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jueves, 5 de junio de 2008

Manaos-Brasil: zona franca en la selva

Muelle de Manaos

A fines del siglo XIX, el caucho le abrió las puertas del lujo y los caprichos europeos. Pero en 1912, el contrabando de semillas de látex le arruinó la fiesta. Debió esperar hasta1967, cuando fue declarada puerto libre de impuestos, para despertar de la siesta amazónica. Hoy alberga 400 industrias, celosas del cuidado del medio ambiente.

Visto desde arriba, Manaos es un páramo de cemento perdido en la inmensidad de la selva, rodeado de ríos que serpentean, se separan, se vuelven a unir y se abren paso entre los árboles milenarios que no se rinden frente a la avanzada del hombre. Vista desde abajo, no es muy diferente. La selva se hace sentir al segundo de descender del avión: la ropa se adhiere instantáneamente al cuerpo, las manos comienzan a sudar y el calor sofoca. Pero es hasta aclimatarse, aseguran los lugareños. Y es cierto, 24 horas después uno siente que siempre ha vivido con un 90 por ciento de humedad en el aire. Entonces es posible recorrer una ciudad en la que conviven el esplendor europeo de fines del siglo XVIII y las industrias que llegaron de a cientos de todas partes del mundo, a partir de que se declaró a la capital del estado de Amazonas “zona franca libre de impuestos”, durante la década del 60.

El contraste puede ser violento en un principio, pero luego da a esta ciudad que se asoma tímida en medio de la selva tropical más grande del mundo un toque distintivo, una personalidad única y una riqueza incomparable para el turista que quiera revivir la historia, la próxima y la más lejana, en cada rincón de Manaos.

Su historia. La ciudad de Manaos (“madre de Dios”), creada en el siglo XVII como un fortín portugués, comenzó a tomar importancia en el mapa mundial a partir del descubrimiento del caucho, materia prima para los neumáticos de autos. Así surgió, casi de un día para otro, una clase adinerada, a la que se conoció como “los señores del caucho”. Gracias al boom automotor, su fortuna creció a tal punto que estos pocos privilegiados comenzaron a soñar con algo así como una sucursal de Europa en medio de la selva sudamericana, con París como modelo a seguir. Se construyeron palacios, el Mercado Municipal –réplica del desaparecido Les Halles de París–, el puerto flotante y el Teatro Opera del Amazonas, una de las obras arquitectónicas más imponentes de la historia, no sólo por sus materiales, sino también por el desafío que implicó construirlo. La obra tardó diez años y concluyó en 1862, después de una inversión de diez millones de dólares y el trabajo de cientos de albañiles y artesanos. Entre los materiales, importados de Europa, se cuentan hierro forjado en Glasgow para sus columnas, cristales y arañas de Bohemia, mármoles y porcelanas italianas, y 66 mil azulejos franceses con los que se construyó su maravillosa cúpula azul y verde, entre cientos de otras suntuosidades. Además, trabajaron en la ambiciosa obra decenas de artistas, encargados de pintar las decoraciones de los enormes salones interiores. Por ese entonces, las mayores compañías de teatro y música del mundo viajaban para presentarse aquí. Hoy sigue activo, y todos los viernes los espectáculos, menos glamorosos que antaño, atraen a los habitantes de Manaos.

Plaza de San Ignacio

Aunque por décadas pareció que la prosperidad no tendría fin, la historia siempre termina por probar lo contrario. Manaos no fue la excepción: en 1912 Henry Wickman, explorador británico, sacó de contrabando 70 mil semillas del árbol que daba el látex. Germinaron nada menos que en los Jardines Reales Británicos, y ahí acabó la historia para la París amazónica.

O al menos esa parte de su historia, porque después de la inevitable decadencia, y cual Ave Fénix, la ciudad renació de entre sus cenizas cuando fue declarada, en 1967, mientras en el país regía la dictadura militar, “zona franca libre de impuestos”, con incentivos fiscales y medidas de fomento de inversiones. Entonces se permitió el libre ingreso de todo tipo de piezas para la fabricación de productos industriales y electrónicos, y las marcas internacionales llegaron dando nacimiento a un polo de desarrollo industrial en medio de la mayor selva del mundo, que alberga a más de cuatro mil especies vegetales y otras tantas de animales, y que en algún momento fue el hogar de siete millones de indios, de los que ya no queda casi rastro.

Su presente. Hoy en Manaos viven cerca de dos millones de personas. Unos pocos son nacidos y criados, pero la gran mayoría es producto de la migración interna. Ellos llegaron a la capital de Amazonia en busca de una fuente de trabajo en alguna de las 400 industrias allí radicadas y una mejor calidad de vida que en las grandes metrópolis como San Pablo. Quienes llegaron hace tiempo se lamentan al ver la avanzada del cemento, la proliferación de shoppings y el congestionado tránsito por sus calles principales. Recuerdan con nostalgia la época en la que no era necesario caminar más que unos pocos pasos para sumergirse entre los árboles de más de 12 metros de alto, las lianas y las cañas de bambú de 40 metros de altura, y perderse escuchando los sonidos de ararás y demás pájaros, que aún hoy se pueden encontrar entre los pedazos de selva que se abren paso apenas la ciudad se distrae un momento. Sin embargo, rescatan que, gracias a la abundancia de fuentes de trabajo, la tala es menor y el cuidado del medio ambiente toma mayor protagonismo que en el resto del estado (los tachos de basura diferenciados están en cada esquina). De hecho, en Manaos aún se conserva el 98 por ciento de la selva, mientras que en otras ciudades ese porcentaje apenas trepa al 30.

La ciudad hoy combina aquellos palacios victorianos de señores holandeses e ingleses, que decoran la parte antigua, donde también se erigen en torno a la plaza –lugar elegido por los jóvenes de la ciudad para disfrutar las siempre calurosas tardes– la Opera y la Iglesia de San Ignacio, con modernos edificios, comercios y el bullicio del regateo en el Mercado Municipal, donde se compran y venden desde mp3 y televisores hasta frutas (plátanos gaviola o açaí, sobre todo), verduras (mandioca) y pescados típicos de la región, como el tucunaré, el tambaqui o el popular piracurú, que puede alcanzar hasta tres metros y pesar lo mismo que media res y se lo come como si fuera una costilla de cerdo en vez de un pez de agua dulce, firme y sabroso (es servido, como la estrella de la carta, en la mayoría de los restaurantes de la ciudad). También abunda el guaraná en polvo, un energizante natural muy frecuente en todo Brasil, autóctono de esta zona, los talismanes del culto Umbanda y las hierbas medicinales preparadas con recetas aborígenes.

Teatro Opera

Su mayor atractivo. Desde su puerto flotante, construido en 1902 de tal manera que puede fluctuar hasta 14 metros –dado que las fuertes lluvias entre diciembre y marzo alteran considerablemente el nivel del agua– parten las barcazas para realizar el paseo más atractivo de la ciudad: el Encontro das Aguas, un recorrido por el río Negro, a la vera del cual descansa Manaos, hasta su confluencia con el Solimoes, donde nace el Amazonas según la cartografía (aunque en general se considera como su origen los deshielos de los Andes). El trayecto son seis kilómetros, en los cuales se disfruta de la vista de varias casitas de colores elevadas sobre palafitos por las bruscas subidas del agua, propiedad de los pescadores, y gasolineras flotantes –“es que los ríos son nuestras rutas”, explica el guía– y, cuando el paisaje comienza a parecer monótono, se divisa el motivo por el cual la mayoría de los turistas llega a Manaos. El fenómeno es extraño, una línea divisoria, tan perfecta que parece trazada con regla, separa a un río del otro. Distintas temperaturas, caudales y velocidades impiden que se amalgamen (la velocidad del río Negro es de un kilómetro por hora y su temperatura, 22 grados, mientras que el río Solimoes corre a 2,5 kilómetros por hora y su temperatura es de 19 grados). Por largos kilómetros, después del encuentro, el río Amazonas corre con dos colores de agua bien diferenciados, uno negro y otro café. Con suerte, se podrán observar los dos tipos de delfines que habitan sus aguas, los Tucuxi y los Rosa, que sólo se encuentran aquí, cuando su capricho manda.

Allí comienza toda una nueva travesía, que suele tener como destino final el Parque Ecológico Janauary, y que permite conocer los igapós (floresta inundada) y los igarapés (arroyos). El otro camino que eligen los más aventureros es subirse a una de las barcazas mayores, con hamacas paraguayas, para sumirse en las profundidades de la selva y desentrañar sus misterios. Pero ése es otro capítulo, que poco tiene que ver con Manaos, puerta de entrada a la mayor selva del mundo, una ciudad digna de visitar, recorrer y descubrir de a poco.

Los Ríos Negroo y Solimoes corren 6 kms. sin mezclarse

Polo industrial
El polo industrial que se desarrolló en Manaos, capital del estado de Amazonia, y que ya cuenta con más de 400 industrias (Nokia, Mercedes Benz, Sony, Honda, etc.), tuvo su origen en 1967, cuando el gobierno militar declaró a la zona libre de impuestos. El motivo fue, según aseguran los lugareños, poblar la ciudad ante los rumores de un ataque comunista. La jugada salió bien, y en poco tiempo llegó gente de todas partes de Brasil para instalarse en una zona en la que el entorno es más amigable y el estrés de la ciudad no se siente, al menos no con tanta intensidad. Hoy las fuentes de empleo directas superan las 100 mil.

Hubo condiciones, eso sí: las industrias debían tener especial cuidado del medio ambiente, y así lo hicieron. Entre todas, la más proactiva al respecto es la fábrica de Nokia, donde se produce 1 millón de teléfonos por año y trabajan 1.500 personas. Aquí se adoptó una política medioambiental que se usa como ejemplo para aleccionar al resto, ya que se controla fuertemente el uso de energía –el 80 por ciento de las luces se apaga a las 18 horas y hay sensores para saber cuándo no se la está utilizando racionalmente–, el consumo de agua –en los últimos dos años se logró una reducción del 30 por ciento reemplazando los grifos tradicionales por otros con sensores–, se utiliza papel reciclado, se está trabajando en un nuevo proyecto para poder reciclar baterías y se mantiene una política de educación ambiental para los empleados. La idea de esto es que puedan luego llevar la costumbre a sus casas y así lograr un efecto multiplicador.

Datos utiles
Cómo llegar
La línea aérea Tam ofrece pasajes, con escala en San Pablo.

Dónde alojarse:
Una habitación en hotel cinco estrellas, desde US$ 120. También existe la opción de alojarse en un hotel en medio de la selva, a los que se accede sólo por barco (desde US$ 330).

Souvenirs
En el Mercado Municipal se pueden conseguir todo tipo de artesanías autóctonas de la región, como pequeñas barcazas o canoas con pirañas disecadas. Además, hay talismanes del culto umbanda y hierbas medicinales.

Qué comer
Los pescados amazónicos son la especialidad en la mayoría de los restaurantes: tambaquí, piracurú y pacú se sirven al horno, fritos o en milanesa. La caldeirada de peixe es una mezcla de pescado, verdura y legumbres, aderezado con especias.

Perfil -Turismo
Fotos: Perfil

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