Ciudad portuaria y de colores deslumbrantes, Valparaíso posee una enorme similitud con el barrio porteño de La Boca. Patrimonio de la Humanidad desde 2003, es considerada una reliquia arquitectónica
Un primer vistazo teje lazos indisolubles con los pagos de Quinquela: los colores arrebatan la mirada, el sonido del puerto se cuela en boliches tangueros, y el andar más bohemio que exquisito, dice presente en las estrechas y empedradas callecitas. Valparaíso, como el barrio porteño de La Boca, es testimonio de arribos y despedidas, de lo propio y lo que llega desde lejos, de todo eso que un puerto puede generar a su alrededor. Gestado como uno de los primeros asentamientos de la colonia española en el siglo XVI, el puerto ha sido el eje central de Santiago de Chile durante siglos, con una gran implicancia político-económica. Su incipiente crecimiento vino de la mano también de los primeros bancos y la bolsa de valores, constituyendo rápidamente a la ciudad en la principal plaza comercial y financiera del país. Así, unida su gracia al progreso, fue propagando la llegada de los pioneros de una nueva clase económica, que construyeron mansiones que aún sobreviven intactas al paso del tiempo. Estas reliquias son algunos de los motivos que motorizaron al gobierno para nombrarla Capital Cultural de Chile en 2003, pero unos días después la Unesco decidió subir la apuesta y condecorarla con el galardón más amplio, declarándola Patrimonio de la Humanidad.
Un rincon arrabalero
De luces y colores
Si algo destaca a una ciudad es la presencia de luz. Y hay sitios que hacen un arte de su iluminación, como Valparaíso. Desde que amanece hasta que cae la noche la costa se presenta como un anfiteatro al aire libre, que de día llega con el reflejo del agua a los muchos rincones de la ciudad, y cuando la oscuridad cae desde arriba, miles de focos se encienden como chispas para un nuevo escenario.
Los colores son otro dato particular de Valparaíso. En sus laderas constantemente irregulares (que hacen de las escaleras un atributo tan presente como árboles o veredas) otros boliches musiqueros aportan el folklore que une a sus habitantes con lo más íntimo de su tradición. Por esas texturas y sus mil vistas panorámicas, se cuenta que algún poeta, pintor y músico, ha llegado de visita y no ha vuelto a salir de aquí, atrapado por esa suerte de musa invisible que sabe enamorar hasta a los más resistentes.
Vista desde arriba, la ciudad parece una enorme herradura, con calles angulares y curvas que eluden sus picos, consecuencia de los movimientos que la tierra produjo hace tiempo. Plantada de cara al mar, sus edificaciones van de la mano con pequeños pasajes de tránsito comercial, y la gran cantidad de cerros son el centro de atracción para quien desea una vista global de su corredor oceánico.
En lo arquitectónico sobresale lo “viejo”, pero más bien le cabe todo tipo de estilo arquitectónico: en los alrededores puede encontrarse desde palmeras símil California a vitrales art nouveau de la primera hora. Ya en el centro, la escapada a la tradicional feria de antigüedades ofrece objetos muy curiosos, que van desde viejos baúles a antiquísimos tocadiscos. Este sitio es también una fabulosa librería, algo similar a la que puede encontrarse en la plaza del correo en pleno centro porteño, o en las inmediaciones de la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
Subi-baja
Nadie que pase por Valparaíso olvidará sus pendientes. Sus 45 cerros sobre la bahía, permiten la vista excepcional de dieciséis miradores, a los que puede accederse mediante quince ascensores. Una vez allí, la ciudad vuelve a surgir una y otra vez, desordenada, bellísima.
La historia cuenta que mientras unos cerros eran pobres y habitados por la clase obrera portuaria, otros mostraban una gran coquetería, formando así los barrios contrapuestos que hay en toda ciudad, pero estos enmarcados por pendientes fascinantes. Esa ambigüedad se hacía presente en El Almendral, que había crecido hasta convertirse en el sector por excelencia del comercio, con haciendas y viñedos a los pies del cerro Barón. Desde su desarrollo en el período de la colonia, este sector mostraba un marcado contraste con la formación del sector puerto, separados ambos por el camino del Almendral y la Angostura del Cabo.
En el otro lado de la historia estaba la llegada al puerto, con la repetida entrada y salida de los barcos pesqueros, símbolo del trabajo sacrificado de toda una población. En esas explanadas subsisten hoy relatos de aquellos indígenas labradores y pescadores, que utilizaban para sus faenas balsas de cuero de animales. El Muelle Prat es otro testigo del incesante ritmo naviero, y el Barrio del Puerto, artesanía y rostros curtidos al sol de por medio, es una síntesis de la vida portuaria.
En esos contrastes se hace presente un elemento que supo unir a los de arriba con los de abajo. Hoy parte del orgullo de la ciudad, los ascensores son tan útiles como pintorescos, y han sido declarados patrimonio nacional. Pese a su destartalado siglo de vida, siguen transportando gente en un viaje vertical por las laderas de los cerros como desde principios de siglo, permitiendo la llegada a muchos de los miradores de la zona. La mayoría conserva su estructura original, y su andar promedio de un minuto (mareo incluido para los no habitúes) es un verdadero espectáculo sobre la bahía.
De recorrida
Valparaíso es un lugar para perderse tranquilo, pero si se prefieren las visitas guiadas, el turismo local está pautado en ocho circuitos regionales. El del cerro Concepción invita a conocer uno de los primeros asentamientos de inmigrantes ingleses y alemanes, con paseos por lugares históricos y visitas a la iglesia luterana y anglicana Saint Paul’s, ambas monumentos nacionales. El segundo circuito en el cerro Alegre hace hincapié en el arte con la visita a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Ciencias de la Educación, y la mansión del Museo de Bellas Artes. Allí está la Casa Higueras, una antigua casona de la década del 30, respetuosamente reciclada y que al ingresar sorprende con las comodidades de un gran hotel, con 20 habitaciones distribuidas en cuatro de los siete pisos de su construcción.
Otro circuito es el denominado “Los inmigrantes”, que entrelaza callecitas con historias y la actividad portuaria y naval, concluyendo en el imponente monumento a Los Héroes del Combate Naval de Iquique, durante la Guerra del Pacífico. Continúa el circuito al “Casco histórico”, con visita a calles, plazas, pasajes y escaleras que son testimonio de la creación de Valparaíso, además de la llegada al museo del Mar y algunos viejos restaurantes. El quinto circuito recorre las pintorescas casonas de la playa, de pura madera y enorme valor patrimonial, como el Paseo 21 de Mayo, ubicado en el Cerro Playa Ancha, uno de los principales miradores de la zona.
El “museo a cielo abierto” sigue la recorrida de circuitos en el cerro Bella Vista y su ascensor Espíritu Santo. Allí la plaza Victoria ofrece una fuente de agua que fue traída desde Francia y cuatro estatuas que representan las estaciones del año (reliquias de 1875) y una glorieta donde suele haber espectáculos públicos. El séptimo recorrido muestra la típica estructura urbana, catedral, Palacio Lyon y museo de Historia Natural de por medio. La biblioteca Santiago Severín, inaugurada en 1919 y poseedora de 82 mil volúmenes de libros y 260 mil ejemplares de diarios y revistas, es su punto más alto.
El último circuito concluye con una referencia muy fuerte a Pablo Neruda y su presencia en la ciudad, ideal para los amantes de la poesía, y como para quedar empachado de esta “perla” del Pacífico.
Pablo Donadio
Imagenes: Alexia Moy
Pagina 12 - Turismo
Un primer vistazo teje lazos indisolubles con los pagos de Quinquela: los colores arrebatan la mirada, el sonido del puerto se cuela en boliches tangueros, y el andar más bohemio que exquisito, dice presente en las estrechas y empedradas callecitas. Valparaíso, como el barrio porteño de La Boca, es testimonio de arribos y despedidas, de lo propio y lo que llega desde lejos, de todo eso que un puerto puede generar a su alrededor. Gestado como uno de los primeros asentamientos de la colonia española en el siglo XVI, el puerto ha sido el eje central de Santiago de Chile durante siglos, con una gran implicancia político-económica. Su incipiente crecimiento vino de la mano también de los primeros bancos y la bolsa de valores, constituyendo rápidamente a la ciudad en la principal plaza comercial y financiera del país. Así, unida su gracia al progreso, fue propagando la llegada de los pioneros de una nueva clase económica, que construyeron mansiones que aún sobreviven intactas al paso del tiempo. Estas reliquias son algunos de los motivos que motorizaron al gobierno para nombrarla Capital Cultural de Chile en 2003, pero unos días después la Unesco decidió subir la apuesta y condecorarla con el galardón más amplio, declarándola Patrimonio de la Humanidad.
Un rincon arrabalero
Si vale como resumen, el logo turístico de Valparaíso es un sombrero negro típico del tango. Este ritmo cobra una dimensión imprevista si se piensa Chile en abstracto. Cercana al puerto, la Plaza Cívica de Bella Vista suele ofrecer alguna pareja danzando apasionadamente entre cortes y quebradas, imágenes que se reiteran en milongas cercanas y ventanas que escupen melodías de amores perdidos, de penas y noches de alcohol. Entre bares y callejuelas empedradas, la ciudad le es al tango lo que el agua al océano. Ultima sede de la Cumbre Mundial del Tango (la próxima se celebrará en nuestro país, en la ciudad de San Carlos de Bariloche, en 2009), Valparaíso mostró tal compromiso que hasta el Ministerio de Relaciones Exteriores trabajó en el evento junto a la Embajada de Chile en Buenos Aires (en reuniones con la gente organizadora del tour), y con las Ferias Internacionales de Turismo. Allí Diego Rivarola, coordinador de la cumbre y Jorge Castro, organizador del festival local, explicaron que “éstos no son encuentros de países sino de ciudades, donde le ha tocado a Valparaíso ser anfitriona. La universalidad del tango, como dice Horacio Rébora, imagina a un país que es el tango con un archipiélago de ciudades”. De carácter ya bien universal más que rioplatense, el tango tuvo su antecedente aquí en el “Valparatango”, otro encuentro mundial de gran prestigio, que convocó en su edición XIX a cientos de artistas (entre ellos una nutrida delegación de mendocinos) e invitados de otros puntos del país y exponentes varios en el mundo-tango. Diversas propuestas al aire libre, orquestas en trasnoches populares y hasta fiestas de vanguardia con el tango electrónico, se exhibieron bajo las envidiables luces de la costa del pacífico.
De luces y colores
Si algo destaca a una ciudad es la presencia de luz. Y hay sitios que hacen un arte de su iluminación, como Valparaíso. Desde que amanece hasta que cae la noche la costa se presenta como un anfiteatro al aire libre, que de día llega con el reflejo del agua a los muchos rincones de la ciudad, y cuando la oscuridad cae desde arriba, miles de focos se encienden como chispas para un nuevo escenario.
Los colores son otro dato particular de Valparaíso. En sus laderas constantemente irregulares (que hacen de las escaleras un atributo tan presente como árboles o veredas) otros boliches musiqueros aportan el folklore que une a sus habitantes con lo más íntimo de su tradición. Por esas texturas y sus mil vistas panorámicas, se cuenta que algún poeta, pintor y músico, ha llegado de visita y no ha vuelto a salir de aquí, atrapado por esa suerte de musa invisible que sabe enamorar hasta a los más resistentes.
Vista desde arriba, la ciudad parece una enorme herradura, con calles angulares y curvas que eluden sus picos, consecuencia de los movimientos que la tierra produjo hace tiempo. Plantada de cara al mar, sus edificaciones van de la mano con pequeños pasajes de tránsito comercial, y la gran cantidad de cerros son el centro de atracción para quien desea una vista global de su corredor oceánico.
En lo arquitectónico sobresale lo “viejo”, pero más bien le cabe todo tipo de estilo arquitectónico: en los alrededores puede encontrarse desde palmeras símil California a vitrales art nouveau de la primera hora. Ya en el centro, la escapada a la tradicional feria de antigüedades ofrece objetos muy curiosos, que van desde viejos baúles a antiquísimos tocadiscos. Este sitio es también una fabulosa librería, algo similar a la que puede encontrarse en la plaza del correo en pleno centro porteño, o en las inmediaciones de la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
Subi-baja
Nadie que pase por Valparaíso olvidará sus pendientes. Sus 45 cerros sobre la bahía, permiten la vista excepcional de dieciséis miradores, a los que puede accederse mediante quince ascensores. Una vez allí, la ciudad vuelve a surgir una y otra vez, desordenada, bellísima.
La historia cuenta que mientras unos cerros eran pobres y habitados por la clase obrera portuaria, otros mostraban una gran coquetería, formando así los barrios contrapuestos que hay en toda ciudad, pero estos enmarcados por pendientes fascinantes. Esa ambigüedad se hacía presente en El Almendral, que había crecido hasta convertirse en el sector por excelencia del comercio, con haciendas y viñedos a los pies del cerro Barón. Desde su desarrollo en el período de la colonia, este sector mostraba un marcado contraste con la formación del sector puerto, separados ambos por el camino del Almendral y la Angostura del Cabo.
En el otro lado de la historia estaba la llegada al puerto, con la repetida entrada y salida de los barcos pesqueros, símbolo del trabajo sacrificado de toda una población. En esas explanadas subsisten hoy relatos de aquellos indígenas labradores y pescadores, que utilizaban para sus faenas balsas de cuero de animales. El Muelle Prat es otro testigo del incesante ritmo naviero, y el Barrio del Puerto, artesanía y rostros curtidos al sol de por medio, es una síntesis de la vida portuaria.
En esos contrastes se hace presente un elemento que supo unir a los de arriba con los de abajo. Hoy parte del orgullo de la ciudad, los ascensores son tan útiles como pintorescos, y han sido declarados patrimonio nacional. Pese a su destartalado siglo de vida, siguen transportando gente en un viaje vertical por las laderas de los cerros como desde principios de siglo, permitiendo la llegada a muchos de los miradores de la zona. La mayoría conserva su estructura original, y su andar promedio de un minuto (mareo incluido para los no habitúes) es un verdadero espectáculo sobre la bahía.
De recorrida
Valparaíso es un lugar para perderse tranquilo, pero si se prefieren las visitas guiadas, el turismo local está pautado en ocho circuitos regionales. El del cerro Concepción invita a conocer uno de los primeros asentamientos de inmigrantes ingleses y alemanes, con paseos por lugares históricos y visitas a la iglesia luterana y anglicana Saint Paul’s, ambas monumentos nacionales. El segundo circuito en el cerro Alegre hace hincapié en el arte con la visita a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Ciencias de la Educación, y la mansión del Museo de Bellas Artes. Allí está la Casa Higueras, una antigua casona de la década del 30, respetuosamente reciclada y que al ingresar sorprende con las comodidades de un gran hotel, con 20 habitaciones distribuidas en cuatro de los siete pisos de su construcción.
Otro circuito es el denominado “Los inmigrantes”, que entrelaza callecitas con historias y la actividad portuaria y naval, concluyendo en el imponente monumento a Los Héroes del Combate Naval de Iquique, durante la Guerra del Pacífico. Continúa el circuito al “Casco histórico”, con visita a calles, plazas, pasajes y escaleras que son testimonio de la creación de Valparaíso, además de la llegada al museo del Mar y algunos viejos restaurantes. El quinto circuito recorre las pintorescas casonas de la playa, de pura madera y enorme valor patrimonial, como el Paseo 21 de Mayo, ubicado en el Cerro Playa Ancha, uno de los principales miradores de la zona.
El “museo a cielo abierto” sigue la recorrida de circuitos en el cerro Bella Vista y su ascensor Espíritu Santo. Allí la plaza Victoria ofrece una fuente de agua que fue traída desde Francia y cuatro estatuas que representan las estaciones del año (reliquias de 1875) y una glorieta donde suele haber espectáculos públicos. El séptimo recorrido muestra la típica estructura urbana, catedral, Palacio Lyon y museo de Historia Natural de por medio. La biblioteca Santiago Severín, inaugurada en 1919 y poseedora de 82 mil volúmenes de libros y 260 mil ejemplares de diarios y revistas, es su punto más alto.
El último circuito concluye con una referencia muy fuerte a Pablo Neruda y su presencia en la ciudad, ideal para los amantes de la poesía, y como para quedar empachado de esta “perla” del Pacífico.
Pablo Donadio
Imagenes: Alexia Moy
Pagina 12 - Turismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario