió con el tiempo, la de los vecinos del pueblo de Famatina empieza a transformarse con la toma de conciencia de que el turismo puede ser la mejor alternativa a la mina. La iglesia es el orgullo principal de los vecinos, gracias a una imagen de madera articulada de Cristo, traída desde el Alto Perú en el siglo XVII, que se lleva en procesión para Navidad y Semana Santa. La Chaya, versión riojana del Carnaval, durante la cual los vecinos se tiran líquidos y harina por la calle, es otro corte en la tranquila rutina famatinense.
El auge del turismo que vive hoy la Argentina llegó así hasta estos rincones de La Rioja. No muy lejos de Famatina, en Chañarmuyo, se construyó un hotel dentro de una bodega orgánica, para recibir a los turistas que siguen la ruta de los vinos riojanos hasta Chilecito, cercana en distancia, pero lejana en el tiempo.
Chilecito es una ciudad pujante, que atrapa todo lo que puede del mundo actual para volcarlo en la vida de sus habitantes: una de sus ideas es habilitar un camino que permita seguir el tendido del cablecarril La Mejicana, una verdadera obra maestra de ingeniería, que permitía bajar minerales desde las montañas hasta Chilecito en vagonetas a lo largo de 35 kilómetros, con un desnivel de 3500 metros. Las nueve estaciones del cablecarril siguen en pie, y una de las excursiones tradicionales que salen de Famatina tiene como objetivo llegar hasta una de ellas, cuando el tiempo y, sobre todo, el estado del camino lo permiten.
La Mejicana operó en los primeros años del siglo XX y fue uno de los cablecarriles más largos del mundo: ahora, aunque hace tiempo que no está en actividad, su terminal en Chilecito fue convertida en un pequeño museo, donde se conservan herramientas, mapas, fotos y algunos recuerdos de una obra que fue una verdadera epopeya, además del símbolo de una nación pujante que modernizaba hasta sus rincones más lejanos, hoy adormecidos en estos recuerdos.
Uvas de Chañarmuyo
Al pie de la sierra de Famatina, el pueblito está apenas formado por un puñado de casas que bordean una vereda angosta a lo largo de la ruta. Es un oasis en medio de la aridez de las montañas gracias a las acequias y las aguas que bajan de las montañas. Los cardones conviven con un centenar de hectáreas de viñedos, que producen vinos cada vez más apreciados por los consumidores de la Argentina y el mundo. Como los demás vinos riojanos, los de Chañarmuyo resaltan las bondades de un clima donde las temperaturas son ideales, el sol abundante y el agua cristalina. El único peligro es el granizo, de ahí que las plantas se vean bajo la protección de las redes que buscan impedir eventuales daños. La bodega se complementa con un hotel, con habitaciones repartidas a lo largo de una galería cubierta por vides con uvas de mesa. Este nuevo emprendimiento está creciendo rápidamente y atrae cada vez más visitantes que quieren combinar degustaciones y visitas a la bodega con una buena mesa y un hotel confortable.
Datos útiles
Cómo llegar
Aerolíneas Argentinas vuela a La Rioja, desde allí, son 196 km a Chilecito por ruta asfaltada, y luego otros 50 km al pueblo de Famatina.
Información:
Casa de La Rioja en Bs.As
Av. Callao 745
4815 1929 / 4813 3417/18/19
Días y Horarios : lunes a viernes, de 9 a 18 hs.
casadelarioja@fibertel.com.ar
En Internet
www.larioja.gov.ar/municipios/mu-fam/mfam.htm
www.larioja.gov.ar/turismo
Pierre Dumas
La Nación - Turismo
Fotos: Pierre Dumas y Web
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