Recorrido por un parque nacional poco conocido, pero que pretende abrirse al turismo; las medidas para asimilar el impacto en la selva.
"Cuando cualquier problema ambiental es analizado hasta sus orígenes, revela una realidad incontrastable: que la raíz de la crisis no se encuentra en la forma en que los hombres interactúan con la naturaleza, sino en la forma en que interactúan entre sí. Que para resolver la crisis ambiental debemos resolver el problema de la miseria, de la injusticia social y de la guerra. Que la deuda con la naturaleza, que es la medida de la crisis ambiental, no puede ser pagada persona a persona en botellas recicladas o en hábitos ecológicamente razonables, sino en la vieja moneda de la justicia social. Que, en fin, la paz entre los hombres debe preceder a la paz con la naturaleza".
La reflexión del biólogo Barry Commoner ilustra, además del prólogo de una de las guías de Parques Nacionales, una filosofía llevada a la práctica por ese organismo estatal en el noroeste argentino, más precisamente en el área de las Yungas.
Las Yungas es un cordón de selva montañosa que baja desde Bolivia dividiendo la Puna de los montes chaqueños a través de unos setecientos kilómetros de selva subtropical, para desaparecer paulatinamente en Catamarca y dejar claro que no sólo en la provincia de Misiones se puede encontrar verdores de trópico. En el noroeste también hay selva.
En esta zona, los Parques Nacionales El Rey, Calilegua y Baritú se muestran como ejemplo de conservación de una biósfera tan rica como frágil, y a su vez dan la pauta de cómo el progreso, en términos tecnológicos y económicos, puede atentar contra la esencia misma de la convivencia del hombre con la naturaleza. lanacion.com recorrió las Yungas y en una serie de tres entregas ofrecerá un panorama de la situación en una zona poco conocida para muchos argentinos y extranjeros, pero que por su presente promete ser un área cada vez más visitada.
El monarca de la tierra. El Parque Nacional El Rey se encuentra a unos 190 kilómetros de Salta capital, en el límite con Jujuy, y para llegar allí hay que lidiar con unos 45 kilómetros de un camino muy complicado. Una vez dentro, se puede disfrutar de su inmensa variedad de verdes, cada vez más intensos cuando se va ganando altura. A su vez, es un lugar ideal para el contacto, siempre desde una distancia respetable, con la fauna silvestre, abundante y variada.
Camino a la laguna Los Lobitos, un lugar paradisíaco, se pueden avistar corzuelas, tapires y pavas de monte. En el río Popayán, los loros aliseros se mezclan con las garzas moras mientras cardúmenes de sábalos nadan en un verde intenso. Hacia el oeste, y mientras las yungas se hacen presentes en la altura, una selva cada vez más espesa permite descubrir tucanes, monos caí y pecaríes.
Otra de las riquezas de El Rey es su historia, junto con sus personajes y la intensa relación que existe entre sus pobladores y esta tierra. El Rey se convirtió en parque nacional en 1948. Hasta entonces, las 44.162 hectáreas que lo comprenden formaban parte de una finca dedicada a la actividad ganadera. Dicha estancia fue adquirida a mediados del siglo XX por un grupo de comerciantes ligados a intereses madereros y sus bosques comenzaron a correr peligro. Las voces que se alzaron en su contra encontraron respuesta y el gobierno peronista hizo que las tierras pasaran a manos de Parques Nacionales. Gran parte de los peones de la estancia se convirtieron en guardaparques baquianos y muchas de sus historias son contadas hoy de primera o segunda mano por los pobladores de El Rey.
Sin dudas, una de las más atrapantes es la de la familia Alzogaray. La leyenda cuenta que Guillermo, un intrépido peón, se las ingenió hace ya muchos años para vengar la muerte de su perro preferido, víctima del instinto de un yaguareté. Armado con apenas un lazo, este hombre se armó de valor, terminó con el animal y así ganó el apodo de "tigrero", afamado cazador y puestero de la estancia El Rey.
Desde aquel hombre, el apellido Alzogaray quedó íntimamente ligado a estas tierras. Hipólito, su sobrino, llegó a ser jefe del Cuerpo de Guardaparques de El Rey y sirvió a este entorno al igual que sus hijos, Angel y Alvaro. En la actualidad, aún se puede conversar con Severo, Constantino y Eusebio Alzogaray, descendientes del valiente peón y que mantienen una relación profunda con el suelo que los vio nacer. Son integrantes de una familia que marcó el desarrollo de este sorprendente lugar y partícipes activos del avance desde la tradicional finca salteña hacia el primer parque nacional de la selva andina.
Otra medida, cuenta Domber, es el desarrollo de la infraestructura dentro del parque. Para fines del año próximo, se estima que se van a terminar de construir más casas para guardaparques, un camping, un centro de investigación científica y una estación de informes que facilitará la tarea de guía para los visitantes.
Consultado por el potencial impacto que la llegada del turismo masivo puede causar sobre la fauna y flora del lugar, Domber habla de un "plan de concientización". Esto se traducirá en un despliegue de cartelería informativa, planes de educación ambiental y, sobre todo, la idea de "compatibilizar un rango de actividades recreativas en función del impacto que puedan llegar a causar los turistas sobre el lugar". "No creo que la llegada del turismo sea masiva, al menos en el corto plazo, pero de todas formas debemos estar preparados", afirma el intendente.
Dentro del desarrollo turístico de El Rey, seguramente jugará un rol preponderante la impactante hostería ubicada en uno de los puntos más altos de la vieja estancia. El edificio, de marcado estilo colonial, se comenzó a construir en 1957 y fue inaugurado siete años más tarde, bajo la presidencia de Arturo Illia. Dejó de funcionar en 1982 y en la actualidad se busca lanzar una licitación que permita su reacondicionamiento, siempre respetando los estilos y tradiciones de un lugar que, por historia y entorno, merece un cuidado especial.
El Rey es un lugar digno de ser visitado, recorrido y disfrutado. De las autoridades que lo administran, tanto como de la propia conciencia de aquellos que decidan visitarlo, dependerá la conservación de un entorno maravilloso y quebrantable una vez que las puertas se abran.
Tomás Rivas (Enviado Especial)
La Nacion
Foto: Prensa A.P.N
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