De la capital a Bocas del Toro y Portobelo, un recorrido por este multifacético y cautivante destino. El magnífico Canal, las playas y la selva.
No es fácil elegir una sola postal de estas tierras. Hay tantas imágenes como viajeros posibles, porque lo maravilloso en Panamá es que aquí todo está cerca de una ciudad cosmopolita recostada sobre el Océano Pacífico: la propia Panamá, fundada en 1519 por Pedro Arias de Avila, incendiada por el pirata Henry Morgan en 1671 y refundada luego al pie del cerro Ancón, donde hoy está el Casco Viejo poblado de edificios de los siglos XVIII y XIX que ahora están reciclándose.
Desde esta ciudad donde hoy vive la mitad de los tres millones de panameños, todo -las selvas, las playas, los sitios históricos- está a una hora de distancia, o menos. Por caso, los bosques de los parques nacionales que bordean el Canal de Panamá -como el parque San Lorenzo, el Chagres, el Soberanía, el Barro Colorado, el Camino de Cruces- son un paraíso para los entusiastas de la vida silvestre que hacen safaris fotográficos, los observadores de pájaros y los aficionados al Canopy, un deporte que consiste en viajar de árbol en árbol montado en un arnés que se desliza sobre cables de acero.
En uno de estos parques, cerca del lago Alajuela y en la naciente del río Chagres, viven los indios emberá: hoy son famosos por sus tallas en semillas de tagua (una especie de marfil vegetal), pero hubo un tiempo en que el patriarca de la tribu enseñaba técnicas de supervivencia a los soldados estadounidenses. Así es, en la Zona del Canal había doce bases militares, muchas de ellas transformadas ahora en hoteles de lujo.
Las esclusas de Miraflores
En las afueras de la capital panameña están las esclusas de Miraflores, paseo turístico con restaurante, museo y mirador privilegiado del Canal de Panamá, una de las grandes obras de ingeniería del siglo pasado. Comprimida entre las esclusas que tienen la altura de un edificio de diez pisos, el agua funciona aquí como un gigantesco ascensor que -en las esclusas de Gatun, cerca del Océano Atlántico- puede elevar a los buques hasta una altura de 26 metros sobre el nivel del mar.
Este canal fue el sueño de muchos gobernantes, desde el emperador español Carlos V hasta el presidente estadounidense Teddy Roosevelt, que lo concretaría entre los años 1904 y 1914.
Playas de Bocas del Toro
Surf, snorkel y reggae
A una hora de vuelo están las playas de Bocas del Toro en el Caribe panameño, cerca de Costa Rica, donde el viajero se topa con un antiguo pueblo de la United Fruit en la isla Colón, la más visitada del archipiélago.
Es verdad: estas playas parecen diseñadas para los turistas que quieren fotografiar a los delfines, hacer surf, buceo con snorkel, o bailar reggae hasta el amanecer en los boliches. Excéntrico, el viajero eligió oír leyendas lugareñas contadas por el poeta Raul Houlstan y la pintora Annick Hasaerts, dueños de "Mar e Iguana", una galería de arte.
En el pueblo se respira la música del calipso antillano. Y aún se oye hablar el inglés guari guari, un dialecto nacido hace cien años de la convivencia entre los afroantillanos que llegaron aquí desde Jamaica, los españoles y los indios guaymíes. En resumen, hay que visitar Bocas del Toro antes de que el actual boom inmobiliario en la zona termine con su magia.
El viajero cree que también un viaje en tren puede ser mágico. Es el caso del Panama Railroad, ochenta kilómetros que unen Panamá con la ciudad de Colón sobre el Caribe, el mismo recorrido que los mineros usaban para ir a California en el siglo XIX durante la "fiebre del oro".
Construido entre los años 1850-1855 por empresarios estadounidenses, este ferrocarril mereció una crónica de Mark Twain, que recordaba a los miles de trabajadores muertos al tender las vías sobre los pantanos de la región, en una época donde reinaban la fiebre amarilla y el paludismo.
Avenida Balboa, Ciudad de Panama
Imágenes del Trópico
Lo dicho, no es fácil elegir una sola postal del país. Treinta grados y un sol acompañado de humedad, casi un enero porteño, esperan al viajero a la salida del aeropuerto de Tocumen, en la ciudad de Panamá. Es el trópico, seis meses de estación seca y otros seis de lluvias, una geografía y una historia latinoamericana siempre al borde.
El trópico: plátanos de hojas siempre verdes, la visión de la Avenida Balboa -en memoria del primer europeo que cruzó el Istmo de Panamá y vió el Océano Pacífico, en 1513- sobre la bahía que bordea la ciudad, repleta de rascacielos nuevos. El arte popular que aflora en la decoración de los "Diablos Rojos", los ómnibus urbanos fileteados como viejos demonios típicos de Corpus Christi .
Al viajero lo sorprende esta ciudad estrecha y larga -casi 70 kilómetros de un extremo al otro- con un bosque a metros de la zona bancaria. La explicación tiene que ver con la historia: hasta 1999, cuando se fueron los estadounidenses, una frontera separaba a la ciudad de la Zona del Canal. Era una calle que antes se llamaba Avenida 4 de Julio y ahora, Avenida de los Mártires, por la veintena de personas que murieron en las protestas antiestadounidenses de 1964.
En la práctica, desde 1904 la moneda oficial es el dólar. Y el trópico es también ese pequeño paraíso del consumo libre de impuestos que prometen los shoppings -Albrook, Multiplaza- a los compradores de aparatos electrónicos.
La Riviera Panameña
El trópico es casi una visión de Miami en la espectacular Riviera Panameña, esa hilera de hoteles de playa -en Farallón, en Santa Clara- ubicada a cien kilómetros al oeste de la ciudad, donde nadan los turistas estadounidenses, europeos y latinos en plan mielero.
"Panamá se queda en ti", dicen los anuncios. El recuerdo puede tomar la forma de una mola, ese tejido de algodón de colores brillantes y diseños geométricos elaborados por los indios Kuna, que viven en las islas caribeñas cercanas al Darién.
El recuerdo, si uno tiene sensibilidad para el pasado, puede estar en la Librería History & Co, de Elisa Pineda y Marc de Banville, dos coleccionistas de todo aquello relacionado con el Canal de Panamá: viejos libros, fotografías, monedas, estampas y hasta bonos franceses emitidos por la empresa de Lesseps, el creador del Canal de Suez que fracasó cuando quiso hacer lo mismo en Panamá, durante la década de 1880.
El trópico anida en los restos de Panamá Viejo, que brillan bajo el sol: la torre de una iglesia, las paredes de piedra de alguna mansión, lo único que quedó en pie luego del ataque del pirata
Datos útilies
Visita al Canal
A 15 minutos de la ciudad de Panamá está el Centro de Visitantes de las Esclusas de Miraflores, abierto todos los días de 9 a 5. Mayores US$ 8; menores de 17, US$ 5; menores de 5, gratis.
Instituto Panameño de Turismo
www.visitpanama.com
telefonos: (507) 526-7122 y 7121.
Portobelo, a orillas del Caribe
Hoy puede pasar por una tranquila aldea de pescadores a orillas del Caribe, pero la bahía de Portobelo -entrevista por Colón en 1502- alojó el mayor puerto español en Centroamérica desde su fundación en 1597 hasta fines del siglo XVIII. Aquí se concentraba la flota de galeones que iba y venía de Cádiz con los tesoros de oro y plata de México y Perú. Felipe II la fortificó con baterías y lo mismo hicieron otros reyes españoles al menos hasta 1751, de esa época son las murallas, cañones y fuertes que hoy ven los turistas. También atrae la torre Mirador del Perú, o el viejo edificio de la Real Aduana, hecho en 1630. Hay un buen museo del sitio, con videos, restos arqueológicos y maquetas de las fortalezas. La iglesia de San Felipe atesora la imagen religiosa del Cristo Negro, una talla de casi dos metros que cada 21 de octubre convoca a miles de personas en el Festival del Cristo Negro. En Navidad, carnavales y el 20 de marzo -día del santo del pueblo- se hace en Portobelo la fiesta de Los Congos, donde los negros recuerdan teatralmente la época de la esclavitud. Por todo esto, Portobelo merece una visita.
Mucho más que un canal
Como parte de un multidestino que es la propia Centroamérica, "tan pequeña y tan grande", Panamá atrae porque su oferta es muy variada. Muchos llegan para hacer inversiones aprovechando nuestro sistema bancario y las zonas francas de los puertos. Otros vienen a comprar electrónicos a buen precio en nuestros shoppings y se encuentran con una ciudad vibrante. También hay un turismo ecológico, de sol y playas, y de aventura en las montañas y selvas. Y tenemos paisajes inolvidables en Chiriquí, el golfo de San Blas y el archipiélago de Bocas del Toro. Además, se destaca el turismo histórico y cultural, que quiere revivir las leyendas de piratas en Panamá, Portobelo y San Lorenzo. También se puede visitar a etnias indígenas, como los kunas y los emberá. Panamá es además un paraíso del buceo, el surf y el avistaje de pájaros. En 2008 estamos recibiendo a un millón y medio de turistas; hace cuatro años no superábamos el millón. Y ya podemos afirmar que el turismo es la primera industria de Panamá.
Eduardo Pogoriles
Clarín - Viajes
Fotos: Clarín y Web
No es fácil elegir una sola postal de estas tierras. Hay tantas imágenes como viajeros posibles, porque lo maravilloso en Panamá es que aquí todo está cerca de una ciudad cosmopolita recostada sobre el Océano Pacífico: la propia Panamá, fundada en 1519 por Pedro Arias de Avila, incendiada por el pirata Henry Morgan en 1671 y refundada luego al pie del cerro Ancón, donde hoy está el Casco Viejo poblado de edificios de los siglos XVIII y XIX que ahora están reciclándose.
Desde esta ciudad donde hoy vive la mitad de los tres millones de panameños, todo -las selvas, las playas, los sitios históricos- está a una hora de distancia, o menos. Por caso, los bosques de los parques nacionales que bordean el Canal de Panamá -como el parque San Lorenzo, el Chagres, el Soberanía, el Barro Colorado, el Camino de Cruces- son un paraíso para los entusiastas de la vida silvestre que hacen safaris fotográficos, los observadores de pájaros y los aficionados al Canopy, un deporte que consiste en viajar de árbol en árbol montado en un arnés que se desliza sobre cables de acero.
En uno de estos parques, cerca del lago Alajuela y en la naciente del río Chagres, viven los indios emberá: hoy son famosos por sus tallas en semillas de tagua (una especie de marfil vegetal), pero hubo un tiempo en que el patriarca de la tribu enseñaba técnicas de supervivencia a los soldados estadounidenses. Así es, en la Zona del Canal había doce bases militares, muchas de ellas transformadas ahora en hoteles de lujo.
Las esclusas de Miraflores
En las afueras de la capital panameña están las esclusas de Miraflores, paseo turístico con restaurante, museo y mirador privilegiado del Canal de Panamá, una de las grandes obras de ingeniería del siglo pasado. Comprimida entre las esclusas que tienen la altura de un edificio de diez pisos, el agua funciona aquí como un gigantesco ascensor que -en las esclusas de Gatun, cerca del Océano Atlántico- puede elevar a los buques hasta una altura de 26 metros sobre el nivel del mar.
Este canal fue el sueño de muchos gobernantes, desde el emperador español Carlos V hasta el presidente estadounidense Teddy Roosevelt, que lo concretaría entre los años 1904 y 1914.
Anualmente pasan por aquí 14.000 barcos que pagan peajes por 1.800 millones de dólares. Para los panameños, el Canal es más que una maravilla de la ingeniería, es una metáfora del país y de su historia.
Playas de Bocas del Toro
A una hora de vuelo están las playas de Bocas del Toro en el Caribe panameño, cerca de Costa Rica, donde el viajero se topa con un antiguo pueblo de la United Fruit en la isla Colón, la más visitada del archipiélago.
Es verdad: estas playas parecen diseñadas para los turistas que quieren fotografiar a los delfines, hacer surf, buceo con snorkel, o bailar reggae hasta el amanecer en los boliches. Excéntrico, el viajero eligió oír leyendas lugareñas contadas por el poeta Raul Houlstan y la pintora Annick Hasaerts, dueños de "Mar e Iguana", una galería de arte.
En el pueblo se respira la música del calipso antillano. Y aún se oye hablar el inglés guari guari, un dialecto nacido hace cien años de la convivencia entre los afroantillanos que llegaron aquí desde Jamaica, los españoles y los indios guaymíes. En resumen, hay que visitar Bocas del Toro antes de que el actual boom inmobiliario en la zona termine con su magia.
El viajero cree que también un viaje en tren puede ser mágico. Es el caso del Panama Railroad, ochenta kilómetros que unen Panamá con la ciudad de Colón sobre el Caribe, el mismo recorrido que los mineros usaban para ir a California en el siglo XIX durante la "fiebre del oro".
Construido entre los años 1850-1855 por empresarios estadounidenses, este ferrocarril mereció una crónica de Mark Twain, que recordaba a los miles de trabajadores muertos al tender las vías sobre los pantanos de la región, en una época donde reinaban la fiebre amarilla y el paludismo.
Otra cita cercana es el histórico puerto caribeño de Portobelo, donde -entre los años 1596 y 1740- se embarcaban los cargamentos de plata del Potosí en ruta hacia Cádiz, oportunamente saqueados por Francis Drake, Herny Morgan y Edward Vernon.
Avenida Balboa, Ciudad de Panama
Imágenes del Trópico
Lo dicho, no es fácil elegir una sola postal del país. Treinta grados y un sol acompañado de humedad, casi un enero porteño, esperan al viajero a la salida del aeropuerto de Tocumen, en la ciudad de Panamá. Es el trópico, seis meses de estación seca y otros seis de lluvias, una geografía y una historia latinoamericana siempre al borde.
El trópico: plátanos de hojas siempre verdes, la visión de la Avenida Balboa -en memoria del primer europeo que cruzó el Istmo de Panamá y vió el Océano Pacífico, en 1513- sobre la bahía que bordea la ciudad, repleta de rascacielos nuevos. El arte popular que aflora en la decoración de los "Diablos Rojos", los ómnibus urbanos fileteados como viejos demonios típicos de Corpus Christi .
Al viajero lo sorprende esta ciudad estrecha y larga -casi 70 kilómetros de un extremo al otro- con un bosque a metros de la zona bancaria. La explicación tiene que ver con la historia: hasta 1999, cuando se fueron los estadounidenses, una frontera separaba a la ciudad de la Zona del Canal. Era una calle que antes se llamaba Avenida 4 de Julio y ahora, Avenida de los Mártires, por la veintena de personas que murieron en las protestas antiestadounidenses de 1964.
En la práctica, desde 1904 la moneda oficial es el dólar. Y el trópico es también ese pequeño paraíso del consumo libre de impuestos que prometen los shoppings -Albrook, Multiplaza- a los compradores de aparatos electrónicos.
La Riviera Panameña
El trópico es casi una visión de Miami en la espectacular Riviera Panameña, esa hilera de hoteles de playa -en Farallón, en Santa Clara- ubicada a cien kilómetros al oeste de la ciudad, donde nadan los turistas estadounidenses, europeos y latinos en plan mielero.
"Panamá se queda en ti", dicen los anuncios. El recuerdo puede tomar la forma de una mola, ese tejido de algodón de colores brillantes y diseños geométricos elaborados por los indios Kuna, que viven en las islas caribeñas cercanas al Darién.
El recuerdo, si uno tiene sensibilidad para el pasado, puede estar en la Librería History & Co, de Elisa Pineda y Marc de Banville, dos coleccionistas de todo aquello relacionado con el Canal de Panamá: viejos libros, fotografías, monedas, estampas y hasta bonos franceses emitidos por la empresa de Lesseps, el creador del Canal de Suez que fracasó cuando quiso hacer lo mismo en Panamá, durante la década de 1880.
El trópico anida en los restos de Panamá Viejo, que brillan bajo el sol: la torre de una iglesia, las paredes de piedra de alguna mansión, lo único que quedó en pie luego del ataque del pirata
Datos útilies
Visita al Canal
A 15 minutos de la ciudad de Panamá está el Centro de Visitantes de las Esclusas de Miraflores, abierto todos los días de 9 a 5. Mayores US$ 8; menores de 17, US$ 5; menores de 5, gratis.
Instituto Panameño de Turismo
www.visitpanama.com
telefonos: (507) 526-7122 y 7121.
Portobelo, a orillas del Caribe
Hoy puede pasar por una tranquila aldea de pescadores a orillas del Caribe, pero la bahía de Portobelo -entrevista por Colón en 1502- alojó el mayor puerto español en Centroamérica desde su fundación en 1597 hasta fines del siglo XVIII. Aquí se concentraba la flota de galeones que iba y venía de Cádiz con los tesoros de oro y plata de México y Perú. Felipe II la fortificó con baterías y lo mismo hicieron otros reyes españoles al menos hasta 1751, de esa época son las murallas, cañones y fuertes que hoy ven los turistas. También atrae la torre Mirador del Perú, o el viejo edificio de la Real Aduana, hecho en 1630. Hay un buen museo del sitio, con videos, restos arqueológicos y maquetas de las fortalezas. La iglesia de San Felipe atesora la imagen religiosa del Cristo Negro, una talla de casi dos metros que cada 21 de octubre convoca a miles de personas en el Festival del Cristo Negro. En Navidad, carnavales y el 20 de marzo -día del santo del pueblo- se hace en Portobelo la fiesta de Los Congos, donde los negros recuerdan teatralmente la época de la esclavitud. Por todo esto, Portobelo merece una visita.
Mucho más que un canal
Como parte de un multidestino que es la propia Centroamérica, "tan pequeña y tan grande", Panamá atrae porque su oferta es muy variada. Muchos llegan para hacer inversiones aprovechando nuestro sistema bancario y las zonas francas de los puertos. Otros vienen a comprar electrónicos a buen precio en nuestros shoppings y se encuentran con una ciudad vibrante. También hay un turismo ecológico, de sol y playas, y de aventura en las montañas y selvas. Y tenemos paisajes inolvidables en Chiriquí, el golfo de San Blas y el archipiélago de Bocas del Toro. Además, se destaca el turismo histórico y cultural, que quiere revivir las leyendas de piratas en Panamá, Portobelo y San Lorenzo. También se puede visitar a etnias indígenas, como los kunas y los emberá. Panamá es además un paraíso del buceo, el surf y el avistaje de pájaros. En 2008 estamos recibiendo a un millón y medio de turistas; hace cuatro años no superábamos el millón. Y ya podemos afirmar que el turismo es la primera industria de Panamá.
Eduardo Pogoriles
Clarín - Viajes
Fotos: Clarín y Web
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