En el extremo norte de Suecia, Laponia es la tierra de la aurora boreal y el sol de medianoche. Una aventura entre hoteles de hielo, renos, el Círculo Polar Artico y la cultura sami, para explorar una región en gran parte aún intacta, hecha de paisajes que quitan el aliento.
El norte del norte es, sin duda, una tierra singular. Si visto a miles de kilómetros de distancia el mapa de Suecia ya se ve pegado al extremo más septentrional del mundo, ¿qué cabe imaginar para la punta más cercana al Círculo Polar Artico? Hielo, nieve, trineos, días largos en verano y cortos en invierno, manadas de renos, salidas de pesca... todo invita a la aventura en una región tan remota como rica en cultura y recursos naturales.
El norte de Suecia, como el norte de Finlandia, Noruega y Rusia, forma parte de la vasta Laponia, o Lappland, el hábitat tradicional del pueblo sami o lapón. Son los escenarios de las novelas pobladas de personajes excéntricos de Arto Paasilinna, las tierras más extremas recorridas en el maravilloso vuelo de Nils Holgersson, los bosques donde dice la leyenda que Papá Noel construye los juguetes para los chicos de todo el mundo. Pero curiosamente, para quien llega desde el otro extremo del planeta, entre tantas diferencias –el idioma, el pueblo sami, las tradiciones, los renos– hay sin embargo ciertas reminiscencias de las soledades australes, tal vez cierto hermanamiento que termina acercando a las regiones más remotas del globo.
HOTEL DE HIELO
La Laponia sueca se reparte entre las provincias de Norrbotten y Västerbotten, las más septentrionales del país. Desde Estocolmo, el punto de conexión aérea insoslayable para el viajero transcontinental, lo más conveniente es aterrizar en Kiruna, una de las principales localidades laponas, que además está gozando de cierta popularidad literaria gracias a Asa Larsson, uno de los nombres más en boga de la novela negra sueca.
Kiruna es el punto de partida para uno de los iconos de la región: el Hotel de Hielo de Jukkasjärvi, toda una rareza, ya que está íntegramente construido con bloques de hielo y nieve. Naturalmente, cada año se derrite... y cada año, desde mediados de noviembre, un equipo de escultores en nieve, diseñadores y arquitectos vuelve a reconstruirlo, siempre en una nueva versión que lo convierte en el auténtico “fénix de los hoteles”, aunque no renace de las cenizas sino del agua helada. Cada 10 de diciembre abre la primera fase, mientras el resto del hotel sigue en construcción; para el 23 de diciembre está lista también la iglesia de hielo donde se celebra la Navidad nórdica (y donde también se casan muchas parejas deseosas de un escenario absolutamente original para su boda). Para el 30 de diciembre, el efímero y fascinante hotel de hielo está terminado, hasta que el sol de la primavera lo devuelve nuevamente a la naturaleza que lo vio nacer. Todo en el Hotel de Hielo está hecho para sentir la experiencia de una vida: por el clima extremo y la rareza de dormir entre translúcidas paredes heladas; por esa naturaleza blanca y silenciosa que cubre la tierra hasta el infinito; por los días que son en realidad largas noches, apenas iluminadas por las fascinantes auroras boreales que se desprenden del cielo nórdico en una luminosa danza feérica y sutil.
KIRUNA SAMI
El pueblo sami es nativo de la región de Laponia, y aunque hoy son pocos –unos 75.000, con unos 20.000 residentes en la parte sueca– conservan sus tradiciones con el mayor celo posible. La “nación sami”, o “región saapmi”, como ellos la llaman (evitando el término “lapón”, de connotación despectiva), abarca toda la zona por encima del Círculo Polar Artico en Suecia, Noruega, Finlandia y hasta la península rusa de Kola: todos estos países tienen un parlamento sami, y en Suecia esta asamblea tiene sede precisamente en Kiruna.
En parte, ya que también han logrado una buena integración con el resto de la sociedad sueca, los samis conservan algunas costumbres nómades: sobre todo en verano, cuando los pastores de renos y sus familias acompañan el traslado de las manadas desde los bosques hasta las montañas. Claro que esta particular trashumancia supo adaptarse a los tiempos, y además de los tradicionales esquíes y los perros, los samis acompañan el traslado de los animales con helicópteros y motos de nieve. Poco a poco fueron aceptando también que sus costumbres, tradiciones y modo de vida constituyen un atractivo turístico y una fuente de ingresos, a la par de los renos y las artesanías.
En las afueras de Kiruna, un pequeño museo sami ofrece el primer acercamiento a la cultura de este pueblo. El otro lugar por visitar es Jokkmokk, donde cada mes de febrero se organiza un célebre Mercado Sami que ya lleva 400 años de historia: a lo largo de los siglos, lo que era antaño una suerte de reunión de mercaderes de toda la región creció hasta convertirse en una semana de eventos culturales y conciertos que ofrece un contacto cercano con este pueblo cordial y profundamente enraizado en su entorno natural. Las artesanías sami, además, tienen el atractivo de lo exótico y vistoso: conocidas como slöjd, se separan a su vez en dos categorías, el slöjd duro y el slöjd blando. La primera es la que agrupa las artesanías masculinas, sobre todo cuchillos y tazas tallados con cuidadoso esmero en cuernos de reno. La segunda es más tradicional de las mujeres y abarca los tejidos, los adornos de estaño, los cestos tradicionales confeccionados con raíz de abedul. Para los visitantes es difícil resistir la tentación de volver con un sombrero lapón, colorido y en punta, capaz de combatir –igual que las botas de piel de reno– hasta el frío y el viento más intenso de una región de clima impiadoso. Durante una visita a Kiruna o a Jokkmokk vale la pena dedicar un día para compartirlo con las familias laponas que se abren al turismo: en alguna de sus granjas, donde crían renos, ofrecen salidas en trineos tirados por perros, comidas tradicionales –a base precisamente de carne de reno, sopa de leche y salmón, puré con eneldo y postres de yogur y frutos rojos– y salidas de pesca en los ríos utilizando también sus técnicas ancestrales de captura.
PARQUES NACIONALES
El invierno lapón tiene el atrapante misterio de la nieve y la gélida noche polar, pero el estío del extremo boreal no se queda atrás: ésta es la tierra del sol de medianoche, cuando en los días más próximos al solsticio de verano el sol nunca llega a ocultarse bajo la línea del horizonte.
La longitud de los días hace del verano una época ideal para emprender excursiones de ecoturismo por los parques nacionales de Laponia: para los más avezados, los que realmente quieran una experiencia agreste y de aventura, el destino ideal es el Parque Nacional Sarek, en Jokkmokk, uno de los más antiguos de Europa. De forma circular, con un diámetro promedio de 50 kilómetros, el parque no tiene caminos señalizados ni albergues donde refugiarse. Muchas de las montañas, que superan los 2000 metros de altura, son raramente exploradas, porque sólo para llegar se requiere una caminata de largo aliento... a veces bajo la lluvia, ya que los verdes espectaculares de la región –sobre todo en el delta del río Rapa– son directamente proporcionales al nivel de humedad. El Parque Nacional Abisko, en el noroeste, muy cerca de la frontera con Noruega, no se queda atrás: 200 kilómetros al norte del Círculo Polar Artico, fue creado a principios del siglo XX con intención de conservar los paisajes característicos del extremo norte, pero los años lo convirtieron en un sitio turístico para aventureros ecologistas. Entre los bosques de abedul, las cascadas de deshielo, los profundos valles cubiertos de vegetación y la tundra, una palabra heredada de los samis, es posible aquí también avistar alces. Esos raros cérvidos de ostentosa cornamenta, conocidos como “reyes de los bosques”, son frecuentes en las rutas de todo el norte de Suecia, Noruega y Finlandia, e impactan con su tamaño porque pueden superar los dos metros de altura. Si no hay suerte “al natural”, siempre se puede visitar el Parque de Alces de Vittangi, un poblado de un millar de habitantes que también depende del municipio de Kiruna.
NIKKALUOKTA
En Laponia se levanta el monte Kebnekaise, la montaña más alta de Suecia: para los habituados a los Andes tal vez no impresione por su altura, que alcanza los 2104 metros, pero sí por la belleza de los paisajes y la increíble sensación de distanciamiento con cualquier punto del mundo habitado. Invita, además, a reflexionar sobre los riesgos del recalentamiento global, ya que al derretirse los glaciares de la cumbre la montaña va perdiendo altura gradualmente. El monte Kebnekaise, situado unos 150 kilómetros al norte del Círculo Polar Artico, forma parte de un macizo conocido como “los Alpes escandinavos” y en medio de su gigantesca soledad promete el avistaje, desde la cima, de casi el 10 por ciento de la superficie sueca.
El punto de partida para escalar o seguir las rutas de trekking en el Kebnekaise es otro pueblito interesante para la cultura sami, Nikkaluokta, donde hay un lodge de montaña, un restaurante, una proveeduría y una capilla donde se celebran bodas al estilo tradicional. En el corazón de tres valles, Nikkaluokta se abre como una región de belleza escenográfica, agreste y aparentemente inaccesible, pero al mismo tiempo generosa en la amplitud y deslumbrante virginidad de sus paisajes.
DATOS UTILES
Cómo llegar: En avión desde Estocolmo, hay vuelos de SAS hasta Kiruna ida y vuelta a partir de 400 dólares. En tren, el viaje ida y vuelta ronda los 250 dólares.
Dónde alojarse: El Hotel de Hielo (Ice Hotel) de Kiruna es la opción más exótica para el invierno. Pasar la noche en una habitación doble cuesta unos 400 dólares, www.icehotel.com. En las principales ciudades de Laponia, un habitación doble cuesta unos 170 dólares, aunque hay opciones de camping a partir de 18 dólares.
Más información: www.visitsweden.com
Graciela Cutuli
Pagina 12 - Turismo
Fotos: Web