Las playas son el atractivo ineludible del nordeste brasileño, donde el sol brilla todo el año y el mar depara una paradisíaca diversidad. Pero además, esta región alberga algunas de las más antiguas y famosas urbes del Brasil: Salvador, fundada por los colonizadores portugueses en 1549; Olinda, donde Mauricio de Nassau dejó el sello de la cultura holandesa; Fortaleza, con sus tradicionales "jangadas" cortando el mar; São Luís, y su histórica arquitectura de azulejos lusitanos, y Natal, un punto clave de las incursiones llevadas a cabo por los colonizadores. A través de estas ciudades se va hilando un tumultuoso recorrido de playas e historias, subiendo, paso a paso, desde la magia de Bahía hasta la esperada paz de Río Grande do Norte.
Con tradición bahiana
Tierra de innumerables santos y dioses, Bahía es el estado a cuyas costas recalaron por primera vez, el 22 de abril de 1500, las carabelas del descubridor de Brasil, Pedro Alvares Cabral. Es la ciudad que más evoca el ambiente distendido, las fiestas y la heterogénea religiosidad de la región. Salvador, capital del estado y principal puerta de entrada para el turismo, cautiva con su infraestructura hotelera y con su centro urbano más expresivo, el Pelourinho, el afamado barrio declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, y uno de los mayores conjuntos de arquitectura colonial de América Latina.
Más de mil kilómetros de costa e islas tan famosas como Itaparica contornean el litoral de Bahía. Hacia el sur, se destacan el Morro de São Paulo, en la isla de Tinharé, una pequeña aldea llena de encanto y tranquilidad, y la Costa do Cacau, región entre Ilhéus y Canavieiras que debe su nombre a las numerosas haciendas de cacao.
Hacia el norte avanza la "Línea Verde", carretera que une Salvador con el estado de Sergipe. Son 142 kilómetros asfaltados y con buena señalización que discurren bordeando la costa entre inmensos cocoteros, lagunas y ondulaciones de arena. En este camino figuran playas como Arembepe, paraíso hippie de los años 60; Imbassaí, con baños de agua dulce y salada; Praia do Sítio, con excelente infraestructura hotelera, y Praia do Forte, siempre de moda y con sus infaltables tortugas marinas. Tampoco hay que olvidar a Costa do Suipe, a algo más de media hora de Salvador, donde se alzan los servicios de cadenas hoteleras como Renaissance y Marriot.
Pernambuco, entre el pasado colonial y la modernidad
Profundas historias sobreviven en el estado de Pernambuco, donde se conservan las huellas dejadas por los holandeses durante una ocupación de dos décadas. Su capital, Recife, encarna una perfecta síntesis entre el pasado colonial y la modernidad de una pujante metrópoli. Pero la seducción urbana debe buscarse, sin duda, en Olinda, antigua ciudad declarada en 1982 Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad. Sus imponentes iglesias y los misterios de sus monasterios se extienden por siete colinas, y es más que recomendable perderse entre sus calles.
Para alejarse del cemento y descansar en paisajes rodeados de barreras coralinas, piletas naturales y un cálido mar transparente, la elección acertada será Cabo de Santo Agostinho, 37 kilómetros al sur de Recife, donde puede disfrutarse de actividades como cabalgatas o visitas a la iglesia de São Gonzalo, construida en el siglo XVI, y al antiguo fuerte de São Francisco Xavier.
Como opciones cercanas a Recife, no se puede dejar de hacer una escapada al Porto das Galhinas y, particularmente, a la pacífica playa de Muro Alto, rodeada por palmeras y vegetación de bosques atlánticos. Para pernoctar aquí, es posible dejarse tentar por el Nannai Beach Resort, donde la piscina y un sofisticado restaurante se rodean de cabañas mimetizadas con la naturaleza.
Playas y sabores en Ceará
Ceará es un estado de economía pujante cuya afamada capital, Fortaleza, posee una de las más importantes redes de alojamientos y restaurantes del nordeste del Brasil. Las "jangadas" (barcos de pesca de vela triangular) ofrecen aquí una imagen característica y la langosta es el plato típico que no se puede dejar de degustar. Contorneando el entorno urbano, se destacan las playas de Meireles, Volta de Jurema y Mucuripe, interconectadas por el singular recorrido de la avenida Beira-Mar, que va hilando restaurantes de mariscos y hoteles entre los que sobresalen algunos sumamente modernos, como el imponente cinco estrellas Seara Praia Hotel, sobre Meireles.
En la cercana Ponta das Dunas, un inmenso complejo acuático con "el tobogán de agua más alto del mundo" y variados entretenimientos da lugar al Beach Park, un resort donde no faltan servicios como canchas de tenis, sauna o spa. Beach Park es una alternativa que puede ser interesante conocer, pero para profundizar en los encantos de Ceará, necesariamente habrá que llegar también a playas como las de Jericoacoara y Nova Tatajuba, ubicadas al oeste de la capital y con acceso exclusivamente por tierra y en vehículos de doble tracción.
Hacia el este, a unos 165 kilómetros de Fortaleza, otra opción que ha ganado fama como una de las más bellas playas de este estado es Canoa Quebrada, una encantadora ciudad balnearia que aún goza de los aires distendidos que supo reunir en los años "70, cuando era considerada el paraíso de hippies y bohemios que llegaban en busca de una paz pura y natural. Es una opción tranquila pero, sin caer en la soledad agreste de Jericoacoara, cuenta con variedad de alojamientos en típicas pousadas o en opciones como el Porto Canoa Resort, un hotel enclavado entre las dunas que bordean la playa.
El pasado lusitano en Maranhão
Por su localización, próxima al Ecuador, Maranhão presenta temperaturas medias anuales de 24°C que invitan todo el año a disfrutar de las brisas del mar en un litoral salpicado de playas. Acercarse hasta aquí implica inevitablemente un primer recorrido por la capital del estado, São Luiz. En sus estrechas calles y en sus construcciones, que recuerdan los tiempos del imperio lusitano, esta ciudad considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO preserva unos tres mil edificios protegidos, la mayoría con fachadas donde destacan los azulejos heredados de la colonización portuguesa. Sobresalen el Palácio dos Leões, donde funcionó hasta 1615 el fuerte que protegía la entonces capital de la Francia Equinoccial (como era denominada São Luís durante el dominio francés), la Catedral da Sé, construida por los Jesuitas en 1726, y el Teatro Arthur Azevedo, que en 1817 se convirtió en el primer gran teatro del país.
Además de estos atractivos arquitectónicos, Maranhão reserva agradables sorpresas signadas por la naturaleza, como el Parque Nacional de Lençóis Maranhenses, el delta del Río Paranaíba con sus refugios ecológicos y laberintos de igarapés (canales naturales estrechos entre las islas), y los arrecifes del Parcel de Manoel Luís, tal vez el mayor banco de coral de América del Sur.
Refugiado cerca de un litoral salpicado de playas, Maranhão también esconde un sitio sumamente especial: una extensión de 150.000 hectáreas de arenas blancas de apariencia desértica, pero que debido a un alto promedio de precipitaciones anuales permanece poblado de lagunas transparentes la mayor parte del año.
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